Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Las parábolas que hoy nos presenta la Liturgia —dos parábolas— se inspiran en la vida ordinaria, y revelan la mirada atenta de Jesús, que observa la realidad y, mediante pequeñas imágenes cotidianas, abre ventanas hacia el misterio de Dios y la historia humana. Jesús hablaba en un modo fácil de entender, hablaba con imágenes de la realidad, de la vida cotidiana. Así, nos enseña que incluso las cosas de cada día, esas que a veces parecen todas iguales y que llevamos adelante con distracción o cansancio, están habitadas por la presencia escondida de Dios, es decir, tienen un significado. Por tanto, necesitamos ojos atentos para saber “buscar y hallar a Dios en todas las cosas”.
Hoy Jesús compara el Reino de Dios, esto es, su presencia que habita el corazón de las cosas y del mundo, con el grano de mostaza, la semilla más pequeña que hay: es pequeñísima. Sin embargo, arrojada a la tierra, crece hasta convertirse en el árbol más grande (cf. Mc 4,31-32). Así hace Dios. A veces, el fragor del mundo y las muchas actividades que llenan nuestras jornadas nos impiden detenernos y vislumbrar cómo el Señor conduce la historia. Y sin embargo —asegura el Evangelio— Dios está obrando, como una pequeña semilla buena que silenciosa y lentamente germina. Y, poco a poco, se convierte en un árbol frondoso que da vida y reparo a todos. También la semilla de nuestras buenas obras puede parecer poca cosa; mas todo lo que es bueno pertenece a Dios y, por tanto, humilde y lentamente, da fruto. El bien —recordémoslo— crece siempre de modo humilde, de modo escondido, a menudo invisible.
Queridos hermanos y hermanas, con esta parábola Jesús quiere infundirnos confianza. De hecho, en muchas situaciones de la vida puede suceder que nos desanimemos al ver la debilidad del bien respecto a la fuerza aparente del mal. Y podemos dejar que el desánimo nos paralice cuando constatamos que nos hemos esforzado pero no hemos obtenido resultados y parece que las cosas nunca cambian. El Evangelio nos pide una mirada nueva sobre nosotros mismos y sobre la realidad; pide que tengamos ojos grandes que saben ver más allá, especialmente más allá de las apariencias, para descubrir la presencia de Dios que, como amor humilde, está siempre operando en el terreno de nuestra vida y en el de la historia.
Y esta es nuestra confianza, es esto lo que nos da fuerzas para seguir adelante cada día con paciencia, sembrando el bien que dará fruto. ¡Qué importante es esta actitud para salir bien de la pandemia! Cultivar la confianza de estar en las manos de Dios y, al mismo tiempo, esforzarnos todos por reconstruir y recomenzar, con paciencia y constancia.
También en la Iglesia puede arraigar la cizaña del desánimo, sobre todo cuando asistimos a la crisis de la fe y al fracaso de varios proyectos e iniciativas. Pero no olvidemos nunca que los resultados de la siembra no dependen de nuestras capacidades: dependen de la acción de Dios. A nosotros nos toca sembrar, y sembrar con amor, con esfuerzo, con paciencia. Pero la fuerza de la semilla es divina. Lo explica Jesús en la otra parábola de hoy: el campesino arroja la semilla y luego no sabe cómo produce fruto, porque es la semilla misma la que crece de manera espontánea, durante el día, por la noche, cuando él menos se lo espera (cf. vv. 26-29). Con Dios siempre hay esperanza de nuevos brotes, incluso en los terrenos más áridos.
Que María Santísima, la humilde sierva del Señor, nos enseñe a ver la grandeza de Dios que obra en las cosas pequeñas, y a vencer la tentación del desánimo: fiémonos de Él cada día.
Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Estoy especialmente cerca de la población de la región del Tigray, en Etiopía, afectada por una grave crisis humanitaria que expone a los más pobres a la carestía. Hoy hay carestía allí, hay hambre. Oremos juntos para que cesen inmediatamente las violencias, se garantice a todos asistencia alimentaria y sanitaria, y se restablezca cuanto antes la armonía social. Doy las gracias a todos los que trabajan para aliviar los sufrimientos de la gente. Recemos a la Virgen por estas intenciones. Ave María…
Ayer se celebró el Día Mundial contra el Trabajo Infantil. No es posible cerrar los ojos ante la explotación de los niños, privados del derecho de jugar, de estudiar y de soñar. Según los datos estimados por la Organización Internacional del Trabajo, los niños explotados hoy para trabajar son más de 150 millones: ¡una tragedia! 150 millones: más o menos como todos los habitantes de España, Francia e Italia juntos. ¡Esto sucede hoy! Tantos niños padecen esto: son explotados para el trabajo infantil. Renovemos todos juntos el esfuerzo para eliminar esta esclavitud de nuestros tiempos.
Esta tarde tendrá lugar en Augusta, Sicilia, la ceremonia de acogida de los restos de la barca que naufragó el 18 de abril de 2015. Que este símbolo de las muchas tragedias del mar Mediterráneo siga interpelando a la conciencia de todos y favorezca el crecimiento de una humanidad más solidaria, que abata el muro de la indiferencia. Pensémoslo: el Mediterráneo se ha convertido en el cementerio más grande de Europa.
Mañana se celebra el Día Mundial del Donante de Sangre. Doy las gracias de corazón a los voluntarios, y los animo a proseguir su obra, testimoniando los valores de la generosidad y de la gratuidad. ¡Muchas gracias, gracias!
Y saludo cordialmente a todos vosotros, procedentes de Roma, de Italia y de otros países, en particular a los peregrinos llegados en bicicleta desde Sedigliano y desde Bra; a los fieles de Forlì y a los de Cagliari.
Os deseo a todos un feliz domingo. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!
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