Index   Back Top Print

[ DE  - EN  - ES  - FR  - IT  - PT ]

PRIMERAS VÍSPERAS DE LA SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS
Y TE DEUM DE ACCIÓN DE GRACIAS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Basílica Vaticana
Jueves 31 de diciembre de 2015

[Multimedia]


 

¡Qué gran significado tiene encontrarnos reunidos para alabar juntos al Señor al término de este año!

La Iglesia en muchas ocasiones siente la alegría y el deber de elevar su canto a Dios con estas palabras de alabanza, que desde el siglo cuarto acompañan la oración en los momentos importantes de su peregrinación terrena. Es la alegría de la acción de gracias que brota casi espontáneamente de nuestra oración, para reconocer la presencia amorosa de Dios en los acontecimientos de nuestra historia. Pero, como sucede con frecuencia, sentimos que en la oración no es suficiente sólo nuestra voz. Ella necesita reforzarse con la compañía de todo el pueblo de Dios, que al unísono hace oír su canto de acción de gracias. Por esto, en el Te Deum pedimos ayuda a los Ángeles, a los profetas y a toda la creación para alabar al Señor. Con este himno recorremos la historia de la salvación donde, p0r un misterioso designio de Dios, encuentran lugar y síntesis los diversos acontecimientos de nuestra vida de este año pasado.

En este Año jubilar adquieren una resonancia especial las palabras finales del himno de la Iglesia: «Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de Ti». La compañía de la misericordia es luz para comprender mejor lo que hemos vivido, y esperanza que nos acompaña al inicio de un nuevo año.

Recorrer los días del año transcurrido puede presentarse como el recuerdo de hechos y acontecimientos que traen a la memoria momentos de alegría y de dolor, o bien como la ocasión para tratar de comprender si hemos percibido la presencia de Dios que todo lo renueva y sostiene con su ayuda. Estamos llamados a verificar si los acontecimientos del mundo se realizaron según la voluntad de Dios, o si hemos escuchado sobre todo los proyectos de los hombres, a menudo cargados de intereses particulares, de insaciable sed de poder y de violencia gratuita.

Y, sin embargo, hoy nuestros ojos necesitan focalizar de modo especial los signos que Dios nos ha concedido, para tocar con la mano la fuerza de su amor misericordioso. No podemos olvidar que muchas jornadas se vieron marcadas por la violencia, la muerte, el sufrimiento indecible de muchos inocentes, los refugiados obligados a abandonar su patria, los hombres, mujeres y niños sin morada estable, alimento y sustento. Aún así, cuántos grandes gestos de bondad, de amor y de solidaridad han comando los días de este año, incluso sin convertirse en noticia de los telediarios. Las cosas buenas no son noticia. Estos signos de amor no pueden y no deben ser abatidos por la prepotencia del mal. El bien vence siempre, incluso si en algún momento puede presentarse más débil y escondido.

Nuestra ciudad de Roma no es ajena a esta condición del mundo entero. Quisiera que llegase a todos sus habitantes la invitación sincera a ir más allá de las dificultades del momento presente. Que el compromiso por recuperar los valores fundamentales de servicio, honestidad y solidaridad permita superar las graves incertidumbres que han dominado el escenario de este año, y que son síntomas de escaso sentido de entrega al bien común. Que nunca falte la aportación positiva del testimonio cristiano para permitir a Roma, según su historia, y con la maternal intercesión de María Salus Populi Romani, que sea intérprete privilegiada de fe, de acogida, de fraternidad y de paz.

«A ti, oh Dios, te alabamos. […] En Ti, Señor, confié, no me vea defraudado para siempre».



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana