PAPA FRANCISCO
ÁNGELUS
Plaza de San Pedro
Domingo 26 de enero de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo relata los inicios de la vida pública de Jesús en las ciudades y en los poblados de Galilea. Su misión no parte de Jerusalén, es decir, del centro religioso, centro incluso social y político, sino que parte de una zona periférica, una zona despreciada por los judíos más observantes, con motivo de la presencia en esa región de diversas poblaciones extranjeras; por ello el profeta Isaías la indica como «Galilea de los gentiles» (Is 8, 23).
Es una tierra de frontera, una zona de tránsito donde se encuentran personas diversas por raza, cultura y religión. La Galilea se convierte así en el lugar simbólico para la apertura del Evangelio a todos los pueblos. Desde este punto de vista, Galilea se asemeja al mundo de hoy: presencia simultánea de diversas culturas, necesidad de confrontación y necesidad de encuentro. También nosotros estamos inmersos cada día en una «Galilea de los gentiles», y en este tipo de contexto podemos asustarnos y ceder a la tentación de construir recintos para estar más seguros, más protegidos. Pero Jesús nos enseña que la Buena Noticia, que Él trae, no está reservada a una parte de la humanidad, sino que se ha de comunicar a todos. Es un feliz anuncio destinado a quienes lo esperan, pero también a quienes tal vez ya no esperan nada y no tienen ni siquiera la fuerza de buscar y pedir.
Partiendo de Galilea, Jesús nos enseña que nadie está excluído de la salvación de Dios, es más, que Dios prefiere partir de la periferia, de los últimos, para alcanzar a todos. Nos enseña un método, su método, que expresa el contenido, es decir, la misericordia del Padre. «Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 20).
Jesús comienza su misión no sólo desde un sitio descentrado, sino también con hombres que se catalogarían, así se puede decir, «de bajo perfil». Para elegir a sus primeros discípulos y futuros apóstoles, no se dirige a las escuelas de los escribas y doctores de la Ley, sino a las personas humildes y a las personas sencillas, que se preparan con diligencia para la venida del reino de Dios. Jesús va a llamarles allí donde trabajan, a orillas del lago: son pescadores. Les llama, y ellos le siguen, inmediatamente. Dejan las redes y van con Él: su vida se convertirá en una aventura extraordinaria y fascinante.
Queridos amigos y amigas, el Señor llama también hoy. El Señor pasa por los caminos de nuestra vida cotidiana. Incluso hoy, en este momento, aquí, el Señor pasa por la plaza. Nos llama a ir con Él, a trabajar con Él por el reino de Dios, en las «Galileas» de nuestros tiempos. Cada uno de vosotros piense: el Señor pasa hoy, el Señor me mira, me está mirando. ¿Qué me dice el Señor? Y si alguno de vosotros percibe que el Señor le dice «sígueme» sea valiente, vaya con el Señor. El Señor jamás decepciona. Escuchad en vuestro corazón si el Señor os llama a seguirle. Dejémonos alcanzar por su mirada, por su voz, y sigámosle. «Para que la alegría del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra y ninguna periferia se prive de su luz» (ibid., 288).
Después del Ángelus
Ahora veis que no estoy solo: estoy acompañado por dos de vosotros, que subieron aquí. ¡Son buenos estos dos!
Se celebra hoy la jornada mundial de los enfermos de lepra. Esta enfermedad, incluso estando en retroceso, lamentablemente afecta todavía a muchas personas en condiciones de grave miseria. Es importante mantener viva la solidaridad con estos hermanos y hermanas. A ellos les aseguramos nuestra oración; y rezamos también por todos aquellos que les asisten y, de diferentes formas, se empeñan por desafiar este morbo.
Soy cercano con la oración a Ucrania, en particular a cuantos perdieron la vida en estos días y a sus familias. Deseo que se desarrolle un diálogo constructivo entre las instituciones y la sociedad civil y, evitando todo recurso a la violencia, prevalezca en el corazón de cada uno el espíritu de paz y la búsqueda del bien común.
Hoy hay muchos niños en la plaza. ¡Muchos! También con ellos deseo dirigir un recuerdo a Cocò Campolongo, que a los tres años fue quemado en un coche en Cassano all’ Jonio. Este ensañamiento sobre un niño tan pequeño parece no tener precedentes en la historia de la criminalidad. Recemos con Cocò, que seguramente está con Jesús en el cielo, por las personas que cometieron este crimen, para que se arrepientan y se conviertan al Señor.
En los próximos días, millones de personas que viven en el Lejano Oriente o diseminadas en varias partes del mundo, entre ellos chinos, coreanos y vietnamitas, celebran el inicio del año nuevo lunar. A todos ellos deseo una existencia llena de alegría y esperanza. Que el anhelo irreprimible de fraternidad, que albergan en su corazón, encuentre en la intimidad de la familia el lugar privilegiado donde ser descubierto, educado y realizado. Será ésta una preciosa aportación a la construcción de un mundo más humano, donde reine la paz.
Ayer, en Nápoles, fue proclamada beata María Cristina de Saboya, que vivió en la primera mitad del siglo diecinueve, reina de las dos Sicilias. Mujer de profunda espiritualidad y de gran humildad, supo hacerse cargo de los sufrimientos de su pueblo, convirtiéndose en auténtica madre de los pobres. Su ejemplo extraordinario de caridad testimonia que la vida buena del Evangelio es posible en todo ambiente y condición social.
Me dirijo ahora a los muchachos y a las muchachas de la Acción Católica de la diócesis de Roma. Queridos chavales, también este año, acompañados por el cardenal vicario, habéis venido numerosos al término de vuestra «Caravana de la paz». Os agradezco. Os agradezco mucho. Escuchemos ahora el mensaje que vuestros amigos, aquí junto a mí, nos leerán.
[Lectura del mensaje]
Y ahora estos dos buenos muchachos lanzarán las palomas, símbolo de paz.
A todos deseo un feliz domingo y buen almuerzo. ¡Hasta la vista!
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