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Esortazione Apostolica “C’est la confiance” del Santo Padre Francesco sulla fiducia nell’amore misericordioso di Dio in occasione del 150º anniversario della nascita di Santa Teresa di Gesù Bambino e del Volto Santo, 15.10.2023


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Testo in lingua spagnola

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA

C’EST LA CONFIANCE

DEL SANTO PADRE

FRANCISCO

SOBRE LA CONFIANZA EN EL AMOR MISERICORDIOSO DE DIOS

CON MOTIVO DEL 150.º ANIVERSARIO

DEL NACIMIENTO DE

SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS Y DE LA SANTA FAZ

1. «C’est la confiance et rien que la confiance qui doit nous conduire à l'Amour»: «La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al Amor».[1]

2. Estas palabras tan contundentes de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz lo dicen todo, resumen la genialidad de su espiritualidad y bastarían para justificar que se la haya declarado doctora de la Iglesia. Sólo la confianza, “nada más”, no hay otro camino por donde podamos ser conducidos al Amor que todo lo da. Con la confianza, el manantial de la gracia desborda en nuestras vidas, el Evangelio se hace carne en nosotros y nos convierte en canales de misericordia para los hermanos.

3. Es la confianza la que nos sostiene cada día y la que nos mantendrá de pie ante la mirada del Señor cuando nos llame junto a Él: «En la tarde de esta vida, compareceré delante de ti con las manos vacías, pues no te pido, Señor, que lleves cuenta de mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso, yo quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de Ti mismo».[2]

4. Teresita es una de las santas más conocidas y queridas en todo el mundo. Como sucede con san Francisco de Asís, es amada incluso por no cristianos y no creyentes. También ha sido reconocida por la UNESCO entre las figuras más significativas para la humanidad contemporánea.[3] Nos hará bien profundizar su mensaje al conmemorar el 150.º aniversario de su nacimiento, que tuvo lugar en Alençon el 2 de enero de 1873, y el centenario de su beatificación.[4] Pero no he querido hacer pública esta Exhortación en alguna de esas fechas, o el día de su memoria, para que este mensaje vaya más allá de esa celebración y sea asumido como parte del tesoro espiritual de la Iglesia. La fecha de esta publicación, memoria de santa Teresa de Ávila, quiere presentar a santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz como fruto maduro de la reforma del Carmelo y de la espiritualidad de la gran santa española.

5. Su vida terrena fue breve, apenas veinticuatro años, y sencilla como una más, transcurrida primero en su familia y luego en el Carmelo de Lisieux. La extraordinaria carga de luz y de amor que irradiaba su persona se manifestó inmediatamente después de su muerte con la publicación de sus escritos y con las innumerables gracias obtenidas por los fieles que la invocaban.

6. La Iglesia reconoció rápidamente el valor extraordinario de su figura y la originalidad de su espiritualidad evangélica. Teresita conoció al Papa León XIII con motivo de la peregrinación a Roma en 1887 y le pidió permiso para entrar en el Carmelo a la edad de quince años. Poco después de su muerte, san Pío X percibió su enorme estatura espiritual, tanto que afirmó que se convertiría en la santa más grande de los tiempos modernos. Declarada venerable en 1921 por Benedicto XV, que elogió sus virtudes centrándolas en el “caminito” de la infancia espiritual,[5] fue beatificada hace cien años y luego canonizada el 17 de mayo de 1925 por Pío XI, quien agradeció al Señor por permitirle que Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz fuera “la primera beata que elevó a los honores de los altares y la primera santa canonizada por él”.[6] El mismo Papa la declaró patrona de las Misiones en 1927.[7] Fue proclamada una de las patronas de Francia en 1944 por el venerable Pío XII,[8] que en varias ocasiones profundizó el tema de la infancia espiritual.[9] A san Pablo VI le gustaba recordar su bautismo, recibido el 30 de septiembre de 1897, día de la muerte de santa Teresita, y en el centenario de su nacimiento dirigió al obispo de Bayeux y Lisieux un escrito sobre su doctrina.[10] Durante su primer viaje apostólico a Francia, en junio de 1980, san Juan Pablo II fue a la basílica dedicada a ella y en 1997 la declaró doctora de la Iglesia,[11] considerándola además «como experta en la scientia amoris».[12] Benedicto XVI retomó el tema de su “ciencia del amor”, proponiéndola como «guía para todos, sobre todo para quienes, en el pueblo de Dios, desempeñan el ministerio de teólogos».[13] Finalmente, tuve la alegría de canonizar a sus padres Luis y Celia en el año 2015, durante el Sínodo sobre la familia, y recientemente le dediqué una catequesis en el ciclo sobre el celo apostólico.[14]

1. Jesús para los demás

7. En el nombre que ella eligió como religiosa se destaca Jesús: el “Niño” que manifiesta el misterio de la Encarnación y la “Santa Faz”, es decir, el rostro de Cristo que se entrega hasta el fin en la Cruz. Ella es “santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz”.

8. El Nombre de Jesús es continuamente “respirado” por Teresa como acto de amor, hasta el último aliento. También había grabado estas palabras en su celda: “Jesús es mi único amor”. Fue su interpretación de la afirmación culminante del Nuevo Testamento: «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16).

Alma misionera

9. Como sucede en todo encuentro auténtico con Cristo, esta experiencia de fe la convocaba a la misión. Teresita pudo definir su misión con estas palabras: «En el cielo desearé lo mismo que deseo ahora en la tierra: amar a Jesús y hacerle amar».[15] Escribió que había entrado al Carmelo «para salvar almas».[16] Es decir, no entendía su consagración a Dios sin la búsqueda del bien de los hermanos. Ella compartía el amor misericordioso del Padre por el hijo pecador y el del Buen Pastor por las ovejas perdidas, lejanas, heridas. Por eso es patrona de las misiones, maestra de evangelización.

10. Las últimas páginas de Historia de un alma[17] son un testamento misionero, expresan su modo de entender la evangelización por atracción,[18] no por presión o proselitismo. Vale la pena leer cómo lo sintetiza ella misma: «“Atráeme, y correremos tras el olor de tus perfumes”. ¡Oh, Jesús!, ni siquiera es, pues, necesario decir: Al atraerme a mí, atrae también a las almas que amo. Esta simple palabra, “Atráeme”, basta. Lo entiendo, Señor. Cuando un alma se ha dejado fascinar por el perfume embriagador de tus perfumes, ya no puede correr sola, todas las almas que ama se ven arrastradas tras de ella. Y eso se hace sin tensiones, sin esfuerzos, como una consecuencia natural de su propia atracción hacia ti. Como un torrente que se lanza impetuosamente hacia el océano arrastrando tras de sí todo lo que encuentra a su paso, así, Jesús mío, el alma que se hunde en el océano sin riberas de tu amor atrae tras de sí todos los tesoros que posee... Señor, tú sabes que yo no tengo más tesoros que las almas que tú has querido unir a la mía».[19]

11. Aquí ella cita las palabras que la novia dirige al novio en el Cantar de los Cantares (1,3-4), según la interpretación profundizada por los dos doctores del Carmelo, santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz. El Esposo es Jesús, el Hijo de Dios que se unió a nuestra humanidad en la Encarnación y la redimió en la Cruz. Allí, desde su costado abierto, dio a luz a la Iglesia, su amada Esposa, por la que entregó su vida (cf. Ef 5,25). Lo que llama la atención es cómo Teresita, consciente de que está cerca de la muerte, no vive este misterio encerrada en sí misma, sólo en un sentido consolador, sino con un ferviente espíritu apostólico.

La gracia que nos libera de la autorreferencialidad

12. Algo semejante ocurre cuando se refiere a la acción del Espíritu Santo, que adquiere de inmediato un sentido misionero: «Esa es mi oración. Yo pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me una tan íntimamente a Él que sea Él quien viva y quien actúe en mí. Siento que cuanto más abrase mi corazón el fuego del amor, con mayor fuerza diré: “Atráeme”; y que cuanto más se acerquen las almas a mí (pobre trocito de hierro, si me alejase de la hoguera divina), más ligeras correrán tras los perfumes de su Amado. Porque un alma abrasada de amor no puede estarse inactiva».[20]

13. En el corazón de Teresita, la gracia del bautismo se convierte en un torrente impetuoso que desemboca en el océano del amor de Cristo, arrastrando consigo una multitud de hermanas y hermanos, lo que ocurrió especialmente después de su muerte. Fue su prometida «lluvia de rosas».[21]

2. El caminito de la confianza y del amor

14. Uno de los descubrimientos más importantes de Teresita, para el bien de todo el Pueblo de Dios, es su “caminito”, el camino de la confianza y del amor, también conocido como el camino de la infancia espiritual. Todos pueden seguirlo, en cualquier estado de vida, en cada momento de la existencia. Es el camino que el Padre celestial revela a los pequeños (cf. Mt 11,25).

15. Teresita relató el descubrimiento del caminito en la Historia de un alma:[22] «A pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. Agrandarme es imposible; tendré que soportarme tal cual soy, con todas mis imperfecciones. Pero quiero buscar la forma de ir al cielo por un caminito muy recto y muy corto, por un caminito totalmente nuevo».[23]

16. Para describirlo, usa la imagen del ascensor: «¡El ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús! Y para eso, no necesito crecer; al contrario, tengo que seguir siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y más».[24] Pequeña, incapaz de confiar en sí misma, aunque firmemente segura en la potencia amorosa de los brazos del Señor.

17. Es el “dulce camino del amor”,[25] abierto por Jesús a los pequeños y a los pobres, a todos. Es el camino de la verdadera alegría. Frente a una idea pelagiana de santidad,[26] individualista y elitista, más ascética que mística, que pone el énfasis principal en el esfuerzo humano, Teresita subraya siempre la primacía de la acción de Dios, de su gracia. Así llega a decir: «Sigo teniendo la misma confianza audaz de llegar a ser una gran santa, pues no me apoyo en mis méritos —que no tengo ninguno—, sino en Aquel que es la Virtud y la Santidad mismas. Sólo Él, conformándose con mis débiles esfuerzos, me elevará hasta Él y, cubriéndome con sus méritos infinitos, me hará santa».[27]

Más allá de todo mérito

18. Este modo de pensar no contrasta con la tradicional enseñanza católica sobre el crecimiento de la gracia; es decir que, justificados gratuitamente por la gracia santificante, somos transformados y capacitados para cooperar con nuestras buenas acciones en un camino de crecimiento en la santidad. De este modo somos elevados de tal manera que podemos tener reales méritos para el desarrollo de la gracia recibida.

19. Teresita, sin embargo, prefiere destacar el primado de la acción divina e invitar a la confianza plena mirando el amor de Cristo que se nos ha dado hasta el fin. En el fondo, su enseñanza es que, dado que no podemos tener certeza alguna mirándonos a nosotros mismos,[28] tampoco podemos tener certeza de poseer méritos propios. Entonces no es posible confiar en estos esfuerzos o cumplimientos. El Catecismo ha querido citar las palabras de santa Teresita cuando dice al Señor: «Compareceré delante de ti con las manos vacías»,[29] para expresar que «los santos han tenido siempre una conciencia viva de que sus méritos eran pura gracia».[30] Esta convicción despierta una gozosa y tierna gratitud.

20. Por consiguiente, la actitud más adecuada es depositar la confianza del corazón fuera de nosotros mismos: en la infinita misericordia de un Dios que ama sin límites y que lo ha dado todo en la Cruz de Jesucristo.[31] Por esta razón Teresita nunca usa la expresión, frecuente en su tiempo, “me haré santa”.

21. Sin embargo, su confianza sin límites alienta a quienes se sienten frágiles, limitados, pecadores, a dejarse llevar y transformar para llegar alto: «Si todas las almas débiles e imperfectas sintieran lo que siente la más pequeña de todas las almas, el alma de tu Teresita, ni una sola perdería la esperanza de llegar a la cima de la montaña del amor, pues Jesús no pide grandes hazañas, sino únicamente abandono y gratitud».[32]

22. Esta misma insistencia de Teresita en la iniciativa divina hace que, cuando habla de la Eucaristía, no ponga en primer lugar su deseo de recibir a Jesús en la sagrada comunión, sino el deseo de Jesús que quiere unirse a nosotros y habitar en nuestros corazones.[33] En la Ofrenda al amor misericordioso, sufriendo por no poder recibir la comunión todos los días, dice a Jesús: «Quédate en mí como en el sagrario».[34] El centro y el objeto de su mirada no es ella misma con sus necesidades, sino Cristo que ama, que busca, que desea, que habita en el alma.

El abandono cotidiano

23. La confianza que Teresita promueve no debe entenderse sólo en referencia a la propia santificación y salvación. Tiene un sentido integral, que abraza la totalidad de la existencia concreta y se aplica a nuestra vida entera, donde muchas veces nos abruman los temores, el deseo de seguridades humanas, la necesidad de tener todo bajo nuestro control. Aquí es donde aparece la invitación al santo “abandono”.

24. La confianza plena, que se vuelve abandono en el Amor, nos libera de los cálculos obsesivos, de la constante preocupación por el futuro, de los temores que quitan la paz. En sus últimos días Teresita insistía en esto: «Los que corremos por el camino del amor creo que no debemos pensar en lo que pueda ocurrirnos de doloroso en el futuro, porque eso es faltar a la confianza».[35] Si estamos en las manos de un Padre que nos ama sin límites, eso será verdad pase lo que pase, saldremos adelante más allá de lo que ocurra y, de un modo u otro, se cumplirá en nuestras vidas su proyecto de amor y plenitud.

Un fuego en medio de la noche

25. Teresita vivía la fe más fuerte y segura en la oscuridad de la noche e incluso en la oscuridad del Calvario. Su testimonio alcanzó el punto culminante en el último período de su vida, en la gran «prueba contra la fe»,[36] que comenzó en la Pascua de 1896. En su relato,[37] ella pone esta prueba en relación directa con la dolorosa realidad del ateísmo de su tiempo. Vivió de hecho a finales del siglo XIX, que fue la “edad de oro” del ateísmo moderno, como sistema filosófico e ideológico. Cuando escribió que Jesús había permitido que su alma «se viese invadida por las más densas tinieblas»,[38] estaba indicando la oscuridad del ateísmo y el rechazo de la fe cristiana. En unión con Jesús, que recibió en sí toda la oscuridad del pecado del mundo cuando aceptó beber el cáliz de la Pasión, Teresita percibe en esa noche tenebrosa la desesperación, el vacío de la nada.[39]

26. Pero la oscuridad no puede extinguir la luz: ella ha sido conquistada por Aquel que ha venido al mundo como luz (cf. Jn 12,46).[40] El relato de Teresita manifiesta el carácter heroico de su fe, su victoria en el combate espiritual, frente a las tentaciones más fuertes. Se siente hermana de los ateos y sentada, como Jesús, a la mesa con los pecadores (cf. Mt 9,10-13). Intercede por ellos, mientras renueva continuamente su acto de fe, siempre en comunión amorosa con el Señor: «Corro hacia mi Jesús y le digo que estoy dispuesta a derramar hasta la última gota de mi sangre por confesar que existe un cielo; le digo que me alegro de no gozar de ese hermoso cielo aquí en la tierra para que Él lo abra a los pobres incrédulos por toda la eternidad».[41]

27. Junto con la fe, Teresa vive intensamente una confianza ilimitada en la infinita misericordia de Dios: «la confianza puede conducirnos al Amor».[42] Vive, aun en la oscuridad, la confianza total del niño que se abandona sin miedo en los brazos de su padre y de su madre. Para Teresita, de hecho, Dios brilla ante todo a través de su misericordia, clave de comprensión de cualquier otra cosa que se diga de Él: «A mí me ha dado su misericordia infinita, ¡y a través de ella contemplo y adoro las demás perfecciones divinas…! Entonces todas se me presentan radiantes de amor; incluso la justicia (y quizás ésta más aún que todas las demás) me parece revestida de amor».[43] Este es uno de los descubrimientos más importantes de Teresita, una de las mayores contribuciones que ha ofrecido a todo el Pueblo de Dios. De modo extraordinario penetró en las profundidades de la misericordia divina y de allí sacó la luz de su esperanza ilimitada.

Una firmísima esperanza

28. Antes de su entrada en el Carmelo, Teresita había experimentado una singular cercanía espiritual con una de las personas más desventuradas, el criminal Henri Pranzini, condenado a muerte por triple asesinato y no arrepentido.[44] Al ofrecer la Misa por él y rezar con total confianza por su salvación, sin dudar lo pone en contacto con la Sangre de Jesús y dice a Dios que está segurísima de que en el último momento Él lo perdonaría y que ella lo creería «aunque no se confesase ni diese muestra alguna de arrepentimiento». Da la razón de su certeza: «Tanta confianza tenía en la misericordia infinita de Jesús».[45] Cuánta emoción, luego, al descubrir que Pranzini, subido al cadalso, «de repente, tocado por una súbita inspiración, se volvió, cogió el crucifijo que le presentaba el sacerdote ¡y besó por tres veces sus llagas sagradas…!».[46] Esta experiencia tan intensa de esperar contra toda esperanza fue fundamental para ella: «A partir de esta gracia sin igual, mi deseo de salvar almas fue creciendo de día en día».[47]

29. Teresita es consciente del drama del pecado, aunque siempre la vemos inmersa en el misterio de Cristo, con la certeza de que «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5,20). El pecado del mundo es inmenso, pero no es infinito. En cambio, el amor misericordioso del Redentor, este sí es infinito. Teresita es testigo de la victoria definitiva de Jesús sobre todas las fuerzas del mal a través de su pasión, muerte y resurrección. Movida por la confianza, se atreve a plantear: «Jesús, haz que yo salve muchas almas, que hoy no se condene ni una sola [...]. Jesús, perdóname si digo cosas que no debiera decir, sólo quiero alegrarte y consolarte».[48] Esto nos permite pasar a otro aspecto de ese aire fresco que es el mensaje de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz.

3. Seré el amor

30. “Más grande” que la fe y la esperanza, la caridad nunca pasará (cf. 1 Co 13,8-13). Es el mayor regalo del Espíritu Santo y es «madre y raíz de todas las virtudes».[49]

La caridad como trato personal de amor

31. La Historia de un alma es un testimonio de caridad, donde Teresita nos ofrece un comentario sobre el mandamiento nuevo de Jesús: «Ámense los unos a los otros, como yo los he amado» (Jn 15,12).[50] Jesús tiene sed de esta respuesta a su amor. De hecho, «no vacila en mendigar un poco de agua a la Samaritana. Tenía sed… Pero al decir: “Dame de beber”, lo que estaba pidiendo el Creador del universo era el amor de su pobre criatura. Tenía sed de amor».[51] Teresita quiere corresponder al amor de Jesús, devolverle amor por amor.[52]

32. El simbolismo del amor esponsal expresa la reciprocidad del don de sí entre el novio y la novia. Así, inspirada por el Cantar de los Cantares (2,16), escribe: «Yo pienso que el corazón de mi Esposo es sólo para mí, como el mío es sólo para él, y por eso le hablo en la soledad de este delicioso corazón a corazón, a la espera de llegar a contemplarlo un día cara a cara».[53] Aunque el Señor nos ama juntos como Pueblo, al mismo tiempo la caridad obra de un modo personalísimo, “de corazón a corazón”.

33. Teresita tiene la viva certeza de que Jesús la amó y conoció personalmente en su Pasión: «Me amó y se entregó por mí» (Ga 2,20). Contemplando a Jesús en su agonía, ella le dice: «Me has visto».[54] Del mismo modo le dice al Niño Jesús en los brazos de su Madre: «Con tu pequeña mano, que halagaba a María, sustentabas el mundo y la vida le dabas. Y pensabas en mí».[55] Así, también al comienzo de la Historia de un alma, ella contempla el amor de Jesús por todos y cada uno como si fuera único en el mundo.[56]

34. El acto de amor “Jesús, te amo”, continuamente vivido por Teresita como la respiración, es su clave de lectura del Evangelio. Con ese amor se sumerge en todos los misterios de la vida de Cristo, de los cuales se hace contemporánea, habitando el Evangelio con María y José, María Magdalena y los Apóstoles. Junto a ellos penetra en las profundidades del amor del Corazón de Jesús. Veamos un ejemplo: «Cuando veo a Magdalena adelantarse, en presencia de los numerosos invitados, y regar con sus lágrimas los pies de su Maestro adorado, a quien toca por primera vez, siento que su corazón ha comprendido los abismos de amor y de misericordia del corazón de Jesús y que, por más pecadora que sea, ese corazón de amor está dispuesto, no sólo a perdonarla, sino incluso a prodigarle los favores de su intimidad divina y a elevarla hasta las cumbres más altas de la contemplación».[57]

El amor más grande en la mayor sencillez

35. Al final de la Historia de un alma, Teresita nos regaló su Ofrenda como víctima de holocausto al amor misericordioso de Dios.[58] Cuando ella se entregó en plenitud a la acción del Espíritu recibió, sin estridencias ni signos vistosos, la sobreabundancia del agua viva: «los ríos, o, mejor los océanos de gracias que han venido a inundar mi alma».[59] Es la vida mística que, aun privada de fenómenos extraordinarios, se propone a todos los fieles como experiencia diaria de amor.

36. Teresita vive la caridad en la pequeñez, en las cosas más simples de la existencia cotidiana, y lo hace en compañía de la Virgen María, aprendiendo de ella que «amar es darlo todo, darse incluso a sí mismo».[60] De hecho, mientras que los predicadores de su tiempo hablaban a menudo de la grandeza de María de manera triunfalista, como alejada de nosotros, Teresita muestra, a partir del Evangelio, que María es la más grande del Reino de los Cielos porque es la más pequeña (cf. Mt 18,4), la más cercana a Jesús en su humillación. Ella ve que, si los relatos apócrifos están llenos de episodios llamativos y maravillosos, los Evangelios nos muestran una vida humilde y pobre, que transcurre en la simplicidad de la fe. Jesús mismo quiere que María sea el ejemplo del alma que lo busca con una fe despojada.[61] María fue la primera en vivir el “caminito” en pura fe y humildad; así que Teresita no duda en escribir:

«Yo sé que en Nazaret, Madre llena de gracia,

viviste pobremente sin ambición de más.

¡Ni éxtasis, ni raptos, ni sonoros milagros

tu vida embellecieron, Reina del Santoral…!

Muchos son en la tierra los pequeños y humildes:

sus ojos hacia ti pueden sin miedo alzar.

Madre, te place andar por la vía común,

para guiar las almas al feliz Más Allá».[62]

37. Teresita también nos ha ofrecido relatos que dan cuenta de algunos momentos de gracia vividos en medio de la sencillez diaria, como su repentina inspiración cuando acompañaba a una hermana enferma con carácter difícil. Pero siempre se trata de experiencias de una caridad más intensa vivida en las situaciones más ordinarias: «Una tarde de invierno estaba yo, como de costumbre, cumpliendo con mi tarea. Hacía frío y era de noche… De pronto, oí a lo lejos el sonido armonioso de un instrumento musical. Entonces me imaginé un salón muy iluminado, todo resplandeciente de ricos dorados; unas jóvenes elegantemente vestidas se hacían unas a otras toda suerte de cumplidos y de cortesías mundanas. Luego mi mirada se posó sobre la pobre enferma a la que estaba sosteniendo: en vez de una melodía, escuchaba de tanto en tanto sus gemidos lastimeros; en vez de ricos dorados, veía los ladrillos de nuestro austero claustro apenas alumbrado por una lucecita. No puedo expresar lo que pasó en mi alma. Lo que sí sé es que el Señor la iluminó con los rayos de la verdad, que excedían de tal forma el brillo tenebroso de las fiestas de la tierra, que no podía creer en mi felicidad... No, no cambiaría los diez minutos que me llevó realizar mi humilde servicio de caridad por gozar mil años de fiestas mundanas».[63]

En el corazón de la Iglesia

38. Teresita heredó de santa Teresa de Ávila un gran amor a la Iglesia y pudo llegar a lo hondo de este misterio. Lo vemos en su descubrimiento del “corazón de la Iglesia”. En una larga oración a Jesús,[64] escrita el 8 de septiembre de 1896, sexto aniversario de su profesión religiosa, la santa confió al Señor que se sentía animada por un inmenso deseo, por una pasión por el Evangelio que ninguna vocación por sí sola podía satisfacer. Y así, en busca de su “lugar” en la Iglesia, había releído los capítulos 12 y 13 de la Primera Carta de san Pablo a los corintios.

39. En el capítulo 12, el Apóstol utiliza la metáfora del cuerpo y sus miembros para explicar que la Iglesia incluye una gran variedad de carismas ordenados según un orden jerárquico. Pero esta descripción no es suficiente para Teresita. Ella continuó su investigación, leyó el “himno a la caridad” del capítulo 13, allí encontró la gran respuesta y escribió esta página memorable: «Al mirar el cuerpo místico de la Iglesia, yo no me había reconocido en ninguno de los miembros descritos por san Pablo; o, mejor dicho, quería reconocerme en todos ellos... La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto de diferentes miembros, no podía faltarle el más necesario, el más noble de todos ellos. Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que ese corazón estaba ardiendo de amor. Comprendí que sólo el amor podía hacer actuar a los miembros de la Iglesia; que si el amor llegaba a apagarse, los apóstoles ya no anunciarían el Evangelio y los mártires se negarían a derramar su sangre… Comprendí que el amor encerraba en sí todas las vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y lugares... En una palabra, ¡que el amor es eterno...! Entonces, al borde de mi alegría delirante, exclamé: ¡Jesús, amor mío..., al fin he encontrado mi vocación! ¡Mi vocación es el amor...! Sí, he encontrado mi puesto en la Iglesia, y ese puesto, Dios mío, eres tú quien me lo ha dado… En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor... Así lo seré todo... ¡¡¡Así mi sueño se verá hecho realidad…!!!».[65]

40. No es el corazón de una Iglesia triunfalista, es el corazón de una Iglesia amante, humilde y misericordiosa. Teresita nunca se pone por encima de los demás, sino en el último lugar con el Hijo de Dios, que por nosotros se convirtió en siervo y se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte en una cruz (cf. Flp 2,7-8).

41. Tal descubrimiento del corazón de la Iglesia es también una gran luz para nosotros hoy, para no escandalizarnos por los límites y debilidades de la institución eclesiástica, marcada por oscuridades y pecados, y entrar en su corazón ardiente de amor, que se encendió en Pentecostés gracias al don del Espíritu Santo. Es ese corazón cuyo fuego se aviva más aún con cada uno de nuestros actos de caridad. “Yo seré el amor”, esta es la opción radical de Teresita, su síntesis definitiva, su identidad espiritual más personal.

Lluvia de rosas

42. Después de muchos siglos en que tantos santos expresaron con mucho fervor y belleza sus deseos de “ir al cielo”, santa Teresita reconoció, con gran sinceridad: «Yo sufría por aquel entonces grandes pruebas interiores de todo tipo (hasta llegar a preguntarme a veces si existía un cielo)».[66] En otro momento dijo: «Cuando canto la felicidad del cielo y la eterna posesión de Dios, no experimento la menor alegría, pues canto simplemente lo que quiero creer».[67] ¿Qué ha sucedido? Que ella estaba escuchando la llamada de Dios a poner fuego en el corazón de la Iglesia más que a soñar con su propia felicidad.

43. La transformación que se produjo en ella le permitió pasar de un fervoroso deseo del cielo a un constante y ardiente deseo del bien de todos, culminando en el sueño de continuar en el cielo su misión de amar a Jesús y hacerlo amar. En este sentido, en una de sus últimas cartas escribió: «Tengo la confianza de que no voy a estar inactiva en el cielo. Mi deseo es seguir trabajando por la Iglesia y por las almas».[68] Y en esos mismos días dijo, de modo más directo: «Pasaré mi cielo en la tierra hasta el fin del mundo. Sí, yo quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra».[69]

44. Así Teresita expresaba su respuesta más convencida al don único que el Señor le estaba regalando, a esa luz sorprendente que Dios estaba derramando en ella. De este modo llegaba a la última síntesis personal del Evangelio, que partía de la confianza plena hasta culminar en el don total por los demás. Ella no dudaba de la fecundidad de esa entrega: «Pienso en todo el bien que podré hacer después de la muerte».[70] «Dios no me daría este deseo de hacer el bien en la tierra después de mi muerte, si no quisiera hacerlo realidad».[71] «Será como una lluvia de rosas».[72]

45. Se cierra el círculo. «C’est la confiance». Es la confianza la que nos lleva al Amor y así nos libera del temor, es la confianza la que nos ayuda a quitar la mirada de nosotros mismos, es la confianza la que nos permite poner en las manos de Dios lo que sólo Él puede hacer. Esto nos deja un inmenso caudal de amor y de energías disponibles para buscar el bien de los hermanos. Y así, en medio del sufrimiento de sus últimos días, Teresita podía decir: «Sólo cuento ya con el amor».[73] Al final sólo cuenta el amor. La confianza hace brotar las rosas y las derrama como un desbordamiento de la sobreabundancia del amor divino. Pidámosla como don gratuito, como regalo precioso de la gracia, para que se abran en nuestra vida los caminos del Evangelio.

4. En el corazón del Evangelio

46. En Evangelii gaudium insistí en la invitación a regresar a la frescura del manantial, para poner el acento en aquello que es esencial e indispensable. Creo que es oportuno retomar y proponer nuevamente aquella invitación.

La doctora de la síntesis

47. Esta Exhortación sobre santa Teresita me permite recordar que, en una Iglesia misionera «el anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario. La propuesta se simplifica, sin perder por ello profundidad y verdad, y así se vuelve más contundente y radiante».[74] El núcleo luminoso es «la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado».[75]

48. No todo es igualmente central, porque hay un orden o jerarquía entre las verdades de la Iglesia, y «esto vale tanto para los dogmas de fe como para el conjunto de las enseñanzas de la Iglesia, e incluso para la enseñanza moral».[76] El centro de la moral cristiana es la caridad, que es la respuesta al amor incondicional de la Trinidad, por lo cual «las obras de amor al prójimo son la manifestación externa más perfecta de la gracia interior del Espíritu».[77] Al final, sólo cuenta el amor.

49. Precisamente, el aporte específico que nos regala Teresita como santa y como doctora de la Iglesia no es analítico, como podría ser, por ejemplo, el de santo Tomás de Aquino. Su aporte es más bien sintético, porque su genialidad consiste en llevarnos al centro, a lo que es esencial, a lo que es indispensable. Ella, con sus palabras y con su propio proceso personal, muestra que, si bien todas las enseñanzas y normas de la Iglesia tienen su importancia, su valor, su luz, algunas son más urgentes y más estructurantes para la vida cristiana. Allí es donde Teresita puso la mirada y el corazón.

50. Como teólogos, moralistas, pensadores de la espiritualidad, como pastores y como creyentes, cada uno en su propio ámbito, todavía necesitamos recoger esta intuición genial de Teresita y sacar las consecuencias teóricas y prácticas, doctrinales y pastorales, personales y comunitarias. Se precisan audacia y libertad interior para poder hacerlo.

51. Algunas veces, de esta santa se citan sólo expresiones que son secundarias, o se mencionan cuestiones que ella puede tener en común con cualquier otro santo: la oración, el sacrificio, la piedad eucarística, y tantos otros hermosos testimonios, pero de ese modo podríamos privarnos de lo más específico del regalo que ella hizo a la Iglesia, olvidando que «cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio».[78] Por lo tanto, «para reconocer cuál es esa palabra que el Señor quiere decir a través de un santo, no conviene entretenerse en los detalles […]. Lo que hay que contemplar es el conjunto de su vida, su camino entero de santificación, esa figura que refleja algo de Jesucristo y que resulta cuando uno logra componer el sentido de la totalidad de su persona».[79] Esto vale más aún para santa Teresita, por tratarse de una “doctora de la síntesis”.

52. Del cielo a la tierra, la actualidad de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz perdura en toda su “pequeña grandeza”.

En un tiempo que nos invita a encerrarnos en los propios intereses, Teresita nos muestra la belleza de hacer de la vida un regalo.

En un momento en que prevalecen las necesidades más superficiales, ella es testimonio de la radicalidad evangélica.

En un tiempo de individualismo, ella nos hace descubrir el valor del amor que se vuelve intercesión.

En un momento en el que el ser humano se obsesiona por la grandeza y por nuevas formas de poder, ella señala el camino de la pequeñez.

En un tiempo en el que se descarta a muchos seres humanos, ella nos enseña la belleza de cuidar, de hacerse cargo del otro.

En un momento de complicaciones, ella puede ayudarnos a redescubrir la sencillez, la primacía absoluta del amor, la confianza y el abandono, superando una lógica legalista o eticista que llena la vida cristiana de observancias o preceptos y congela la alegría del Evangelio.

En un tiempo de repliegues y de cerrazones, Teresita nos invita a la salida misionera, cautivados por la atracción de Jesucristo y del Evangelio.

53. Un siglo y medio después de su nacimiento, Teresita está más viva que nunca en medio de la Iglesia peregrina, en el corazón del Pueblo de Dios. Está peregrinando con nosotros, haciendo el bien en la tierra, como tanto deseó. El signo más hermoso de su vitalidad espiritual son las innumerables “rosas” que va esparciendo, es decir, las gracias que Dios nos da por su intercesión colmada de amor, para sostenernos en el camino de la vida.

Querida santa Teresita,

la Iglesia necesita hacer resplandecer

el color, el perfume, la alegría del Evangelio.

¡Mándanos tus rosas!

Ayúdanos a confiar siempre,

como tú lo hiciste,

en el gran amor que Dios nos tiene,

para que podamos imitar cada día

tu caminito de santidad.

Amén.

Dado en Roma, en San Juan de Letrán, el 15 de octubre, memoria de santa Teresa de Ávila, del año 2023, décimo primero de mi Pontificado.

FRANCISCO

_________________________

[1] Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, Obras completas, Cta 197, A sor María del Sagrado Corazón (17 septiembre 1896), ed. Monte Carmelo, Burgos 2006, p. 555.

Para la versión española de los escritos de la santa se utiliza siempre dicha edición, con las siguientes siglas: Ms A: Manuscrito «A»; Ms B: Manuscrito «B»; Ms C: Manuscrito «C»; Cta: Cartas; PN: Poesías; Or: Oraciones; CA: Cuaderno amarillo de la madre Inés de Jesús; UC: Últimas conversaciones.

[2] Or 6, Ofrenda de mí misma como víctima de holocausto al amor misericordioso de Dios (9 junio 1895), p. 758.

[3] La UNESCO ha inscrito a santa Teresa del Niño Jesús entre las personalidades a homenajear durante el bienio 2022-2023, con motivo del 150.º aniversario de su nacimiento.

[4] 29 de abril de 1923.

[5] Cf. Decreto de Virtudes (14 agosto 1921): AAS 13 (1921), 449-452.

[6] Cf. Homilía para la canonización (17 mayo 1925): AAS 17 (1925), 211. Texto italiano en D. Bertetto, Discorsi di Pio XI, vol. I, Torino 1959, 383-384.

[7] Cf. AAS 20 (1928), 147-148.

[8] Cf. AAS 36 (1944), 329-330.

[9] Cf. Carta a Mons. François-Marie Picaud, obispo de Bayeux y Lisieux (7 agosto 1947). Texto francés en Analecta OCD 19 (1947), pp. 168-171. Texto español en Revista de Espiritualidad 24 (1947), pp. 241-245. Radiomensaje para la consagración de la Basílica de Lisieux (11 julio 1954): AAS 46 (1954), 404-407.

[10] Cf. Carta a Mons. Jean-Marie-Clément Badré, obispo de Bayeux y Lisieux, con ocasión del centenario del nacimiento de santa Teresa del Niño Jesús (2 enero 1973): AAS 65 (1973), 12-15.

[11] Cf. AAS 90 (1998), 409-413, 930-944.

[12] Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 42: AAS 93 (2001), 296.

[13] Catequesis (6 abril 2011): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (10 abril 2011), p. 12.

[14] Catequesis (7 junio 2023): L’Osservatore Romano (7 junio 2023), pp. 2-3.

[15] Cta 220, Al abate Bellière (24 febrero 1897), p. 575.

[16] Ms A, 69vº, p. 217.

[17] Cf. Ms C, 33vº-37rº, pp. 321-326.

[18] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 14; 264: AAS 105 (2013), 1025-1026.

[19] Ms C, 34rº, p. 322.

[20] Ibíd., 36rº, p. 325.

[21] CA (9 junio 1897, 3), p. 809; UC (9 junio 1897), p. 979.

[22] Cf. Ms C, 2vº-3rº, pp. 273-275.

[23] Ibíd., 2vº, p. 274.

[24] Ibíd., 3rº, p. 274.

[25] Cf. Ms A, 84vº, p. 247.

[26] Cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate (19 marzo 2018), 47-62: AAS 110 (2018), 1124-1129.

[27] Ms A, 32rº, p. 139.

[28] Lo explicó el Concilio de Trento: «Cualquiera, al mirarse a sí mismo y a su propia flaqueza e indisposición, puede temblar y temer por su gracia» (Decreto sobre la justificación, IX: DS 1534). Lo retoma el Catecismo de la Iglesia Católica cuando enseña que es imposible tener certeza mirándose a sí mismo o a las propias acciones (cf. n. 2005). La certeza de la confianza no se encuentra en uno mismo, el propio yo no otorga fundamentos para esa seguridad, que no se basa en una introspección. De algún modo lo expresaba san Pablo: «Ni siquiera yo mismo me juzgo. Es verdad que mi conciencia nada me reprocha, pero no por eso estoy justificado: mi juez es el Señor» (1 Co 4,3-4). Santo Tomás de Aquino lo explicaba de la siguiente manera: puesto que la gracia «no sana perfectamente al hombre» (Summa Theologiae, I-II, q. 109, art. 9, ad 1), «queda además cierta oscuridad de ignorancia en el entendimiento» (ibíd., co).

[29] Or 6, p. 758.

[30] Catecismo de la Iglesia Católica, 2011.

[31] Lo afirma también con claridad el Concilio de Trento: «Ningún hombre piadoso puede dudar de la misericordia de Dios» (Decreto sobre la justificación, IX: DS 1534). «Todos deben colocar y poner en el auxilio de Dios la más firme esperanza» (ibíd., XIII: DS 1541).

[32] Ms B, 1vº, pp. 254-255.

[33] Cf. Ms A, 48vº, pp. 171-173; Cta 92, A María Guérin (30 mayo 1889), pp. 416-418.

[34] Or 6, p. 758.

[35] CA (23 julio 1897, 3), p. 850.

[36] Ms C, 31rº, p. 317.

[37] Cf. ibíd., 5rº-7vº, pp. 277-281.

[38] Ibíd., 5vº, p. 278.

[39] Cf. ibíd., 6vº, pp. 279-280.

[40] Cf. Carta enc. Lumen fidei (29 junio 2013), 17: AAS 105 (2013), 564-565.

[41] Ms C, 7rº, p. 280.

[42] Cta 197, A sor María del Sagrado Corazón (17 septiembre 1896), pp. 554-555.

[43] Ms A, 83vº, p. 245.

[44] Cf. ibíd., 45vº-46vº, pp. 165-168.

[45] Ibíd., 46rº, p. 167.

[46] Ibíd.

[47] Ibíd., 46vº, p. 167.

[48] Or 2 (8 septiembre 1890), pp. 753-754.

[49] Summa Theologiae, I-II, q. 62, art. 4.

[50] Cf. Ms C, 11vº-31rº, pp. 286-317.

[51] Ms B, 1vº, p. 255.

[52] Cf. ibíd., 4rº, p. 262.

[53] Cta 122, A Celina (14 octubre 1890), p. 449.

[54] PN 24, 21, p. 686.

[55] Ibíd., 6, p. 682.

[56] Cf. Ms A, 3rº, p. 85.

[57] Cta 247, Al abate Belliére (21 junio 1897), p. 601.

[58] Cf. Or 6, pp. 757-759.

[59] Ms A, 84rº, p. 246.

[60] PN 54, 22, p. 741.

[61] Cf. ibíd., 15, p. 740.

[62] Ibíd., 17, p. 740.

[63] Ms C, 29vº-30rº, p. 315.

[64] Cf. Ms B, 2rº-5vº, pp. 256-268.

[65] Ibíd., 3vº, p. 261.

[66] Ms A, 80vº, p. 239. No era una falta de fe. Santo Tomás de Aquino enseñaba que en la fe obran la voluntad y la inteligencia. La adhesión de la voluntad puede ser muy sólida y arraigada, mientras la inteligencia puede estar oscurecida. Cf. De Veritate 14, 1.

[67] Ms C, 7vº, p. 281.

[68] Cta 254, Al P. Roulland (14 julio 1897), p. 606.

[69] CA (17 julio 1897), p. 846.

[70] Ibíd. (13 julio 1897, 17), p. 839.

[71] Ibíd. (18 julio 1897, 1), p. 846.

[72] Ibíd. (9 junio 1897, 3), p. 809; UC (9 junio 1897), p. 979.

[73] Cta 242, A sor María de la Trinidad (6 junio 1897), p. 596.

[74] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 35: AAS 105 (2013), 1034.

[75] Ibíd., 36: AAS 105 (2013), 1035.

[76] Ibíd.

[77] Ibíd., 37: AAS 105 (2013), 1035.

[78] Exhort. ap. Gaudete et exsultate (19 marzo 2018), 19: AAS 110 (2018), 1117.

[79] Ibíd., 22: AAS 110 (2018), 1117.

[01566-ES.01] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua italiana

ESORTAZIONE APOSTOLICA

C’EST LA CONFIANCE

DEL SANTO PADRE

FRANCESCO

SULLA FIDUCIA NELL’AMORE MISERICORDIOSO DI DIO

IN OCCASIONE DEL 150º ANNIVERSARIO

DELLA NASCITA DI

SANTA TERESA DI GESÙ BAMBINO E DEL VOLTO SANTO

1. «C’est la confiance et rien que la confiance qui doit nous conduire à l’Amour»: «È la fiducia e null’altro che la fiducia che deve condurci all’Amore!».[1]

2. Queste parole così incisive di Santa Teresa di Gesù Bambino e del Volto Santo dicono tutto, sintetizzano il genio della sua spiritualità e sarebbero sufficienti per giustificare il fatto che sia stata dichiarata Dottore della Chiesa. Soltanto la fiducia, “null’altro”, non c’è un’altra via da percorrere per essere condotti all’Amore che tutto dona. Con la fiducia, la sorgente della grazia trabocca nella nostra vita, il Vangelo si fa carne in noi e ci trasforma in canali di misericordia per i fratelli.

3. È la fiducia che ci sostiene ogni giorno e che ci manterrà in piedi davanti allo sguardo del Signore quando Egli ci chiamerà accanto a sé: «Alla sera di questa vita, comparirò davanti a te a mani vuote, perché non ti chiedo, Signore, di contare le mie opere. Ogni nostra giustizia è imperfetta ai tuoi occhi. Voglio dunque rivestirmi della tua propria Giustizia e ricevere dal tuo Amore il possesso eterno di Te stesso».[2]

4. Teresina è una delle sante più conosciute e amate in tutto il mondo. Come succede con San Francesco di Assisi, è amata perfino da non cristiani e non credenti. È stata anche riconosciuta dall’UNESCO tra le figure più significative per l’umanità contemporanea.[3] Ci farà bene approfondire il suo messaggio commemorando il 150º anniversario della sua nascita, avvenuta ad Alençon il 2 gennaio 1873, e il centenario della sua beatificazione.[4] Ma non ho voluto pubblicare questa Esortazione in una di tali date, o nel giorno della sua memoria, perché il messaggio vada al di là delle ricorrenze e sia assunto come parte del tesoro spirituale della Chiesa. La data della pubblicazione, memoria di Santa Teresa d’Avila, vuole presentare Santa Teresa di Gesù Bambino e del Volto Santo come frutto maturo della riforma del Carmelo e della spiritualità della grande Santa spagnola.

5. La sua vita terrena fu breve, appena ventiquattro anni, e semplice come qualunque altra, trascorsa prima in famiglia e poi nel Carmelo di Lisieux. La straordinaria carica di luce e di amore irradiata dalla sua persona si manifestò immediatamente dopo la sua morte, con la pubblicazione dei suoi scritti e con le innumerevoli grazie ottenute dai fedeli che la invocavano.

6. La Chiesa ha riconosciuto rapidamente il valore straordinario della sua testimonianza e l’originalità della sua spiritualità evangelica. Teresa incontrò Papa Leone XIII in occasione del pellegrinaggio a Roma nel 1887 e gli chiese il permesso di entrare nel Carmelo all’età di quindici anni. Poco dopo la sua morte, San Pio X si rese conto della sua enorme statura spirituale, tanto da affermare che sarebbe diventata la più grande Santa dei tempi moderni. Dichiarata venerabile nel 1921 da Benedetto XV, che elogiò le sue virtù focalizzandole nella “piccola via” dell’infanzia spirituale,[5] fu beatificata cent’anni or sono e poi canonizzata il 17 maggio 1925 da Pio XI, il quale ringraziò il Signore per avergli permesso che Teresa di Gesù Bambino e del Volto Santo fosse «la prima beata da lui elevata agli onori degli altari e la prima santa da lui canonizzata»[6]. Lo stesso Papa la dichiarò patrona delle missioni nel 1927.[7] Fu annoverata tra le patrone di Francia nel 1944 dal Venerabile Pio XII,[8] che in diverse occasioni approfondì il tema dell’infanzia spirituale.[9] San Paolo VI amava ricordare il proprio battesimo ricevuto il 30 settembre 1897, giorno della morte di Santa Teresina, nel cui centenario della nascita indirizzò al Vescovo di Bayeux e Lisieux uno scritto circa la sua dottrina.[10] Durante il suo primo viaggio apostolico in Francia, nel giugno 1980, San Giovanni Paolo II si recò alla basilica a lei dedicata, e nel 1997 la dichiarò Dottore della Chiesa,[11] annoverandola poi «come esperta della scientia amoris».[12] Benedetto XVI ha ripreso il tema della sua “scienza dell’amore”, proponendola come «una guida per tutti, soprattutto per coloro che, nel Popolo di Dio, svolgono il ministero di teologi».[13] Infine, ho avuto la gioia di canonizzare i suoi genitori Luigi e Zelia, nel 2015, durante il Sinodo sulla famiglia, e recentemente ho dedicato a lei una catechesi nella serie sullo zelo apostolico.[14]

1. Gesù per gli altri

7. Nel nome che ella scelse come religiosa risalta Gesù: il “Bambino” che manifesta il mistero dell’Incarnazione e il “Volto Santo”, cioè il volto di Cristo che si dona fino alla fine sulla Croce. Lei è “Santa Teresa di Gesù Bambino e del Volto Santo”.

8. Il Nome di Gesù è continuamente “respirato” da Teresa come atto di amore, fino all’ultimo soffio. Aveva anche inciso queste parole nella sua cella: “Gesù è il mio unico amore”. Era la sua interpretazione dell’affermazione culminante del Nuovo Testamento: «Dio è amore» (1 Gv 4,8.16).

Anima missionaria

9. Come succede in ogni incontro autentico con Cristo, questa esperienza di fede la chiamava alla missione. Teresa ha potuto definire la sua missione con queste parole: «In Cielo desidererò la stessa cosa che in terra: amare Gesù e farlo amare».[15] Ha scritto che era entrata nel Carmelo «per salvare le anime».[16] Vale a dire che non concepiva la sua consacrazione a Dio senza la ricerca del bene dei fratelli. Lei condivideva l’amore misericordioso del Padre per il figlio peccatore e quello del Buon Pastore per le pecore perdute, lontane, ferite. Per questo è patrona delle missioni, maestra di evangelizzazione.

10. Le ultime pagine della Storia di un’anima[17] sono un testamento missionario, esprimono il suo modo di intendere l’evangelizzazione per attrazione,[18] non per pressione o proselitismo. Vale la pena leggere come lo sintetizza lei stessa: «“Attirami, noi correremo all’effluvio dei tuoi profumi”. O Gesù, dunque non è nemmeno necessario dire: Attirando me, attira le anime che amo. Questa semplice parola: “Attirami” basta. Signore, lo capisco, quando un’anima si è lasciata avvincere dall’odore inebriante dei tuoi profumi, non potrebbe correre da sola, tutte le anime che ama vengono trascinate dietro di lei: questo avviene senza costrizione, senza sforzo, è una conseguenza naturale della sua attrazione verso di te. Come un torrente che si getta impetuoso nell’oceano trascina dietro di sé tutto ciò che ha incontrato al suo passaggio, così, o mio Gesù, l’anima che si immerge nell’oceano senza sponde del tuo amore attira con sé tutti i tesori che possiede… Signore, tu lo sai, io non ho altri tesori se non le anime che ti è piaciuto unire alla mia».[19]

11. Qui lei cita le parole che la sposa rivolge allo sposo nel Cantico dei Cantici (1,3-4), secondo l’interpretazione approfondita dai due Dottori del Carmelo, Santa Teresa di Gesù e San Giovanni della Croce. Lo Sposo è Gesù, il Figlio di Dio che si è unito alla nostra umanità nell’Incarnazione e l’ha redenta sulla Croce. Lì, dal suo costato aperto, ha dato alla luce la Chiesa, sua amata Sposa, per la quale ha donato la vita (cfr Ef 5,25). Ciò che colpisce è come Teresina, consapevole di essere vicina alla morte, non viva questo mistero rinchiusa in sé stessa, solo in senso consolatorio, ma con un fervente spirito apostolico.

La grazia che ci libera dall’autoreferenzialità

12. Qualcosa di simile accade quando si riferisce all’azione dello Spirito Santo, che acquista immediatamente un senso missionario: «Ecco la mia preghiera: chiedo a Gesù di attirarmi nelle fiamme del suo amore, di unirmi così strettamente a Lui, che Egli viva ed agisca in me. Sento che quanto più il fuoco dell’amore infiammerà il mio cuore, quanto più dirò: Attirami, tanto più le anime che si avvicineranno a me (povero piccolo rottame di ferro inutile, se mi allontanassi dal braciere divino) correranno rapidamente all’effluvio dei profumi del loro Amato, perché un’anima infiammata di amore non può restare inattiva».[20]

13. Nel cuore di Teresina, la grazia del battesimo è diventata un torrente impetuoso che sfocia nell’oceano dell’amore di Cristo, trascinando con sé una moltitudine di sorelle e fratelli, ciò che è avvenuto specialmente dopo la sua morte. È stata la sua promessa «pioggia di rose». [21]

2. La piccola via della fiducia e dell’amore

14. Una delle scoperte più importanti di Teresina, per il bene di tutto il Popolo di Dio, è la sua “piccola via”, la via della fiducia e dell’amore, conosciuta anche come la via dell’infanzia spirituale. Tutti possono seguirla, in qualunque stato di vita, in ogni momento dell’esistenza. È la via che il Padre celeste rivela ai piccoli (cfr Mt 11,25).

15. Teresina racconta la scoperta della piccola via nella Storia di un’anima[22]: «Nonostante la mia piccolezza, posso aspirare alla santità. Farmi diversa da quel che sono, più grande, mi è impossibile: mi devo sopportare per quello che sono con tutte le mie imperfezioni; ma voglio cercare il modo di andare in Cielo per una piccola via bella dritta, molto corta, una piccola via tutta nuova».[23]

16. Per descriverla, usa l’immagine dell’ascensore: «L’ascensore che mi deve innalzare fino al Cielo sono le tue braccia, o Gesù! Per questo non ho bisogno di crescere, anzi bisogna che io resti piccola, che lo diventi sempre di più».[24] Piccola, incapace di fidarsi di sé stessa, anche se fermamente sicura della forza amorosa delle braccia del Signore.

17. È la “dolce via dell’Amore”,[25] aperta da Gesù ai piccoli e ai poveri, a tutti. È la via della vera gioia. Di fronte a un’idea pelagiana di santità,[26] individualista ed elitaria, più ascetica che mistica, che pone l’accento principalmente sullo sforzo umano, Teresina sottolinea sempre il primato dell’azione di Dio, della sua grazia. Così arriva a dire: «Sento sempre la stessa audace fiducia di diventare una grande Santa, perché non faccio affidamento sui miei meriti, visto che non ne ho nessuno, ma spero in Colui che è la Virtù, la Santità stessa: è Lui solo che, accontentandosi dei miei deboli sforzi, mi eleverà fino a Lui e, coprendomi dei suoi meriti infiniti, mi farà Santa».[27]

Al di là di ogni merito

18. Questo modo di pensare non contrasta con il tradizionale insegnamento cattolico circa la crescita della grazia, cioè che, giustificati gratuitamente dalla grazia santificante, siamo trasformati e resi capaci di cooperare con le nostre buone opere in un cammino di crescita nella santità. In tal modo veniamo elevati, così da poter aver reali meriti in ordine allo sviluppo della grazia ricevuta.

19. Teresina tuttavia preferisce mettere in risalto il primato dell’azione divina e invitare alla fiducia piena guardando l’amore di Cristo donatoci fino alla fine. In fondo, il suo insegnamento è che, dal momento che non possiamo avere alcuna certezza guardando a noi stessi,[28] nemmeno possiamo esser certi di possedere meriti propri. Pertanto non è possibile confidare in questi sforzi o adempimenti. Il Catechismo ha voluto citare le parole di Santa Teresina quando dice al Signore: «Comparirò davanti a te con le mani vuote»,[29] per esprimere che «i santi hanno sempre avuto una viva consapevolezza che i loro meriti erano pura grazia».[30] Questa convinzione suscita una gioiosa e tenera gratitudine.

20. Quindi, l’atteggiamento più adeguato è riporre la fiducia del cuore fuori di noi stessi: nell’infinita misericordia di un Dio che ama senza limiti e che ha dato tutto nella Croce di Gesù.[31] Per questa ragione Teresa mai usa l’espressione, frequente al suo tempo, “mi farò santa”.

21. Tuttavia, la sua fiducia senza limiti incoraggia coloro che si sentono fragili, limitati, peccatori, a lasciarsi portare e trasformare per arrivare in alto: «Ah, se tutte le anime deboli e imperfette sentissero ciò che sente la più piccola tra tutte le anime, l’anima della sua piccola Teresa, non una sola di esse dispererebbe di giungere in cima alla montagna dell’amore! Infatti Gesù non chiede grandi azioni, ma soltanto l’abbandono e la riconoscenza»[32].

22. Questa stessa insistenza di Teresina sull’iniziativa divina fa sì che, quando parla dell’Eucaristia, non ponga in primo piano il suo desiderio di ricevere Gesù nella santa Comunione, ma il desiderio di Gesù che vuole unirsi a noi e abitare nei nostri cuori.[33] Nell’Offerta all’Amore Misericordioso, soffrendo per non potere ricevere la Comunione tutti giorni, dice a Gesù: «Resta in me, come nel tabernacolo»[34]. Il centro e l’oggetto del suo sguardo non è lei stessa con i suoi bisogni, ma Cristo che ama, che cerca, che desidera, che dimora nell’anima.

L’abbandono quotidiano

23. La fiducia che Teresina promuove non va intesa soltanto in riferimento alla propria santificazione e salvezza. Ha un senso integrale, che abbraccia l’insieme dell’esistenza concreta e si applica a tutta la nostra vita, dove molte volte ci sopraffanno le paure, il desiderio di sicurezze umane, il bisogno di avere tutto sotto controllo. È qui che compare l’invito al santo “abbandono”.

24. La fiducia piena, che diventa abbandono all’Amore, ci libera dai calcoli ossessivi, dalla costante preoccupazione per il futuro, dai timori che tolgono la pace. Nei suoi ultimi giorni Teresina insisteva su questo: «Noi, che corriamo nella via dell’Amore, trovo che non dobbiamo pensare a ciò che ci può capitare di doloroso nell’avvenire, perché allora è mancare di fiducia».[35] Se siamo nelle mani di un Padre che ci ama senza limiti, questo sarà vero qualunque circostanza accada, potremo andare avanti qualsiasi cosa succeda e, in un modo o nell’altro, si compirà nella nostra vita il suo progetto di amore e di pienezza.

Un fuoco in mezzo alla notte

25. Teresina viveva la fede più forte e sicura nel buio della notte e addirittura nell’oscurità del Calvario. La sua testimonianza ha raggiunto il punto culminante nell’ultimo periodo della vita, nella grande «prova contro la fede»,[36] che cominciò nella Pasqua del 1896. Nel suo racconto,[37] ella pone questa prova in relazione diretta con la dolorosa realtà dell’ateismo del suo tempo. È vissuta infatti alla fine del XIX secolo, cioè nell’“età d’oro” dell’ateismo moderno, come sistema filosofico e ideologico. Quando scriveva che Gesù aveva permesso che la sua anima «fosse invasa dalle tenebre più fitte»,[38] stava a indicare l’oscurità dell’ateismo e il rifiuto della fede cristiana. In unione con Gesù, che accolse in sé tutta l’oscurità del peccato del mondo quando accettò di bere il calice della Passione, Teresina coglie in quel buio tenebroso la disperazione, il vuoto del nulla.[39]

26. Ma l’oscurità non può estinguere la luce: ella è stata conquistata da Colui che come luce è venuto nel mondo (cfr Gv 12,46).[40] Il racconto di Teresina manifesta il carattere eroico della sua fede, la sua vittoria nel combattimento spirituale, di fronte alle tentazioni più forti. Si sente sorella degli atei e seduta, come Gesù, alla mensa con i peccatori (cfr Mt 9,10-13). Intercede per loro, mentre rinnova continuamente il suo atto di fede, sempre in comunione amorosa con il Signore: «Corro verso il mio Gesù, gli dico che sono pronta a versare fino all’ultima goccia il mio sangue per testimoniare che esiste un Cielo. Gli dico che sono felice di non godere quel bel Cielo sulla terra, affinché Egli lo apra per l’eternità ai poveri increduli».[41]

27. Insieme alla fede, Teresa vive intensamente una fiducia illimitata nell’infinita misericordia di Dio: «La fiducia che deve condurci all’Amore».[42] Vive, anche nell’oscurità, la fiducia totale del bambino che si abbandona senza paura tra le braccia del padre e della madre. Per Teresina, infatti, Dio risplende prima di tutto attraverso la sua misericordia, chiave di comprensione di qualunque altra cosa che si dica di Lui: «A me Egli ha donato la sua Misericordia infinita ed è attraverso essa che contemplo e adoro le altre perfezioni Divine! Allora tutte mi appaiono raggianti d’amore, perfino la Giustizia (e forse anche più di ogni altra) mi sembra rivestita d’amore».[43] Questa è una delle scoperte più importanti di Teresina, uno dei più grandi contributi che ha offerto a tutto il Popolo di Dio. In modo straordinario ha penetrato le profondità della misericordia divina e di là ha attinto la luce della sua illimitata speranza.

Una fermissima speranza

28. Prima del suo ingresso nel Carmelo, Teresina aveva sperimentato una singolare vicinanza spirituale a una persona tra le più sventurate, il criminale Henri Pranzini, condannato a morte per triplice omicidio e non pentito.[44] Offrendo la Messa per lui e pregando con totale fiducia per la sua salvezza, è sicura di metterlo in contatto con il Sangue di Gesù e dice a Dio di essere sicurissima che nel momento finale Lui lo avrebbe perdonato e che lei ci avrebbe creduto «anche se non si fosse confessato e non avesse dato alcun segno di pentimento». Dà la ragione della sua certezza: «Tanto avevo fiducia nella misericordia infinita di Gesù».[45] Quale emozione, poi, nello scoprire che Pranzini, salito sul patibolo, «a un tratto, colto da una ispirazione improvvisa, si volta, afferra un Crocifisso che il sacerdote gli presenta e bacia per tre volte le sante piaghe!».[46] Questa esperienza così intensa di sperare contro ogni speranza è stata per lei fondamentale: «Ah, dopo quella grazia unica, il mio desiderio di salvare le anime crebbe ogni giorno!».[47]

29. Teresa è consapevole del dramma del peccato, benché la vediamo sempre immersa nel mistero di Cristo, con la certezza che «laddove è abbondato il peccato, ha sovrabbondato la grazia» (Rm 5,20). Il peccato del mondo è immenso, ma non è infinito. Invece, l’amore misericordioso del Redentore, questo sì, è infinito. Teresina è testimone della vittoria definitiva di Gesù su tutte le forze del male attraverso la sua passione, morte e risurrezione. Mossa dalla fiducia, osa affermare: «Gesù, fa’ che io salvi molte anime: che oggi non ce ne sia una sola dannata! […] Gesù, perdonami se dico cose che non bisogna dire: io voglio solo rallegrarti e consolarti».[48] Questo ci permette di passare a un altro aspetto di quell’aria fresca che è il messaggio di Santa Teresa di Gesù Bambino e del Volto Santo.

3. Sarò l’amore

30. “Più grande” della fede e della speranza, la carità non avrà mai fine (cfr 1 Cor 13,8-13). È il più grande dono dello Spirito Santo ed è «madre e radice di ogni virtù».[49]

La carità come atteggiamento personale d’amore

31. La Storia di un’anima è una testimonianza di carità, in cui Teresina ci offre un commentario circa il comandamento nuovo di Gesù: «Che vi amiate gli uni gli altri, come io vi ho amati» (Gv 15,12).[50] Gesù ha sete di questa risposta al suo amore. Infatti, «non ha esitato a mendicare un po’ d’acqua dalla Samaritana. Aveva sete… Ma dicendo: “dammi da bere” era l’amore della sua povera creatura che il Creatore dell’universo invocava. Aveva sete d’amore!»[51]. Teresina vuole corrispondere all’amore di Gesù, rendergli amore per amore.[52]

32. La simbologia dell’amore sponsale esprime la reciprocità del dono di sé tra lo sposo e la sposa. Così, ispirata dal Cantico dei Cantici (2,16), scrive: «Penso che il cuore del mio sposo è solo mio, così come il mio appartiene solo a lui, e allora nella solitudine gli parlo di questo delizioso cuore a cuore, aspettando di contemplarlo un giorno a faccia a faccia!».[53] Benché il Signore ci ami insieme come Popolo, allo stesso tempo la carità agisce in modo personalissimo, “da cuore a cuore”.

33. Teresina ha la viva certezza che Gesù l’ha amata e conosciuta personalmente nella sua Passione: «Mi ha amato e ha dato sé stesso per me» (Gal 2,20). Contemplando Gesù nella sua agonia, lei gli dice: «Tu m’hai vista sempre».[54] Allo stesso modo dice a Gesù Bambino tra le braccia di sua Madre: «Con la tua mano carezzando Maria, tu reggevi il mondo e gli davi vita. E a me già pensavi».[55] Così, anche all’inizio della Storia di un’anima, ella contempla l’amore di Gesù per tutti e per ognuno come se fosse unico al mondo. [56]

34. L’atto di amore “Gesù, ti amo”, continuamente vissuto da Teresa come il respiro, è la sua chiave di lettura del Vangelo. Con questo amore s’immerge in tutti i misteri della vita di Cristo, dei quali si fa contemporanea, abitando il Vangelo insieme a Maria e Giuseppe, Maria di Magdala e gli Apostoli. Insieme a loro penetra le profondità dell’amore del Cuore di Gesù. Vediamo un esempio: «Quando vedo Maddalena avanzare in mezzo ai numerosi convitati, bagnare con le sue lacrime i piedi del suo Maestro adorato, che lei tocca per la prima volta, sento che il suo cuore ha compreso gli abissi d’amore e di misericordia del Cuore di Gesù e che, per quanto peccatrice sia, questo Cuore d’amore non solo è disposto a perdonarla, ma anche a prodigarle i benefici della sua intimità divina, ad elevarla fino alle più alte cime della contemplazione».[57]

L’amore più grande nella più grande semplicità

35. Alla fine della Storia di un’anima, Teresina ci regala la sua Offerta come Vittima d’Olocausto all’Amore Misericordioso.[58] Quando lei si è consegnata pienamente all’azione dello Spirito ha ricevuto, senza clamori né segni vistosi, la sovrabbondanza dell’acqua viva: «I fiumi o meglio gli oceani di grazie che sono venuti a inondare la mia anima».[59] È la vita mistica che, anche priva di fenomeni straordinari, si propone a tutti i fedeli come esperienza quotidiana di amore.

36. Teresina vive la carità nella piccolezza, nelle cose più semplici dell’esistenza di ogni giorno, e lo fa in compagnia della Vergine Maria, imparando da lei che «amare è dare tutto e donar se stessi».[60] Infatti, mentre i predicatori del suo tempo parlavano spesso della grandezza di Maria in maniera trionfalistica, come lontana da noi, Teresina mostra, a partire dal Vangelo, che Maria è la più grande del Regno dei Cieli perché è la più piccola (cfr Mt 18,4), la più vicina a Gesù nella sua umiliazione. Lei vede che, se i racconti apocrifi sono pieni di episodi appariscenti e meravigliosi, i Vangeli ci mostrano una vita umile e povera, trascorsa nella semplicità della fede. Gesù stesso vuole che Maria sia l’esempio dell’anima che lo cerca con una fede spoglia.[61] Maria è stata la prima a vivere la “piccola via” in pura fede e umiltà; così che Teresa non esita a scrivere:

«So che a Nazareth, Madre di grazia piena,

povera tu eri e nulla più volevi:

non miracoli o estasi o rapimenti

t’adornan la vita, Regina dei Santi!

In terra è grande il numero dei piccoli

che guardarti possono senza tremare.

La via comune, Madre incomparabile,

percorrere tu vuoi e guidarli al Cielo».[62]

37. Teresina ci ha offerto anche racconti che testimoniano alcuni momenti di grazia vissuti in mezzo alla semplicità di ogni giorno, come la sua repentina ispirazione mentre accompagnava una suora malata con un temperamento difficile. Ma sempre si tratta di esperienze di una carità più intensa vissuta nelle situazioni più ordinarie: «Una sera d’inverno compivo come al solito il mio piccolo servizio, faceva freddo, era buio… A un tratto udii in lontananza il suono armonioso di uno strumento musicale: allora mi immaginai un salone ben illuminato tutto splendente di ori, ragazze elegantemente vestite che si facevano a vicenda complimenti e convenevoli mondani; poi il mio sguardo cadde sulla povera malata che sostenevo; invece di una melodia udivo ogni tanto i suoi gemiti lamentosi, invece degli ori, vedevo i mattoni del nostro chiostro austero, rischiarato a malapena da una debole luce. Non posso esprimere ciò che accadde nella mia anima, quello che so è che il Signore la illuminò con i raggi della verità che superano altamente lo splendore tenebroso delle feste della terra, che non potevo credere alla mia felicità… Ah, per godere mille anni di feste mondane, non avrei dato i dieci minuti impiegati a compiere il mio umile ufficio di carità».[63]

Nel cuore della Chiesa

38. Teresina ha ereditato da Santa Teresa d’Avila un grande amore per la Chiesa ed è potuta arrivare alla profondità di questo mistero. Lo vediamo nella sua scoperta del “cuore della Chiesa”. In una lunga preghiera a Gesù,[64] scritta l’8 settembre 1896, sesto anniversario della sua professione religiosa, la Santa confida al Signore che si sentiva animata da un immenso desiderio, da una passione per il Vangelo che nessuna vocazione da sola poteva soddisfare. E così, cercando il suo “posto” nella Chiesa, aveva riletto i capitoli 12 e 13 della Prima Lettera di San Paolo ai Corinzi.

39. Nel capitolo 12 l’Apostolo utilizza la metafora del corpo e delle sue membra per spiegare che la Chiesa porta in sé una gran varietà di carismi composti secondo un ordine gerarchico. Ma questa descrizione non è sufficiente per Teresina. Ella prosegue la sua indagine, legge l’“inno alla carità” del capitolo 13, là trova la grande risposta e scrive questa pagina memorabile: «Considerando il corpo mistico della Chiesa, non mi ero riconosciuta in nessuno dei membri descritti da San Paolo: o meglio, volevo riconoscermi in tutti!... La Carità mi diede la chiave della mia vocazione. Capii che se la Chiesa aveva un corpo, composto da diverse membra, il più necessario, il più nobile di tutti non le mancava: capii che la Chiesa aveva un Cuore, e che questo Cuore era acceso d’Amore. Capii che solo l’Amore faceva agire le membra della Chiesa: che se l’Amore si dovesse spegnere, gli Apostoli non annuncerebbero più il Vangelo, i Martiri rifiuterebbero di versare il loro sangue… Capii che l’Amore racchiudeva tutte le Vocazioni, che l’Amore era tutto, che abbracciava tutti i tempi e tutti i luoghi!… Insomma che è Eterno!… Allora, nell’eccesso della mia gioia delirante ho esclamato: O Gesù mio Amore…, la mia vocazione l’ho trovata finalmente! La mia vocazione è l’Amore!… Sì, ho trovato il mio posto nella Chiesa e questo posto, o mio Dio, sei tu che me l’hai dato: nel Cuore della Chiesa, mia Madre, sarò l’Amore!… Così sarò tutto… Così il mio sogno sarà realizzato!!!».[65]

40. Non è il cuore di una Chiesa trionfalistica, è il cuore di una Chiesa amante, umile e misericordiosa. Teresina mai si mette al di sopra degli altri, ma all’ultimo posto con il Figlio di Dio, che per noi è diventato servo e si è umiliato, facendosi obbediente fino alla morte su una croce (cfr Fil 2,7-8).

41. Tale scoperta del cuore della Chiesa è una grande luce anche per noi oggi, per non scandalizzarci a causa dei limiti e delle debolezze dell’istituzione ecclesiastica, segnata da oscurità e peccati, ed entrare nel suo cuore ardente d’amore, che si è incendiato nella Pentecoste grazie al dono dello Spirito Santo. È il cuore il cui fuoco si ravviva ancora con ogni nostro atto di carità. “Io sarò l’amore”: questa è l’opzione radicale di Teresina, la sua sintesi definitiva, la sua identità spirituale più personale.

Pioggia di rose

42. Dopo molti secoli in cui schiere di santi hanno espresso con tanto fervore e bellezza le loro aspirazioni ad “andare in cielo”, Santa Teresina riconosce, con grande sincerità: «Allora avevo grandi prove interiori di ogni genere (fino a chiedermi talvolta se c’era un Cielo)».[66] In un altro momento dice: «Quando canto la felicità del Cielo, il possesso eterno di Dio, non provo alcuna gioia, perché canto semplicemente ciò che voglio credere».[67] Cosa è successo? Che lei stava ascoltando la chiamata di Dio a mettere fuoco nel cuore della Chiesa più di quanto sognasse la propria felicità.

43. La trasformazione che avvenne in lei le permise di passare da un fervido desiderio del Cielo a un costante e ardente desiderio del bene di tutti, culminante nel sogno di continuare in Cielo la sua missione di amare Gesù e di farlo amare. In questo senso, in una delle ultime lettere scrisse: «Conto proprio di non restare inattiva in Cielo: il mio desiderio è di lavorare ancora per la Chiesa e per le anime».[68] E in quegli stessi giorni, in modo più diretto, disse: «Il mio Cielo trascorrerà sulla terra sino alla fine del mondo. Sì, voglio passare il mio Cielo a fare del bene sulla terra».[69]

44. Così Teresina esprimeva la sua risposta più convinta al dono unico che il Signore le stava regalando, alla luce sorprendente che Dio stava riversando in lei. In tal modo giungeva all’ultima sintesi personale del Vangelo, che partiva dalla piena fiducia per culminare nel dono totale agli altri. Ella non dubitava della fecondità di questa dedizione: «Penso a tutto il bene che potrò fare dopo la mia morte».[70] «Il buon Dio non mi darebbe questo desiderio di fare del bene sulla terra dopo la morte, se non volesse realizzarlo».[71] «Sarà come una pioggia di rose».[72]

45. Si chiude il cerchio. «C’est la confiance». È la fiducia che ci conduce all’Amore e così ci libera dal timore, è la fiducia che ci aiuta a togliere lo sguardo da noi stessi, è la fiducia che permette di porre nelle mani di Dio ciò che soltanto Lui può fare. Questo ci lascia un immenso torrente d’amore e di energie disponibili per cercare il bene dei fratelli. E così, in mezzo alla sofferenza dei suoi ultimi giorni, Teresa poteva dire: «Non conto più che sull’amore».[73] Alla fine conta soltanto l’amore. La fiducia fa sbocciare le rose e le sparge come un traboccare della sovrabbondanza dell’amore divino. Chiediamola come dono gratuito, come regalo prezioso della grazia, perché si aprano nella nostra vita le vie del Vangelo.

4. Nel cuore del Vangelo

46. Nella Evangelii gaudium ho insistito sull’invito a ritornare alla freschezza della sorgente, per porre l’accento su ciò che è essenziale e indispensabile. Ritengo opportuno riprendere e proporre nuovamente quell’invito.

Il Dottore della sintesi

47. Questa Esortazione su Santa Teresina mi consente di ricordare che in una Chiesa missionaria «l’annuncio si concentra sull’essenziale, su ciò che è più bello, più grande, più attraente e allo stesso tempo più necessario. La proposta si semplifica, senza perdere per questo profondità e verità, e così diventa più convincente e radiosa».[74] Il nucleo luminoso è «la bellezza dell’amore salvifico di Dio manifestato in Gesù Cristo morto e risorto».[75]

48. Non tutto è ugualmente centrale, perché c’è un ordine o gerarchia tra le verità della Chiesa, e «questo vale tanto per i dogmi di fede quanto per l’insieme degli insegnamenti della Chiesa, ivi compreso l’insegnamento morale».[76] Il centro della morale cristiana è la carità, che è la risposta all’amore incondizionato della Trinità, per cui «le opere di amore al prossimo sono la manifestazione esterna più perfetta della grazia interiore dello Spirito».[77] Alla fine conta solo l’amore.

49. Precisamente, il contributo specifico che Teresina ci regala come Santa e come Dottore della Chiesa non è analitico, come potrebbe essere, per esempio, quello di San Tommaso d’Aquino. Il suo contributo è piuttosto sintetico, perché il suo genio consiste nel portarci al centro, a ciò che è essenziale, a ciò che è indispensabile. Ella, con le sue parole e con il suo personale percorso, mostra che, benché tutti gli insegnamenti e le norme della Chiesa abbiano la loro importanza, il loro valore, la loro luce, alcuni sono più urgenti e più costitutivi per la vita cristiana. È lì che Teresa ha fissato lo sguardo e il cuore.

50. Come teologi, moralisti, studiosi di spiritualità, come pastori e come credenti, ciascuno nel proprio ambito, abbiamo ancora bisogno di recepire questa intuizione geniale di Teresina e di trarne le conseguenze teoriche e pratiche, dottrinali e pastorali, personali e comunitarie. Servono audacia e libertà interiore per poterlo fare.

51. Talvolta di questa Santa si citano soltanto espressioni che sono secondarie, o si menzionano temi che lei può avere in comune con qualunque altro santo: la preghiera, il sacrificio, la pietà eucaristica, e tante altre belle testimonianze, ma in questo modo potremmo privarci di ciò che vi è di più specifico nel dono da lei fatto alla Chiesa, dimenticando che «ogni santo è una missione; è un progetto del Padre per riflettere e incarnare, in un momento determinato della storia, un aspetto del Vangelo».[78] Pertanto, «per riconoscere quale sia quella parola che il Signore vuole dire mediante un santo, non conviene soffermarsi sui particolari […]. Ciò che bisogna contemplare è l’insieme della sua vita, il suo intero cammino di santificazione, quella figura che riflette qualcosa di Gesù Cristo e che emerge quando si riesce a comporre il senso della totalità della sua persona».[79] Questo vale a maggior ragione per Santa Teresina, essendo lei un “Dottore della sintesi”.

52. Dal cielo alla terra, l’attualità di Santa Teresa di Gesù Bambino e del Volto Santo rimane in tutta la sua “piccola grandezza”.

In un tempo che invita a chiudersi nei propri interessi, Teresina ci mostra la bellezza di fare della vita un dono.

In un momento nel quale prevalgono i bisogni più superficiali, lei è testimone della radicalità evangelica.

In un tempo di individualismo, lei ci fa scoprire il valore dell’amore che diventa intercessione.

In un momento nel quale l’essere umano è ossessionato dalla grandezza e da nuove forme di potere, lei indica la via della piccolezza.

In un tempo nel quale si scartano tanti esseri umani, lei ci insegna la bellezza della cura, di farsi carico dell’altro.

In un momento di complessità, lei può aiutarci a riscoprire la semplicità, il primato assoluto dell’amore, della fiducia e dell’abbandono, superando una logica legalista ed eticista che riempie la vita cristiana di obblighi e precetti e congela la gioia del Vangelo.

In un tempo di ripiegamenti e chiusure, Teresina ci invita all’uscita missionaria, conquistati dall’attrazione di Gesù Cristo e del Vangelo.

53. Un secolo e mezzo dopo la sua nascita, Teresina è più viva che mai in mezzo alla Chiesa in cammino, nel cuore del Popolo di Dio. Sta pellegrinando con noi, facendo il bene sulla terra, come ha tanto desiderato. Il segno più bello della sua vitalità spirituale sono le innumerevoli “rose” che va spargendo, cioè le grazie che Dio ci dona per la sua intercessione piena d’amore, per sostenerci nel percorso della vita.

Cara Santa Teresina,

la Chiesa ha bisogno di far risplendere

il colore, il profumo, la gioia del Vangelo.

Mandaci le tue rose!

Aiutaci ad avere fiducia sempre,

come hai fatto tu,

nel grande amore che Dio ha per noi,

perché possiamo imitare ogni giorno

la tua piccola via di santità.

Amen.

Dato a Roma, presso San Giovanni in Laterano, il 15 ottobre, memoria di Santa Teresa d’Avila, dell’anno 2023, undicesimo del mio Pontificato.

FRANCESCO

_________________________

 

[1] Santa Teresa di Gesù Bambino e del Volto Santo, Opere Complete. Scritti e ultime parole, LT 197, A suor Maria del Sacro Cuore (17 settembre 1896), Roma 1997, 538.

Per la versione italiana degli scritti della Santa si fa sempre riferimento a tale edizione, che utilizza le seguenti sigle: Ms A: Manoscritto “A”; Ms B: Manoscritto “B”; Ms C: Manoscritto “C”; LT: Lettere; P: Poesie; Pr: Preghiere; PR: Pie Ricreazioni; QG: Quaderno giallo di Madre Agnese; UC: Ultimi Colloqui.

[2] Pr 6, Offerta di me stessa come Vittima d’Olocausto all’Amore Misericordioso del Buon Dio (9 giugno 1895): 943.

[3] Per il biennio 2022-2023, l’UNESCO ha inserito Santa Teresa di Gesù Bambino tra le personalità da celebrare, in occasione del 150º anniversario della nascita.

[4] 29 aprile 1923.

[5] Cfr Decreto di Virtù, 14 agosto 1921: AAS 13 (1921), 449-452.

[6] Omelia per la canonizzazione (17 maggio 1925): AAS 17 (1925), 211. Testo italiano in Discorsi di Pio XI, a cura di D. Bertetto, vol. I, Torino 1959, 383-384.

[7] Cfr AAS 20 (1928), 147-148.

[8] Cfr AAS 36 (1944), 329-330.

[9] Cfr Lettera a Mons. François-Marie Picaud, Vescovo di Bayeux y Lisieux (7 agosto 1947). Testo francese in Analecta OCD 19 (1947), 168-171. Testo italiano nella traduzione di Rivista di Vita Spirituale 1 (1947), 444-448. Radiomessaggio per la consacrazione della Basilica di Lisieux (11 luglio 1954): AAS 46 (1954), 404-407.

[10] Cfr Lettera a Mons. Jean-Marie-Clément Badré, Vescovo di Bayeux y Lisieux, in occasione del centenario della nascita di Santa Teresa del Bambino Gesù (2 gennaio 1973): AAS 65 (1973), 12-15.

[11] Cfr AAS 90 (1998), 409-413, 930-944.

[12] Lett. ap. Novo millennio ineunte, 42: AAS 93 (2001), 296.

[13] Catechesi (6 aprile 2011): L’Osservatore Romano (7 aprile 2011), 8.

[14] Catechesi (7 giugno 2023): L’Osservatore Romano (7 giugno 2023), 2-3.

[15] LT 220, Al reverendo M. Bellière (24 febbraio 1897): 561.

[16] Ms A, 69vº: 187.

[17] Cfr Ms C, 33vº-37rº: 274-279.

[18] Cfr Esort. ap. Evangelii gaudium (24 novembre 2013), 14; 264: AAS 105 (2013), 1025-1026.

[19] Ms C, 34rº: 275.

[20] Ibid., 36rº: 277-278.

[21] QG, 9 giugno 1897, 3: 991.

[22] Cfr Ms C, 2vº-3rº: 235-236.

[23] Ibid., 2vº: 235.

[24] Ibid., 3rº: 236.

[25] Cfr Ms A, 84vº: 210.

[26] Cfr Esort. ap. Gaudete et exsultate (19 marzo 2018), 47-62: AAS 110 (2018), 1124-1129.

[27] Ms A, 32rº: 124.

[28] Lo ha spiegato il Concilio di Trento: «Così ciascuno nel considerare se stesso, la propria debolezza e le cattive disposizioni, ha motivo di avere paura e di temere circa la propria grazia» (Decreto sulla giustificazione, IX: DS, 1534). Lo riprende il Catechismo della Chiesa Cattolica quando insegna che è impossibile avere certezza guardando a sé stessi o alle proprie azioni (cfr n. 2005). La certezza della fiducia non si trova in sé stessi, il proprio io non offre basi per questa sicurezza, che non si fonda sull’introspezione. In qualche modo lo esprimeva San Paolo: «Io neppure giudico me stesso, perché anche se non sono consapevole di colpa alcuna non per questo sono giustificato. Il mio giudice è il Signore!» (1 Cor 4,3-4). San Tommaso d’Aquino lo spiegava nel modo seguente: visto che la grazia «non risana l’uomo totalmente» (Summa Theologiae, I-II, q. 109, art. 9, ad 1), «rimane una certa ombra d’ignoranza nell’intelletto» (ibid., co).

[29] Pr 6: 943.

[30] Catechismo della Chiesa Cattolica, 2011.

[31] Lo afferma anche con chiarezza il Concilio di Trento: «Nessun uomo pio può dubitare della misericordia di Dio» (Decreto sulla giustificazione, IX: DS 1534). «Tutti debbano nutrire e riporre fiducia fermissima nell’aiuto di Dio» (Ibid., XIII: DS 1541).

[32] Ms B, 1vº: 218.

[33] Cfr Ms A, 48vº: 151; LT 92, A Maria Guérin (30 maggio 1889): 384-385.

[34] Pr 6: 941.

[35] QG, 23 luglio 1897, 3: 1032.

[36] Ms C, 31rº: 271.

[37] Cfr ibid., 5rº-7vº: 238-241.

[38] Ibid., 5vº: 239.

[39] Cfr ibid., 6vº: 240.

[40] Cfr Lett. enc. Lumen fidei (29 giugno 2013), 17: AAS 105 (2013), 564-565.

[41] Ms C, 7rº: 240-241.

[42] LT 197, A suor Maria del Sacro Cuore (17 settembre 1896): 538.

[43] Ms A, 83vº: 209.

[44] Cfr ibid., 45vº-46vº: 146-147.

[45] Ibid., 46rº: 146.

[46] Ibid., 46rº: 146-147.

[47] Ibid., 46vº: 147.

[48] Pr 2: 937.

[49] Summa Theologiae, I-II, q. 62, art. 4.

[50] Cfr Ms C, 11vº-31rº: 256-271.

[51] Ms B, 1vº: 218.

[52] Cfr ibid., 4rº: 224.

[53] LT 122, A Celina (14 ottobre 1890): 421.

[54] P 24, 21: 674.

[55] Ibid., 6: 670.

[56] Cfr Ms A, 3rº: 80-81.

[57] LT 247, Al reverendo M. Bellière (21 giugno 1897): 587.

[58] Cfr Pr 6: 941-943.

[59] Ms A, 84r: 210.

[60] P 54, 22: 726.

[61] Cfr ibid., 15: 725.

[62] Ibid., 17: 725.

[63] Ms C, 29vº-30rº: 269.

[64] Cfr Ms B, 2r°-5v°: 219-229.

[65] Ibid., 3vº: 223.

[66] Ms A, 80vº: 204. Non era una mancanza di fede. San Tommaso insegna che nella fede operano la volontà e l’intelligenza. L’adesione della volontà può essere molto solida e radicata, mentre l’intelligenza può essere oscurata. Cfr De Veritate 14, 1.

[67] Ms C, 7vº: 241.

[68] LT 254, A padre A. Roulland (14 luglio 1897): 593.

[69] QG, 17 luglio 1897: 1028.

[70] Ibid., 13 luglio 1897, 17: 1020.

[71] Ibid., 18 luglio 1897, 1: 1028.

[72] UC, 9 giugno 1897: 1158.

[73] LT 242, A suor Maria della Trinità (6 giugno 1897): 582.

[74] Esort. ap. Evangelii gaudium (24 novembre 2013), 35: AAS 105 (2013), 1034.

[75] Ibid., 36: AAS 105 (2013), 1035.

[76] Ibid.

[77] Ibid., 37: AAS 105 (2013), 1035.

[78] Esort. ap. Gaudete et exsultate (19 marzo 2018), 19: AAS 110 (2018), 1117.

[79] Ibid., 22: AAS 110 (2018), 1117.

[01566-IT.01] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua francese

EXHORTATION APOSTOLIQUE

C’EST LA CONFIANCE

DU SAINT-PÈRE

FRANÇOIS

SUR LA CONFIANCE EN L’AMOUR MISÉRICORDIEUX DE DIEU

À L’OCCASION DU 150e ANNIVERSAIRE

DE LA NAISSANCE DE

SAINTE THÉRÈSE DE L’ENFANT JÉSUS ET DE LA SAINTE FACE

1. «C’est la confiance et rien que la confiance qui doit nous conduire à l’Amour ».[1]

2. Ces paroles très fortes de Sainte Thérèse de l’Enfant Jésus et de la Sainte Face disent tout. Elles résument le génie de sa spiritualité et suffiraient à justifier qu’on l’ait déclarée Docteur de l’Église. Seule la confiance, et “rien d’autre”, il n’y a pas d’autre chemin pour nous conduire à l’Amour qui donne tout. Par la confiance, la source de la grâce déborde dans nos vies, l’Évangile se fait chair en nous et nous transforme en canaux de miséricorde pour nos frères.

3. C’est la confiance qui nous soutient chaque jour et qui nous fera tenir debout sous le regard du Seigneur lorsqu’il nous appellera à Lui : « Au soir de cette vie, je paraîtrai devant vous les mains vides, car je ne vous demande pas, Seigneur, de compter mes œuvres. Toutes nos justices ont des taches à vos yeux. Je veux donc me revêtir de votre propre Justice et recevoir de votre Amour la possession éternelle de Vous-même ».[2]

4. Thérèse est l’une des saintes les plus connues et les plus aimées dans le monde entier. Comme saint François d’Assise, elle est aimée même par les non-chrétiens et les non-croyants. Elle a également été reconnue par l’UNESCO comme l’une des figures les plus significatives de l’humanité contemporaine.[3] Il nous sera bon d’approfondir son message à l’occasion du 150ème anniversaire de sa naissance, à Alençon le 2 janvier 1873, et du centenaire de sa béatification.[4] Mais je n’ai pas voulu rendre publique cette exhortation à l’une de ces dates, ni le jour de sa mémoire, pour que ce message aille au-delà de cette célébration et soit compris comme faisant partie du trésor spirituel de l’Église. La date de cette publication, mémoire de sainte Thérèse d’Avila, a pour but de présenter sainte Thérèse de l’Enfant Jésus et de la Sainte Face comme un fruit mûr de la réforme du Carmel et de la spiritualité de la grande Sainte espagnole.

5. Sa vie terrestre fut brève, vingt-quatre ans, simple comme n’importe quelle autre, d’abord dans sa famille, puis au Carmel de Lisieux. La lumière et l’amour extraordinaires qui rayonnaient de sa personne se sont manifestés immédiatement après sa mort par la publication de ses écrits et par les innombrables grâces obtenues par les fidèles qui l’ont invoquée.

6. L’Église a vite reconnu la valeur extraordinaire de son témoignage et l’originalité de sa spiritualité évangélique. Thérèse rencontra Léon XIII lors d’un pèlerinage à Rome en 1887 et lui demanda la permission d’entrer au Carmel à l’âge de quinze ans. Peu après sa mort, saint Pie X se rendit compte de son immense stature spirituelle, au point d’affirmer qu’elle deviendrait la plus grande sainte des temps modernes. Déclarée vénérable en 1921 par Benoît XV, qui fit l’éloge de ses vertus en les centrant sur la “petite voie” de l’enfance spirituelle,[5] elle fut béatifiée il y a cent ans, puis canonisée le 17 mai 1925 par Pie XI qui remercia le Seigneur d’avoir permis que Thérèse de l’Enfant Jésus et de la Sainte Face soit la première bienheureuse qu’il ait élevée aux honneurs des autels, et la première sainte qu’il ait canonisée.[6] Le même Pape la déclara Patronne des Missions en 1927.[7] Elle fut proclamée l’une des saintes Patronnes de la France en 1944 par le vénérable Pie XII[8] qui approfondit à plusieurs reprises le thème de l’enfance spirituelle.[9] Saint Paul VI aimait rappeler son baptême reçu le 30 septembre 1897, jour de la mort de sainte Thérèse, et, à l’occasion du centenaire de sa naissance, il écrivit à l’évêque de Bayeux et Lisieux sur sa doctrine.[10] Lors de son premier voyage apostolique en France, saint Jean-Paul II se rendit à la basilique qui lui est dédiée, le 2 juin 1980 et, en 1997, il la déclara Docteur de l’Église[11] en tant qu’ « experte en scientia amoris ».[12] Benoît XVI reprit le thème de sa “science de l’amour” en la proposant comme « un guide pour tous, en particulier pour ceux qui, au sein du peuple de Dieu, exercent le ministère de théologiens ».[13] Enfin, j’ai eu la joie de canoniser ses parents, Louis et Zélie, en 2015 lors du Synode sur la famille et je lui ai récemment consacré une catéchèse du cycle sur le thème du zèle apostolique.[14]

1. Jésus pour les autres

7. Dans le nom qu’elle choisit comme religieuse, apparaît Jésus : l’“Enfant” qui manifeste le mystère de l’Incarnation, et la “Sainte Face”, c’est-à-dire le visage du Christ qui se donne jusqu’au bout sur la Croix. Elle est “Sainte Thérèse de l’Enfant Jésus et de la Sainte Face”.

8. Le Nom de Jésus est continuellement “respiré” par Thérèse comme un acte d’amour, jusqu’à son dernier souffle. Elle avait également aussi gravé ces mots dans sa cellule : “Jésus est mon seul amour”. C’était son interprétation de l’affirmation centrale du Nouveau Testament : « Dieu est amour » (1 Jn 4, 8.16).

Une âme missionnaire

9. Comme il arrive dans toute rencontre authentique avec le Christ, son expérience de foi l’appelait à la mission. Thérèse a pu définir sa mission en ces termes : « Je désirerai au Ciel la même chose que sur la terre : Aimer Jésus et le faire aimer ».[15] Elle a écrit qu’elle était entrée au Carmel « pour sauver les âmes ».[16] En d’autres termes, elle ne concevait pas sa consécration à Dieu en dehors de la recherche du bien de ses frères. Elle partageait l’amour miséricordieux du Père pour l’enfant pécheur, et celui du Bon Pasteur pour les brebis perdues, éloignées, blessées. C’est pourquoi elle est la Patronne des missions, maîtresse en évangélisation.

10. Les dernières pages de l’Histoire d’une âme[17] sont un testament missionnaire. Elles expriment sa manière de concevoir l’évangélisation par attraction,[18] et non par pression ou prosélytisme. Il est intéressant de lire comment elle le résume : « “Attirez-moi, nous courrons à l’odeur de vos parfums”. O Jésus, il n’est donc même pas nécessaire de dire : En m’attirant, attirez les âmes que j’aime. Cette simple parole : “Attirez-moi” suffit. Seigneur, je le comprends, lorsqu’une âme s’est laissée captiver par l’odeur enivrante de vos parfums, elle ne saurait courir seule, toutes les âmes qu’elle aime sont entraînées à sa suite ; cela se fait sans contrainte, sans effort, c’est une conséquence naturelle de son attraction vers vous. De même qu’un torrent, se jetant avec impétuosité dans l’océan, entraîne après lui tout ce qu’il a rencontré sur son passage, de même, ô mon Jésus, l’âme qui se plonge dans l’océan sans rivages de votre amour, attire avec elle tous les trésors qu’elle possède... Seigneur, vous le savez, je n’ai point d’autres trésors que les âmes qu’il vous a plu d’unir à la mienne ».[19]

11. Elle cite ici les paroles que l’épouse adresse à l’époux dans le Cantique des Cantiques (1, 3-4), selon l’interprétation approfondie par les deux docteurs du Carmel, sainte Thérèse de Jésus et saint Jean de la Croix. L’Époux est Jésus, le Fils de Dieu qui s’est uni à notre humanité dans l’incarnation et l’a rachetée sur la Croix. De son côté ouvert, il a donné naissance à l’Église, son Épouse bien-aimée pour laquelle il a donné sa vie (cf. Ep 5, 25). Ce qui est frappant, c’est que Thérèse, consciente d’être proche de la mort, ne vit pas ce mystère refermée sur elle-même, dans un sentiment de seule consolation, mais avec un esprit apostolique fervent.

La grâce qui nous libère de l’autoréférentialité

12. Il en va de même lorsqu’elle parle de l’action de l’Esprit Saint, qui acquiert immédiatement un sens missionnaire : « Voici ma prière, je demande à Jésus de m’attirer dans les flammes de son amour, de m’unir si étroitement Lui, qu’Il vive et agisse en moi. Je sens que plus le feu de l’amour embrasera mon cœur, plus je dirai : Attirez-moi, plus aussi les âmes qui s’approcheront de moi (pauvre petit débris de fer inutile, si je m’éloignais du brasier divin), plus ces âmes courront avec vitesse à l’odeur des parfums de leur Bien-Aimé, car une âme embrasée d’amour ne peut rester inactive ».[20]

13. Dans le cœur de Thérèse, la grâce du baptême devient ce torrent impétueux qui se jette dans l’océan de l’amour du Christ, emportant avec lui une multitude de sœurs et de frères. C’est ce qui arriva en particulier après sa mort : sa promesse d’une « pluie de roses ».[21]

2. La petite voie de la confiance et de l’amour

14. L’une des découvertes les plus importantes de Thérèse, pour le bien de tout le peuple de Dieu, est sa “petite voie”, la voie de la confiance et de l’amour, connue aussi sous le nom de Voie de l’enfance spirituelle. Tous peuvent la suivre, dans tout état de vie, à chaque moment de l’existence. C’est la voie que le Père céleste révèle aux petits (cf. Mt 11, 25).

15. Thérèse raconta sa découverte de la petite voie dans l’Histoire d’une âme :[22] « Je puis donc, malgré ma petitesse, aspirer à la sainteté ; me grandir, c’est impossible, je dois me supporter telle que je suis avec toutes mes imperfections; mais je veux chercher le moyen d’aller au Ciel par une petite voie bien droite, bien courte, une petite voie toute nouvelle ».[23]

16. Pour la décrire, elle utilise l’image de l’ascenseur : « L’ascenseur qui doit m’élever jusqu’au Ciel, ce sont vos bras, ô Jésus ! Pour cela je n’ai pas besoin de grandir, au contraire il faut que je reste petite, que je le devienne de plus en plus ».[24] Petite, incapable d’avoir confiance en elle-même, mais confiante en la puissance aimante des bras du Seigneur.

17. C’est “la douce voie de l’amour”,[25] ouverte par Jésus aux petits et aux pauvres, à tous. C’est le chemin de la vraie joie. Face à une conception pélagienne de la sainteté,[26] individualiste et élitiste, plus ascétique que mystique, qui met surtout l’accent sur l’effort humain, Thérèse souligne toujours la primauté de l’action de Dieu, de sa grâce. Elle va ainsi jusqu’à dire : « Je sens toujours la même confiance audacieuse de devenir une grande Sainte, car je ne compte pas sur mes mérites n’en ayant aucun, mais j’espère en Celui qui est la Vertu, la Sainteté Même, c’est Lui seul qui se contentant de mes faibles efforts m’élèvera jusqu’à Lui et, me couvrant de ses mérites infinis, me fera Sainte ».[27]

Au-delà de tout mérite

18. Cette façon de penser ne contredit pas l’enseignement catholique traditionnel sur la croissance de la grâce. Justifiés gratuitement par la grâce sanctifiante, nous sommes transformés et capables de coopérer par nos bonnes actions à un chemin de croissance en sainteté. De cette façon, nous sommes élevés de telle sorte que nous pouvons avoir de véritables mérites pour le développement de la grâce reçue.

19. Mais Thérèse préfère souligner la primauté de l’action divine et inviter à la pleine confiance en regardant l’amour du Christ qui nous est donné jusqu’au bout. Elle enseigne au fond que, puisque nous ne pouvons avoir aucune certitude en nous regardant nous-mêmes,[28] nous ne pouvons pas non plus être certains de posséder des mérites. Il n’est donc pas possible de nous appuyer sur nos efforts ou sur ce que nous faisons. Le Catéchisme a voulu citer les paroles de sainte Thérèse lorsqu’elle dit au Seigneur « Je paraîtrai devant vous les mains vides »,[29] pour exprimer que « les saints ont toujours eu une conscience vive que leurs mérites étaient pure grâce ».[30] Cette conviction suscite une joyeuse et tendre gratitude.

20. L’attitude la plus appropriée est donc de mettre la confiance du cœur hors de soi-même, en la miséricorde infinie d’un Dieu qui aime sans limites et qui a tout donné sur la Croix de Jésus-Christ.[31] C’est pourquoi elle n’utilise jamais l’expression, fréquente à son époque, “je me ferai sainte”.

21. En revanche, sa confiance illimitée encourage ceux qui se sentent fragiles, limités, pécheurs à se laisser conduire et transformer pour atteindre le sommet : « Ah ! Si toutes les âmes faibles et imparfaites sentaient ce que sent la plus petite de toutes les âmes, l’âme de votre petite Thérèse, pas une seule ne désespérerait d’arriver au sommet de la montagne de l’amour, puisque Jésus ne demande pas de grandes actions, mais seulement l’abandon et la reconnaissance ».[32]

22. Cette même insistance de Thérèse sur l’initiative divine fait que, lorsqu’elle parle de l’Eucharistie, elle ne met pas en premier son désir de recevoir Jésus dans la sainte communion, mais le désir de Jésus de s’unir à nous et demeurer dans nos cœurs.[33] Dans l’Acte d’offrande à l’Amour Miséricordieux, souffrant de ne pouvoir recevoir la communion tous les jours, elle dit à Jésus : « Restez-en moi, comme au tabernacle ».[34] Le centre et l’objet de son regard ne sont pas elle-même avec ses besoins, mais le Christ qui aime, qui cherche, qui désire, qui demeure dans l’âme.

L’abandon quotidien

23. La confiance que Thérèse promeut ne doit pas être comprise seulement par rapport à la sanctification et au salut personnels. Elle a un sens intégral qui embrasse la totalité de l’existence concrète et s’applique à toute notre vie où nous sommes souvent envahis par les peurs, par le désir de sécurité humaine, par le besoin de tout contrôler. C’est là qu’apparaît l’invitation à un saint “abandon”.

24. La pleine confiance, qui devient abandon dans l’Amour, nous libère des calculs obsessionnels, de l’inquiétude constante pour l’avenir, des peurs qui enlèvent la paix. Dans ses derniers jours, Thérèse insistait sur ce point : « Nous qui courrons dans la voie de l’Amour, je trouve que nous ne devons pas penser à ce qui peut nous arriver de douloureux dans l’avenir, car alors c’est manquer de confiance ».[35] Si nous sommes entre les mains d’un Père qui nous aime sans limites, cela sera vrai en toutes circonstances, nous nous en sortirons quoi qu’il arrive et, d’une manière ou d’une autre, son plan d’amour et de plénitude se réalisera dans notre vie.

Un feu au milieu de la nuit

25. Thérèse a vécu la foi la plus forte et la plus certaine dans l’obscurité de la nuit et même dans l’obscurité du Calvaire. Son témoignage a atteint son apogée dans la dernière période de sa vie, dans sa grande « épreuve contre la foi »,[36] qui commença à Pâques 1896. Dans son récit,[37] elle met cette épreuve en relation directe avec la douloureuse réalité de l’athéisme de son temps. Elle a vécu en effet à la fin du XIXème siècle, “âge d’or” de l’athéisme moderne en tant que système philosophique et idéologique. Lorsqu’elle écrit que Jésus avait permis que mon âme « fût envahie des plus épaisses ténèbres »,[38] elle désigne les ténèbres de l’athéisme et le rejet de la foi chrétienne. En union avec Jésus, qui a pris sur lui toutes les ténèbres du péché du monde en acceptant de boire la coupe de la Passion, Thérèse perçoit, dans ces ténèbres, le désespoir, le vide du néant.[39]

26. Mais les ténèbres ne peuvent pas éteindre la Lumière : elles ont été vaincues par Celui qui, comme Lumière, est venu dans le monde (cf. Jn 12, 46).[40] Le récit de Thérèse montre le caractère héroïque de sa foi, sa victoire dans le combat spirituel face aux tentations les plus fortes. Elle se sent la sœur des athées et se met à table, comme Jésus, avec les pécheurs (cf. Mt 9, 10-13). Elle intercède pour eux, tout en renouvelant continuellement son acte de foi, toujours en communion amoureuse avec le Seigneur : « Je cours vers mon Jésus, je lui dis être prête à verser jusqu’à la dernière goutte de mon sang pour confesser qu’il y a un Ciel. Je Lui dis que je suis heureuse de ne pas jouir de ce beau Ciel sur la terre afin qu’Il l’ouvre pour l’éternité aux pauvres incrédules ».[41]

27. Dans la foi, elle vit intensément une confiance illimitée en la miséricorde infinie de Dieu : « Une confiance qui doit nous conduire à l’amour ».[42] Elle vit, même dans l’obscurité, la confiance totale de l’enfant qui s’abandonne sans crainte dans les bras de son père et de sa mère. Pour Thérèse, en effet, Dieu brille avant tout par sa miséricorde, clé pour comprendre tout ce qui est dit de Lui : « À moi Il a donné sa Miséricorde infinie, et c’est à travers elle que je contemple et adore les autres perfections Divines !... Alors toutes m’apparaissent rayonnantes d’amour, la Justice même (et peut-être encore plus que toutes les autres) me semble revêtue d’amour ».[43] C’est l’une des découvertes les plus importantes de Thérèse, l’une de ses plus grandes contributions pour l’ensemble du peuple de Dieu. Elle est entrée de manière extraordinaire dans les profondeurs de la miséricorde divine et y a puisé la lumière de son espérance sans limites.

Une très ferme espérance

28. Avant son entrée au Carmel, Thérèse fit l’expérience d’une singulière proximité spirituelle avec l’un des hommes les plus malheureux, le criminel Henri Pranzini, condamné à mort pour triple assassinat, et impénitent.[44] Offrant la messe pour lui et priant avec une totale confiance pour son salut, elle est sûre de le mettre en contact avec le Sang de Jésus et elle dit à Dieu être certaine qu’au dernier moment Il lui pardonnera et qu’elle y croira « même s’il ne se confessait pas et ne donnait aucune marque de repentir ». Elle donne la raison de cette certitude : « tant j’avais de confiance en la miséricorde infinie de Jésus ».[45] Quelle émotion ensuite lorsqu’elle découvre que Pranzini, monté sur l’échafaud, « tout à coup, saisi d’une inspiration subite, se retourne, saisit un Crucifix que lui présentait le prêtre et baise par trois fois ses plaies sacrées !...».[46] Cette expérience intense d’espérer contre toute espérance a été fondamentale pour elle : « Depuis cette grâce unique, mon désir de sauver les âmes grandit chaque jour ».[47]

29. Elle est consciente du drame du péché, même si nous la voyons toujours introduite dans le mystère du Christ, avec la certitude que « là où le péché a abondé, la grâce a surabondé » (Rm 5, 20). Le péché du monde est immense, mais il n’est pas infini. En revanche, l’amour miséricordieux du Rédempteur est infini. Thérèse est témoin de la victoire définitive de Jésus sur toutes les forces du mal par sa passion, sa mort et sa résurrection. Mue par la confiance, elle ose écrire : « Jésus, fais que je sauve beaucoup d’âmes, qu’aujourd’hui il n’y en ait pas une seule de damnée [...]. Jésus, pardonne-moi si je dis des choses qu’il ne faut pas dire, je ne veux que te réjouir et te consoler ».[48] Cela nous permet de passer à un autre aspect de l’air frais qu’est le message de Sainte Thérèse de l’Enfant Jésus et de la Sainte Face.

3. Je serai l’amour

30. “Plus grande” que la foi et que l’espérance, la charité ne passera jamais (cf. 1 Co 13, 8-13). Elle est le plus grand don de l’Esprit Saint, « la mère et la racine de toutes les vertus ».[49]

La charité comme attitude personnelle d’amour

31. L’Histoire d’une âme est un témoignage de charité où Thérèse nous offre un commentaire du commandement nouveau de Jésus : « Aimez-vous les uns les autres comme je vous ai aimés » (Jn 15, 12)[50]. Jésus a soif de cette réponse à son amour. En effet, « il n’a pas craint de mendier un peu d’eau à la Samaritaine. Il avait soif... Mais en disant : “donne-moi à boire”, c’était l’amour de sa pauvre créature que le Créateur de l’univers réclamait. Il avait soif d’amour… ».[51] Thérèse veut correspondre à l’amour de Jésus, lui rendre amour pour amour.[52]

32. Le symbolisme de l’amour conjugal exprime la réciprocité du don de soi entre l’époux et l’épouse. Ainsi, inspirée par le Cantique des Cantiques (2, 16), elle écrit : « Je pense que le cœur de mon époux est à moi seule, comme le mien est à lui seul, et je lui parle alors dans la solitude de ce délicieux cœur à cœur en attendant de le contempler un jour face à face !... ».[53] Même si le Seigneur nous aime tous ensemble en tant que Peuple, la charité agit en même temps de manière très personnelle, “de cœur à cœur”.

33. Thérèse a la vive certitude que Jésus l’a aimée et l’a connue personnellement dans sa Passion : « Il m’a aimé et s’est livré lui-même pour moi » (Ga 2, 20). Contemplant Jésus dans son agonie, elle lui dit : « Tu me vis ».[54] De même, elle dit à l’Enfant Jésus dans les bras de sa Mère : « De ta petite main qui caressait Marie, Tu soutenais le monde et Tu lui donnais la vie. Et tu pensais à moi ».[55] Ainsi, toujours au début de l’Histoire d’une âme, elle contemple l’amour de Jésus pour chacun, comme s’il était unique au monde.[56]

34. L’acte d’amour “Jésus, je t’aime”, continuellement vécu par Thérèse comme une respiration, est la clé de sa lecture de l’Évangile. Elle se plonge avec cet amour dans tous les mystères de la vie du Christ, dont elle devient contemporaine, habitant l’Évangile avec Marie et Joseph, Marie Madeleine et les Apôtres. Avec eux, elle pénètre dans les profondeurs de l’amour du Cœur de Jésus. Prenons un exemple : « Lorsque je vois Madeleine s’avancer devant les nombreux convives, arroser de ses larmes les pieds de son Maître adoré, qu’elle touche pour la première fois ; je sens que son cœur a compris les abîmes d’amour et de miséricorde du Cœur de Jésus et que toute pécheresse qu’elle est ce Cœur d’amour est non seulement disposé à lui pardonner, mais encore à lui prodiguer les bienfaits de son intimité divine, à l’élever jusqu’aux plus hauts sommets de la contemplation ».[57]

Le plus grand amour dans la plus grande simplicité

35. À la fin de l’Histoire d’une âme, Thérèse nous livre son Offrande comme Victime d’Holocauste à l’Amour Miséricordieux du Bon Dieu.[58] En se livrant pleinement à l’action de l’Esprit, elle reçoit, sans bruit ni signes particuliers, la surabondance de l’eau vive : « Les fleuves, ou plutôt les océans de grâces qui sont venus inonder mon âme… ».[59] C’est la vie mystique qui, même dépourvue de phénomènes extraordinaires, est proposée à tous les fidèles comme une expérience quotidienne d’amour.

36. Thérèse vit la charité dans la petitesse, dans les choses les plus simples de la vie quotidienne, et elle le fait en compagnie de la Vierge Marie, en apprenant d’elle qu’« aimer c’est tout donner et se donner soi-même ».[60] En effet, alors que les prédicateurs de son temps parlaient souvent de la grandeur de Marie de manière triomphaliste, éloignée de nous, Thérèse montre, à partir de l’Évangile, que Marie est la plus grande dans le Royaume des Cieux parce qu’elle est la plus petite (cf. Mt 18, 4), la plus proche de Jésus dans son humiliation. Elle voit que, si les récits apocryphes sont remplis de passages frappants et merveilleux, les Évangiles nous montrent une existence humble et pauvre, vécue dans la simplicité de la foi. Jésus lui-même veut que Marie soit l’exemple de l’âme qui le cherche avec une foi dépouillée.[61] Marie a été la première à vivre la “petite voie” dans la foi pure et l’humilité ; c’est pourquoi Thérèse n’a pas peur d’écrire :

«Je sais qu’à Nazareth, Mère pleine de grâces

Tu vis très pauvrement, ne voulant rien de plus

Point de ravissements, de miracles, d’extases

N’embellissent ta vie, ô Reine des Élus !...

Le nombre des petits est bien grand sur la terre

Ils peuvent sans trembler vers toi lever les yeux.

C’est par la voie commune, incomparable Mère

Qu’il te plait de marcher pour les guider aux Cieux. »[62]

37. Thérèse nous a aussi donné des récits de moments de grâce vécus dans la simplicité quotidienne, par exemple son inspiration soudaine en accompagnant une sœur malade au caractère difficile. Mais il s’agit toujours d’expériences d’une charité intense vécue dans l’ordinaire : « Un soir d’hiver, j’accomplissais comme d’habitude mon petit office, il faisait froid, il faisait nuit… Tout à coup j’entendis dans le lointain le son harmonieux d’un instrument de musique, alors je me représentai un salon bien éclairé, tout brillant de dorures, des jeunes filles élégamment vêtues se faisant mutuellement des compliments et des politesses mondaines ; puis mon regard se porta sur la pauvre malade que je soutenais ; au lieu d’une mélodie j’entendais de temps en temps ses gémissements plaintifs, au lieu de dorures, je voyais les briques de notre cloître austère, à peine éclairé par une faible lueur. Je ne puis exprimer ce qui se passa dans mon âme, ce que je sais c’est que le Seigneur l’illumina des rayons de la vérité qui surpassèrent tellement l’éclat ténébreux des fêtes de la terre, que je ne pouvais croire à mon bonheur… Ah ! pour jouir mille ans des fêtes mondaines, je n’aurais pas donné les dix minutes employées à remplir mon humble office de charité… ».[63]

Au cœur de l’Église

38. Thérèse a hérité de Sainte Thérèse d’Avila un grand amour pour l’Église et a pu atteindre les profondeurs de ce mystère. Nous le voyons dans sa découverte du “cœur de l’Église”. Dans une longue prière à Jésus,[64] écrite le 8 septembre 1896, jour du sixième anniversaire de sa profession religieuse, la Sainte confie au Seigneur qu’elle est animée d’un immense désir, d’une passion pour l’Évangile qu’aucune vocation ne peut satisfaire à elle seule. Ainsi, à la recherche de sa “place” dans l’Église, elle relit les chapitres 12 et 13 de la première Lettre de saint Paul aux Corinthiens.

39. Au chapitre 12, l’Apôtre utilise la métaphore du corps et de ses membres pour expliquer que l’Église comprend une grande variété de charismes ordonnés selon un ordre hiérarchique. Mais cette description ne suffit pas à Thérèse. Elle poursuit ses recherches, lit l’“hymne à la charité” du chapitre 13, y trouve la grande réponse et écrit cette page mémorable : « Considérant le corps mystique de l’Église, je ne m’étais reconnue dans aucun des membres décrits par saint Paul, ou plutôt je voulais me reconnaître en tous... La Charité me donna la clef de ma vocation. Je compris que si l’Église avait un corps, composé de différents membres, le plus nécessaire, le plus noble de tous ne lui manquait pas, je compris que l’Église avait un Cœur, et que ce Cœur était brûlant d’amour. Je compris que l’Amour seul faisait agir les membres de l’Église, que si l’Amour venait à s’éteindre, les Apôtres n’annonceraient plus l’Évangile, les Martyrs refuseraient de verser leur sang… Je compris que l’Amour renfermait toutes les Vocations, que l’Amour était tout, qu’il embrassait tous les temps et tous les lieux... en un mot, qu’il est éternel !... Alors dans l’excès de ma joie délirante, je me suis écriée : O Jésus, mon Amour... ma vocation, enfin je l’ai trouvée, ma vocation, c’est l’Amour... Oui j’ai trouvé ma place dans l’Église et cette place, ô mon Dieu, c’est vous qui me l’avez donnée... dans le Cœur de l’Église, ma Mère, je serai l’Amour... ainsi je serai tout... ainsi mon rêve sera réalisé !!!... ».[65]

40. Ce n’est pas le cœur d’une Église triomphaliste, c’est le cœur d’une Église aimante, humble et miséricordieuse. Thérèse ne se met jamais au-dessus des autres, mais à la dernière place avec le Fils de Dieu qui, pour nous, a pris la condition de serviteur et s’est humilié, devenant obéissant jusqu’à la mort sur une croix (cf. Ph 2, 7-8).

41. Une telle découverte du cœur de l’Église est aussi une grande lumière pour nous aujourd’hui, afin de ne pas nous scandaliser des limites et des faiblesses de l’institution ecclésiastique, marquée par des obscurités ou des péchés, et entrer dans son “cœur brûlant d’amour” qui s’est embrasé le jour de la Pentecôte par le don de l’Esprit Saint. C’est le cœur dont le feu se ravive encore par chacun de nos actes de charité. “Je serai l’amour” : voilà le choix radical de Thérèse, sa synthèse définitive, son identité spirituelle la plus personnelle.

Pluie de roses

42. Suite à de nombreux siècles au cours desquels nombre de saints ont exprimé, avec grande ferveur et beauté, leur désir d’“aller au ciel”, sainte Thérèse reconnait avec grande sincérité : « J’avais alors de grandes épreuves intérieures de toutes sortes (jusqu’à me demander parfois s’il y avait un Ciel) ».[66] À un autre moment, elle dit : « Lorsque je chante le bonheur du Ciel, l’éternelle possession de Dieu, je n’en ressens aucune joie, car je chante simplement ce que je veux croire ».[67] Que se passait-il ? Elle entendait l’appel de Dieu à mettre le feu au cœur de l’Église plus qu’elle ne rêvait de son propre bonheur.

43. La transformation qui s’est produite en elle lui a permis de passer d’un fervent désir du Ciel à un désir ardent et continu du bien de tous, culminant dans le rêve de poursuivre au Ciel sa mission d’aimer Jésus et de le faire aimer. En ce sens, elle écrit dans une de ses dernières lettres : « Je compte bien ne pas rester inactive au Ciel, mon désir est de travailler encore pour l’Église et les âmes ».[68] Et à cette même période, elle dit plus directement : « Mon Ciel se passera sur la terre jusqu’à la fin du monde. Oui, je veux passer mon Ciel à faire du bien sur la terre ».[69]

44. Thérèse exprimait ainsi sa réponse la plus convaincue au don unique que le Seigneur lui faisait, à cette lumière surprenante que Dieu lui déversait. De cette façon, elle arrivait à sa dernière synthèse personnelle de l’Évangile, qui partait de la pleine confiance pour atteindre son point culminant dans le don total aux autres. Elle ne doutait pas de la fécondité de ce don : « Je pense à tout le bien que je voudrais faire après ma mort ».[70] « Le bon Dieu ne me donnerait pas ce désir de faire du bien sur la terre après ma mort, s’il ne voulait pas le réaliser ».[71] « Ce sera comme une pluie de roses ».[72]

45. Le cercle se ferme. « C’est la confiance ». C’est la confiance qui nous conduit à l’Amour et nous libère ainsi de la peur, c’est la confiance qui nous aide à détourner le regard de nous-mêmes, c’est la confiance qui nous permet de remettre entre les mains de Dieu ce que lui seul peut faire. Cela nous laisse un immense torrent d’amour et d’énergies disponibles pour rechercher le bien des frères. Et ainsi, au milieu de la souffrance de ses derniers jours, elle pouvait dire : « Je ne compte plus que sur l’amour ».[73] À la fin, seul compte l’amour. La confiance fait jaillir les roses et les répand comme un débordement de la surabondance de l’amour divin. Demandons-la comme un don gratuit, comme un don précieux de la grâce, pour que les voies de l’Évangile s’ouvrent dans nos vies.

4. Au cœur de l’Évangile

46. Dans Evangelii gaudium, j’ai insisté sur l’invitation à revenir à la fraîcheur de la source pour mettre l’accent sur ce qui est essentiel et indispensable. Je crois qu’il est opportun de reprendre et de proposer à nouveau cette invitation.

Le Docteur de la synthèse

47. Cette Exhortation sur sainte Thérèse me permet de rappeler que, dans une Église missionnaire, « l’annonce se concentre sur l’essentiel, sur ce qui est plus beau, plus grand, plus attirant et en même temps plus nécessaire. La proposition se simplifie, sans perdre pour cela profondeur et vérité, et devient ainsi plus convaincante et plus lumineuse ».[74] Le cœur lumineux c’est « la beauté de l’amour salvifique de Dieu manifesté en Jésus Christ mort et ressuscité ».[75]

48. Tout n’est pas central, car il y a un ordre ou une hiérarchie entre les vérités de l’Église, et « ceci vaut autant pour les dogmes de foi que pour l’ensemble des enseignements de l’Église, y compris l’enseignement moral ».[76] Le centre de la morale chrétienne c’est la charité qui est la réponse à l’amour inconditionnel de la Trinité. C’est pourquoi « les œuvres d’amour envers le prochain sont la manifestation extérieure la plus parfaite de la grâce intérieure de l’Esprit ».[77] À la fin, seul l’amour compte.

49. Précisément, l’apport spécifique que nous offre Thérèse comme Sainte et comme Docteur de l’Église n’est pas analytique, comme pourrait l’être par exemple celui de saint Thomas d’Aquin. Son apport est plutôt synthétique, car son génie est de nous conduire au centre, à l’essentiel, au plus indispensable. Elle montre par ses paroles et par son parcours personnel que, même si tous les enseignements et normes de l’Église ont leur importance, leur valeur, leur lumière, certains sont plus urgents et plus structurants dans la vie chrétienne. C’est là que Thérèse a mis son regard et son cœur.

50. Théologiens, moralistes, penseurs de la spiritualité, ainsi que les pasteurs et chaque croyant dans son milieu, nous devons encore recueillir cette intuition géniale de Thérèse et en tirer les conséquences tant théoriques que pratiques, tant doctrinales que pastorales, tant personnelles que communautaires. Il faut de l’audace et de la liberté intérieure pour y parvenir.

51. L’on cite parfois seulement des expressions périphériques de cette sainte, ou bien l’on mentionne des questions qu’elle peut avoir en commun avec tous les autres saints : la prière, le sacrifice, la piété eucharistique, et tant d’autres beaux témoignages. Mais, en faisant ainsi, nous nous privons de ce qu’elle a de spécifique, de ce qu’elle donne à l’Église, parce que nous oublions que « chaque saint est une mission ; il est un projet du Père pour refléter et incarner, à un moment déterminé de l’histoire, un aspect de l’Évangile ».[78] C’est pourquoi, « pour reconnaître quelle est cette parole que le Seigneur veut dire à travers un saint, il ne faut pas s’arrêter aux détails […]. Ce qu’il faut considérer, c’est l’ensemble de sa vie, tout son cheminement de sanctification, cette figure qui reflète quelque chose de Jésus-Christ et qui se révèle quand on parvient à percevoir le sens de la totalité de sa personne ».[79] Cela vaut plus encore pour sainte Thérèse, qui est “Docteur de la synthèse”.

52. Du ciel à la terre, l’actualité de sainte Thérèse de l’Enfant Jésus et de la Sainte Face demeure dans toute sa “petite grandeur”.

En un temps qui nous invite à nous enfermer dans nos intérêts particuliers, Thérèse nous montre qu’il est beau de faire de la vie un don.

À un moment où les besoins les plus superficiels prévalent, elle est témoin du radicalisme évangélique.

En un temps d’individualisme, elle nous fait découvrir la valeur de l’amour qui devient intercession.

À un moment où l’être humain est obsédé par la grandeur et par de nouvelles formes de pouvoir, elle montre le chemin de la petitesse.

En un temps où de nombreux êtres humains sont rejetés, elle nous enseigne la beauté d’être attentif, de prendre soin de l’autre.

À un moment de complexité, elle peut nous aider à redécouvrir la simplicité, la primauté absolue de l’amour, la confiance et l’abandon, en dépassant une logique légaliste et moralisante qui remplit la vie chrétienne d’observances et de préceptes et fige la joie de l’Évangile.

En un temps de replis et d’enfermements, Thérèse nous invite à une sortie missionnaire, conquis par l’attrait de Jésus Christ et de l’Évangile.

53. Un siècle et demi après sa naissance, Thérèse est plus vivante que jamais au cœur de l’Église en chemin, au cœur du Peuple de Dieu. Elle est en pèlerinage avec nous, faisant le bien sur la terre, comme elle le désira tant. Les innombrables “roses” que Thérèse répand sont le signe le plus beau de sa vitalité spirituelle, c’est-à-dire les grâces que Dieu nous donne par son intercession comblée d’amour, pour nous soutenir sur le chemin de la vie.

Chère sainte Thérèse,

l’Église a besoin de faire resplendir

la couleur, le parfum, la joie de l’Évangile.

Envoie-nous tes roses.

Aide-nous à avoir toujours confiance,

comme tu l’as fait,

dans le grand amour que Dieu a pour nous,

afin que nous puissions imiter chaque jour

ta petite voie de sainteté.

Amen.

Donné à Rome, Saint-Jean-de-Latran, le 15 octobre, mémoire de sainte Thérèse d’Avila, de l’année 2023, la onzième de mon Pontificat.

FRANÇOIS

_________________________

 

[1] Sainte Thérèse de l’Enfant Jésus et de la Sainte Face, Œuvres complètes, LT 197, à Sœur Marie du Sacré-Cœur (17 septembre 1896), Paris 1996, p. 553.

Il sera toujours fait référence à cette édition qui utilise les abréviations suivantes : Ms A : Manuscrit autobiographique “A” ; Ms B : Manuscrit autobiographique “B” ; Ms C : Manuscrit autobiographique “C” ; LT : Lettres ; PN : Poésies ; Pri : Prières ; CJ : “Carnet jaune” ; DE : Derniers entretiens.

[2] Pri 6, Offrande de moi-même comme Victime d’Holocauste à l’Amour Miséricordieux du Bon Dieu (9 juin 1895), p. 963.

[3] Pour la période 2022-2023, l’UNESCO a inscrit Sainte Thérèse de Enfant Jésus et de la Sainte Face comme personnalité à célébrer à l’occasion du 150ème anniversaire de sa naissance.

[4] 29 avril 1923.

[5] Cf. Décret sur les vertus (14 août 1921) : AAS 13 (1921), pp. 449-452.

[6] Homélie pour la canonisation (17 mai 1925) : AAS 17 (1925), p. 211.

[7] Cf. AAS 20 (1928), pp. 147-148.

[8] Cf. AAS 36 (1944), pp. 329-330.

[9] Lettre à Mgr F. Picaud, Évêque de Bayeux et Lisieux (7 août 1947) in Analecta OCD 19 (1947), pp. 168-171 ; Message radiodiffusé pour la consécration de la Basilique de Lisieux (11 juillet 1954) : AAS 46 (1954), pp. 404-407.

[10] Cf. Lettre à Mgr Jean-Marie-Clément Badré, Évêque de Bayeux et Lisieux, à l'occasion du centenaire de la naissance de Sainte Thérèse de l’Enfant Jésus (2 janvier 1973) : AAS 65 (1973), pp. 12-15.

[11] Cf. AAS 90 (1998), 409-413, pp. 930-944.

[12] Lett. ap. Novo Millennio ineunte (6 janvier 2001), n. 42 : AAS 93 (2001), p. 296.

[13] Catéchèse (6 avril 2011) : L’Osservatore Romano, ed. en langue française (7 avril 2011), p. 1.

[14] Cf. Catéchèse (7 juin 2023) : L’Osservatore Romano, ed. en langue française (8 juin 2023).

[15] LT 220, à l’abbé Bellière (24 février 1897), p. 576.

[16] Ms A, 69v°, p. 187.

[17] Cf. Ms C, 33v°-37r°, pp. 280-285.

[18] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 novembre 2013), n. 14 : AAS 105 (2013), pp. 1025-1026.

[19] Ms C, 34r°, p. 281.

[20] Ibid., 36r°, p. 284.

[21] CJ, 9 juin 1897, 3, p. 1013.

[22] Cf. Ms C, 2v°-3r°, pp. 237-238.

[23] Ibid., 2v°, p. 237.

[24] Ibid., 3r°, p. 238.

[25] Cf. Ms A, 84v°, p. 213.

[26] Cf. Exhort. ap. Gaudete et Exsultate (19 mars 2018), nn. 47-62 : AAS 110 (2018), pp. 1124-1129.

[27] Ms A, 32r°, p. 120.

[28] Le Concile de Trente l’expliquait ainsi : « Quiconque se considère lui-même, ainsi que sa propre faiblesse et ses mauvaises dispositions, peut être rempli d’effroi et de crainte au sujet de sa grâce » (Décret sur la justification, IX : DS, n. 1534). Le Catéchisme de l’Église Catholique le reprend lorsqu’il enseigne qu’il est impossible d’avoir une certitude sur nos propres sentiments ou sur nos œuvres (cf. n. 2005). La certitude de la confiance ne se trouve pas en nous-mêmes ; le propre moi ne fournit pas la base de cette certitude, qui ne repose pas sur une introspection. D’une certaine manière, saint Paul l’exprimait ainsi : « Je ne me juge même pas moi-même. Ma conscience ne me reproche rien, mais ce n’est pas pour cela que je suis juste : celui qui me soumet au jugement, c’est le Seigneur » (1 Co 4, 3-4). Saint Thomas d’Aquin l’expliquait ainsi : puisque « la grâce est de quelque manière imparfaite en ce sens qu’elle ne guérit pas totalement l’homme » (Summa I-II, q. 109, art. 9, ad 1), « il reste aussi une certaine obscurité d’ignorance dans l’intelligence » (ibid., co).

[29] Pri 6, p. 963.

[30] Catéchisme de l’Église Catholique, n. 2011.

[31] Le Concile de Trente l’affirme clairement aussi: « Aucun homme pieux ne doit mettre en doute la miséricorde de Dieu » (Décret sur la justification, IX : DS, n. 1534). « Tous doivent placer et faire reposer dans le secours de Dieu la plus ferme espérance » (Ibid., XIII : DS, n. 1541).

[32] Ms B, 1v°, p. 220.

[33] Cf. Ms A, 48v°, p. 148 ; LT 92, à Marie Guérin (30 mai 1889), p. 393.

[34] Pri 6, p. 963.

[35] CJ, 23 juillet 1897, 3, p. 1054.

[36] Ms C, 31rº, p. 277.

[37] Cf. ibid., 5rº-7vº, pp. 240-244.

[38] Ibid., 5vº, p. 241.

[39] Cf. ibid., 6vº, pp. 242-243.

[40] Cf. Lett. enc. Lumen fidei (29 juin 2013), n. 17 : AAS 105 (2013), p. 564-565.

[41] Ms C, 7rº, p. 243.

[42] LT 197, à sœur Maríe du Sacré Coeur (17 septembre 1896), p. 553.

[43] Ms A, 83vº, p. 211.

[44] Cf. ibid., 45vº-46vº, pp. 143-145.

[45] Ibid., 46rº, p. 144.

[46] Ibid.

[47] Ibid., 46vº, p. 144.

[48] Pri 2, p. 958.

[49] Summa Theologiae, I-II, q. 62, art. 4.

[50] Cf. Ms C, 11v°-31r°, pp. 249-276.

[51] Ms B, 1vº, pp. 220-221.

[52] Cf. ibid., 4rº, pp. 227-228.

[53] LT 122, à Céline (14 octobre 1890), p. 431.

[54] PN 24, 21, p. 697.

[55] Ibid., 6, p. 693.

[56] Cf. Ms A, 3rº, p. 73.

[57] LT 247, à l’abbé Belliére (21 juin 1897), pp. 603-604.

[58] Cf. Pri 6, pp. 962-964.

[59] Ms A, 84rº, p. 212.

[60] PN 54, 22, p. 755.

[61] Cf. ibid., 15, p. 753

[62] Ibid., 17, p. 754.

[63] Ms C, 29vº-30rº, pp. 274-275.

[64] Cf. Ms B, 2r°-5v° : p. 222-232.

[65] Ibid., 3v°, p. 226.

[66] Ms A, 80v°, p. 205. Ce n’était pas un manque de foi. Saint Thomas d’Aquin enseigne que dans la foi opèrent la volonté et l’intelligence. L’adhésion de la volonté peut être très solide et enracinée, tandis que l’intelligence peut être obscurcie : cf. De Veritate 14, 1.

[67] Ms C, 7v°, p. 244.

[68] LT 254, au P. Roulland (14 juillet 1897), p. 609.

[69] CJ, 17 juillet 1897, p. 1050.

[70] Ibid., 13 juillet 1897, 17, p. 1042.

[71] Ibid., 18 juillet 1897, 1, p. 1051.

[72] CJ, 9 juin 1897, 3, p. 1013.

[73] LT 242, à Sœur Marie de la Trinité (6 juin 1897), p. 599.

[74] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 novembre 2013), n. 35 : AAS 105 (2013), p. 1034.

[75] Ibid., n. 36 : AAS 105 (2013), p. 1035.

[76] Ibid.

[77] Ibid., n. 37 : AAS 105 (2013), p. 1035.

[78] Exhort. ap. Gaudete et exsultate (19 mars 2018), n. 19 : AAS 110 (2018), p. 1117.

[79] Ibid., n. 22 : AAS 110 (2018), p. 1117.

[01566-FR.01] [Texte original: Espagnol]

Traduzione in lingua inglese

 

APOSTOLIC EXHORTATION

C’EST LA CONFIANCE

OF THE HOLY FATHER

FRANCIS

ON CONFIDENCE IN THE MERCIFUL LOVE OF GOD

FOR THE 150th ANNIVERSARY OF THE BIRTH OF

SAINT THERESE OF THE CHILD JESUS AND THE HOLY FACE

1. “C’est la confiance et rien que la confiance qui doit nous conduire à l’Amour”. “It is confidence and nothing but confidence that must lead us to Love”.[1]

2. These striking words of Saint Therese of the Child Jesus and the Holy Face say it all. They sum up the genius of her spirituality and would suffice to justify the fact that she has been named a Doctor of the Church. Confidence, “nothing but confidence”, is the sole path that leads us to the Love that grants everything. With confidence, the wellspring of grace overflows into our lives, the Gospel takes flesh within us and makes us channels of mercy for our brothers and sisters.

3. It is confidence that sustains us daily and will enable us to stand before the Lord on the day when he calls us to himself: “In the evening of this life, I shall appear before you with empty hands, for I do not ask you, Lord, to count my works. All our justice is stained in your eyes. I wish, then, to be clothed in your own Justice and to receive from your Love the eternal possession of yourself”.[2]

4. Saint Therese is one of the best known and most beloved saints in our world. Like Saint Francis of Assisi, she is loved by non-Christians and nonbelievers as well. In addition, she has been recognized by UNESCO as one of the most significant figures for contemporary humanity.[3] We would do well to delve more deeply into her message as we commemorate the 150th anniversary of her birth in Alençon (2 January 1873) and the centenary of her beatification.[4] Yet I have not chosen to issue this Exhortation on either of those dates, or on her liturgical Memorial, so that this message may transcend those celebrations and be taken up as part of the spiritual treasury of the Church. Its publication on the liturgical Memorial of Saint Teresa of Avila is a way of presenting Saint Therese of the Child Jesus and the Holy Face as the mature fruit of the reform of the Carmel and of the spirituality of the great Spanish saint.

5. The earthly life of Saint Therese was brief, a mere twenty-four years, and completely ordinary, first in her family and then in the Carmel of Lisieux. The extraordinary burst of light and love that she radiated came to be known soon after her death, with the publication of her writings and thanks to the countless graces bestowed on the faithful who invoked her intercession.

6. The Church quickly recognized her great significance and the distinctiveness of her evangelical spirituality. Therese met Pope Leo XIII during a pilgrimage to Rome in 1887 and asked his permission to enter the Carmel at the age of fifteen. Not long after her death, Saint Pius X, sensing her spiritual grandeur, stated that she would become the greatest saint of modern times. Therese was declared Venerable in 1921 by Pope Benedict XV, who, in praising her virtues, saw them embodied in her “little way” of spiritual childhood.[5] She was beatified a century ago and then canonized on 17 May 1925 by Pope Pius XI, who thanked the Lord for granting that she be the first Blessed whom he raised to the honour of the altars and the first Saint whom he canonized.[6] In 1927, the same Pope declared her the Patroness of the Missions.[7] Therese was proclaimed one of the patron saints of France in 1944 by Venerable Pius XII,[8] who on several occasions developed the theme of spiritual childhood.[9] Saint Paul VI liked to recall that he was baptized on 30 September 1897, the day of her death, and on the centenary of her birth he wrote a Letter on her teaching to the Bishop of Bayeux and Lisieux.[10] On 2 June 1980, during his first Apostolic Journey to France, Saint John Paul II visited the Basilica dedicated to her, and in 1997 declared her a Doctor of the Church.[11] He also referred to Therese as “an expert in the scientia amoris”.[12] Pope Benedict XVI returned to the subject of her “science of love” and proposed it as “a guide for all, especially those in the people of God who carry out their ministry as theologians”. [13] Finally, in 2015, I had the joy of canonizing her parents, Louis and Zelie, during the Synod on the Family. More recently, I devoted one of my weekly General Audience talks to Saint Therese, as part of a cycle of catecheses on apostolic zeal.[14]

1. Jesus for others

7. In the name that Therese chose as a religious, Jesus stands out as the “Child” who manifests the mystery of the Incarnation, and the “Holy Face” of the one who surrendered himself completely on the Cross. She is “Saint Therese of the Child Jesus and the Holy Face”.

8. The name of Jesus was constantly on her lips, as an act of love, even to her last breath. She had also written these words in her cell: “Jesus is my one love”. It was her interpretation of the supreme statement of the New Testament: “God is love” (1 Jn 4:8.16).

A missionary soul

9. As with every authentic encounter with Christ, this experience of faith summoned her to mission. Therese could define her mission in these words: “I shall desire in heaven the same thing as I do now on earth: to love Jesus and to make him loved”.[15] She wrote that she entered Carmel “to save souls”.[16] In a word, she did not view her consecration to God apart from the pursuit of the good of her brothers and sisters. She shared the merciful love of the Father for his sinful son and the love of the Good Shepherd for the sheep who were lost, astray and wounded. For this reason, Therese is the Patroness of the missions and a model of evangelization.

10. The final pages of her Story of a Soul[17] are a missionary testament. They express her appreciation of the fact that evangelization takes place by attraction[18], not by pressure or proselytism. It is worthwhile reading her own words in this regard: “Draw me, we shall run after you in the odour of your ointments. O Jesus! It is not even necessary to say: When drawing me, draw the souls whom I love! This simple statement, ‘Draw me’ suffices. I understand, Lord, that when a soul allows herself to be captivated by the odour of your ointments, she cannot run alone; all the souls whom she loves follow in her train; this is done without constraint, without effort, it is a natural consequence of her attraction for you. Just as a torrent, throwing itself with impetuosity into the ocean, drags after it everything it encounters in its passage, in the same way, O Jesus, the soul who plunges into the shoreless ocean of your Love, draws with her all the treasures she possesses. Lord, you know it, I have no other treasures than the souls it has pleased you to unite to mine”.[19]

11. In this passage, Therese quotes the words of the bride to the bridegroom in the Song of Songs (1:3-4), following the profound interpretation found in the writings of the doctors of Carmel, Saint Teresa of Avila and Saint John of the Cross. The bridegroom is Jesus, the Son of God who united himself to our humanity in the Incarnation and redeemed it on the Cross. There, from his open side, he gave birth to the Church, his beloved bride, for which he gave his life (cf. Eph 5:25). What is striking is that Therese, conscious of her own impending death, did not approach this mystery merely as a source of personal consolation, but in a fervent apostolic spirit.

The grace that sets us free from self-absorption

12. We see something similar when Therese speaks of the working of the Holy Spirit, which immediately takes on a missionary hue: “That is my prayer. I ask Jesus to draw me to the flames of his love, to unite me so closely to him that he live and act in in me. I feel that the more the fire of love burns within my heart, the more I shall say ‘Draw me’: the more also the souls who will approach me (poor little piece of iron, useless if I withdraw from the divine furnace), the more these souls will run swiftly in the odour of the ointments of their Beloved, for a soul that is burning with love cannot remain inactive”.[20]

13. In the heart of Therese, the grace of baptism became this impetuous torrent flowing into the ocean of Christ’s love and dragging in its wake a multitude of brothers and sisters. This is what happened, especially after her death. It was her promised “shower of roses”.[21]

2. The little way of trust and love

14. One of the most important insights of Therese for the benefit of the entire People of God is her “little way”, the path of trust and love, also known as the way of spiritual childhood. Everyone can follow this way, whatever their age or state in life. It is the way that the heavenly Father reveals to the little ones (cf. Mt 11:25).

15. In the Story of a Soul,[22] Therese tells how she discovered the little way: “I can, then, in spite of my littleness, aspire to holiness. It is impossible for me to grow up, and so I must bear with myself such as I am, with all my imperfections. But I want to seek out a means of going to heaven by a little way, a way that is very straight, very short, and totally new”.[23]

16. To describe that way, she uses the image of an elevator: “the elevator which must raise me to heaven is your arms, O Jesus! And for this, I had no need to grow up, but rather I had to remain little and become this more and more”.[24] Little, incapable of being confident in herself, and yet firmly secure in the loving power of the Lord’s arms.

17. This is the “sweet way of love”[25] that Jesus sets before the little and the poor, before everyone. It is the way of true happiness. In place of a Pelagian notion of holiness,[26] individualistic and elitist, more ascetic than mystical, that primarily emphasizes human effort, Therese always stresses the primacy of God’s work, his gift of grace. As a result, she could say: “I always feel, however, the same bold confidence of becoming a great saint, because I don’t count on my merits, since I have none, but I trust in him who is Virtue and Holiness. God alone, content with my weak efforts, will raise me to himself and make me a saint, clothing me in his infinite merits”.[27]

Apart from all merit

18. This way of speaking is in no way opposed to the traditional Catholic teaching on the increase of grace, namely, that once gratuitously justified by sanctifying grace, we are changed and enabled to cooperate by our good works in a process of growth in holiness. Through this “elevation”, we can possess real merits by virtue of the development of the grace received.

19. Therese, for her part, wished to highlight the primacy of God’s action; she encourages us to have complete confidence as we contemplate the love of Christ poured out to the end. At the heart of her teaching is the realization that, since we are incapable of being certain about ourselves,[28] we cannot be sure of our merits. Hence, it is not possible to trust in our own efforts or achievements. The Catechism chose to quote the words that Saint Therese addressed to the Lord: “I will appear before you with empty hands”, [29] in order to express that “the saints have always had a lively awareness that their merits were pure grace”.[30] This conviction gives rise to a joyful and tender gratitude.

20. It is most fitting, then, that we should place heartfelt trust not in ourselves but in the infinite mercy of a God who loves us unconditionally and has already given us everything in the Cross of Jesus Christ.[31] For this reason, Therese never uses the expression, common enough in her day, “I will become a saint”.

21. Even so, her boundless confidence encourages all who feel frail, limited and sinful to let themselves be elevated and transformed in order to reach greater heights. “If all weak and imperfect souls felt what the least of souls feels, that is, the soul of your little Therese, not one would despair of reaching the summit of the mount of love. Jesus does not demand great actions from us, but simply surrender and gratitude”.[32]

22. This insistence of Therese on God’s initiative leads her, when speaking of the Eucharist, to put first not her desire to receive Jesus in Holy Communion, but rather the desire of Jesus to unite himself to us and to dwell in our hearts.[33] In her Act of Oblation to Merciful Love, saddened by her inability to receive communion each day, she tells Jesus: “Remain in me as in a tabernacle”.[34] Her gaze remained fixed not on herself and her own needs, but on Christ, who loves, seeks, desires and dwells within.

Daily abandonment

23. The confidence that Therese proposes has to do with more than our individual sanctification and salvation. It has an integral meaning that embraces the totality of concrete existence and finds application in our daily lives, where we are often assailed by fears, the desire for human security, the need to have everything under control. Here we see the importance of her invitation to a holy “abandonment”.

24. The complete confidence that becomes an abandonment in Love sets us free from obsessive calculations, constant worry about the future and fears that take away our peace. In her final days, Therese insisted on this: “We who run in the way of love shouldn’t be thinking of suffering that can take place in the future; it’s a lack of confidence”.[35] If we are in the hands of a Father who loves us without limits, this will be the case come what may; we will be able to move beyond whatever may happen to us and, in one way or another, his plan of love and fullness will come to fulfilment in our lives.

Fire burning in the night

25. Therese experienced faith most powerfully and surely in the midst of the dark night and especially amid the darkness of Calvary. Her witness culminated in the final months of her life, in the great “trial against the faith”[36] that began at Easter of 1896. In her account,[37] she directly relates this period of testing to the painful reality of the atheism of her time. The last years of the nineteenth century were the “golden age” of modern atheism as a philosophical and ideological system. When she wrote that Jesus allowed her soul “to be invaded by the thickest darkness”,[38] she was evoking the darkness of atheism and the rejection of the Christian faith. In union with Jesus, who took upon himself all the darkness of the sin of the world when he willed to drink from the cup of the Passion, Therese came to appreciate its underlying sense of despair and sheer emptiness.[39]

26. Yet darkness cannot overcome the light: Therese had been conquered by the One who came as light into the world (cf. Jn 12:46).[40] Her account reveals the heroic nature of her faith, her triumph in spiritual combat with the most powerful temptations. She felt herself a sister to atheists, seated with them at table, like Jesus who sat with sinners (cf. Mt 9:10-13). She interceded for them, ever renewing her own act of faith, in constant loving communion with the Lord: “I run toward my Jesus. I tell him I am ready to shed my blood to the last drop to profess faith in the existence of heaven. I tell him, too, that I am happy not to enjoy this beautiful heaven on this earth so that he will open it for all eternity to poor unbelievers”.[41]

27. Together with faith, Therese experienced a deep and boundless trust in God’s infinite mercy: “confidence that must lead us to Love”.[42] Even in her darkness, she experienced the complete trust of a child that finds refuge, unafraid, in the embrace of its father and mother. For Therese, the one God is revealed above all else in his mercy, which is the key to understanding everything else that can be said of him: “To me he has granted his infinite mercy and through it I contemplate and adore the other divine perfections! All of these perfections appear to be resplendent with love, even his Justice (and perhaps this even more so than the others) seems to me clothed in love”.[43] This is one of the loftiest insights of Therese, one of her major contributions to the entire People of God. In an extraordinary way, she probed the depths of divine mercy, and drew from them the light of her limitless hope.

A most firm hope

28. Before entering the Carmel, Therese had felt a remarkable spiritual closeness to one of the most unfortunate of men, the criminal Henri Pranzini, sentenced to death for a triple murder for which he was unrepentant.[44] By having Masses offered for him and praying with complete confidence for his salvation, she was convinced that she was drawing him ever closer to the blood of Jesus, and she told God that she was sure that at the last moment he would pardon him “even if he went to his death without any signs of repentance”. As the reason for her certainty, she stated: “I was absolutely confident in the mercy of Jesus”. [45] How great was her emotion when she learned that Pranzini, after mounting the scaffold, “suddenly, seized by an inspiration, turned, took hold of the crucifix the priest was holding out to him and kissed the sacred wounds three times![46] This intense experience of hoping against all hope proved fundamental for her: “After this unique grace, my desire to save souls grows each day”.[47]

29. Therese was conscious of the tragic reality of sin, yet she remained constantly immersed in the mystery of Christ, certain that “where sin increased, grace abounded all the more” (Rom 5:20). The sin of the world is great but not infinite, whereas the merciful love of the Redeemer is indeed infinite. Therese testifies to the definitive victory of Jesus, through his passion, death and resurrection, over all the powers of evil. Filled with confidence, she dared to explain: “Jesus, allow me to save very many souls; let no soul be lost today… Jesus, pardon me if I say anything I should not say. I only want to give you joy and to console you”.[48] This now leads us to consider another aspect of the breath of fresh air that is the message of Saint Therese of the Child Jesus and the Holy Face.

3. I will be love

30. As “greater” than faith and hope, charity will never pass away (cf. 1 Cor 13:8-13). It is the supreme gift of the Holy Spirit and “the mother and the root of all the virtues”.[49]

Charity as a personal attitude of love

31. The Story of a Soul is a testimonial to charity, in which Therese offers us a commentary on Jesus’ new commandment: “that you love one another as I have loved you” (Jn 15:12).[50] Jesus thirsts for this response to his love. Indeed, he “did not fear to beg for a little water from the Samaritan woman. He was thirsty. But when he said ‘Give me to drink’, it was the love of his poor creature that the Creator of the universe was seeking. He was thirsty for love”.[51] Therese wished to respond to the love of Jesus, to offer him love in return for love.[52]

32. The symbolism of spousal love emphasizes the mutual self-gift of the bridegroom and the bride. Thus, inspired by the Song of Songs (2:16), Therese writes, “I think that the Heart of my Spouse is mine alone, just as mine is his alone, and I speak to him then in the solitude of this delightful heart to heart, while waiting to contemplate him one day face to face”.[53] Although the Lord loves us together as a people, at the same time charity works in a most personal way: “heart to heart”.

33. Therese possessed complete certainty that Jesus loved her and knew her personally at the time of his Passion: “He loved me and gave himself for me” (Gal 2:20). As she contemplated Jesus in his agony, she told him: “You saw me”.[54] In the same way, she said to the Child Jesus in the arms of his Mother: “With your little hand that caressed Mary, you upheld the world and gave it life, and you thought of me”.[55] So too, at the beginning of the Story of a Soul, she contemplated the love of Jesus for all humanity and for each individual, as if he or she were the only one in the world.[56]

34. The act of love – repeating the words, “Jesus I love you” – which became as natural to Therese as breathing, is the key to her understanding of the Gospel. With that love, she immersed herself in all the mysteries of the life of Christ, making herself his contemporary and placing herself within the Gospel together with Mary and Joseph, Mary Magdalene and the apostles. Together with them, she penetrated to the depths of the love of the Heart of Jesus. Let us take one example: “When I see Magdalene walking up before the many guests, washing with her tears the feet of her adored Master, whom she is touching for the first time, I feel that her heart has understood the abysses of love and mercy of the Heart of Jesus, and, sinner though she is, this Heart of love was not only disposed to pardon her, but to lavish on her the blessings of divine intimacy, to lift her to the highest summits of contemplation”.[57]

The greatest love in supreme simplicity

35. At the end of the Story of a Soul, Therese presents us with her Act of Oblation to Merciful Love.[58] Once she surrendered completely to the working of the Spirit, she received, quietly and unobtrusively, an abundant outpouring of living water: “rivers, or better, the oceans of graces that flooded my soul”.[59] This is the mystical life that, apart from any extraordinary phenomena, offers itself to all the faithful as a daily experience of love.

36. Therese practised charity in littleness, in the simplest things of daily life, and she did so in the company of the Virgin Mary, from whom she learned that “to love is to give everything. It’s to give oneself”.[60] While preachers in those days often celebrated Mary’s grandeur in ways that made her seem far removed from us, Therese showed, starting with the Gospel, that Mary is the greatest in the kingdom of heaven because she is the least (cf. Mt 18:4), the one closest to Jesus in his abasement. She saw that, if the apocrypha are full of striking and amazing feats, the Gospels show us a lowly and poor life lived in the simplicity of faith. Jesus himself wanted Mary to be the example of a soul that seeks him with a simple faith.[61] Mary was the first to experience the “little way” in pure faith and humility. Consequently, Therese did not hesitate to write:

“Mother full of grace, I know that in Nazareth

You live in poverty, wanting nothing more.

No rapture, miracle or ecstasy

Embellish your life, O Queen of the Elect!…

The number of little ones on earth is truly great.

They can raise their eyes to you without trembling.

It’s by the ordinary way, incomparable Mother,

That you like to walk to guide them to heaven”.[62]

37. Therese does tell us of certain moments of grace experienced amid the simplicity of daily life, like the sudden insight she had when accompanying a sick and somewhat irascible sister. Even so, those experiences of a more intense charity came about in the most ordinary ways. “One winter night I was carrying out my little duty as usual; it was cold, it was night. Suddenly I heard off in the distance the harmonious sound of a musical instrument. I then pictured a well-lighted drawing room, brilliantly gilded, filled with elegantly dressed young ladies conversing together and conferring upon each other all sorts of compliments and other worldly remarks. Then my glance fell upon the poor invalid whom I was supporting. Instead of the beautiful strains of music I heard only her occasional complaints, and instead of the rich gildings I saw only the bricks of our austere cloister, hardly visible in the glimmering light. I cannot express in words what happened in my soul; what I know is that the Lord illumined it with rays of truth, which so far surpassed the dark brilliance of earthly feasts that I could not believe my happiness. Ah! I would not have exchanged the ten minutes employed in carrying out my humble office of charity to enjoy a thousand years of worldly feasts”.[63]

In the heart of the Church

38. From Saint Teresa of Avila, Therese inherited a great love for the Church and was able to plumb the depths of this mystery. We see this in her discovery of the “heart of the Church”. In a lengthy prayer to Jesus, [64] written on 8 September 1896, the sixth anniversary of her religious profession, the saint confided to the Lord that she felt driven by an immense desire, a passion for the Gospel that no vocation, by itself, could satisfy. And so, in seeking her “place” in the Church, she turned to chapters 12 and 13 of the First Letter of Saint Paul to the Corinthians.

39. There, in Chapter 12, the apostle employs the metaphor of the body and its members to explain that the Church embraces a great variety of hierarchically ordered charisms. Yet this description was not enough for Therese. She continued her search and read the “hymn to charity” in Chapter 13. There she came upon the eminent answer to her question, and wrote this memorable page: “Considering the mystical body of the Church I had not recognized myself in any of the members described by Saint Paul, or rather I desired to see myself in them all. Charity gave me the key to my vocation. I understood that if the Church had a body composed of different members, the most necessary and most noble of all could not be lacking to it, and so I understood that the Church had a Heart, and that this Heart was burning with love. I understood it was love alone that made the Church’s members act, that if Love ever became extinct, apostles would not preach the Gospel and martyrs would not shed their blood. I understood that Love comprised all vocations, that love was everything, that it embraced all times and places… in a word: that it was eternal! Then, in the excess of my delirious joy, I cried out: O Jesus, my Love... my vocation, at last I have found it… my vocation is Love! Yes, I have found my place in the Church, and it is you, O my God, who have given me this place; in the heart of the Church, my Mother, I shall be Love. Thus I shall be everything, and thus my dream will be realized”.[65]

40. This heart was not that of a triumphalistic Church, but of a loving, humble and merciful Church. Therese never set herself above others, but took the lowest place together with the Son of God, who for our sake became a slave and humbled himself, becoming obedient, even to death on a cross (cf. Phil 2:7-8).

41. This discovery of the heart of the Church is also a great source of light for us today. It preserves us from being scandalized by the limitations and weaknesses of the ecclesiastical institution with its shadows and sins, and enables us to enter into the Church’s “heart burning with love”, which burst into flame at Pentecost thanks to the gift of the Holy Spirit. It is that heart whose fire is rekindled with each of our acts of charity. “I shall be love”. This was the radical option of Therese, her definitive synthesis and her deepest spiritual identity.

A shower of roses

42. After centuries in which countless saints expressed with great fervour and eloquence their desire to “go to heaven”, Saint Therese could acknowledge, with utter sincerity: “At the time I was having great interior trials of all kinds, even to the point of asking myself whether heaven really existed”.[66] At another time, she said: “When I sing of the happiness of heaven and of the eternal possession of God, I feel no joy in this, for I sing simply what I want to believe”.[67] What had happened? Therese was hearing God’s call to put fire into the heart of the Church more than to think of her own personal happiness.

43. The transformation that was taking place enabled her to pass from a fervent desire for heaven to a constant, burning desire for the good of all, culminating in her dream of continuing in heaven her mission of loving Jesus and making him loved. As she wrote in one of her last letters: “I really count on not remaining inactive in heaven. My desire is to work still for the Church and for souls”.[68] And in those very days she said, even more directly: “My heaven will be spent on earth until the end of the world. Yes, I want to spend my heaven in doing good on earth”.[69]

44. In those words, Therese expressed her most assured response to the singular gift that the Lord was granting her, the remarkable light that God was shedding upon her. In this way, she arrived at her ultimate personal synthesis of the Gospel, one that began with complete trust and ended in total abandonment for the sake of others. She had no doubt about the fruitfulness of that abandonment: “I think of all the good that I would like to do after my death”.[70] “God would not have given me the desire of doing good on earth after my death, if he didn’t will to realize it”.[71] “It will be like a shower of roses”.[72]

45. She had come full circle. “C’est la confiance”. It is trust that brings us to love and thus sets us free from fear. It is trust that helps us to stop looking to ourselves and enables us to put into God’s hands what he alone can accomplish. Doing so provides us with an immense source of love and energy for seeking the good of our brothers and sisters. And so, amid the suffering of her last days, Therese was able to say: “I count only on love”.[73] In the end, only love counts. Trust makes roses blossom and pours them forth as an overflow of the superabundance of God’s love. Let us ask, then, for such trust as a free and precious gift of grace, so that the paths of the Gospel may open up in our lives.

4. At the heart of the Gospel

46. In Evangelii Gaudium, I urged a return to the freshness of the source, in order to emphasize what is essential and indispensable. I now consider it fitting to take up that invitation and propose it anew.

The Doctor of synthesis

47. This Exhortation on Saint Therese allows me to observe that, in a missionary Church, “the message has to concentrate on the essentials, on what is most beautiful, most grand, most appealing and at the same time most necessary. The message is simplified, while losing none of its depth and truth, and thus becomes all the more forceful and convincing”.[74] The luminous core of that message is “the beauty of the saving love of God made manifest in Jesus Christ who died and rose from the dead”.[75]

48. Not everything is equally central, because there is an order or hierarchy among the truths of the Church, and “this holds true as much for the dogmas of faith as for the whole corpus of the Church’s teaching, including her moral teaching”.[76] The centre of Christian morality is charity, as our response to the unconditional love of the Trinity. Consequently, “works of love directed towards one’s neighbour are the most perfect manifestation of the interior grace of the Spirit”.[77] In the end, only love counts.

49. The specific contribution that Therese offers us as a saint and a Doctor of the Church is not analytical, along the lines, for example, of Saint Thomas Aquinas. Her contribution is more synthetic, for her genius consists in leading us to what is central, essential and indispensable. By her words and her personal experience she shows that, while it is true that all the Church’s teachings and rules have their importance, their value, their clarity, some are more urgent and more foundational for the Christian life. That is where Therese directed her eyes and her heart.

50. As theologians, moralists and spiritual writers, as pastors and as believers, wherever we find ourselves, we need constantly to appropriate this insight of Therese and to draw from it consequences both theoretical and practical, doctrinal and pastoral, personal and communal. We need boldness and interior freedom to do so.

51. At times, the only quotes we find cited from this saint are secondary to her message, or deal with things she has in common with any other saint, such as prayer, sacrifice, Eucharistic piety, and any number of other beautiful testimonies. Yet in this way, we could be depriving ourselves of what is most specific about her gift to the Church. We forget that “each saint is a mission, planned by the Father to reflect and embody, at a specific moment in history, a certain aspect of the Gospel”.[78] Indeed, “to recognize the word that the Lord wishes to speak to us through one of his saints, we do not need to get caught up in details… What we need to contemplate is the totality of their life, their entire journey of growth in holiness, the reflection of Jesus Christ that emerges when we grasp their overall meaning as a person”.[79] This is all the more true in the case of Saint Therese, since we are dealing with a “Doctor of synthesis”.

52. From heaven to earth, the timely witness of Saint Therese of the Child Jesus and the Holy Face endures in all the grandeur of her little way.

In an age that urges us to focus on our ourselves and our own interests, Therese shows us the beauty of making our lives a gift.

At a time when the most superficial needs and desires are glorified, she testifies to the radicalism of the Gospel.

In an age of individualism, she makes us discover the value of a love that becomes intercession for others.

At a time when human beings are obsessed with grandeur and new forms of power, she points out to us the little way.

In an age that casts aside so many of our brothers and sisters, she teaches us the beauty of concern and responsibility for one another.

At a time of great complexity, she can help us rediscover the importance of simplicity, the absolute primacy of love, trust and abandonment, and thus move beyond a legalistic or moralistic mindset that would fill the Christian life with rules and regulations, and cause the joy of the Gospel to grow cold.

In an age of indifference and self-absorption, Therese inspires us to be missionary disciples, captivated by the attractiveness of Jesus and the Gospel.

53. A century and a half after her birth, Therese is more alive than ever in the pilgrim Church, in the heart of God’s people. She accompanies us on our pilgrim way, doing good on earth, as she had so greatly desired. The most lovely signs of her spiritual vitality are the innumerable “roses” that Therese continues to strew: the graces God grants us through her loving intercession in order to sustain us on our journey through life.

Dear Saint Therese,

the Church needs to radiate the brightness,

the fragrance and the joy of the Gospel.

Send us your roses!

Help us to be, like yourself,

ever confident in God’s immense love for us,

so that we may imitate each day

your “little way” of holiness.

Amen.

Given in Rome, in the Basilica of Saint John Lateran, on 15 October, the Memorial of Saint Teresa of Avila, in the year 2023, the eleventh of my Pontificate.

FRANCIS

_________________________

[1] SAINT THERESE OF THE CHILD JESUS AND THE HOLY FACE, Letter 197 to Sister Marie of the Sacred Heart (17 September 1896): Letters II, p. 1000. The English citations of the Saint’s writings are taken from the translations of her works published by the Institute of Carmelite Studies (ICS), Washington, D.C.: Story of a Soul (1996); Letters I: 1877-1890 (1996); Letters II: 1890-1897 (1988); Prayers (1997); Poetry (1996); Her Last Conversations (1977).

[2] Prayer 6, Act of Oblation to Merciful Love (9 June 1895): Prayers, p. 54; Story of a Soul, pp. 276-277.

[3] For the two-year period 2022-2023, UNESCO recognized Saint Therese as a person to be celebrated on the 150th anniversary of her birth.

[4] 29 April 1923.

[5] Cf. Decretum super Virtutibus (14 August 1921): AAS 13 (1921), 449-452.

[6] Homily for the Canonization (17 May 1925): AAS 17 (1925), 211.

[7] Cf. AAS 20 (1928), 147-148.

[8] Cf. AAS 36 (1944), 329-330.

[9] Cf. PIUS XII, Letter to Mgr François-Marie Picaud, Bishop of Bayeux and Lisieux (7 August 1947); Radio Message for the Consecration of the Basilica of Lisieux (11 July 1954): AAS 46 (1954), 404-407.

[10] Cf. Letter to Mgr Jean-Marie-Clément Badré, Bishop of Bayeux and Lisieux on the occasion of the Centenary of the Birth of Saint Therese of the Child Jesus (2 January 1973): AAS 65 (1973), 12-15.

[11] Cf. AAS 90 (1998), 409-413, 930-944.

[12] Apostolic Letter Novo Millennio Ineunte (6 January 2001), 42: AAS 93 (2001), 296.

[13] Catechesis (6 April 2011), L’Osservatore Romano (7 April 2011), 8.

[14] Catechesis (7 June 2023): L’Osservatore Romano (7 June 2023), 2-3.

[15] Letter 220 to l’Abbé Bellière (24 February 1897), Letters II, p. 1060.

[16] Ms A, 69v: Story of a Soul, p. 149.

[17] Cf. Ms C, 33v-37r: Story of a Soul, pp. 253-259.

[18] Cf. Apostolic Exhortation Evangelii Gaudium (24 November 2013), 14, 264: AAS 105 (2013), 1025-1026.

[19] Ms C, 34r: Story of a Soul, p. 254.

[20] Ibid., 36r:, Story of a Soul, p. 257.

[21] Last Conversations, Yellow Notebook (9 June 1897, 3), p. 62.

[22] Cf. Ms C, 2v-3r: Story of a Soul, pp. 207-208.

[23] Ibid., 2v: p. 207.

[24] Ibid., 3r: p. 208.

[25] Cf. Ms A, 84v: p. 181.

[26] Cf. Apostolic Exhortation Gaudete et Exsultate (19 March 2018), 47-62: AAS 110 (2018), 1124-1129.

[27] Ms A, 32r: Story of a Soul, p. 72.

[28] This was explained by the Council of Trent: “Whoever considers himself, his personal weakness, and his lack of disposition may fear and tremble about his own grace” (Decree on Justification, IX: DS 1534). It is taken up by the Catechism of the Catholic Church, which teaches that it is not possible to have certitude by looking to ourselves or our own actions (cf. No. 2005). The certitude born of trust does not come from ourselves, nor can our own consciousness ground that security, which is not based on introspection. In the words of Saint Paul: “I do not judge myself. I am not aware of anything against myself, but I am not thereby acquitted. It is the Lord who judges me” (1 Cor 4:3-4). Saint Thomas Aquinas explains it in the following way: since grace “does not perfectly heal man” (ST I-II, q. 109, art. 9, ad 1), “in the intellect there remains the darkness of ignorance” (ibid., resp.)

[29] Prayer 6 (9 June 1895): Prayers, p. 54.

[30] Catechism of the Catholic Church, No. 2011.

[31] This was also clearly stated by the Council of Trent: “No devout man should doubt God’s mercy” (Decree on Justification, IX: DS 1534); “All should place their firmest hope in God’s help” (ibid., XIII: DS 1541).

[32] Ms B, 1v: Story of a Soul, p. 188.

[33] Cf. Ms A, 48v: Story of a Soul, pp. 104-105; Letter 92 to Marie Guérin (30 May 1889): Letters I, pp. 567-569.

[34] Prayer 6 (9 June 1895): Story of a Soul, p. 276.

[35] Last Conversations, Yellow Notebook (23 July 1897, 3): p. 106.

[36] Ms C, 31r: Story of a Soul, p. 250.

[37] Cf. Ms C, 5r-7v: Story of a Soul, pp. 211-214.

[38] Cf. ibid, 5v: Story of a Soul, p. 211.

[39] Cf. ibid., 6v: Story of a Soul, p. 213.

[40] Cf. Encyclical Letter Lumen Fidei (29 June 2013), 17: AAS 105 (2013), 564-565.

[41] Ms C, 7r: Story of a Soul, pp. 213-214.

[42] Cf. Letter 197 to Sister Marie of the Sacred Heart (17 September 1896): Letters II, p. 1000.

[43] Ms A, 83v: Story of a Soul, p. 180.

[44] Cf. Ms A, 45v-46v: Story of a Soul, pp. 98-101.

[45] Ibid., 46r: Story of a Soul, p. 100.

[46] Ibid.

[47] Ibid., 46v: Story of a Soul, p. 100.

[48] Prayer 2 (8 September 1890): Prayers, p. 38.

[49] Summa Theologiae, I-II, q. 62, art. 4.

[50] Cf. Ms C, 11v-31r: Story of a Soul, pp. 219-250.

[51] Ms B, 1v: Story of a Soul, p. 189.

[52] Cf. Ms B, 4r: Story of a Soul, p. 195.

[53] Letter 122 to Céline (14 October 1890): Letters II, p. 709.

[54] PN 24, 21: Poetry, p. 128.

[55] PN 24, 6: ibid., p. 124.

[56] Cf. Ms A, 3r: Story of a Soul, pp. 14-15.

[57] Letter 247 to l’Abbé Bellière (21 June 1897): Letters II, p. 1133.

[58] Cf. Prayer 6 (9 June 1895): Prayers, pp. 53-55; Story of a Soul, pp. 276-277.

[59] Ms A, 84r: Story of a Soul, p. 181.

[60] PN 54, 22: Poetry, p. 219.

[61] PN 54, 15: ibid., p. 218.

[62] PN 54, 17: ibid., p. 218.

[63] Ms C, 29v-30r: Story of a Soul, pp. 248-249.

[64] Cf. Ms B, 2r-5v: Story of a Soul, pp. 190-200.

[65] Ms B, 3v: ibid., p. 194.

[66] Ms A, 80v: Story of a Soul, p. 173. This was not a lack of faith. Saint Thomas Aquinas taught that in faith, both the intelligence and the will are operative. The adherence of the will can be very solid and well rooted, while the intelligence can be darkened. Cf. De Veritate 14,1.

[67] Ms C, 7v: Story of a Soul, p. 214.

[68] Letter 254 to Père Adolphe Roulland (14 July 1897): Letters II, p. 1142.

[69] Last Conversations, Yellow Notebook (17 July 1897), p. 102.

[70] Ibid. (13 July 1897, 17), p. 102.

[71] Ibid. (18 July 1897, 1), p. 102.

[72] Last Conversations, Yellow Notebook (9 June 1897, 3), p. 62.

[73] Letter 242 to Sister Marie of the Trinity (6 June 1897): Letters II, p. 1121.

[74] Apostolic Exhortation Evangelii Gaudium (24 November 2013), 35: AAS 105 (2013), 1034.

[75] Ibid., 36: AAS 105 (2013), 1035.

[76] Ibid.

[77] Ibid., 37: AAS 105 (2013), 1035.

[78] Apostolic Exhortation Gaudete et Exsultate (19 March 2018), 19: AAS 110 (2018), 1117.

[79] Ibid., 22: AAS 110 (2018), 1117.

[01566-EN.01] [Original text: Spanish]

Traduzione in lingua tedesca

APOSTOLISCHES SCHREIBEN

C’EST LA CONFIANCE

DES HEILIGEN VATERS

PAPST FRANZISKUS

ÜBER DAS VERTRAUEN AUF DIE BARMHERZIGE LIEBE GOTTES

ANLÄSSLICH DES 150. JAHRESTAGES

DER GEBURT DER

HEILIGEN THERESIA VOM KINDE JESUS UND VOM HEILIGEN ANTLITZ

 

1. »C’est la confiance et rien que la confiance qui doit nous conduire à l’Amour«: »Das Vertrauen und nichts als das Vertrauen soll uns zur Liebe führen!«.[1]

2. Diese eindrücklichen Worte der heiligen Theresia vom Kinde Jesus und vom Heiligen Antlitz sagen alles, sie fassen die Besonderheit ihrer Spiritualität zusammen und würden bereits genügen, um ihre Erhebung zur Kirchenlehrerin zu rechtfertigen. Allein das Vertrauen, „nichts anderes”, kein anderer Weg führt zu jener Liebe, die alles schenkt. Mit dem Vertrauen fließt die Quelle der Gnade in unserem Leben über, das Evangelium wird in uns Fleisch und verwandelt uns in Kanäle der Barmherzigkeit für unsere Brüder und Schwestern.

3. Es ist das Vertrauen, das uns jeden Tag trägt und das uns im Angesicht des Herrn bestehen lässt, wenn er uns zu sich rufen wird: »Am Abend dieses Lebens werde ich vor Dir mit leeren Händen erscheinen. Denn ich bitte Dich nicht, Herr, meine Werke zu zählen, ist doch „unsere ganze Gerechtigkeit in Deinen Augen wie ein schmutziges Kleid“. So will ich mich mit Deiner eigenen Gerechtigkeit bekleiden und Dich selbst von Deiner Liebe zu ewigem Besitz empfangen«.[2]

4. Die kleine Therese ist eine der bekanntesten und beliebtesten Heiligen in der ganzen Welt. So wie der heilige Franz von Assisi wird sie selbst von Nicht-Christen und Nicht-Gläubigen geliebt. Sie wurde auch von der UNESCO als eine der bedeutendsten Persönlichkeiten für die Menschheit unserer Zeit anerkannt.[3] Es wird uns guttun, ihre Botschaft zu vertiefen, wenn wir den 150. Jahrestag ihrer Geburt am 2. Januar 1873 in Alençon und den hundertsten Jahrestag ihrer Seligsprechung[4] begehen. Aber ich wollte dieses Schreiben weder an einem dieser beiden Termine noch an ihrem Gedenktag veröffentlichen, damit die Botschaft über diese Anlässe hinausgeht und als Teil des geistlichen Schatzes der Kirche angesehen wird. Das Datum dieser Veröffentlichung, der Gedenktag der heiligen Theresia von Ávila, möchte die heilige Theresia vom Kinde Jesus und vom Heiligen Antlitz als eine reife Frucht der Reform des Karmels und der Spiritualität der großen spanischen Heiligen ausweisen.

5. Ihr irdisches Leben war von kurzer Dauer, gerade einmal vierundzwanzig Jahre, und schlicht wie jedes andere – zuerst lebte sie in ihrer Familie und dann im Karmel von Lisieux. Die außergewöhnliche Kraft an Licht und an Liebe, die ihre Person ausstrahlte, zeigte sich unmittelbar nach ihrem Tod mit der Veröffentlichung ihrer Schriften und durch die unzähligen Gnaden, die die Gläubigen erhielten, die sie anriefen.

6. Die Kirche erkannte schnell den außerordentlichen Wert ihres Zeugnisses und die Besonderheit ihrer im Evangelium verwurzelten Spiritualität. Theresia begegnete Papst Leo XIII. anlässlich der Pilgerreise nach Rom im Jahr 1887 und bat ihn um die Erlaubnis, im Alter von fünfzehn Jahren in den Karmel einzutreten. Kurz nach ihrem Tod wurde sich der heilige Pius X.  ihrer gewaltigen geistlichen Bedeutung bewusst, so dass er sogar die Aussage traf, sie würde die größte Heilige der Moderne werden. Im Jahr 1921 wurde sie von Benedikt XV. für verehrungswürdig erklärt; er lobte ihre Tugenden, die er im „kleinen Weg“ der geistlichen Kindschaft ausmachte.[5] Vor einhundert Jahren wurde sie seliggesprochen und später, am 17. Mai 1925, von Pius XI. heiliggesprochen, der dem Herrn dafür dankte, dass Theresia vom Kinde Jesus und vom Heiligen Antlitz die erste Selige war, die er zu den Ehren der Altäre erhob, und die erste von ihm kanonisierte Heilige.[6] Derselbe Papst erklärte sie 1927 zur Patronin der Missionen.[7] 1944 wurde sie vom verehrungswürdigen Pius XII. unter die Patroninnen Frankreichs aufgenommen.[8] Dieser vertiefte bei mehreren Gelegenheiten das Thema der geistlichen Kindschaft.[9] Der heilige Paul VI. erinnerte gern daran, dass er selbst die Taufe am 30. September 1897 empfangen hatte, dem Todestag der heiligen kleinen Therese, und zum hundertsten Jahrestag ihrer Geburt richtete er ein Schreiben über ihre Lehre an den Bischof von Bayeux und Lisieux.[10] Auf seiner ersten apostolischen Reise nach Frankreich im Juni 1980 besuchte der heilige Johannes Paul II. die ihr geweihte Basilika; er erklärte sie 1997 zur Kirchenlehrerin[11] und dann auch zur »Expertin der scientia amoris«.[12] Benedikt XVI. griff das Thema ihrer „Wissenschaft der Liebe“ wieder auf und schlug sie als »Wegweiser für alle vor, insbesondere für diejenigen, die im Volk Gottes den Dienst der Theologen ausüben«.[13] Schließlich hatte ich die Freude, ihre Eltern Louis und Zélie 2015 während der Synode über die Familie heiligzusprechen, und kürzlich habe ich ihr eine eigene Katechese in der Reihe über den apostolischen Eifer gewidmet.[14]

1. Jesus für die anderen

7. In dem Namen, den sie als Ordensfrau wählte, steht Jesus im Vordergrund: Das „Kind“, das das Geheimnis der Menschwerdung anzeigt, und das „Heilige Antlitz“, das heißt, das Antlitz Christi, der sich bis zu seinem Ende am Kreuz hingibt. Sie ist die „heilige Theresia vom Kinde Jesus und vom Heiligen Antlitz“.

8. Als Akt der Liebe „hauchte“ Theresia bis zu ihrem letzten Atemzug beständig den Namen Jesu. Sie hatte diese Worte auch in ihre Zelle eingraviert: „Jesus ist meine einzige Liebe“. Das war ihre Interpretation der wichtigsten Aussage des Neuen Testaments: »Gott ist Liebe« (1 Joh 4,8.16).

Missionarische Seele

9. Wie es bei jeder authentischen Begegnung mit Christus geschieht, rief diese Glaubenserfahrung sie zur Mission. Theresia konnte ihre Sendung mit diesen Worten beschreiben: »Ich werde nämlich im Himmel denselben Wunsch haben wie auf der Erde: Jesus zu lieben und zu bewirken, dass er geliebt wird«.[15] Sie schrieb, dass sie in den Karmel eingetreten war, „um die Seelen zu retten“.[16] Mit anderen Worten, sie verstand ihre Weihe an Gott nicht ohne die Suche nach dem Wohl ihrer Brüder und Schwestern. Sie teilte die barmherzige Liebe des Vaters für den sündigen Sohn und die des Guten Hirten für die verlorenen, fernstehenden und verletzten Schafe. Deshalb ist sie die Patronin der Missionen, eine Lehrmeisterin der Evangelisierung.

10. Die letzten Seiten der Geschichte einer Seele[17] sind ein missionarisches Testament, sie bringen ihr Verständnis von Evangelisierung zum Ausdruck, die durch Anziehung und nicht etwa durch Druck oder Proselytismus geschieht.[18] Es lohnt sich zu lesen, wie sie selbst es zusammenfasst: »„Ziehe mich an Dich, wir werden dem Duft deiner Wohlgerüche nachlaufen“. Jesus, ich brauche also nicht einmal zu sprechen: „Indem Du mich anziehst, ziehe auch die Seelen an, die ich liebe.“ Das einfache „Ziehe mich an Dich!“ reicht aus. Herr, ich verstehe, wenn eine Seele sich „vom betörenden Duft Deiner Wohlgerüche“ hat gefangen nehmen lassen, dann kann sie nicht alleine laufen. Alle Seelen, die sie liebt, werden in ihrem Gefolge mitgezogen. Das geschieht ohne Zwang und ohne Anstrengung; es ist vielmehr eine natürliche Folge ihres Angezogenseins von Dir. Wie ein Wildbach, der sich mit ungestümer Macht ins Meer stürzt, alles mit sich reißt, was er unterwegs angetroffen hat, so nimmt die Seele, die in das uferlose Meer deiner Liebe eintaucht, mein Jesus, alle Schätze mit sich, die sie besitzt ... Herr, Du weißt, keine anderen Schätze habe ich als die Seelen, die Du mit der meinen vereinen wolltest«.[19]

11. Hier zitiert sie die Worte, die die Braut im Hohelied (1,3-4) an den Bräutigam richtet, gemäß der tiefgründigen Auslegung der beiden Kirchenlehrer des Karmels, der heiligen Theresia von Ávila und des heiligen Johannes vom Kreuz. Der Bräutigam ist Jesus, der Sohn Gottes, der unsere menschliche Natur angenommen und sie am Kreuz erlöst hat. Dort brachte er aus seiner offenen Seite die Kirche hervor, seine geliebte Braut, für die er sein Leben hingab (vgl. Eph 5,25). Es ist beeindruckend, wie die kleine Therese, die weiß, dass sie dem Tod nahe ist, dieses Geheimnis nicht in sich selbst verschlossen lebt, lediglich im Sinne einer Tröstung, sondern mit einer glühenden apostolischen Gesinnung.

Die Gnade, die uns von der Selbstbezogenheit befreit

12. Etwas Ähnliches geschieht, wenn sie sich auf das Wirken des Heiligen Geistes bezieht, das sofort eine missionarische Bedeutung annimmt: »Das ist mein Gebet: Ich bitte Jesus, mich in die Flammen seiner Liebe hineinzuziehen und mich so eng mit sich zu vereinigen, dass er in mir lebt und handelt. Ich weiß genau, je mehr das Feuer der Liebe mein Herz entflammt, umso mehr werde ich sagen: „Ziehe mich an dich!“, umso mehr werden auch die Seelen, die mir nahe kommen (mir, die ich doch nur ein armes kleines Stück unnützen Eisenschrotts wäre, wenn ich mich aus dem göttlichen Glutofen entfernen würde), eilig laufen im Duft der Wohlgerüche ihres Geliebten. Denn eine von der Liebe entflammte Seele kann nicht untätig bleiben«.[20]

13. Im Herzen der kleinen Therese hat sich die Gnade der Taufe in diesen reißenden Strom verwandelt, der in den Ozean der Liebe Christi mündet und dabei eine Vielzahl von Schwestern und Brüdern mit sich zieht, was sich besonders nach ihrem Tod ereignete. Das war ihr versprochener »Rosenregen«.[21]

2. Der kleine Weg des Vertrauens und der Liebe

14. Eine der wichtigsten Entdeckungen der kleinen Therese zum Wohle des ganzen Gottesvolks ist ihr „kleiner Weg“, der Weg des Vertrauens und der Liebe, auch bekannt als der Weg der geistlichen Kindschaft. Alle können ihm folgen, in jedem Lebensstand, in jedem Augenblick des Daseins. Es ist der Weg, den der himmlische Vater den Kleinen offenbart (vgl. Mt 11,25).

15. Die kleine Therese erzählt in der Geschichte einer Seele[22] von der Entdeckung des kleinen Weges: »Ich kann mir also trotz meiner Kleinheit Hoffnung auf Heiligkeit machen. Größer machen kann ich mich nicht. Ich muss mich also so ertragen, wie ich bin, mit all meinen Unvollkommenheiten. Aber ich will ein Mittel finden, um auf einem kleinen, ganz direkten, ganz kurzen Weg in den Himmel zu kommen, einem kleinen, ganz neuen Weg«.[23]

16. Um das zu beschreiben, verwendet sie das Bild des Aufzugs: »Der Aufzug, der mich bis zum Himmel emporheben soll, das sind deine Arme, o Jesus! Dafür brauche ich nicht größer zu werden. Im Gegenteil, ich muss klein bleiben, ja es immer mehr werden«.[24] Klein und nicht in der Lage sich auf sich selbst zu verlassen, aber fest geborgen in der liebenden Kraft der Arme des Herrn.

17. Es ist der „süße Weg der Liebe“,[25] den Jesus für die Kleinen und die Armen, für alle eröffnet hat. Es ist der Weg der wahren Freude. Gegenüber einer pelagianischen Vorstellung von Heiligkeit,[26] die individualistisch und elitär ist, mehr asketisch als mystisch, und die den Schwerpunkt hauptsächlich auf die menschliche Anstrengung legt, betont die kleine Therese stets den Vorrang des Handelns Gottes, seiner Gnade. Das bringt sie dazu zu sagen: »Dennoch fühle ich weiterhin dieselbe unbeirrbare Zuversicht, eine große Heilige zu werden. Denn ich setze nicht auf meine Verdienste, habe ich doch kein einziges, sondern ich hoffe auf den, der die Tugend, die Heiligkeit selbst ist. Er gibt sich mit meinen schwachen Bemühungen zufrieden, und er allein ist es, der mich bis zu sich erheben und mich zur Heiligen machen wird, indem er mich mit seinen unendlichen Verdiensten umgibt«.[27]

Jenseits aller Verdienste

18. Diese Denkweise steht nicht im Widerspruch zur traditionellen katholischen Lehre über das Wachstum der Gnade, dass wir also durch die heiligmachende Gnade ohne unser eigenes Verdienst gerechtfertigt, verwandelt und dazu befähigt werden, mit unseren guten Taten auf einem Weg des Wachsens in der Heiligkeit mitzuwirken. Auf diese Weise werden wir erhoben, so dass wir echte Verdienste erlangen und die empfangene Gnade weiter entfalten können.

19. Die kleine Therese zieht es jedoch vor, den Primat des göttlichen Handelns zu betonen und mit Blick auf die Liebe Christi, der sich ganz für uns hingegeben hat, zu vollkommenem Vertrauen einzuladen. Im Grunde besagt ihre Lehre: Da wir keinerlei Gewissheit haben können, wenn wir auf uns selbst schauen,[28] können wir auch nicht sicher sein, eigene Verdienste zu haben. Daher ist es nicht möglich, auf diese Anstrengungen oder Leistungen zu vertrauen. Der Katechismus wollte die Worte der heiligen kleinen Therese zitieren, die sie an den Herrn richtete: »Ich werde mit leeren Händen vor Dir erscheinen«,[29] um damit zum Ausdruck zu bringen, dass „die Heiligen sich stets lebhaft bewusst waren, dass ihre Verdienste reine Gnade sind“.[30] Diese Überzeugung bewirkt eine freudige und liebevolle Dankbarkeit.

20. Die angemessenste Haltung ist daher, das Vertrauen unseres Herzens außerhalb von uns selbst zu verankern: in der unendlichen Barmherzigkeit eines Gottes, der grenzenlos liebt und der am Kreuz Jesu Christi alles gegeben hat.[31] Aus diesem Grund verwendet Theresia nie die zu ihrer Zeit gebräuchliche Formulierung „Ich mache mich zu einer Heiligen“.

21. Doch ihr grenzenloses Vertrauen ermutigt diejenigen, die sich schwach, begrenzt und schuldig fühlen, sich tragen und verwandeln zu lassen, um nach oben zu gelangen: »Ach, wenn alle schwachen und unvollkommenen Seelen sich das vor Augen halten würden, was die kleinste von allen Seelen, die Seele Ihrer kleinen Theresia, erfährt, würde keine einzige die Hoffnung aufgeben, dass sie den Gipfel des Berges der Liebe erreichen kann. Denn Jesus verlangt keine großen Taten, sondern allein Ergebung in seinen Willen und Dankbarkeit«.[32]

22. Eben dieses Beharren der kleinen Therese auf der göttlichen Initiative hat zur Folge, dass sie, wenn sie von der Eucharistie spricht, nicht ihren Wunsch in den Vordergrund rückt, Jesus in der heiligen Kommunion zu empfangen, sondern den Wunsch Jesu, der sich mit uns vereinen und in unseren Herzen wohnen will.[33] Im Akt der Hingabe an die barmherzige Liebe, sagt sie, die darunter leidet, dass sie nicht jeden Tag die Kommunion empfangen kann, zu Jesus: »Bleib in mir wie im Tabernakel«.[34] Die Mitte und der Gegenstand ihres Betrachtens ist nicht sie selbst mit ihren Bedürfnissen, sondern Christus, der liebt, der sucht, der sich sehnt, der in der Seele wohnt.

Die tägliche Hingabe

23. Das Vertrauen, das die kleine Therese bewirbt, ist nicht nur in Bezug auf die eigene Heiligung und Erlösung zu verstehen. Es hat einen ganzheitlichen Sinn, der die Gesamtheit des konkreten Daseins umfasst und sich auf unser ganzes Leben erstreckt, in dem wir oft von Ängsten, dem Wunsch nach menschlichen Sicherheiten und dem Bedürfnis, alles unter unserer Kontrolle zu haben, überwältigt werden. Hier ergeht die Einladung zur heiligen „Hingabe“.

24. Das vollkommene Vertrauen, das sich immer mehr der Liebe anheimgibt, befreit uns von zwanghaftem Kalkül, von der ständigen Sorge um die Zukunft, von Ängsten, die uns den Frieden nehmen. In ihren letzten Tagen bestand Theresia darauf: »Ich finde, dass wir, die wir den Weg der Liebe gehen, nicht an das denken dürfen, was die Zukunft uns an Schmerzlichem bringen kann, denn dann fehlt es uns an Vertrauen«.[35] Wenn wir uns in den Händen eines Vaters befinden, der uns grenzenlos liebt, dann wird dies unter allen Umständen wahr bleiben, wir werden weitergehen können, was auch immer geschieht, und auf die ein oder andere Weise wird sich in unserem Leben sein Plan der Liebe und der Fülle verwirklichen.

Ein Feuer mitten in der Nacht

25. Theresia erlebte im Dunkel der Nacht und sogar in der Finsternis des Leidens den stärksten und sichersten Glauben. Ihr Zeugnis erreichte den Höhepunkt im letzten Abschnitt des Lebens, in der großen »Prüfung gegen den Glauben«,[36] die an Ostern 1896 begann. In ihrem Bericht[37] bringt sie diese Prüfung in direkten Zusammenhang mit der schmerzhaften Wirklichkeit des Atheismus ihrer Zeit. Sie lebte nämlich am Ende des 19. Jahrhunderts, dem „goldenen Zeitalter“ des modernen Atheismus im Sinne eines philosophischen und ideologischen Systems. Als sie schrieb, dass Jesus es zuließ, dass »dichteste Finsternis in meine Seele einzog und sie erfüllte«,[38] meinte sie damit die Finsternis des Atheismus und die Ablehnung des christlichen Glaubens. Vereint mit Jesus, der die ganze Dunkelheit der Sünde der Welt in sich aufnahm, als er den Kelch des Leidens zu trinken bereit war, begreift die kleine Therese in dieser düsteren Finsternis die Verzweiflung, die Leere des Nichts.[39]

26. Aber die Finsternis kann das Licht nicht auslöschen: Sie wurde von demjenigen besiegt, der als Licht in die Welt gekommen ist (vgl. Joh 12,46).[40] Der Bericht der kleinen Therese offenbart den heroischen Charakter ihres Glaubens, ihren Sieg im geistlichen Kampf angesichts der stärksten Versuchungen. Sie fühlt sich als Schwester der Atheisten und als jemand, der wie Jesus mit den Sündern am Tisch sitzt (vgl. Mt 9,10-13). Sie legt für sie Fürsprache ein, während sie ihren Glaubensakt beständig erneuert, immer in liebender Gemeinschaft mit dem Herrn: »Ich laufe zu meinem Jesus und sage ihm, ich bin bereit, mein Blut bis zum letzten Tropfen für das Bekenntnis zu vergießen, dass es einen Himmel gibt. Ich sage ihm auch, dass ich glücklich bin, diesen schönen Himmel nicht auf der Erde zu genießen, damit er ihn den armen Ungläubigen für die Ewigkeit auftun möge«.[41]

27. Zusammen mit dem Glauben lebt Theresia auf intensive Weise ein unbegrenztes Vertrauen in die unendliche Barmherzigkeit Gottes: ein »Vertrauen, das zur Liebe führt«.[42] Sie lebt auch in der Dunkelheit das totale Vertrauen des Kindes, das sich ohne Angst den Armen seines Vaters und seiner Mutter überlässt. Für die kleine Therese zeigt sich Gott besonders klar durch seine Barmherzigkeit, die der Schlüssel zum Verständnis aller anderen Aussagen über ihn ist: »Mir hat er seine unendliche Barmherzigkeit gegeben, durch sie hindurch beschaue ich alle anderen göttlichen Vollkommenheiten und bete sie an ... Da erhalten für mich alle den Glanz der Liebe. Sogar die Gerechtigkeit (und vielleicht sie sogar mehr als alle anderen) erscheint mir wie mit Liebe bekleidet«.[43] Dies ist eine der wichtigsten Entdeckungen von Theresia, einer ihrer bedeutendsten Beiträge für das ganze Volk Gottes. Auf außergewöhnliche Weise tauchte sie ein in die Tiefen der göttlichen Barmherzigkeit und schöpfte daraus das Licht ihrer grenzenlosen Hoffnung.

Eine ganz feste Hoffnung

28. Vor ihrem Eintritt in den Karmel hatte Theresia eine einzigartige geistliche Nähe zu einem der unglücklichsten Menschen erlebt, dem Verbrecher Henri Pranzini, der wegen dreifachen Mordes zum Tode verurteilt worden war und keine Reue zeigte.[44] Indem sie die Messe für ihn aufopfert und voller Vertrauen für seine Rettung betet, ist sie sich gewiss, ihn mit dem Blut Jesu in Berührung zu bringen und sie sagt zu Gott, sie sei ganz sicher, dass er ihm im letzten Augenblick vergeben werde, und dass sie daran glaube, »auch wenn er nicht beichten und keinerlei Anzeichen der Reue geben würde«. Sie nennt den Grund für ihre Gewissheit: »Mein Vertrauen auf die unendliche Barmherzigkeit Jesu ist so groß«.[45] Welch unbeschreibliches Gefühl, als sie dann erfährt, dass Pranzini noch auf dem Schafott „mit einem Mal, von einer plötzlichen Eingebung erfasst, sich umdreht, ein Kreuz ergreift, das ihm der Priester hinhält, und drei Mal seine heiligen Wunden küsst!“.[46] Diese so intensive Erfahrung des Hoffens gegen alle Hoffnung war für sie von grundlegender Bedeutung: »Ah, nach diesem einzigartigen Gnadenerweis nahm mein Verlangen, Seelen zu retten, von Tag zu Tag zu«.[47]

29. Theresia ist sich des Dramas der Sünde bewusst, auch wenn wir sie immer eingetaucht in das Geheimnis Christi sehen, mit der Gewissheit, dass „wo […] die Sünde mächtig wurde, die Gnade übergroß geworden ist“ (vgl. Röm 5,20). Die Sünde der Welt ist riesig, aber nicht unendlich. Die barmherzige Liebe des Erlösers hingegen ist wahrhaft unendlich. Theresia ist Zeugin des endgültigen Sieges Jesu über alle Mächte des Bösen durch sein Leiden, seinen Tod und seine Auferstehung. Vom Vertrauen bewegt, wagt sie zu sagen: »Jesus, mach, dass ich viele Seelen rette, dass es heute keinen einzigen Verdammten gibt [...]. Jesus, verzeih mir, wenn ich Dinge sage, die sich nicht gehören, ich will Dir doch nur Freude machen und Dich trösten«.[48] Damit kommen wir zu einem weiteren Aspekt dieser frischen Luft der Botschaft der heiligen Theresia vom Kinde Jesus und vom Heiligen Antlitz.

3. Ich werde die Liebe sein

30. Da sie „größer“ als der Glaube und die Hoffnung ist, wird die Liebe niemals vergehen (vgl. 1 Kor 13,8-13). Sie ist das größte Geschenk des Heiligen Geistes und »die Mutter und Wurzel aller Tugenden«.[49]

Die Liebe als persönliche Haltung

31. Die Geschichte einer Seele ist ein Zeugnis der Liebe, in der die kleine Therese uns einen Kommentar zu Jesu neuem Gebot gibt, das darin besteht »dass ihr einander liebt, so wie ich euch geliebt habe« (Joh 15,12).[50] Jesus dürstet nach dieser Antwort auf seine Liebe. »Denn derselbe Gott, der erklärt, er habe es nicht nötig, uns zu sagen, wenn er Hunger hat, hat sich nicht gescheut, bei der Samariterin um ein wenig Wasser zu betteln. Er hatte Durst ... Doch mit dem Wort „Gib mir zu trinken!“ verlangte der Schöpfer des Alls nach der Liebe seines armen Geschöpfes. Er hatte Durst nach Liebe ...«.[51] Die kleine Therese möchte der Liebe Jesu entsprechen, ihm Liebe für Liebe zurückgeben.[52]

32. Die Symbolik der ehelichen Liebe drückt die Gegenseitigkeit der Selbsthingabe zwischen dem Bräutigam und der Braut aus. So schreibt sie, inspiriert vom Hohelied (2,16): »Ich denke, das Herz meines Bräutigams ist ganz mein und das meine ganz sein, und ich spreche zu ihm in dieser köstlichen Einsamkeit von Herz zu Herz, bis ich ihn dann einmal von Angesicht zu Angesicht schauen darf«.[53] Obwohl der Herr uns gemeinsam als Volk liebt, vollzieht sich die Liebe zugleich auf eine sehr persönliche Weise „von Herz zu Herz“.

33. Die kleine Therese hat die lebendige Gewissheit, dass Jesus sie in seinem Leiden persönlich liebte und vor Augen hatte: Er hat »mich geliebt und sich für mich hingegeben« (Gal 2,20). Bei der Betrachtung des Todeskampfes Jesu sagt sie zu ihm: »Jesus, dass du mich erblicken wolltest«.[54] Auf die gleiche Weise sagte sie zum Jesuskind in den Armen seiner Mutter: »Mit deiner kleinen Hand, die Maria liebkoste, hieltest du die Welt und gabst ihr das Leben. Und du dachtest an mich«.[55] So betrachtet sie auch zu Beginn der Geschichte einer Seele die Liebe Jesu zu allen und zu jedem einzelnen Menschen, als sei er der einzige auf der ganzen Welt.[56]

34. Der Akt der Liebe „Jesus, ich liebe dich“, der Theresia so beständig begleitete wie der Atem, ist der Schlüssel zu ihrer Lektüre des Evangeliums. Mit dieser Liebe taucht sie in alle Geheimnisse des Lebens Christi ein, die sie als Zeitgenossin miterlebt, indem sie sich im Evangelium zu Maria und Josef, Maria von Magdala und den Aposteln gesellt. Gemeinsam mit ihnen dringt sie in die Tiefen der Liebe des Herzens Jesu ein. Sehen wir uns ein Beispiel an: »Wenn ich Magdalena betrachte, wie sie in Gegenwart der zahlreichen Geladenen vorgeht, um die Füße ihres angebeteten Meisters, den sie zum ersten Mal berührt, mit ihren Tränen zu netzen; ich fühle, dass ihr Herz die Abgründe der Liebe und des Erbarmens des Herzens Jesu begriffen hat, und dass dieses Herz der Liebe nicht nur bereit ist, ihr, der Sünderin, zu vergeben, sondern auch ihr die Wohltat seiner göttlichen Nähe zu erweisen, sie zu den höchsten Gipfeln der Kontemplation zu erheben«.[57]

Die größte Liebe in der größten Einfachheit

35. Am Ende der Geschichte einer Seele beschenkt Theresia uns mit ihrer Weihe als Ganz-Brandopfer an die barmherzige Liebe Gottes.[58] Als sie sich voll und ganz dem Wirken des Heiligen Geistes überließ, empfing sie ohne Aufsehen oder auffällige Zeichen die Überfülle des lebendigen Wassers: »die Ströme, ja die Ozeane an Gnaden, die daraufhin in meine Seele eingeströmt sind«.[59] Es ist das mystische Leben, das sich, auch ohne außerordentliche Phänomene, allen Gläubigen als eine alltägliche Erfahrung der Liebe anbietet.

36. Die kleine Therese lebt die Liebe im Kleinen, in den einfachsten Dingen des täglichen Lebens, und sie tut dies in der Gesellschaft der Jungfrau Maria, von der sie lernt, dass »lieben heißt, alles hergeben und dazu noch sich selbst schenken«.[60] Während die Prediger ihrer Zeit nämlich oft triumphalistisch von der Größe Marias sprachen, so als sei sie uns fern, zeigt die kleine Therese, ausgehend vom Evangelium, dass Maria die Größte im Himmelreich ist, weil sie die Kleinste ist (vgl. Mt 18,4), diejenige, die Jesus in seiner Erniedrigung am nächsten ist. Sie sieht, dass die Erzählungen der Apokryphen zwar voller beeindruckender und wunderbarer Vorkommnisse sind, die Evangelien uns aber ein demütiges und armes Leben in der Einfachheit des Glaubens zeigen. Jesus selbst möchte, dass Maria das Beispiel für die Seele ist, die ihn mit bloßem Glauben sucht.[61] Maria war die erste, die den „kleinen Weg“ in reinem Glauben und Demut gelebt hat. Deshalb scheut sich Theresia auch nicht zu schreiben:

»Ich weiß, Jungfrau voll der Gnaden,
dass du ganz arm in Nazaret lebtest und nichts weiter verlangtest:
keinerlei Verzückungen, Wunder
oder Ekstasen verschönten dein Leben, Du Königin der Auserwählten
!
Die Zahl der Kleinen ist ja so groß auf Erden;
sie können ohne Zittern zu dir die Augen erheben,
weil es dir gefiel, du unvergleichliche Mutter,
auf dem gewöhnlichen Weg zu gehen, um sie zum Himmel zu führen!«.[62]

37. Die kleine Therese hat uns auch Erzählungen von einigen Momenten der Gnade hinterlassen, die sie inmitten des einfachen Alltags erlebte, wie etwa ihre plötzliche Eingebung, als sie eine kranke Schwester mit schwierigem Charakter begleitete. Aber es handelt sich immer um Erfahrungen intensivster Liebe inmitten ganz gewöhnlicher Situationen: »Eines Winterabends – es war kalt, es war dunkel – verrichtete ich wie gewöhnlich meine kleine klösterliche Aufgabe. … Plötzlich drang aus der Ferne der Wohlklang eines Musikinstruments an mein Ohr. Da stand ein lichterfüllter Salon vor meinem inneren Auge, mit herrlichen goldenen Verzierungen versehen, und fein gekleidete junge Damen sagten sich gegenseitig weltliche Komplimente und Artigkeiten. Dann richtete sich mein Blick auf die arme Kranke, die ich stützte. Anstelle einer Melodie hörte ich von Zeit zu Zeit ihre Klagelaute, und anstelle der goldenen Verzierungen hatte ich die Backsteine unseres nüchternen Kreuzgangs vor Augen, den kaum ein Schimmer erhellte. Unmöglich kann ich beschreiben, was da in meiner Seele vorging. Ich weiß nur, dass der Herr sie mit den Strahlen der Wahrheit erleuchtete, welche den dunklen Glanz irdischer Feste dermaßen überstrahlten, dass ich mein Glück kaum fassen konnte ... Oh, um in den Genuss von tausend Jahren weltlicher Feste zu kommen, hätte ich keine zehn Minuten meines unscheinbaren Dienstes der Nächstenliebe hergegeben«.[63]

Im Herzen der Kirche

38. Die kleine Therese hatte von der heiligen Theresia von Ávila eine große Liebe für die Kirche geerbt und sie war in der Lage in die Tiefe dieses Geheimnisses vorzudringen. Dies zeigt sich in ihrer Entdeckung des „Herzens der Kirche“. In einem langen Gebet zu Jesus,[64] das am 8. September 1896, dem sechsten Jahrestag ihrer Ordensprofess, geschrieben wurde, vertraute die Heilige dem Herrn an, dass sie von einem gewaltigen Verlangen beseelt war, von einer Leidenschaft für das Evangelium, der eine einzelne Berufung nicht Genüge leisten konnte. Und so las sie auf der Suche nach ihrem „Platz“ in der Kirche noch einmal die Kapitel 12 und 13 des Ersten Briefs des Apostels Paulus an die Korinther.

39. In Kapitel 12 verwendet der Apostel das Bild des Leibes und seiner Glieder, um zu erklären, dass die Kirche eine große Vielfalt von Charismen umfasst, die gemäß einer hierarchischen Ordnung verbunden sind. Aber diese Beschreibung genügt der kleinen Therese nicht. Sie setzte ihre Nachforschungen fort, las das „Hohelied der Liebe“ in Kapitel 13, fand dort die große Antwort und schrieb diese denkwürdigen Worte: »Als ich den mystischen Leib der Kirche betrachtete, hatte ich mich in keinem seiner Glieder wiedergefunden, wie sie der heilige Paulus beschreibt, oder besser gesagt, ich wollte mich in allen wiederfinden ... Die selbstlose Liebe gab mir den Schlüssel zu meiner Berufung. Ich begriff, wenn die Kirche einen Leib hat, der aus verschiedenen Gliedern besteht, dann fehlt diesem Leib auch nicht das notwendigste, edelste von allen. Ich begriff, die Kirche hat ein Herz, und dieses Herz brennt vor Liebe. Ich begriff, allein die Liebe lässt die Glieder der Kirche wirken, und wenn die Liebe erlöschen würde, würden die Apostel nicht mehr das Evangelium verkünden und die Märtyrer sich weigern, ihr Blut zu vergießen ... Ich begriff, die Liebe schließt alle Berufungen in sich ein, die Liebe ist alles, sie umfasst alle Zeiten und alle Orte ... mit einem Wort, sie ist ewig! ... Da rief ich in meiner überschäumenden Freude aus: O Jesus, meine Liebe ... Endlich habe ich meine Berufung gefunden. Meine Berufung ist die Liebe! ... Ja, ich habe meinen Platz gefunden, den Platz in der Kirche, und diesen Platz hast du, mein Gott, mir gegeben ... Im Herzen der Kirche, meiner Mutter, werde ich die Liebe sein ... so werde ich alles sein ... so wird mein Traum Wirklichkeit werden!!!«.[65]

40. Hier ist nicht die Rede vom Herz einer triumphalistischen Kirche, sondern vom Herz einer liebenden, demütigen und barmherzigen Kirche. Die kleine Therese stellt sich nie über die anderen, sondern sie begibt sich mit dem Sohn Gottes an die letzte Stelle, mit ihm, der um unseretwillen zum Diener wurde, sich selbst erniedrigte und gehorsam war bis zum Tod am Kreuz (vgl. Phil 2,7-8).

41. Diese Entdeckung des Herzens der Kirche ist auch für uns heute sehr erhellend, damit wir uns nicht an den Grenzen und Schwächen der kirchlichen Institution stoßen, die von Dunkelheit und Sünden gezeichnet ist, sondern uns hineinbegeben in ihr „aus Liebe brennendes Herz“, das zu Pfingsten dank der Gabe des Heiligen Geistes entzündet wurde. Es ist dieses Herz, dessen Feuer durch jeden unserer Akte der Liebe weiter angefacht wird. „Ich werde die Liebe sein“: Das ist die radikale Option der kleinen Therese, das ist ihre abschließende Zusammenfassung, das ist ihre ureigene geistliche Identität.

Ein Regen von Rosen

42. Nach vielen Jahrhunderten, in denen so viele Heilige mit großer Inbrunst und Schönheit ihren Wunsch „in den Himmel zu kommen“ zum Ausdruck brachten, gab die heilige kleine Therese mit großer Aufrichtigkeit zu: »Damals hatte ich schwere innere Anfechtungen aller Art (bis dazu hin, dass ich mich manchmal fragte, ob es überhaupt einen Himmel gibt)«.[66] Ein anderes Mal sagte sie: »Wenn ich die Wonnen des Himmels besinge, den ewigen Besitz Gottes, dann fühle ich keinerlei Freude, denn ich besinge einfach, was ich glauben will«.[67] Was war geschehen? Dass sie mehr auf Gottes Ruf hörte, Feuer im Herzen der Kirche zu entfachen, als vom eigenen Glück zu träumen.

43. Die Verwandlung, die sich in ihr vollzog, ermöglichte es ihr, von der leidenschaftlichen Sehnsucht nach dem Himmel zu einem beständigen und glühenden Wunsch nach dem Wohl aller überzugehen, der in dem Traum gipfelte, im Himmel ihre Mission fortzusetzen, Jesus zu lieben und zu bewirken, dass er geliebt wird. In diesem Sinne schrieb sie in einem der letzten Briefe: »Ich rechne bestimmt damit, im Himmel nicht untätig zu bleiben. Mein Wunsch ist, weiter für die Kirche und die Seelen zu arbeiten«.[68] Und in denselben Tagen sagte sie noch direkter: »Ich werde meinen Himmel bis zum Ende der Welt auf Erden verbringen. Ja, ich möchte meinen Himmel damit verbringen, auf Erden Gutes zu tun«.[69]

44. So brachte die kleine Therese ihre ganz bewusste Antwort auf die einzigartige Gabe zum Ausdruck, die der Herr ihr zuteilwerden ließ, auf dieses erstaunliche Licht, das Gott in sie eingoss. Auf diese Weise gelangte sie zu ihrer abschließenden persönlichen Zusammenfassung des Evangeliums, die bei dem vollkommenen Vertrauen ihren Ausgang nahm, um in der vollständigen Hingabe für die anderen ihren Höhepunkt zu finden. Sie zweifelte nicht an der Fruchtbarkeit dieser Hingabe: »Ich denke an all das Gute, das ich nach meinem Tod tun möchte«.[70] »Gott würde mir den Wunsch, nach meinem Tod auf Erden Gutes zu tun, gar nicht eingeben, wenn er ihn nicht verwirklichen wollte«. [71] »Es wird sein wie ein Regen von Rosen«.[72]

45. Der Kreis schließt sich. »C’est la confiance«. Es ist das Vertrauen, das uns zur Liebe führt und uns so von der Angst befreit, es ist das Vertrauen, das uns hilft, den Blick von uns selbst abzuwenden, es ist das Vertrauen, das uns erlaubt, das, was nur Gott tun kann, in seine Hände zu legen. Daraus erwächst uns ein riesiger Strom an Liebe und Energie, die wir zur Verfügung haben, um das Wohl unserer Brüder und Schwestern zu suchen. Und so konnte Theresia inmitten des Leids ihrer letzten Tage sagen: »Ich verlasse mich nur noch auf die Liebe«.[73] Am Ende zählt allein die Liebe. Das Vertrauen lässt die Rosen erblühen und verteilt sie gleich einem Überfließen der Fülle der göttlichen Liebe. Bitten wir um dieses ungeschuldete Geschenk, diese kostbare Gnadengabe, damit sich die Wege des Evangeliums in unserem Leben auftun.

4. Im Herzen des Evangeliums

46. In Evangelii Gaudium habe ich nachdrücklich dazu eingeladen, zur Frische der Quelle zurückzukehren, um das Wesentliche und das Unverzichtbare hervorzuheben. Ich glaube, es ist angebracht, diese Einladung wieder aufzugreifen und zu erneuern.

Die Lehrmeisterin der Synthese

47. Dieses Schreiben über die kleine heilige Therese erlaubt es mir, an Folgendes zu erinnern: In einer missionarischen Kirche »konzentriert sich die Verkündigung auf das Wesentliche, auf das, was schöner, größer, anziehender und zugleich notwendiger ist. Die Aussage vereinfacht sich, ohne dadurch Tiefe und Wahrheit einzubüßen, und wird so überzeugender und strahlender«.[74] Der leuchtende Kern ist »die Schönheit der heilbringenden Liebe Gottes, die sich im gestorbenen und auferstandenen Jesus Christus offenbart hat«.[75]

48. Nicht alles ist gleichermaßen zentral, denn es gibt eine Ordnung oder Hierarchie unter den Wahrheiten der Kirche, und »das gilt sowohl für die Glaubensdogmen als auch für das Ganze der Lehre der Kirche, einschließlich der Morallehre«.[76] Das Zentrum der christlichen Moral ist die Liebe, die Antwort auf die bedingungslose Liebe der Dreifaltigkeit ist, so dass »die Werke der Nächstenliebe die vollkommenste äußere Manifestation der inneren Gnade des Geistes sind«.[77] Am Ende zählt nur die Liebe.

49. Der spezifische Beitrag, den uns die kleine Therese als Heilige und als Kirchenlehrerin schenkt, ist nicht analytisch, wie etwa derjenige des heiligen Thomas von Aquin. Ihr Beitrag ist vielmehr synthetisch, denn ihre besondere Fähigkeit ist es, uns zum Zentrum zu führen, zum Wesentlichen, zum Unverzichtbaren. Sie zeigt mit ihren Worten und mit ihrer eigenen persönlichen Entwicklung, dass, obwohl alle Lehren und Normen der Kirche ihre Bedeutung, ihren Wert, ihr Licht haben, einige dringlicher und grundlegender für das christliche Leben sind. Eben darauf hält Theresia ihren Blick und ihr Herz gerichtet.

50. Als Theologen, Moraltheologen, Gelehrte der Spiritualität, als Hirten und als Gläubige, müssen wir, jeder in seinem Bereich, diese geniale Einsicht der kleinen Therese noch mehr aufgreifen und die Konsequenzen daraus zu ziehen, theoretisch wie praktisch, lehrmäßig wie pastoral, persönlich wie gemeinschaftlich. Dazu braucht es Mut und innere Freiheit.

51. Manchmal werden nur sekundäre Äußerungen dieser Heiligen zitiert oder es werden Aspekte erwähnt, die sie mit jedem anderen Heiligen gemeinsam hat, wie etwa das Gebet, das Opfer, die eucharistische Frömmigkeit und viele andere schöne Zeugnisse, aber auf diese Weise könnte es passieren, dass uns die ganz besonderen Aspekte ihres Geschenks an die Kirche entgehen, da wir vergessen, dass »jeder Heilige eine Sendung [ist]; er ist ein Entwurf des Vaters, um zu einem bestimmten Zeitpunkt in der Geschichte einen Aspekt des Evangeliums widerzuspiegeln«.[78] Denn »um zu erkennen, welches Wort der Herr durch einen Heiligen sagen will, ist es nicht ratsam, sich mit Details aufzuhalten […]. Was wir betrachten müssen, ist die Gesamtheit seines Lebens, sein ganzer Weg der Heiligung, jene Gestalt, die etwas von Jesus Christus widerspiegelt und die zum Vorschein kommt, wenn es gelingt, den Sinn der Gesamtheit seiner Person auszumachen«.[79] Dies gilt umso mehr für die heilige kleine Therese, da sie eine „Lehrmeisterin der Synthese“ ist.

52. Vom Himmel bis zur Erde bleibt die Aktualität der heiligen Theresia vom Kinde Jesus und vom Heiligen Antlitz in ihrer ganzen „kleinen Größe“ erhalten.

In einer Zeit, die uns dazu bringen will, uns in unsere eigenen Interessen zu verschließen, zeigt uns die kleine Therese, wie schön es ist, das eigene Leben zu einem Geschenk zu machen.

In einem Augenblick, in dem es vornehmlich um oberflächlichste Bedürfnisse geht, ist sie Zeugin der Radikalität des Evangeliums.

In einer Zeit des Individualismus lässt sie uns den Wert der Liebe entdecken, die zur Fürsprache wird.

In einem Augenblick, in dem der Mensch von der Größe und von neuen Formen der Macht besessen ist, zeigt sie uns den Weg der Kleinheit.

In einer Zeit, in der viele Menschen ausgesondert werden, lehrt sie uns die Schönheit der Fürsorge und des Daseins für die Anderen.

In einem komplexen Augenblick kann sie uns helfen, die Einfachheit, den absoluten Vorrang der Liebe, des Vertrauens und der Hingabe wiederzuentdecken und eine gesetzes- oder ethikzentrierte Logik zu überwinden, die das christliche Leben mit Pflichten und Vorschriften füllt und die Freude des Evangeliums einfriert.

In einer Zeit des Rückzugs und der Abschottung lädt die kleine Therese uns, die wir von der Anziehungskraft Jesu Christi und seines Evangeliums erfasst wurden, zum missionarischen Aufbruch ein.

53. Eineinhalb Jahrhunderte nach ihrer Geburt ist die kleine Therese lebendiger denn je inmitten der pilgernden Kirche, im Herzen des Volkes Gottes. Sie geht mit uns und tut Gutes auf Erden, wie sie es sich so sehr gewünscht hat. Das schönste Zeichen ihrer geistlichen Lebendigkeit sind die zahllosen „Rosen“, die Theresia verbreitet, das heißt, die Gnaden, die Gott uns auf ihre liebevolle Fürsprache hin schenkt, um uns auf dem Weg des Lebens beizustehen.

Liebe heilige kleine Therese,
die Kirche ist darauf angewiesen,
dass die Farbe, der Duft und die Freude des Evangeliums in ihr erstrahlen.
Schick uns deine Rosen!
Hilf uns, so, wie du es getan hast,
stets auf die große Liebe zu vertrauen,
die Gott für uns hegt,
auf dass wir jeden Tag
deinen kleinen Weg der Heiligkeit nachahmen können.
Amen.

Gegeben zu Rom, bei Sankt Johannes im Lateran, am 15. Oktober, dem Gedenktag der heiligen Theresia von Ávila, im Jahr 2023, dem elften meines Pontifikats.

FRANZISKUS

_____________________

[1] Heilige Theresia vom Kinde Jesus und vom Heiligen Antlitz, Brief 197, An Schwester Marie du Sacré-Coeur (17. September 1896), 314. Die Zitate werden aus Therese von Lisieux, Geschichte einer Seele nach der deutschen Übersetzung von Andreas Wollbold, Freiburg 2016, wiedergegeben. Es werden folgende Abkürzungen für die Manuskripte daraus verwendet: Ms A: Manuskript A (Geschichte einer Seele); Ms B: Manuskript B (Drei Briefe an Schwester Marie du Sacré-Coeur vom September 1896); Ms: C Manuskript C (Das geistliche Testament - Fortsetzung der Geschichte einer Seele).

[2] Gebet 6, Weihe meiner selbst als Ganz-Brandopfer an die Barmherzige Liebe des Lieben Gottes (9. Juni 1895), 47: Therese von Lisieux, Gebete - Eingeleitet und übersetzt von Andreas Wollbold, Leutesdorf 1999.

[3] Für den Zweijahreszeitraum 2022-2023 hat die UNESCO die heilige Theresia vom Kinde Jesus anlässlich des 150. Jahrestags ihrer Geburt unter die Persönlichkeiten aufgenommen, derer in besonderer Weise gedacht werden soll.

[4] 29. April 1923.

[5] Vgl. Dekret über die Tugenden (14. August 1921): AAS 13 (1921), 449-452.

[6] Homilie bei der Heiligsprechung (17. Mai 1925): AAS 17 (1925), 211.

[7] Vgl. AAS 20 (1928), 147-148.

[8] Vgl. AAS 36 (1944), 329-330.

[9] Vgl. Schreiben an Bischof François-Marie Picaud, Bischof von Bayeux und Lisieux (7. August 1947); Radioansprache zur Weihe der Basilika von Lisieux (11. Juli 1954): AAS 46 (1954), 404-407.

[10] Vgl. Schreiben an Jean-Marie-Clément Badré, Bischof von Bayeux und Lisieux, anlässlich des hundertsten Jahrestags der Geburt der heiligen Theresia vom Kinde Jesus (2. Januar 1973): AAS 65 (1973), 12-15.

[11] Vgl. AAS 90 (1998), 409-413, 930-944.

[12] Apostolisches Schreiben Novo millennio ineunte (6. Januar 2001), 42: AAS 93 (2001), 296.

[13] Katechese (6. April 2011): L’Osservatore Romano (dt.), Jg. 41 (2011), Nr. 15 (15. April 2011), 2.

[14] Katechese (7. Juni 2023): L’Osservatore Romano (dt.), Jg. 53 (2023), Nr. 24 (16. Juni 2023), 2.

[15] 3. Brief, An Abbé Maurice Barthélemy-Bellière (24. Februar 1897), 109: Therese von Lisieux, Mein lieber kleiner Bruder - Briefwechsel mit zwei Missionaren, Würzburg 2006.

[16] Ms A, 69v°, 200.

[17] Vgl. Ms C, 33vº-37rº, 385-390.

[18] Vgl. Apostolisches Schreiben Evangelii gaudium (24. November 2013), 14; 264: AAS 105 (2013), 1025-1026.

[19] Ms C, 34rº, 385.

[20] Ebd., 36rº, 389.

[21] Therese Martin, Letzte Gespräche der Heiligen von Lisieux, Gelbes Heft (9. Juni 1897)Illertissen 201858.

[22] Vgl. Ms C, 2vº-3rº, 339-340.

[23] Ebd., 2vº, 339.

[24] Ebd., 3rº, 340.

[25] Vgl. Ms A, 84vº, 229.

[26] Vgl. Apostolisches Schreiben Gaudete et exsultate (19. März 2018), 47-62: AAS 110 (2018), 1124-1129.

[27] Ms A, 32rº, 104.

[28] Das Konzil von Trient erklärte dazu: »So kann jeder, wenn er auf sich selbst und seine eigene Schwachheit und Unzulänglichkeit schaut, sich um seine Gnade ängstigen und fürchten« (Dekret über die Rechtfertigung, IX: DH 1534). Dies wird vom Katechismus der Katholischen Kirche wieder aufgegriffen, wenn er lehrt, dass es unmöglich ist, zu irgendeiner Gewissheit zu gelangen, indem man auf sich selbst oder sein eigenes Handeln schaut (vgl. Nr. 2005). Die Gewissheit des Vertrauens findet man nicht in sich selbst. Das eigene Ich bietet keine Grundlage für eine solche Gewissheit, die nicht auf der Introspektion beruht. In gewisser Weise brachte der heilige Paulus dies zum Ausdruck: »Ich urteile auch nicht über mich selbst. Ich bin mir zwar keiner Schuld bewusst, doch bin ich dadurch noch nicht gerecht gesprochen; der Herr ist es, der über mich urteilt« (1 Kor 4,3-4). Der heilige Thomas von Aquin erklärte dies folgendermaßen: Weil die Gnade »den Menschen nicht vollkommen heilt« (Summa Theologiae, I-II, q. 109, art. 9, ad 1), »bleibt auch eine gewisse Dunkelheit der Unwissenheit im Verstand« (ebd., I-II, q. 109, art. 9, co).

[29] Gebete 6 (9. Juni 1895), 47.

[30] Vgl. Katechismus der Katholischen Kirche, 2011.

[31] Auch das Konzil von Trient erklärt: »Kein Gottesfürchtiger [darf] an der Barmherzigkeit Gottes […] zweifeln« (Dekret über die Rechtfertigung, IX: DH 1534). »Alle [müssen] ihre ganz feste Hoffnung auf die Hilfe Gottes gründen und setzen« (Ebd., XIII: DH 1541).

[32] Ms B, 1vº, 295.

[33] Vgl. Ms A, 48vº, 159; Brief 92, An Marie Guérin (30. Mai 1889): Therese Martin, Briefe, Trier 2011, 119-121.

[34] Gebet 6 (9. Juni 1895), Gebete, 46.

[35] Letzte Gespräche der Heiligen von Lisieux. Gelbes Heft (23. Juli 1897), 111.

[36] Ms C, 31rº, 380.

[37] Vgl. ebd., 5rº-7vº, 344-348.

[38] Ebd., 5vº, 345.

[39] Vgl. ebd., 6vº, 346.

[40] Vgl. Enzyklika Lumen fidei (29. Juni 2013), 17: AAS 105 (2013), 564-565.

[41] Ms C, 7rº, 347.

[42] Brief 197, An Schwester Marie du Sacré-Coeur (17. September 1896), Briefe, 313.

[43] Ms A, 83vº, 228.

[44] Vgl. ebd., 45vº-46vº, 159.

[45] Ebd., 46rº, 154.

[46] Vgl. ebd., 46rº, 155-156.

[47] Ebd., 46vº, 156.

[48] Gebet 2 (8. September 1890), Aufzeichnung zur Profess: Gebete, 23.

[49] Summa Theologiae, I-II, q. 62 art. 4.

[50] Vgl. Ms C, 11vº-31rº, 353-380.

[51] Ms B, 1vº, 295.

[52] Vgl. ebd., 4rº, 306.

[53] Brief 122, An Céline (14. Oktober 1890): Briefe, 161.

[54] Gedicht 24, Gedichte der heiligen Theresia von Lisieux. Eine Prosaübersetzung, Maximilian Breig, Leutesdorf, 1997, 92.

[55] Ebd., 87.

[56] Vgl. Ms A, 3rº, 39.

[57] Brief 247, An Abbé Bellière (21. Juni 1897): Briefe, 352.

[58] Vgl. Gebet 6, Weiheakt an die barmherzige Liebe (9. Juni 1895): Gebete, 45.

[59] Ms A, 84rº, 229.

[60] Gedicht 54, Gedichte, 174.

[61] Vgl. ebd., 173.

[62] Ebd., 172.

[63] Ms C, 29vº-30rº, 379.

[64] Vgl. Ms B, 2r°-5v°, 294-312.

 

[65] Ebd., 3vº, 305.

[66] Ms A, 80vº, 220. Das war kein Mangel an Glauben. Der heilige Thomas von Aquin lehrt, dass im Glauben der Wille und der Verstand am Werke sind. Die Zustimmung des Willens kann sehr fest und tief verwurzelt sein, während der Verstand verdunkelt sein kann: vgl. De Veritate 14, 1.

[67] Ms C, 7vº, 347.

[68] Brief 254, An P. Roulland (14. Juli 1897), Briefe, 358.

[69] Letzte Gespräche der Heiligen von Lisieux. Gelbes Heft (17. Juli 1897), 105.

[70] Ebd. (13. Juli 1897), 96.

[71] Ebd. (18. Juli 1897), 106.

[72] Ebd. (9. Juni 1897), 274.

[73] Brief 242, An Schwester Marie de la Trinité (6. Juni 1897), Briefe, 346.

[74] Apostolisches Schreiben Evangelii gaudium (24. November 2013), 35: AAS 105 (2013), 1034.

[75] Ebd., 36: AAS 105 (2013), 1035.

[76] Ebd.

[77] Ebd., 37: AAS 105 (2013), 1035.

[78] Apostolisches Schreiben Gaudete et exsultate (19. März 2018), 19: AAS 110 (2018), 1117.

[79] Ebd., 22: AAS 110 (2018), 1117.

[01566-DE.01] [Originalsprache: Spanisch]

Traduzione in lingua portoghese

EXORTAÇÃO APOSTÓLICA

C’EST LA CONFIANCE

DO SANTO PADRE

FRANCISCO

SOBRE A CONFIANÇA

NO AMOR MISERICORDIOSO DE DEUS

POR OCASIÃO DO 150º ANIVERSÁRIO

DO NASCIMENTO DE

SANTA TERESA DO MENINO JESUS E DA SANTA FACE

1. «C’EST LA CONFIANCE et rien que la confiance qui doit nous conduire à l’Amour – só a confiança e nada mais do que a confiança tem de conduzir-nos ao Amor».[1]

2. Estas palavras tão incisivas de Santa Teresa do Menino Jesus e da Santa Face dizem tudo, sintetizam a genialidade da sua espiritualidade e seriam suficientes para justificar o facto de ter sido declarada Doutora da Igreja. Só a confiança e «nada mais»… Não há outra via que devamos percorrer para ser conduzidos ao Amor que tudo dá. Com a confiança, a fonte da graça transborda na nossa vida, o Evangelho faz-se carne em nós e transforma-nos em canais de misericórdia para os irmãos.

3. É a confiança que nos sustenta cada dia e nos manterá de pé diante do olhar do Senhor, quando nos chamar para junto de Si: «Na noite desta vida, aparecerei diante de Vós com as mãos vazias, pois não Vos peço, Senhor, que conteis as minhas obras. Todas as nossas justiças têm manchas aos vossos olhos. Quero, portanto, revestir-me com a vossa própria Justiça, e receber do vosso Amor a posse eterna de Vós mesmo».[2]

4. Teresinha é uma das santas mais conhecidas e amadas em todo o mundo. Como sucede com São Francisco de Assis, é amada até por não-cristãos e não-crentes. Foi também reconhecida pela UNESCO entre as figuras mais significativas para a humanidade contemporânea.[3] Far-nos-á bem aprofundar a sua mensagem, ao comemorarmos o 150º aniversário do seu nascimento que teve lugar em Alençon a 2 de janeiro de 1873 e o centenário da sua beatificação.[4] Mas não quis publicar esta Exortação em nenhuma dessas datas, nem no dia da sua Memória, para que a mensagem se situe além das ocorrências e seja assumida como parte do tesouro espiritual da Igreja. A data da presente publicação, Memória de Santa Teresa de Ávila, quer apresentar Santa Teresa do Menino Jesus e da Santa Face como fruto maduro da reforma do Carmelo e da espiritualidade da grande Santa espanhola.

5. A sua vida terrena foi breve (apenas vinte e quatro anos) e simples como qualquer outra, passada primeiro em família e depois no Carmelo de Lisieux. A extraordinária carga de luz e amor, que irradiava da sua pessoa, manifestou-se logo depois da sua morte, com a publicação dos seus escritos e as graças inumeráveis obtidas pelos fiéis que a invocavam.

6. A Igreja reconheceu, rapidamente, o valor extraordinário do seu testemunho e a originalidade da sua espiritualidade evangélica. Teresa encontrou o Papa Leão XIII, por ocasião da peregrinação a Roma em 1887, e pediu-lhe autorização para entrar no Carmelo com a idade de quinze anos. Pouco depois da sua morte, São Pio X apercebeu-se da sua enorme estatura espiritual, a ponto de afirmar que se tornaria a maior Santa dos tempos modernos. Declarada venerável em 1921 por Bento XV, que elogiou as suas virtudes focalizando-as no «caminhito» da infância espiritual,[5] foi beatificada há cem anos e, depois, canonizada em 17 de maio de 1925 por Pio XI, que agradeceu ao Senhor ter-lhe permitido que Santa Teresa do Menino Jesus e da Santa Face fosse «a primeira beata que elevou às honras dos altares e a primeira santa canonizada por ele»[6]. Em 1927, o mesmo Papa declarou-a padroeira das missões.[7] Foi proclamada uma das padroeiras da França, em 1944, pelo venerável Pio XII,[8] que em diversas ocasiões aprofundou o tema da infância espiritual.[9] São Paulo VI gostava de recordar que recebera o Batismo em 30 de setembro de 1897, dia da morte de Santa Teresinha, escrevendo no centenário de seu nascimento uma carta sobre a sua doutrina, que dirigiu ao Bispo de Bayeux e Lisieux.[10] Durante a sua primeira viagem apostólica à França, no mês de junho de 1980, São João Paulo II visitou a Basílica a ela dedicada e, em 1997, declarou-a Doutora da Igreja,[11] contemplando-a depois em tal catálogo «como perita da scientia amoris».[12] Bento XVI retomou o tema da sua «ciência do amor», propondo-a como «uma guia para todos, sobretudo para aqueles que, no Povo de Deus, desempenham o ministério de teólogos».[13] Por fim, em 2015, tive eu a alegria de canonizar os seus pais Luís e Célia durante o Sínodo da família e, recentemente, dediquei-lhe uma Catequese na série sobre o zelo apostólico.[14]

1. Levar Jesus aos outros

7. No nome que escolheu como religiosa, põe-se em evidência Jesus: o «Menino» que manifesta o mistério da Encarnação, e a «Santa Face», isto é, o rosto de Cristo que Se dá até ao fim na Cruz. O seu nome é «Santa Teresa do Menino Jesus e da Santa Face».

8. O Nome de Jesus cadenciou continuamente a «respiração» de Teresa como ato de amor, até ao último respiro. Na sua cela, gravara estas palavras: «Jesus é o meu único amor». Foi a sua interpretação da afirmação culminante do Novo Testamento: «Deus é amor» (1 Jo 4, 8.16).

Alma missionária

9. Como sucede em todo o encontro autêntico com Cristo, esta experiência de fé chamava-a para a missão. Teresa pôde definir a sua missão com as seguintes palavras. «Eu desejarei no Céu o mesmo que na terra: amar Jesus e fazê-Lo amar».[15] Escreveu que entrara no Carmelo «para salvar as almas».[16] Por outras palavras, não concebia a sua consagração a Deus sem a busca do bem dos irmãos. Partilhava o amor misericordioso do Pai pelo filho pecador e o do Bom Pastor pelas ovelhas perdidas, distantes, feridas. Por isso, é padroeira das missões, mestra de evangelização.

10. As últimas páginas da História de uma alma[17] são um testamento missionário, exprimem a sua maneira de entender a evangelização por atração,[18] e não por pressão ou proselitismo. Vale a pena ler como ela própria a sintetiza: «“Atraí-me, correremos ao odor dos vossos perfumes”. Ó Jesus, nem sequer é necessário dizer: “Atraindo-me, atraí as almas que amo!” Esta simples palavra: “Atraí-me”, basta. Senhor, eu compreendo. Quando uma alma se deixou cativar pelo odor inebriante dos vossos perfumes, não seria capaz de correr sozinha: todas as almas que ama são arrastadas atrás dela. Isto faz-se sem constrangimento, sem esforço; é uma consequência natural da sua atração para Vós. Assim como uma torrente, lançando-se impetuosamente no oceano, arrasta consigo tudo o que encontrou no seu percurso, do mesmo modo, ó meu Jesus, a alma que mergulha no oceano sem limites do vosso amor, leva com ela todos os tesouros que possui... Senhor, bem o sabeis, não tenho mais nenhum tesouro a não ser as almas que Vos aprouve unir à minha».[19]

11. Aqui cita as palavras que a esposa dirige ao esposo no Cântico dos Cânticos (1, 3-4), seguindo a interpretação aprofundada pelos dois doutores do Carmelo, Santa Teresa de Jesus e São João da Cruz. O Esposo é Jesus, o Filho de Deus que Se uniu à nossa humanidade na Encarnação e a redimiu na Cruz. Lá, do seu lado aberto, deu à luz a Igreja, sua Esposa amada, pela qual ofereceu a vida (cf. Ef 5, 25). O que impressiona é ver como Teresinha, ciente de estar próxima da morte, não vive este mistério fechada em si mesma, procurando apenas um sentido consolador, mas vive-o com um ardente espírito apostólico.

A graça que nos liberta da autorreferencialidade

12. Sucede algo semelhante quando se refere à ação do Espírito Santo, que adquire imediatamente um sentido missionário: «Eis a minha oração. Peço a Jesus que me atraia para as chamas do seu amor, que me una tão estreitamente a Ele, que viva e atue em mim. Estou certa de que quanto mais o fogo do amor abrasar o meu coração, tanto mais eu direi: “Atraí-me”; e mais as almas que se aproximarem de mim (pobre pedacito de ferro inútil, se me afastasse do braseiro divino), correrão, ligeiras, ao odor dos perfumes do seu Bem-amado, pois uma alma abrasada de amor não pode ficar inativa».[20]

13. No coração de Teresinha, a graça do Batismo tornou-se uma torrente impetuosa que desagua no oceano do amor de Cristo, arrastando consigo uma multidão de irmãs e irmãos, o que se verificou especialmente depois da sua morte. Foi a sua prometida «chuva de rosas».[21]

2. O caminhito da confiança e do amor

14. Uma das descobertas mais importantes de Teresinha, para bem de todo o Povo de Deus, é o seu «caminhito», o caminho da confiança e do amor, conhecido também como o caminho da infância espiritual. Todos o podem seguir, em qualquer estado de vida, nos mais diversos momentos da existência. É o caminho que o Pai celeste revela aos pequeninos (cf. Mt 11, 25).

15. Teresinha conta a descoberta do caminhito na História de uma alma:[22] «Posso, apesar da minha pequenez, aspirar à santidade. Fazer-me crescer a mim mesma é impossível; tenho de suportar-me tal como sou, com todas as minhas imperfeições. Mas quero procurar a maneira de ir para o Céu por um caminhito muito direito, muito curto; um caminhito completamente novo».[23]

16. Para o descrever, recorre à imagem do elevador: «O ascensor que me há de elevar até ao Céu são os vossos braços, ó Jesus! Para isso não tenho necessidade de crescer; pelo contrário, é preciso que eu permaneça pequena, e que me torne cada vez mais pequena».[24] Vê-se pequena, incapaz de fiar-se em si própria, embora firmemente certa da força amorosa dos braços do Senhor.

17. É o «doce caminho do amor»,[25] aberto por Jesus aos pequeninos e aos pobres, a todos. É o caminho da verdadeira alegria. Diversamente da ideia pelagiana de santidade,[26] individualista e elitista, mais ascética do que mística, que põe o acento principalmente no esforço humano, Teresinha realça sempre o primado da ação de Deus, da sua graça. Assim chega a dizer: «Sinto sempre a mesma confiança audaciosa de me tornar uma grande Santa, pois não conto com os meus méritos, não tenho nenhum, mas espero n’Aquele que é a Virtude, a própria Santidade. Só Ele, contentando-Se com os meus fracos esforços, me elevará até Ele e, cobrindo-me dos seus méritos infinitos, me fará Santa».[27]

Para além de qualquer mérito

18. Este modo de pensar não contrasta com a doutrina católica tradicional sobre o crescimento da graça, isto é, que, uma vez justificados gratuitamente pela graça santificante, ficamos transformados e capacitados para cooperar, com as nossas boas obras, num caminho de crescimento na santidade. E assim somos elevados de modo a poder obter méritos reais para o desenvolvimento da graça recebida.

19. Teresinha, porém, prefere sublinhar o primado da ação divina e convidar à plena confiança, tendo diante dos olhos o amor de Cristo que Se nos deu até ao fim. No fundo, é este o seu ensinamento: como não podemos ter qualquer certeza olhando para nós mesmos,[28] é impossível estar seguros de possuir méritos próprios. Por conseguinte, não é possível confiar nestes esforços ou realizações. O Catecismo quis citar estas palavras de Santa Teresinha dirigidas ao Senhor: «Aparecerei diante de Vós com as mãos vazias»,[29] para exprimir que «os santos tiveram sempre uma consciência viva de que os seus méritos eram pura graça».[30] Esta convicção suscita uma jubilosa e terna gratidão.

20. Por isso, a atitude mais adequada é depositar a confiança do coração fora de nós mesmos, ou seja, na infinita misericórdia de um Deus que ama sem limites e que deu tudo na Cruz de Jesus.[31] Daí que Teresa nunca usa a expressão, frequente no seu tempo, «hei de fazer-me santa».

21. Todavia a sua confiança sem limites encoraja aqueles que se sentem frágeis, limitados, pecadores a deixarem-se conduzir e transformar para chegar ao alto: «Ah! se todas as almas débeis e imperfeitas sentissem o que sente a mais pequena de todas as almas – a alma da vossa Teresinha – nem uma única perderia a esperança de chegar à Montanha do Amor, uma vez que Jesus não pede grandes ações, mas apenas o abandono e a gratidão».[32]

22. E esta mesma insistência de Teresinha na iniciativa divina faz com que, ao falar da Eucaristia, não coloque em primeiro lugar o seu desejo de receber Jesus na Sagrada Comunhão, mas o desejo de Jesus que quer unir-Se a nós e habitar nos nossos corações.[33] No Oferecimento ao Amor Misericordioso, sofrendo por não poder comungar todos os dias, diz a Jesus: «Ficai em mim, como no Sacrário».[34] O centro e o objeto do seu olhar não é ela própria com as suas necessidades, mas Cristo que ama, que procura, que deseja, que mora na alma.

O abandono quotidiano

23. A confiança que Teresinha fomenta não deve ser entendida apenas em referimento à própria santificação e salvação. Mas possui um sentido integral, que abraça o conjunto da existência concreta e aplica-se a toda a nossa vida, onde muitas vezes nos dominam os medos, o desejo de seguranças humanas, a necessidade de ter tudo sob controle. É aqui que aparece o convite ao santo «abandono».

24. A confiança plena, que se torna abandono ao Amor, liberta-nos de cálculos obsessivos, da preocupação constante com o futuro, dos medos que tiram a paz. Nos últimos dias da sua vida, Teresinha insistia nisto: «Creio que nós, que corremos pelo caminho do Amor, não devemos pensar no que nos pode acontecer de doloroso no futuro, porque é faltar à confiança».[35] A verdade é que, se estamos nas mãos dum Pai que nos ama sem limites, venha o que vier havemos de o ultrapassar e, duma forma ou doutra, cumprir-se-á na nossa vida o seu projeto de amor e de plenitude.

Um fogo no meio da noite

25. Teresinha experimentava a fé mais forte e segura no meio da escuridão da noite e até na escuridão do Calvário. O seu testemunho atingiu o ponto culminante no último período da vida, na grande «provação contra a fé»,[36] que começou na Páscoa de 1896. Na sua narração,[37] coloca esta provação em relação direta com a dolorosa realidade do ateísmo do seu tempo. De facto, viveu no final do século XIX, isto é, na «idade de ouro» do ateísmo moderno como sistema filosófico e ideológico. Quando escrevia que Jesus permitira que a sua alma «fosse invadida pelas mais espessas trevas»,[38] pensava na obscuridade do ateísmo e na rejeição da fé cristã. Em união com Jesus, que acolheu em Si toda a obscuridade do pecado do mundo quando aceitou beber o cálice da Paixão, Teresinha prova, naquela escuridão tenebrosa, o desespero, o vazio do nada.[39]

26. Mas a obscuridade não pode extinguir a luz: a obscuridade foi vencida por Aquele que, como Luz, veio ao mundo (cf. Jo 12, 46).[40] A narração de Teresinha manifesta o caráter heroico da sua fé, a sua vitória no combate espiritual contra as mais fortes tentações. Sente-se irmã dos ateus e sentada, como Jesus, à mesa com os pecadores (cf. Mt 9, 10-13). Intercede por eles, ao mesmo tempo que renova continuamente o seu ato de fé, sempre em comunhão amorosa com o Senhor: «Corro para o meu Jesus, e digo-Lhe que estou pronta a derramar o sangue até à última gota para confessar que o Céu existe. Digo-Lhe que estou contente por não gozar esse belo Céu sobre a terra, para que Ele o abra por toda a eternidade aos pobres incrédulos».[41]

27. Juntamente com a fé, Teresa vive intensamente uma confiança ilimitada na misericórdia infinita de Deus, «a confiança [que] tem de conduzir-nos ao Amor».[42] Vive, mesmo na escuridão, a confiança total da criança que se abandona sem medo nos braços do pai e da mãe. De facto, para Teresinha, Deus resplandece antes de mais nada através da sua misericórdia, chave de compreensão para qualquer outra coisa que se diga d’Ele: «A mim deu-me a sua Misericórdia infinita, e é através dela que contemplo e adoro as demais perfeições divinas. Assim, todas se me apresentam resplandecentes de amor. A própria Justiça (e talvez mais ainda que qualquer outra) me parece revestida de amor».[43] Esta é uma das descobertas mais importantes de Teresinha, um dos maiores contributos que prestou a todo o Povo de Deus. De modo extraordinário, penetrou nas profundezas da misericórdia divina e, de lá, retirou a luz da sua ilimitada esperança.

Uma esperança firmíssima

28. Antes da sua entrada no Carmelo, Teresinha experimentara singular proximidade espiritual a uma das pessoas mais desventuradas: o criminoso e impenitente Henrique Pranzini, condenado à morte por triplo homicídio.[44] Oferecendo a Missa por ele e rezando com toda a confiança pela sua salvação, tem a certeza de o pôr em contacto com o Sangue de Jesus e diz a Deus estar certíssima de que, no último momento, Ele o perdoaria, acreditando nisso «mesmo que ele não se confessasse e não mostrasse nenhum sinal de arrependimento». E dá a razão de ser da sua certeza: «tanta confiança eu tinha na misericórdia infinita de Jesus!»[45] Grande comoção se apodera dela, depois, ao descobrir que Pranzini, tendo já subido ao cadafalso, «levado por uma súbita inspiração, volta-se, agarra o Crucifixo, que o sacerdote lhe apresentava, e beija por três vezes as suas sagradas chagas[46] Esta experiência intensa a ponto de esperar contra toda a esperança foi fundamental para ela: «Ah! a partir desta graça única, o meu desejo de salvar as almas cresceu de dia para dia».[47]

29. Teresa está ciente do drama do pecado, embora a vejamos sempre mergulhada no mistério de Cristo, com a certeza de que, «onde aumentou o pecado, superabundou a graça» (Rm 5, 20). O pecado do mundo é imenso, mas não é infinito. Ao contrário, o amor misericordioso do Redentor… esse, sim, é infinito. Teresinha é testemunha da vitória definitiva de Jesus sobre todas as forças do mal, através da sua paixão, morte e ressurreição. Movida pela confiança, ousa dizer: «Jesus, faz-me salvar muitas almas, que hoje não haja uma só condenada (...). Jesus, perdoa-me se eu digo coisas que não se devem dizer, só quero alegrar-Te e consolar-Te».[48] Isto permite-nos passar a outro aspeto da aragem fresca que brota da mensagem de Santa Teresa do Menino Jesus e da Santa Face.

3. Serei o amor

30. «Maior» do que a fé e a esperança, a caridade nunca acabará (cf. 1 Cor 13, 8-13). É o maior dom do Espírito Santo, sendo «mãe e raiz de todas as virtudes».[49]

A caridade como atitude pessoal de amor

31. A História de uma alma é um testemunho de caridade, no qual Teresa nos oferece um comentário sobre o mandamento novo de Jesus: «Que vos ameis uns aos outros como Eu vos amei» (Jo 15, 12).[50] Jesus tem sede desta resposta ao seu amor. De facto, «não receou mendigar um pouco de água à Samaritana. Tinha sede... Mas ao dizer: “Dá-me de beber”, era o amor da sua pobre criatura que o Criador do universo reclamava. Tinha sede de amor».[51] Teresinha quer corresponder ao amor de Jesus, pagar-Lhe amor com amor.[52]

32. A simbologia do amor esponsal expressa a reciprocidade do dom de si entre o noivo e a noiva. Assim, inspirada pelo Cântico dos Cânticos (2, 16), escreve: «Penso que o coração do meu Esposo é só meu como o meu é só d’Ele e então falo-Lhe na solidão desta deliciosa intimidade, esperando contemplá-Lo um dia face a face».[53] Embora o Senhor nos ame em conjunto como povo, ao mesmo tempo a caridade atua, de modo muito pessoal, «de coração a coração».

33. Teresinha tem a viva certeza de que Jesus a amou e conheceu pessoalmente na sua Paixão: «Amou-me e a Si mesmo Se entregou por mim» (Gl 2, 20). Contemplando Jesus em agonia, diz-Lhe ela: «Tu viste-me»,[54] como diz ao Menino Jesus nos braços de sua Mãe: «Com a tua mãozinha, que acariciava Maria, sustinhas o mundo e davas-lhe vida. E pensavas em mim».[55] Assim, também no início da História de uma Alma, contempla o amor de Jesus por todos e por cada um como se fosse único no mundo.[56]

34. O ato de amor «Jesus, amo-Te», vivido continuamente por Teresa ao ritmo da respiração, é a sua chave de leitura do Evangelho. Com este amor, mergulha em todos os mistérios da vida de Cristo, dos quais se faz contemporânea, habitando o Evangelho juntamente com Maria e José, Maria de Magdala e os Apóstolos. Juntamente com eles, penetra nas profundezas do amor do Coração de Jesus. Vejamos um exemplo: «Quando vejo Madalena avançar na presença de numerosos convidados, banhar com as suas lágrimas os pés do Mestre adorado que toca pela primeira vez, sinto que o coração dela compreendeu os abismos de amor e de misericórdia do Coração de Jesus e que, por muito pecadora que ela seja, este Coração de amor está não só disposto a perdoar-lhe, mas ainda a prodigalizar-lhe os benefícios da sua intimidade divina, e elevá-la até aos mais altos cumes da contemplação».[57]

O maior amor na maior simplicidade

35. No final da História de uma Alma, Teresa deixa-nos o seu Oferecimento como Vítima de Holocausto ao Amor Misericordioso de Deus.[58] Quando se entregou plenamente à ação do Espírito, recebeu, sem clamor nem sinais vistosos, a superabundância da água viva: «as ondas, ou antes, os oceanos de graças que vieram inundar-me a alma».[59] Trata-se da vida mística que, mesmo privada de fenómenos extraordinários, é proposta a todos os fiéis como experiência quotidiana de amor.

36. Teresa vive a caridade na pequenez, nas coisas mais simples da existência de cada dia, e fá-lo em companhia da Virgem Maria, aprendendo d’Ela que «amar é tudo dar, e dar-se a si mesmo».[60] Com efeito, enquanto os pregadores do seu tempo falavam com frequência da grandeza de Maria de forma triunfalista, como se estivesse afastada de nós, Teresinha mostra, a partir do Evangelho, que Maria é a maior do Reino dos Céus porque é a mais pequena (cf. Mt 18, 4), a mais próxima de Jesus na sua humilhação. Observa que, se as narrações apócrifas estão cheias de factos atraentes e maravilhosos, os Evangelhos mostram-nos uma vida humilde e pobre, passada na simplicidade da fé. O próprio Jesus quer que Maria seja o exemplo da alma que O procura com uma fé árida.[61] Maria foi a primeira a viver o «caminhito» na fé pura e na humildade; por isso, Teresa não hesita em escrever:

«Sei que em Nazaré, Mãe cheia de graça

Viveste pobremente, não querendo nada mais

Nem arroubamentos, nem milagres, nem êxtases

Embelezaram a tua vida, ó Rainha dos Eleitos!...

O número dos pequenos é bem grande na terra

Eles podem sem receio erguer os olhos para ti

É pela via comum, incomparável Mãe

Que te apraz caminhar guiando-os para o Céu».[62]

37. Teresinha também nos deixou narrações que testemunham alguns momentos de graça vividos no meio da simplicidade de cada dia, como a sua inspiração repentina enquanto acompanhava uma irmã doente com um temperamento difícil. Mas trata-se sempre duma caridade mais intensa vivida nas situações mais ordinárias: «Uma noite de inverno, cumpria, como de costume, o meu pequeno ofício. Estava frio, era noite... De repente, ouvi ao longe o som harmonioso de um instrumento musical. Então imaginei um salão bem iluminado, todo resplandecente de dourados, de donzelas elegantemente vestidas, dirigindo-se mutuamente cumprimentos e cortesias mundanas. A seguir, o meu olhar pousou na pobre doente que amparava; em vez de uma melodia, ouvia, de vez em quando, os seus gemidos queixosos; em vez de dourados, via os tijolos do nosso claustro austero, mal iluminado por uma luz muito frouxa. Não consigo exprimir o que se passou na minha alma; o que sei é que o Senhor a iluminou com os reflexos da verdade, que ultrapassavam de tal maneira o brilho tenebroso das festas da terra, que não podia acreditar na minha felicidade... Ah! para gozar mil anos de festas mundanas, não teria dado os dez minutos gastos no cumprimento do meu humilde ofício de caridade».[63]

No coração da Igreja

38. Teresinha herdou de Santa Teresa de Ávila um grande amor pela Igreja, chegando a atingir as profundezas deste mistério. Vemo-lo na sua descoberta do «coração da Igreja». Numa longa oração a Jesus,[64] escrita a 8 de setembro de 1896, no sexto aniversário da sua profissão religiosa, a Santa confia ao Senhor que se sentia animada por um desejo imenso, por uma paixão pelo Evangelho que nenhuma vocação, por si só, podia satisfazer. E assim, procurando o seu «lugar» na Igreja, lera uma vez e outra os capítulos 12 e 13 da I Carta de São Paulo aos Coríntios.

39. No capítulo 12, o Apóstolo utiliza a metáfora do corpo e dos seus membros para explicar que a Igreja engloba uma grande variedade de carismas dispostos numa ordem hierárquica. Mas esta descrição não é suficiente para Teresinha; continua a sua busca. Lê o «hino da caridade» no capítulo 13, encontra lá a grande resposta e escreve esta página memorável: «Considerando o corpo místico da Igreja, não me tinha reconhecido em nenhum dos membros descritos por São Paulo; ou melhor, queria reconhecer-me em todos... A caridade deu-me a chave da minha vocação. Compreendi que se a Igreja tinha um corpo composto de diversos membros, o mais necessário, o mais nobre de todos não lhe faltava: compreendi que a Igreja tinha um coração, e que esse coração estava ardendo de amor. Compreendi que só o Amor fazia agir os membros da Igreja; que se o Amor se apagasse, os apóstolos já não anunciariam o Evangelho, os mártires recusar-se-iam a derramar o seu sangue... Compreendi que o Amor encerra todas as Vocações, que o Amor é tudo, que abarca todos os tempos e todos os lugares... numa palavra, que é Eterno! Então, num transporte de alegria delirante, exclamei: “Ó Jesus, meu Amor, encontrei finalmente a minha vocação; a minha vocação é o Amor!” Sim, encontrei o meu lugar na Igreja, e esse lugar, ó meu Deus, fostes Vós que mo destes. No coração da Igreja, minha Mãe, eu serei o Amor. Assim serei tudo..., assim o meu sonho será realizado!»[65]

40. Não é o coração duma Igreja triunfalista, mas o coração duma Igreja amante, humilde e misericordiosa. Teresa nunca se coloca acima dos outros, mas no último lugar com o Filho de Deus, que por nós Se tornou servo e humilhou, fazendo-Se obediente até à morte numa cruz (cf. Flp 2, 7-8).

41. Tal descoberta do coração da Igreja é uma grande luz também para nós hoje, a fim de não nos escandalizarmos por causa das limitações e fraquezas da instituição eclesiástica, marcada por obscuridades e pecados, e entrarmos no seu coração ardente de amor, que se incendiou no Pentecostes graças ao dom do Espírito Santo. É o coração cujo fogo se reaviva ainda com cada um dos nossos atos de caridade. «Eu serei o amor»: esta é a opção radical de Teresinha, a sua síntese definitiva, a sua identidade espiritual mais pessoal.

Chuva de rosas

42. Depois de muitos séculos em que inúmeros Santos expressaram, com grande fervor e beleza, o seu desejo de «ir para o Céu», Santa Teresinha reconhece com grande sinceridade: «Tinha então grandes provações interiores de todas as espécies (até me interrogar, por vezes, se haveria Céu)».[66] Noutra ocasião, disse: «Quando canto a felicidade do Céu, a posse eterna de Deus, não sinto nenhuma alegria, porque canto simplesmente o que quero acreditar».[67] Mas que sucedeu? Que ela estava a ouvir mais o apelo de Deus a colocar fogo no coração da Igreja do que sonhava com a sua própria felicidade.

43. A transformação operada nela permitiu-lhe passar de um fervoroso desejo do Céu para um constante e ardente desejo do bem de todos, culminando no sonho de continuar no Céu a sua missão de amar Jesus e de O fazer amar. Nesta linha, escreveu numa das últimas cartas: «Conto não ficar inativa no Céu, o meu desejo é continuar a trabalhar pela Igreja e pelas almas».[68] E então afirmava sem rodeios: «O meu Céu passar-se-á sobre a terra até ao fim do mundo. Sim, quero passar o meu Céu a fazer o bem sobre a terra».[69]

44. Assim, Teresinha exprimia a sua resposta mais convicta ao dom único que o Senhor lhe estava a oferecer, à luz surpreendente que Deus derramava nela. Desta forma chegava à última síntese pessoal do Evangelho, que partia da plena confiança para culminar no dom total aos outros. Não duvidava da fecundidade desta entrega: «Penso em todo o bem que quereria fazer depois da minha morte»;[70] «Deus não me daria este desejo de fazer o bem sobre a terra depois da minha morte, se não quisesse realizá-lo».[71] «Será como uma chuva de rosas».[72]

45. Fecha-se o círculo. «C’est la confiance». É a confiança que nos conduz ao Amor e assim nos liberta do temor; é a confiança que nos ajuda a desviar o olhar de nós mesmos; é a confiança que nos permite colocar nas mãos de Deus aquilo que só Ele pode fazer. Isto deixa-nos uma imensa torrente de amor e de energias disponíveis para procurar o bem dos irmãos. E assim, no meio do sofrimento dos seus últimos dias, Teresa podia dizer: «Conto somente com o amor».[73] Em última análise, conta só o amor. A confiança faz desabrochar as rosas e espalha-as como um transbordar da superabundância do amor divino. Peçamo-la como dom gratuito, como valiosa prenda da graça, para que se abram na nossa vida os caminhos do Evangelho.

4. No coração do Evangelho

46. Na Evangelii gaudium, insisti sobre o convite a regressar ao frescor da fonte, para dar relevo ao que é essencial e indispensável. Considero oportuno retomar e propor novamente aquele convite.

A Doutora da síntese

47. Esta Exortação sobre Santa Teresinha permite-me recordar que, numa Igreja missionária, «o anúncio concentra-se no essencial, no que é mais belo, mais importante, mais atraente e, ao mesmo tempo, mais necessário. A proposta acaba simplificada, sem com isso perder profundidade e verdade, e assim se torna mais convincente e radiosa».[74] O núcleo luminoso é «a beleza do amor salvífico de Deus manifestado em Jesus Cristo morto e ressuscitado».[75]

48. Nem tudo é igualmente central, porque há uma ordem ou hierarquia entre as verdades da Igreja, e «isto é válido tanto para os dogmas da fé como para o conjunto dos ensinamentos da Igreja, incluindo a doutrina moral».[76] O centro da moral cristã é a caridade, que é a resposta ao amor incondicional da Trindade, de modo que «as obras de amor ao próximo são a manifestação externa mais perfeita da graça interior do Espírito».[77] Em última análise, conta só o amor.

49. Precisamente, o contributo específico que Teresinha nos oferece como Santa e como Doutora da Igreja não é analítico, como poderia ser, por exemplo, o de São Tomás de Aquino. O seu contributo é sobretudo sintético, porque a sua genialidade consiste em levar-nos ao centro, àquilo que é essencial, àquilo que é indispensável. Com as suas palavras e com o seu percurso pessoal, mostra que, embora todos os ensinamentos e normas da Igreja tenham a sua importância, o seu valor, a sua luz, alguns são mais urgentes e mais constitutivos para a vida cristã. Foi nestes que Teresa fixou o olhar e o coração.

50. Como teólogos, moralistas, estudiosos de espiritualidade, como pastores e como crentes, cada qual no respetivo âmbito, temos ainda necessidade de acolher esta intuição genial de Teresinha e tirar as devidas consequências teóricas e práticas, doutrinais e pastorais, pessoais e comunitárias. São precisas audácia e liberdade interior para o poder fazer.

51. Às vezes, de Teresa, citam-se apenas expressões que são secundárias ou mencionam-se coisas que ela pode ter em comum com qualquer outro Santo: a oração, o sacrifício, a piedade eucarística e muitos outros belos testemunhos, mas assim poderíamos privar-nos daquilo que é mais específico do seu dom à Igreja, esquecendo que «cada santo é uma missão; é um projeto do Pai que visa refletir e encarnar, num momento determinado da história, um aspeto do Evangelho».[78] Por isso, «para identificar qual seja essa palavra que o Senhor quer dizer através dum santo, não convém deter-se nos detalhes, porque nisso também pode haver erros e quedas. Nem tudo o que um santo diz é plenamente fiel ao Evangelho, nem tudo o que faz é autêntico ou perfeito. O que devemos contemplar é o conjunto da sua vida, o seu caminho inteiro de santificação, aquela figura que reflete algo de Jesus Cristo e que sobressai quando se consegue compor o sentido da totalidade da sua pessoa».[79] E isto vale com maior força de razão para Santa Teresinha, senda ela uma «Doutora da síntese».

52. Do céu à terra, a atualidade de Santa Teresa do Menino Jesus e da Santa Face permanece em toda a sua «pequena grandeza».

Num tempo que nos convida a fechar-nos nos próprios interesses, Teresinha mostra a beleza de fazer da vida um dom.

Num período em que prevalecem as necessidades mais superficiais, ela é testemunha da radicalidade evangélica.

Numa época de individualismo, ela faz-nos descobrir o valor do amor que se torna intercessão.

Num momento em que o ser humano vive obcecado pela grandeza e por novas formas de poder, ela aponta a via da pequenez.

Num tempo em que se descartam tantos seres humanos, ela ensina-nos a beleza do cuidado, do ocupar-se do outro.

Num momento de complexidade, ela pode ajudar-nos a redescobrir a simplicidade, o primado absoluto do amor, da confiança e do abandono, superando uma lógica legalista e moralista que enche a vida cristã de obrigações e preceitos e congela a alegria do Evangelho.

Num tempo de entrincheiramento e reclusão, Teresinha convida-nos à saída missionária, conquistados pela atração de Jesus Cristo e do Evangelho.

53. Século e meio depois do seu nascimento, Teresa está mais viva do que nunca no meio da Igreja em caminho, no coração do Povo de Deus. Está a peregrinar connosco, fazendo o bem sobre a terra, como tanto desejou. O sinal mais belo da sua vitalidade espiritual são as inúmeras «rosas» que vai espalhando, isto é, as graças que Deus nos concede pela sua intercessão cheia de amor, para nos sustentar no percurso da vida.

Amada Santa Teresinha,

A Igreja precisa de fazer resplandecer

A cor, o perfume, a alegria do Evangelho.

Enviai-nos as vossas rosas!

Ajudai-nos a ter sempre confiança,

Como fizestes vós,

No grande amor que Deus tem por nós,

Para podermos imitar cada dia

O vosso caminhito de santidade.

Amen.

Dado em Roma, São João de Latrão, no dia 15 de outubro – Memória de Santa Teresa de Ávila – do ano 2023, décimo primeiro do meu Pontificado.

FRANCISCO

_________________________

[1] Carta 197, À Irmã Maria do Sagrado Coração (17/IX/1896), in Santa Teresa do Menino Jesus e da Santa Face, Obras Completas. Textos e últimas palavras, Edições Carmelo – Avessadas 1996, p. 569.

[2] Oração 6, Oferecimento de mim mesma como vítima de holocausto ao amor misericordioso de Deus (09/VI/1895): o. c., 1077.

[3] Para o biénio 2022-2023, a UNESCO inseriu Santa Teresa do Menino Jesus entre as personalidades a celebrar por ocasião do 150º aniversário do seu nascimento.

[4] A 29 de abril de 1923.

[5] Cf. Bento XV, Decreto sobre as Virtudes (14/VIII/1921): AAS 13 (1921), 449-452.

[6] Pio XI, Homilia na canonização (17/V/1925): AAS 17 (1925), 211.

[7] Cf. AAS 20 (1928), 147-148.

[8] Cf. AAS 36 (1944), 329-330.

[9] Cf. Pio XII, Carta a D. François-Marie Picaud, bispo de Bayeux e Lisieux (07/VIII/1947): Analecta OCD [em francês] 19 (1947), 168-171. Radiomensagem para a consagração da Basílica de Lisieux (11/VII/1954): AAS 46 (1954), 404-407.

[10] São Paulo VI, Carta a D. Jean-Marie-Clément Badré, Bispo de Bayeux e Lisieux, por ocasião do centenário do nascimento de Santa Teresa do Menino Jesus (02/I/1973): AAS 65 (1973), 12-15.

[11] Cf. AAS 90 (1998), 409-413.930-944.

[12] São João Paulo II, Carta ap. Novo millennio ineunte (06/I/2001), 42: AAS 93 (2001), 296.

[13] Catequese (06/IV/2011): L’Osservatore Romano (ed. portuguesa de 09/IV/2011), 3.

[14] Catequese (07/VI/2023): L’Osservatore Romano (ed. portuguesa de 08/VI/2023), 3.

[15] Carta 220, Ao Padre M. Bellière (24/II/1897): o. c., 594.

[16] Manuscrito A, 69frt: o. c., 187.

[17] Cf. Manuscrito C, 33frt-37vº: o. c., 288-294.

[18] Cf. Francisco, Exort. ap. Evangelii gaudium (24/XI/2013), 14; 264: AAS 105 (2013), 1025-1026.

[19] Manuscrito C, 34vº: o. c., 289.

[20] Manuscrito C, 36vº: o. c., 292.

[21] Últimos colóquios. Caderno Amarelo (09/VI/1897), 3: o. c., 1133.

[22] Cf. Manuscrito C, 2frt-3vº: o .c., 243-245.

[23] Manuscrito C, 2frt: o. c., 244.

[24] Manuscrito C, 3vº: o. c., 244-245.

[25] Manuscrito A, 84frt: o. c., 215.

[26] Cf. Francisco, Exort. ap. Gaudete et exsultate (19/III/2018), 47-62: AAS 110 (2018), 1124-1129.

[27] Manuscrito A, 32vº: o. c., 119.

[28] Assim o explica o Concílio de Trento: «Assim cada um, ao considerar-se a si mesmo, a própria fraqueza e as suas más disposições, tem motivos para tremer e temer pela sua graça» (Decreto sobre a justificação, IX: DzS 1534). O Catecismo da Igreja Católica retoma isto, quando ensina que é impossível ter certeza olhando para si mesmo ou para as próprias ações (cf. nº 2005). A certeza da confiança não se encontra em mim mesmo, o próprio eu não dá fundamentos para tal certeza, que não se baseia na introspeção. De certa forma já o dizia São Paulo: «Nem eu me julgo a mim mesmo. De nada me acusa a consciência, mas nem por isso me dou por justificado; quem me julga é o Senhor» (1 Cor 4, 3-4). São Tomás de Aquino explica-o da seguinte forma: como a graça «não cura perfeitamente o homem» (Summa theologiae, I-II, q. 109, art. 9, ad 1), «permanece uma certa sombra de ignorância no intelecto» (Ibid., comentário).

[29] Oração 6, Oferecimento de mim mesma como vítima de holocausto ao amor misericordioso de Deus (09/VI/1895): o. c., 1077.

[30] Catecismo da Igreja Católica, 2011.

[31] Di-lo com clareza o Concílio de Trento: «Nenhum homem piedoso pode duvidar da misericórdia de Deus» (Decreto sobre a justificação, IX: DzS 1534). «Todos devem depositar a mais firme confiança na ajuda de Deus» (Ibid., XIII: DzS 1541).

[32] Manuscrito B, 1frt: o. c., 223.

[33] Cf. Manuscrito A, 48frt: o. c., 148; Carta 92, A Maria Guérin (30/V/1889): o. c., 405-407.

[34] Oração 6, Oferecimento de mim mesma como vítima de holocausto ao amor misericordioso de Deus (09/VI/1895): o. c., 1076.

[35] Últimos colóquios. Caderno Amarelo (23/VII/1897), 3: o. c., 1171.

[36] Manuscrito C, 31frt: o. c., 284.

[37] Cf. Manuscrito C, 5vº -7frt: o. c., 247-251.

[38] Manuscrito C, 5frt: o. c., 248.

[39] Cf. Manuscrito C, 6frt: o. c., 249-250.

[40] Cf. Francisco, Carta enc. Lumen fidei (29/VI/2013), 17: AAS 105 (2013), 564-565.

[41] Manuscrito C, 7vº: o. c., 250-251.

[42] Carta 197, À Irmã Maria do Sagrado Coração (17/IX/1896), o. c., 569.

[43] Manuscrito A, 83frt: o. c., 214.

[44] Cf. Manuscrito A, 45frt-46frt: o. c., 143-144.

[45] Manuscrito A, 46vº: o. c., 143.

[46] Manuscrito A, 46vº: o. c., 144.

[47] Manuscrito A, 46frt: o. c., 144.

[48] Oração 2 (08/IX/1890): o. c., 1067.

[49] Summa theologiae, I-II, q. 62, art. 4.

[50] Cf. Manuscrito C, 11frt-31vº: o. c., 256-285.

[51] Manuscrito B, 1frt: o. c., 223.

[52] Cf. Manuscrito B, 4vº: o. c., 231.

[53] Carta 122, A Celina (14/X/1890): o. c., 445.

[54] Poesia 24, 21: o. c., 744.

[55] Poesia 24, 6: o. c., 739.

[56] Cf. Manuscrito A, 3vº: o. c., 73.

[57] Carta 247, Ao padre M. Belliére (21/VI/1897): o. c., 627.

[58] Cf. Oração 6 (09/VI/1895): o. c., 1075-1078.

[59] Manuscrito A, 84vº: o. c., 215.

[60] Poesia 54, 22: o. c., 826.

[61] Cf. Poesia 54, 15: o. c., 824.

[62] Poesia 17: o. c., 825.

[63] Manuscrito C, 29frt-30vº: o. c., 282-283.

[64] Cf. Manuscrito B, 2vº-5frt: o. c., 226-234.

[65] Manuscrito B, 3frt: o. c., 230.

[66] Manuscrito A, 80frt: o. c., 207. Não era falta de fé. São Tomás de Aquino ensina que na fé atuam a vontade e a inteligência. A adesão da vontade pode ser muito sólida e radicada, enquanto a inteligência pode estar obscurecida: cf. De Veritate 14, 1.

[67] Manuscrito C, 7frt: o. c., 251.

[68] Carta 254, Ao padre A. Roulland (14/VII/1897): o. c., 633.

[69] Últimos colóquios. Caderno Amarelo (17/VII/1897): o. c., 1167.

[70] Últimos colóquios. Caderno Amarelo (13/VII/1897): o. c., 1161.

[71] Últimos colóquios. Caderno Amarelo (18/VII/1897), 1: o. c., 1168.

[72] Últimos colóquios. Caderno Amarelo (09/VI/1897): o. c., 1290.

[73] Carta 242, À Irmã Maria da Trindade (06/VI/1897): o. c., 620.

[74] Francisco, Exort. ap. Evangelii gaudium (24/XI/2013), 35: AAS 105 (2013), 1034.

[75] Ibid., 36: o. c, 1035.

[76] Ibidem.

[77] Ibid., 37: o. c, 1035.

[78] Francisco, Exort. ap. Gaudete et exsultate (19/III/2018), 19: AAS 110 (2018), 1117.

[79] Ibid., 22: o. c, 1117.

[01566-PO.01] [Texto original: Espanhol]

 

Traduzione in lingua polacca

ADHORTACJA APOSTOLSKA

C’EST LA CONFIANCE

OJCA ŚWIĘTEGO

FRANCISZKA

O UFNOŚCI W MIŁOSIERNĄ MIŁOŚĆ BOGA

Z OKAZJI 150. ROCZNICY URODZIN

ŚW. TERESY OD DZIECIĄTKA JEZUS I NAJŚWIĘTSZEGO OBLICZA

1. «C’est la confiance et rien que la confiance qui doit nous conduire à l'Amour»: „Tylko ufność i nic innego jak ufność powinna nas prowadzić do Miłości”[1].

2. Te jakże stanowcze słowa św. Teresy od Dzieciątka Jezus i Najświętszego Oblicza mówią wszystko, streszczają geniusz jej duchowości i mogłyby wystarczyć za uzasadnienie dlaczego została ona ogłoszona Doktorem Kościoła. Jedynie ufność, „nic innego”, nie ma innej drogi prowadzącej ku Miłości, która daje wszystko. Za sprawą ufności łaska wlewa się obficie w nasze życie, Ewangelia staje się w nas ciałem i przeobraża nas w drogi miłosierdzia dla naszych braci.

3. To właśnie ufność umacnia nas każdego dnia i wspomoże nas, byśmy mogli stanąć przed obliczem Pana, kiedy On wezwie nas: „Pod wieczór życia stanę przed Tobą z pustymi rękoma, bo nie proszę Cię, Panie, byś liczył moje uczynki. Wszelka sprawiedliwość nasza jest skażona w Twych oczach. Pragnę więc przyodziać się Twoją własną Sprawiedliwością i jako dar Twojej Miłości otrzymać wieczne posiadanie Ciebie samego”[2].

4. Mała Tereska jest jedną z najbardziej znanych i kochanych świętych na całym świecie. Tak, jak św. Franciszka z Asyżu, kochają ją zarówno chrześcijanie, jak i niewierzący. Także UNESCO uznała ją za jedną z najbardziej znaczących postaci współczesnej ludzkości[3]. Dobrze jest pogłębić znajomość jej przesłania, upamiętniając w ten sposób 150. rocznicę jej urodzin, które miały miejsce 2 stycznia 1873 r. w Alençon, oraz stulecie jej beatyfikacji[4]. Niemniej jednak, nie chciałem publikować tej Adhortacji w którąkolwiek z tych rocznic, ani też w dniu jej liturgicznego wspomnienia, aby przesłanie wykroczyło poza te uroczystości i zostało przyjęte jako część duchowego dziedzictwa Kościoła. Data publikacji, przypadająca na dzień wspomnienia liturgicznego św. Teresy z Avila, ukazuje św. Teresę od Dzieciątka Jezus i Najświętszego Oblicza jako dojrzały owoc reformy Karmelu i duchowości wielkiej hiszpańskiej Świętej.

5. Jej ziemskie życie było krótkie, zaledwie dwudziestoczteroletnie, i proste jak każde inne: przeżywane najpierw w rodzinie, a następnie w Karmelu w Lisieux. Niezwykła moc światła i miłości, która biła od jej osoby, objawiła się zaraz po jej śmierci, wraz z publikacją jej pism i z niezliczonymi łaskami, otrzymanymi przez wiernych, którzy wzywali jej wstawiennictwa.

6. Kościół szybko uznał nadzwyczajną wartość jej świadectwa i autentyczność jej ewangelicznej duchowości. Teresa spotkała się z papieżem Leonem XIII przy okazji pielgrzymki do Rzymu w 1887 r., i poprosiła go o zezwolenie na wstąpienie do Karmelu w wieku 15 lat. Wkrótce po jej śmierci, św. Pius X zdał sobie sprawę z jej niezwykłej duchowej siły, do tego stopnia, iż stwierdził, że zostanie ona największą Świętą czasów współczesnych. Została ogłoszona czcigodną służebnicą Bożą w 1921 r. przez papieża Benedykta XV, który wychwalał jej cnoty, ukazując je jako „małą drogę” dziecięctwa duchowego[5]; następnie beatyfikowana sto lat temu i kanonizowana 17 maja 1925 r. przez Piusa XI, który dziękował Bogu za to, że pozwolił mu, aby Teresa od Dzieciątka Jezus i Najświętszego Oblicza stała się „pierwszą błogosławioną, wyniesioną przez niego do chwały ołtarzy i pierwszą świętą, przez niego kanonizowaną”[6]. Ten sam papież w 1927 r. ogłosił ją patronką misji[7]. W 1944 r. została ustanowiona patronką Francji przez czcigodnego sługę Bożego Piusa XII[8], który przy wielu okazjach pogłębiał temat jej duchowego dziecięctwa[9]. Św. Paweł VI chętnie wspominał własny chrzest, przyjęty 30 września 1897 r., w dniu śmierci św. Małej Tereski. Z okazji stulecia jej urodzin, skierował on do biskupa diecezji Bayeux i Lisieux pismo poświęcone jej nauczaniu[10]. Podczas swej pierwszej podróży apostolskiej do Francji, w czerwcu 1980 r., św. Jan Paweł II udał się do bazyliki jej poświęconej, a w 1997 r. ogłosił ją Doktorem Kościoła[11], uznając jej „głęboką znajomość scientia amoris[12]. Benedykt XVI na nowo podjął temat jej „nauki miłości”, proponując by stała się ona „przewodnikiem dla wszystkich, zwłaszcza dla tych, którzy w Ludzie Bożym pełnią posługę teologów”[13]. Wreszcie, moją radością stało się kanonizowanie jej rodziców Ludwika i Zelii w 2015 r., podczas Synodu na temat rodziny, a ostatnio poświęciłem jej katechezę w ramach cyklu o gorliwości apostolskiej[14].

1. Jezus dla innych

7. Imię, które wybrała sobie jako siostra zakonna, ukierunkowuje na Jezusa: „Dzieciątko”, ukazujące tajemnicę Wcielenia oraz „Święte Oblicze”, czyli oblicze Chrystusa, który ofiaruje się aż do końca na Krzyżu. Jest ona „Św. Teresą od Dzieciątka Jezus i Najświętszego Oblicza”.

8. Nieustannie, aż do ostatniego tchnienia, Teresa „oddycha” Imieniem Jezusa, niczym w geście miłości. W swojej celi wyryła też słowa: „Jezus jest moją jedyną miłością”. Była to jej interpretacja najważniejszych słów Nowego Testamentu: „Bóg jest miłością” (1 J 4, 8.16).

Misyjna dusza

9. To doświadczenie wiary, tak, jak dzieje się to w przypadku każdego autentycznego spotkania z Chrystusem, wzywało Teresę do misji. I zdefiniowała tę swoją misję następującymi słowami: „w Niebie także będę pragnęła tego samego, co na ziemi: miłować Jezusa i pociągać dusze, aby był miłowany”[15]. Pisała też, że wstąpiła do Karmelu „by ratować dusze”[16]. Innymi słowy, nie wyobrażała sobie swojego poświęcenia się Bogu bez poszukiwania dobra dla braci. Dzieli się z innymi miłością miłosierną Ojca względem grzesznego syna i tą, jaką Dobry Pasterz umiłował zagubione, oddalone i zranione owce. Dlatego też została patronką misji, mistrzynią ewangelizacji.

10. Ostatnie strony Dziejów duszy[17] stanowią jej misyjny testament, wyrażają jej sposób rozumienia ewangelizacji poprzez zachętę[18], a nie wywieranie presji, czy prozelityzm. Warto przytoczyć tu słowa, jakimi sama to streszcza: „Pociągnij mnie! pobiegniemy do wonności olejków twoich (Pnp 1, 3). O Jezu, nie ma zatem potrzeby mówić: Pociągając mnie, pociągnij także te dusze, które kocham! Wystarczy to proste słowo: Pociągnij mnie. Panie, pojmuję, że skoro dusza da się zniewolić upajającą wonnością Twoich olejków, nie pobiegnie sama, ale pociągnie za sobą wszystkie dusze, które kocha; dzieje się to bez przymusu, bez wysiłku, jest naturalną konsekwencją jej dążenia do Ciebie. Jak strumień wpadający gwałtownie do oceanu unosi ze sobą wszystko, co spotyka na swej drodze, podobnie, o mój Jezu, i dusza, która zanurza się w bezbrzeżnym oceanie Twej miłości, pociąga za sobą swoje skarby”[19].

11. We fragmencie tym cytuje ona słowa, które w Pieśni nad pieśniami oblubienica wypowiada do oblubieńca, jak objaśniają to pogłębione interpretacje dwóch Doktorów Kościoła, św. Teresy od Jezusa i św. Jana od Krzyża. Oblubieńcem jest Jezus, Syn Boży, który poprzez Wcielenie zjednoczył się z ludzkością i odkupił ją na Krzyżu. To tam ze Swego przebitego boku zrodził Kościół, Swą umiłowaną Oblubienicę, za którą oddał życie (por. Ef 5, 25). Uderza fakt, jak bardzo Mała Tereska, świadoma zbliżającej się śmierci, nie przeżywała tej tajemnicy zamknięta w sobie, szukając jedynie pocieszenia, ale z żarliwym duchem apostolskim.

Łaska, która uwalnia od stawiania siebie w centrum

12. Coś podobnego następuje, kiedy odwołuje się ona do działania Ducha Świętego, które natychmiast zyskuje dla niej wymiar misyjny: „Oto moja modlitwa: proszę Jezusa, by mnie pociągnął w płomienie swej miłości; aby mnie tak ściśle zjednoczył z Sobą, by On sam żył i działał we mnie. Czuję, że im więcej ogień miłości ogarnie moje serce, tym mocniej wołać będę: Pociągnij mnie, tym szybciej dusze złączone ze mną (biedną małą okruszyną niepotrzebnego żelaza, gdybym się tylko oddaliła od boskiego ogniska) pobiegną do wonności olejków Umiłowanego; bo dusza ogarnięta miłością nie może być bezczynna”[20].

13. W sercu Małej Tereski łaska chrztu świętego stała się rwącym potokiem, który wpada do oceanu miłości Chrystusowej, porywając w swoim nurcie wiele sióstr i wielu braci – co w szczególny sposób zaczęło się dziać dopiero po jej śmierci. Na tym polegała jej obietnica «deszczu róż»[21].

2. Mała droga ufności i miłości

14. Jednym z najważniejszych odkryć Małej Tereski dla dobra całego Ludu Bożego, jest jej „mała droga”, droga zaufania i miłości, znana też jako droga dziecięctwa duchowego. Każdy, w jakimkolwiek stanie i na jakimkolwiek etapie swojego życia, może nią podążać. Jest to droga, którą Ojciec Niebieski objawia maluczkim (por. Mt 11, 25).

15. Na kartach Dziejów duszy[22], Mała Tereska opowiada o odkryciu małej drogi: „pomimo że jestem tak małą, mogę dążyć do świętości. Niepodobna mi stać się wielką, powinnam więc znosić się taką, jaką jestem, ze wszystkimi swymi niedoskonałościami; chcę jednak znaleźć sposób dostania się do Nieba, jakąś małą drogę, bardzo prostą i bardzo krótką, małą drogę zupełnie nową”[23].

16. Aby opisać tę drogę, używa obrazu windy: „Windą, która mnie uniesie aż do Nieba, są twoje ramiona, o Jezu! A do tego nie potrzebuję wzrastać, przeciwnie, powinnam zostać małą, stawać się coraz mniejszą”[24]. Mała, niezdolna do wiary we własne siły, choć zarazem głęboko przekonana o sile pełnych miłości Jezusowych ramion.

17. Jest to „słodka droga Miłości”[25], otwarta przez Jezusa dla maluczkich i ubogich, dla wszystkich. I jest to droga prawdziwej radości. Wobec pelagiańskiej wizji świętości[26], indywidualistycznej i elitarnej, bardziej ascetycznej, niż mistycznej, i kładącej nacisk przede wszystkim na ludzkie wysiłki, Mała Tereska podkreśla zawsze pierwszeństwo Bożego działania, Jego łaski. I tak dojrzewa, aby powiedzieć: „czuję zawsze tę samą zuchwałą ufność, że stanę się wielką Świętą, ponieważ nie posiadając żadnych zasług, nie liczę na nie, ale ufam Temu, który jest samą Mocą i Świętością. Zadowalając się mymi słabymi wysiłkami, On sam podniesie mnie aż do Siebie i okrywszy swymi nieskończonymi zasługami uczyni Świętą”[27].

Ponad wszelką zasługę

18. Ten sposób myślenia nie jest sprzeczny z tradycyjnym nauczaniem katolickim dotyczącym wzrastania w łasce, czyli tego, że darmo usprawiedliwieni poprzez uświęcającą łaskę, jesteśmy przemienieni i uzdolnieni do współpracy w naszych dobrych dziełach na drodze wzrostu w świętości. W taki sposób zostajemy wyniesieni, aż do pozyskania prawdziwych zasług dla rozwoju otrzymanej łaski.

19. Mała Tereska woli jednak podkreślać pierwszeństwo Bożej łaski i zachęcać do spoglądania z pełną ufnością na miłość Chrystusa, który ofiarował się nam aż do końca. W istocie, jej nauczanie mówi, że odkąd nie możemy mieć jakiekolwiek pewności, przyglądając się sobie samym[28], nie możemy również być pewni posiadania własnych zasług. Toteż nie jest możliwe pokładanie ufności w tych wysiłkach i próbach. Katechizm cytuje słowa św. Małej Tereski, kiedy mówi ona do Pana: „stanę przed Tobą z pustymi rękoma”[29], by wyjaśnić, że „święci zawsze mieli żywą świadomość, że ich zasługi są czystą łaską”[30]. To przekonanie wzbudza w niej radosną i pełną czułości wdzięczność.

20. Toteż najwłaściwszą postawą jest pokładanie ufności serca poza nami samymi: w nieskończonej miłości tego Boga, który kocha bez granic i który wszystko ofiarował w Krzyżu Jezusa[31]. Z tego względu Teresa nigdy nie posłuży się często używanym w jej czasach wyrażeniem: „uczynię siebie świętą”.

21. Niemniej jednak, jej bezgraniczne zaufanie dodaje odwagi tym, którzy czują się krusi, ograniczeni, grzeszni, by pozwolili się poprowadzić i przemieniać, aby mogli osiągnąć wyżyny: „O! gdyby wszystkie dusze słabe i niedoskonałe czuły to, co czuje najmniejsza z nich wszystkich, dusza twej Małej Tereski, ani jedna nie straciłaby nadziei, że zdobędzie szczyt góry miłości, ponieważ Jezus nie żąda wielkich czynów, ale jedynie zdania się na Niego i wdzięczności” [32].

22. Ten sam upór Małej Tereski w kwestii Bożej inicjatywy sprawia, że kiedy mówi ona o Eucharystii, nie stawia na pierwszym planie własnego pragnienia przyjęcia Jezusa w Komunii świętej, ale pragnienie Jezusa, który chce się z nami zjednoczyć i zamieszkać w naszych sercach[33]. W Akcie ofiarowania się Miłości miłosiernej, cierpiąc z powodu niemożności codziennego przyjmowania Komunii świętej, zwraca się do Jezusa: „Pozostań we mnie, jak w tabernakulum”[34]. Centrum i przedmiotem jej spojrzenia nie jest ona sama, ale Chrystus, który kocha, szuka, pragnie i zamieszkuje w duszy.

Codzienne zatracanie

23. Ufność, jaką promuje Mała Tereska, nie powinna jedynie odnosić się do osobistego uświęcenia i zbawienia. Ma ona bowiem sens złożony, obejmujący całe istnienie konkretnego człowieka i odnoszący się do całego naszego życia, w którym wielokrotnie przytłaczają nas lęki, pragnienie po ludzku rozumianego poczucia bezpieczeństwa, potrzeba posiadania wszystkiego pod kontrolą. I w tym wszystkim pojawia się zaproszenie do świętego „zatracenia się”.

24. Pełna ufność, która staje się zatraceniem w Miłości, wyzwala nas z obsesyjnych kalkulacji, z ciągłych obaw o przyszłość, z lęków, które odbierają pokój. W ostatnich dniach swego życia Mała Tereska nalegała na to: „Sądzę, że my, które biegniemy drogą Miłości, nie powinnyśmy myśleć o tym, co bolesnego może nas spotkać w przyszłości, gdyż jest to brak ufności”[35]. Jeśli znajdujemy się w rękach Ojca, który bezgranicznie nas kocha, pozostanie to prawdą, bez względu na okoliczności; będziemy mogli podążać naprzód niezależnie od tego, co się zdarzy i, w taki czy inny sposób, w naszym życiu wypełni się projekt miłości i spełnienia.

Ogień pośród nocy

25. Mała Tereska najsilniej i z największą pewnością przeżywała swoją wiarę w ciemnościach nocy, a wręcz w ciemności Kalwarii. Jej świadectwo osiągnęło punkt kulminacyjny w ostatnim okresie życia, podczas wielkiej próby „pokus przeciw wierze”[36], która rozpoczęła się w Wielkanoc 1896 r. W swoich pismach[37] ukazuje ona bezpośredni związek między tą próbą a bolesną rzeczywistością ateizmu tamtych czasów. Bowiem żyła ona pod koniec XIX wieku, a wiec w „złotych latach” współczesnego ateizmu, jako systemu filozoficznego i ideologicznego. Kiedy pisała, że Jezus pozwolił, aby jej duszę „spowiły najgęstsze ciemności”[38], wskazywała na ciemności ateizmu i na odrzucenie wiary chrześcijańskiej. W jedności z Jezusem, który przyjął na siebie całą ciemność grzechu na świecie, kiedy zgodził się pić z kielicha Męki, Mała Tereska znajduje w tej ciemnej otchłani rozpaczy, oblicze nicości[39].

26. Ciemność nie może jednak pokonać światła: została ona pokonana przez Tego, który jako światło przybył na świat (por. J 12, 46)[40]. Pisma Małej Tereski ukazują heroiczny charakter jej wiary, jej zwycięstwo w duchowej walce, wobec najpotężniejszych pokus. Czuje się siostrą ateistów, siedzącą jak Jezus przy jednym stole z grzesznikami (por. Mt 9, 10-13). Wstawia się za nimi, nieustannie odnawiając swoje wyznanie wiary, zawsze w pełnej miłości komunii z Jezusem: „biegnę do mego Jezusa i mówię Mu, że jestem gotowa wylać ostatnią kroplę krwi, aby zaświadczyć o istnieniu nieba. Mówię Mu, że cieszę się z tego powodu, iż jestem pozbawiona możności radowania się niebem na ziemi, jeżeli tylko On otworzy to niebo na wieczność dla biednych grzeszników”[41].

27. Równolegle z wiarą, Teresa intensywnie przeżywa bezgraniczne zaufanie nieskończonemu Bożemu miłosierdziu: „ufność powinna nas prowadzić do Miłości”[42]. Także w ciemnościach doświadcza całkowitej ufności dziecka, które bez lęku rzuca się w ramiona ojca i matki. Dla Małej Tereski bowiem Bóg objawia się przede wszystkim poprzez Jego miłosierdzie – klucz do zrozumienia jakiejkolwiek innej rzeczy, jaką mówi się o Nim: „Ja zostałam obdarowana nieskończonym miłosierdziem i właśnie przez miłosierdzie kontempluję i wielbię inne Boże doskonałości! Wszystkie wtedy jawią mi się jako promieniejące miłością, nawet Sprawiedliwość (być może jeszcze bardziej niż jakakolwiek inna) wydaje mi się obleczona w miłość[43]. Jest to jedno z najważniejszych odkryć Małej Tereski, jeden z jej największych darów dla Ludu Bożego. W nadzwyczajny sposób przeniknęła ona głębiny Bożego miłosierdzia i zapaliła w nich płomień swej nieskończonej nadziei.

Niezłomna nadzieja

28. Przed wstąpieniem do Karmelu, Mała Tereska doświadczyła wyjątkowej duchowej bliskości z jedną z najbardziej nieszczęśliwych osób, przestępcą Henrim Pranzinim, skazanym na śmierć za potrójne zabójstwo i nieokazującym skruchy[44]. Ofiarowując w jego intencji Mszę świętą i modląc się z całkowitą ufnością o jego zbawienie, jest pewna, że prowadzi go do spotkania z Najświętszą Krwią Jezusa i mówi Bogu z całkowitą pewnością, że On przebaczyłby mu w ostatniej chwili i że uwierzyłaby w to, „nawet jeśli nie wyspowiadałby się, ani nie okazałby aktu jakiejkolwiek skruchy”. Wyjaśnia też źródło swojej pewności: „ufałam niezłomnie nieskończonemu miłosierdziu Jezusa”[45]. Jakież więc emocje towarzyszyły odkryciu, że Pranzini, wspiąwszy się na szafot, „nagle, ogarnięty nagłym natchnieniem, odwraca się, chwyta krucyfiks, który wręcza mu ksiądz, i trzykrotnie całuje święte rany!”[46]. To tak intensywne doświadczenie żywienia nadziei, wbrew wszelkiej nadziei, było dla niej fundamentalne: „Od tej chwili moje pragnienie ratowania dusz wzrastało z każdym dniem!” [47].

29. Teresa jest świadoma dramatu grzechu, chociaż widzimy ją zawsze zanurzoną w tajemnicy Chrystusa, pewną, że „gdzie jednak wzmógł się grzech, tam jeszcze obficiej rozlała się łaska” (Rz 5, 20). Grzech świata jest potężny, ale nie nieskończony. Natomiast miłosierna miłość Odkupiciela, owszem, jest nieskończona. Mała Tereska jest świadkiem ostatecznego zwycięstwa Jezusa nad wszelkimi siłami zła, które dokonało się poprzez Jego mękę, śmierć i zmartwychwstanie. Poruszana ufnością, odważy się prosić: „Jezu, spraw, żebym zbawiła wiele dusz, żeby dziś nie potępiła się ani jedna dusza (...). Jezu przebacz mi, jeśli mówię rzeczy, których mówić się nie godzi; chcę Ciebie rozradować i pocieszyć”[48]. To pozwala nam przejść do innego aspektu świeżego powiewu, jakim jest przesłanie św. Teresy od Dzieciątka Jezus i Najświętszego Oblicza.

3. Będę miłością

30. Miłość, „największa” w porównaniu do wiary i nadziei, nigdy się nie skończy (por. 1 Kor 13, 8-13). Jest największym darem Ducha Świętego i „matką wszystkich cnót oraz ich korzeniem” [49].

Miłosierdzie jako postawa właściwa miłości

31. Dzieje duszy są świadectwem miłości miłosiernej, w którym Mała Tereska dzieli się refleksją na temat nowego przykazania Jezusowego: „abyście się wzajemnie miłowali, tak jak Ja was umiłowałem” (J 15, 12)[50]. Jezus jest spragniony odpowiedzi na Jego miłość. Istotnie, „nie obawia się żebrać o trochę wody u Samarytanki. On pragnął... Lecz mówiąc: «daj mi pić», Stwórca świata domagał się miłości od swego biednego stworzenia. On pragnął miłości...”[51]. Mała Tereska pragnie odpowiadać miłością na miłość Jezusa [52].

32. Symbolika miłości oblubieńczej wyraża wzajemność daru z siebie, jakim obdarowują się wzajemnie małżonek i małżonka. I tak, zainspirowana Pieśnią nad pieśniami (Pnp 2, 16), pisze: „Myślę, że serce mojego Oblubieńca jest wyłącznie moje, tak jak moje należy tylko do Niego samego. A myśląc tak, mówię do Niego w rozkosznej samotności serca z sercem, oczekując na tę chwilę, gdy będę mogła kontemplować Go twarzą w twarz!”[53]. Chociaż Pan kocha nas wszystkich razem jako Lud, to jednocześnie miłosierdzie działa w sposób bardzo osobisty, „z serca do serca”.

33. Mała Tereska była żywo przekonana o tym, że Jezus umiłował ją i poznał osobiście w swojej Męce: „umiłował mnie i samego siebie wydał za mnie” (Ga 2, 20). Kontemplując Jezusa w Jego agonii, mówi ona: „Jam pośród lilii rzeszy, która Cię i dziś cieszy”[54]. Tak samo zwraca się do Dzieciątka Jezus w ramionach Matki: „Dziecię, Twa dłoń maleńka ma wszechmocną siłę! Świat utrzymuje, życiem darzy bryłę. I o mnie też myślałeś”[55]. Także na początku Dziejów duszy w podobny sposób kontempluje ona miłość Jezusa względem wszystkich i każdego z osobna, jakby był on jedynym na świecie[56].

34. Klucz do pojęcia aktu miłości „Jezu, kocham cię”, towarzyszącego Teresie nieustannie, niczym oddech, znajduje się w lekturze Ewangelii. Za sprawą tej miłości zanurza się we wszystkich tajemnicach życia Chrystusa, stając się jego uczestnikiem, żyjąc Ewangelią razem z Maryją i Józefem, Marią z Magdali i Apostołami. Wraz z nimi wchodzi w głębię miłości Serca Jezusowego. Oto przykład: „Kiedy widzę, jak Magdalena podchodzi do Jezusa, pomimo tylu biesiadników, i łzami obmywa stopy swego cudownego Mistrza, dotykając Go po raz pierwszy, czuję, że jej serce pojęło otchłań miłości i miłosierdzia Serca Jezusa; czuję również, że – pomimo iż jest wielką grzesznicą – to Serce miłości jest gotowe nie tylko jej przebaczyć, lecz jeszcze obsypać ją dobrodziejstwami szczególnej więzi, gotowe wznieść ją na najwyższe szczyty kontemplacji”[57].

Największa miłość w największej prostocie

35. Na zakończenie Dziejów duszy, Mała Tereska dzieli się swoim Aktem ofiarowania się Miłości miłosiernej[58]. Kiedy całkowicie poddała się działaniu Ducha, otrzymała bez hałasu i bez wielkich znaków, przeobfitość wody żywej: „strumienie, a raczej oceany łask zalały mą duszę”[59]. To jest życie mistyczne, które również pozbawione wszelkich nadzwyczajnych znaków, proponuje się wszystkim wierzącym jako codzienne doświadczenie miłości.

36. Mała Tereska żyje miłosierdziem w skromności, w najprostszych sprawach codziennego życia, a towarzyszy jej w tym Najświętsza Maryja Panna, od której uczy się, że „kochać to dawać wszystko wraz z sobą bez miary!”[60]. I rzeczywiście, podczas gdy kaznodzieje tamtych czasów często mówili o wielkości Maryi w sposób triumfalistyczny, jako odległa od nas, Mała Tereska pokazuje, wychodząc od Ewangelii, że Maryja jest największa w Królestwie Niebieskim, ponieważ jest Tą najmniejszą (por. Mt 18, 4), najbliższą Jezusowi w Jego upokorzeniu. Widzi, że o ile opowiadania apokryfów pełne są efektownych i cudownych wydarzeń, o tyle Ewangelie pokazują Jej pokorne i ubogie życie, spędzane w prostocie wiary. Sam Jezus pragnie, aby Maryja była przykładem duszy, która poszukuje Go z czystą wiarą[61]. Maryja była pierwszą, która przeżywała „małą drogę” z czystą wiarą i pokorą; toteż Teresa nie waha się napisać:

„W Nazarecie, Przeczysta, pełna Bożej łaski,

W pracy i biedzie żyłaś pośród swej rodziny,

Nie zdobiły zachwyty, uniesienia, blaski

Dni Twoich szarych, Matko Królewskiej Dzieciny.

Biedakom, których mnóstwo na ziemskim padole,

Otuchę niosło Twoje oblicze anielskie,

Znosiłaś w ciężkim trudzie, wspólną z nimi dolę,

By wskazać im wieczyste wybrzeża niebieskie”[62].

37. Mała Tereska pozostawiła nam także zapiski, które są świadectwem niektórych momentów łaski, doświadczanych w prostocie codziennego życia, jak na przykład jej nagłe natchnienie podczas towarzyszenia chorej współsiostrze o trudnym temperamencie. Zawsze jednak dotyczyły one doświadczania bardziej intensywnego miłosierdzia przeżywanego w najbardziej zwyczajnych sytuacjach: „Pewnego wieczoru spełniałam jak co dzień swoją drobną powinność; było zimno (...) nagle usłyszałam z oddali harmonijny dźwięk instrumentów muzycznych; stanął mi przed oczyma salon rzęsiście oświetlony, lśniący od złoceń; elegancko ubrane młode dziewczęta, prawiące sobie nawzajem komplementy i światowe grzeczności. Wzrok mój przeniósł się następnie na biedną chorą, którą podtrzymywałam; zamiast melodii dochodziły od czasu do czasu do moich uszu jej żałosne skargi; (...) Nie jestem w stanie wyrazić, co działo się w mojej duszy; to tylko wiem, iż Pan rozjaśnił ją promieniami prawdy, tak dalece przewyższającymi posępny blask ziemskich uciech, że nie mogłam uwierzyć memu szczęściu”[63].

W sercu Kościoła

38. Mała Tereska odziedziczyła od św. Teresy z Avila wielkie umiłowanie Kościoła i udało jej się odkryć głębię tej tajemnicy. Możemy to dostrzec w jej odkrywaniu „serca Kościoła”. W długiej modlitwie skierowanej do Jezusa[64], zapisanej 8 września 1896 r., w szóstą rocznicę jej ślubów zakonnych, ta Święta wyznaje Bogu, że czuje się poruszana ogromnym pragnieniem, pasją wobec Ewangelii tak wielką, że żadne powołanie samo w sobie nie może jej w pełni nasycić. I tak, szukając swojego „miejsca” w Kościele, odczytała ponownie 12. i 13. rozdział Pierwszego Listu św. Pawła do Koryntian.

39. W 12. rozdziale Apostoł posługuje się metaforą ciała i jego członków, aby wyjaśnić, że Kościół zawiera w sobie wielką różnorodność charyzmatów, ułożonych według pewnego porządku hierarchicznego. Jednak dla Małej Tereski wyjaśnienie to nie jest wystarczające. Kontynuuje ona swoje poszukiwania, czyta „Hymn o miłości” z rozdziału 13., w którym odnajduje wielką odpowiedź i zapisuje te znaczące słowa: „Zgłębiając tajemnice mistycznego Ciała Kościoła, nie rozpoznawałam siebie w żadnym z jego członków, wymienionych przez św. Pawła: a raczej chciałam odnaleźć się we wszystkich!... Miłość dała mi klucz do mego powołania. Zrozumiałam, że skoro Kościół jest ciałem złożonym z różnych członków, to nie brak mu najbardziej niezbędnego, najszlachetniejszego ze wszystkich: zrozumiałam, że Kościół posiada Serce i że to Serce płonie Miłością. Zrozumiałam, że jedynie Miłość pobudza członki Kościoła do działania i gdyby przypadkiem zabrakło Miłości, Apostołowie przestaliby głosić Ewangelię, Męczennicy nie chcieliby przelewać krwi swojej... Zrozumiałam, że Miłość zamyka w sobie wszystkie Powołania, że Miłość jest wszystkim, obejmuje wszystkie czasy i wszystkie miejsca!... jednym słowem – jest Wieczna!... Zatem, uniesiona szałem radości, zawołałam: O Jezu, Miłości moja... nareszcie znalazłam moje powołanie! Moim powołaniem jest Miłość!... Tak, znalazłam swoje miejsce w Kościele, a to miejsce, mój Boże, Ty sam mi ofiarowałeś: W Sercu Kościoła, mojej Matki, będę Miłością!... W ten sposób będę wszystkim… W ten sposób moje marzenie zostanie spełnione!!!” [65].

40. Nie jest to serce Kościoła triumfującego, jest to serce Kościoła kochającego, pokornego i miłosiernego. Mała Tereska nigdy nie stawia siebie ponad innymi, ale na ostatnim miejscu wraz z Synem Bożym, który dla nas stał się sługą i uniżył samego siebie, stając się posłusznym aż do śmierci na krzyżu (por. Flp 2, 7-8).

41. Takie odkrycie serca Kościoła jest wielkim światłem także dla nas dzisiaj, abyśmy nie gorszyli się ograniczeniami i słabościami instytucji kościelnej, naznaczonej ciemnością i grzechami, i abyśmy weszli w serce płonące miłością, które zostało rozpalone w dniu Pięćdziesiątnicy przez dar Ducha Świętego. Jest to serce, którego ogień jest nadal rozpalany przez każdy nasz akt miłosierdzia. „Ja będę miłością”: jest to radykalna opcja Małej Tereski, jej ostateczna synteza, jej najbardziej osobista duchowa tożsamość.

Deszcz róż

42. Po wielu wiekach, w których zastępy świętych tak żarliwie i pięknie wyrażały swoje pragnienie „pójścia do nieba”, św. Mała Tereska przyznaje z wielką szczerością: „Przechodziłam wówczas różne ciężkie doświadczenia wewnętrzne (dochodziło do tego, że czasem pytałam siebie, czy istnieje Niebo)”[66]. W innym momencie mówi: „Kiedy śpiewam o szczęściu Nieba, o wiecznym posiadaniu Boga, czynię to bez żadnej wewnętrznej radości, opiewam po prostu to, w co chcę wierzyć[67]. Co się wydarzyło? Bardziej wsłuchiwała się ona w Boże wezwanie do rozpalenia serca Kościoła, niż marzyła o własnym szczęściu.

43. Przemiana, która się w niej dokonała, pozwoliła jej przejść od żarliwego pragnienia Nieba do stałego i żarliwego pragnienia dobra wszystkich, którego kulminacją było marzenie o kontynuowaniu w Niebie swojej misji miłowania Jezusa i sprawiania, aby był kochany. W związku z tym, w jednym ze swoich ostatnich listów napisała: „Liczę na to, że w Niebie nie będę bezczynna: pragnę pracować tam dla Kościoła i ludzi”[68]. I w tych samych dniach, w bardziej bezpośredni sposób, powiedziała: „Moje Niebo będzie na ziemi aż do końca świata. Tak, chcę, aby moje Niebo polegało na czynieniu dobra na ziemi”[69].

44. W ten sposób Mała Tereska wyraziła swoją najbardziej przekonującą odpowiedź na wyjątkowy dar, który Pan jej ofiarował, na zaskakujące światło, które Bóg w nią wlał. W ten sposób doszła do ostatecznej osobistej syntezy Ewangelii, która rozpoczęła się od całkowitego zaufania i zakończyła się całkowitym darem dla innych. Nie wątpiła w owocność tego poświęcenia: „Myślę o całym dobru, które chciałabym spełniać po śmierci”[70]. „Dobry Bóg nie dawałby mi pragnienia czynienia dobra na ziemi po śmierci, gdyby nie chciał tego pragnienia zrealizować”[71]. „To będzie jakby deszcz róż”[72].

45. Koło się zamyka. „C’est la confiance”. To ufność prowadzi nas do Miłości, a tym samym uwalnia nas od lęku, to ufność pomaga nam oderwać wzrok od samych siebie, to ufność pozwala nam powierzyć w ręce Boga to, co tylko On może uczynić. To pozostawia nam ogromny strumień miłości i energii, które możemy wykorzystać, żeby starać się o dobro naszych braci. I tak, w cierpieniach swoich ostatnich dni, Teresa potrafiła powiedzieć: „Liczę jedynie tylko na miłość[73]. W ostatecznym rozrachunku liczy się tylko miłość. Ufność sprawia, że rozkwitają róże i rozsypuje je jak przepełnienie nadmiarem Bożej miłości. Prośmy o nią jako dar darmo dany, jako cenny dar łaski, aby w naszym życiu otworzyły się drogi Ewangelii.

4. W sercu Ewangelii

46. W Adhortacji apostolskiej Evangelii gaudium położyłem nacisk na zachętę do powrotu do świeżości źródła, do podkreślenia tego, co istotne i niezbędne. Uważam za stosowne ponownie podjąć i zaproponować to zaproszenie.

Doktor syntezy

47. Niniejsza Adhortacja o św. Małej Teresce pozwala mi przypomnieć, że w Kościele misyjnym „przepowiadanie koncentruje się na tym, co istotne, na tym, co jest piękniejsze, większe, bardziej pociągające i jednocześnie najbardziej potrzebne. Propozycja staje się prostsza, nie tracąc przy tym głębi i prawdy, i w ten sposób staje się bardziej przekonująca i promieniująca”[74]. Jaśniejącym rdzeniem jest „piękno zbawczej miłości Boga objawionej w Jezusie Chrystusie umarłym i zmartwychwstałym[75].

48. Nie wszystko jest równie centralne, ponieważ istnieje porządek lub hierarchia między prawdami Kościoła, a „odnosi się to zarówno do dogmatów wiary, jak również do całości nauczania Kościoła, łącznie z nauczaniem moralnym”[76]. W centrum moralności chrześcijańskiej znajduje się miłość, która jest odpowiedzią na bezwarunkową miłość Trójcy Świętej, dzięki której „dzieła miłości względem bliźniego są bardziej doskonałym zewnętrznym wyrazem wewnętrznej łaski Ducha”[77]. Ostatecznie liczy się tylko miłość.

49. Istotnie, szczególny wkład, jaki Mała Tereska daje nam jako Święta i jako Doktor Kościoła, nie jest analityczny, jak mógłby być, na przykład, wkład św. Tomasza z Akwinu. Jej wkład jest raczej syntetyczny, ponieważ jej geniusz polega na doprowadzeniu nas do centrum, do tego, co istotne, do tego, co niezbędne. Swoimi słowami i osobistą drogą życia pokazuje, że chociaż wszystkie nauki i normy Kościoła mają swoje znaczenie, swoją wartość, swoje światło, niektóre z nich są pilniejsze i bardziej konstytutywne dla życia chrześcijańskiego. To właśnie tam Teresa skoncentrowała swoje spojrzenie i serce.

50. Jako teologowie, moraliści, badacze duchowości, jako duszpasterze i jako wierzący, każdy w swojej własnej dziedzinie, nadal musi przyswajać tę genialną intuicję Małej Tereski i wyciągnąć z niej konsekwencje teoretyczne i praktyczne, doktrynalne i duszpasterskie, osobiste i wspólnotowe. Potrzebujemy śmiałości i wewnętrznej wolności, aby móc to uczynić.

51. Niekiedy cytowane są jedynie wyrażenia tej Świętej, które mają drugorzędne znaczenie, lub wspomina się tematy, które mogą być wspólne z każdym innym świętym: modlitwa, ofiara, pobożność eucharystyczna i wiele innych pięknych świadectw, ale w ten sposób możemy pozbawić się tego, co jest najbardziej specyficzne w darze, jaki uczyniła Kościołowi, zapominając, że „każdy święty jest misją; jest planem Ojca, by odzwierciedlać, ucieleśniać w danym konkretnym momencie dziejów, pewien aspekt Ewangelii”[78]. Dlatego, „aby rozpoznać, jak brzmi to słowo, które Pan pragnie wypowiedzieć poprzez danego świętego, nie należy rozwodzić się nad szczegółami. (...) Należy podziwiać całe jego życie, całą jego drogę uświęcenia, tę jego postać, która odzwierciedla coś z Jezusa Chrystusa i która odsłania się, kiedy udaje się pojąć znaczenie jego osoby jako całości”[79]. Jest to tym bardziej prawdziwe w przypadku św. Małej Tereski, będącej „Doktorem syntezy”.

52. Z nieba na ziemię, aktualność św. Teresy od Dzieciątka Jezus i Najświętszego Oblicza trwa w całej swojej „małej wielkości”.

W czasie, który zachęca nas do zamykania się we własnych sprawach, Mała Tereska ukazuje nam piękno uczynienia z życia daru.

W chwili, w której dominują potrzeby najbardziej powierzchowne, jest ona świadkiem ewangelicznego radykalizmu.

W czasie indywidualizmu, pozwala nam odkryć wartość miłości, która staje się wstawiennictwem.

W chwili, gdy ludzie mają obsesję na punkcie wielkości i nowych form władzy, ona wskazuje nam drogę małości.

W czasie, w którym odrzucanych jest wiele istot ludzkich, ona uczy nas piękna troski, podejmowania odpowiedzialności za innych.

W chwili powikłań, ona może pomóc nam odkryć na nowo prostotę, absolutny prymat miłości, zaufania i powierzenia się Bogu, przezwyciężając legalistyczną i etyczną logikę, która wypełnia życie chrześcijańskie obowiązkami i nakazami oraz zamraża radość Ewangelii.

W czasie wycofania i zamknięcia, Mała Tereska zaprasza nas do wyjścia misyjnego, pociągniętych atrakcyjnością Jezusa Chrystusa i Ewangelii.

53. Półtora wieku po swoich narodzinach Mała Tereska jest bardziej niż kiedykolwiek żywa pośród Kościoła podążającego, w sercu Ludu Bożego. Pielgrzymuje z nami czyniąc dobro na ziemi, tak jak tego pragnęła. Najpiękniejszym znakiem jej duchowej żywotności są niezliczone „róże”, które rozsiewa, to znaczy łaski, które Bóg daje nam za jej pełnym miłości wstawiennictwem, aby wesprzeć nas na ścieżce życia.

Droga Święta Mała Teresko,

Kościół potrzebuje żeby zajaśniały

barwy, woń, radość Ewangelii.

Przyślij nam swoje róże!

Pomóż nam zawsze ufać

tak jak Ty,

w wielką miłość, jaką Bóg ma ku nam,

abyśmy mogli naśladować każdego dnia

Twoją małą drogę świętości.

Amen.

W Rzymie, u św. Jana na Lateranie, dnia 15 października 2023, we wspomnienie św. Teresy z Avila, w jedenastym roku mego Pontyfikatu.

FRANCISZEK

_________________________

[1] List do siostry Marii od Najświętszego Serca (17 września 1896), w: Św. Teresa od Dzieciątka Jezus, Pisma, t. I, Kraków 1971, s. 702.

[2] Św. Teresa od Dzieciątka Jezus, Akt ofiarowania się Miłości miłosiernej (9 czerwca 1895), w: tenże, Dzieje duszy, Kraków 1984, s. 254.

[3] UNESCO wpisała św. Teresę od Dzieciątka Jezus na listę osobistości, które powinny być uczczone w latach 2022-2023, z okazji 150. rocznicy jej urodzin.

[4] 29 kwietnia 1923 r.

[5] Por. Dekret o heroiczności cnót (14 sierpnia 1921): AAS 13 (1921), 449-452.

[6] Homilia kanonizacyjna (17 maja 1925): AAS 17 (1925), 211.

[7] Por. AAS 20 (1928), 147-148.

[8] Por. AAS 36 (1944), 329-330.

[9] Por. Lettera a Mons. François-Marie Picaud, Vescovo di Bayeux y Lisieux (7 sierpnia 1947). Tekst francuski w: Analecta OCD 19 (1947), 168-171. Przesłanie radiowe na konsekrację Bazyliki w Lisieux (11 lipca 1954): AAS 46 (1954), 404-407.

[10] Por. Lettera a Mons. Jean-Marie-Clément Badré, Vescovo di Bayeux y Lisieux, in occasione del centenario della nascita di Santa Teresa del Bambino Gesù (2 stacznia 1973): AAS 65 (1973), 12-15.

[11] Por. AAS 90 (1998), 409, 930-944.

[12] List apost. Novo millennio ineunte (6 stycznia 2001), 42: AAS 93 (2001), 296.

[13] Audiencja generalna, Św. Teresa z Lisieux (6 kwietnia 2011): L’Osservatore Romano, wyd. polskie, n. 6 (334)/2011, s. 53.

[14] Audiencja generalna, Świadkowie – Św. Teresa od Dzieciątka Jezus, patronka misji (7 czerwca 2023): L’Osservatore Romano, wyd. polskie, n. 7 (454)/2023, s. 30-31.

[15] List do księdza Bellière (24 lutego 1897), w: Św. Teresa od Dzieciątka Jezus, Pisma, t. I, Kraków 1971, s. 730.

[16] Św. Teresa od Dzieciątka Jezus, Rękopis A, w: tenże, Dzieje Duszy, Kraków 1984, s. 152.

[17] Por. Rękopis C, w: Dzieje Duszy, dz. cyt.

[18] Por. Adhort. apost. Evangelii gaudium (24 listopada 2013), 14; 264: AAS 105 (2013), 1025-1026.

[19] Rękopis C, w: Dzieje Duszy, dz. cyt., s. 247-248.

[20] Tamże, s. 250.

[21] Tamże, s. 272.

[22] Por. Rękopis C, w: Dzieje Duszy, dz. cyt., s. 202-203.

[23] Tamże, s. 202.

[24] Tamże, s. 202.

[25] Święta Teresa od Dzieciątka Jezus, Rękopis A, w: Dzieje Duszy, dz. cyt., s. 178.

[26] Por. Adhort. apost. Gaudete et exsultate (19 marca 2018), 47-62: AAS 110 (2018), 1124-1129.

[27] Rękopis A, w: Dzieje Duszy, dz. cyt., s. 81.

[28] Wyjaśnił to Sobór Trydencki: „Każdy, kto spogląda na siebie, na swą własną słabość i brak usposobienia może się lękać i drżeć o swą łaskę” (Dekret o usprawiedliwieniu, IX: DS, 1534). Powtarza to Katechizm Kościoła Katolickiego, nauczając, że nie można mieć pewności, patrząc na siebie lub swoje czyny (por. KKK, n. 2005). Pewność zaufania nie znajduje się w nas samych, nasze własne „ja” nie stanowi podstawy dla tej pewności, która nie opiera się na introspekcji. Św. Paweł wyraził to w następujący sposób: „sam siebie nie sądzę. Sumienie nie wyrzuca mi wprawdzie niczego, ale to mnie jeszcze nie usprawiedliwia. Pan jest moim sędzią!” (1 Kor 4, 3-4). Tomasz z Akwinu wyjaśnił to w następujący sposób: ponieważ łaska „nie uzdrawia człowieka całkowicie” (Suma Teologiczna, I-II, q. 109, art. 9, ad. 1), „w umyśle pozostaje pewna częściowa niewiedza” (Tamże, q. 109, art. 9, wykład).

[29] Akt ofiarowania się Miłości miłosiernej (9 czerwca 1895), w: Dzieje duszy, dz. cyt., s. 254.

[30] Katechizm Kościoła Katolickiego, n. 2011.

[31] Stwierdza to również wyraźnie Sobór Trydencki: „nikt z wiernych nie powinien wątpić o miłosierdziu Boga” (Dekret o usprawiedliwieniu, IX: DS, 1534). „Wszyscy powinni pokładać najsilniejszą nadzieję w pomocy Boga” (Dekret o usprawiedliwieniu, XIII: DS, 1541).

[32] Rękopis B, w: Dzieje Duszy, dz. cyt., s. 186.

[33] Por. List do Marii Guérin (30 maja 1889), w: Św. Teresa od Dzieciątka Jezus, Pisma, t. II, Kraków 1971, s. 487.

[34] Akt ofiarowania się Miłości miłosiernej (9 czerwca 1895), w: Dzieje duszy, dz. cyt., s. 254.

[35] Żółty zeszyt, Ostatnie rozmowy św. Teresy od Dzieciątka Jezus, przełożyli: Ewa Szwarcenberg Czerny i Jan Dobraczyński, Warszawa 1977, s. 92.

[36] Rękopis C, w: Dzieje Duszy, dz. cyt., s. 243.

[37] Por. Rękopis C, w: Dzieje Duszy, dz. cyt., s. 204-2011.

[38] Tamże, s. 206.

[39] Por. tamże, s. 208.

[40] Por. Enc. Lumen fidei (29 czerwca 2013), 17: AAS 105 (2013), 564-565.

[41] Rękopis C, w: Dzieje Duszy, dz. cyt., s. 208.

[42] List do siostry Marii od Najświętszego Serca (17 września 1896), w: Św. Teresa od Dzieciątka Jezus, Pisma, t. I, Kraków 1971, s. 702.

[43] Rękopis A, w: Dzieje Duszy, dz. cyt., s. 179.

[44] Por. tamże, s. 106-107.

[45] Tamże, s. 106.

[46] Tamże, s. 106-107.

[47] Tamże, s. 107.

[48] Bilet, który siostra Teresa od Dzieciątka Jezus nosiła na sercu w dniu profesji (8 września 1890), w: Dzieje Duszy, dz. cyt., s. 252.

[49] Św. Tomasz z Akwinu, Suma Teologiczna, I-II, q. 62, art. 4.

[50] Por. Rękopis C, w: Dzieje Duszy, dz. cyt., s. 214-218.

[51] Rękopis B, w: Dzieje Duszy, dz. cyt., s. 186.

[52] Por. tamże, s. 182.

[53] List do Celiny (14 października 1890), w: Św. Teresa od Dzieciątka Jezus, Pisma, t. I, Kraków 1971, s. 540.

[54] Poezja, Najukochańszy Jezu, pamiętasz!... (21 października 1895), w: Św. Teresa od Dzieciątka Jezus, Pisma, t. II, Kraków 1971, s. 21.

[55] Tamże, s. 17.

[56] Por. Rękopis A, w: Dzieje Duszy, dz. cyt., s. 31.

[57] List do księdza Belliére z 21 czerwca 1897, w: Listy do moich duchowych braci, Kraków 2001, s. 60.

[58] Por. Akt ofiarowania się Miłości miłosiernej (9 czerwca 1895), w: Dzieje duszy, dz. cyt., s. 253-255.

[59] Rękopis A, w: Dzieje Duszy, dz. cyt., s. 180.

[60] Poezja, Dlaczego kocham Cię Maryjo (maj 1897), w: Św. Teresa od Dzieciątka Jezus, Pisma, t. II, Kraków 1971, s. 60.

[61] Por. tamże, s. 59.

[62] Tamże, s. 59.

[63] Rękopis C, w: Dzieje Duszy, dz. cyt., s. 241.

[64] Por. Rękopis B, w: Dzieje Duszy, dz. cyt., s. 185-187.

[65] Tamże, s. 192.

[66] Rękopis A, w: Dzieje Duszy, dz. cyt., s. 172.

Nie był to brak wiary. Św. Tomasz naucza, że w wierze działają wola i rozum. Przylgnięcie woli może być bardzo solidne i głęboko zakorzenione, podczas gdy zrozumienie może być zaciemnione. Por. q. 14,1.

[67] Rękopis C, w: Dzieje Duszy, dz. cyt., s. 209.

[68] List do ks. Roulland (14 lipiec 1897), w: Listy do moich duchowych braci, Kraków 2001, s. 142.

[69] Żółty zeszyt, Ostatnie rozmowy św. Teresy od Dzieciątka Jezus, (17 lipca 1897), przełożyli: Ewa Szwarcenberg Czerny i Jan Dobraczyński, Warszawa 1977, s. 86.

[70] Tamże, (13 lipca 1897), s. 78.

[71] Tamże, (18 lipca 1897), s. 87.

[72] Tamże, (9 czerwca 1897), s. 41.

[73] List do Siostry Marii od Trójcy Świętej (6 czerwca 1987), w: Św. Teresa od Dzieciątka Jezus, Pisma, t. I, Kraków 1971, s. 765.

[74] Adhort. apost. Evangelii gaudium (24 listopada 2013), 35: AAS 105 (2013), 1034.

[75] Tamże, 36: AAS 105 (2013), 1035.

[76] Tamże.

[77] Tamże, 37: AAS 105 (2013), 1035.

[78] Adhort. apost. Gaudete et exsultate (19 marca 2018), 19: AAS 110 (2018), 1117.

[79] Tamże, 22: AAS 110 (2018), 1117.

[01566-PL.01] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua araba

الإرشاد الرّسوليّ

C’EST LA CONFIANCE

الثّقة فقط

للحبر الأعظم البابا فرنسيس

الثّقة بحبّ الله الرّحيم

في مناسبة الذّكرى المائة والخمسين

لولادة القدّيسة تريزا الطّفل يسوع والوجه المقدّس

 

1. "الثّقة فقط، ولا شيء غير الثّقة، توصِّلُنا إلى الحبّ"[1].

2. هذه الكلمات الحاسمة للقدّيسة تريزا الطّفل يسوع والوجه المقدّس تلخِّص كلّ شيء، وتلخِّص عبقريّة روحانيّتها، وهي كافية لتبرير إعلانها معلِّمةً للكنيسة. الثّقة فقط، ”لا شيء آخر“، لا توجد طريقة أخرى نسير فيها حتّى نصل إلى الحبّ الذي يعطي كلّ شيء. بالثّقة، يفيض ينبوع النّعمة في حياتنا، ويتجسَّد الإنجيل فينا ويحوّلنا إلى قنوات رحمة لإخوتنا.

3. إنّها الثّقة التي تَسنُدُنا في كلّ يوم، والتي تُبقِينا واقفين أمام نظر الله، عندما يدعونا إلى جواره: "في مساء هذه الحياة، سأظهر أمامك ويدَيَّ فارغتان، لذلك، لا أطلب، يا ربّ، أن تُحصِيَ أعمالي. كلّ صلاحنا ناقص في عينيك. لذلك أريد أن أرتدي صلاحك نفسه، وأريد أن أنال من حبِّك أن تكون أنت ملكي إلى الأبد"[2].

4. تريزا هي واحدة من أشهر القدّيسين والمحبوبين في كلّ العالم. كما هو الحال مع القدّيس فرنسيس الأسيزي، يُحِبُّها حتّى غير المسيحيّين وغير المؤمنين. كما تمّ الاعتراف بها من قبل اليونسكو على أنّها واحدة من أهمّ الشّخصيّات للإنسانيّة المعاصرة.[3] فمن المفيد لنا أن نتعمَّق في رسالتها، ونحن نحتفل بالذّكرى المائة والخمسين لولادتها، التي كانت في ألانسون (Alençon) في 2 كانون الثّاني/يناير 1873، والذّكرى المئويّة لتطويبها.[4] لم أُرِدْ أن أصدر هذا الإرشاد في أيّ من هذه التّواريخ، أو في يوم تذكارها، لكي تتجاوز هذه الرّسالة هذه المناسبات وتُعتبر جزءًا من كنز الكنيسة الرّوحي. تاريخ النّشر، في ذكرى القدّيسة تريزا الأفيلية، يريد أن يقدّم القدّيسة تريزا الطّفل يسوع والوجه المقدّس بمثابة ثمرة ناضجة للإصلاح الكرملي وروحانيّة القدّيسة الإسبانيّة الكبيرة.

5. كانت حياتها الأرضيّة قصيرة، لم تبلغ الرّابعة والعشرين، وبسيطة، مثل كلّ حياة أخرى، قضتها أوّلًا في العائلة ثمّ في كرمل ليزيو (Lisieux). فيض النّور والمحبّة الخارق الذي كان يشِعُّ منها، ظهر مباشرة بعد موتها، لمّا تمَّ نشر كتاباتها، مع النِّعم التي لا تُعَدّ ولا تحصى التي حصل عليها المؤمنون بشفاعتها.

6. اعترفت الكنيسة بسرعة بقيمة شهادتها الاستثنائيّة وأصالة روحانيّتها الإنجيليّة. التقت تريزا بالبابا لاون الثّالث عشر في أثناء رحلةِ حجٍّ لها إلى روما عام 1887. إذَّاك طلبت من البابا الإذن لدخول الكرمل في سنّ الخامسة عشرة. وبعد موتها بوقت قصير، أدرك القدّيس البابا بيوس العاشر مكانتها الرّوحيّة الكبيرة، لدرجة أنّه أكّد أنّها قد تكون أعظم قدّيسة في العصر الحديث. تمَّ إعلانها ”مكرَّمة“ في عام 1921 على يد البابا بنديكتس الخامس عشر، الذي أثنى على فضائلها، وركَّز على ”طريق الصّغار“ والطّفولة الرّوحيّة.[5] تمَّ تطويبها قبل مائة سنة، وتمَّ إعلان قداستها في 17 أيّار/مايو 1925 على يد البابا بيوس الحادي عشر، الذي شكر الله لأنّه منحه أن تكون تريزا الطّفل يسوع والوجه المقدّس "أوّل طوباويّة رفعها إلى كرامة المذابح وأوّل قدّيسة أعلن قداستها"[6]. أعلنها البابا نفسه شفيعة للإرساليّات سنة 1927.[7] وقد تمّ إعلانها شفيعة لفرنسا، مع سائر القدّيسين والقدّيسات شفعاء فرنسا، سنة 1944، على يد ”المكرّم“ البابا بيوس الثّاني عشر،[8] وقد تعمّق في عدة مناسبات في دراسة الطّفولة الرّوحيّة.[9] كان القدّيس بولس السّادس يحِبُّ أن يذكر أنّ معموديّته كانت في 30 أيلول/سبتمبر 1897، يوم وفاة القدّيسة تريزا، وقد وجَّه إلى أسقف بايو وليزيو، في الذّكرى المئويّة لميلادها، رسالة حول تعليمها.[10] والقدّيس يوحنا بولس الثّاني، أثناء زيارته الرّسوليّة الأولى إلى فرنسا، في حزيران/يونيو 1980، زار الكاتدرائيّة المخصّصة لها، وفي سنة 1997 أعلنها معلِّمة للكنيسة،[11] وثبَّتَها "خبيرة في عِلم الحبّ الإلهيّ"[12]. وعاد البابا بنديكتس السّادس عشر على موضوع ”علم الحبّ“، وقدَّمه "دليلًا للجميع، ولا سيّما للذين يقومون بخدمة التّعليم اللاهوتي في شعب الله"[13]. أخيرًا، سُعِدْتُ بإعلان قداسة والدَيْها، لويس وسِيلِي، سنة 2015، في أثناء سينودس العائلة، وقد خصَّصْتُ لها، قبل فترة، درسًا في سلسلة دروس التّعليم المسيحيّ في الغَيرة الرّسوليّة.[14]

1. يسوع للآخرين

7. في الاسم الذي اختارته كراهبة، يظهر اسم يسوع: ”الطّفل“ الذي يُظهِر سرّ التّجسّد، و”الوجه المقدَّس“، أي وجه المسيح الذي يبذل نفسه حتّى النّهاية على الصّليب. واسمها: ”القدّيسة تريزا الطّفل يسوع والوجه المقدَّس“.

8. تتلفَّظ تريزا باستمرار باسم يسوع، وتتنَفَّسُه، حتّى النّفَس الأخير. وقد نقشت أيضًا في صومعتها هذه الكلمات: ”يسوع هو حبّي الوحيد“. هذا كان قِمَّة تفسيرها للعهد الجديد: "الله محبّة" (1 يوحنّا 4، 8. 16).

روح إرساليّة

9. كما يحدث في كلّ لقاء حقيقيّ مع المسيح، فقد دعتها خبرة الإيمان هذه إلى ”الرّسالة“. واستطاعت تريزا أن تعرِّف رسالتَها بهذه الكلمات: "في السّماء، أريد الشّيء نفسه كما على الأرض، وهو أن أحِبَّ يسوع وأجعله محبوبًا"[15]. وكتبت أنّها دخلت الكرمل "لتخلِّص النّفوس"[16]. أي إنّها كانت ترى في تكريسها لله سعيًا لخير إخوتها. إنّها تشارك محبّة الآب الرّحيمة لابنه الخاطئ، ومحبّة الرّاعي الصّالح للخراف الضّالّة والبعيدة والمجروحة. لذلك هي شفيعة الإرساليّات، ومعلِّمة البشارة بالإنجيل.

10. الصّفحات الأخيرة من ”قصة نفس“[17] (L’histoire d’une âme) هي وصية للبشارة بالإنجيل، وتعبِّر عن فهمها لطريقة البشارة بالجذب،[18] وليس بالضّغط أو البحث عن أتباع. ويجدر بنا أن نقرأ كيف تلخِّص فهمها هذا للرّسالة: "اجذِبني، فأجري وراء عِطرِ شذَاك. تقول: يا يسوع، اجذبني. (ثمّ إنّها لا تتابع وتقول: إن جذَبْتَني، ستنجذب معي النّفوس التي أُحِبَّها. إنّما تكتفي بالكلمة البسيطة): ”اجذِبْني“. ربِّي، أنا أفهم ذلك، عندما تقترب نفس من رائحة عطرك المسكرة، فإنّها لا تستطيع الرّكض وحدها، فكلّ النّفوس التي تحِبُّها تنجَذب وراءها: يحدث هذا دون ضغوط، دون جهد، إنّه أمر طبيعي، نتيجة الانجذاب إليك. مثل السّيل الذي يندفع هادرًا في المحيط يجُرُّ خلفه كلّ ما يلقاه في طريقه، كذلك يا يسوع، النّفس التي تغمرها في محيط حبّك الذي لا شاطئ له تجتذب معها كلّ كنوزها... ربِّي، أنت تعلَم، أنا ليس لدي كنوز أخرى، إلّا النّفوس التي أحببتَ أنت أن تربطها بي"[19].

11. هنا تقتبس الكلمات التي تخاطب بها العروس عريسها في نشيد الأناشيد (1، 3–4)، بحسب التّفسير المتعمّق لمعلِّمَيْ رهبنة الكرمل، القدّيسة تريزا ليسوع والقدّيس يوحنّا الصّليب. العريس هو يسوع ابن الله الذي اتّحد ببشريّتنا بالتّجسّد وافتداها على الصّليب. وهناك، من جنبه المفتوح، وَلَدَ الكنيسة، عروسه الحبيبة، التي بذل حياته من أجلها (راجع أفسس 5، 25). ما يلفت النّظر هو كيف أنّ تريزا، مع علمها أنّ موتها كان قريبًا، لا تعيش هذا السّرّ منغلقة على نفسها، فقط لتعزيّ نفسها، بل ما زالت تعيش بروح رسوليّة متَّقِدة.

النّعمة التي تحرّرنا من المرجعيّة الذاتيّة

12. يحدث شيء مماثل عندما تتكلّم على عمل الرّوح القدس، ويكتسب كلامها فورًا معنى إرساليًّا: "هذه هي صلاتي: أطلب من يسوع أن يجذبني إلى لهيب حبِّه، ويوحِّدَني به إلى حدّ أن يحيا هو فيَّ ويعمل فيَّ. أشعر بأنّي بقدر ما سيضرم الحبّ قلبي، وبقدر ما سأقول: اجذبني إليك، ستقترب منِّي النّفوس (أنا الحديدةَ الصَّدِئَة، التي لا فائدة لها، إذا ابتعدَتْ عن النّار الإلهيّة) وستركض بسرعة إلى عَبَقِ العطر المتدفِّق من الذي يحبُّونه، لأن النّفس التي أضرمها الحبّ لا يمكن أن تبقى خاملة"[20].

13. في قلب تريزا، تحوّلت نعمة المعموديّة إلى سيل هادر يتدفَّق في محيط محبّة المسيح، ويجُرُّ معه عددًا كبيرًا من الأخوات والإخوة. هذا ما حدث خاصّة بعد موتها. هذا كان وعدها: "مطر الورود"[21].

2. طريق الصّغار، طريق الثّقة والمحبّة

14. إنّ أحد أهمّ اكتشافات تريزا، لخير شعب الله كلّه، هو ”طريق الصّغار“، طريق الثّقة والمحبّة، المعروف أيضًا باسم طريق الطّفولة الرّوحيّة. يمكن لأيّ شخص أن يتبعه، في أيّ حالة من حالات الحياة، وفي أيّ لحظة من الحياة. إنّه الطّريق الذي يكشفه الآب السّماوي للصّغار (راجع متّى 11، 25).

15. تروي تريزا، في ”قصّة نفس“ اكتشافها ”طريق الصّغار“[22]: "على الرّغم من صغري، أستطيع أن أطمح إلى القداسة. أن أكون غير ما أنا، أكبر ممّا أنا. هذا بالنّسبة لي مستحيل: يجب أن أتحمَّل نفسي كما أنا، بكلّ عيوبي، لكنّي أريد أن أبحث عن طريقة للذّهاب إلى السّماء، عبر طريق صغير وجميل ومستقيم، قصير جدًّا، طريق صغير جديد تمامًا"[23].

16. لكي تصف هذا الطّريق، استخدمت صورة المصعد: "المصعد الذي يجب أن يرفعني إلى السّماء هو ذراعاك، يا يسوع! ولهذا لا أحتاج إلى أن أكبر، بل على العكس، يجب أن أبقى صغيرة، وأن أصير دائمًا أصغر"[24]. صغيرة، غير قادرة على الاتّكال على نفسها، لكنّي متأكّدة تمامًا من قوّة ذراعَيْ الرّبّ الذي يُحِبُّني.

17. إنّه ”طريق المحبّة العذبة“[25]، الذي فتحه يسوع للصّغار والفقراء وللجميع. إنّه طريق الفرح الحقيقيّ. مقابل الفكرة البيلاجيّة عن القداسة،[26] والفرديّة والنّخبويّة، والتي تعتمد على الزّهد أكثر منها على حياة الرّوح، وتركّز بشكل أساسي على الجهد البشريّ، تؤكّد تريزا دائمًا على أولويّة عمل الله ونعمته. وهكذا قالت أحيانًا: "أشعر دائمًا بنفس الثّقة الجريئة بأن أُصبح قدّيسة كبيرة، لأنّني لا أعتمد على استحقاقاتي الخاصّة، إذ ليس لديَّ أيُّ استحقاق، لكنّي أضع رجائي في الذي هو الفضيلة والقداسة نفسها: هو وحده، سيكتفي بجهودي الضّعيفة، ويرفعني إليه، ويغطِّيني باستحقاقاته اللامتناهية، ويجعلني قدّيسة"[27].

من دون أيّ استحقاق

18. هذه الطّريقة في التّفكير لا تتعارض مع التّعليم الكاثوليكيّ التّقليدي حول نموّ النّعمة فينا. أي إنّنا، بعد أن بُرِّرْنا مجَّانًا بالنّعمة المبرِّرة، تغيَّرنا وصِرْنا قادرين على التّعاون مع أعمالنا الصّالحة في طريق النُّمُوّ في القداسة. بهذه الطّريقة نتقدَّم، ويمكن أن يكون لنا استحقاقات حقيقيّة فيما يتعلّق بنُمُوّ النّعمة التي تُعطَى لنا.

19. مع ذلك، تريزا تفضّل تسليط الضّوء على أولويّة العمل الإلهيّ، وتدعو إلى الثّقة الكاملة بالنّظر إلى محبّة المسيح التي أُعطِيَتْ لنا حتّى النّهاية. في الأساس، تعليمها هو أنّه بما أنّنا لا نستطيع أن نحصل على أيّ يقين بالنّظر إلى أنفسنا،[28] فلا يمكننا أن نكون متأكّدين أنّ لنا أيَّ استحقاق. إذًا لا نقدر أن نضع ثقتنا في جهودنا أو إنجازاتنا. أراد التّعلِيم المسيحيّ أن يقتبس كلمات القدّيسة تريزا لمَّا قالت لله: "سأمثل أمامك بأيدٍ فارغة"[29]، ليقول "إنّ القدّيسين أدركوا دائمًا إدراكًا حيًّا بأنّ استحقاقاتهم كانت نعمة خالصة"[30]. هذه القناعة تثير فينا مشاعر الشّكر المليء بالفرح والحنان.

20. لذلك فإنّ الموقف الأنسب هو أن نضع ثقة قلوبنا خارج أنفسنا: في رحمة الله اللامتناهية، الذي يحِبّ بلا حدود والذي أعطانا كلّ شيء على صليب يسوع.[31] ولهذا، تريزا لا تستخدم أبدًا العبارة الدّارجة في زمنها: ”سأصير قدّيسة“.

21. مع ذلك ثقتها بلا حدود. وهي تقول للذين يشعرون بأنفسهم ضعافًا، محدودين، خطأة، أن يسمحوا للنّعمة بأن تبدِّلَهم وترفعهم إلى القمّة: "آه لو شعرت جميع النّفوس الضّعيفة والمثقلة بالأخطاء، بما تشعر به أصغر النّفوس، نفس تريزا الصّغيرة، لما يئس أحد من الوصول إلى قمّة جبل الحبّ! في الواقع، يسوع لا يطلب أعمالًا كبيرة، بل يطلب فقط التّسليم له والشّكر"[32].

22. تأكيد تريزا على المبادرة الإلهيّة يجعلها، إذا تكلَّمَتْ على الإفخارستيّا، لا تضع في المقام الأوّل رغبتها هي في قبول يسوع في المناولة المقدّسة، بل رغبة يسوع الذي يريد أن يتَّحد معنا ويسكن في قلوبنا.[33] في صلاة ”التّقدمة للحبّ الرّحيم“، إذ كانت تتألّم لأنّها لا تقدر أن تتناول القربان المقدّس كلّ يوم، تقول ليسوع: "امكث فيّ كما في بيت القربان"[34]. ليست هي واحتياجاتها مركز وموضوع نظرها واحتياجاتها، بل هو المسيح الذي يحبّ، ويبحث ويريد، ويقيم في النّفس.

تسليم النّفس اليومي لله

23. الثّقة التي تتكلّم عليها تريزا، يجب ألّا تُفهم فقط بأنّها تعود إلى الذّات، وإلى تقديس الذّات والخلاص الفردي. بل لها معنى متكامل يشمل الوجود كلَّه وينطبق على حياتنا بأكملها، حيث تطغى علينا غالبًا المخاوف وطلب وسائل الأمان البشريّة، ونشعر بالحاجة إلى وضع كلّ شيء تحت سيطرتنا. هنا تأتي الدّعوة إلى ”تسليم كلّ شيء لله“.

24. الثّقة الكاملة، التي تصبح تسليمًا كاملًا لله في الحبّ، تحرِّرُنا من الحسابات والثّوابت، ومن الاهتمام الدّائم بالمستقبل، ومن المخاوف التي تحرمنا السّلام. ركَّزَتْ تريزا في أيّامها الأخيرة على هذا: "نحن، الذين نسير على طريق الحبّ، أرى أنّه يجب ألّا نفكّر فيما يمكن أن يحدث لنا من الآلام في المستقبل، لأنّ هذا يعني عدم الثّقة"[35]. إن كنَّا بين يدَيْ أبٍ يحِبُّنا بلا حدود، هذا سيكون صحيحًا مهما حدث، ونقدر أن نتابع مسيرتنا مهما حدث، وبطريقة أو بأخرى ستتحقّق في حياتنا خطّة حُبِّه الذي يملأ كلَّ شيء.

نار في منتصف الليل

25. عاشت تريزا الإيمان الأقوى وبأشدّ اليقين، في ظلمة الليل، وحتّى في ظلام الجلجلة. بلغت شهادتها ذروتها في الفترة الأخيرة من حياتها، في "المحنة الكبرى في إيمانها"[36]، التي بدأت مع عيد الفصح سنة 1896. وتربط هذه المحنة، في روايتها،[37] ربطًا مباشرًا بواقع الإلحاد الأليم في زمنها. وفي الواقع، عاشت في نهاية القرن التّاسع عشر، أي في ”العصر الذّهبي“ للإلحاد الحديث، كنظام فلسفيّ وأيديولوجيّ. لمّا كتبت أنّ يسوع سمح لنفسي "بأن يغزوها ظلام كثيف جدًّا"[38]، كانت تشير إلى ظلمة الإلحاد ورفض الإيمان المسيحيّ. بالاتّحاد مع يسوع، الذي حمل في ذاته كلّ ظلام خطيئة العالم، لمّا قبِلَ أن يشرب كأس الآلام، قبلت تريزا في ذلك الظّلام المظلم، اليأس وفراغ العدم.[39]

26. لكن الظّلمة لا تستطيع أن تُطفِئَ النّور: فقد غلَبَها الذي جاء ليكون نور العالم (راجع يوحنّا 12، 46).[40] تُظهر قصة تريزا الطّابع البطوليّ لإيمانها، وانتصارها في المعركة الرّوحيّة، في مواجهة أقوى الإغراءات. إنّها تشعر وكأنّها أخت للملحدين، وتجلس إلى المائدة معهم، مثل يسوع مع الخطأة (راجع متّى 9، 10-13). إنّها تشفع بهم، وهي تجدّد باستمرار فعل الإيمان، في شركة محبّة دائمة مع الرّبّ يسوع: "أركض إلى يسوع، أقول له إنّني مستعدّة لسفك دمي حتّى آخر قطرة لأشهد أنّ هناك سماءً. أقول له إنِّي سعيدة لأنّني لا أستمتع بالسّماء الجميلة على الأرض، لكي يفتحها إلى الأبد لغير المؤمنين المساكين"[41].

27. تريزا تؤمن وتعيش بصورة مكثّفة ثقة غير محدودة برحمة الله اللامتناهية: "الثّقة التي يجب أن تقودنا إلى المحبّة"[42]. حتّى في الظّلام، تعيش الثّقة الكاملة، ثقة الطّفل الذي يستسلم دون خوف بين ذراعَيْ أبيه وأمه. بالنّسبة إلى تريزا، في الواقع، فإنّ الله يظهر قبل كلّ شيء في رحمته، وهي المفتاح لفهم أيّ شيء آخر يقال عنه: "لقد أعطاني الله رحمته اللامتناهية، ومن خلالها أتأمّل وأعبد كلّ الصّفات في الله. فتظهر كلّها مُشِعَّةً بالحبّ، حتّى العدل فيه (وربّما أكثر من أيّ شيء آخر) يبدو مرتديًا ثوب الحبّ"[43]. هذا أحد أهمّ اكتشافات تريزا، وهو أحد أكبر مساهماتها التي قدّمتها لشعب الله كلّه: لقد دخلت بطريقة غير عاديّة في أعماق الرّحمة الإلهيّة، ومن هناك استخرجت نور رجائها اللامحدود.

رجاء قويّ جدًّا

28. قبل دخولها إلى الكرمل، اختبرت تريزا مودَّة روحيّة فريدة لإنسان من أكثر النّاس شقاء، المجرم هنري برانزيني (Henri Pranzini)، المحكوم عليه بالإعدام بتهمة ثلاث جرائم قتل، ولم يُرِدْ أن يتوب.[44] قدَّمت القدّاس من أجله، وصلَّت، بثقة كاملة من أجل خلاصه. وهي متأكّدة أنّها وضعته في صلة بدم يسوع، وقالت لله أنّها متأكّدة كلّ التّأكيد أنّه في اللحظة الأخيرة سيَغفر له وأنّها كانت واثقة من ذلك، "حتّى وإن لم يعترف بخطاياه ولم يُظهر أيّة علامة توبة". وبيَّنَت سبب تأكيدها بقولها: "إنّي واثقة كلّ الثّقة برحمة يسوع اللامتناهية"[45]. يا له من إحساس بعد ذلك، عندما اكتشفت أنّ برانزيني، بعد أن صعد على المقصلة، "فجأة، جاءه إلهام مفاجئ، فاستدار وأمسك بالصّليب الذي قدّمه له الكاهن وقبّل الجراح المقدّسة ثلاث مرات!"[46]. كانت هذه الخبرة البالغة في الثّقة بالله، رجاء بالرّغم من انعدام كلّ رجاء، أمرًا أساسيًا بالنّسبة لها: "بعد تلك النّعمة الفريدة، زادت رغبتي في خلاص النّفوس كلّ يوم!"[47].

29. تريزا تدرك مأساة الخطيئة، رغم أنّنا نراها دائمًا منغمرة في سرّ المسيح، وهي أكيدة أنّه "حَيثُ كَثُرَتِ الخَطيئَة فاضَتِ النِّعمَة" (رومة 5، 20). خطيئة العالم هائلة، لكنّها ليست غير محدودة. وعكس ذلك، فإنّ محبّة الفادي الرّحيمة هي لا حدّ لها. تشهد تريزا على انتصار يسوع النّهائي على كلّ قوى الشّرّ بآلامه وموته وقيامته. ودفعتها ثقتها فتجرّأت وقالت ليسوع: "يا يسوع، أعطني أن أخلِّصَ نفوسًا كثيرة: لا تَكُنْ اليوم ولا نفس واحدة هالكة! […] يا يسوع، سامحني إن قلت أشياءً ينبغي ألّا أقولها: أريد فقط أن أفرّحك وأعزِّيَك"[48]. وهذا يسمح لنا بأن ننتقل إلى وجه آخر مشرق من أوجه رسالة القدّيسة تريزا الطّفل يسوع والوجه المقدّس.

3. سأكون الحبّ

30. المحبّة ”أعظم“ من الإيمان والرّجاء، المحبّة لا تنتهي أبدًا (راجع 1 قورنتس 13، 8–13). وهي أكبر عطيّة من الرّوح القدس، وهي "أمّ كلّ الفضائل وأصلها"[49].

محبّة القريب ميزة خاصّة للحبّ

31. ”قصّة نفس“ هي شهادة محبّة، تقدّم لنا فيها تريزا شرحًا على وصيّة يسوع الجديدة: "أَحِبُّوا بَعضُكم بَعضًا كما أَحبَبتُكم" (يوحنّا 15، 12).[50] يسوع متعطّش للإجابة على هذه المحبّة. وبالفعل "لم يتردّد في طلب الماء من المرأة السّامرية. كان عطشانًا... لكن بقوله: ”اسقيني“ كان خالق الكون يطلب حبَّ الخليقة التّائهة. كان متعطّشًا للحبّ!"[51]. تريد تريزا أن تستجيب لحبّ يسوع، وأن تجيب على الحبّ بالحبّ.[52]

32. تعبِّر رمزيّة الحبّ الزّوجيّ عن تبادل هبة الذّات بين الزّوج والزّوجة. وهكذا كتبَتْ، مستلهِمةً من نشيد الأناشيد (2، 16): "أؤمن أنّ قلب عريسي هو لي وحدي، كما أنّ قلبي له وحده، وعلى انفراد أحدِّثه حديث القلب العذب مع القلب، بانتظار أن أشاهده يومًا وجهًا لوجه!"[53]. على الرّغم من أنّ الرّبّ يسوع يحبّنا معًا كشعب، إلّا أنّ المحبّة في الوقت نفسه تعمل بطريقة شخصيّة جدًّا، ويتّصل ”القلب بالقلب“.

33. لدى تريزا يقين حيّ بأنّ يسوع أحبّها وعرفها شخصيًّا في آلامه: "أَحبَّني وجادَ بِنَفْسِه مِن أَجْلي" (غلاطية 2، 20). وهي تتأمّل في يسوع في آلامه، تقول له: "لقد رأيتني دائمًا"[54]. وكذلك قالت للطّفل يسوع بين ذراعَيْ أُمِّه: "بيدك التي تلاطف مريم، تمسك العالم وتعطيه الحياة. وكنت تفكِّر فيّ أيضًا"[55]. وهكذا، في بداية ”قصّة نفس“، إنّها تتأمّل في حبِّ يسوع لجميع النّاس، ولكلّ واحد كما لو كان وحيدًا في العالم.[56]

34. فعل المحبّة: ”يا يسوع، أنا أُحِبُّك“، عاشته تريزا باستمرار كأنّه نَفَسُها، وهو مفتاح قراءتها للإنجيل. وبهذا الحبّ تغمر نفسها في كلّ أسرار حياة المسيح، وكأنّها معاصرة لها، فعاشت الإنجيل مع مريم ويوسف، ومريم المجدليّة والرّسل. ومعهم تنزل إلى أعماق محبّة قلب يسوع. لنتوقَّفْ عند مَثَلٍ على ذلك: "عندما أرى المجدليّة تتقدّم أمام الضّيوف العديدين، وتبلِّل قدمَيْ المعلِّمِ المعبود بالدّموع، وهي تلمسه لأوّل مرّة، أشعر أنّ قلبها قد فهم أعماق محبّة قلب يسوع ورحمته، وأنّها مهما كانت خاطئة، فإنّ قلب الحبّ هذا ليس فقط مستعدًّا لأن يغفر لها، بل هو يغدق عليها عذوبة حياته الإلهيّة الحميمة، ليرفعها إلى أعلى قمم التّأمّل"[57].

أعظم حبّ في أعظم بساطة

35. في نهاية ”قصّة نفس“، تقدّم لنا تريزا ”تقدمة ذاتها ضحيّة محرقة للحبّ الرّحيم“[58]. عندما سلّمت نفسها تسليمًا كاملًا لعمل الرّوح، تلقّت، دون ضجيج أو علامات واضحة، فيض المياه الحيّة: "الأنهار، أو بالأحرى محيطات النِّعم، التي تغمر نفسي"[59]. إنّها الحياة الصّوفيّة، حتّى الخالية من الظّواهر الخارقة، التي تُقدَّم لجميع المؤمنين بمثابة خبرة يوميّة لحبّ الله.

36. تعيش تريزا المحبّة في الأمور الصّغيرة، في أبسط أمور الحياة اليوميّة، وهي تفعل ذلك برفقة مريم العذراء، وتتعلَّم منها أنّ "الحبّ يعني إعطاء كلّ شيء وبذل الذات"[60]ـ في الواقع، بينما كان الوُعّاظ في عصرها يتحدّثون مرارًا عن عظمة مريم بطريقة سامية، بعيدة عنَّا، تقول تريزا، واستنادًا على الإنجيل، إنّ مريم هي الأكبر في ملكوت السّماوات لأنّها الأصغر (راجع متّى 18، 4)، وهي الأقرب إلى يسوع في تواضعه. وهي ترى إن كانت الرّوايات الأبوكريفية مليئة بالأحداث الكبيرة المذهلة والعجيبة، فإنّ الأناجيل تبيِّن لنا أنّ حياة مريم كانت متواضعة وفقيرة، قضتها في بساطة الإيمان. يسوع نفسه يريد أن تكون مريم مثالًا للنفس التي تبحث عنه بإيمان مجرّد.[61] كانت مريم أوّل من عاشت في ”طريق الصّغار“ بإيمانها النّقي وتواضعها. ولهذا لا تخاف تريزا من أن تكتب: "أعلَم أنّك في النّاصرة، يا أُمّ ممتلئة بالنّعمة، كنت فقيرة ولم تطلبي شيئًا: ولا معجزات ولا انخطاف بالرّوح في حياتك، يا ملكة القدّيسين! عدد كبير من الصّغار على الأرض يمكنهم أن ينظروا إليك دون أن يخافوا. وتريدين أن يسيروا معك على الطّريق العادي، يا أُمُّ لا شبيه لها، لترشديهم إلى السّماء"[62].

37. وروت لنا تريزا أيضًا قصصًا تشهد لبعض لحظات النّعمة التي عاشتها وسط البساطة اليوميّة، مثل إلهامها المفاجئ بينما كانت ترافق راهبة مريضة صعبة المزاج. هي دائمًا قصص فيها خبرة محبّة شديدة، لكنّها تعيشها في رتابة الحياة اليوميّة: "في مساء يوم شتاء، كنت أقوم بخدمتي الصّغيرة كالمعتاد، كان الجو باردًا، وكان ظلام... فجأة سمعت من بعيد صوت أنغام لآلة موسيقيّة: ثمّ تخيّلت قاعة مضاءة بأضواء كثيرة وتتلألأ بالذّهب، وفتيات يرتدين ملابس أنيقة يتبادلن التّهانئ والتّمنيّات الدّنيويّة، ثمّ وقع نظري على المرأة المريضة التي كنت أسندها. وبدلًا من الأنغام، صرت أسمع أحيانًا أنّاتها وشكواها، وبدلًا من الذّهب، رأيت أحجارًا من ديرنا القديم، مضاءً بضوء خافت. لا أستطيع أن أعبّر عمّا حدث في نفسي، ما أعرفه هو أنّ الرّبّ يسوع أنارني بأشعّة الحقيقة التي تفوق بكثير روعة الأعياد الأرضيّة المظلمة، ولم أستطع أن أصدّق سعادتي… لو استمتعت بألف سنة من الحياة الدّنيويّة والحفلات، لم أكن لأتخلّى عن العشر دقائق التي قضيتها لأداء مهمّة المحبّة المتواضعة التي كنت أقوم بها"[63].

في قلب الكنيسة

38. أخذت تريزا عن القدّيسة تريزا الأفيليّة محبّة كبيرة للكنيسة، وتمكّنت من الوصول إلى أعماق هذا السّرّ. ونرى ذلك في اكتشافها لـ ”قلب الكنيسة“. في صلاة طويلة ليسوع،[64] كتبتها في 8 أيلول/سبتمبر 1896، في الذّكرى السّادسة لنذورها الرّهبانيّة، قالت القدّيسة للرّب يسوع بأنّها تشعر بنفسها مليئة برغبة شديدة، وبحبّ شديد للإنجيل، ولا يمكن لأيّة دعوة أن تلبِّي وحدها هذه الرّغبة فيها. وهكذا، وهي تبحث عن ”مكانها“ في الكنيسة، أعادت قراءة الفصلَين 12 و13 من رسالة القدّيس بولس الأولى إلى أهل قورنتس.

39. في الفصل 12، يستخدم الرّسول صورة الجسد والأعضاء ليوضح أنّ في الكنيسة مواهب كثيرة متنوّعة ومرتّبة في ترتيب هرمي. لكن هذا الوصف لا يكفي لتريزا. فواصلت بحثها، وقرأت ”نشيد المحبّة“ في الفصل 13، وهنا وجدت الجواب الكبير لما تريد، وكتبت هذه الصّفحة التي لا تنسى: "بالنّظر إلى جسد الكنيسة السّرّي، لم أتعرّف على نفسي في أيّ من الأعضاء الذين وصفهم القدّيس بولس: أو بالأحرى أردت أن أرى نفسي في جميعها!... لقد أعطتني المحبّة المفتاح لفهم دعوتي. وفهمت أنّه إن كان للكنيسة جسد، وله أعضاء مختلفة، فلن ينقصها العضو الأكثر ضرورة والأنبل من كلّ الأعضاء: وفهمت أنّ الكنيسة لها قلب، وأنّ هذا القلب مشتعل بالحبّ. لقد فهمت أنّ المحبّة وحدها هي التي تحرِّك أعضاء الكنيسة: ولو انطفأت المحبّة، لتوقّف الرّسل عن إعلان الإنجيل، ولرفض الشّهداء سفك دمائهم... فهمت أنّ كلّ الدّعوات توجد في الحبّ، وأنّ الحبّ هو كلّ شيء، ويعانق كلّ الأوقات وكلّ الأماكن!… باختصار، إنّه أبديّ!… ثمّ، من فرط فرحي حتّى الهذيان، صرخت: يا يسوع حبّي…، لقد وجدت أخيرًا دعوتي! دعوتي هي الحبّ!... نَعم، لقد وجدت مكاني في الكنيسة، وهذا المكان، يا إلهيّ، أنت أعطيته لي: في قلب الكنيسة، أمّي، سأكون الحبّ!... هكذا سأكون كلّ شيء… وسيتحقّق حلمي!!!"[65].

40. ليس قلب كنيسة منتصرة، بل قلب كنيسة مُحِبّة ومتواضعة ورحيمة. لا تضع تريزا نفسها أبدًا فوق الآخرين، بل دائمًا في المقام الأخير مع ابن الله، الذي صار من أجلنا خادمًا وتواضع، وأطاع حتّى الموت على الصّليب (راجع فيلبي 2، 7–8).

41. إنّ اكتشاف قلب الكنيسة هذا هو أيضًا نور كبير لنا اليوم، حتّى لا نتعثّر بسبب محدوديّة المؤسّسة الكنسيّة وضعفها، وبالظّلال والخطايا فيها، بل ندخل إلى ”قلبها المشتعل بالحبّ“، الذي اشتعل يوم العنصرة بفضل هبة الرّوح القدس. إنّه القلب الذي تزداد النّار فيه اشتعالًا، مع كلّ عمل من أعمال المحبّة التي نعملها. ”سأكون الحبّ“. هذا هو خيار تريزا الجذري، وملخَّصها الجامع لكلّ إيمانها، وهويّتها الرّوحيّة التي تميّز شخصيّتها.

مطر الورود

42. بعد قرون عديدة عبَّرَ فيها قدّيسون مختلفون عن رغبتهم في ”الذّهاب إلى السّماء“ بحماسة وجمال عظيمَين، اعترفت القدّيسة تريزا بصدق كبير، قالت: "حينئذ تعرّضت لتجارب داخليّة كبيرة من كلّ نوع (إلى حدّ أنّي تساءلت أحيانًا هل هناك سماء)"[66]. وفي مرّة أخرى قالت: "عندما أترنَّم بسعادة السّماء، وبرؤية الله إلى الأبد، لا أشعر بأيّ فرح، لأنّني أترنَّم، بكلّ بساطة، بما أريد أن أؤمن به"[67]. ماذا حدث؟ إنّها كانت تسمع الله يدعوها إلى إشعال النّار في قلب الكنيسة، أكثر ممّا كانت تحلم بسعادتها.

43. إنّ التّحوُّل الذي حدث فيها سمح لها بالانتقال من الرّغبة الشّديدة في السّماء إلى الرّغبة الشّديدة والثّابتة في خير الجميع، والتي بلغت ذروتها في حلمها لمواصلة رسالتها في السّماء، لكي تحبّ هي يسوع، وتجعل الغير يحبّونه. وبهذا المعنى كتبت في إحدى رسائلها الأخيرة: "أنا أفكِّرُ حقًّا في أنّي لن أبقى بغير عمل في السّماء: رغبتي هي أن أستمرّ بالعمل من أجل الكنيسة ومن أجل النّفوس"[68]. وفي هذه الأيّام نفسها قالت بصورة أوضح: "سأقضي سمائي على الأرض حتّى نهاية العالم. نَعم، أريد أن أقضي سمائي في عمل الخير على الأرض"[69].

44. هكذا عبّرت تريزا عن جوابها المقتنع على العطيّة الفريدة التي منحها إيّاها الله، وعلى النّور الخارق الذي كان الله يفيضه عليها. بهذه الطّريقة بلغت تريزا إلى الخلاصة الشّخصيّة النّهائيّة للإنجيل. بدأت بالثّقة الكاملة وبلغت ذروتها في بذل الذّات الكامل من أجل الآخرين. ولم تشكّ في خصوبة هذا العطاء: "أفكّر في كلّ الخير الذي يمكن أن أفعله بعد موتي"[70]. "لو لم يُرِدْ الله أن يحقّق هذا الحلم، أيّ الرّغبة في عمل الخير على الأرض بعد موتي، لما وضع فيَّ هذه الرّغبة"[71]. "سيكون مطرٌ من الورود"[72].

45. وهكذا اكتملت الدائرة وأغلقت. ”الثّقة فقط“. إنّها الثّقة التي تقودنا إلى المحبّة وبالتالي تحرّرنا من الخوف، إنّها الثّقة التي تساعدنا على أن نحوِّل نظرنا عن نفسنا، إنّها الثّقة التي تسمح لنا بأن نضع بين يدَي الله ما يستطيع هو وحده أن يعمله. وهذا يترك لنا سيلًا هادرًا من المحبّة والطّاقة الكبيرة لطلب الخير للإخوة. وهكذا، في وسط أوجاع أيّامها الأخيرة، استطاعت تريزا أن تقول: "أنا أعتمد فقط على الحبّ"[73]. في النّهاية، الحبّ وحده هو الذي يهمّ. الثّقة هي التي تجعل الورود تتفتّح، وتنثرها في فيض الحبّ الإلهيّ. لنطلُبْ هذه الثّقة، عطيّة مجانيّة، عطيّة ثمينة من نعمة الله، لكي تنفتح طرق الإنجيل في حياتنا.

4. في قلب الإنجيل

46. في الإرشاد الرّسوليّ ”فرح الإنجيل“، أكّدت ودعوت إلى الرّجوع إلى نضارة الينبوع، للتّأكّيد على ما هو أساسيّ ولا غِنَى عنه. وأعتقد أنّه من المناسب الرّجوع إلى هذه الدّعوة وتوجيهها مرّة أخرى.

معلّمة في الخُلاصات الجامعة الأساسيّة

47. هذا الإرشاد عن القدّيسة تريزا يسمح لي بأن أذكر أنّه في الكنيسة المُرسَلَة "يُرَكِّزُ الإعلان على ما هو جوهريّ، وعلى الأجمل، والأكبر، والأكثر جاذبيّة، وفي الوقت نفسه على ما هو أكثر ضرورة. وبذلك يصبح كلّ شيء بسيطًا، من دون أن نفقد العمق والحقيقة، ومن ثمَّ يصبح تقديم الإيمان أكثر إقناعًا وإشعاعًا"[74]. النّواة المضيئة هي "جمال حُبِّ الله الذي يخلِّص، والذي ظهر في يسوع المسيح الذي مات وقام من بين الأموات"[75].

48. ليس كلّ شيء مركزيًّا على حدّ سواء، لأنّ هناك نظامًا وتسلسلًا هرميًّا في تعاليم الكنيسة، و"هذا ينطبق على عقائد الإيمان، وعلى جميع تعاليم الكنيسة، بما في ذلك التّعليم الأخلاقيّ"[76]. مركز الأخلاق المسيحيّة هو المحبّة، وهي الجواب على محبّة الثّالوث غير المشروطة، و"أعمال المحبّة للقريب هي أكمل وجه لنعمة الرّوح التي في داخل النّفس"[77]. في النّهاية، الحبّ وحده هو الذي يهِمّ.

49. ولهذا السّبب، فإنّ المساهمة المحدّدة التي تقدّمها لنا تريزا كقدّيسة وكمعلّمة للكنيسة ليست تحليليّة، كما كانت مساهمة القدّيس توما الأكويني، مثلًا. إنّها مساهمة جمع وإيجاز. عبقريّتها هذه تكمن في إعادة الأمور إلى ما هو أهمّ، إلى الجوهر، إلى ما هو ضروريّ ولا غِنَى عنه. إنّها تبيِّن ذلك بكلماتها وبحياتها الشّخصيّة: مع أنّ جميع تعاليم الكنيسة وقواعدها لها أهمّيّتها وقيمتها ونورها، إلّا أنّ بعضها أكثر إلحاحًا وأكثر سندًا للحياة المسيحيّة. هنا ثبّتت تريزا نظرها وقلبها.

50. نحن اللاهوتيّين والعلماء في الأخلاق والباحثين في الرّوحانيات، والرّعاة والمؤمنين، كلّ في مجاله الخاصّ، كلّنا ما زلنا بحاجة إلى أن نتقبَّل هذا الحَدْسَ العبقريّ في تريزا، وأن نستخلص النّتائج النّظريّة والعمليّة، العقائديّة والرّعويّة، وعلى مستوى الحياة الشّخصيّة والجماعيّة. نحتاج إلى جرأة وحرّيّة داخليّة لنقدر أن نقوم بذلك.

51. في بعض الأحيان، يستشهدون فقط بعبارات ثانويّة لهذه القدّيسة، أو يذكرون مواضيع قد تكون مشتركة بينها وبين أيّ قدّيس آخر، مثل الصّلاة، والذّبيحة، والتّقوى الإفخارستيّة، وشهادات أخرى كثيرة جميلة، لكن بهذه الطّريقة يمكننا أن نحرم أنفسنا ممّا هو مميَّز في عطيّتها للكنيسة، وننسى أنّ "كلّ قدّيس هو رسالة، إنّه مشروع الآب لكي يعكس وجهًا من أوجه الإنجيل ويجسِّده، في لحظة معينة من التّاريخ"[78]. لهذا، "للتعرُّف على الكلمة التي يريد الله أن يقولها لنا من خلال قدّيس، لا نتوقّف عند بعض التّفاصيل [...]. بل يجب أن نتأمّل في مجمل حياته، ومسيرة قداسته كاملة، إذّاك نرى فيه الصّورة التي تعكس شيئًا من يسوع المسيح، والتي تظهر عندما ننجح في إدراك المعنى الشّامل لشخصه"[79]. وهذا ينطبق وبحجّة أولى على القدّيسة تريزا، بكونها ”معلّمة في الجمع والإيجاز“.

52. من السّماء إلى الأرض، القدّيسة تريزا الطّفل يسوع والوجه المقدّس، هي قدّيسة لزمننا، بكلّ ”عظمتها الصّغيرة“.

في زمن يدعونا إلى الانغلاق على مصالحنا الخاصّة، تبيِّن لنا القدّيسة تريزا جمال العطاء، وأن نجعل من حياتنا عطاء لغيرنا.

في وقت تسود فيه أكثر الأمور سطحيّة، هي شاهدة لعمق الإنجيل ولطابعه الراديكاليّ.

في زمن الفرديّة، تجعلنا نكتشف قيمة الحبّ الذي يصير شفاعة.

في وقت يوجد فيه الإنسان مهووسًا بطلب العظمة وأشكال جديدة من القوّة، تبيِّن لنا ”طريق الصّغار“.

في زمن يتمّ فيه إهمال كثيرين وإبعادهم، تعلّمنا جمال الاهتمام والعناية بالآخر.

في زمن التّعقيدات، يمكن أن تساعدنا على اكتشاف البساطة، والأولويّة المطلقة للحبّ والثّقة وتسليم النّفس ذاتها لله، والتّغلّب على منطق تحويل الأخلاق إلى تشريعات، تملأ الحياة المسيحيّة بالأوامر والنّواهي، وتجمِّد فرح الإنجيل.

في زمن العزلة والانغلاق، تدعونا تريزا إلى الخروج لنحمل رسالة البشارة، تدفعنا جاذبيّة يسوع المسيح والإنجيل.

53. بعد قرن ونصف من ولادتها، ما زالت تريزا حيّة أكثر من أيّ وقت مضى في وسط الكنيسة التي تسير، وفي قلب شعب الله: إنّها تسير معنا، تصنع الخير على الأرض، كما كانت تريد ذلك برغبة شديدة. أجمل علامة على حيويّتها الرّوحيّة هي ”الورود“ التي لا تُعَدّ ولا تُحصَى التي تنثرها، أي النِّعَم التي يمنحنا إيّاها الله بشفاعتها المليئة بالحبّ، لتسندنا في مسيرة الحياة.

أيّتها العزيزة القدّيسة تريزا،

الكنيسة بحاجة إلى أن تشعّ اللون والعطر وفرح الإنجيل.

أرسلي إلينا ورودك!

ساعدينا لكي نثِق دائمًا،

مِثلَكِ أنتِ،

في الحبّ الكبير الذي يكِنُّه الله لنا،

حتّى نقدر أن نقتدي كلّ يوم

بطريقك إلى القداسة، طريق الصّغار.

آمين.

صَدَرَ في روما، في بازيليكا القدّيس يوحنّا في اللاتران، في 15 تشرين الأوّل/أكتوبر، في تذكار القدّيسة تريزا الأفيليّة، سنة 2023، الحادي عشر من حبريّتنا.

فرنسيس

[01566-AR.01] [Testo originale: Spagnolo]

[B0719-XX.01]

 

 

[1] القّديسة تريزا الطّفل يسوع والوجه المقدّس، الأعمال الكاملة. كتابات وكلمات أخيرة، الرّسالة 197، إلى الرّاهبة ماري لقلب يسوع (17 أيلول/سبتمبر 1896)، روما 1997، 538.

بالنّسبة للنّسخة الإيطاليّة من كتابات القدّيسة، يُشار دائمًا إلى هذه الطّبعة، التي تستخدم الاختصارات التّالية:Ms A : المخطوطة أ؛ Ms B: المخطوطة ب؛ Ms C: المخطوطة ج؛ LT: الرّسائل؛ P: القصائد؛ Pr: الصّلوات؛ PR: فسحات تقويّة؛ QG: الدّفتر الأصفر للأم أغنيس؛ UC: المحادثات الأخيرة.

 

 

[2] الصّلاة 6، تقدمة ذاتي ضحيّة محرقة لحبّ الله الرّحيم (9 حزيران/يونيو 1895): 943.

 

 

[3] مدّة سنتين 2022-2023، أوصى اليونسكو بالاحتفال بالقدّيسة تريزا الطّفل يسوع ضمن الشّخصيات التي سيتمّ الاحتفال بها في مناسبة مرور 150 سنة على ولادتها.

 

 

[4] 29 نيسان/أبريل 1923.

 

 

[5] راجع قرار الاعتراف بالفضائل، 14 آب/أغسطس 1921: أعمال الكرسي الرّسولي 13 (1921)، 449-452.

 

 

[6] عظة في يوم إعلان القداسة (17 أيار/مايو 1925): أعمال الكرسي الرّسولي 17 (1925)، 211.

 

 

[7] راجع أعمال الكرسي الرّسولي 20 (1928)، 147-148.

 

 

[8] راجع أعمال الكرسي الرّسولي 36 (1944)، 329-330.

 

 

[9] راجع بيوس الثّاني عشر، رسالة إلى المطران فرنسوا ماري بيكو (François-Marie Picaud)، أسقف بايو وليزيو (Bayeux y Lisieux) في (7 آب/أغسطس 1947). رسالة إذاعية لتكريس بازيليكا ليزيو (11 تموز/يوليو 1954): أعمال الكرسي الرّسولي 46 (1954)، 404-407.

 

 

[10] راجع القدّيس بولس السّادس، رسالة إلى المطران جان ماري كليمان بادري (Jean-Marie-Clément Badré)، مطران بايو وليزيو (Bayeux y Lisieux)، في مناسبة الذكرى المئويّة لولادة القدّيسة تريزا الطّفل يسوع (2 كانون الثّاني/يناير 1973: أعمال الكرسي الرّسولي 65 (1973)، 12-15.

 

 

[11] راجع أعمال الكرسي الرّسولي 90 (1998)، 409-413، 930-944.

 

 

[12] رسالة بابويّة، في بداية الألفيّة الثّالثة، 42: أعمال الكرسي الرّسولي 93 (2001)، 296.

 

 

[13] درس في سلسلة دروس التّعليم المسيحيّ (6 نيسان/أبريل 2011): L’Osservatore Romano (7 نيسان/أبريل 2011)، 8.

 

 

[14] درس في سلسلة دروس التّعليم المسيحيّ (7 حزيران/يونيو 2023): L’Osservatore Romano (7 حزيران/يونيو 2023)، 2-3.

 

 

[15] الرّسالة 220، إلى الأب بِليير (24 شباط/فبراير 1897)، 561.

 

 

[16] Ms A, 69vº.: 187.

 

 

[17] Cfr. Ms C, 33vº-37rº: 274-279.

 

 

[18] راجع الإرشاد الرّسوليّ، فرح الإنجيل (24 تشرين الثّاني/نوفمبر 2013)، 14؛ 264: أعمال الكرسي الرّسولي 105 (2013)، 1025-1026.

 

 

[19] Ms C, 34rº: 275.

 

 

[20] Ibid, 36rº: 277-278.

 

 

[21] الدّفتر الأصفر للأم أغنيس، 9 حزيران/يونيو 1897، 3: 991.

 

 

[22] Cfr. Ms C, 2vº-3rº: 235-236.

 

 

[23] Ibid., 2vº: 235.

 

 

[24] Ibid., 3rº: 236.

 

 

[25] Cfr. Ms A, 84vº: 210.

 

 

[26] راجع الإرشاد الرّسولي، اِفَرحوا وابتَهِجوا (19 آذار/مارس 2018)، 47-62: أعمال الكرسي الرّسولي 110 (2018)، 1124-1129.

 

 

[27] Ms A, 32rº: 124.

 

 

[28] شرح هذا مجمع ترنتو (Trento): "هكذا كلّ واحد إذ ينظر إلى نفسه، وإلى ضعفه، وميوله إلى السّوء، يجد في نفسه ما يحمله على الخوف من نعمته" (قرار عن التّبرير، 9: DS، 1534). وأكّد هذا من جديد التّعليم المسيحيّ للكنيسة الكاثوليكيّة لمّا قال: من المستحيل أن يكون لنا تأكيد بالخلاص، إن نظرنا إلى أنفسنا، وإلى أعمالنا (راجع رقم 2005). الثّقة الأكيدة لا توجد في أنفسنا. الأنا لا يمكن أن يكون قاعدة لهذا التّأكّيد، الذي لا يؤَسَّس على النّظر إلى الذّات. وقال القدّيس بولس الأمر نفسه نوعًا ما: "أَمَّا أَنا فأَقَلُّ ما علَيَّ أَن تَدينوني أَو تَدينَني مَحكَمةٌ بَشَرِيَّة، بل لا أَدينُ نَفْسي، فضَميري لا يُؤَنِّبُني بِشَيء، على أَنِّي لَستُ مُبَرَّرًا لِذٰلك، فدَيَّانِي هوَ الرَّبّ" (1قورنتس 4، 3-4). وشرح هذا القدّيس توما الأكويني بالطّريقة التّالية: بما أنّ النّعمة "لا تشفي الإنسان شفاء كاملًا" (الخلاصة اللاهوتيّة، الجزء الأوّل من القسم الثاني، المسألة 109، البند 9، أوّلًا)، "يبقي في العقل شيء من الجهل" (المرجع نفسه).

 

 

[29] الصّلاة 6: 943.

 

 

[30] التّعليم المسيحيّ للكنيسة الكاثوليكيّة، رقم 2011.

 

 

[31] يؤكّد ذلك بوضوح مجمع ترنتو: "لا يجوز لأيّ إنسان تقيّ أن يشكّ في رحمة الله" (قرار عن التّبرير، IX: DS، 1534). "على الجميع أن يضعوا ثقتهم الأكيدة في الله. (المرجع نفسه، XIII: DS، 1541).

 

 

[32] Ms B, 1vº: 218.

 

 

[33] Cfr. Ms A, 48vº: 151; LT 92, A Maria Guérin (30 maggio 1889): 384-385.

 

 

[34] الصّلاة 6: 941.

 

 

[35] الدّفتر الأصفر للأم أغنيس، 23 تموز/يوليو 1897، 3: 1032.

 

 

[36] Ms C, 31rº: 271.

 

 

[37] Cfr. ibid., 5rº-7vº: 238-241.

 

 

[38] Ibid., 5vº: 239.

 

 

[39] Cfr. Ibid., 6vº: 240.

 

 

[40] راجع الرّسالة العامّة، نور الإيمان (29 حزيران/يونيو 2013)، 17: أعمال الكرسي الرّسولي 105 (2013)، 564-565.

 

 

[41] Ms C, 7rº: 240-241.

 

 

[42] الرّسالة 197، إلى الرّاهبة ماريا لقلب يسوع (17 أيلول/سبتمبر 1896): 538.

 

 

[43] Ms A, 83vº: 209.

 

 

[44] Cfr. ibid., 45vº-46vº: 146-147.

 

 

[45] Ibid., 46rº: 146.

 

 

[46] Ibid., 46rº: 146-147.

 

 

[47] Ibid., 46vº: 147.

 

 

[48] الصّلاة 2: 937.

 

 

[49] الخلاصة اللاهوتيّة (توما الأكويني)، الجزء الأوّل من الثّاني، المسألة 62، البند 4.

 

 

[50] Cfr. Ms C, 11vº-31rº: 256-271.

 

 

[51] Ms B, 1vº: 218.

 

 

[52] Cfr ibid., 4rº: 224.

 

 

[53] الرّسالة 122، إلى سيلين (14 تشرين الأوّل/أكتوبر 1890): 421.

 

 

[54] القصيدة 24، 21: 674.

 

 

[55] المرجع نفسه، 6: 670.

 

 

[56] Cfr. Ms A, 3rº: 80-81.

 

 

[57] الرّسالة 247، إلى الأب ماوريتسو بِليير (21 حزيران/يونيو 1897): 587.

 

 

[58] راجع الصّلاة 6: 941-943.

 

 

[59] Ms A, 84r: 210.

 

 

[60] القصيدة 54، 22: 726.

 

 

[61] راجع المرجع نفسه، 15: 725.

 

 

[62] المرجع نفسه، 17: 725.

 

 

[63] Ms C, 29vº-30rº: 269.

 

 

[64] Cfr. Ms B, 2r°-5v°: 219-229.

 

 

[65] Ibid., 3vº: 223.

 

 

[66] Ms A, 80vº: 204. لم يَكُن ذلك نقصًا في الإيمان. القدّيس توما يعلِّم أنّ الإرادة والعقل يعملان مع الإيمان. أمّا الإرادة فيمكن أن يكون قبولها متينًا ومتأصِّلًا، وأمّا العقل فيمكن أن يتعرَّض لبعض الظّلال. راجع ”في الحقيقة“(De Veritate) 14، 1.

 

 

[67] Ms C, 7vº, 241.

 

 

[68] الرّسالة 254، إلى الأب أدولفو رولاند (14 تموز/يوليو 1897): 593.

 

 

[69] الدّفتر الأصفر للأم أغنيس، 17 تموز/يوليو 1897: 1028.

 

 

[70] المرجع نفسه (13 تموز/يوليو 1897، 17): 1020.

 

 

[71] المرجع نفسه (18 تموز/يوليو 1897، 1): صفحة 1028.

 

 

[72] المحادثات الأخيرة، 9 حزيران/يونيو 1897: 1158.

 

 

[73] الرّسالة 242، إلى الراهبة ماريا للثالوث (6 حزيران/يونيو 1897): 582.

 

 

[74] الإرشاد الرّسوليّ، فرح الإنجيل (24 تشرين الثّاني/نوفمبر 2013)، 35: أعمال الكرسي الرّسولي 105 (2013)، 1034.

 

 

[75] المرجع نفسه، 36: أعمال الكرسي الرّسولي 105 (2013)، 1035.

 

 

[76] المرجع نفسه.

 

 

[77] المرجع نفسه، 37: أعمال الكرسي الرّسولي 105 (2013)، 1035.

 

 

[78] الإرشاد الرّسوليّ، اِفَرحوا وابتَهِجوا (19 آذار/مارس 2018)، 19: أعمال الكرسي الرّسولي 110 (2018)، 1117.

 

 

[79] المرجع نفسه، 22: أعمال الكرسي الرّسولي 110 (2018)، 1117.