MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
AL PRESIDENTE DEL CONSEJO PONTIFICIO «JUSTICIA Y PAZ»
CON OCASIÓN DEL ENCUENTRO
"UNA JORNADA DE REFLEXIÓN - UNIDOS A DIOS ESCUCHAMOS UN GRITO"
[ROMA, 17-19 DE JULIO DE 2015]
Al venerado hermano
Cardenal Peter Kodwo Appiah Turkson
Presidente del Consejo pontificio Justicia y paz
Señor cardenal:
Me alegra enviar mi saludo y mi aliento a los participantes en el encuentro de los representantes de comunidades dedicadas a actividades mineras, organizado por el Consejo pontificio Justicia y paz en colaboración con la red latinoamericana Iglesias y minería sobre el tema «Unidos a Dios escuchamos un grito».
Venís de situaciones diferentes y, de diversos modos, experimentáis las repercusiones de las actividades mineras realizadas tanto por grandes compañías industriales como por artesanos, o bien por agentes informales. Habéis querido reuniros en Roma, en esta jornada de reflexión que remite a un pasaje de la exhortación apostólica Evangelii gaudium (cf. nn. 187-190), para hacer resonar el grito de las numerosas personas, familias y comunidades que sufren directa o indirectamente a causa de las consecuencias muy a menudo negativas de las actividades mineras. Un grito por los terrenos perdidos; un grito por la extracción de riqueza del suelo que, paradójicamente, no ha producido riqueza para las poblaciones locales que siguen siendo pobres; un grito de dolor como reacción a la violencia, a las amenazas y a la corrupción; un grito de indignación y de ayuda por la violación de los derechos humanos, clamorosa o discretamente ultrajados en lo que concierne a la salud de las poblaciones, las condiciones de trabajo, a veces la esclavitud y el tráfico de personas que alimenta el trágico fenómeno de la prostitución; un grito de tristeza y de impotencia por la contaminación de las aguas, del aire y de los suelos; un grito de incomprensión por la ausencia de procesos inclusivos y de apoyo por parte de las autoridades civiles, locales y nacionales, que tienen el deber fundamental de promover el bien común.
Los minerales y, más generalmente, las riquezas del suelo y del subsuelo constituyen un don valioso de Dios, que la humanidad utiliza desde hace milenios (cf. Jb 28, 1-10). En efecto, los minerales son fundamentales para numerosos sectores de la vida y la actividad humana. En la encíclica Laudato si’ quise hacer un apremiante llamamiento a colaborar en el cuidado de nuestra casa común, contrastando las dramáticas consecuencias de la degradación ambiental en la vida de los más pobres y de los excluidos, y avanzando hacia un desarrollo integral, inclusivo y sostenible (cf. n. 13). Indudablemente, todo el sector minero está llamado a realizar un cambio radical de paradigma para mejorar su situación en muchos países. A esto pueden dar su contribución los gobiernos de los países de origen de las sociedades multinacionales y de aquellos en los que trabajan, los empresarios y los inversores, las autoridades locales que supervisan el desarrollo de las operaciones mineras, los obreros y sus representantes, las cadenas internacionales de aprovisionamiento con sus varios intermediarios y quienes trabajan en los mercados de estas materias, los consumidores de mercancías para la realización de las cuales se utilizan minerales. Todas estas personas están llamadas a adoptar un comportamiento inspirado en el hecho de que constituimos una única familia humana, «que todo está relacionado, y que el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás» (ibídem, n. 70).
Aliento a las comunidades representadas en este encuentro a reflexionar sobre cómo pueden interactuar constructivamente con todos los demás agentes implicados mediante un diálogo sincero y respetuoso. Deseo que esta ocasión contribuya a una mayor conciencia y responsabilidad sobre estos temas: partiendo de la dignidad humana es como se crea la cultura necesaria para afrontar la crisis actual.
Pido al Señor que vuestro trabajo de estos días sea rico en frutos, y que tales frutos puedan ser compartidos con todos los que tienen necesidad de ellos. Os pido, por favor, que recéis por mí, y con afecto os bendigo a vosotros, a vuestras comunidades de pertenencia y a vuestras familias.
Vaticano, 17 de julio de 2015
Francisco
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