Sala Stampa

www.vatican.va

Sala Stampa Back Top Print Pdf
Sala Stampa


Udienza alle Superiore e Delegate delle Carmelitane Scalze, 18.04.2024


Discorso del Santo Padre

Traduzione in lingua italiana

Traduzione in lingua inglese

Questa mattina, nel Palazzo Apostolico Vaticano, il Santo Padre Francesco ha ricevuto in Udienza le Superiore e le Delegate delle Carmelitane Scalze e ha rivolto loro il discorso che riportiamo di seguito:

Discorso del Santo Padre

Buenos días, ¡bienvenidas!

Yo voy a hablar en castellano.

Me alegra encontrarme con ustedes mientras están reunidas para reflexionar juntas y trabajar en la revisión de sus Constituciones, aquellas del 90, las anteriores, que sé yo, trabajen entre ustedes. Es una cita importante que no responde sólo a una necesidad humana al natural devenir de la vida comunitaria; se trata más bien de un “tiempo del Espíritu” que están llamadas a vivir como ocasión de oración y discernimiento. Permaneciendo interiormente abiertas a lo que el Espíritu Santo quiera sugerirles, tienen la tarea de encontrar nuevos lenguajes, nuevos caminos y nuevos instrumentos que impulsen con mayor entusiasmo la vida contemplativa que el Señor les ha llamado a abrazar, de modo que el carisma se conserve —el carisma es el mismo— y que pueda llegar a ser entendido y a atraer muchos corazones, para la gloria de Dios y el bien de la Iglesia. Cuando un Carmelo funciona bien, atrae, atrae, ¿no es cierto? Es como la luz con las moscas, atrae, atrae.

Revisar las Constituciones significa precisamente esto: recoger la memoria del pasado —no hay que renegar de esto— para mirar al futuro. En efecto, ustedes me enseñan que la vocación contemplativa no lleva a custodiar cenizas, sino a alimentar un fuego que arda de manera siempre nueva y pueda dar calor a la Iglesia y al mundo. Por ello, la memoria de la historia de ustedes, y de todo lo que a lo largo de los años han hecho acopio las Constituciones, es una riqueza que debe permanecer abierta a las sugerencias del Espíritu Santo, a la perenne novedad del Evangelio, a los signos que el Señor nos da por medio de la vida y de los desafíos humanos, y así se conserva un carisma. No cambia, escucha y se abre a lo que el Señor quiere en cada momento.

Y esto vale en general para todos los institutos de vida consagrada, pero ustedes las claustrales lo experimentan en modo particular, porque viven de lleno la tensión entre la separación del mundo y la inmersión en el mismo. Ustedes, ciertamente, no se refugian en una consolación espiritual intimista o en una oración alejada de la realidad; por el contrario, el suyo es un camino en el que es necesario dejarse afectar por el amor de Cristo hasta unirse a Él, a fin de que este amor impregne toda la existencia y se exprese en cada gesto y en cada acción cotidiana. El dinamismo de la contemplación es siempre un dinamismo de amor, es siempre una escalera que nos eleva a Dios no para separarnos de la tierra, sino para hacérnosla vivir en profundidad, como testigos del amor recibido.

La santa madre lo enseña con su sabiduría y con su fe ardiente. Ella estaba convencida de que la unión mística e interior con la que Dios une el alma a sí, como “sellándola” con su amor, impregna y trasforma toda nuestra vida, sin separarnos de las ocupaciones cotidianas o sugerirnos una fuga en las cosas del espíritu. Teresa afirma que es necesario un tiempo consagrado al silencio y a la oración, que debe ser entendido como fuente del apostolado y de todos aquellos menesteres cotidianos que el Señor nos pide para servir a la Iglesia. Ella, de hecho, afirma: «Marta y María han de andar juntas para hospedar al Señor y tenerle siempre consigo, y no le hacer mal hospedaje no le dando de comer. ¿Cómo se lo diera María, sentada siempre a sus pies, si su hermana no le ayudara? Su manjar es que de todas las maneras que pudiéremos lleguemos almas para que se salven y siempre le alaben» (Santa Teresa de Jesús, Las Moradas, VII, IV, 12). Hasta aquí la cita, que ustedes conocen mejor que yo.

De este modo, la vida contemplativa no corre el riesgo de reducirse a una forma de inercia espiritual, que distrae de las responsabilidades de la vida cotidiana —un cura que no conoce a este tipo de mística las llamaba “las monjas soñolientas”, que viven durmiendo—, sino que la vida contemplativa continúa proporcionando la luz interior para el discernimiento. ¿Y qué luz necesitan ustedes para revisar las Constituciones, afrontando los numerosos problemas concretos de los monasterios y de la vida comunitaria? La luz es esta: la esperanza en el Evangelio. Pero siempre arraigado a los padres fundadores, a la madre fundadora y a san Juan.

La esperanza del Evangelio es distinta de las ilusiones fundadas sobre cálculos humanos. Significa abandonarse en Dios, aprender a leer los signos que nos da para discernir el futuro, saber tomar alguna decisión audaz y arriesgada aun cuando en ese momento permanece oculta la meta hacia la que nos va a conducir. Es no confiar solamente en las estrategias humanas, las estrategias defensivas cuando se trata de reflexionar sobre un monasterio que hay que salvar o abandonar, sobre las formas de vida comunitaria, o sobre las vocaciones. Las estrategias defensivas son fruto de una vuelta nostálgica al pasado; eso no funciona, la nostalgia no funciona, la esperanza evangélica va por otro lado, nos da la alegría de la historia vivida hasta hoy, pero nos hace capaces de mirar al futuro, con esas raíces que hemos recibido. Y eso se llama conservar el carisma, la ilusión de andar adelante, y eso sí que funciona.

Miren al futuro. Esto les deseo. Miren al futuro con esperanza evangélica, con los pies descalzos, es decir, con la libertad del abandono en Dios. Miren al futuro con las raíces en el pasado. Y que ese estar totalmente sumergidas en la presencia del Señor les dé siempre la alegría de la fraternidad y del amor recíproco. Que la Virgen las acompañe. De corazón las bendigo a todas ustedes, bendigo sus trabajos en estos días, bendigo sus comunidades, bendigo las monjas del monasterio. Y les pido que sigan rezando por mí, a favor, no en contra.

[00657-ES.01] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua italiana

Buongiorno, benvenute!

Parlerò in castigliano.

Sono contento di incontrarvi mentre siete riunite per riflettere insieme e lavorare alla revisione delle vostre Costituzioni, quelle del ’90, o quelle precedenti, non so, lavorate tra voi. È un appuntamento importante, perché non risponde soltanto a una necessità umana, alle contingenze della vita comunitaria: si tratta invece di un “tempo dello Spirito”, che siete chiamate a vivere come occasione di preghiera e di discernimento. Restando interiormente aperte a ciò che lo Spirito Santo vuole suggerirvi, avete il compito di trovare nuovi linguaggi, nuove vie e nuovi strumenti per dare ancora maggiore slancio alla vita contemplativa che il Signore vi ha chiamato ad abbracciare, perché il carisma si conservi – il carisma è lo stesso – e che possa essere compreso e attirare tanti cuori, per la gloria di Dio e per il bene della Chiesa. Quando un Carmelo funziona bene attira, attira, non è vero? È come la luce con le mosche, attira, attira.

Rivedere le Costituzioni significa proprio questo: raccogliere la memoria del passato – non bisogna rinnegarlo – per guardare al futuro. In effetti, voi mi insegnate che la vocazione contemplativa non porta a custodire delle ceneri, ma ad alimentare un fuoco che arda in maniera sempre nuova e riscaldi la Chiesa e il mondo. Perciò, la memoria della vostra storia e di quanto negli anni è maturato nelle Costituzioni è una ricchezza che deve restare aperta alle suggestioni dello Spirito Santo, alla perenne novità del Vangelo, ai segni che il Signore ci dona attraverso la vita e le sfide umane. Così si conserva un carisma. Non cambia, ascolta e si apre a ciò che il Signore vuole in ogni momento.

Questo vale in generale per tutti gli istituti di vita consacrata, ma voi claustrali lo sperimentate in modo particolare, perché vivete in pieno la tensione tra la separazione dal mondo e l’immersione in esso. Voi infatti non vi rifugiate in una consolazione spirituale intimistica o in una preghiera avulsa dalla realtà; al contrario, il vostro è un cammino in cui ci si lascia coinvolgere dall’amore di Cristo fino ad unirsi a Lui, perché questo amore pervada tutta l’esistenza e si esprima in ogni gesto e in ogni azione quotidiana. Il dinamismo della contemplazione è sempre un dinamismo d’amore, è sempre una scala che ci eleva a Dio non per staccarci dalla terra, ma per farcela abitare in profondità, come testimoni dell’amore ricevuto.

Con la sua sapienza e la sua fede ardente, la santa madre ve lo insegna. Ella è convinta che l’unione mistica e interiore con la quale Dio lega l’anima a sé, quasi “sigillandola” col suo amore, pervade e trasforma tutta la vita, senza staccare dalle occupazioni quotidiane o suggerire una fuga nelle cose dello spirito. Teresa afferma che è necessario un tempo consacrato al silenzio e all’orazione, ma bisogna intenderlo come la sorgente dell’apostolato e di tutte quelle mansioni quotidiane che il Signore ci chiede per servire la Chiesa. Ella infatti afferma: «Marta e Maria devono offrire insieme ospitalità al Signore, trattenerlo sempre presso di loro, e non fargli cattiva accoglienza non dandogli da mangiare. Come lo nutrirebbe Maria, sempre seduta ai suoi piedi, se la sorella non la aiutasse? Il suo nutrimento è lo sforzo che facciamo di avvicinare le anime a Lui in tutti i modi possibili, perché esse si salvino e non cessino di lodarlo» (S. Teresa d’Avila, Mansioni, VII, IV, 14). Fin qui la citazione, che conoscete meglio di me.

In questo modo, la vita contemplativa non rischia di ridursi a un’inerzia spirituale, che distoglie dalle incombenze della vita quotidiana. Un prete che non conosceva questo tipo di mistica le chiamava “le monache sonnolente”, che vivono dormendo. Ma la vita contemplativa continua a fornire la luce interiore per il discernimento. E di quale luce avete bisogno per rivedere le Costituzioni, affrontando i tanti problemi concreti dei monasteri e della vita comunitaria? La luce è questa: la speranza nel Vangelo. Ma sempre radicato nei padri fondatori, nella madre fondatrice e in san Giovanni.

La speranza del Vangelo è diversa dalle illusioni fondate sui calcoli umani. Significa abbandonarsi a Dio, imparare a leggere i segni che ci dona per discernere il futuro, saper fare qualche scelta audace e rischiosa anche se sul momento rimane ignota la meta verso cui ci condurrà. Significa non affidarci soltanto alle strategie umane, alle strategie difensive quando si tratta di riflettere su un monastero da salvare o da lasciare, sulle forme della vita comunitaria, sulle vocazioni. Le strategie difensive sono frutto di un nostalgico ritorno al passato; questo non funziona, la nostalgia non funziona, la speranza evangelica va in un’altra direzione: ci dona la gioia della storia vissuta fino ad oggi ma ci rende capaci di guardare avanti, con quelle radici che abbiamo ricevuto. Questo si chiama conservare il carisma, la voglia di andare avanti, e questo sì che funziona.

Guardate avanti. Questo voglio augurarvi. Guardate avanti con la speranza evangelica e con i piedi scalzi, cioè con la libertà dell’abbandono in Dio. Guardate al futuro con le radici nel passato. E questo essere totalmente immerse nella presenza del Signore vi dia sempre anche la gioia della fraternità e dell’amore vicendevole. La Madonna vi accompagni. Di cuore benedico tutte voi, benedico il vostro lavoro di questi giorni, benedico le vostre comunità, benedico le monache del monastero. E vi chiedo di continuare a pregare per me. A favore, non contro! Grazie.

[00657-IT.01] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua inglese

Good morning and welcome!

I am going to speak to you in Spanish.

I am pleased to meet with you as you gather for reflection and work on the revision of your Constitutions, the prior ones from the 1990s, which you have been working on amongst yourselves. This is a significant undertaking, not only because it responds to a natural human need, the contingencies of community life, but also because it is a “season of the Spirit”, an occasion to devote yourselves to prayer and discernment. Remaining inwardly open to the working of the Holy Spirit, you are challenged to discover new language, new ways and new means to give greater impetus to the contemplative life that the Lord has called you to embrace, so that the charism of Carmel may be preserved – the charism which is always the same – and that it may become understood and attract many hearts, for the glory of God and the good of the Church. When a Carmel works well, it attracts, it attracts, doesn't it? It is like light with flies, it attracts, it attracts.

Revising Constitutions means precisely this: recollecting the past – we must not deny this – in order to look to the future. Indeed, you make me think of how the contemplative vocation is not about tending embers, but rather about fanning into flame a fire that can continue to burn and provide warmth to the Church and the world. The memory of your history and the elements in the Constitutions that have matured over the years is thus a source of richness that needs to remain open to the promptings of the Holy Spirit, to the perennial newness of the Gospel and to the signs that the Lord shows us through the experiences of life and human challenges, and in this way a charism is preserved. It does not change, it listens and is open to what the Lord wants at every moment.

This is generally true for all Institutes of consecrated life, but you, as cloistered women, realize it in a particular way, because your lives embody the tension between separation from the world and immersion in it. Far from seeking refuge in interior spiritual consolations or a prayer divorced from reality, yours is a journey in which you allow yourselves to be touched by the love of Christ and union with him, so that his love can pervade your entire existence and find expression in all that you say and do. The path of contemplation is inherently a path of love. It serves as a ladder that raises us up to God, not to separate us from the world but to ground us more deeply in it, as witnesses of the love we have received.

This is the lesson that, with her wisdom and ardent faith, your holy Mother teaches you. She was convinced that the mystical and interior union by which God binds the soul to himself, “sealing” it, as it were, by his love, permeates and transforms our whole life, without ever withdrawing us from our daily responsibilities or suggesting a flight into spiritual matters alone. She made clear that time devoted to silence and prayer is necessary, yet need to be seen as the wellspring of the apostolate and of all the daily duties that the Lord calls us to carry out in service to the Church. As she says: “Martha and Mary must entertain our Lord and keep him as their guest, nor must they be so inhospitable as to offer him no food. How can Mary do this while she sits at his feet, if her sister does not help her? His food is that in every possible way we should draw souls to him so that they may be saved and may praise him forever” (SAINT TERESA OF AVILA, The Interior Castle VII, IV, 17-18). That is the quotation, which you know better than I do.

In this way, the contemplative life will not risk degenerating into a spiritual inertia that withdraws from the tasks of daily life – a priest who did not know this type of mysticism called them “the drowsy nuns”, who live in sleep – and it will continue to provide the interior light needed for discernment. And what is the light that you need to revise your Constitutions and address the many concrete problems of monasteries and of community life? That light is none other than the hope of the Gospel, yet always rooted in your founding fathers and your Mother foundress and in Saint John.

Evangelical hope differs from illusions based on human calculations. It entails surrendering ourselves to God, learning to read the signs he gives us to discern the future, having courage to make certain bold and risky decisions, even without knowing where they will eventually lead. Above all, it means not thinking only in human and defensive terms when reflecting on whether to preserve or close a monastery, on structures of community life, on vocations. Defensive strategies are often the fruit of a nostalgic longing for the past – that does not work, nostalgia does not work – whereas evangelical hope grants us joy in contemplating our history up to the present, but also empowers us to look ahead to the future with those roots that we have received. And that is called preserving the charism, the dream of moving forward, and that really works.

Look ahead. That is my wish for you. Look to the future with evangelical hope, with unshod feet, that is, with the freedom born of abandonment to God. Look to the future with roots in the past. May your complete immersion in the Lord’s presence always fill you with the joy of sisterhood and mutual love. May Our Lady accompany you on this path. With all my heart, I bless you, your deliberations in these days, and your communities. I bless the nuns in the monastery. I ask you, too, to continue to pray for me; for me, not against me.

[00657-EN.01] [Original text: Spanish]

[B0308-XX.01]