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[Testo consegnato - Non completo di eventuali aggiunte a braccio]

 

TESTIMONIO

Introducción a la ficha B2.3

Sr Gloria Liliana FRANCO ECHEVERRI, O.D.N.

 

A la hora de pensar en la misión de las mujeres en la Iglesia, conviene mirar a Jesús, aprender de Él.  El Evangelio da cuenta de una disposición de Jesús para ver y sentir a las mujeres[1], levantarlas[2], dignificarlas[3], enviarlas[4].  La verdadera reforma viene del encuentro con Jesús, al eco de su Palabra, en el aprendizaje de sus actitudes y criterios, en la asimilación de su estilo. 

Desde esta convicción, quisiera comenzar trayendo ecos de lo que viven algunas mujeres:

Doña Rosa tiene setenta años, todas las tardes sale a visitar a los enfermos del barrio, cuida de que tengan alimentos y vida digna.  Hasta hace seis meses, ella les llevaba también la comunión, pero el nuevo párroco le ha dicho, que esa ya no es una misión para ella.  Que la comunión la llevarán los ministros de la Eucaristía, varones a los que se ha equipado con un vistoso uniforme.  Ella sigue recorriendo las calles de su barrio, visitando a los enfermos, ya no puede llevar a Jesús Eucaristía, los protocolos se lo impiden, pero ella, todas las noches, después de orar, se acuesta, sintiendo que Dios la lleva a ella y que, a través de ella, Él es autentico consuelo para los más frágiles.

Martha terminó su doctorado en Teología, con calificaciones mejores que las de sus compañeros varones; la Universidad Pontificia en la que se graduó, decidió, que no le podía dar un título canónico porque ella es mujer, que el suyo sería un título civil; sin embargo, eso ya se constituye en un logro, porque hasta hace pocos años, las mujeres en su país no podían estudiar teología, sólo Ciencias Religiosas.

Otras, muchas mujeres, no tienen sitio en el Consejo parroquial o diocesano, a pesar de que ellas son las maestras, las catequistas por los ríos, las que curan las heridas a los enfermos, las que atienden los migrantes, las que orientan a los jóvenes y juegan con los niños.  Las que alimentan la fe en las paraliturgias y con creatividad sostienen la esperanza cuando aturde la violencia. Desde la óptica de los miembros de muchos Consejos, la misión de las mujeres es muy maternal, básica y pastoral, y los objetivos de los Consejos son para ellos, más administrativos y estratégicos.

El 28 de septiembre al llegar a Roma, fui a la Eucaristía, detrás de mí, estaba una mamá con sus dos hijos.  Al momento de la comunión, ella le preguntó a su hijo mayor: ¿Vas a comulgar? Inmediatamente, la niña pequeña, de seis años -después supe que se llamaba María Antonia-, le pregunto: Mamá, ¿qué es comulgar?  Confieso que esa pregunta me ha resonado con fuerza durante todos estos días de Asamblea Sinodal.

La andadura de las mujeres en la Iglesia está llena de cicatrices, de coyunturas que han supuesto dolor y redención, trama pascual, en el cual lo evidente y definitivo ha sido el amor de Dios; amor que permanece más allá del empeño de algunos por invisibilizar la presencia y el aporte de las mujeres en la construcción de la Iglesia. La Iglesia tiene rostro de Mujer: las Asambleas, los grupos parroquiales, las celebraciones litúrgicas, los ministerios apostólicos de las comunidades, la calidad de la reflexión y la calidez de la entrega de la Iglesia se teje muchas y mayoritarias veces, en el vientre de las mujeres.  De esto, es posible dar cuenta, en todos los contextos. 

La Iglesia que es madre y maestra, es también hermana y discípula, es femenina, y eso no excluye a los varones, porque en todos, varones y mujeres, habita la fuerza de lo femenino[5], de la sabiduría, la bondad, la ternura, la fortaleza, la creatividad, la parresia y la capacidad de dar la vida y enfrentar las situaciones con osadía.

Todos, mujeres y varones estamos llamados a ser vientre, casa, caricia, abrazo, palabra… Una Iglesia femenina tiene la fuerza de la fecundidad.  Esa que le viene dada por la RUAH.  En el proceso sinodal en nuestro continente, vamos experimentando que una Iglesia misionera, que late al ritmo de lo femenino es una Iglesia con estas perspectivas: 

1.     La Persona de Jesús y el Evangelio son quienes convocan.  El encuentro es para hacer memoria y actualizar el compromiso en la consciencia de ser enviados, discípulos misioneros.  En ella, se hace lectura de fe de los hechos y el discernimiento está a la base de cualquier proceso o acción.

  1. La inclusión y la participación en la toma de decisiones brotan de la consciencia de la identidad:  Pueblo de Dios y por el Bautismo portadores de la misma dignidad.
  2. La opción por el cuidado de toda forma de vida es la opción por el Reino. Se propende por la construcción de comunidades en las que se tiende naturalmente a levantar al caído, a curar las heridas, en la que hay lugar para el desheredado, y se trabaja por la dignidad humana, el bien común, por los derechos de las personas y de la tierra.
  3. Un nuevo modo de establecer las relaciones hace posible una renovada identidad: más circular, fraterna y sororal. Con nuevas ministerialidades, en la cual se tejen relaciones de solidaridad y cercanía. El vínculo se establece más allá de lo jerárquico y lo funcional, en ese espacio existencial llamado comunidad y en el que todos nos sentimos humanos-hermanos.
  4. Se cree en el valor de los procesos, se prioriza la escucha y se reconoce que la fecundidad es fruto de la gracia, de la acción del Espíritu, único capaz de hacer nuevas todas las cosas.

Al fondo del deseo y el imperativo de una mayor presencia y participación de las mujeres en la Iglesia, no hay una ambición de poder o un sentimiento de inferioridad, tampoco una búsqueda egolatría de reconocimiento, hay un clamor, por vivir en fidelidad el proyecto de Dios, que quiere, que en el pueblo, con el cual Él hizo alianza, todos se reconozcan en condición de hermanos.  Se trata de un derecho a la participación y a la igual corresponsabilidad en los discernimientos y en la toma de decisiones, pero es fundamentalmente un anhelo de vivir con consciencia y en coherencia, con la dignidad común que a todos da el bautismo.  Un deseo de servir.

Ojalá al concluir este proceso sinodal, todos podamos mirar de frente, a los ojos de la pequeña María Antonieta y responderle, que comulgar es caminar en condición de hermanos y con la mirada puesta en Jesús, actualizar ese banquete en el que hay lugar para todos, el amor se traduce en obras y la verdad que a todos nos abriga, es simple y llanamente el Evangelio.

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[1] Mc. 5, 21-34.

 

 

[2] Juan 8, 1-11.

 

 

[3] Marcos 7, 24-30.

 

 

[4] Juan 20, 11-18.

 

 

[5] Lo masculino/femenino es una polaridad dinámica y sin exclusiones.  En el terreno de la consciencia, según Beatrice Bruteau y Felicity Edwards, en cada persona hay lo masculino que es specialized, analytical, focused y lo femenino que es general, intuitive, holistic (véase F. Edwards, “Spirituality, Consciousness and Gender Identification: a neo-feminist perspective”, en U. Religion and Gender, Oxford: Blackwell, 1995, 181-182).