VIDEOMENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
AL TED2017 DE VANCOUVER
[26 DE ABRIL DE 2017]
¡Buenas noches —o buenos días— no sé que hora es allí!
A cualquier hora, sin embargo, estoy contento de participar en vuestro encuentro. Me ha gustado mucho el título —“The future you”— porque, mientras mira hacia el futuro, invita ya desde ahora, al diálogo: mirando hacia el futuro, invita a dirigirse a un “tú”. “The future you”, el futuro lo haces tú, está hecho de encuentros porque la vida fluye a través de las relaciones. Varios años de vida han hecho que en mí madure cada vez más la convicción de que la existencia de cada uno de nosotros está ligada a la de los demás: la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro.
Cuando encuentro o escucho a los enfermos que sufren, a los migrantes que se enfrentan a enormes dificultades en busca de un futuro mejor, a los presos que llevan el infierno en sus corazones, a personas, sobre todo jóvenes, que no tienen trabajo, a menudo me acompaña una pregunta: “¿Por qué ellos y no yo?”. Yo también nací en una familia de emigrantes: mi padre, mis abuelos, al igual que muchos otros italianos, emigraron a Argentina y conocieron la suerte de los que se quedan sin nada. Yo también habría podido ser uno de los “descartados” de hoy. Por eso, en mi corazón está siempre esta pregunta: “¿Por qué ellos y no yo?”
Quisiera en primer lugar que este encuentro nos ayudase a recordar que todos nos necesitamos los unos a los otros, que ninguno de nosotros es una isla, un yo autónomo e independiente de los demás, que podemos construir el futuro solo si estamos juntos, sin excluir a nadie. A menudo no pensamos en ello, pero en realidad todo está relacionado y necesitamos siempre reparar nuestros enlaces: también ese duro juicio que albergo en mi corazón contra mi hermano o mi hermana, esa herida no curada, ese mal no perdonado, ese rencor que solo me hará daño, es un pedazo de guerra que llevo dentro, es un fuego en el corazón, que hay que apagar para que no se convierta en un incendio y no deje cenizas.
Muchos hoy en día, por diversas razones, parece que no creen posible un futuro feliz. Estos temores se deben tomar en serio. Pero no son invencibles. Se pueden superar si no nos encerramos en nosotros mismos. Porque la felicidad sólo se experimenta como un don de la armonía de cada detalle con el todo. Incluso las ciencias —como sabéis mejor que yo— nos indican hoy una comprensión de la realidad, donde todo existe en relación, en interacción constante con todo lo demás.
Y aquí llego a mi segundo mensaje. ¡Que bonito sería si al crecimiento de las innovaciones científicas y tecnológicas correspondiera también una equidad y una inclusión social cada vez mayores! ¡Que bonito sería que a medida que descubrimos nuevos planetas lejanos, volviéramos a descubrir las necesidades del hermano o de la hermana en órbita alrededor de mí! ¡Qué bonito sería que la fraternidad, esa palabra tan hermosa y, a veces incómoda, no se redujera exclusivamente a asistencia social, sino que se convirtiera en la actitud de fondo de las opciones en el ámbito político, económico, científico, en las relaciones entre las personas, entre los pueblos y los países! Sólo la educación a la fraternidad, a una solidaridad concreta, puede superar la “cultura del descarte” que no atañe solamente a la comida y a los bienes, sino en primer lugar a las personas que son marginadas por sistemas técnico-económicos cuyo centro a menudo —sin que nos demos cuenta— no es el ser humano, sino los productos del ser humano.
La solidaridad es una palabra que muchos quieren quitar del diccionario. La solidaridad, sin embargo, no es un mecanismo automático, no puede ser programado o controlado: es una respuesta libre que viene del corazón de cada uno. Sí, ¡una respuesta libre! Si uno entiende que su vida, aún en medio de muchas contradicciones, es un don, que el amor es el origen y el significado de la vida, ¿cómo se puede frenar el deseo de hacer el bien a los demás?
Para ser activos en el bien hace falta memoria, hace falta valor y también creatividad. Me han dicho que en TED se reúne mucha gente creativa. Sí, el amor exige una respuesta creativa, práctica e ingeniosa. No son suficientes las buenas intenciones y las fórmulas usuales, que a menudo sólo sirven para apaciguar las conciencias. Ayudémonos juntos a recordar que los otros no son estadísticas o números: el otro tiene un rostro, el “tú” es siempre un rostro concreto, un hermano al que prestar atención.
Hay una historia narrada por Jesús para que entendiéramos la diferencia entre el que no se incomoda y el que cuida del otro. Probablemente habréis oído hablar de ella: es la parábola del buen samaritano. Cuando le preguntaron a Jesús: ¿Quién es mi prójimo?, — es decir— ¿De quien debo cuidar? — Jesús contó esta historia, la historia de un hombre que los ladrones habían atacado, robado, golpeado y abandonado en medio del camino. Dos personas muy respetables en aquella época, un sacerdote y un levita, lo vieron pero pasaron de largo. Entonces llegó un samaritano, que pertenecía a un grupo étnico despreciado, y este samaritano viendo a este hombre herido en el suelo, no pasó de largo como los otros, como si nada hubiera sucedido, sino que tuvo compasión. Tuvo compasión y la compasión lo llevó a hacer cosas muy concretas: vertió aceite y vino en las heridas del hombre, lo llevó a una posada y pagó de su propio bolsillo para que lo cuidasen.
La del Buen Samaritano es la historia de la humanidad actual. En el camino de los pueblos hay heridas causadas por el hecho de que el centro lo ocupan el dinero, las cosas, no las personas. Y a menudo, la gente que se considera “respetable”, tiene la costumbre de no preocuparse por los demás, dejando a muchos seres humanos, pueblos enteros, detrás, tirados por el suelo. Pero también están aquellos que dan vida a un nuevo mundo, cuidando de los demás, incluso a sus propias expensas. De hecho —decía la Madre Teresa de Calcut — no se puede amar si no a expensas propias .
Hay mucho que hacer, y debemos hacerlo juntos. Pero ¿qué hacer, con el mal que respiramos? Gracias a Dios, ningún sistema puede cancelar la apertura hacia el bien, la compasión, la capacidad de reaccionar ante el mal que surgen del corazón del ser humano. Ahora bien, me podríais decir: “Sí, son bellas palabras, pero yo no soy el Buen Samaritano y tampoco la Madre Teresa de Calcuta”. En cambio, cada uno de nosotros es inapreciable; cada uno de nosotros es irreemplazable ante los ojos de Dios. En la noche de los conflictos que estamos atravesando, cada uno de nosotros puede ser una vela encendida que recuerda que la luz prevalece sobre la oscuridad, no al contrario.
Para nosotros, los cristianos, el futuro tiene un nombre y este nombre es esperanza. Tener esperanza no significa ser optimistas ingenuos que ignoran el drama del mal de la humanidad. La esperanza es la virtud de un corazón que no se cierra en la oscuridad, no se detiene en el pasado, no se mantiene a flote en el presente, sino que sabe ver el mañana. La esperanza es la puerta abierta hacia el porvenir. La esperanza es una semilla de vida humilde y escondida pero que se transforma con el tiempo en un gran árbol. Es como una levadura invisible, que hace subir toda la masa, que da sabor a toda la vida. Y puede hacer mucho, porque basta una pequeña luz que se alimente de la esperanza, y la oscuridad ya no será completa. Basta un hombre solo, para que haya esperanza, y ese hombre puedes ser tú. Después hay otro “tú” y otro “tú”, y entonces nos convertimos en “nosotros”. Y cuando existe el “nosotros”, ¿comienza la esperanza? No. Esa empezaba con el “tú”. Cuando existe el nosotros, comienza una revolución.
El tercer y último mensaje que me gustaría compartir hoy se refiere precisamente a la revolución: la revolución de la ternura. ¿Qué es la ternura? Es el amor que se hace cercano y concreto. Es un movimiento que procede del corazón y llega a los ojos, a los oídos, a las manos. La ternura es usar los ojos para ver al otro, usar los oídos para escuchar al otro, para oír el grito de los pequeños, de los pobres, de los que temen el futuro; escuchar también el grito silencioso de nuestra casa común, la tierra contaminada y enferma. La ternura consiste en utilizar las manos y el corazón para acariciar al otro. Para cuidarlo.
La ternura es el lenguaje de los más pequeños, del que necesita al otro: un niño se encariña y conoce a su padre y a su madre por las caricias, por la mirada, por la voz, por la ternura. Me gusta escuchar cuando el padre o la madre hablan a su niño pequeño, cuando ellos también se vuelven niños, hablando como habla él, el pequeño. Esta es la ternura, abajarse al nivel del otro. También Dios se abajó en Jesús para ponerse a nuestro nivel. Este es el camino seguido por el Buen Samaritano. Este es el camino seguido por Jesús, que se abajó, que atravesó toda la vida del ser humano con el lenguaje concreto del amor.
Sí, la ternura es el camino que han recorrido los hombres y las mujeres más valientes y fuertes. La ternura no es debilidad, es fortaleza. Es el camino de la solidaridad, el camino de la humildad. Permitidme decirlo claramente: cuanto más poderoso eres, cuanto más repercuten tus acciones en la gente, más estás llamado a ser humilde. Porque, de lo contrario, el poder te arruina y tu arruinarás a los demás. En Argentina se decía que el poder es como la ginebra bebida con el estómago vacío: hace que te dé vueltas la cabeza, te emborrachas, pierdes el equilibrio y te lleva a hacerte daño o a hacérselo a los otros, si no lo juntas con la humildad y la ternura. Con la humildad y el amor concreto, en cambio, el poder —el más alto, el más fuerte— se convierte en servicio y difunde el bien.
El futuro de la humanidad no está solamente en manos de los políticos, de los grandes líderes, de las grandes empresas. Sí, su responsabilidad es enorme. Pero el futuro está, sobre todo, en manos de las personas que reconocen al otro como un “tú” y a ellos mismos como parte de un “nosotros”.
Nos necesitamos unos a otros. Y por eso, por favor, acordaos también de mí con ternura, para que lleve a cabo la tarea que me ha sido confiada para el bien de los otros, de todos, de todos vosotros, de todos nosotros. Gracias.
* Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede
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