Sala Stampa

www.vatican.va

Sala Stampa Back Top Print Pdf
Sala Stampa


Lettera del Santo Padre Francesco agli Sposi in occasione dell’Anno “Famiglia Amoris laetitia”, 26.12.2021


 

Testo in lingua spagnola

Traduzione in lingua italiana

Traduzione in lingua francese

Traduzione in lingua inglese

Traduzione in lingua tedesca

Traduzione in lingua portoghese

Traduzione in lingua polacca

Traduzione in lingua araba

Pubblichiamo di seguito la Lettera che il Santo Padre Francesco ha inviato, nella Festa della Santa Famiglia di Nazareth, agli sposi di tutto il mondo in occasione dell’Anno “Famiglia Amoris laetitia”, indetto da Papa Francesco nel quinto anniversario della pubblicazione dell’Esortazione Apostolica post-sinodale, che si è aperto lo scorso 19 marzo e che si concluderà il 26 giugno 2022 con il X Incontro Mondiale delle Famiglie a Roma:

Testo in lingua spagnola

CARTA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

A LOS MATRIMONIOS

CON OCASIÓN DEL AÑO “FAMILIA AMORIS LAETITIA”

Queridos esposos y esposas de todo el mundo:

Con ocasión del Año “Familia Amoris laetitia”, me acerco a ustedes para expresarles todo mi afecto y cercanía en este tiempo tan especial que estamos viviendo. Siempre he tenido presente a las familias en mis oraciones, pero más aún durante la pandemia, que ha probado duramente a todos, especialmente a los más vulnerables. El momento que estamos pasando me lleva a acercarme con humildad, cariño y acogida a cada persona, a cada matrimonio y a cada familia en las situaciones que estén experimentando.

Este contexto particular nos invita a hacer vida las palabras con las que el Señor llama a Abrahán a salir de su patria y de la casa de su padre hacia una tierra desconocida que Él mismo le mostrará (cf. Gn 12,1). También nosotros hemos vivido más que nunca la incertidumbre, la soledad, la pérdida de seres queridos y nos hemos visto impulsados a salir de nuestras seguridades, de nuestros espacios de “control”, de nuestras propias maneras de hacer las cosas, de nuestras apetencias, para atender no sólo al bien de la propia familia, sino además al de la sociedad, que también depende de nuestros comportamientos personales.

La relación con Dios nos moldea, nos acompaña y nos moviliza como personas y, en última instancia, nos ayuda a “salir de nuestra tierra”, en muchas ocasiones con cierto respeto e incluso miedo a lo desconocido, pero desde nuestra fe cristiana sabemos que no estamos solos ya que Dios está en nosotros, con nosotros y entre nosotros: en la familia, en el barrio, en el lugar de trabajo o estudio, en la ciudad que habitamos.

Como Abrahán, cada uno de los esposos sale de su tierra desde el momento en que, sintiendo la llamada al amor conyugal, decide entregarse al otro sin reservas. Así, ya el noviazgo implica salir de la propia tierra, porque supone transitar juntos el camino que conduce al matrimonio. Las distintas situaciones de la vida: el paso de los días, la llegada de los hijos, el trabajo, las enfermedades son circunstancias en las que el compromiso que adquirieron el uno con el otro hace que cada uno tenga que abandonar las propias inercias, certidumbres, zonas de confort y salir hacia la tierra que Dios les promete: ser dos en Cristo, dos en uno. Una única vida, un “nosotros” en la comunión del amor con Jesús, vivo y presente en cada momento de su existencia. Dios los acompaña, los ama incondicionalmente. ¡No están solos!

Queridos esposos, sepan que sus hijos —y especialmente los jóvenes— los observan con atención y buscan en ustedes el testimonio de un amor fuerte y confiable. «¡Qué importante es que los jóvenes vean con sus propios ojos el amor de Cristo vivo y presente en el amor de los matrimonios, que testimonian con su vida concreta que el amor para siempre es posible!».[1] Los hijos son un regalo, siempre, cambian la historia de cada familia. Están sedientos de amor, de reconocimiento, de estima y de confianza. La paternidad y la maternidad los llaman a ser generativos para dar a sus hijos el gozo de descubrirse hijos de Dios, hijos de un Padre que ya desde el primer instante los ha amado tiernamente y los lleva de la mano cada día. Este descubrimiento puede dar a sus hijos la fe y la capacidad de confiar en Dios.

Ciertamente, educar a los hijos no es nada fácil. Pero no olvidemos que ellos también nos educan. El primer ámbito de la educación sigue siendo la familia, en los pequeños gestos que son más elocuentes que las palabras. Educar es ante todo acompañar los procesos de crecimiento, es estar presentes de muchas maneras, de tal modo que los hijos puedan contar con sus padres en todo momento. El educador es una persona que “genera” en sentido espiritual y, sobre todo, que “se juega” poniéndose en relación. Como padre y madre es importante relacionarse con sus hijos a partir de una autoridad ganada día tras día. Ellos necesitan una seguridad que los ayude a experimentar la confianza en ustedes, en la belleza de sus vidas, en la certeza de no estar nunca solos, pase lo que pase.

Por otra parte, y como ya he señalado, la conciencia de la identidad y la misión de los laicos en la Iglesia y en la sociedad ha aumentado. Ustedes tienen la misión de transformar la sociedad con su presencia en el mundo del trabajo y hacer que se tengan en cuenta las necesidades de las familias.

También los matrimonios deben “primerear”[2] dentro de la comunidad parroquial y diocesana con sus iniciativas y su creatividad, buscando la complementariedad de los carismas y vocaciones como expresión de la comunión eclesial; en particular, los «cónyuges junto a los pastores, para caminar con otras familias, para ayudar a los más débiles, para anunciar que, también en las dificultades, Cristo se hace presente».[3]

Por tanto, los exhorto, queridos esposos, a participar en la Iglesia, especialmente en la pastoral familiar. Porque «la corresponsabilidad en la misión llama […] a los matrimonios y a los ministros ordenados, especialmente a los obispos, a cooperar de manera fecunda en el cuidado y la custodia de las Iglesias domésticas».[4] Recuerden que la familia es la «célula básica de la sociedad» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 66). El matrimonio es realmente un proyecto de construcción de la «cultura del encuentro» (Carta enc. Fratelli tutti, 216). Es por ello que las familias tienen el desafío de tender puentes entre las generaciones para la transmisión de los valores que conforman la humanidad. Se necesita una nueva creatividad para expresar en los desafíos actuales los valores que nos constituyen como pueblo en nuestras sociedades y en la Iglesia, Pueblo de Dios.

La vocación al matrimonio es una llamada a conducir un barco incierto - pero seguro por la realidad del sacramento - en un mar a veces agitado. Cuántas veces, como los apóstoles, sienten ganas de decir o, mejor dicho, de gritar: «¡Maestro! ¿No te importa que perezcamos?» (Mc 4,38). No olvidemos que a través del sacramento del matrimonio Jesús está presente en esa barca. Él se preocupa por ustedes, permanece con ustedes en todo momento en el vaivén de la barca agitada por el mar. En otro pasaje del Evangelio, en medio de las dificultades, los discípulos ven que Jesús se acerca en medio de la tormenta y lo reciben en la barca; así también ustedes, cuando la tormenta arrecia, dejen subir a Jesús en su barca, porque cuando subió «donde estaban ellos, […] cesó el viento» (Mc 6,51). Es importante que juntos mantengan la mirada fija en Jesús. Sólo así encontrarán la paz, superarán los conflictos y encontrarán soluciones a muchos de sus problemas. No porque estos vayan a desaparecer, sino porque podrán verlos desde otra perspectiva.

Sólo abandonándose en las manos del Señor podrán vivir lo que parece imposible. El camino es reconocer la propia fragilidad y la impotencia que experimentan ante tantas situaciones que los rodean, pero al mismo tiempo tener la certeza de que de ese modo la fuerza de Cristo se manifiesta en su debilidad (cf. 2 Co 12,9). Fue justo en medio de una tormenta que los apóstoles llegaron a conocer la realeza y divinidad de Jesús, y aprendieron a confiar en Él.

A la luz de estos pasajes bíblicos, quisiera aprovechar para reflexionar sobre algunas dificultades y oportunidades que han vivido las familias en este tiempo de pandemia. Por ejemplo, aumentó el tiempo de estar juntos, y esto ha sido una oportunidad única para cultivar el diálogo en familia. Claro que esto requiere un especial ejercicio de paciencia, no es fácil estar juntos toda la jornada cuando en la misma casa se tiene que trabajar, estudiar, recrearse y descansar. Que el cansancio no les gane, que la fuerza del amor los anime para mirar más al otro —al cónyuge, a los hijos— que a la propia fatiga. Recuerden lo que les escribí en Amoris laetitia retomando el himno paulino de la caridad (cf. nn. 90-119). Pidan este don con insistencia a la Sagrada Familia, vuelvan a leer el elogio de la caridad para que sea ella la que inspire sus decisiones y acciones (cf. Rm 8,15; Ga 4,6).

De este modo, estar juntos no será una penitencia sino un refugio en medio de las tormentas. Que el hogar sea un lugar de acogida y de comprensión. Guarden en su corazón el consejo a los novios que expresé con las tres palabras: «permiso, gracias, perdón».[5] Y cuando surja algún conflicto, «nunca terminar el día en familia sin hacer las paces».[6] No se avergüencen de arrodillarse juntos ante Jesús en la Eucaristía para encontrar momentos de paz y una mirada mutua hecha de ternura y bondad. O de tomar la mano del otro, cuando esté un poco enojado, para arrancarle una sonrisa cómplice. Hacer quizás una breve oración, recitada en voz alta juntos, antes de dormirse por la noche, con Jesús presente entre ustedes.

Sin embargo, para algunos matrimonios la convivencia a la que se han visto forzados durante la cuarentena ha sido especialmente difícil. Los problemas que ya existían se agravaron, generando conflictos que muchas veces se han vuelto casi insoportables. Muchos han vivido incluso la ruptura de un matrimonio que venía sobrellevando una crisis que no se supo o no se pudo superar. A estas personas también quiero expresarles mi cercanía y mi afecto.

La ruptura de una relación conyugal genera mucho sufrimiento debido a la decepción de tantas ilusiones; la falta de entendimiento provoca discusiones y heridas no fáciles de reparar. Tampoco a los hijos es posible ahorrarles el sufrimiento de ver que sus padres ya no están juntos. Aun así, no dejen de buscar ayuda para que los conflictos puedan superarse de alguna manera y no causen aún más dolor entre ustedes y a sus hijos. El Señor Jesús, en su misericordia infinita, les inspirará el modo de seguir adelante en medio de tantas dificultades y aflicciones. No dejen de invocarlo y de buscar en Él un refugio, una luz para el camino, y en la comunidad eclesial una «casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 47).

Recuerden que el perdón sana toda herida. Perdonarse mutuamente es el resultado de una decisión interior que madura en la oración, en la relación con Dios, como don que brota de la gracia con la que Cristo llena a la pareja cuando lo dejan actuar, cuando se dirigen a Él. Cristo “habita” en su matrimonio y espera que le abran sus corazones para sostenerlos con el poder de su amor, como a los discípulos en la barca. Nuestro amor humano es débil, necesita de la fuerza del amor fiel de Jesús. Con Él pueden de veras construir la «casa sobre roca» (Mt 7,24).

A este propósito, permítanme que dirija una palabra a los jóvenes que se preparan al matrimonio. Si antes de la pandemia para los novios era difícil proyectar un futuro cuando era arduo encontrar un trabajo estable, ahora aumenta aún más la situación de incerteza laboral. Por ello invito a los novios a no desanimarse, a tener la “valentía creativa” que tuvo san José, cuya memoria he querido honrar en este Año dedicado a él. Así también ustedes, cuando se trate de afrontar el camino del matrimonio, aun teniendo pocos medios, confíen siempre en la Providencia, ya que «a veces las dificultades son precisamente las que sacan a relucir recursos en cada uno de nosotros que ni siquiera pensábamos tener» (Carta ap. Patris corde, 5). No duden en apoyarse en sus propias familias y en sus amistades, en la comunidad eclesial, en la parroquia, para vivir la vida conyugal y familiar aprendiendo de aquellos que ya han transitado el camino que ustedes están comenzando.

Antes de despedirme, quiero enviar un saludo especial a los abuelos y las abuelas que durante el tiempo de aislamiento se vieron privados de ver y estar con sus nietos, a las personas mayores que sufrieron de manera aún más radical la soledad. La familia no puede prescindir de los abuelos, ellos son la memoria viviente de la humanidad, «esta memoria puede ayudar a construir un mundo más humano, más acogedor».[7]

Que san José inspire en todas las familias la valentía creativa, tan necesaria en este cambio de época que estamos viviendo, y Nuestra Señora acompañe en sus matrimonios la gestación de la “cultura del encuentro”, tan urgente para superar las adversidades y oposiciones que oscurecen nuestro tiempo. Los numerosos desafíos no pueden robar el gozo de quienes saben que están caminando con el Señor. Vivan intensamente su vocación. No dejen que un semblante triste transforme sus rostros. Su cónyuge necesita de su sonrisa. Sus hijos necesitan de sus miradas que los alienten. Los pastores y las otras familias necesitan de su presencia y alegría: ¡la alegría que viene del Señor!

Me despido con cariño animándolos a seguir viviendo la misión que Jesús nos ha encomendado, perseverando en la oración y «en la fracción del pan» (Hch 2,42).

Y por favor, no se olviden de rezar por mí, yo lo hago todos los días por ustedes.

Fraternalmente,

FRANCISCO

Roma, San Juan de Letrán, 26 de diciembre de 2021, Fiesta de la Sagrada Familia.

_______________________

 

[1] Videomensaje a los participantes en el Foro «¿Hasta dónde hemos llegado con Amoris laetitia (9 junio 2021).

[2] Cfr Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24.

[3] Videomensaje a los participantes en el Foro «¿Hasta dónde hemos llegado con Amoris laetitia (9 junio 2021).

[4] Ibíd.

[5] Discurso a las familias del mundo con ocasión de su peregrinación a Roma en el Año de la Fe (26 octubre 2013); cf. Exhort. ap. postsin. Amoris laetitia, 133.

[6] Catequesis del 13 de mayo de 2015. Cf. Exhort. ap. postsin. Amoris laetitia, 104.

[7] Mensaje con ocasión de la I Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores “Yo estoy contigo todos los días” (31 mayo 2021).

[01859-ES.01] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua italiana

LETTERA DEL SANTO PADRE FRANCESCO

AGLI SPOSI

IN OCCASIONE DELL’ANNO “FAMIGLIA AMORIS LAETITIA

Cari sposi e spose di tutto il mondo!

In occasione dell’Anno “Famiglia Amoris laetitia”, mi rivolgo a voi per esprimervi tutto il mio affetto e la mia vicinanza in questo tempo così speciale che stiamo vivendo. Sempre ho tenuto presenti le famiglie nelle mie preghiere, ma ancora di più durante la pandemia, che ha messo tutti a dura prova, specialmente i più vulnerabili. Il momento che stiamo attraversando mi porta ad accostarmi con umiltà, affetto e accoglienza ad ogni persona, ad ogni coppia di sposi e ad ogni famiglia nelle situazioni che ciascuno sta sperimentando.

Il contesto particolare ci invita a vivere le parole con cui il Signore chiama Abramo a uscire dalla sua terra e dalla casa di suo padre verso una terra sconosciuta che Lui stesso gli mostrerà (cfr Gen 12,1). Anche noi abbiamo vissuto più che mai l’incertezza, la solitudine, la perdita di persone care e siamo stati spinti a uscire dalle nostre sicurezze, dai nostri spazi di “controllo”, dai nostri modi di fare le cose, dalle nostre ambizioni, per interessarci non solo al bene della nostra famiglia, ma anche a quello della società, che pure dipende dai nostri comportamenti personali.

La relazione con Dio ci plasma, ci accompagna e ci mette in movimento come persone e, in ultima istanza, ci aiuta a “uscire dalla nostra terra”, in molti casi con un certo timore e persino con la paura dell’ignoto, ma grazie alla nostra fede cristiana sappiamo che non siamo soli perché Dio è in noi, con noi e in mezzo a noi: nella famiglia, nel quartiere, nel luogo di lavoro o di studio, nella città dove abitiamo.

Come Abramo, ciascuno degli sposi esce dalla propria terra fin dal momento in cui, sentendo la chiamata all’amore coniugale, decide di donarsi all’altro senza riserve. Così, già il fidanzamento implica l’uscire dalla propria terra, poiché richiede di percorrere insieme la strada che conduce al matrimonio. Le diverse situazioni della vita – il passare dei giorni, l’arrivo dei figli, il lavoro, le malattie – sono circostanze nelle quali l’impegno assunto vicendevolmente suppone che ciascuno abbandoni le proprie inerzie, le proprie certezze, gli spazi di tranquillità e vada verso la terra che Dio promette: essere due in Cristo, due in uno. Un’unica vita, un “noi” nella comunione d’amore con Gesù, vivo e presente in ogni momento della vostra esistenza. Dio vi accompagna, vi ama incondizionatamente. Non siete soli!

Cari sposi, sappiate che i vostri figli – e specialmente i più giovani – vi osservano con attenzione e cercano in voi la testimonianza di un amore forte e affidabile. «Quanto è importante, per i giovani, vedere con i propri occhi l’amore di Cristo vivo e presente nell’amore degli sposi, che testimoniano con la loro vita concreta che l’amore per sempre è possibile!».[1] I figli sono un dono, sempre, cambiano la storia di ogni famiglia. Sono assetati di amore, di riconoscenza, di stima e di fiducia. La paternità e la maternità vi chiamano a essere generativi per dare ai vostri figli la gioia di scoprirsi figli di Dio, figli di un Padre che fin dal primo istante li ha amati teneramente e li prende per mano ogni giorno. Questa scoperta può dare ai vostri figli la fede e la capacità di confidare in Dio.

Certo, educare i figli non è per niente facile. Ma non dimentichiamo che anche loro ci educano. Il primo ambiente educativo rimane sempre la famiglia, nei piccoli gesti che sono più eloquenti delle parole. Educare è anzitutto accompagnare i processi di crescita, essere presenti in tanti modi, così che i figli possano contare sui genitori in ogni momento. L’educatore è una persona che “genera” in senso spirituale e, soprattutto, che “si mette in gioco” ponendosi in relazione. Come padri e madri è importante relazionarsi con i figli a partire da un’autorità ottenuta giorno per giorno. Essi hanno bisogno di una sicurezza che li aiuti a sperimentare la fiducia in voi, nella bellezza della loro vita, nella certezza di non essere mai soli, accada quel che accada.

D’altra parte, come ho già avuto modo di osservare, la coscienza dell’identità e della missione dei laici nella Chiesa e nella società è cresciuta. Avete la missione di trasformare la società con la vostra presenza nel mondo del lavoro e di fare in modo che si tenga conto dei bisogni delle famiglie.

Anche i coniugi devono prendere l’iniziativa (primerear)[2] all’interno della comunità parrocchiale e diocesana con le loro proposte e la loro creatività, perseguendo la complementarità dei carismi e delle vocazioni come espressione della comunione ecclesiale; in particolare, quella degli «sposi accanto ai pastori, per camminare con altre famiglie, per aiutare chi è più debole, per annunciare che, anche nelle difficoltà, Cristo si rende presente».[3]

Pertanto, vi esorto, cari sposi, a partecipare nella Chiesa, in particolare nella pastorale familiare. Perché «la corresponsabilità nei confronti della missione chiama […] gli sposi e i ministri ordinati, specialmente i vescovi, a cooperare in maniera feconda nella cura e nella custodia delle Chiese domestiche».[4] Ricordatevi che la famiglia è la «cellula fondamentale della società» (Esort. ap. Evangelii gaudium, 66). Il matrimonio è realmente un progetto di costruzione della «cultura dell’incontro» (Enc. Fratelli tutti, 216). È per questo che alle famiglie spetta la sfida di gettare ponti tra le generazioni per trasmettere i valori che costruiscono l’umanità. C’è bisogno di una nuova creatività per esprimere nelle sfide attuali i valori che ci costituiscono come popolo nelle nostre società e nella Chiesa, Popolo di Dio.

La vocazione al matrimonio è una chiamata a condurre una barca instabile – ma sicura per la realtà del sacramento – in un mare talvolta agitato. Quante volte, come gli apostoli, avreste voglia di dire, o meglio, di gridare: «Maestro, non t’importa che siamo perduti?» (Mc 4,38). Non dimentichiamo che, mediante il Sacramento del matrimonio, Gesù è presente su questa barca. Egli si preoccupa per voi, rimane con voi in ogni momento, nel dondolio della barca agitata dalle acque. In un altro passo del Vangelo, in mezzo alle difficoltà, i discepoli vedono che Gesù si avvicina nel mezzo della tempesta e lo accolgono sulla barca; così anche voi, quando la tempesta infuria, lasciate salire Gesù sulla barca, perché quando «salì sulla barca con loro […] il vento cessò» (Mc 6,51). È importante che insieme teniate lo sguardo fisso su Gesù. Solo così avrete la pace, supererete i conflitti e troverete soluzioni a molti dei vostri problemi. Non perché questi scompariranno, ma perché potrete vederli in un’altra prospettiva.

Solo abbandonandovi nelle mani del Signore potrete affrontare ciò che sembra impossibile. La via è quella di riconoscere la fragilità e l’impotenza che sperimentate davanti a tante situazioni che vi circondano, ma nello stesso tempo di avere la certezza che in questo modo la forza di Cristo si manifesta nella vostra debolezza (cfr 2 Cor 12,9). È stato proprio in mezzo a una tempesta che gli apostoli sono giunti a riconoscere la regalità e la divinità di Gesù e hanno imparato a confidare in Lui.

Alla luce di questi riferimenti biblici, vorrei cogliere l’occasione per riflettere su alcune difficoltà e opportunità che le famiglie hanno vissuto in questo tempo di pandemia. Per esempio, è aumentato il tempo per stare insieme, e questa è stata un’opportunità unica per coltivare il dialogo in famiglia. Certamente ciò richiede uno speciale esercizio di pazienza; non è facile stare insieme tutta la giornata quando nella stessa casa bisogna lavorare, studiare, svagarsi e riposare. Non lasciatevi vincere dalla stanchezza; la forza dell’amore vi renda capaci di guardare più agli altri – al coniuge, ai figli – che alla propria fatica. Vi ricordo quello che ho scritto in Amoris laetitia (cfr nn. 90-119) riprendendo l’inno paolino alla carità (cfr 1 Cor 13,1-13). Chiedete questo dono con insistenza alla Santa Famiglia; rileggete l’elogio della carità perché sia essa a ispirare le vostre decisioni e le vostre azioni (cfr Rm 8,15; Gal 4,6).

In questo modo, stare insieme non sarà una penitenza bensì un rifugio in mezzo alle tempeste. Che la famiglia sia un luogo di accoglienza e di comprensione. Custodite nel cuore il consiglio che ho dato agli sposi con le tre parole: «permesso, grazie, scusa».[5] E quando sorge un conflitto, «mai finire la giornata senza fare la pace».[6] Non vergognatevi di inginocchiarvi insieme davanti a Gesù nell’Eucaristia per trovare momenti di pace e uno sguardo reciproco fatto di tenerezza e di bontà. O di prendere la mano dell’altro, quando è un po’ arrabbiato, per strappargli un sorriso complice. Magari recitare insieme una breve preghiera, ad alta voce, la sera prima di addormentarsi, con Gesù presente tra voi.

È pur vero che, per alcune coppie, la convivenza a cui si sono visti costretti durante la quarantena è stata particolarmente difficile. I problemi che già esistevano si sono aggravati, generando conflitti che in molti casi sono diventati quasi insopportabili. Tanti hanno persino vissuto la rottura di una relazione in cui si trascinava una crisi che non si è saputo o non si è potuto superare. Anche a queste persone desidero esprimere la mia vicinanza e il mio affetto.

La rottura di una relazione coniugale genera molta sofferenza per il venir meno di tante aspettative; la mancanza di comprensione provoca discussioni e ferite non facili da superare. Nemmeno ai figli è risparmiato il dolore di vedere che i loro genitori non stanno più insieme. Anche in questi casi, non smettete di cercare aiuto affinché i conflitti possano essere in qualche modo superati e non provochino ulteriori sofferenze tra voi e ai vostri figli. Il Signore Gesù, nella sua misericordia infinita, vi ispirerà il modo di andare avanti in mezzo a tante difficoltà e dispiaceri. Non tralasciate di invocarlo e di cercare in Lui un rifugio, una luce per il cammino, e nella comunità una «casa paterna dove c’è posto per ciascuno con la sua vita faticosa» (Esort. ap. Evangelii gaudium, 47).

Non dimenticate che il perdono risana ogni ferita. Perdonarsi a vicenda è il risultato di una decisione interiore che matura nella preghiera, nella relazione con Dio, è un dono che sgorga dalla grazia con cui Cristo riempie la coppia quando lo si lascia agire, quando ci si rivolge a Lui. Cristo “abita” nel vostro matrimonio e aspetta che gli apriate i vostri cuori per potervi sostenere con la potenza del suo amore, come i discepoli nella barca. Il nostro amore umano è debole, ha bisogno della forza dell’amore fedele di Gesù. Con Lui potete davvero costruire la «casa sulla roccia» (Mt 7,24).

A tale proposito, permettetemi di rivolgere una parola ai giovani che si preparano al matrimonio. Se prima della pandemia per i fidanzati era difficile progettare un futuro essendo arduo trovare un lavoro stabile, adesso l’incertezza lavorativa è ancora più grande. Perciò invito i fidanzati a non scoraggiarsi, ad avere il “coraggio creativo” che ebbe san Giuseppe, la cui memoria ho voluto onorare in questo Anno a lui dedicato. Così anche voi, quando si tratta di affrontare il cammino del matrimonio, pur avendo pochi mezzi, confidate sempre nella Provvidenza, perché «sono a volte proprio le difficoltà che tirano fuori da ciascuno di noi risorse che nemmeno pensavamo di avere» (Lett. ap. Patris corde, 5). Non esitate ad appoggiarvi alle vostre famiglie e alle vostre amicizie, alla comunità ecclesiale, alla parrocchia, per vivere la futura vita coniugale e familiare imparando da coloro che sono già passati per la strada che voi state iniziando a percorrere.

Prima di concludere, desidero inviare un saluto speciale ai nonni e alle nonne che nel periodo di isolamento si sono trovati nell’impossibilità di vedere i nipoti e di stare con loro; alle persone anziane che hanno sofferto in maniera ancora più forte la solitudine. La famiglia non può fare a meno dei nonni, essi sono la memoria vivente dell’umanità, «questa memoria può aiutare a costruire un mondo più umano, più accogliente».[7]

San Giuseppe ispiri in tutte le famiglie il coraggio creativo, tanto necessario in questo cambiamento di epoca che stiamo vivendo, e la Madonna accompagni nella vostra vita coniugale la gestazione della cultura dell’incontro, così urgente per superare le avversità e i contrasti che oscurano il nostro tempo. Le tante sfide non possono rubare la gioia di quanti sanno che stanno camminando con il Signore. Vivete intensamente la vostra vocazione. Non lasciate che la tristezza trasformi i vostri volti. Il vostro coniuge ha bisogno del vostro sorriso. I vostri figli hanno bisogno dei vostri sguardi che li incoraggino. I pastori e le altre famiglie hanno bisogno della vostra presenza e della vostra gioia: la gioia che viene dal Signore!

Vi saluto con affetto esortandovi ad andare avanti nel vivere la missione che Gesù ci ha affidato, perseverando nella preghiera e «nello spezzare il pane» (At 2,42).

E per favore, non dimenticatevi di pregare per me; io lo faccio tutti i giorni per voi.

Fraternamente,

FRANCESCO

Roma, San Giovanni in Laterano, 26 dicembre 2021, Festa della Santa Famiglia.

_______________________

 

[1] Videomessaggio ai partecipanti al Forum “A che punto siamo con Amoris laetitia?” (9 giugno 2021).

[2] Cfr Esort. ap. Evangelii gaudium, 24.

[3] Videomessaggio ai partecipanti al Forum “A che punto siamo con Amoris laetitia?” (9 giugno 2021).

[4] Ibid.

[5] Discorso alle famiglie del mondo in occasione del pellegrinaggio a Roma nell’Anno della Fede (26 ottobre 2013); cfr Esort. ap. postsin. Amoris laetitia, 133.

[6] Catechesi del 13 maggio 2015; cfr Esort. ap. postsin. Amoris laetitia, 104.

[7] Messaggio per la I Giornata Mondiale dei Nonni e degli Anziani “Io sono con te tutti i giorni” (31 maggio 2021).

[01859-IT.01] [Testo originale: Spagnolo]

 

Traduzione in lingua francese

LETTRE DU SAINT-PÈRE FRANÇOIS

AUX ÉPOUX

À L’OCCASION DE L’ANNÉE “FAMILLE AMORIS LAETITIA

Chers époux du monde entier,

à l'occasion de l’Année “Famille Amoris laetitia”, je me tourne vers vous pour vous exprimer toute mon affection et ma proximité en ce moment très particulier que nous vivons. J'ai toujours pensé aux familles dans mes prières, mais plus encore pendant la pandémie qui a mis tout le monde à rude épreuve, surtout les plus vulnérables. Le moment que nous traversons me pousse à m'approcher avec humilité, affection et en accueillant chaque personne, chaque couple marié et chaque famille, dans les situations qui sont les vôtres.

Ce contexte particulier nous invite à vivre les paroles par lesquelles le Seigneur appela Abraham à quitter sa patrie et la maison de son père pour une terre inconnue qu’il lui a montrée (cf. Gn 12, 1). Nous aussi, nous avons vécu plus que jamais l'incertitude, la solitude, la perte d'êtres chers, et nous avons été poussés à sortir de nos sécurités, de nos « zones de confort » de nos façons de faire, de nos ambitions, pour nous soucier non seulement du bien de notre famille mais aussi de celui de la société, qui dépend également de nos comportements personnels.

Notre relation avec Dieu nous façonne, nous accompagne et nous met en mouvement en tant que personnes et nous aide en fin de compte à “quitter notre terre”, avec souvent une certaine crainte et même la peur de l'inconnu. Cependant nous savons, grâce à notre foi chrétienne, que nous ne sommes pas seuls car Dieu est en nous, avec nous et parmi nous : dans la famille, dans le quartier, sur le lieu de travail ou d'étude, dans la ville où nous vivons.

Comme Abraham, chaque époux quitte sa terre dès qu’il entend l'appel à l'amour conjugal et qu’il décide de se donner à l'autre sans réserve. De même, les fiançailles impliquent déjà de quitter sa terre, car elles supposent de parcourir ensemble le chemin qui mène au mariage. Les différentes situations de la vie, les jours qui passent, l'arrivée des enfants, le travail, les maladies, sont les circonstances dans lesquelles l'engagement pris l'un envers l'autre implique pour chacun le devoir d’abandonner ses inerties, ses certitudes, ses zones de confort, et de sortir vers la terre que Dieu promet : être deux dans le Christ, deux en un. Une seule vie, un seul “nous” dans la communion de l'amour avec Jésus, vivant et présent à chaque instant de votre existence. Dieu vous accompagne, il vous aime inconditionnellement. Vous n'êtes pas seuls !

Chers époux, sachez que vos enfants - surtout les plus jeunes - vous observent attentivement et cherchent en vous le témoignage d'un amour fort et crédible. « Comme il est important, pour les jeunes, de voir de leurs propres yeux l’amour du Christ vivant et présent dans l’amour des époux, qui témoignent à travers leur vie concrète que l’amour pour toujours est possible» ![1] Les enfants sont un cadeau, toujours. Ils changent l'histoire de la famille. Ils ont soif d'amour, de reconnaissance, d'estime et de confiance. La paternité et la maternité vous appellent à être géniteurs pour donner à vos enfants la joie de se découvrir enfants de Dieu, enfants d'un Père qui, dès le premier instant, les aime tendrement et les prend chaque jour par la main. Cette découverte peut donner à vos enfants la foi et la capacité de faire confiance à Dieu.

Bien sûr, élever des enfants n'est en rien facile. Mais n'oublions pas qu'ils nous éduquent aussi. Le premier environnement éducatif reste toujours la famille, à travers de petits gestes qui sont plus éloquents que les mots. Éduquer, c'est avant tout accompagner les processus de croissance, c’est être présent de multiples façons de telle sorte que les enfants puissent compter sur leurs parents à tout moment. L'éducateur est une personne qui “engendre” au sens spirituel, et surtout qui “se met en jeu” en entrant en relation. En tant que père et mère, il est important d'établir des relations avec vos enfants à partir d'une autorité acquise jour après jour. Ils ont besoin d'une sécurité qui les aide à avoir confiance en vous, en la beauté de votre vie, en la certitude de n’être jamais seuls, quoiqu'il arrive.

D'autre part, comme je l'ai déjà souligné, la conscience de l'identité et de la mission des laïcs dans l'Église et dans la société s’est accrue. Vous avez pour mission de transformer la société par votre présence dans le monde du travail et faire en sorte que les besoins des familles soient pris en compte. Les conjoints doivent aussi « primerear »[2] – prendre l’initiative - au sein de la communauté paroissiale et diocésaine avec leurs propositions et leur créativité, en recherchant la complémentarité des charismes et des vocations comme expression de la communion ecclésiale ; en particulier, la communion des « époux aux côtés des pasteurs, pour marcher avec d’autres familles, pour aider les plus faibles, pour annoncer que, même dans les difficultés, le Christ se rend présent ».[3]

C'est pourquoi je vous exhorte, chers époux, à participer à la vie de l'Église, en particulier à la pastorale familiale. En effet, « la coresponsabilité à l’égard de la mission appelle les époux et les ministres ordonnés, en particulier les évêques, à coopérer de façon féconde dans le soin et la sauvegarde des Églises domestiques ».[4] N'oubliez pas que la famille est « la cellule fondamentale de la société » (Exhort. ap. Evangelii Gaudium, n. 66). Le mariage est vraiment un projet de construction de la « culture de la rencontre » (Enc. Fratelli tutti, n. 216). C'est pourquoi les familles sont appelées à jeter des ponts entre les générations pour transmettre les valeurs qui construisent l'humanité. Face aux défis actuels, une nouvelle créativité est nécessaire pour exprimer les valeurs qui nous constituent en tant que peuple dans nos sociétés et dans l'Église, le Peuple de Dieu.

La vocation au mariage est un appel à gouverner une barque instable - mais sûre, grâce à la réalité du sacrement - sur une mer parfois agitée. Combien de fois, comme les apôtres, avez-vous eu envie de dire, ou plutôt, de crier : « Maître, nous sommes perdus ; cela ne te fait rien ? » (Mc 4, 38). N'oublions pas qu'à travers le sacrement du mariage, Jésus est présent dans cette barque. Il prend soin de vous, il reste avec vous à tout moment, dans les hauts et les bas lorsque la barque est ballottée par les eaux. Dans un autre passage de l'Évangile, au milieu des difficultés, les disciples voient Jésus s'approcher dans la tempête et ils l'accueillent dans leur barque. Alors vous aussi, quand la tempête fait rage, laissez Jésus monter dans votre barque, car lorsqu’ « il monta avec eux, le vent tomba » (Mc 6, 51). Il est important que vous gardiez ensemble les yeux fixés sur Jésus. Ce n'est que de cette manière que vous aurez la paix, que vous surmonterez les conflits et que vous trouverez des solutions à bon nombre de vos problèmes. Ils ne disparaîtront pas pour autant, mais vous serez en mesure de les voir d’une autre manière.

Ce n'est qu'en vous abandonnant entre les mains du Seigneur que vous pourrez vivre ce qui semble impossible. Il s’agit de reconnaître votre fragilité et l'impuissance que vous ressentez face à des situations qui vous entourent, avec la certitude que la force du Christ se manifeste dans votre faiblesse (cf. 2 Co 12, 9). C'est au milieu d'une tempête que les apôtres ont pu découvrir la royauté et la divinité de Jésus et qu’ils ont appris à lui faire confiance.

À la lumière de ces passages bibliques, je voudrais profiter de l’occasion pour réfléchir à certaines difficultés et opportunités que les familles ont vécues en cette période de pandémie. Par exemple, le temps passé ensemble a été plus long, ce qui a été une occasion unique de cultiver le dialogue en famille. Bien sûr, cela a demandé un exercice particulier de patience. Il n'est pas facile d'être ensemble toute la journée quand on doit travailler, étudier, se divertir et se reposer dans la même maison. Ne vous laissez pas vaincre par la fatigue. Que la force de l'amour vous rende capable de vous concentrer plus sur l'autre - votre conjoint, vos enfants - que sur votre propre fatigue. Rappelez-vous ce que j'ai écrit dans Amoris laetitia, en reprenant l'hymne paulinien à la charité (cf. 1 Co 13, 1-13). Demandez ce don à la Sainte Famille avec insistance. Relisez cet éloge de la charité afin qu'il inspire vos décisions et vos actions (cf. Rm 8, 15 ; Ga 4, 6).

Ainsi vivre ensemble ne sera pas une pénitence mais au contraire un refuge au milieu des tempêtes. Que votre foyer soit un lieu d'accueil et de compréhension. Gardez dans votre cœur le conseil que j'ai donné aux époux avec ces trois mots : « S’il te plaît, merci, pardon ».[5] Et quand un conflit survient, « ne finissez jamais la journée sans faire la paix ».[6] N'ayez pas honte de vous agenouiller ensemble devant Jésus présent dans l’Eucharistie pour trouver un moment de paix, ainsi qu’un regard mutuel fait de tendresse et de bonté. Ou bien de prendre la main de l'autre, quand il est un peu en colère, pour lui faire un sourire complice. Faites éventuellement une courte prière, récitée ensemble à haute voix, le soir avant de vous endormir, avec Jésus présent au milieu de vous.

Cependant, pour certains couples, la cohabitation à laquelle ils ont été contraints pendant la quarantaine a été particulièrement difficile. Les problèmes qui existaient déjà se sont aggravés, générant des conflits qui sont souvent devenus insupportables. Beaucoup ont même connu la rupture de la relation qui traversait une crise qu'ils ne pouvaient ou ne savaient pas surmonter. Je tiens également à exprimer ma proximité et mon affection à ces personnes.

La rupture d'une relation conjugale crée beaucoup de souffrances car de nombreuses illusions s’évanouissent. La mésentente entraîne des discussions et des blessures qu’il n’est pas facile de guérir. Il n’est pas possible non plus d’épargner aux enfants la douleur de voir que leurs parents ne sont plus ensemble. Ne cessez pas, cependant, de chercher de l'aide pour que les conflits puissent être surmontés d'une manière ou d'une autre et ne causent encore plus de souffrance entre vous et à vos enfants. Le Seigneur Jésus, en sa miséricorde infinie, vous inspirera la juste manière d’avancer au milieu de toutes ces difficultés et afflictions. Ne cessez pas de l'invoquer et de chercher en lui un refuge, une lumière pour le chemin et, dans la communauté ecclésiale, « une maison paternelle où il y a de la place pour chacun avec sa vie difficile » (Exhort. ap. Evangelii gaudium, n. 47).

N'oubliez pas que le pardon guérit toutes les blessures. Se pardonner mutuellement naît d'une décision intérieure qui mûrit dans la prière, dans la relation avec Dieu, comme un don qui découle de la grâce dont le Christ comble le couple lorsque les deux le laissent agir, lorsqu'ils se tournent vers lui. Le Christ “habite” votre mariage et attend que vous lui ouvriez votre cœur pour vous soutenir par la puissance de son amour, comme les disciples dans la barque. Notre amour humain est faible, il a besoin de la force de l'amour fidèle de Jésus. Avec lui vous pouvez vraiment construire une « maison sur le roc » (Mt 7, 24).

À ce propos, permettez-moi d'adresser un mot aux jeunes qui se préparent au mariage. Si avant la pandémie les fiancés peinaient à projeter un avenir parce qu'il était difficile de trouver un emploi stable, l'incertitude professionnelle est encore plus grande aujourd'hui. J'invite donc les fiancés à ne pas se décourager, à avoir le “courage créatif” qu'avait saint Joseph dont j'ai voulu honorer la mémoire en cette année qui lui a été consacrée. De même pour vous lorsqu'il s'agit d'affronter le chemin vers le mariage, faites toujours confiance à la Providence même si vous avez peu de moyens, car « ce sont parfois les difficultés qui tirent de nous des ressources que nous ne pensions même pas avoir » (Lett. ap. Patris corde, n. 5). N'hésitez pas à vous appuyer sur vos familles et vos amis, la communauté ecclésiale, la paroisse, pour vivre votre future vie conjugale et familiale en apprenant de ceux qui ont déjà parcouru le chemin que vous entamez.

Avant de conclure, je voudrais adresser un salut particulier aux grands-pères et aux grands-mères qui, pendant la période d'isolement, se sont trouvés dans l'impossibilité de voir leurs petits-enfants et d'être avec eux, et aux personnes âgées qui ont souffert encore plus fortement de la solitude. La famille ne peut pas se passer des grands-parents, ils sont la mémoire vivante de l'humanité, « cette mémoire peut aider à construire un monde plus humain et plus accueillant ».[7]

Que Saint Joseph inspire à toutes les familles le courage créatif qui est si nécessaire en ce changement d’époque où nous vivons, et que, dans votre vie conjugale, la Vierge accompagne la gestation de la “culture de la rencontre” si urgente pour surmonter les adversités et les conflits qui assombrissent notre époque. Les multiples défis ne peuvent pas voler la joie de ceux qui savent qu'ils marchent avec le Seigneur. Vivez intensément votre vocation. Ne laissez pas un regard triste assombrir vos visages. Votre conjoint a besoin de votre sourire. Vos enfants ont besoin de vos regards qui les encouragent. Les pasteurs et les autres familles ont besoin de votre présence et de votre joie : la joie qui vient du Seigneur !

Je vous salue avec affection, en vous exhortant à continuer à vivre la mission que Jésus nous a confiée, en persévérant dans la prière et « à la fraction du pain » (Ac 2, 42).

Et, s’il vous plaît, n'oubliez pas de prier pour moi, je le fais chaque jour pour vous.

Fraternellement,

FRANÇOIS

Rome, Saint Jean de Latran, 26 décembre 2021, Fête de la Sainte Famille.

_______________________

 

[1] Message vidéo aux participants du Forum « Amoris laetitia » (9 juin 2021).

[2] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, n. 24.

[3] Message vidéo aux participants du Forum « Amoris laetitia » (9 juin 2021).

[4] Ibid.

[5] Discours aux familles en pèlerinage à Rome en l’Année de la Foi (26 octobre 2013); cf. Exhort. ap. Amoris laetitia, n. 133.

6] Audience générale (13 mai 2015) ; cf. Exhort. ap. Amoris laetitia, n. 104.

[7] Message pour la 1ère Journée Mondiale des Grands-parents et des Personnes âgées (25 juillet 2021).

[01859-FR.01] [Texte original: Espagnol]

 

Traduzione in lingua inglese

LETTER OF HIS HOLINESS POPE FRANCIS

TO MARRIED COUPLES

FOR THE “AMORIS LAETITIA FAMILY” YEAR

Dear married couples throughout the world!

In this “Amoris Laetitia Family” Year, I am writing to express my deep affection and closeness to you at this very special time. Families have always been in my thoughts and prayers, but especially so during the pandemic, which has severely tested everyone, especially the most vulnerable among us. The present situation has made me want to accompany with humility, affection and openness each individual, married couple and family in all those situations in which you find yourselves.

We are being asked to apply to ourselves the calling that Abraham received from the Lord to set out from his land and his father’s home towards a foreign land that God himself would show him (cf. Gen 12:1). We too have experienced uncertainty, loneliness, the loss of loved ones; we too have been forced to leave behind our certainties, our “comfort zones”, our familiar ways of doing things and our ambitions, and to work for the welfare of our families and that of society as a whole, which also depends on us and our actions.

Our relationship with God shapes us, accompanies us and sends us forth as individuals and, ultimately, helps us to “set out from our land”, albeit in many cases with a certain trepidation and even fear in the face of the unknown. Yet our Christian faith makes us realize that we are not alone, for God dwells in us, with us and among us: in our families, our neighborhoods, our workplaces and schools, in the cities where we live.

Like Abraham, all husbands and wives “set out” from their own land at the moment when, in response to the vocation to conjugal love, they decide to give themselves to each other without reserve. Becoming engaged already means setting out from your land, since it calls you to walk together along the road that leads to marriage. Different situations in life, the passage of time, the arrival of children, work and illness, all challenge couples to embrace anew their commitment to one another, to leave behind settled habits, certainties and security, and to set out towards the land that God promises: to be two in Christ, two in one. Your lives become a single life; you become a “we” in loving communion with Jesus, alive and present at every moment of your existence. God is always at your side; he loves you unconditionally. You are not alone!

Dear spouses, know that your children – especially the younger ones – watch you attentively; in you they seek the signs of a strong and reliable love. “How important it is for young people to see with their own eyes the love of Christ alive and present in the love of spouses, who testify by the reality of their lives that love for ever is possible!”[1] Children are always a gift; they change the history of every family. They are thirsty for love, gratitude, esteem and trust. Being parents calls you to pass on to your children the joy of realizing that they are God’s children, children of a Father who has always loved them tenderly and who takes them by the hand each new day. As they come to know this, your children will grow in faith and trust in God.

To be sure, raising children is no easy task. But let us not forget that they also “raise” us. The family remains the primary environment where education takes place, through small gestures that are more eloquent than words. To educate is above all to accompany the growth process, to be present to children in many different ways, to help them realize that they can always count on their parents. An educator is someone who spiritually “gives birth” to others and, above all, becomes personally engaged in their growth. For parents, it is important to relate to children with an authority that grows day by day. Children need a sense of security that can enable them to have confidence in you and in the beauty of your life together, and in the certainty that they will never be alone, whatever may come their way.

As I have already noted, we are becoming increasingly aware of the laity’s identity and mission in the Church and in society. You have the mission of transforming society by your presence in the workplace and ensuring that the needs of families are taken into due account. Married couples too should take the lead (primerear)[2] in their parochial and diocesan community through their initiatives and their creativity, as an expression of the complementarity of charisms and vocations in the service of ecclesial communion. This is especially true of those couples who, together with the Church’s pastors, “walk side by side with other families, to help those who are weaker, to proclaim that, even amid difficulties, Christ is always present to them”.[3]

Therefore, I encourage you, dear married couples, to be active in the Church, especially in her pastoral care of families. “Shared responsibility for her mission demands that married couples and ordained ministers, especially bishops, cooperate in a fruitful manner in the care and custody of the domestic Churches”.[4] Never forget that the family is the “fundamental cell of society” (Evangelii Gaudium, 66). Marriage is an important part of the project of building the “culture of encounter” (Fratelli Tutti, 216). Families are thus called to bridge generations in passing on the values that forge true humanity. New creativity is needed, to express, amid today’s challenges, the values that constitute us as a people, both in our societies and in the Church, the People of God.

Marriage, as a vocation, calls you to steer a tiny boat – wave-tossed yet sturdy, thanks to the reality of the sacrament – across a sometimes stormy sea. How often do you want to say, or better, cry out, like the apostles: “Teacher, do you not care that we are perishing?” (Mk 4:38). Let us never forget, though, that by virtue of the sacrament of matrimony, Jesus is present in that boat; he is concerned for you and he remains at your side amid the tempest. In another Gospel passage, as they rowed with difficulty, the disciples saw Jesus coming to them on the waters and welcomed him into their boat. Whenever you are buffeted by rough winds and storms, do the same thing: welcome Jesus into your boat, for once he “got into the boat with them... the wind ceased” (Mk 6:51). It is important that, together, you keep your eyes fixed on Jesus. Only in this way, will you find peace, overcome conflicts and discover solutions to many of your problems. Those problems, of course, will not disappear, but you will be able to see them from a different perspective.

Only by abandoning yourselves into the Lord’s hands will you be able to do what may seem impossible. Recognize your own weakness and powerlessness in the face of so many situations all around you, but at the same time be certain that Christ’s power will thus be manifested in your weakness (cf. 2 Cor 12:9). It was precisely in the midst of the storm that the apostles came to know the kingship and divinity of Jesus, and learned to trust in him.

With these biblical passages in mind, I would now like to reflect on some of the difficulties and opportunities that families have experienced during the current pandemic. For instance, the lockdown has meant that there was more time to be together, and this proved a unique opportunity for strengthening communication within families. Naturally, this demands a particular exercise of patience. It is not easy to be together all day long, when everyone has to work, study, recreate and rest in the same house. Don’t let tiredness get the better of you: may the power of love enable you to look more to others – to your spouse, to your children – than to your own needs and concerns. Let me remind you of what I said in Amoris Laetitia (cf. Nos. 90-119), inspired by Saint Paul’s hymn to charity (cf. 1 Cor 13:1-3). Implore the gift of love from the Holy Family and reread Paul’s celebration of charity, so that it can inspire your decisions and your actions (cf. Rom 8:15; Gal 4:6).

In this way, the time you spend together, far from being a penance, will be become a refuge amid the storms. May every family be a place of acceptance and understanding. Think about the advice I gave you on the importance of those three little words: “please, thanks, sorry”.[5] After every argument, “don’t let the day end without making peace”.[6] Don’t be ashamed to kneel together before Jesus in the Eucharist, in order to find a few moments of peace and to look at each other with tenderness and goodness. Or when one of you is a little angry, take him or her by the hand and force a complicit smile. You might also recite together a brief prayer each evening before going to bed, with Jesus at your side.

For some couples, the enforced living conditions during the quarantine were particularly difficult. Pre-existing problems were aggravated, creating conflicts that in some cases became almost unbearable. Many even experienced the breakup of a relationship that had to deal with a crisis that they found hard or impossible to manage. I would like them, too, to sense my closeness and my affection.

The breakdown of a marriage causes immense suffering, since many hopes are dashed, and misunderstandings can lead to arguments and hurts not easily healed. Children end up having to suffer the pain of seeing their parents no longer together. Keep seeking help, then, so that you can overcome conflicts and prevent even more hurt for you and your children. The Lord Jesus, in his infinite mercy, will inspire you to carry on amid your many difficulties and sorrows. Keep praying for his help, and seek in him a refuge and a light for the journey. Discover too, in your communities, a “house of the Father, where there is a place for everyone, with all their problems” (Evangelii Gaudium, 47).

Remember also that forgiveness heals every wound. Mutual forgiveness is the fruit of an interior resolve that comes to maturity in prayer, in our relationship with God. It is a gift born of the grace poured out by Christ upon married couples whenever they turn to him and allow him to act. Christ “dwells” in your marriage and he is always waiting for you to open your hearts to him, so that he can sustain you, as he did the disciples in the boat, by the power of his love. Our human love is weak; it needs the strength of Jesus’ faithful love. With him, you can truly build your “house on rock” (Mt 7:24).

Here I would like to address a word to young people preparing for marriage. Even before the pandemic, it was not easy for engaged couples to plan their future, due to the difficulty of finding stable employment. Now that the labour market is even more insecure, I urge engaged couples not to feel discouraged, but to have the “creative courage” shown by Saint Joseph, whose memory I wanted to honour in this Year dedicated to him. In your journey towards marriage, always trust in God’s providence, however limited your means, since “at times, difficulties can bring out resources we did not even think we had” (Patris Corde, 5). Do not hesitate to rely on your families and friends, on the ecclesial community, on your parish, to help you prepare for marriage and family life by learning from those who have already advanced along the path on which you are now setting out.

Before concluding, I would like to greet grandparents, who during the lockdown were unable to see or spend time with their grandchildren, and all those elderly persons who felt isolated and alone during those months. Families greatly need grandparents, for they are humanity’s living memory, a memory that “can help to build a more humane and welcoming world”.[7]

May Saint Joseph inspire in all families a creative courage, so essential for these times of epochal change. May Our Lady help you to foster in your married lives the culture of encounter that we so urgently need in order to face today’s problems and troubles. No amount of difficulty can take away the joy of those who know that they are walking with the Lord ever at their side. Live out your vocation with enthusiasm. Never allow your faces to grow sad or gloomy; your husband or wife needs your smile. Your children need your looks of encouragement. Your priests and other families need your presence and your joy: the joy that comes from the Lord!

I greet all of you with affection, and I encourage you to carry out the mission that Jesus has entrusted to us, persevering in prayer and in “the breaking of bread” (Acts 2:42).

And please, do not forget to pray for me, even as I daily pray for you.

Fraternally,

FRANCIS

Rome, Saint John Lateran, 26 December 2021, Feast of the Holy Family

_______________________

 

[1] Video Message to Participants in the Forum “Where Do We Stand With Amoris Laetitia?” (9 June 2021).

[2] Cf. Apostolic Exhortation Evangelii gaudium, 24.

[3] Video Message to Participants in the Forum “Where Do We Stand With Amoris Laetitia?” (9 June 2021).

[4] Ibid.

[5] Address to Participants in the Pilgrimage of Families during the Year of Faith (26 October 2013); cf. Amoris Laetitia, 133.

[6] Catechesis of 13 May 2015; cf. Amoris Laetitia, 104.

[7] Message for the 2021 World Day for Grandparents and the Elderly: “I am with you always” (25 July 2021).

[01859-EN.01] [Original text: Spanish]

 

Traduzione in lingua tedesca

BRIEF DES HEILIGEN VATERS FRANZISKUS

AN DIE EHEPAARE

ANLÄSSLICH DES „FAMILIENJAHRES AMORIS LAETITIA“

Liebe Eheleute in aller Welt!

Anlässlich des Familienjahres „Amoris laetitia“ wende ich mich an Euch, um Euch meine ganze Zuneigung und Verbundenheit in dieser besonderen Zeit, in der wir leben, auszudrücken. Ich habe immer für die Familien gebetet, aber noch mehr während der Pandemie, die alle auf eine harte Probe gestellt hat, insbesondere die Schwächsten. Der Moment, den wir gerade erleben, veranlasst mich, auf einen jeden Menschen, jedes Ehepaar und jede Familie in Demut, mit Zuneigung und mit offenen Armen zuzugehen – in den Situationen, in denen Ihr Euch befindet.

Dieser besondere Kontext lädt uns ein, die Worte zu leben, mit denen der Herr Abraham auffordert, seine Heimat und sein Vaterhaus zu verlassen und in ein unbekanntes Land aufzubrechen, das er selbst ihm zeigen wird (vgl. Gen 12,1). Auch wir haben mehr denn je die Ungewissheit, die Einsamkeit, den Verlust geliebter Menschen erlebt, und wir waren gezwungen, von unseren Sicherheiten und „Kontrollbereichen“, von unseren üblichen Gewohnheiten und Wünschen abzulassen, um uns nicht nur um das Wohl unserer eigenen Familie, sondern auch um das Wohl der Gesellschaft zu kümmern, das ebenfalls von unserem persönlichen Verhalten abhängt.

Die Beziehung zu Gott prägt uns, sie begleitet und mobilisiert uns Menschen und sie hilft uns letztlich, „unsere Heimat zu verlassen“, oft mit einer gewissen Angst und Furcht vor dem Unbekannten. Aus unserem christlichen Glauben heraus wissen wir jedoch, dass wir nicht allein sind, weil Gott in uns, mit uns und mitten unter uns ist: in der Familie, in der Nachbarschaft, am Arbeits- oder Studienplatz, in der Stadt, in der wir leben.

Wie Abraham verlässt jeder der Ehegatten gleichsam sein eigenes Land da er den Ruf zur ehelichen Liebe verspürt und sich entschließt, sich dem anderen vorbehaltlos zu schenken. So impliziert bereits die Verlobung ein Verlassen des eigenen Terrains, denn sie verlangt, dass man sich gemeinsam auf den Weg begibt, der zur Ehe führt. In den verschiedenen Lebensumständen wie dem Älterwerden, dem Kinderbekommen, der Arbeit und der Krankheit, bedeutet die Verpflichtung, die man füreinander eingegangen ist, dass ein jeder seine Gewohnheiten, seine Sicherheiten und seine Bequemlichkeit verlassen und sich in das Land begeben muss, das Gott verheißt: zu zweien in Christus zu sein, zwei in einem. Ein Leben, ein „Wir“ in der Liebesgemeinschaft mit Jesus, der in jedem Augenblick Eurer Existenz lebendig gegenwärtig ist. Gott begleitet Euch, er liebt Euch bedingungslos, Ihr seid nicht allein!

Liebe Eheleute, seid Euch dessen bewusst, dass Eure Kinder – vor allem die kleinen – Euch aufmerksam beobachten und von Euch das Zeugnis einer starken und vertrauenswürdigen Liebe erwarten. »Wie wichtig ist es doch für die jungen Menschen, mit eigenen Augen die Liebe Christi zu sehen, die in der Liebe von Ehepaaren lebendig und gegenwärtig ist, die mit ihrem konkreten Leben bezeugen, dass Liebe für immer möglich ist!«[1] Kinder sind ein Geschenk, immer, sie verändern jede Familie. Sie sehnen sich nach Liebe, Anerkennung, Wertschätzung und Vertrauen. Eure Vaterschaft und Mutterschaft verlangen von Euch, produktiv zu sein, damit Ihr Euren Kindern die Freude schenken könnt, zu entdecken, dass sie Kinder Gottes sind, Kinder eines Vaters, der sie vom ersten Augenblick an zärtlich geliebt hat und sie jeden Tag bei der Hand nimmt. Diese Entdeckung kann Euren Kindern den Glauben und die Fähigkeit geben, auf Gott zu vertrauen.

Gewiss, es ist keineswegs einfach, Kinder zu erziehen. Aber wir sollten nicht vergessen, dass auch sie uns erziehen. Der erste Bereich, wo Erziehung geschieht, ist nach wie vor die Familie mit ihren kleinen Gesten, die mehr sagen als Worte. Erziehen heißt vor allem, Wachstumsprozesse zu begleiten, in vielerlei Hinsicht präsent zu sein, damit sich die Kinder jederzeit auf ihre Eltern verlassen können. Der Erzieher ist ein Mensch, der in einem geistigen Sinne „zeugt“ und sich vor allem ganz in diese Beziehung „hineingibt“. Es ist wichtig, dass Ihr als Vater und als Mutter die Beziehung zu euren Kindern auf der Grundlage einer Autorität aufbaut, die Ihr euch Tag für Tag verdient habt. Sie brauchen eine Sicherheit, die ihnen hilft, Vertrauen in Euch zu haben, in die Schönheit Eures Lebens, in die Gewissheit, niemals allein zu sein, komme was wolle.

Andererseits ist, wie ich bereits erwähnt habe, das Bewusstsein für die Identität und den Auftrag der Laien in der Kirche und in der Gesellschaft gewachsen. Ihr habt den Auftrag, die Gesellschaft durch Eure Präsenz in der Arbeitswelt zu verändern und dafür zu sorgen, dass die Bedürfnisse der Familien berücksichtigt werden. Auch die Ehepaare sollten die Initiative ergreifen (primerear)[2] in der Pfarrei und in der Diözese mit ihren Unternehmungen und ihrer Kreativität ganz im Sinne einer Komplementarität der Charismen und Berufungen als Ausdruck der kirchlichen Gemeinschaft. So braucht es »Eheleute an der Seite der Seelsorger, um mit anderen Familien zu gehen, um denen zu helfen, die schwächer sind, um zu verkünden, dass Christus sich auch in Schwierigkeiten gegenwärtig macht«.[3]

Deshalb fordere ich Euch, liebe Eheleute, auf, Euch in der Kirche zu engagieren, insbesondere in der Familienpastoral, denn »die Mitverantwortung für die Mission ruft [...] die Eheleute und die geweihten Amtsträger, besonders die Bischöfe, zu einer fruchtbaren Zusammenarbeit bei der Pflege und Betreuung der Hauskirchen auf«.[4] Denkt daran, dass die Familie die »grundlegende Zelle der Gesellschaft« ist (Apostolisches Schreiben Evangelii gaudium, 66). Die Ehe ist wirklich ein Projekt zum Aufbau einer »Kultur der Begegnung« (Enzyklika Fratelli tutti, 216). Aus diesem Grund sind die Familien gefordert, Brücken zwischen den Generationen zu bauen, um die für die Menschheit wesentlichen Werte weiterzugeben. Es bedarf einer neuen Kreativität, um angesichts der heutigen Herausforderungen die Werte zum Ausdruck zu bringen, die uns als Volk in unseren Gesellschaften und in der Kirche, dem Volk Gottes, formen.

Die Berufung zur Ehe beinhaltet die Aufgabe, ein wankendes – aber aufgrund seiner sakramentalen Wirklichkeit dennoch sicheres – Schiff auf einer manchmal rauen See zu steuern. Wie oft würdet Ihr, wie die Apostel, am liebsten sagen oder vielmehr schreien: »Meister, kümmert es dich nicht, dass wir zugrunde gehen?« (Mk 4,38). Vergessen wir nicht, dass durch das Sakrament der Ehe Jesus in diesem Boot anwesend ist. Er sorgt für Euch, er ist immer bei Euch, auch wenn das Boot in stürmischer See auf- und niedergeht. An einer anderen Stelle des Evangeliums sehen die Jünger Jesus inmitten großer Schwierigkeiten, inmitten des Sturms, auf sich zukommen und sie nehmen ihn zu sich ins Boot; so lasst auch Ihr, wenn der Sturm wütet, Jesus in Euer Boot steigen, denn als er zu ihnen ins Boot stieg, legte sich der Wind (vgl. Mk 6,51). Es ist wichtig, dass Ihr gemeinsam auf Jesus schaut. Nur so werdet Ihr in Frieden sein, Konflikte überwinden und Lösungen für viele Eurer Probleme finden. Nicht, weil sie verschwinden, sondern weil Ihr sie dann aus einer anderen Perspektive sehen könnt.

Nur wenn Ihr Euch den Händen des Herrn überlasst, werdet Ihr in der Lage sein, das scheinbar Unmögliche zu leben. Dazu müsst Ihr eure Zerbrechlichkeit und Ohnmacht, die Ihr angesichts so vieler Situationen um euch herum erlebt, anerkennen, zugleich aber dürft Ihr sicher sein, dass auf diese Weise die Kraft Christi in eurer Schwachheit offenbar wird (vgl. 2 Kor 12,9). Gerade mitten im Sturm erkannten die Apostel das Königtum und die Göttlichkeit Jesu und lernten, ihm zu vertrauen.

Ich möchte die Gelegenheit nutzen und im Lichte dieser Bibelstellen über einige Probleme und Chancen nachdenken, die den Familien in dieser Zeit der Pandemie begegnet sind. So hat man zum Beispiel mehr Zeit miteinander verbracht, und das war eine einzigartige Gelegenheit, den Dialog in der Familie zu pflegen. Natürlich erfordert dies eine gehörige Portion Geduld; es ist nicht einfach, den ganzen Tag zusammen zu sein, wenn man im selben Haus arbeiten, lernen, sich erholen und ausruhen muss. Lasst Euch von der Müdigkeit nicht unterkriegen, die Kraft der Liebe befähige Euch, mehr auf den anderen – den Ehepartner, die Kinder – zu schauen als auf die eigenen Schwierigkeiten. Erinnert Euch an das, was ich euch in Amoris laetitia (vgl. Nr. 90-119) geschrieben habe, wo ich Bezug genommen habe auf den paulinischen Hymnus über die Liebe (vgl. 1 Kor 13, 1-13). Bittet die Heilige Familie inständig um diese Gabe; lest erneut diesen Lobpreis der Liebe, auf dass sie eure Entscheidungen und euer Handeln inspirieren möge (vgl. Röm 8,15; Gal 4,6).

Auf diese Weise ist das Zusammensein keine Buße, sondern eine Zuflucht inmitten aller Unbilden. Die Familie möge ein Ort des Willkommens und des Verständnisses sein. Bewahrt im Herzen den Rat, den ich den Brautleuten in drei Worten mit auf den Weg gegeben habe: »„Darf ich?“, „danke“ und „entschuldige“«.[5] Und bei Konflikten lasse man niemals den »Tag zu Ende gehen, ohne Frieden in der Familie zu schließen«.[6] Schämt Euch nicht, gemeinsam vor dem in der Eucharistie gegenwärtigen Jesus zu knien, um Momente des Friedens zu erleben und einen Blick voller Zärtlichkeit und Güte auszutauschen. Oder die Hand des anderen zu nehmen, wenn er ein bisschen verärgert ist, um ihm ein vertrauliches Lächeln zu entlocken. Vielleicht wollt Ihr abends vor dem Einschlafen gemeinsam ein kurzes Gebet an Jesus richten, der immer bei Euch ist.

Dennoch, für einige Paare war das enge Zusammenleben, zu dem sie in der Quarantänezeit gezwungen waren, besonders schwierig. Bereits bestehende Probleme verschärften sich und führten zu Konflikten, die nahezu unerträglich wurden. Viele erlebten gar das Zerbrechen ihrer Beziehung aufgrund einer Krise, die nicht überwunden werden konnte. Auch diesen Menschen möchte ich meine Verbundenheit und Zuneigung ausdrücken.

Das Zerbrechen einer ehelichen Beziehung bringt viel Leid mit sich, weil sich so vieles, was man sich vornimmt, nicht erfüllt; das fehlende Verständnis führt zu Streit und Wunden, die nicht leicht zu heilen sind. Auch den Kindern bleibt das Leid nicht erspart, wenn sie sehen, dass ihre Eltern nicht mehr zusammen sind. Versäumt es auch dann nicht, Hilfe zu suchen, sodass die Konflikte irgendwie überwunden werden können und nicht noch mehr Schmerz für Euch und Eure Kinder verursachen. Jesus, der Herr, wird Euch in seiner unendlichen Barmherzigkeit eingeben, wie Ihr in all den Schwierigkeiten und all dem Kummer weiterkommt. Unterlasst es nicht, zu ihm zu beten und bei ihm Zuflucht und das Licht zu suchen, das den Weg erhellt. Zudem sei Euch die Gemeinschaft der Kirche ein »Vaterhaus, wo Platz ist für jeden mit seinem mühevollen Leben« (Apostolisches Schreiben Evangelii gaudium, 47).

Vergesst nicht, dass die Vergebung alle Wunden heilt. Gegenseitiges Verzeihen ist das Ergebnis einer inneren Entscheidung, die im Gebet, in der Beziehung zu Gott, reift, als ein Geschenk der Gnade, mit der Christus die Eheleute erfüllt, wenn sie ihn handeln lassen, wenn sie sich an ihn wenden. Christus „wohnt in“ Eurer Ehe und wartet darauf, dass Ihr ihm Euer Herz öffnet, damit er Euch mit der Kraft seiner Liebe beistehen kann, wie den Jüngern im Boot. Unsere menschliche Liebe ist schwach, sie braucht die Kraft der treuen Liebe Jesu. Mit ihm könnt Ihr ein »Haus auf Fels« (Mt 7,24) errichten.

Lasst mich in diesem Zusammenhang ein Wort an die jungen Menschen richten, die sich auf die Ehe vorbereiten. War es schon vor der Pandemie für die Verlobten schwierig, eine Zukunft zu planen, weil es nicht leicht war, einen festen Arbeitsplatz zu finden, so hat sich die Situation am Arbeitsmarkt jetzt noch verschärft. Ich lade daher die Verlobten ein, sich nicht entmutigen zu lassen und den „schöpferischen Mut“ des heiligen Josef an den Tag zu legen, dem ich in diesem ihm gewidmeten Jahr in besonderer Weise gedenken wollte. So dürft auch Ihr, wenn es darum geht, den Weg der Ehe zu beschreiten, auch wenn Ihr nur über geringe Mittel verfügt, immer auf die Vorsehung vertrauen, denn »manchmal sind es gerade die Schwierigkeiten, die bei jedem von uns Ressourcen zum Vorschein bringen, von denen wir nicht einmal dachten, dass wir sie besäßen« (Apostolisches Schreiben Patris corde, 5). Zögert nicht, bei Euren Familien und Freunden, in der Kirche und in der Pfarrei Halt zu suchen, um das zukünftige Ehe- und Familienleben zu leben und von denen zu lernen, die den Weg, den Ihr beginnt, bereits beschritten haben.

Bevor ich diesen Brief beschließe, möchte ich einen besonderen Gruß an die Großväter und Großmütter richten, die während der Zeit der Isolation nicht in der Lage waren, ihre Enkelkinder zu sehen und mit ihnen zusammen zu sein, an die älteren Menschen, die besonders stark unter der Einsamkeit litten. Die Familie kann nicht auf die Großeltern verzichten, sie sind das lebendige Gedächtnis der Menschheit, und »diese Erinnerung kann dazu beitragen, eine menschlichere, gastlichere Welt zu schaffen«.[7]

Der heilige Josef möge in allen Familien den schöpferischen Mut wecken, den wir in diesem Epochenwechsel, den wir gerade erleben, so dringend brauchen. Die Gottesmutter begleite Euch in Eurer Ehe bei der Gestaltung einer „Kultur der Begegnung“, die wir so dringend brauchen, um die Widrigkeiten und Widerstände zu überwinden, die unsere Zeit verdunkeln. Die vielen Herausforderungen können denen, die wissen, dass sie mit dem Herrn unterwegs sind, nicht die Freude rauben. Lebt eure Berufung intensiv. Lasst nicht zu, dass eine traurige Mine eure Gesichter trübt. Dein Ehepartner braucht Dein Lächeln. Eure Kinder brauchen Eure ermutigenden Blicke. Die Hirten und die anderen Familien brauchen Eure Präsenz und Eure Freude: die Freude, die vom Herrn kommt!

Ich grüße Euch von Herzen und ermutige Euch, die Mission, die Jesus uns anvertraut hat, fortzuführen und am Gebet und am »Brechen des Brotes« (Apg 2,42) festzuhalten.

Und bitte vergesst nicht, für mich zu beten; ich bete jeden Tag für Euch.

Mit brüderlichen Grüßen,

FRANZISKUS

Rom, Sankt Johannes im Lateran, am 26. Dezember 2021, Fest der Heiligen Familie.

_______________________

 

[1] Videobotschaft zum Forum „Wo stehen wir mit Amoris laetitia?“ (9. Juni 2021).

[2] Vgl. Apostolisches Schreiben Evangelii gaudium, 24.

[3] Videobotschaft zum Forum „Wo stehen wir mit Amoris laetitia?“ (9. Juni 2021).

[4] Ebd.

[5] Ansprache an die Familien, die im Jahr des Glaubens nach Rom gepilgert sind (26. Oktober 2013); vgl. Nachsynodales Apostolisches Schreiben Amoris laetitia, 133.

[6] Katechese vom 13. Mai 2015. Vgl. Nachsynodales Apostolisches Schreiben Amoris laetitia, 104.

[7] Botschaft anlässlich des 1. Welttages der Großeltern und älteren Menschen "Ich bin alle Tage mit dir" (31. Mai 2021).

[01859-DE.01] [Originalsprache: Spanisch]

 

Traduzione in lingua portoghese

CARTA AOS ESPOSOS DO SANTO PADRE FRANCISCO

POR OCASIÃO DO

ANO «FAMÍLIA AMORIS LÆTITIA»

Queridos maridos e esposas do mundo inteiro!

Por ocasião do Ano «Família Amoris lætitia», dirijo-me a vós para vos manifestar a minha estima e proximidade neste tempo tão especial que estamos a viver. Sempre tive presente as famílias nas minhas orações, mas mais ainda durante a pandemia que colocou todos duramente à prova, sobretudo os mais vulneráveis. O momento que estamos a atravessar leva-me a aproximar, com humildade, estima e compreensão, de toda a pessoa, casal e família na sua situação concreta.

Este contexto particular convida-nos a viver as palavras com que o Senhor chama Abraão para partir da sua terra e da casa do seu pai rumo a uma terra desconhecida que Ele próprio lhe indicará (cf. Gn 12, 1). Também nós vivemos enormemente a incerteza, a solidão, a perda de entes queridos e fomos impelidos a sair das nossas seguranças, dos nossos espaços de «controle», da nossa forma de fazer as coisas, das nossas ambições, para nos interessarmos não apenas pelo bem da nossa família, mas também pelo da sociedade, que depende igualmente do nosso comportamento pessoal.

A relação com Deus molda-nos, acompanha-nos e coloca-nos em movimento como pessoas e, em última instância, ajuda-nos a «sair da nossa terra», em muitos casos com um certo receio e até medo do desconhecido, mas sabemos, pela nossa fé cristã, que não estamos sozinhos porque Deus está em nós, connosco e no meio de nós: na família, na vizinhança, no local de trabalho ou de estudo, na cidade onde habitamos.

À semelhança de Abraão, cada um dos esposos sai da sua terra desde o momento em que, tendo ouvido a chamada ao amor conjugal, decide dar-se ao outro sem reservas. Assim, o noivado já implica a saída da própria terra, porque exige percorrer juntos o caminho que conduz ao casamento. As diferentes situações da vida – a idade que vai passando, a chegada dos filhos, o trabalho, as doenças – são circunstâncias em que o compromisso mutuamente assumido obriga cada um a abandonar a própria inércia, as certezas, os espaços de tranquilidade para sair rumo à terra que Deus promete: ser dois em Cristo, dois num só, formando uma única vida, um «nós» na comunhão de amor com Jesus, vivo e presente em cada momento da vossa existência. Deus acompanha-vos, ama-vos incondicionalmente. Não estais sozinhos!

Queridos esposos, sabei que os vossos filhos – especialmente os mais novos– vos observam com atenção e procuram em vós o testemunho dum amor forte e fidedigno. «Como é importante, para os jovens, ver com os próprios olhos o amor de Cristo vivo e presente no amor dos esposos, que testemunham com a sua vida concreta que o amor para sempre é possível».[1] Os filhos são um dom, sempre; mudam a história de cada família. Têm sede de amor, reconhecimento, estima e confiança. A paternidade e a maternidade convidam-vos a ser progenitores para dar aos vossos filhos a alegria de se descobrirem filhos de Deus, filhos dum Pai que os amou ternamente, desde o primeiro instante, e todos os dias os leva pela mão. Esta descoberta pode dar aos vossos filhos a fé e a capacidade de confiar em Deus.

Claro, educar os filhos não é nada fácil. Mas não esqueçamos que também eles nos educam. O primeiro ambiente educativo continua sempre a ser a família, nos pequenos gestos que são mais eloquentes do que as palavras. Educar é, antes de tudo, acompanhar os processos de crescimento, estar presente de várias formas para que os filhos possam contar com os pais em cada momento. O educador é uma pessoa que «gera» em sentido espiritual e sobretudo que «se dá» ao colocar-se em relação. Como pai e mãe, é importante relacionar-se com os filhos partindo duma autoridade conquistada dia após dia. Eles precisam duma segurança que os ajude a sentir confiança em vós, na beleza da vossa vida, na certeza de nunca estarem sozinhos, aconteça o que acontecer.

Por outro lado, como tenho já assinalado, cresceu a consciência da identidade e missão dos leigos na Igreja e na sociedade. Vós tendes a missão de transformar a sociedade com a vossa presença no mundo do trabalho e fazer com que as necessidades das famílias sejam tidas em conta. Também os cônjuges devem “primeirear”[2] no seio da comunidade paroquial e diocesana com as suas iniciativas e criatividade, buscando a complementaridade dos carismas e das vocações como expressão da comunhão eclesial, em particular a comunhão dos «cônjuges ao lado de pastores, para caminhar com outras famílias, para ajudar os mais fracos, para anunciar que, até nas dificuldades, Cristo Se faz presente».[3]

Por isso vos exorto, queridos esposos, a colaborar na Igreja, especialmente na pastoral familiar. Com efeito, «a corresponsabilidade pela missão chama os cônjuges e os ministros ordenados, especialmente os bispos, a cooperar de forma fecunda no cuidado e na tutela das igrejas domésticas».[4] Lembrai-vos que a família é a «célula fundamental da sociedade» (Francisco, Exort. ap. Evangelii gaudium, 66). O casamento é realmente um projeto de construção da «cultura do encontro» (Francisco, Carta enc. Fratelli tutti, 216). Por isso, compete às famílias o desafio de lançar pontes entre as gerações para a transmissão dos valores que constroem a humanidade. É necessária uma nova criatividade para expressar, nos desafios atuais, os valores que nos constituem como povo nas nossas sociedades, e como Povo de Deus na Igreja.

A vocação ao casamento é uma chamada para guiar um barco instável – mas seguro, pela realidade do sacramento – em mar às vezes agitado. Quantas vezes tendes vontade de dizer ou, melhor, de gritar como os apóstolos: «Mestre, não Te importas que pereçamos?» (Mc 4, 38). Não esqueçamos que, graças ao sacramento do Matrimónio, Jesus está presente neste barco; olha por vós, permanece convosco a todo o momento, no sobe e desce do barco agitado pelas águas. Noutra passagem do Evangelho, lê-se que os discípulos, encontrando-se em dificuldade, veem Jesus aproximar-Se no meio da tempestade e acolhem-No no barco; assim também vós, quando enfurecer a tempestade, deixai Jesus subir para o barco, porque então, quando «subiu para o barco, para junto deles, o vento amainou» (Mc 6, 51). É importante que, juntos, mantenhais o olhar fixo em Jesus. Só assim tereis a paz, superareis os conflitos e encontrareis soluções para muitos dos vossos problemas: não porque estes tenham desaparecido, mas por serdes capazes de os ver doutra perspetiva.

Só abandonando-se nas mãos do Senhor é que podereis viver o que parece impossível. O caminho é reconhecer a própria fragilidade e impotência que experimentais perante tantas situações ao vosso redor, mas ao mesmo tempo ter a certeza de que assim a força de Cristo se manifesta na vossa fraqueza (cf. 2 Cor 12, 9). Foi precisamente no meio duma tempestade que os apóstolos chegaram a reconhecer a realeza e divindade de Jesus (cf. Mt 14, 33) e aprenderam a confiar n’Ele.

À luz destas referências bíblicas, quero aproveitar a ocasião para refletir sobre algumas dificuldades e oportunidades que as famílias têm vivido neste tempo de pandemia. Por exemplo, aumentou o tempo para estarem juntos, proporcionando uma oportunidade única para cultivar o diálogo em família. Obviamente isto requer um exercício especial de paciência; não é fácil estar juntos o dia todo, quando se tem que trabalhar, estudar, divertir-se e descansar na mesma casa. Que o cansaço não vos vença; possa a força do amor tornar-vos capazes de vos preocupardes mais com o outro – o cônjuge, os filhos – do que com o próprio cansaço. Recordai o que escrevi na Exortação Amoris lætitia (cf. nn. 90-119), ao comentar o hino paulino da caridade (cf. 1 Cor 13, 1-13). Pedi, com insistência, este dom à Sagrada Família; lede uma vez e outra o elogio da caridade, para que seja ela a inspirar as vossas decisões e ações (cf. Rm 8, 15; Gl 4, 6).

Assim, o estar juntos não será uma penitência, mas um refúgio no meio das tempestades. Que a família seja um lugar de acolhimento e compreensão. Guardai no coração o conselho, que dei aos esposos, de usarem estas três palavras: «com licença, obrigado, desculpa».[5] E, se surgir algum conflito, «nunca termineis o dia sem fazer as pazes».[6] Não vos envergonheis de ajoelhar, juntos, diante de Jesus na Eucaristia para encontrar momentos de paz e um olhar recíproco feito de ternura e bondade; ou de pegar na mão do outro, quando está um pouco zangado, para lhe arrancar a cumplicidade dum sorriso. Fazei, talvez, uma breve oração, rezada conjuntamente em voz alta à noite antes de adormecerdes com Jesus presente no meio de vós.

Entretanto, para alguns casais, a convivência a que foram forçados durante a quarentena revelou-se particularmente difícil. Os problemas, que já existiam, agravaram-se, gerando conflitos que se tornaram muitas vezes quase insuportáveis. E vários chegaram até à rutura da sua relação, sobre a qual gravava uma crise que não souberam ou não puderam superar. A estas pessoas, desejo manifestar-lhes também a minha proximidade e afeto.

A rutura duma relação conjugal gera muito sofrimento por causa de tantas aspirações malogradas; a falta de entendimento provoca discussões e feridas que não são fáceis de remediar. Nem sequer é possível poupar aos filhos a amargura de ver que os seus pais já não estão juntos. Mesmo assim, não cesseis de buscar ajuda para que se possa dalguma forma superar os conflitos, a fim de que estes não provoquem ainda mais sofrimento entre vós e aos vossos filhos. O Senhor Jesus, na sua infinita misericórdia, inspirar-vos-á o modo de avançar no meio de tantas dificuldades e dissabores. Não deixeis de O invocar e procurar n’Ele um refúgio, uma luz para o caminho e, na comunidade, uma «casa paterna onde há lugar para todos com a sua vida fadigosa» (Exort. ap. Evangelii gaudium, 47).

Não esqueçais que o perdão cura todas as feridas. O perdão mútuo é o resultado duma decisão interior que amadurece na oração, na relação com Deus, como um dom que brota da graça com que Cristo cumula o casal quando os dois se voltam para Ele e O deixam agir. Cristo «habita» no vosso casamento e espera que Lhe abrais os vossos corações, para vos apoiar com a força do seu amor, como aos discípulos no barco. O nosso amor humano é frágil, precisa da força do amor fiel de Jesus. Com Ele, podeis verdadeiramente construir a «casa sobre a rocha» (Mt 7, 24).

A propósito, permiti que dirija uma palavra aos jovens que se preparam para o casamento. Se antes da pandemia já era complicado, para os noivos, projetar um futuro pela dificuldade de encontrar um emprego estável, agora aumenta ainda mais a incerteza laboral. Apesar disso convido os noivos a não desanimarem, a terem a «coragem criativa» que teve São José, cuja memória quis honrar neste Ano a ele dedicado. Assim também vós, quando vos virdes com poucos meios para enfrentar o caminho do casamento, mantende viva confiança na Providência divina, porque, «às vezes, são precisamente as dificuldades que fazem sair de cada um de nós recursos que nem pensávamos ter» (Francisco, Carta ap. Patris corde, 5). Não hesiteis em procurar apoio nas vossas famílias e nas vossas amizades, na comunidade eclesial, na paróquia, para viverdes a futura vida conjugal e familiar, aprendendo de quantos já passaram pelo caminho que estais a começar.

Antes de concluir, desejo enviar uma saudação especial aos avôs e às avós que se viram impossibilitados, durante o período de isolamento, de ver os netos e estar com eles, às pessoas idosas que sofreram de maneira ainda mais dura a solidão. A família não pode prescindir dos avós, pois são a memória viva da humanidade; «esta memória pode ajudar a construir um mundo mais humano, mais acolhedor».[7]

São José inspire a todas as famílias a coragem criativa, tão necessária nesta mudança de época que estamos a viver, e Nossa Senhora acompanhe na vossa vida conjugal a gestação da cultura do encontro, tão urgente para superar as adversidades e os contrastes que obscurecem o nosso tempo. Os numerosos desafios não podem roubar a alegria a quantos sabem que estão a caminhar com o Senhor. Vivei intensamente a vossa vocação. Não deixeis ensombrar os vossos rostos com uma fisionomia triste; o vosso marido ou a vossa esposa tem necessidade do vosso sorriso; os vossos filhos precisam de olhares dos pais que os encorajem. Os pastores e as outras famílias necessitam da vossa presença e da vossa alegria – a alegria que vem do Senhor!

Com afeto, vos saúdo, exortando-vos a prosseguir na vivência da missão que Jesus nos confiou, perseverando na oração e na «fração do pão» (At 2, 42). E, por favor, não vos esqueçais de rezar por mim; todos os dias, o faço por vós.

Fraternamente,

FRANCISCO

Roma, São João de Latrão, na Festa da Sagrada Família, 26 de dezembro de 2021.

_______________________

 

[1] Mensagem-vídeo aos participantes no Fórum «A que ponto estamos com a aplicação da Amoris lætitia» (09/VI/2021).

[2] Cf. Exort. ap. Evangelii gaudium, 24.

[3] Mensagem-vídeo aos participantes no Fórum «A que ponto estamos com a aplicação da Amoris lætitia» (09/VI/2021).

[4] Ibidem.

[5] Discurso às famílias do mundo inteiro por ocasião da sua peregrinação a Roma no Ano da Fé (26/X/2013); cf. Idem, Exort. ap. pós-sinodal Amoris lætitia, 133.

[6] Catequese no dia 13/V/2015; cf. Exort. ap. pós-sinodal Amoris lætitia, 104.

[7] Mensagem para o I Dia Mundial dos Avós e dos Idosos «Eu estou contigo todos os dias» (31/V/2021).

[01859-PO.01] [Texto original: Espanhol]

Traduzione in lingua polacca

LIST OJCA ŚWIĘTEGO FRANCISZKA

DO MAŁŻONKÓW

Z OKAZJI ROKU „RODZINA AMORIS LAETITIA

Drodzy małżonkowie całego świata!

Z okazji Roku „Rodzina Amoris Laetitia” zwracam się do was, aby, w tym szczególnym okresie, który przeżywamy, wyrazić wobec was całą moją miłość i bliskość. W moich modlitwach zawsze pamiętałem o rodzinach, tym bardziej w okresie pandemii, która wystawiła na ciężką próbę wszystkich, a zwłaszcza tych najbardziej bezbronnych. Czas, przez który przechodzimy, skłania mnie do tego, aby z pokorą, czułością i radością podejść do każdej osoby, każdego małżeństwa i każdej rodziny w sytuacjach, jakie doświadczacie.

Te szczególne okoliczności zapraszają nas do przeżywania słów, którymi Pan powołuje Abrahama do opuszczenia swojej ziemi ojczystej i domu swego ojca, by udał się ku ziemi nieznanej, którą On sam mu ukaże (por. Rdz 12, 1). My także, bardziej niż kiedykolwiek, doświadczyliśmy niepewności, samotności, straty osób bliskich i zostaliśmy popchnięci do wyjścia z naszych stref bezpieczeństwa, z naszych przestrzeni „pod kontrolą”, z naszych sposobów załatwiania spraw, z naszych ambicji - po to, aby troszczyć się nie tylko o dobro naszej rodziny, ale także o dobro społeczeństwa, które zależy również od naszych osobistych zachowań.

Relacja z Bogiem nas kształtuje, towarzyszy nam i porusza nas jako osoby, a w końcu pomaga nam „wyjść z naszej ziemi”, w wielu przypadkach z pewnym strachem, a nawet lękiem przed nieznanym. Jednak, dzięki naszej wierze chrześcijańskiej wiemy, że nie jesteśmy sami, ponieważ Bóg jest w nas, z nami i pośród nas: w rodzinie, w sąsiedztwie, w miejscu pracy lub nauki, w mieście, w którym mieszkamy.

Podobnie jak Abraham, każdy z małżonków opuszcza swoją ziemię w chwili, gdy odczuwając powołanie do miłości małżeńskiej, bezwarunkowo daje siebie drugiej osobie. Tak więc już zaręczyny oznaczają opuszczenie własnej ziemi, ponieważ wymagają od nas wspólnej wędrówki drogą, która prowadzi do małżeństwa. Różne sytuacje życiowe: mijający czas, pojawienie się dzieci, praca, choroba, są okolicznościami, w których zobowiązanie podjęte wobec siebie nawzajem oznacza, że każda osoba musi porzucić swą bierność, swoje pewniki, przestrzenie spokoju i wyjść ku ziemi, którą obiecuje Bóg: być dwojgiem w Chrystusie, dwojgiem w jednym. Jednym życiem, jednym „my” w komunii miłości z Jezusem, który żyje i jest obecny w każdej chwili waszego życia. Bóg wam towarzyszy, miłuje was bezwarunkowo. Nie jesteście sami!

Drodzy małżonkowie, wiedzcie, że wasze dzieci – a szczególnie te młodsze – uważnie was obserwują i szukają w was świadectwa silnej i niezawodnej miłości. „Jak ważne jest, aby ludzie młodzi mogli na własne oczy zobaczyć miłość Chrystusa żywą i obecną w miłości małżonków, którzy swoim konkretnym życiem świadczą, że miłość na zawsze jest możliwa!”[1]. Dzieci zawsze są darem, zmieniają historię każdej rodziny. Są spragnione miłości, wdzięczności, szacunku i zaufania. Ojcostwo i macierzyństwo wzywa was do bycia twórczymi i płodnymi, aby dać waszym dzieciom radość odkrycia, że są dziećmi Boga, dziećmi Ojca, który od pierwszej chwili czule je kocha i codziennie bierze je za rękę. To odkrycie może dać waszym dzieciom wiarę i zdolność do ufania Bogu.

Oczywiście, wychowanie dzieci nie jest w żadnym wypadku łatwe. Nie zapominajmy jednak, że również dzieci nas kształcą. Pierwszym środowiskiem wychowawczym zawsze pozostaje rodzina, poprzez drobne gesty, które są bardziej wymowne niż słowa. Wychowywać, to przede wszystkim towarzyszyć procesom rozwoju, być obecnym na wiele sposobów, aby dzieci mogły zawsze liczyć na swoich rodziców. Wychowawca jest osobą, która „rodzi” w sensie duchowym, a przede wszystkim „angażuje siebie” poprzez bycie w relacji. Ważne, aby jako ojciec i matka odnosić się do dzieci z autorytetem zdobywanym dzień po dniu. Potrzebują one bezpieczeństwa, które pomoże im doświadczyć zaufania do was, w pięknie ich życia, w pewności, że nigdy nie są sami, cokolwiek by się nie wydarzyło.

Z drugiej strony, jak już wspomniałem, wzrosła świadomość tożsamości i misji świeckich w Kościele i w społeczeństwie. Waszą misją jest przekształcanie społeczeństwa poprzez obecność w świecie pracy i zapewnienie, aby potrzeby rodzin były brane pod uwagę.

Również we wspólnocie parafialnej i diecezjalnej małżonkowie powinni podejmować inicjatywę (primerear) [2] ze swoimi propozycjami i kreatywnością, dążąc do komplementarności charyzmatów i powołań jako wyrazu komunii kościelnej. W szczególności tej komunii „małżonków obok duszpasterzy, aby szli z innymi rodzinami, aby pomagali słabszym, aby głosili, że także w trudnościach Chrystus staje się obecny”[3].

Dlatego zachęcam was, drodzy małżonkowie, do uczestnictwa w Kościele, zwłaszcza w duszpasterstwie rodzin. Ponieważ „współodpowiedzialność za misję wzywa [...]małżonków i szafarzy święceń, zwłaszcza biskupów, do owocnej współpracy w trosce i opiece nad Kościołami domowymi”[4]. Pamiętajmy, że rodzina jest „podstawową komórką społeczeństwa” (Adhort. apost. Evangelii gaudium, 66). Małżeństwo jest rzeczywiście projektem budowania „kultury spotkania” (Enc. Fratelli tutti, 216). Dlatego właśnie zadaniem rodzin jest budowanie mostów między pokoleniami, aby przekazywać wartości, które budują człowieczeństwo. Potrzeba nowej kreatywności, aby pośród dzisiejszych wyzwań wyrażać wartości, które czynią z nas lud w naszych społeczeństwach i w Kościele, będącym Ludem Bożym.

Powołanie do małżeństwa jest wezwaniem do kierowania łodzią niestabilną, choć bezpieczną, ze względu na rzeczywistość sakramentu, na niejednokrotnie wzburzonym morzu. Ileż razy, podobnie jak apostołowie, macie ochotę powiedzieć, a raczej zawołać: „Nauczycielu, nic Cię to nie obchodzi, że giniemy?” (Mk 4, 38). Nie zapominajmy, że poprzez sakrament małżeństwa Jezus jest obecny w tej łodzi. On troszczy się o was, jest z wami w każdej chwili, we wzlotach i upadkach łodzi miotanej wodami. W innym fragmencie Ewangelii, pośród trudności, uczniowie widzą Jezusa zbliżającego się pośród burzy i przyjmują Go do łodzi. Podobnie i wy, gdy szaleje burza, pozwólcie Jezusowi wejść do łodzi, bo gdy „wszedł do nich do łodzi, wiatr się uciszył” (por. Mk 6, 51). Ważne, abyście razem wpatrywali się w Jezusa. Tylko w ten sposób możecie osiągnąć spokój, przezwyciężyć konflikty i znaleźć rozwiązanie wielu waszych problemów. Nie dlatego, że znikną, lecz dlatego, że będziecie mogli zobaczyć je z innej perspektywy.

Jedynie powierzając się w ręce Pana, będziecie mogli żyć tym, co wydaje się niemożliwe. Drogą do tego jest uznanie własnej słabości i bezsilności, której doświadczamy w obliczu wielu sytuacji wokół nas, ale jednocześnie pewność, że dzięki temu siła Chrystusa objawia się w naszej słabości (por. 2 Kor 12, 9). To właśnie w czasie burzy apostołowie doszli do poznania godności królewskiej i boskości Jezusa, i nauczyli się w Nim pokładać nadzieję.

W świetle tych biblijnych odniesień, chciałbym skorzystać z okazji, aby zastanowić się nad niektórymi trudnościami i szansami, jakich doświadczyły rodziny w czasie pandemii. Zwiększyła się na przykład ilość czasu spędzanego razem, co stanowiło wyjątkową okazję do pielęgnowania dialogu w rodzinie. Oczywiście wymaga to szczególnego ćwiczenia się w cierpliwości. Niełatwo być razem przez cały dzień, kiedy trzeba pracować, uczyć się, odpoczywać i spędzać czas w tym samym domu. Niech nie pokona was zmęczenie; niech moc miłości uczyni was zdolnymi do patrzenia bardziej na drugiego człowieka - na współmałżonka, na dzieci - niż na własne zmęczenie. Przypominam wam to, co napisałem w Amoris laetitia (por. nn. 90-119), podejmując Pawłowy hymn o miłości (por. 1 Kor 13, 1-13). Proście z uporem Świętą Rodzinę o ten dar; odczytujcie na nowo pochwałę miłości, aby inspirowała wasze decyzje i wasze działania (por. Rz 8, 15; Ga 4, 6).

W ten sposób bycie razem nie będzie pokutą, ale schronieniem pośród burz. Niech rodzina będzie miejscem akceptacji i zrozumienia. Zachowajcie w waszych sercach radę, której udzieliłem małżeństwom w trzech słowach: „proszę, dziękuję i przepraszam”[5]. A kiedy pojawia się jakiś konflikt, „niech nigdy dzień rodziny nie kończy się bez pogodzenia się”[6]. Nie wstydźcie się uklęknąć razem przed Jezusem obecnym w Eucharystii, aby znaleźć chwile pokoju i wzajemnego spojrzenia pełnego czułości i dobroci. Albo wziąć drugą osobę za rękę, gdy jest trochę rozgniewana, i sprawić, by odwzajemniła wasz uśmiech. A może wieczorem przed snem odmówić razem na głos krótką modlitwę, wspólnie z Jezusem obecnym pośród was.

Jednak dla niektórych małżeństw przebywanie razem, do którego zostały zmuszone w czasie kwarantanny, było szczególnie trudne. Problemy, które już istniały, pogłębiały się, rodząc konflikty, które niejednokrotnie stawały się wręcz nie do zniesienia. Wielu doświadczyło nawet rozpadu związku trwającego w kryzysie, którego nie byli w stanie lub nie chcieli przezwyciężyć. Chciałbym również tym osobom okazać moją bliskość i miłość.

Rozpad relacji małżeńskiej jest źródłem wielu cierpień z powodu niesprostania wielu aspiracjom. Brak zrozumienia powoduje kłótnie i rany, które niełatwo naprawić. Także dzieciom nie można oszczędzić bólu, gdy widzą, że ich rodzice nie są już razem. Mimo to nie przestawajcie szukać pomocy, aby konflikty mogły być w jakiś sposób przezwyciężone i nie powodowały jeszcze większego cierpienia między wami, a waszymi dziećmi. Pan Jezus, w swoim nieskończonym miłosierdziu podsunie wam sposób, jak iść naprzód pośród tak wielu trudności i smutków. Nie pomijajcie wzywania Go i szukania w Nim schronienia, światła na drogę, a we wspólnocie „ojcowskiego domu, gdzie jest miejsce dla każdego z jego niełatwym życiem” (Adhort. apost. Evangelii gaudium, 47).

Nie zapominajcie, że przebaczenie leczy każdą ranę. Przebaczenie sobie nawzajem jest owocem wewnętrznej decyzji, która dojrzewa na modlitwie, w relacji z Bogiem, jako dar płynący z łaski, którą Chrystus napełnia małżonków, gdy ci pozwalają Mu działać, gdy zwracają się do Niego. Chrystus „przebywa” w waszym małżeństwie i czeka, aż otworzycie swoje serca na Niego, aby mógł podtrzymywać was mocą swojej miłości, tak jak uczniów w łodzi. Nasza ludzka miłość jest słaba, potrzebuje siły wiernej miłości Jezusa. Z Nim rzeczywiście będziecie mogli zbudować „dom na skale” (Mt 7, 24).

W związku z tym pozwólcie, że skieruję słowo do młodych, przygotowujących się do małżeństwa. Jeśli przed pandemią trudno było narzeczonym planować przyszłość, ponieważ trudno było znaleźć stałą pracę, to teraz jeszcze bardziej wzrasta niepewność związana z zatrudnieniem. Zachęcam więc narzeczonych, aby się nie zniechęcali, aby mieli „twórczą odwagę”, jaką miał święty Józef, którego pamięć chciałem uczcić w tym roku, jemu poświęconym. Podobnie i wy, gdy chodzi o podejmowanie drogi małżeństwa, nawet jeśli macie niewiele środków, zawsze ufajcie Opatrzności, ponieważ „czasami to właśnie trudności wydobywają z każdego z nas możliwości, o posiadaniu których nawet nie mieliśmy pojęcia” (List apost. Patris corde, 5). Nie wahajcie się polegać na waszych rodzinach i waszych przyjaźniach, na wspólnocie kościelnej, na parafii, aby w przyszłości żyć życiem małżeńskim i rodzinnym, ucząc się od tych, którzy już przeszli drogę, jaką wy rozpoczynacie.

Zanim zakończę, chciałbym przekazać specjalne pozdrowienia dla dziadków i babć, którzy w czasie izolacji nie mogli zobaczyć swoich wnuków i być z nimi, dla osób starszych, które jeszcze bardziej cierpiały z powodu samotności. Rodzina nie może się obejść bez dziadków, są oni żywą pamięcią ludzkości, „ta pamięć może pomóc nam w tworzeniu świata bardziej ludzkiego, bardziej otwartego na przyjęcie”[7].

Niech św. Józef wzbudzi we wszystkich rodzinach twórczą odwagę, która jest tak potrzebna w tej zmieniającej się epoce, w której żyjemy, a Matka Boża niech wspiera w waszym małżeńskim życiu dzieło tworzenia kultury spotkania, tak pilnie potrzebnej dla przezwyciężenia przeciwności i konfliktów, które kładą cień na nasze czasy. Liczne wyzwania nie mogą pozbawić radości tych, którzy wiedzą, że idą z Panem. Przeżywajcie intensywnie wasze powołanie. Nie pozwólcie, aby grymas smutku odmieniał wasze twarze. Twój małżonek czy twoja małżonka potrzebuje twojego uśmiechu. Wasze dzieci potrzebują waszych spojrzeń, które dodawałyby im otuchy. Duszpasterze i inne rodziny potrzebują waszej obecności i waszej radości: radości, która pochodzi od Pana!

Serdecznie was pozdrawiam, zachęcając was, abyście podążali naprzód przeżywając misję, którą powierzył nam Jezus, wytrwale trwając na modlitwie i „na łamaniu chleba” (Dz 2, 42).

I proszę, pamiętajcie o mnie w modlitwie. Ja to czynię każdego dnia, modląc się za was.

Wasz brat

FRANCISZEK

Rzym, u św. Jana na Lateranie, 26 grudnia 2021 r., w święto Świętej Rodziny.

_______________________

 

[1] Przesłanie wideo do uczestników Forum zorganizowanego przez Dykasterię ds. Świeckich, Rodziny i Życia w ramach Roku „Rodzina Amoris laetitia” (9 czerwca 2021): L’Osservatore Romano, wyd. polskie, n. 7 (434)/2021, s. 8.

[2] Por. Adhort. apost. Evangelii gaudium, 24.

[3] Przesłanie wideo do uczestników Forum zorganizowanego przez Dykasterię ds. Świeckich, Rodziny i Życia w ramach Roku „Rodzina Amoris laetitia” (9 czerwca 2021): L’Osservatore Romano, wyd. polskie, n. 7 (434)/2021, s. 8.

[4] Tamże.

[5] Rozważanie podczas spotkania modlitewnego z rodzinami z okazji Roku Wiary (26 października 2013): AAS 105 (2013), 980; L’Osservatore Romano, wyd. polskie, n. 12 (357)/2013, s. 11; por. Posynodalna adhort. apost. Amoris laetitia, 133.

[6] Audiencja Generalna (13 maja 2015): L’Osservatore Romano, wyd. polskie, n. 6 (373)/2015, s. 44; por. Posynodalna adhort. ap. Amoris laetitia, 104.

[7] Orędzie na I Światowy Dzień Dziadków i Osób Starszych, „Ja jestem z tobą przez wszystkie dni” (31 maja 2021).

[01859-PL.01] [Testo originale: Spagnolo]

 

Traduzione in lingua araba

رسالة قداسة البابا فرنسيس

إلى المتزوّجين

في مناسبة سنة ”العائلة فرح الحبّ“

 

أيّها الأزواج والزّوجات الأعزّاء في كلّ العالم،

في مناسبة سنة ”العائلة فرح الحبّ“، أتوجّه إليكم لأعبّر عن محبّتي وقربي منكم في هذا الوقت الخاصّ الذي نعيشه. كنت دائمًا أتذكّر العائلات في صلواتي، ولا سيّما في أثناء الجائحة، التي كانت محنة قاسية جدًّا على الجميع، وخاصّة الأضعفين. هذا الوقت الذي نمرّ به يحملني إلى أن أقترب منكم، بتواضع ومحبّة وترحيب بكلّ واحد منكم، وبكلّ زوجَين، وكلّ عائلة في الظروف التي تختبرونها.

يدعونا هذا الظرف الخاصّ إلى أن نعيش الكلمات التي دعا الله بها إبراهيم لينطلق من أرضه ومن بيت أبيه، إلى أرض غير معروفة، سيريها له هو نفسه (راجع التّكوين 12، 1). نحن أيضًا عشنا أكثر من أيّ وقت مضى، عدم اليقين، والوَحدة، وفقدان الأحبّاء، ودُفعنا للخروج من مناطق أماننا، و”سيطرتنا“، وطرق تصرفنا، وأطماعنا، لنهتمّ ليس فقط بخير عائلتنا، ولكن أيضًا بخير المجتمع، والذي يعتمد أيضًا على سلوكنا الشّخصي.

علاقتنا مع الله هي التي تُكوّننا، أشخاصًا وبشرًا، وترافقنا وتحرّكنا، وتساعدنا في النّهاية على ”الخروج من أرضنا“، وفي مرات كثيرة قد نكون خائفين، نخاف من المجهول، ولكن، نحن نَعلم من إيماننا المسيحيّ أنّنا لسنا وحدنا، لأنّ الله فينا، ومعنا وبيننا: في العائلة، وفي الحيّ، وفي مكان العمل أو الدراسة، وفي المدينة التي نعيش فيها.

على مثال إبراهيم، يترك كلٌّ من الزوجَين أرضه منذ اللحظة التي يسمع فيها الدعوة إلى الحبّ الزوجي، فيقرّر أن يهب نفسه إلى الآخر دون تحفّظ. وبالتالي، فإنّ الخطبة تعني بالفعل الخروج من الأرض، لأنّها تتطلّب السّير معًا على الطّريق المؤدي إلى الزّواج. إنّ ظروف الحياة المختلفة: مرور الأيّام، ومجيء الأبناء، والعمل، والأمراض، هي ظروف فيها يحمل الالتزامُ المتبادل كلَّ واحدٍ على أن يترك كسله، وأماكن أمانه وراحته، والخروج نحو الأرض التي وعد الله بها: أن يكونا اثنين في المسيح، اثنين في واحد. حياة واحدة، ”نحن“ (لا أنا ولا أنت) في شركة المحبّة مع يسوع، الحيّ والحاضر في كلّ لحظة من وجودكم. الله يرافقكم ويحبّكم بلا حدود. أنتم لستم وحدكم!

أيّها الأزواج الأعزّاء، اعلموا أنّ أبناءكم - وخاصّة الصّغار منهم - يراقبونكم بانتباه ويبحثون فيكم عن شهادة حبّ قوي وموثوق. "كم هو مهمّ أن يرى الشّباب بأعينهم محبّة المسيح الحيّ والحاضر في حبّ الزّوجَين، اللذين يشهدان بحياتهما العمليّة أنّ الحبّ إلى الأبد هو أمر ممكن!"[1]. الأبناء هم دائمًا عطيّة، ويغيّرون تاريخ كلّ عائلة. إنّهم متعطّشون للحبّ، والتقدير، والاحترام، والثّقة. تدعوكم الأبوّة والأمومة إلى أن تكونوا فعلًا والِدين، تلدون في أبنائكم فرح اكتشاف أنفسهم أبناء الله، وأبناءَ أبٍ أحبّهم بحنان منذ اللحظة الأولى، ويأخذ بيدهم كلّ يوم. يمكن أن يمنح هذا الاكتشاف لأبنائكم الإيمان والقدرة على الثّقة بالله.

بالتّأكيد، تربية الأبناء ليس أمرًا سهلًا على الإطلاق. ولكن لا ننسَ أنّهم هم أيضًا يربّوننا. تبقى العائلة دائمًا أوّل مكان للتربية، بأعمال أو حركات صغيرة أبلغَ من الكلمات. التّربية هي قبل كلّ شيء مرافقة عمليّات النّمو، وأن نكون حاضرين بطرق متعدّدة، بحيث يمكن للأبناء الاعتماد على والديهم في كلّ الأوقات. المربّي هو الشّخص الذي ”يَلِد“ بالمعنى الرّوحي، وقبل كلّ شيء يضع نفسه في موضع المسؤولية، ويقيم علاقة. من المهمّ، لكونهما أبًا وأمًّا، أن يضعا أنفسهما في علاقة مع الأبناء، انطلاقًا من سلطة مكتسبة يومًا بعد يوم. الأبناء بحاجة إلى الأمان الذي يساعدهم على أن يختبروا الثّقة بكم، وبجمال حياتهم، واليقين من أنهم لن يكونوا وحيدين أبدًا، مهما حدث.

من ناحية أخرى، كما أشرت سابقًا، ازداد الوعي بهويّة ورسالة العلمانيّين في الكنيسة وفي المجتمع. رسالتكم هي تغيير المجتمع من خلال وجودكم في عالم العمل، وهي العمل على الالتزام بضمان احتياجات العائلات.

على الأزواج أيضًا أن يأخذوا المبادرة (primerear)[2] داخل المجتمع الرّعويّ والأبرشيّ بمقترحاتهم وإبداعاتهم، ويبحثوا عن تكامل المواهب والدّعوات للتّعبير عن الشّركة الكنسيّة. خصوصًا الشّركة بين "الأزواج والرّعاة، حتّى يسيروا مع عائلات أخرى، ويساعدوا الأضعفين، ويعلنوا أنّ المسيح حاضرٌ حتّى في الصّعوبات"[3].

لذلك أحثّكم، أيّها الأزواج الأعزّاء، على المشاركة في الكنيسة، خصوصًا في رعويّة العائلة. لأنّ "المسؤوليّة المشتركة تجاه الرّسالة تدعو [...] الأزواج والخدّام المرسومين، ولا سيّما الأساقفة، إلى التعاون بشكل مثمر في رعاية الكنائس البيتيّة وحمايتها"[4]. تذكّروا أن العائلة هي "خليّة المجتمع الأساسيّة" (الإرشاد الرّسولي، فرح الإنجيل، 66). الزّواج هو حقًّا مشروعٌ لبناءِ "ثقافة اللقاء" (رسالة بابويّة عامّة، Fratelli Tutti ”كلّنا إخوة“، 216). لهذا على العائلات أن تقبل تحدِّيَ بناء الجسور بين الأجيال، لنقل القيّم التي تبني الإنسانيّة. نحن بحاجة إلى إبداع جديد، في التّحديات الحاليّة للتّعبير عن القيّم التي تبنينا كشعبٍ، شعب الله، في مجتمعاتنا وفي الكنيسة.

الدّعوة إلى الزّواج هي دعوة إلى قيادة سفينة مزعزعة - ولكنّها آمنة بقوّة السّرّ - في بحر هائج أحيانًا. كم مرّة، مثل الرّسل، أردتم أن تقولوا، أو بالأحرى أن تصرخوا: "يا مُعَلِّم، أَما تُبالي أَنَّنا نَهلِك؟" (مرقس 4، 38). لا ننسَ أنّه من خلال سرّ الزّواج، يسوع حاضرٌ على هذه السّفينة. إنّه يهتمّ بكم، وهو باقٍ معكم في كلّ لحظة، في ارتفاع السفينة وهبوطها على المياه الهائجة. في مقطع آخر من الإنجيل، وفي وسط الصّعوبات، رأى التّلاميذ يسوع يقترب في وسط العاصفة واستقبلوه على متن السّفينة، وأنتم أيضًا، عندما تشتدّ العاصفة، دعوا يسوع يصعد إلى السّفينة، لأنّه عندما "صَعِدَ السَّفينَةَ إِلَيهم [...] سَكَنَتِ الرِّيح" (مرقس 6، 51). من المهمّ أن تُبقُوا معًا نظركم مثبَّتًا في يسوع. هكذا فقط، ستحصلون على السّلام، وستتغلّبون على النّزاعات، وستجدون حلولًا لمشاكلكم الكثيرة. ليس لأنّ هذه الأمور ستختفي، ولكن لأنّكم ستتمكّنون من النظر إليها نظرة أخرى.

يمكنكم أن تعيشوا ما يبدو مستحيلًا، فقط إذا تركتم أنفسكم بين يدَي الرّبّ يسوع. الطّريق هو الاعتراف بالضّعف والعجز الذي تختبرونه أمام المواقف العديدة من حولكم، ولكن في الوقت نفسه يجب أن يكون لديكم اليقين أنّ قدرة المسيح، بهذه الطريقة، تتجلّى في الضّعف (راجع 2 قورنتس 12، 9). في وسط العاصفة بالتّحديد، استطاع الرّسل أن يعرفوا يسوع مَلِكًا وإلهًا، وتعلّموا أن يثقوا به.

على ضوء مراجع الكتاب المقدّس هذه، أودّ أن أغتنم الفرصة للتّفكير في بعض الصّعوبات والفُرص التي عاشتها العائلات في هذا الوقت من الجائحة. على سبيل المثال، ازداد الوقت الذي نكون فيه معًا، وكانت هذه فرصة فريدة لتنمية الحوار في العائلة. بالتأكيد هذا يتطلّب تدريبًا خاصًّا على الصّبر، إذ ليس من السّهل أن نبقى سويًا طوال اليوم، عندما تكون هناك حاجة إلى العمل، والدّراسة، والتّرفيه والاستراحة في البيت نفسه. لا يهزِمْكم التّعب، ولتجعلكم قوّة الحبّ قادرين على النّظر إلى الآخر - إلى الزّوج/الزّوجة والأبناء - أكثر من النّظر إلى تعبكم. أذكّركم بما كتبته في الرسالة ”فرح الحبّ“ (راجع الفقرات رقم 90-119)، وأنا أسترجع نشيد المحبّة للقدّيس بولس (راجع 1 قورنتس 13، 1-13). اطلبوا هذه العطيّة بإلحاح من العائلة المقدّسة، وأعيدوا قراءة نشيد المحبّة حتّى يلهم قراراتكم وأفعالكم (راجع رومة 8، 15؛ غلاطية 4، 6).

بهذه الطريقة، أن نكون معًا لن يكون عقابًا، بل ملجأً في وسط العواصف. لتكن العائلة مكان ترحيب وتفاهم. احفظوا في قلوبكم النّصيحة التي وجّهتها للأزواج بثلاث كلمات: "من فضلك، شكرًا، عذرًا"[5]. وعندما ينشأ صراع ما، "لا تنهوا أبدًا نهاركم بدون أن تتصالحوا"[6]. لا تخجلوا من أن تركعوا معًا أمام يسوع في الإفخارستيّا، حتّى تجدوا لحظات سلام ونظرة متبادلة مليئة بالحنان والصّلاح. أو أن تمسكوا بيد الآخر، عندما يكون غاضبًا قليلًا، حتّى تجعلوه يبتسم. يمكنكم أن تصلّوا صلاة قصيرة، تقولونها معًا بصوت عالٍ، في المساء قبل النّوم، مع يسوع الحاضر بينكم.

ومع ذلك، بالنسبة لبعض الأزواج، كان البقاء معًا الذي أُجبروا عليه أثناء الحجر الصحي صعبًا بشكل خاص. تفاقمت المشاكل الموجودة من قبل، وولدت صراعات أصبحت في كثير من الأحيان لا تطاق. لقد عانى الكثيرون حتى من تفكك العلاقة الزوجية كانت تعاني من أزمة لم يعرفوا أو لم يقدروا التغلب عليها. لهؤلاء الناس أيضًا أودّ أن أعبّر عن قربي ومحبتي.

قطع العلاقة الزوجية تولِد معاناة كثيرة بسبب توقف تطلعات كثيرة، وعدم التفاهم يسبِّب جدالات وجروحًا لا يسهل إصلاحها. حتى الأبناء لا يمكن أن ينجوا من الألم حين يرون والديهم لم يعودوا يعيشون معًا. ومع ذلك، لا تتوقفوا عن طلب المساعدة لتتغلبوا على الصراعات بطريقة ما، فلا ينجم عنها المزيد من الألم بينكم ولأبنائكم. سيُلهمكم الرّبّ يسوع، برحمته اللامحدودة، المضي قدمًا في وسط العديد من الصعوبات والأحزان. لا تكفوا عن الدعاء إليه وعن البحث عن ملجإ فيه، وعن نور للمسيرة، وفي الجماعة تجدون "بيتًا أبويًا، حيث يتوفّر مكانٌ لكلّ واحد مع حياته الصعبة" (الإرشاد الرسولي، فرح الإنجيل، 47).

لا تنسوا أنّ المغفرة تشفي كلّ الجروح. أن نغفر بعضنا لبعض هو نتيجة قرار داخلي ينضج في الصّلاة، وفي العلاقة مع الله، وهو عطية تنبع من النعمة التي يملأ بها المسيح الزوجَين عندما يسمح كلاهما له بالعمل، وعندما يتوجهان إليه. المسيح ”يسكن“ في زواجكم، وينتظر منكم أن تفتحوا له قلوبكم ليسندكم بقوّة محبّته، مثل التلاميذ في السفينة. محبتنا البشرية ضعيفة، وتحتاج إلى قوّة محبّة يسوع الأمينة. عندئذ يمكنكم حقًا أن تبنوا معه "بيتًا على الصَّخْر" (متى 7، 24).

في هذا الصدد، اسمحوا لي أن أوجّه كلمة إلى الشباب الذين يستعدّون للزواج. إن كان من الصّعب على الخُطاب قبل الجائحة أن يخططوا لمستقبلهم، حيث كان من الصّعب أن يجدوا وظيفة مستقرة، فإنّ حالة عدم الاستقرار في مجال العمل تزداد الآن بشكل أكبر. لذلك أدعو الخُطاب ألّا يُحبَطوا، وإلى أن يتحلّوا ”بالشجاعة الخلّاقة“ التي كانت لدى القديس يوسف، الذي أردت تكريم تذكاره في هذه السنة المكرسة له. كذلك أنتم أيضًا، عندما تواجهون مسيرة الزواج، على الرّغم من قلّة الإمكانيات، ثقوا دائمًا بالعناية الإلهية، لأنّ "الصّعوبات تحديدًا هي التي تكشف فينا أحيانًا عن إمكانيّات لم نكن لنعتقد حتى أنّنا نملكها" (رسالة رسولية، بقلب أبوي، 5). لا تتردّدوا في الاعتماد على عائلاتكم وصداقاتكم، وعلى الجماعة الكنسية، وعلى الرعية، لتعيشوا الحياة الزوجية والعائلية في المستقبل وتتعلّموا من الذين مرّوا من قبل على الطريق الذي بدأتموه.

قبل الختام، أودّ أن أبعث بتحية خاصة للأجداد والجدات الذين وجدوا أنفسهم خلال فترة العزلة غير قادرين على رؤية أحفادهم والتواجد معهم، وإلى كبار السّن الذين زاد ألمهم بسبب الوَحدة. لا يمكن للعائلة الاستغناء عن الأجداد، فهم الذاكرة الحية للبشريّة، "هذه الذاكرة يمكن أن تساعد في بناء عالم أكثر إنسانيّة وأكثر ترحيبًا بالجميع"[7].

ليُلهِمْ القديس يوسف جميعَ العائلات الشجاعةَ الخلّاقة، الضرورية جدًا في هذا التغيير في العصر الذي نعيش فيه، ولترافقكم سيدتنا مريم العذراء، في حياتكم الزوجية، على تنمية ثقافة اللقاء، وهذا أمر ملحّ للغاية للتغلب على المحن والصّراعات التي تسود زمننا. لا يمكن للتحديات العديدة أن تسرق فرح الذين يعرفون أنّهم يسيرون مع الرّبّ يسوع. عيشوا دعوتكم بقوّة وعزم. لا تدعوا وجهة نظر حزينة تغيّر وجوهكم. يحتاج العريس أو العروس إلى ابتسامتك. ويحتاج أبناؤكم إلى نظراتكم التي تشجعهم. ويحتاج الرعاة والعائلات الأخرى إلى حضوركم وفرحكم: الفرح الذي يأتي من الرّبّ يسوع!

أحيّيكم بمودّة، وأحثكم أن تمضوا قدمًا في عيش الرسالة التي أوكّلها إلينا الرّبّ يسوع، وأن تواظبوا على الصّلاة و"كَسْرِ الخُبز" (أعمال الرسل 2، 42).

ومن فضلكم لا تنسَوا أن تصلّوا من أجلي. وأنا أصلّي كلّ يوم من أجلكم.

تحية أخويّة،

فرنسيس

أُعطيَ في روما، في بازيليكا القديس يوحنا في اللاتران، يوم 26 كانون الأوّل/ديسمبر من العام 2021، في عيد العائلة المقدسة.

_________________

[1] رسالة إلى المشاركين في منتدى ”أين نحن من فرح الحبّ؟“، 9 يونيو/حزيران 2021.

[2] راجع الإرشاد الرسولي، فرح الإنجيل، 24

[3] رسالة إلى المشاركين في منتدى ”أين نحن من فرح الحبّ؟“، 9 يونيو/حزيران 2021.

[4] نفس المرجع.

[5] كلمة إلى عائلات العالم في مناسبة الحجّ إلى روما في سنة الإيمان (26 تشرين الأوّل/أكتوبر 2013)؛ راجع الإرشاد الرّسولي ما بعد السّينودس، فرح الحبّ، 133.

[6] المقابلة العامّة، 13 أيّار/مايو 2015؛ راجع الإرشاد الرّسولي ما بعد السّينودس، فرح الحبّ، 104.

[7] رسالة في مناسبة اليوم العالمي الأوّل للأجداد وكبار السّن ”أنا معك كلّ يوم“ (31 أيار/مايو 2021).

[01859-AR.01] [Testo originale: Spagnolo]

[B0881-XX.02]