Pubblichiamo di seguito l’omelia che S.E. Mons. Edgar Peña Parra, Sostituto per gli Affari Generali della Segreteria di Stato ha pronunciato ieri, 13 luglio 2024, nel corso della Celebrazione Eucaristica nella Basilica di Suyapa in Honduras:
Omelia di S.E. Mons. Edgar Peña Parra
Queridos hermanos en el episcopado,
Querido Señor Nuncio Apostólico,
Querido Monseñor Giacomo, Secretario de la Nunciatura Apostólica en Honduras, queridos sacerdotes, diáconos, seminaristas, religiosos, religiosas,
distinguidas autoridades civiles y miembros del Cuerpo Diplomático,
hermanos y hermanas todos en el Señor:
Hoy, lleno de gratitud, regreso a ésta que es mi casa con un encargo que colma de alegría mi corazón: transmitirles a todos ustedes el cálido saludo que su Santidad, el Papa Francisco, les dirige como Padre y Pastor. El martes pasado, cuando pasé a despedirme y le informé de esta visita, me recomendó vivamente que le trasmitiera al pueblo hondureño su afecto y el recuerdo constante en sus oraciones y que les pidiera a todos ustedes que, delante de nuestra Madre de Suyapa, por favor. rezaran por él.
Después de los cuatro años de mi servicio en la Nunciatura Apostólica, la última vez que tuve la oportunidad de venir como peregrino a esta hermosa Basílica de Nuestra Señora de Suyapa fue en el año 2011. Desde la primera vez me sentí acogido por la maternal presencia de Nuestra Señora en esta su casa y también arropado por el cariño de ustedes, queridos hermanas y hermanos hondureños, que desde el principio me hicieron sentir en familia. Ahora, pasado más de un decenio, lleno de emoción, conmovido y agradecido, vuelvo a este País que considero como mi hogar y, particularmente, a este sagrado lugar, para encomendar a la amorosa intercesión de Santa María, Madre de Dios, la Iglesia, el Santo Padre y su ministerio de pastor universal, así como mi persona y el amado pueblo hondureño.
Como acabamos de escuchar en el Evangelio, después del anuncio del Ángel «María se puso en camino» (Lc 1,39), no se quedó estática, paralizada y atónita evocando el sentido del mensaje recibido, sino que se puso rápidamente en camino. El camino de María es asimismo el camino de la Iglesia. María, como también la Iglesia, aún sin dejar de caminar sabe también detenerse. Por eso, este santuario de Suyapa ―que ocupa un lugar especial en el corazón de toda la maravillosa gente de este país―, como cada uno de los santuarios marianos que se encuentran dispersos por la geografía del mundo, son como una parada intermedia en el camino, un recodo en la ruta de la vida, donde María nos espera a todos para reconfortar nuestros corazones fatigados y adoloridos, y aliviar los sufrimientos que nunca faltan en el duro trayecto de la existencia.
En su amor infinito, Dios ha dispuesto que cada santuario mariano sea un rincón donde la Virgen, atenta y vigilante, acoge a sus hijos y les recuerda que ella continúa acompañándolos en su peregrinación hacia la Patria celestial. Por lo cual, el caminar de María es también el caminar de la Iglesia. María es madre que camina con la Iglesia, que también es madre, nuestra madre. Por esa razón, todos nosotros, Pastores y fieles, hijos e hijas de la Iglesia, estamos en este santuario de Suyapa venerando y honrando a María, Madre nuestra y Madre de Dios, patrona y protectora del querido pueblo hondureño; y le suplicamos que nos muestre el Camino, que es su Hijo Jesucristo, rogándole con la hermosa y antigua invocación “iter para tutum”, que proteja nuestro camino, que lo haga seguro y nos ayude a no extraviarnos en sendas de tinieblas y sombras de muerte.
María, a través del misterio de la Anunciación y de la Visitación, es el ejemplo que todos nosotros estamos invitados a seguir. Ella, que primero acogió a Jesús en su existencia y, luego, compartió lo que había recibido, es el modelo de todo creyente. Cada vez que recibimos a Jesús en la santa Comunión, Él se hace carne en nuestra vida y nos apremia a acogerlo y honrarlo en la carne de los más pobres y abandonados.
Queridos hermanos y hermanas, en este tiempo tristemente marcado por el horror de la guerra, el maltrato de nuestra casa común, la pobreza escandalosa y arrogante que golpea a tantos de nuestros prójimos, imploremos la intercesión de Nuestra Señora de Suyapa para que, al igual que ella, también nosotros acojamos en nuestro corazón al que es la Palabra, y demos testimonio al mundo entero de que sólo Jesucristo es el centro vivo que puede dar sentido a la vida, y la fuente para sustentar la verdadera fraternidad fundada en la justicia, la paz y la reconciliación.
Hoy llegando al final de mi visita al amado pueblo hondureño, quisiera renovarles nuevamente los mejores votos del Santo Padre y animarlos a suplicar incansablemente a la Patrona de Honduras que proteja a la Iglesia, al Papa, a esta Nación y al mundo entero. Y que con amorosa solicitud maternal siga cuidando y protegiendo la misión que Dios nos ha encomendado a cada uno de nosotros, y nos comprometamos a ser testigos del amor misericordioso del Padre ―fuente de la que siempre nace y renace la alegría―, constructores de fraternidad y colaboradores del Señor en la edificación de una civilización fundada en el amor.
Que así sea.
[01177-ES.01] [Texto original: Español]
[B0572-XX.01]