VIDEOMENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA CLAUSURA DEL 51 CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL
[CEBÚ, FILIPINAS, 24-31 DE ENERO DE 2016]
Queridos hermanos y hermanas:
Os saludo a todos vosotros que estáis reunidos en Cebú en el quincuagésimo primer Congreso eucarístico internacional. Agradezco al cardenal Bo, que es mi representante en tre vosotros, y dirijo un saludo especial al cardenal Vidal, al arzobispo Palma y a los obispos, sacerdotes y fieles en Cebú. Saludo también al cardenal Tagle y a todos los católicos en Filipinas. Estoy particularmente contento de que esta conferencia haya reunido a tantas personas del vasto continente asiático y de todo el mundo.
Visité Filipinas, hace apenas un año, poco después del tifón Yolanda. Pude constatar personalmente la profunda fe y la capacidad de recomenzar de la población.
Bajo la protección del Santo Niño, el pueblo filipino recibió el Evangelio de Jesucristo hace cerca de quinientos años.
Desde entonces, siempre dio al mundo un ejemplo de fidelidad y de profunda devoción al Señor y a su Iglesia. Fue también un pueblo de misioneros, difundiendo la luz del Evangelio en Asia, y llegando hasta los confines de la tierra.
El tema del congreso eucarístico —Cristo en vosotros. La esperanza de la gloria— es muy oportuno. Nos recuerda que Jesús resucitado está siempre vivo y presente en su Iglesia, sobre todo en la eucaristía, el sacramento de su cuerpo y su sangre.
La presencia de Cristo entre nosotros no es solamente un consuelo, sino también una promesa y una invitación.
La promesa de que un día la alegría y la paz eterna nos pertenecerán en la plenitud de su reino y una invitación a salir como misioneros, para llevar el mensaje de la ternura del Padre, de su perdón y de su misericordia a todo hombre, mujer y niño.
¡Cuánta necesidad tiene el mundo de este mensaje! Si pensamos en todos los conflictos, injusticias, crisis humanitarias urgentes que marcan nuestro tiempo, nos damos cuenta de lo importante que es para cada cristiano ser un verdadero discípulo misionero, llevando la buena nueva del amor redentor de Cristo a un mundo tan necesitado de reconciliación, justicia y paz.
Es, por lo tanto, oportuno que el congreso haya sido celebrado en el Año de la misericordia, en el que se invita a toda la Iglesia a centrarse en el corazón del Evangelio: la misericordia.
Estamos llamados a llevar el bálsamo del amor misericordioso de Dios a la familia humana entera, vendando las heridas, llevando esperanza allí donde la desesperación parece tener, tan a menudo, viento a favor.
Mientras ahora, al término de este congreso eucarístico, os preparáis para «salir», hay dos gestos de Jesús en la última cena sobre los que os pido que reflexionéis. Ambos tienen que ver con la dimensión misionera de la eucaristía. Se trata de la convivialidad y del lavatorio de los pies.
Sabemos lo importante que era para Jesús compartir su comida con sus discípulos pero no solo, sino que también y sobre todo lo hacía con los pecadores y los marginados. Sentándose a la mesa, Jesús podía escuchar a los demás, conocer sus historias, apreciar sus esperanzas y aspiraciones, y hablar con ellos del amor del Padre.
En cada Eucaristía, la mesa de la cena del Señor, debemos inspirarnos y seguir su ejemplo, yendo al encuentro de los demás, con espíritu de respeto y apertura, para compartir con ellos el don recibido.
En Asia donde la Iglesia está comprometida en un respetuoso diálogo con los seguidores de otras religiones, este testimonio profético se produce muy a menudo, como sabemos, a través el diálogo de vida.
De ahí que ese testimonio de vidas transformadas por el amor de Dios sea para nosotros la forma mejor de proclamar la promesa del reino de reconciliación, justicia y unidad para la familia humana. Nuestro ejemplo puede abrir los corazones a la gracia del Espíritu Santo que los lleva a Cristo, el salvador.
La otra imagen que nos ofrece el Señor en la última cena es el lavatorio de pies. La noche antes de su pasión, Jesús lavó los pies a sus discípulos como signo del servicio humilde, del amor incondicional con que dio su vida en la cruz para la salvación del mundo. La eucaristía es una escuela de servicio humilde. Nos enseña a estar listos para los demás. También esto es el centro del discipulado misionero.
Pienso en las consecuencias del tifón. Ha causado una inmensa devastación en Filipinas, pero también ha suscitado una gran muestra de solidaridad, generosidad y bondad. Las personas se pusieron a reconstruir no solamente sus casas sino también sus vidas. La eucaristía nos habla de esta fuerza que brota de la cruz y nos da continuamente nueva vida. Cambia los corazones. Nos lleva a preocuparnos por los demás, a proteger a los que son pobres y vulnerables y a ser sensibles al grito de nuestros hermanos y hermanas necesitados.
Nos enseña a actuar con integridad y a rechazar la injusticia y la corrupción que envenenan las raíces de la sociedad.
Queridos amigos, que este Congreso eucarístico pueda fortaleceros en vuestro amor a Cristo presente en la Eucaristía.
Pueda haceros capaces, como discípulos misioneros, de llevar esta gran experiencia de comunión eclesial y compromiso misionero a vuestras familias, parroquias y comunidades y a vuestras Iglesias locales, y pueda ser fermento de reconciliación y de paz para el mundo entero.
Ahora, al final del congreso, me complace anunciar que el próximo congreso eucarístico internacional se celebrará en el año 2020 en Budapest, Hungría.
Os pido a todos que os unáis a mí en la oración por su fecundidad espiritual y por la efusión del Espíritu Santo sobre todos los que participan en los preparativos.
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