VIDEOMENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA 100 JORNADA DE LOS CATÓLICOS ALEMANES EN LIPSIA
Miércoles 25 de mayo de 2016
Queridos hermanos y hermanas:
Os saludo de corazón a vosotros que participáis en la centésima jornada de los católicos en Lipsia. Estoy muy contento de que os hayáis reunido en gran número. Vosotros queréis mostrar a los hombres y a las mujeres de Lipsia y de toda Alemania, que vivís el gozo del Evangelio. Tenéis buenas relaciones con los cristianos de las otras confesiones y dais un auténtico testimonio de Cristo con vuestro compromiso concreto a favor de los más débiles y necesitados.
«¡He aquí al hombre!». Os habéis reunido bajo este lema. Esto muestra de un modo muy bello lo que vale. No es el hacer o el éxito exterior lo que cuenta, sino la capacidad de detenerse, de volver la mirada, de estar atentos con los demás y de ofrecerles lo que verdaderamente les falta. Cada persona humana desea la comunión y la paz. Tiene necesidad de una convivencia pacífica. Pero esto sólo puede crecer cuando construimos también la paz interior de nuestro corazón. Muchas personas viven con una aceleración constante. Así tienden a arrasar todo lo que tienen a su alrededor. Esto repercute también en el modo con el que se trata al medio ambiente. Se trata de concederse más tiempo para recuperar la serena armonía con el mundo, con la creación, pero también con el Creador (cf. Laudato si’, 225). Buscamos en la contemplación, en la oración, alcanzar cada vez más familiaridad con Dios. Y poco a poco descubrimos que el Padre celestial quiere nuestro bien, Él quiere vernos felices, llenos de alegría y serenos.
Es esta la familiaridad con Dios que anima también nuestra misericordia. Como ama el Padre, así aman los hijos. Como es misericordioso Él, así también nosotros estamos llamados a ser misericordiosos, unos con otros (cf. Misericordiae vultus, 9). Dejémonos tocar por la misericordia de Dios también con una buena confesión, para llegar a ser cada vez más misericordiosos como el Padre.
«¡He aquí al hombre!». Muchas veces encontramos en la sociedad al hombre maltratado. Vemos cómo los demás juzgan el valor de su vida y les exigen, en la vejez y en la enfermedad, morir pronto. Vemos cómo los hombres se ven en dificultad, heridos por esto o por aquello y privados de la propia dignidad, porque no tienen trabajo o son refugiados. Vemos aquí a Jesús que sufre y martirizado, que fija la mirada en la maldad y la brutalidad en toda su extensión, que los hombres padecen o hacen padecer los unos a los otros en este mundo.
A cuantos os encontráis reunidos en Lipsia y a todos los fieles de Alemania os pido que deis cada vez más espacio en la vida a la voz de los pobres y los oprimidos. Sosteneos mutuamente compartiendo experiencias e ideas sobre cómo hacer llegar la Buena Noticia de Cristo a los hombres. Imploramos al Consolador divino, al Espíritu Santo, para que nos dé el coraje y la fuerza para ser testigos de esa esperanza, que es Dios en favor de toda la humanidad.
Y, por favor, orad también por mí. A todos vosotros que contribuís y participáis en esta fiesta de la fe, del gozo y de la esperanza, de corazón os imparto la bendición apostólica.
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