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MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL FORO INTERRELIGIOSO DEL G20

 

Dirijo un cordial saludo a los participantes en el Foro Interreligioso del G20, que este año se celebra en Bolonia. Guardo un vivo recuerdo de mi visita a esa ciudad, caracterizada, entre otras cosas, por la antigua Universidad, «que ha hecho que siempre fuera abierta, educando ciudadanos del mundo y recordando que la identidad de pertenencia es la de la casa común, la de la universitas» (Encuentro con los estudiantes y el mundo académico, 1 de octubre de 2017). Es bueno que os hayáis reunido precisamente con la intención de superar los particularismos y compartir ideas y esperanzas: juntos, autoridades religiosas, líderes políticos y representantes del mundo de la cultura, dialogáis para promover el acceso a los derechos fundamentales, sobre todo a la libertad religiosa, y para cultivar fermentos de unidad y reconciliación allí donde la guerra y el odio han sembrado la muerte y la mentira.

En esto, el papel de las religiones es verdaderamente esencial. Quisiera reiterar que si queremos preservar la fraternidad en la Tierra, «no podemos perder de vista el Cielo».  Debemos, sin embargo, ayudarnos a liberar el horizonte de lo sagrado de las nubes oscuras de la violencia y el fundamentalismo, fortaleciéndonos en la convicción de que «el más allá de Dios nos remite al más acá del hermano» (Discurso con motivo del Encuentro InterreligiosoUr, 6 de marzo de 2021). Sí, la verdadera religiosidad consiste en adorar a Dios y amar al prójimo. Y los creyentes no podemos eximirnos de estas decisiones religiosas esenciales: más que demostrar algo, estamos llamados a mostrar la presencia paternal del Dios del cielo a través de nuestra concordia en la tierra.

Sin embargo, hoy en día esto suena, por desgracia, como un sueño lejano. En el ámbito religioso más bien parece que vivamos un deletéreo “cambio climático”: a las alteraciones perniciosas que afectan a la salud de la Tierra, nuestra casa común, se suman otras que “amenazan al Cielo”. Es como si la “temperatura” de la religiosidad subiera. Basta pensar en el estallido de la violencia que instrumentaliza lo sagrado: en los últimos 40 años se han producido casi 3.000 atentados y unos 5.000 asesinatos en diversos lugares de culto, es decir, en aquellos espacios que deberían ser protegidos como oasis de sacralidad y fraternidad. Los que blasfeman el santo nombre de Dios persiguiendo a sus hermanos encuentran financiación con demasiada facilidad. Una vez más, se difunden, a menudo incontroladamente, las prédicas incendiarias de quienes, en nombre de un falso dios, incitan al odio. ¿Qué podemos hacer ante todo esto?

Como líderes religiosos, creo que en primer lugar debemos servir a la verdad y declarar sin miedo ni ambages el mal cuando es mal, también y sobre todo cuando lo cometen quienes se profesan seguidores de nuestro mismo credo. También debemos ayudarnos, todos juntos, a combatir el analfabetismo religioso que atraviesa todas las culturas: es una ignorancia generalizada que reduce la experiencia de la creencia a dimensiones rudimentarias de lo humano y seduce a las almas vulnerables para que se adhieran a eslóganes fundamentalistas. Pero no es suficiente combatirlo: sobre todo hay que educar, promoviendo un desarrollo equitativo, solidario e integral que aumente las oportunidades de escolarización y educación, porque donde reinan la pobreza y la ignorancia, la violencia fundamentalista arraiga más fácilmente.

La propuesta de establecer una memoria común de los asesinados en cada lugar de oración es ciertamente alentadora. En la Biblia, en respuesta al odio de Caín, que creía en Dios y, sin embargo, mató a su hermano, haciendo que la voz de su sangre clamase desde la tierra, la pregunta llegó desde el Cielo: «¿Dónde está tu hermano?» (Gen 4:9). La auténtica respuesta religiosa al fratricidio es la búsqueda del hermano. Custodiemos juntos la memoria común de nuestros hermanos y hermanas que han sufrido la violencia, ayudémonos mutuamente con palabras y gestos concretos a contrastar el odio que quiere dividir a la familia humana.

Los creyentes no pueden combatirlo con la violencia de las armas, que sólo genera más violencia, en una espiral interminable de represalias y venganzas. En cambio, es fructífero lo que queréis afirmar en estos días: “Nosotros no mataremos, nosotros nos ayudaremos, nosotros nos perdonaremos”. Son compromisos que requieren condiciones difíciles —no hay desarme sin valor, no hay ayuda sin gratuidad, no hay perdón sin verdad— pero que constituyen el único camino posible hacia la paz. Sí, porque el camino de la paz no se encuentra en las armas, sino en la justicia. Y nosotros,  los líderes religiosos somos los primeros que tenemos que sostener estos procesos, dando testimonio de que la capacidad de combatir el mal no reside en las proclamaciones, sino en la oración; no en la venganza, sino en la concordia; no en los atajos que dicta el uso de la fuerza, sino en la fuerza paciente y constructiva de la solidaridad. Porque sólo esto es verdaderamente digno del hombre. Y porque Dios no es el Dios de la guerra, sino de la paz.

Paz, una palabra clave en el actual escenario internacional. Una palabra ante la que «no podemos ser indiferentes ni neutrales». Reitero: «¡No neutrales, sino a favor de la paz! Por eso invocamos el ius pacis, como un derecho de todos a componer los conflictos sin violencia. Por eso repetimos: ¡nunca más la guerra, nunca más contra los otros, nunca más sin los otros! Salgan a la luz las tramas y los intereses, a menudo oscuros, de los que fabrican violencia, alimentando la carrera de armamentos y pisoteando la paz con los negocios»(Encuentro, cit.). La paz: una “cuarta P” que proponemos añadir a people, planet, prosperity (personas, planeta, prosperidad,) con la esperanza de que la agenda del próximo G20 la tenga en cuenta en una perspectiva lo más amplia y compartida posible, porque sólo juntos podremos abordar los problemas que, en la interconexión actual, ya no conciernen a alguno, sino a todos. También pienso en el clima y la migración. De verdad, ya no es tiempo de alianzas de unos contra otros, sino de buscar en común soluciones a los problemas de todos. Los jóvenes y la historia nos juzgarán por ello. Y vosotros, queridos amigos, os habéis reunido para ello. Así pues, os doy las gracias de corazón y os animo, acompañándoos con mis oraciones e invocando la bendición del Altísimo sobre cada uno de vosotros.

Roma, San Juan de Letrán, 7 de septiembre de 2021

Francisco

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Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 11 de septiembre de 2021.

 



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