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CARTA DEL PAPA FRANCISCO
AL PRESIDENTE DE LA CORTE SUPREMA ARGENTINA

 

Señor Presidente
de la Corte Suprema de Justicia
de la Nación Argentina:

Mi corazón se llenó de alegría al recibir el atento escrito que me ha dirigido, con motivo de mi elección como Obispo de Roma, y con el que me transmite su gentil felicitación. Muchas gracias por sus palabras, todas ellas colmadas de exquisita delicadeza. Pido al Señor que le retribuya con gran generosidad esta muestra de aprecio y cercanía.

Tal y como me solicita en su amable carta, cuente con mi plegaria. A Dios le hablaré de usted y del importante quehacer que desempeña, y le diré que le ayude en su ardua labor, y que asista con su luz y su gracia a cuantos imparten justicia en los distintos Tribunales de ese amado país.

Administrar justicia es una de las más insignes tareas que el hombre pude ejercer. Ciertamente no es fácil y, a menudo, no faltan dificultades, riesgos o tentaciones. Sin embargo, no se puede perder el ánimo. A este respecto, es de gran utilidad tener siempre presentes los bellos ideales de ecuanimidad, imparcialidad y nobles miras que caracterizaron a los grandes magistrados que han pasado a la historia de la humanidad por la rectitud de su conciencia, los conspicuos valores que los distinguían y la irreprochabilidad con que llevaron a cabo su servicio al pueblo. Éste va uncido a la búsqueda continua de dar en todo momento a cada uno lo que es debido. Se trata de respetar el orden, derrotar el mal, tutelar la verdad. Los que se dedican a ello han de estar adornados de virtudes humanas, en particular grandeza de espíritu, prudencia, sabiduría, integridad y fortaleza. Se requiere asimismo diligencia y abnegación en el desempeño de las propias obligaciones, pues cuando la justicia llega tarde o no llega, se engendra mucho dolor y sufrimiento, la dignidad humana queda lastimada y el derecho postergado.

Antes de despedirme, le ruego, señor presidente, que tenga la bondad de transmitir a quienes trabajan en los Tribunales de justicia argentinos mi saludo más cordial, junto con una súplica que humildemente formulo: recen por mí, pues mucho lo necesito.

Con estos sentimientos, y a la vez que pongo a todos ustedes bajo la protección de María santísima, Speculum iustitiae, para que continúe cuidándonos con amor de Madre, les imparto complacido la bendición apostólica, prenda de abundantes dones celestiales.

Vaticano, 23 de marzo de 2013

FRANCISCO

 


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