VIDEOMENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
AL TÉRMINO DE LA VIGILIA DE ORACIÓN EN LA BASÍLICA DE S. MARÍA LA MAYOR
CON OCASIÓN DE LA APERTURA DEL AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA
Sábado 29 de noviembre de 2014
Queridos hermanos y hermanas:
Si bien estoy lejos físicamente con motivo de mi servicio a la Iglesia universal, me siento íntimamente unido a todos los consagrados y las consagradas en el inicio de este Año que quise se dedicase a la vida consagrada.
Saludo con afecto a todos los miembros de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, y a todos los que están presentes en la basílica de Santa María la Mayor, bajo la tierna mirada de la Bienaventurada Virgen Salus Populi Romani, para esta vigilia de oración. Con vosotros saludo también a todos los consagrados y las consagradas que viven y trabajan en el mundo.
En esta ocasión mis primeras palabras son de gratitud al Señor por el don precioso de la vida consagrada a la Iglesia y al mundo. Que este Año de la vida consagrada sea una ocasión para que todos los miembros del pueblo de Dios den gracias al Señor, de quien proviene todo bien, por el don de la vida consagrada, valorándola de modo conveniente. A vosotros, queridos hermanos y hermanas consagrados, dirijo igualmente mi gratitud por lo que sois y hacéis en la Iglesia y en el mundo: que sea un «tiempo fuerte» para celebrar con toda la Iglesia el don de vuestra vocación y para reavivar vuestra misión profética.
Os repito también hoy lo que os he dicho otras veces: «¡Despertad al mundo! ¡Despertad al mundo!». ¿Cómo?
Poned a Cristo en el centro de vuestra existencia. Siendo norma fundamental de vuestra vida «el seguimiento de Cristo tal cual lo propone el Evangelio» (Perfectae caritatis, 2), la vida consagrada consiste esencialmente en la adhesión personal a Él. Buscad, queridos consagrados, constantemente a Cristo, buscad su Rostro, que Él ocupe el centro de vuestra vida de modo que seáis transformados en «memoria viviente del modo de existir y de actuar de Jesús como Verbo encarnado ante el Padre y ante los hermanos» (Vita consecrata, 22). Como el apóstol Pablo, dejaos conquistar por Él, asumid sus sentimientos y su forma de vida (cf. ibid., 18); dejaos tocar por su mano, conducir por su voz, sostener por su gracia (cf. ibid., 40).
No es fácil, dejaos tocar por su mano, conducir por su voz, sostener por su gracia.
Y con Cristo, recomenzad siempre desde el Evangelio. Asumidlo como forma de vida y traducidlo en gestos cotidianos marcados por la sencillez y la coherencia, superando así la tentación de transformarlo en una ideología. El Evangelio conservará «joven» vuestra vida y misión, y las hará actuales y atractivas. Que el Evangelio sea el terreno sólido por donde avanzar con valentía. Llamados a ser «exégesis viviente» del Evangelio, que sea él mismo, queridos consagrados, el fundamento y la referencia última de vuestra vida y misión.
Salid de vuestro nido hacia las periferias del hombre y de la mujer de hoy. Por eso, dejaos encontrar por Cristo. El encuentro con Él os impulsará al encuentro con los demás y os conducirá hacia los más necesitados, los más pobres. Llegad hasta las periferias que esperan la luz del Evangelio (cf. Evangelii gaudium, 20). Habitad en las fronteras. Esto os pedirá vigilancia para descubrir las novedades del Espíritu; lucidez para reconocer la complejidad de las nuevas fronteras; discernimiento para identificar los límites y la forma adecuada de proceder; e inmersión en la realidad, «tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo» (ibid., 24).
Queridos hermanos y hermanas: ante vosotros se presentan muchos desafíos, pero estos están para ser superados. «Seamos realistas, pero sin perder la alegría, la audacia y la entrega esperanzada. ¡No nos dejemos robar la fuerza misionera!» (ibid., 109).
Que María, mujer en contemplación del misterio de Dios en el mundo y en la historia, mujer diligente en ayudar con prontitud a los demás (cf. Lc 1, 39) y por esto modelo de todo discípulo-misionero, nos acompañe en este Año de la vida consagrada que ponemos bajo su mirada maternal.
A todos vosotros que participáis en la vigilia de oración en Santa María la Mayor y a todos los consagrados y las consagradas imparto de corazón la bendición, y os pido, por favor, que recéis por mí.
Que el Señor os bendiga y la Virgen os proteja.
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