[RÍMINI, 24 - 30 DE AGOSTO DE 2014]
A Su Excelencia Reverendísima
Mons. Francesco Lambiasi
Obispo de Rímini
Excelencia reverendísima:
Con motivo del XXXV Meeting por la amistad entre los pueblos, me alegra hacerle llegar a usted, a los organizadores, a los voluntarios y a todos los participantes un saludo cordial y la bendición de Su Santidad el Papa Francisco, junto a mi personal deseo de todo bien para esta importante iniciativa.
El lema elegido para este año —Hacia las periferias del mundo y de la existencia— refleja una constante invitación del Santo Padre. Desde su episcopado en Buenos Aires, él se dio cuenta de que las «periferias» no sólo son lugares sino también y sobre todo personas, como dijo en su intervención durante las Congregaciones generales previas al Cónclave: «La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no sólo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria» (9 de marzo de 2013).
Por ello, el Papa Francisco agradece a los responsables del Meeting que hayan acogido y difundido su invitación a caminar en esta dirección. Una Iglesia «en salida» es la única posible según el Evangelio; así lo demuestra la vida de Jesús, que iba de pueblo en pueblo anunciando el Reino de Dios y enviaba delante de Él a sus discípulos. Para eso le había mandado el Padre al mundo.
El destino no ha dejado solo al hombre es la segunda parte del lema del Meeting: una expresión del siervo de Dios don Luigi Giussani que nos recuerda que el Señor no nos ha abandonado a nuestra suerte, no se ha olvidado de nosotros. En tiempos antiguos eligió a un hombre, Abrahán, y lo puso en camino hacia la tierra que le había prometido. Y en la plenitud de los tiempos eligió a una joven mujer, la Virgen María, para hacerse carne y venir a habitar entre nosotros. Nazaret era verdaderamente un pueblo insignificante, una «periferia» tanto desde el punto de vista político como religioso; pero fue precisamente allí donde Dios puso su mirada para llevar a cumplimiento su designio de misericordia y fidelidad.
El cristiano no tiene miedo a descentrarse, a ir hacia las periferias, porque tiene su centro en Jesucristo. Él nos libera del miedo; en su compañía podemos avanzar seguros en cualquier lugar, también en los momentos oscuros de la vida, sabiendo que, allí donde vayamos, el Señor siempre nos precede con su gracia, y nuestra alegría es compartir con los demás la buena noticia de que Él está con nosotros. Los discípulos de Jesús, tras haber cumplido una misión, regresaron entusiasmados por los éxitos obtenidos. Pero Jesús les dijo: «No os alegréis porque los demonios se sometan a vosotros; alegraos más bien porque vuestros nombres están escritos en el cielo» (Lc 10, 20-21). Nosotros no salvamos el mundo, sólo Dios lo salva.
Los hombres y mujeres de nuestro tiempo corren el gran peligro de vivir una tristeza individualista, aislada incluso en medio de una gran cantidad de bienes de consumo, de los cuales muchos siguen siendo excluidos. A menudo prevalecen estilos de vida que inducen a poner la propia esperanza en seguridades económicas o en el poder, o en el éxito puramente terreno. También los cristianos corren este riesgo. «Es cierto —afirma el Santo Padre— que en algunos lugares se produjo una “desertificación” espiritual, fruto del proyecto de sociedades que quieren construirse sin Dios» (Evangelii gaudium, 86). Pero esto no debe desanimarnos, como nos recordaba Benedicto XVI al inaugurar el Año de la fe: «En el desierto se vuelve a descubrir el valor de lo que es esencial para vivir; así, en el mundo contemporáneo, son muchos los signos de la sed de Dios, del sentido último de la vida, a menudo manifestados de forma implícita o negativa. Y en el desierto se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza» (Homilía de apertura del Año de la fe, 11 de octubre de 2012).
El Papa Francisco nos invita a colaborar, también mediante el Meeting por la amistad entre los pueblos, en este retorno a lo esencial, que es el Evangelio de Jesucristo. «Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino «por atracción»» (Evangelii gaudium, 14), es decir, «a través de un testimonio personal, de un relato, de un gesto o de la forma que el mismo Espíritu Santo pueda suscitar en una circunstancia concreta» (ibid., 128).
El Santo Padre dirige a los responsables y participantes en el Meeting dos atenciones particulares.
Ante todo, invita a no perder nunca el contacto con la realidad, es más, a ser amantes de la realidad. También esto forma parte del testimonio cristiano: en presencia de una cultura dominante que pone en primer lugar la apariencia, lo que es superficial y provisional, el desafío consiste en elegir y amar la realidad. Don Giussani lo dejó en herencia como programa de vida cuando afirmaba: «La única condición para ser siempre y verdaderamente religiosos es vivir intensamente lo real. La fórmula del itinerario que conduce hacia el significado de la realidad es vivir lo real sin cerrazón, es decir, sin renegar de nada ni olvidar nada. Pues, en efecto, no es humano, o sea, no es razonable, considerar la experiencia limitándose a su superficie, a la cresta de la ola, sin descender a lo profundo de su movimiento» (El sentido religioso, p. 165).
Por otro lado, invita a tener siempre la mirada fija en lo esencial. Los problemas más graves llegan de hecho cuando el mensaje cristiano se identifica con aspectos secundarios que no expresan el corazón del anuncio. En un mundo en el que, dos mil años después, Jesús ha vuelto a ser un desconocido en muchos países incluso de Occidente, «conviene ser realistas y no dar por supuesto que nuestros interlocutores conocen el trasfondo completo de lo que decimos o que pueden conectar nuestro discurso con el núcleo esencial del Evangelio que le otorga sentido, hermosura y atractivo» (Evangelii gaudium, 34).
Por eso, un mundo en tan rápida transformación requiere de los cristianos que estén disponibles para buscar formas o modos para comunicar con un lenguaje comprensible la novedad perenne del cristianismo. También para esto hace falta ser realistas. «Muchas veces es más bien detener el paso, dejar de lado la ansiedad para mirar a los ojos y escuchar, o renunciar a las urgencias para acompañar al que se quedó al costado del camino» (ibid., 46).
Su Santidad ofrece estas reflexiones como contribución a la semana del Meeting, para todos los participantes, en particular para los responsables, organizadores y ponentes que llegarán desde las periferias del mundo y de la existencia para testimoniar que Dios Padre no deja solos a sus hijos. El Papa espera que muchos puedan revivir la experiencia de los primeros discípulos de Jesús, quienes, al encontrarse con Él a orillas del Jordán, oyeron cómo les preguntaba: «¿Qué buscáis?». Que esta pregunta de Jesús pueda acompañar siempre el camino de cuantos visitan el Meeting por la amistad entre los pueblos.
Mientras pide que recen por Él y por su ministerio, el Papa Francisco invoca la materna protección de la Virgen Madre y de corazón envía a Su Excelencia y a toda la comunidad del Meeting la bendición apostólica.
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