Santa Messa nel Complesso Sportivo “Principe Moulay Abdellah”
Omelia del Santo Padre
Saluto finale del Santo Padre
Dopo il pranzo nella sede della Nunziatura Apostolica di Rabat, il Santo Padre Francesco si è trasferito in auto al Complesso Sportivo “Principe Moulay Abdellah” per la celebrazione della Santa Messa.
Alle ore 14.48 locali (15.48 ora di Roma) il Papa ha presieduto la Celebrazione Eucaristica in lingua spagnola. Dopo la proclamazione del Vangelo pronuncia l’omelia.
Al termine della Santa Messa, S.E. Mons. Cristóbal López Romero, S.D.B., Arcivescovo di Rabat, ha indirizzato un saluto di ringraziamento al Santo Padre. Quindi, prima della Benedizione finale, il Papa ha rivolto ai fedeli e ai pellegrini presenti alcune parole di saluto.
Subito dopo il Papa Francesco ha lasciato il Complesso Sportivo “Principe Moulay Abdellah” e si è trasferito in auto all’Aeroporto Internazionale di Rabat-Salé per la cerimonia di congedo dal Marocco.
Pubblichiamo di seguito l’omelia e il saluto finale che il Santo Padre ha pronunciato nel corso della Santa Messa:
Omelia del Santo Padre
Testo in lingua originale
Traduzione in lingua italiana
Traduzione in lingua francese
Traduzione in lingua inglese
Traduzione in lingua tedesca
Traduzione in lingua portoghese
Traduzione in lingua polacca
Traduzione in lingua araba
Testo in lingua originale
«Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó» (Lc 15,20).
Así el evangelio nos pone en el corazón de la parábola que transparenta la actitud del padre al ver volver a su hijo: tocado en las entrañas no lo deja llegar a casa cuando lo sorprende corriendo a su encuentro. Un hijo esperado y añorado. Un padre conmovido al verlo regresar.
Pero no fue el único momento en que el padre corrió. Su alegría sería incompleta sin la presencia de su otro hijo. Por eso también sale a su encuentro para invitarlo a participar de la fiesta (cf. v. 28). Pero, parece que al hijo mayor no le gustaban las fiestas de bienvenida, le costaba soportar la alegría del padre, no reconoce el regreso de su hermano: «ese hijo tuyo» afirmó (v. 30). Para él su hermano sigue perdido, porque lo había perdido ya en su corazón.
En su incapacidad de participar de la fiesta, no sólo no reconoce a su hermano, sino que tampoco reconoce a su padre. Prefiere la orfandad a la fraternidad, el aislamiento al encuentro, la amargura a la fiesta. No sólo le cuesta entender y perdonar a su hermano, tampoco puede aceptar tener un padre capaz de perdonar, dispuesto a esperar y velar para que ninguno quede afuera, en definitiva, un padre capaz de sentir compasión.
En el umbral de esa casa parece manifestarse el misterio de nuestra humanidad: por un lado, estaba la fiesta por el hijo encontrado y, por otro, un cierto sentimiento de traición e indignación por festejar su regreso. Por un lado, la hospitalidad para aquel que había experimentado la miseria y el dolor, que incluso había llegado a oler y a querer alimentarse con lo que comían los cerdos; por otro lado, la irritación y la cólera por darle lugar a quien no era digno ni merecedor de tal abrazo.
Así, una vez más sale a la luz la tensión que se vive al interno de nuestros pueblos y comunidades, e incluso de nosotros mismos. Una tensión que desde Caín y Abel nos habita y que estamos invitados a mirar de frente: ¿Quién tiene derecho a permanecer entre nosotros, a tener un puesto en nuestras mesas y asambleas, en nuestras preocupaciones y ocupaciones, en nuestras plazas y ciudades? Parece continuar resonando esa pregunta fratricida: acaso ¿yo soy el guardián de mi hermano? (cf. Gn 4,9).
En el umbral de esa casa aparecen las divisiones y enfrentamientos, la agresividad y los conflictos que golpearán siempre las puertas de nuestros grandes deseos, de nuestras luchas por la fraternidad y para que cada persona pueda experimentar desde ya su condición y su dignidad de hijo.
Pero a su vez, en el umbral de esa casa brillará con toda claridad, sin elucubraciones ni excusas que le quiten fuerza, el deseo del Padre: que todos sus hijos tomen parte de su alegría; que nadie viva en condiciones no humanas como su hijo menor, ni en la orfandad, el aislamiento o en la amargura como el hijo mayor. Su corazón quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tm 2,4).
Es cierto, son tantas las circunstancias que pueden alimentar la división y la confrontación; son innegables las situaciones que pueden llevarnos a enfrentarnos y a dividirnos. No podemos negarlo. Siempre nos amenaza la tentación de creer en el odio y la venganza como formas legítimas de brindar justicia de manera rápida y eficaz. Pero la experiencia nos dice que el odio, la división y la venganza, lo único que logran es matar el alma de nuestros pueblos, envenenar la esperanza de nuestros hijos, destruir y llevarse consigo todo lo que amamos.
Por eso Jesús nos invita a mirar y contemplar el corazón del Padre. Sólo desde ahí podremos redescubrirnos cada día como hermanos. Sólo desde ese horizonte amplio, capaz de ayudarnos a trascender nuestras miopes lógicas divisorias, seremos capaces de alcanzar una mirada que no pretenda clausurar ni claudicar nuestras diferencias buscando quizás una unidad forzada o la marginación silenciosa. Sólo si cada día somos capaces de levantar los ojos al cielo y decir Padre nuestro podremos entrar en una dinámica que nos posibilite mirar y arriesgarnos a vivir no como enemigos sino como hermanos.
«Todo lo mío es tuyo» (Lc 15,31), le dice el padre a su hijo mayor. Y no se refiere tan sólo a los bienes materiales sino a ser partícipes también de su mismo amor, de su misma compasión. Esa es la mayor herencia y riqueza del cristiano. Porque en vez de medirnos o clasificarnos por una condición moral, social, étnica o religiosa podamos reconocer que existe otra condición que nadie podrá borrar ni aniquilar ya que es puro regalo: la condición de hijos amados, esperados y celebrados por el Padre.
«Todo lo mío es tuyo», también mi capacidad de compasión, nos dice el Padre. No caigamos en la tentación de reducir nuestra pertenencia de hijos a una cuestión de leyes y prohibiciones, de deberes y cumplimientos. Nuestra pertenencia y nuestra misión no nacerá de voluntarismos, legalismos, relativismos o integrismos sino de personas creyentes que implorarán cada día con humildad y constancia: venga a nosotros tu Reino.
La parábola evangélica presenta un final abierto. Vemos al padre rogar a su hijo mayor que entre a participar de la fiesta de la misericordia. El evangelista no dice nada sobre cuál fue la decisión que este tomó. ¿Se habrá sumado a la fiesta? Podemos pensar que este final abierto está dirigido para que cada comunidad, cada uno de nosotros pueda escribirlo con su vida, con su mirada, con su actitud hacia los demás. El cristiano sabe que en la casa del Padre hay muchas moradas, sólo quedan afuera aquellos que no quieren tomar parte de su alegría.
Queridos hermanos, queridas hermanas, quiero darles las gracias por el modo en que dan testimonio del evangelio de la misericordia en estas tierras. Gracias por los esfuerzos realizados para que sus comunidades sean oasis de misericordia. Los animo y los aliento a seguir haciendo crecer la cultura de la misericordia, una cultura en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea su sufrimiento (cf. Carta ap. Misericordia et misera, 20). Sigan cerca de los pequeños y de los pobres, de los que son rechazados, abandonados e ignorados, sigan siendo signo del abrazo y del corazón del Padre.
Y que el Misericordioso y el Clemente — como lo invocan tan a menudo nuestros hermanos y hermanas musulmanes — los fortalezca y haga fecundas las obras de su amor.
[00537-ES.02] [Texto original: Español]
Traduzione in lingua italiana
«Quando era ancora lontano, suo padre lo vide, ebbe compassione, gli corse incontro, gli si gettò al collo e lo baciò» (Lc 15,20).
Così il Vangelo ci immette nel cuore della parabola che manifesta l’atteggiamento del padre nel vedere ritornare suo figlio: scosso nelle viscere non aspetta che arrivi a casa ma lo sorprende correndogli incontro. Un figlio atteso e desiderato. Un padre commosso nel vederlo tornare.
Ma quello non è stato l’unico momento in cui il Padre si è messo a correre. La sua gioia sarebbe incompleta senza la presenza dell’altro figlio. Per questo esce anche incontro a lui per invitarlo a partecipare alla festa (cfr v. 28). Però, sembra proprio che al figlio maggiore non piacessero le feste di benvenuto; non riesce a sopportare la gioia del padre e non riconosce il ritorno di suo fratello: «quel tuo figlio», dice (v. 30). Per lui suo fratello continua ad essere perduto, perché lo aveva ormai perduto nel suo cuore.
Nella sua incapacità di partecipare alla festa, non solo non riconosce suo fratello, ma neppure riconosce suo padre. Preferisce l’essere orfano alla fraternità, l’isolamento all’incontro, l’amarezza alla festa. Non solo stenta a comprendere e perdonare suo fratello, nemmeno riesce ad accettare di avere un padre capace di perdonare, disposto ad attendere e vegliare perché nessuno rimanga escluso, insomma, un padre capace di sentire compassione.
Sulla soglia di quella casa sembra manifestarsi il mistero della nostra umanità: da una parte c’era la festa per il figlio ritrovato e, dall’altra, un certo sentimento di tradimento e indignazione per il fatto che si festeggiava il suo ritorno. Da un lato l’ospitalità per colui che aveva sperimentato la miseria e il dolore, che era giunto persino a puzzare e a desiderare di cibarsi di quello che mangiavano i maiali; dall’altro lato l’irritazione e la collera per il fatto di fare spazio a chi non era degno né meritava un tale abbraccio.
Così, ancora una volta emerge la tensione che si vive tra la nostra gente e nelle nostre comunità, e persino all’interno di noi stessi. Una tensione che, a partire da Caino e Abele, ci abita e che siamo chiamati a guardare in faccia. Chi ha il diritto di rimanere tra di noi, di avere un posto alla nostra tavola e nelle nostre assemblee, nelle nostre preoccupazioni e occupazioni, nelle nostre piazze e città? Sembra che continui a risuonare quella domanda fratricida: sono forse il custode di mio fratello? (cfr Gen 4,9).
Sulla soglia di quella casa appaiono le divisioni e gli scontri, l’aggressività e i conflitti che percuoteranno sempre le porte dei nostri grandi desideri, delle nostre lotte per la fraternità e perché ogni persona possa sperimentare già da ora la sua condizione e dignità di figlio.
Ma a sua volta, sulla soglia di quella casa brillerà con tutta chiarezza, senza elucubrazioni né scuse che gli tolgano forza, il desiderio del Padre: che tutti i suoi figli prendano parte alla sua gioia; che nessuno viva in condizioni non umane come il suo figlio minore, né nell’orfanezza, nell’isolamento e nell’amarezza come il figlio maggiore. Il suo cuore vuole che tutti gli uomini si salvino e giungano alla conoscenza della verità (1 Tm 2,4).
Sicuramente sono tante le circostanze che possono alimentare la divisione e il conflitto; sono innegabili le situazioni che possono condurci a scontrarci e a dividerci. Non possiamo negarlo. Ci minaccia sempre la tentazione di credere nell’odio e nella vendetta come forme legittime per ottenere giustizia in modo rapido ed efficace. Però l’esperienza ci dice che l’odio, la divisione e la vendetta non fanno che uccidere l’anima della nostra gente, avvelenare la speranza dei nostri figli, distruggere e portare via tutto quello che amiamo.
Perciò Gesù ci invita a guardare e contemplare il cuore del Padre. Solo da qui potremo riscoprirci ogni giorno come fratelli. Solo a partire da questo orizzonte ampio, capace di aiutarci a superare le nostre miopi logiche di divisione, saremo capaci di raggiungere uno sguardo che non pretenda di oscurare o smentire le nostre differenze cercando forse un’unità forzata o l’emarginazione silenziosa. Solo se siamo capaci ogni giorno di alzare gli occhi al cielo e dire “Padre nostro” potremo entrare in una dinamica che ci permetta di guardare e di osare vivere non come nemici, ma come fratelli.
«Tutto ciò che è mio è tuo» (Lc 15,31), dice il padre al figlio maggiore. E non si riferisce solo ai beni materiali ma al partecipare del suo stesso amore e della sua stessa compassione. Questa è la più grande eredità e ricchezza del cristiano. Perché, invece di misurarci o classificarci in base ad una condizione morale, sociale, etnica o religiosa, possiamo riconoscere che esiste un’altra condizione che nessuno potrà cancellare né annientare dal momento che è puro dono: la condizione di figli amati, attesi e festeggiati dal Padre.
«Tutto ciò che è mio è tuo», anche la mia capacità di compassione, ci dice il Padre. Non cadiamo nella tentazione di ridurre la nostra appartenenza di figli a una questione di leggi e proibizioni, di doveri e di adempimenti. La nostra appartenenza e la nostra missione non nasceranno da volontarismi, legalismi, relativismi o integrismi, ma da persone credenti che imploreranno ogni giorno con umiltà e costanza: “venga il tuo Regno”.
La parabola evangelica presenta un finale aperto. Vediamo il padre pregare il figlio maggiore di entrare a partecipare alla festa della misericordia. L’Evangelista non dice nulla su quale sia stata la decisione che egli prese. Si sarà aggiunto alla festa? Possiamo pensare che questo finale aperto abbia lo scopo che ogni comunità, ciascuno di noi, possa scriverlo con la sua vita, col suo sguardo e il suo atteggiamento verso gli altri. Il cristiano sa che nella casa del Padre ci sono molte dimore, e rimangono fuori solo quelli che non vogliono partecipare alla sua gioia.
Cari fratelli e sorelle, voglio ringraziarvi per il modo in cui date testimonianza del vangelo della misericordia in queste terre. Grazie per gli sforzi compiuti affinché le vostre comunità siano oasi di misericordia. Vi incoraggio e vi incito a continuare a far crescere la cultura della misericordia, una cultura in cui nessuno guardi l’altro con indifferenza né giri lo sguardo quando vede la sua sofferenza (cfr Lett. ap. Misericordia et misera, 20). Continuate a stare vicino ai piccoli e ai poveri, a quelli che sono rifiutati, abbandonati e ignorati, continuate ad essere segno dell’abbraccio e del cuore del Padre.
Che il Misericordioso e il Clemente – come tanto spesso lo invocano i nostri fratelli e sorelle musulmani – vi rafforzi e renda feconde le opere del suo amore.
[00537-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]
Traduzione in lingua francese
«Comme il était encore loin, son père l’aperçut et fut saisi de compassion; il courut se jeter à son cou et le couvrit de baisers» (Lc 15, 20).
C’est de cette manière que l’Evangile nous place au cœur de la parabole qui montre l’attitude du père en voyant son fils revenir: touché au plus profond, il ne le laisse pas arriver à la maison, alors qu’il le surprend en courant à sa rencontre. Un enfant regretté et attendu. Un père ému lorsqu’il le voit revenir.
Mais cela n’a pas été le seul moment où le père a couru. Sa joie serait incomplète sans la présence de son autre fils. C’est pourquoi il sort aussi à sa rencontre pour l’inviter à participer à la fête (cf. v. 28). Mais, il semble que le fils aîné n’ait pas apprécié les festivités de bienvenue, que cela lui ait coûté de supporter la joie du père; il ne salue pas le retour de son frère et dit: «ton fils que voilà» (v. 30). Pour lui, son frère demeure perdu, parce qu’il l’a déjà oublié dans son cœur.
Dans son incapacité à participer à la fête, non seulement il ne reconnaît pas son frère, mais il ne reconnaît pas non plus son père. Il préfère la situation d’orphelin à la fraternité, l’isolement à la rencontre, l’amertume à la fête. Non seulement il lui est difficile de comprendre et de pardonner à son frère, mais il ne peut pas non plus accepter d’avoir un père capable de pardonner, prêt à attendre et à veiller afin que personne ne reste dehors; en définitive, un père capable de ressentir de la compassion.
Sur le seuil de cette maison le mystère de notre humanitésemble se manifester: d’un côté, il y a la fête pour le fils retrouvé, et, de l’autre, un certain sentiment de trahison et d’indignation provoqué par la fête de son retour. D’un côté l’hospitalité pour celui qui a fait l’expérience de la misère et de la souffrance, et qui en était même arrivé à sentir et à vouloir se nourrir de ce que mangeaient les porcs; de l’autre, l’irritation et la colère pour le fait d’avoir donné une telle accolade à qui n’en était pas digne ni le méritait.
Ainsi, une fois de plus, est mise en lumière la tension vécue dans nos peuples et nos communautés, et aussi en nous-mêmes. Une tension qui depuis Caïn et Abel nous habite et que nous sommes invités à regarder en face: qui a le droit de rester parmi nous, d’avoir une place à nos tables et dans nos assemblées, dans nos préoccupations et nos occupations, sur nos places et dans nos villes? Cette question fratricide semble continuer à résonner: Est-ce que je suis le gardien de mon frère?(cf. Gn 4, 9).
Sur le seuil de cette maison apparaissent les divisions et les affrontements, l’agressivité et les conflits qui frappent toujours aux portes de nos grands désirs, de nos luttes pour la fraternité et pour que toute personne puisse faire l’expérience dès maintenant de sa condition et de sa dignité de fils.
Mais dans le même temps, sur le seuil de cette maison brillera en toute clarté le désir du Père, sans élucubrations ni excuses qui lui enlèvent de la force: le désir que tous ses enfants prennent part à sa joie; que personne ne vive dans des conditions inhumaines, comme le jeune fils, ni en orphelin, dans l’isolement ou l’amertume comme le fils aîné. Son cœur veut que tous les hommes soient sauvés et parviennent à la connaissance de la vérité (cf. 1 Tm 2, 4).
Certes, les circonstances qui peuvent nourrir la division et la confrontation sont nombreuses; les situations qui peuvent nous conduire à nous affronter et à nous diviser sont indiscutables. Nous ne pouvons pas le nier. La tentation de croire en la haine et en la vengeance comme moyens légitimes d’assurer la justice de manière rapide et efficace, nous menace toujours. Mais l’expérience nous dit que la seule chose qu’apportent la haine, la division et la vengeance, c’est de tuer l’âme de nos peuples, d’empoisonner l’espérance de nos enfants, de détruire et d’emporter avec elles tout ce que nous aimons.
C’est pourquoi Jésus nous invite à regarder et à contempler le cœur du Père. C’est seulement à partir de là que nous pourrons, chaque jour, nous redécouvrir frères. C’est seulement à partir de ce vaste horizon, capable de nous aider à dépasser nos logiques à courte vue qui divisent, que nous serons en mesure de parvenir à un regard qui ne prétend pas clore ni abandonner nos différences en cherchant éventuellement une unité forcée ou la marginalisation silencieuse. C’est seulement si, chaque jour, nous sommes capables de lever les yeux vers le ciel et de dire Notre Père, que nous pourrons entrer dans une dynamique qui nous permet de nous regarder et de prendre le risque de vivre, non pas comme des ennemis, mais comme des frères.
Le père dit à son fils aîné: «Tout ce qui est à moi est à toi» (Lc 15, 31). Et il ne se réfère pas seulement aux biens matériels mais au fait de participer aussi à son amour même et à sa propre compassion. C’est l’héritage et la richesse les plus grands du chrétien. Pour que, plutôt que de nous évaluer et de nous classifier à partir de notre condition morale, sociale, ethnique ou religieuse, nous puissions reconnaître qu’il existe une autre condition, que personne ne pourra supprimer ni détruire puisqu’elle est pur don: la condition d’enfants aimés, attendus et célébrés par le Père.
«Tout ce qui est à moi est à toi», également ma capacité de compassion, nous dit le Père. Ne tombons pas dans la tentation de réduire notre appartenance de fils à une question de lois et d’interdictions, de devoirs et de conformités. Notre appartenance et notre mission ne naîtront pas de volontarismes, de légalismes, de relativismes ou d’intégrismes mais de personnes croyantes qui supplieront tous les jours, avec humilité et constance: que ton Règne vienne sur nous.
La parabole évangélique présente une fin ouverte. Nous voyons le père prier son fils aîné d’entrer et de participer à la fête de la miséricorde. L’Evangéliste ne dit rien sur la décision que celui-ci a prise. Se sera-t-il joint à la fête? Nous pouvons penser que cette fin ouverte a été écrite pour que chaque communauté, chacun de nous, puisse l’écrire avec sa vie, avec son regard et son attitude envers les autres. Le chrétien sait que dans la maison du Père, il y a beaucoup de demeures, seuls restent dehors ceux qui ne veulent pas prendre part à sa joie.
Chers frères, chères sœurs, je veux vous remercier pour la manière dont vous rendez témoignage de l’Evangile de la miséricorde en ces lieux. Merci pour les efforts réalisés afin que vos communautés soient des oasis de miséricorde. Je vous encourage à continuer en faisant grandir la culture de la miséricorde, une culture dans laquelle personne ne regarde l’autre avec indifférence ni ne détourne le regard quand il voit sa souffrance (cf. Lett. ap. Misericordia et misera, n. 20). Continuez auprès des petits et des pauvres, de ceux qui sont exclus, abandonnés et ignorés, continuez à être des signes de l’accolade et du cœur du Père.
Que le Miséricordieux et le Clément – comme l’invoquent si souvent nos frères et sœurs musulmans – vous fortifie et rende fécondes les œuvres de son amour.
[00537-FR.02] [Texte original: Espagnol]
Traduzione in lingua inglese
“While he was yet at a distance, his father saw him and had compassion, and ran and embraced him and kissed him” (Lk 15:20).
Here the Gospel takes us to the heart of the parable, showing the father’s response at seeing the return of his son. Deeply moved, he runs out to meet him before he can even reach home. A son long awaited. A father rejoicing to see him return.
That was not the only time the father ran. His joy would not be complete without the presence of his other son. He then sets out to find him and invites him to join in the festivities (cf. v. 28). But the older son appeared upset by the homecoming celebration. He found his father’s joy hard to take; he did not acknowledge the return of his brother: “that son of yours”, he calls him (v. 30). For him, his brother was still lost, because he had already lost him in his heart.
By his unwillingness to take part in the celebration, the older son fails not only to recognize his brother, but his father as well. He would rather be an orphan than a brother. He prefers isolation to encounter, bitterness to rejoicing. Not only is he unable to understand or forgive his brother, he cannot accept a father capable of forgiving, willing to wait patiently, to trust and to keep looking, lest anyone be left out. In a word, a father capable of compassion.
At the threshold of that home, something of the mystery of our humanity appears. On the one hand, celebration for the son who was lost and is found; on the other, a feeling of betrayal and indignation at the celebrations marking his return. On the one hand, the welcome given to the son who had experienced misery and pain, even to the point of yearning to eat the husks thrown to the swine; on the other, irritation and anger at the embrace given to one who had proved himself so unworthy.
What we see here yet again is the tension we experience in our societies and in our communities, and even in our own hearts. A tension deep within us ever since the time of Cain and Abel. We are called to confront it and see it for what it is. For we too ask: “Who has the right to stay among us, to take a place at our tables and in our meetings, in our activities and concerns, in our squares and our cities?” The murderous question seems constantly to return: “Am I my brother’s keeper?” (cf. Gen 4:9).
At the threshold of that home, we can see our own divisions and strife, the aggressiveness and conflicts that always lurk at the door of our high ideals, our efforts to build a society of fraternity, where each person can experience even now the dignity of being a son or daughter.
Yet at the threshold of that home, we will also see in all its radiant clarity, with no ifs and buts, the father’s desire that all his sons and daughters should share in his joy. That no one should have to live in inhuman conditions, as his younger son did, or as orphaned, aloof and bitter like the older son. His heart wants all men and women to be saved and to come to the knowledge of the truth (1 Tim 2:4).
It is true that many situations can foment division and strife, while others can bring us to confrontation and antagonism. It cannot be denied. Often we are tempted to believe that hatred and revenge are legitimate ways of ensuring quick and effective justice. Yet experience tells us that hatred, division and revenge succeed only in killing our peoples’ soul, poisoning our children’s hopes, and destroying and sweeping away everything we cherish.
Jesus invites us, then, to stop and contemplate the heart of our Father. Only from that perspective can we acknowledge once more that we are brothers and sisters. Only against that vast horizon can we transcend our shortsighted and divisive ways of thinking, and see things in a way that does not downplay our differences in the name of a forced unity or a quiet marginalization. Only if we can raise our eyes to heaven each day and say “Our Father”, will we be able to be part of a process that can make us see things clearly and risk living no longer as enemies but as brothers and sisters.
“All that is mine is yours” (Lk 15:31), says the father to his older son. He is not speaking so much about material wealth, as about sharing in his own love and own compassion. This is the greatest legacy and wealth of a Christian. Instead of measuring ourselves or classifying ourselves according to different moral, social, ethnic or religious criteria, we should be able to recognize that another criterion exists, one that no one can take away or destroy because it is pure gift. It is the realization that we are beloved sons and daughters, whom the Father awaits and celebrates.
“All that is mine is yours”, says the Father, including my capacity for compassion. Let us not fall into the temptation of reducing the fact that we are his children to a question of rules and regulations, duties and observances. Our identity and our mission will not arise from forms of voluntarism, legalism, relativism or fundamentalism, but rather from being believers who daily beg with humility and perseverance: “May your Kingdom come!”
The Gospel parable leaves us with an open ending. We see the father asking the older son to come in and share in the celebration of mercy. The Gospel writer says nothing about what the son decided. Did he join the party? We can imagine that this open ending is meant to be written by each individual and every community. We can complete it by the way we live, the way we regard others, and how we treat our neighbour. The Christian knows that in the Father’s house there are many rooms: the only ones who remain outside are those who choose not to share in his joy.
Dear brothers and dear sisters, I want to thank you for the way in which you bear witness to the Gospel of mercy in this land. Thank you for your efforts to make each of your communities an oasis of mercy. I encourage you to continue to let the culture of mercy grow, a culture in which no one looks at others with indifference, or averts his eyes in the face of their suffering (cf. Misericordia et Misera, 20). Keep close to the little ones and the poor, and to all those who are rejected, abandoned and ignored. Continue to be a sign of the Father’s loving embrace.
May the Merciful and Compassionate One – as our Muslim brothers and sisters frequently invoke him – strengthen you and make your works of love ever more fruitful.
[00537-EN.02] [Original text: Spanish]
Traduzione in lingua tedesca
»Der Vater sah ihn schon von weitem kommen und er hatte Mitleid mit ihm. Er lief dem Sohn entgegen, fiel ihm um den Hals und küsste ihn« (Lk 15,20).
So versetzt uns das Evangelium ins Herz des Gleichnisses, das die Haltung des Vaters durchscheinen lässt, als er seinen Sohn umkehren sieht: Im Innersten berührt lässt er ihn nicht bis zum Haus kommen, sondern läuft ihm überraschend entgegen. Ein Sohn, der erwartet und ersehnt wird. Ein Vater, der ergriffen ist, als er ihn zurückkehren sieht.
Doch das war nicht der einzige Moment, wo der Vater gelaufen ist. Seine Freude wäre unvollkommen ohne die Anwesenheit seines anderen Sohnes. Daher geht er auch ihm entgegen, um ihn zum Fest einzuladen (vgl. V. 28). Doch dem älteren Sohn scheinen die Willkommensfeiern nicht gefallen zu haben. Es fiel ihm schwer, die Freude des Vaters zu ertragen, und er erkennt die Rückkehr seines Bruders nicht an. Er sagte abfällig: »der hier …, dein Sohn« (V. 30). Für ihn ist sein Bruder weiterhin verloren, weil er ihn bereits in seinem Herzen verloren hatte.
In seiner Unfähigkeit, am Fest teilzunehmen, lehnt er nicht nur seinen Bruder ab, er erkennt auch seinen Vater nicht an. Er ist lieber Waise als Bruder, er zieht die Absonderung dem Miteinander, die Bitterkeit der Festfreude vor. Er ist nicht nur unfähig, seinen Bruder zu verstehen und ihm zu verzeihen. Er kann es ebenso wenig akzeptieren, einen Vater zu haben, der fähig ist zu vergeben, der bereit ist, zu warten und darüber zu wachen, dass keiner draußen bleibt. Also einen Vater, der fähig ist, Mitgefühl zu empfinden.
Auf der Schwelle jenes Hauses scheint sich das Geheimnis unseres Menschseins zu zeigen: auf der einen Seite gab es das Fest für den wiedergefundenen Sohn und auf der anderen ein gewisses Gefühl von Betrogensein und Empörung wegen der Feier seiner Rückkehr. Auf der einen Seite die Gastfreundschaft für einen, der das Elend und die Schmerzen erfahren hatte, der sogar so weit gekommen war, zu stinken und sich von dem, was die Schweine fressen, ernähren zu wollen, auf der anderen der Ärger und der Zorn, weil man Raum schafft für jemanden, der eine solche Umarmung nicht verdient hatte.
So kommt einmal mehr die Spannung ans Licht, die sich innerhalb unserer Völker und Gemeinschaften findet, einschließlich in uns selbst. Eine Spannung, die seit Kain und Abel in uns existiert und der wir ins Auge schauen sollten: Wer hat das Recht, bei uns zu bleiben, einen Platz an unseren Tischen und in unseren Versammlungen, in unseren Sorgen und Aufgaben, auf unseren Plätzen und in unseren Städten zu finden? Es scheint, dass die Frage des Brudermörders immer wieder laut wird: Bin ich etwa der Hüter meines Bruders (vgl. Gen 4,9).
Auf der Schwelle jenes Hauses erscheinen die Spaltungen und die Auseinandersetzungen, die Aggressivität und die Konflikte, die immer an den Türen unserer großen Sehnsüchte, unseres Ringens um Brüderlichkeit rütteln; unseres Ringens darum, dass jeder Mensch schon heute seinen Status und seine Würde als Sohn erfahren kann.
Doch wird auf der Schwelle jenes Haus mit großer Klarheit, ohne langes Grübeln oder Ausflüchte, die Kraft entziehen, der Wunsch des Vaters erstrahlen: nämlich, dass alle seine Kinder an seiner Freude teilhaben, dass keiner in menschenunwürdigen Verhältnissen lebe wie sein jüngerer Sohn und auch nicht in Verwaisung, in Absonderung oder in Bitterkeit wie der ältere Sohn. Sein Herz wünscht, dass alle Menschen gerettet werden und zur Erkenntnis der Wahrheit gelangen (1 Tim 2,4).
Gewiss gibt es viele Umstände, die Spaltungen und die Konfrontationen schüren können; unleugbar existieren Situationen, die uns in Kontrast bringen und spalten können. Wir können das nicht abstreiten. Immer droht uns die Versuchung, Hass und Vergeltung als legitime Formen anzusehen, um Gerechtigkeit auf schnelle und wirksame Weise zu erreichen. Die Erfahrung zeigt uns jedoch, dass der Hass, die Spaltung und die Vergeltung nur die Seele unserer Völker töten, die Hoffnung unserer Söhne und Töchter vergiften sowie all das zerstören und wegreißen, was wir lieben.
Daher lädt uns Jesus ein, das Herz des Vaters anzuschauen und zu betrachten. Nur von dort her werden wir uns jeden Tag als Brüder und Schwestern wiedererkennen können. Nur von jenem weiten Horizont her, der uns helfen kann, unsere kurzsichtige, spalterische Denkweise zu überwinden, werden wir eine andere Perspektive gewinnen. Diese wird unsere Verschiedenheiten nicht mehr in einer erzwungenen Einheit oder einer stillschweigenden Marginalisierung zu verstecken oder aufzugeben suchen. Nur wenn wir jeden Tag fähig sind, die Augen zum Himmel zu richten und Vater unser zu sagen, werden wir in eine Dynamik eintreten können, die uns die Schau und das Wagnis eröffnet, nicht mehr als Feinde, sondern als Brüder und Schwestern zu leben.
»Alles, was mein ist, ist auch dein« (Lk 15,31) sagt der Vater zum älteren Sohn. Er bezieht sich dabei nicht nur auf die materiellen Güter, sondern auch auf die Teilhabe an seiner eigenen Liebe und seinem eigenen Mitgefühl. Das ist das größte Erbe und der Reichtum des Christen. Denn anstatt uns nach moralischen, sozialen, ethnischen oder religiösen Bedingungen zu messen oder zu klassifizieren, könnten wir erkennen, dass es einen anderen Statusgibt, den man nie zerstören oder zunichte machen kann, weil er ein reines Geschenk ist: der Status, geliebte, erwartete und gefeierte Söhne und Töchter für den Vater zu sein.
»Alles, was mein ist, ist auch dein«, auch meine Fähigkeit zum Mitgefühl, sagt uns der Vater. Fallen wir nicht in die Versuchung, unsere Zugehörigkeit als Söhne und Töchter auf eine Frage von Gesetzen und Verboten, von Pflichten und Erfüllungen zu reduzieren. Unsere Zugehörigkeit und unsere Mission gehen nicht aus Arten des Voluntarismus, Legalismus, Relativismus und Fundamentalismus hervor. Sie kommen vielmehr von glaubenden Menschen, die jeden Tag mit Demut und Beständigkeit beten: „dein Reich komme“.
Das Gleichnis des Evangeliums hat ein offenes Ende. Wir sehen den Vater, wie er den älteren Sohn bittet, am Fest der Barmherzigkeit teilzunehmen. Der Evangelist sagt nichts über die Entscheidung, die dieser traf. Wird er sich den Feiernden angeschlossen haben? Wir können uns vorstellen, dass dieses offene Ende dazu gedacht ist, dass jede Gemeinschaft, jeder von uns es mit seinem Leben, mit seinem Blick und mit seinem Verhalten gegenüber den Mitmenschen fertigschreiben kann. Der Christ weiß, dass es im Haus des Vaters viele Wohnungen gibt. Es bleiben nur die draußen, die nicht an seiner Freude teilhaben wollen.
Liebe Brüder, liebe Schwestern, ich möchte euch Dank sagen für die Weise, wie ihr in diesem Land Zeugnis für das Evangelium der Barmherzigkeit gebt. Danke für die Bemühungen, damit diese Gemeinschaften Oasen der Barmherzigkeit sind. Ich ermutige und bestärke euch darin, weiter die Kultur der Barmherzigkeit wachsen zu lassen, eine Kultur, in der niemand mit Gleichgültigkeit auf den anderen schaut oder den Blick abwendet, wenn er das Leid der Mitmenschen sieht (vgl. Apostolisches Scheiben Misericordia et misera, 20). Seid immer den Kleinen und den Armen nahe; denen, die ausgestoßen, verlassen und vergessen sind. Seid weiterhin ein Zeichen der Umarmung und des Herzens des Vaters.
Möge euch der Erbarmende und der Gütige – wie ihn unsere muslimischen Brüder und Schwestern so oft anrufen – stärken und die Werke seiner Liebe fruchtbar machen.
[00537-DE.02] [Originalsprache: Spanisch]
Traduzione in lingua portoghese
«Quando ainda estava longe, o pai viu-o e, enchendo-se de compaixão, correu a lançar-se-lhe ao pescoço e cobriu-o de beijos» (Lc 15, 20).
Assim nos leva o Evangelho ao coração da parábola onde se apresenta o comportamento do pai quando vê regressar o seu filho: comovido até às entranhas, não espera que ele chegue a casa, mas surpreende-o correndo ao seu encontro. Um filho ansiosamente esperado. Um pai comovido ao vê-lo regressar.
Mas não foi a única vez que o pai correu. A sua alegria seria incompleta sem a presença do outro filho. Por isso, sai também ao seu encontro, para convidá-lo a tomar parte na festa (cf. 15, 28). Contudo o filho mais velho parece não gostar das festas de boas-vindas, custava-lhe suportar a alegria do pai, não reconhece o regresso do seu irmão: «esse teu filho» (15, 30) – dizia. Para ele, o irmão continua perdido, porque já o perdera no seu coração.
Incapaz de participar na festa, não só não reconhece o irmão, mas tão-pouco reconhece o pai. Prefere ser órfão à fraternidade, o isolamento ao encontro, a amargura à festa. Custa-lhe não só compreender e perdoar a seu irmão, mas também aceitar ter um pai capaz de perdoar, disposto a esperar e velar por que ninguém fique fora; enfim, um pai capaz de sentir compaixão.
No limiar daquela casa, parece manifestar-se o mistério da nossa humanidade: por um lado, temos a festa pelo filho reencontrado e, por outro, um certo sentimento de traição e indignação por se festejar o seu regresso. Por um lado, a hospitalidade para quem experimentara tal miséria e sofrimento, que chegara ao ponto de exalar o cheiro dos porcos e querer alimentar-se com o que eles comiam; por outro, a irritação e o ressentimento por se dar lugar a alguém que não era digno nem merecedor de tal abraço.
Deste modo, mais uma vez vem à luz a tensão que se vive no meio da nossa gente e nas nossas comunidades, e até dentro de nós mesmos. Uma tensão que, a partir de Caim e Abel, mora em nós e que somos convidados a encarar: Quem tem direito a permanecer entre nós, ocupar um lugar à nossa mesa e nas nossas assembleias, nas nossas solicitudes e serviços, nas nossas praças e cidades? Parece continuar a ressoar aquela pergunta fratricida: Porventura sou eu o guardião do meu irmão? (cf. Gn 4, 9).
No limiar daquela casa, surgem as divisões e desencontros, a agressividade e os conflitos que sempre atingirão as portas dos nossos grandes desejos, das nossas lutas pela fraternidade e pela possibilidade de cada pessoa experimentar desde já a sua condição e dignidade de filho.
Mas no limiar daquela casa brilhará também em toda a sua claridade, sem lucubrações nem desculpas que lhe tirem força, o desejo do Pai: que todos os seus filhos tomem parte na sua alegria; que ninguém viva em condições desumanas como seu filho mais novo, nem na orfandade, isolamento ou amargura como o filho mais velho. O seu coração quer que todos os homens se salvem e cheguem ao conhecimento da verdade (cf. 1 Tm 2, 4).
Sem dúvida, há tantas circunstâncias que podem alimentar a divisão e o conflito; são inegáveis as situações que podem levar a afrontar-nos e dividir-nos. Não podemos negá-lo. Estamos sempre ameaçados pela tentação de crer no ódio e na vingança como formas legítimas de obter justiça de maneira rápida e eficaz. Mas a experiência diz-nos que a única coisa que conseguem o ódio, a divisão e a vingança é matar a alma da nossa gente, envenenar a esperança dos nossos filhos, destruir e fazer desaparecer tudo o que amamos.
Por isso, Jesus convida-nos a fixar e contemplar o coração do Pai. Só a partir dele poderemos, cada dia, redescobrir-nos como irmãos. Só a partir deste horizonte amplo, capaz de nos ajudar a superar as nossas míopes lógicas de divisão, é que seremos capazes de alcançar um olhar que não pretenda obscurecer ou desmentir as nossas diferenças, buscando talvez uma unidade forçada ou uma marginalização silenciosa. Só se formos capazes diariamente de levantar os olhos para o céu e dizer Pai Nosso, é que poderemos entrar numa dinâmica que nos possibilite olhar e ousar viver, não como inimigos, mas como irmãos.
«Tudo o que é meu é teu» (Lc 15, 31): diz o pai ao filho mais velho. E não se refere apenas aos bens materiais, mas a ser participante também do seu amor e da sua compaixão. Esta é a maior herança e riqueza do cristão. Com efeito, em vez de nos medirmos ou classificarmos com base numa condição moral, social, étnica ou religiosa, podemos reconhecer que existe outra condição que ninguém poderá apagar ou aniquilar, pois é puro dom: a condição de filhos amados, esperados e festejados pelo Pai.
«Tudo o que é meu é teu», incluindo a minha capacidade de compaixão: diz-nos o Pai. Não caiamos na tentação de reduzir a nossa filiação a uma questão de leis e proibições, de deveres e seu cumprimento. A nossa filiação e a nossa missão nascerão, não de voluntarismos, legalismos, relativismos ou integrismos, mas da imploração feita por pessoas crentes que diariamente rezam com humildade e constância: Venha a nós o vosso Reino.
A parábola do Evangelho deixa aberto o final. Vemos o pai rogar ao filho mais velho que entre e participe na festa da misericórdia; mas o evangelista nada diz acerca da decisão que ele tomou. Ter-se-á associado à festa? Podemos pensar que este final aberto sirva para cada comunidade, cada um de nós o escrever com a sua vida, o seu olhar e atitude para com os outros. O cristão sabe que, na casa do Pai, há muitas moradas; de fora, ficam apenas aqueles que não querem tomar parte na sua alegria.
Queridos irmãos, queridas irmãs, quero agradecer-vos pela forma como dais testemunho do Evangelho da misericórdia nestas terras. Obrigado pelos esforços feitos para tornardes as vossas comunidades oásis de misericórdia. Animo-vos e encorajo a continuar a fazer crescer a cultura da misericórdia, uma cultura na qual ninguém olhe para o outro com indiferença nem desvie o olhar ao ver o seu sofrimento (cf. Carta ap. Misericordia et misera, 20). Continuai ao lado dos humildes e dos pobres, daqueles que são rejeitados, abandonados e ignorados; continuai a ser sinal do abraço e do coração do Pai.
Que o Misericordioso e o Clemente – como tantas vezes O invocam os nossos irmãos e irmãs muçulmanos – vos fortaleça e faça frutificar as obras do vosso amor.
[00537-PO.02] [Texto original: Espanhol]
Traduzione in lingua polacca
„A gdy był jeszcze daleko, ujrzał go jego ojciec i wzruszył się głęboko; wybiegł naprzeciw niego, rzucił mu się na szyję i ucałował go” (Łk 15, 20).
W ten sposób Ewangelia wprowadza nas w centrum przypowieści, która ukazuje postawę ojca, widzącego, że jego syn powraca: głęboko poruszony nie czeka, aż dotrze do domu, ale zaskakuje go, wybiegając mu na spotkanie. Na spotkanie syna oczekiwanego i upragnionego. Ojciec wzruszony, gdy widzi, że on powraca.
Ale nie tylko wtedy Ojciec zaczął biec. Jego radość byłaby niepełna bez obecności drugiego syna. Dlatego wychodzi także na spotkanie z nim, by go zaprosić do udziału w uczcie (por. w. 28). Wydaje się jednak, że starszemu synowi nie podobają się przyjęcia powitalne; nie może znieść radości swego ojca i nie ma uznania dla powrotu brata: „ten syn twój” – mówi (w. 30). Dla niego brat jest nadal stracony, ponieważ już go zatracił w sercu.
Nie będąc w stanie uczestniczyć w uczcie, nie tylko nie uznaje swojego brata, ale nie ma też uznania dla swojego ojca. Woli być sierotą niż zaznać braterstwa, izolację niż spotkanie, rozgoryczenie od świętowania. Nie tylko trudno mu zrozumieć i przebaczyć swojemu bratu, ale nie umie też zaakceptować ojca, który jest zdolny do przebaczenia, gotowy czekać i czuwać, aby nikt nie został wykluczony, krótko mówiąc, ojca zdolnego do odczuwania współczucia.
Na progu tego domu zdaje się objawiać tajemnica naszego człowieczeństwa: z jednej strony było święto z powodu odnalezienia się syna, z drugiej zaś pewne poczucie zdrady i oburzenia faktem, że jego powrót był obchodzony uroczyście. Z jednej strony gościnność dla tego, który doświadczył nędzy i cierpienia, który upadł tak nisko, że śmierdział i chciał się pożywić tym, co jadły świnie; z drugiej strony, irytacja i gniew z powodu czynienia miejsca dla tego, kto nie był godzien ani nie zasługiwał na takie wzięcie w ramiona.
Tak więc po raz kolejny pojawia się napięcie, które istnieje pośród naszego ludu i w naszych wspólnotach, a wręcz w nas samych. Napięcie, które począwszy od Kaina i Abla, jest w nas i do któremu powinniśmy się przyjrzeć. Kto ma prawo, by przebywać pośród nas, by zająć miejsce przy naszym stole i na naszych zgromadzeniach, w naszych niepokojach i obowiązkach, na naszych placach i w miastach? Zdaje się, że nadal rozbrzmiewa to bratobójcze pytanie: Czyż jestem stróżem brata mego? (por. Rdz 4,9).
Na progu tego domu pojawiają się podziały i starcia, agresja i konflikty, które zawsze uderzają w drzwi naszych wielkich pragnień, naszych zmagań o braterstwo i o to, by każdy człowiek mógł już teraz doświadczyć swojego stanu i godności synowskiej.
Ale z drugiej strony, na progu tego domu będzie jaśnieć z całą wyrazistością, bez kombinowania i wymówek, które odbierają mu moc, pragnienie Ojca: aby wszystkie Jego dzieci miały udział w Jego radości; aby nikt nie żył w warunkach nieludzkich, takich jak jego młodszy syn, ani w osieroceniu, izolacji i goryczy, jak jego starszy syn. Jego serce pragnie, aby wszyscy ludzie zostali zbawieni i doszli do poznania prawdy (por. 1 Tm 2,4).
Z pewnością istnieje wiele okoliczności, które mogą pobudzać do podziałów i konfliktów; nie da się zaprzeczyć, że istnieją sytuacje, które mogą nas doprowadzić do strać i podziałów. Nie możemy temu zaprzeczyć. Zawsze grozi nam pokusa, by uwierzyć w nienawiść i zemstę jako uprawione sposoby szybkiego i skutecznego osiągnięcia sprawiedliwości. Ale doświadczenie nam mówi, że nienawiść, podział i zemsta jednie zabijają duszę naszego ludu, zatruwają nadzieję naszych dzieci, niszczą i odbierają wszystko, co kochamy.
Dlatego Jezus zachęca nas do spojrzenia i kontemplowania serca Ojca. Tylko wychodząc od niego, możemy codziennie na nowo odkrywać siebie jako bracia. Jedynie wychodząc z tej szerokiej perspektywy, zdolnej do przezwyciężenia naszych krótkowzrocznych logik podziału, będziemy zdolni do zyskania takiego spojrzenia, które nie usiłowałoby przesłonić lub zaprzeczać istniejącym między nami różnicom, dążąc być może do jedności na siłę lub do milczącej marginalizacji. Tylko jeśli będziemy w stanie każdego dnia wznieść oczy ku niebu i wypowiedzieć „Ojcze nasz”, będziemy mogli wejść w dynamikę, która pozwala nam patrzeć i ośmielać się żyć nie jak wrogowie, ale jak bracia.
„Wszystko moje do ciebie należy” (Łk 15, 30), mówi ojciec do starszego syna. I nie odnosi się jednie do dóbr materialnych, ale do udziału w jego miłości i w jego współczuciu. Jest to największe dziedzictwo i bogactwo chrześcijanina. Zamiast bowiem mierzyć się lub klasyfikować na podstawie stanu moralnego, społecznego, etnicznego lub religijnego, możemy uznać, że istnieje inne uwarunkowanie, którego nikt nie może anulować ani unicestwić, bo jest to czysty dar: stan dzieci miłowanych, oczekiwanych przez Ojca, na których cześć wyprawia On ucztę.
„Wszystko moje do ciebie należy”, także moja zdolność do współczucia, mówi nam Ojciec. Nie popadajmy w pokusę, by sprowadzać naszą przynależność synowską do kwestii praw i zakazów, obowiązków i formalności. Nasza przynależność i nasza misja nie zrodzą się z woluntaryzmu, legalizmu, relatywizmu czy integryzmu, ale z bycia osobami wierzącymi, które będą błagać każdego dnia z pokorą i stałością: „przyjdź królestwo Twoje”.
Ewangeliczna przypowieść zostawia zakończenie otwarte. Widzimy, że ojciec prosi starszego syna, aby wszedł i uczestniczył w święcie miłosierdzia. Ewangelista nic nie mówi o podjętej decyzji. Czy dołączył do uczty? Możemy pomyśleć, że to otwarte zakończenie ma na celu, by każda wspólnota, każdy z nas, mógł je napisać swoim życiem, swoim spojrzeniem i postawą wobec innych. Chrześcijanin wie, że w domu Ojca jest mieszkań wiele i pozostają na zewnątrz tylko ci, którzy nie chcą uczestniczyć w Jego radości.
Drodzy bracia, drogie siostry, chcę wam podziękować za sposób, w jaki na tych ziemiach dajecie świadectwo Ewangelii miłosierdzia. Dziękuję za wasze wysiłki, by uczynić wasze wspólnoty oazami miłosierdzia. Zachęcam was i nakłaniam do dalszego rozwijania kultury miłosierdzia, kultury, w której nikt nie patrzy na drugiego z obojętnością lub nie odwraca wzroku, gdy widzi jego cierpienie (por. List ap. Misericordia et misera, 20). Bądźcie nadal blisko maluczkich i ubogich tych, którzy są odrzucani, opuszczeni i pomijani, bądźcie nadal znakiem uścisku i serca Ojca.
Niech Miłosierny i Łaskawy – jak Go często przyzywają nasi muzułmańscy bracia i siostry –umacnia was i czyni owocnymi dzieła Jego miłości.
[00537-PL.02] [Testo originale: Spagnolo]
Traduzione in lingua araba
يارة الرسولية إلى مملكة المغرب
عظة قداسة البابا فرنسيس
أثناء القدّاس الإلهي
مدينة الرباط، 31 مارس / آذار 2019
"وكانَ لم يَزَلْ بَعيدًا إِذ رآه أَبوه، فتَحَرَّكَت أَحْشاؤُه وأَسرَعَ فأَلْقى بِنَفسِه على عُنُقِه وقَبَّلَه طَويلاً" (لو ١٥، ٢٠).
هكذا يضعنا الإنجيل في قلب المثل الذي يكشف موقف الأب لدى رؤيته لابنه عائدًا: إذ تحرّكت أحشاؤه لم يتركه يصل إلى البيت بل فاجأه مسرعًا للقائه. ابنٌ مُنتَظَر ومُفتَقَد. وأبٌ متأثِّر لرؤيته عائدًا.
ولكن لم تكن هذه اللحظة الوحيدة التي ركض فيها الأب. ففرحه يكون ناقصًا في غياب الابن الآخر. لذلك خرج للقائه أيضًا ليدعوه للمشاركة في العيد (را. آية ٢٨). لكن يبدو أن الابن الأكبر لا يحبّ حفلات الترحيب، لم يتحمّل فرح الأب، ولم يعترف بعودة أخيه: "ابنك هذا" (آية ٣٠). فشقيقه، بالنسبة له، لا يزال ضائعًا، لأنّه كان قد فقده في قلبه.
وعبر عدم قدرته على المشاركة في العيد، هو لا ينكر أخيه وحسب، وإنما لا يعترف بأبيه أيضًا. يفضّل اليُتمَ على الأخوّة، والعزلةَ على اللقاء، والحزنَ على الاحتفال. لم يصعب عليه فقط أن يفهم ويسامح أخاه، ولكنّه لا يقبل أيضًا أن يكون لديه أب قادر على المغفرة ومستعدّ للسهر والانتظار حتى لا يبقى أحد خارجًا، بمعنى آخر أب قادر على التعاطف.
يبدو أنّ سرَّ بشريّتنا يظهر عند عتبة هذا البيت: فمن جهة، هناك الاحتفال بالابن الذي وُجِد، ومن جهة أخرى، هناك نوع من الشعور بالخيانة والاستياء بسبب الاحتفال بعودته. من جهة، نجد كرم الضيافة لذلك الذي عانى من البؤس والألم والذي كانَ يَشتَهي أَن يَملأَ بَطنَه مما كانت تأكله الخَنازيرُ؛ ومن جهة أخرى، نجد الغيظ والغضب لاستقبال الذي لم يكن أهلًا ولا مُستحقًّا لهذا العناق.
هكذا ومرّة أخرى يظهر التوتّر الذي يُعاش داخل شعوبنا وجماعاتنا وفي داخلنا نحن أيضًا. توتّر يقيم فينا منذ أيام قايين وهابيل، ونحن مدعوون للنظر إليه بشكل مباشر: من يملك الحقّ في أن يقيم معنا، وأن يكون لديه مكانًا في موائدنا وتجمُّعاتنا، في اهتماماتنا وانشغالاتنا، في ساحاتنا ومدننا؟ يبدو أنّه لا يزال يتردّد صدى ذاك السؤال القاتل: "أَحَارِسٌ أَنَا لِأَخِي؟" (را. تك ٤، ۹).
عند عتبة هذا البيت تظهر الانقسامات والمواجهات، والعدوانية والنزاعات التي تقرع باستمرار أبوابَ رغباتنا الكبيرة، وكفاحنا في سبيل الأخوَّة وكي يتمكن كلُّ شخص من أن يختبر منذ الآن حالته وكرامته كابن.
ولكن، عند عتبة هذا البيت، تشعّ بدورها رغبةُ الآب بوضوح تام، بدون تخيلات ولا أعذار تسلبها قوّتها؛ رغبته بأن يشاركه جميع أبنائه فرحه؛ وبألّا يعيش أحدٌ في أوضاع غير إنسانية كابنه الصغير، وألّا يعيش أحد في اليُتم والعزلة والحزن كالابن الأكبر. إن قلبه يريد أن يَخْلُصَ جَميعُ النَّاسِ ويَبلُغوا إِلى مَعرِفَةِ الحَقّ (١ طيم ٢، ٤).
من المؤكّد أن الظروف التي يمكنها أن تغذي الانقسامات والمعارضة هي كثيرة؛ كذلك لا يمكننا أن ننكر الأوضاع التي يمكنها أن تحملنا على التواجه والانقسام. لا يمكننا أن ننكرها. فالميل إلى الاعتقاد بأن الحقد والانتقام هي أشكال شرعية للحصول على العدالة بطريقة سريعة وفعالة، يهدّدنا على الدوام. لكنَّ الخبرة تقول لنا أنَّ ما يصنعه الحقد والانقسام والانتقام إنما هو فقط قتل روح شعوبنا وتسميم رجاء أبنائنا وتدمير كلّ ما نحبّه وسلبه.
لذلك يدعونا يسوع للنظر إلى قلب الآب والتأمّل به. وانطلاقا منه فقط سنتمكّن من أن نكتشف أنفسنا مجدّدًا ويوميًّا كإخوة. من هذا الأفق الواسع وحده، القادر على مساعدتنا على الارتقاء عن منطقنا الأعمى الذي يُقسّم، سنصبح قادرين على بلوغ نظرة لا تدّعي بالقضاء على اختلافاتنا أو التخلّي عنها عبر البحث عن وحدة قسريّة أو عن تهميش صامت. إن تمكّنا من أن نرفع أعيننا يوميًا نحو السماء وأن نتلو "صلاة الآبانا" عندها سنتمكّن من الدخول في ديناميكية تسمح لنا بالنظر والمخاطرة بالعيش لا كأعداء وإنما كإخوة.
قال الأب لابنه الأكبر: "جَميعُ ما هو لي فهُو لَكَ" (لو ١٥، ٣١). وهو لا يشير فقط إلى الخير الماديّ وإنما أيضًا إلى أنّه يشاركه محبّته وشفقته الخاصة. هذا هو الإرث الأكبر للمسيحي وغناه. لأنه وبدلًا من أن نقيس أنفسنا أو نصنّفها بحسب وضع أخلاقي أو اجتماعي أو عرقي أو ديني يمكننا أن نعترف أن هناك وضعًا آخر لا يستطيع أحد إزالته أو تدميره لأنّه هبة خالصة: وهو وضعنا كأبناء محبوبين ينتظرهم الآب ويفرح بهم.
يقول لنا الآب: "جَميعُ ما هو لي فهُو لَكَ"، كذلك قدرتي على التعاطف. لا نقعنَّ إذًا في تجربة تحويل انتمائنا كأبناء إلى مجرّد مسألة قوانين وممنوعات، واجبات وانصياع. إن انتماءنا ورسالتنا لن يكونا ثمرة الطوعيّة أو الشرعية أو النسبية أو التشدّد وإنما من أشخاص مؤمنين يطلبون يوميًّا بتواضع وثبات: ليأتِ ملكوتك.
يقدّم لنا هذا المثل نهاية مفتوحة. نرى الأب يسأل ابنه الأكبر أن يدخل ويشارك في عيد الرحمة. والإنجيلي لا يخبرنا شيئًا عن القرار الذي اتّخذه. هل انضمّ إلى الاحتفال؟ يمكننا أن نفكّر أنَّ هذه النهاية المفتوحة هي موجّهة كي تتمكّن كل جماعة وكلُّ شخص منا من أن يكتبها من خلال حياته ونظرته وموقفه تجاه الآخرين. إنَّ المسيحي يعرف أنّ في بيت الآب منازل كثيرة، ويبقى خارجًا فقط أولئك الذين لا يريدون أن يشاركوا في فرحه.
أيها الإخوة والأخوات الأحباء، أريد أن أشكركم على الطريقة التي تشهدون بها لإنجيل الرحمة في هذه الأراضي. أشكركم على الجهود التي تقومون بها لكي تكون جماعاتكم واحات رحمة. إني أشجّعكم وأحثّكم على الاستمرار في تنمية ثقافة الرحمة، ثقافة لا ينظر فيها المرء إلى الآخر دون مبالاة، ولا يحيد عنه نظره عندما يرى ألمه (را. الرسالة الرسولية رحمة وبائسة، عدد ٢٠). ابقوا على مقربة من الصغار والفقراء والمنبوذين والمتروكين والمُهملين، وثابروا في كونكم علامة لعناق الآب وقلبه.
ليقوّيكم الله الرحمن الرحيم –كما يدعوه إخوتنا وأخواتنا المسلمين– وليجعل أعمال محبّتكم مثمرة.
[00537-AR.02] [Testo originale: Spagnolo]
Saluto finale del Santo Padre
Testo in lingua originale
Traduzione in lingua italiana
Traduzione in lingua francese
Traduzione in lingua inglese
Traduzione in lingua tedesca
Traduzione in lingua portoghese
Traduzione in lingua polacca
Traduzione in lingua araba
Testo in lingua originale
A la conclusión de esta Eucaristía, deseo nuevamente bendecir al Señor que me ha permitido realizar este viaje para ser, entre ustedes y con ustedes, servidor de la Esperanza.
Agradezco a Su Majestad el Rey Mohammed VI su invitación; agradezco el haber querido estar cercano a nosotros enviando sus representantes; agradezco a todas las Autoridades y todas las personas que han colaborado para el buen desarrollo de este viaje.
Gracias a mis hermanos en el episcopado, los Arzobispos de Rabat y Tánger, como también a los otros Obispos, a los sacerdotes, religiosos y religiosas y a todos los fieles laicos que están aquí en Marruecos como servidores de la vida y de la misión de la Iglesia. Gracias a ustedes, queridos hermanos y hermanas, por todo lo que han hecho para preparar este viaje y por todo lo que hemos podido compartir desde la fe, la esperanza y la caridad, y todo lo que hemos podido compartir desde la fraternidad entre cristianos y musulmanes, muchas gracias!
Con estos sentimientos de gratitud, deseo nuevamente animarlos a perseverar en el camino del diálogo entre cristianos y musulmanes y a colaborar tambien a que esa fraternidad se haga visible, se haga universal, pues tiene su fuente en Dios. Que ustedes sean aquí los servidores de la esperanza, que este mundo tanto necesita.
Y, por favor, no se olviden de rezar por mí.
[00538-ES.02] [Texto original: Español]
Traduzione in lingua italiana
Al termine di questa Eucaristia, desidero nuovamente benedire il Signore che mi ha permesso di compiere questo viaggio per essere, davanti a voi e con voi, servitore della Speranza.
Ringrazio Sua Maestà il Re Mohammed VI per il suo invito; lo ringrazio per aver voluto esserci vicino inviando i suoi rappresentanti; ringrazio tutte le Autorità e tutte le persone che hanno collaborato per la buona riuscita di questo viaggio.
Grazie ai miei fratelli nell’episcopato, gli Arcivescovi di Rabat e Tangeri, e anche agli altri Vescovi, ai sacerdoti, ai religiosi e alle religiose e a tutti i fedeli laici che sono qui in Marocco al servizio della vita e della missione della Chiesa. Grazie a voi, cari fratelli e sorelle, per tutto quello che avete fatto per preparare questo viaggio e per tutto ciò che abbiamo potuto condividere grazie alla fede, alla speranza e alla carità, e per tutto quello che abbiamo potuto condividere grazie alla fraternità tra cristiani e musulmani. Grazie tante!
Con questi sentimenti di gratitudine, desidero incoraggiarvi di nuovo a perseverare sulla via del dialogo tra cristiani e musulmani e a collaborare anche perché questa fraternità si renda visibile, si renda universale, perché ha la sua fonte in Dio. Possiate essere qui i servitori della speranza di cui il mondo ha tanto bisogno.
E, per favore, non dimenticatevi di pregare per me. Grazie!
[00538-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]
Traduzione in lingua francese
A la fin de cette Eucharistie, je veux de nouveau bénir le Seigneur de m’avoir permis d’accomplir ce voyage pour être parmi vous et avec vous, Serviteur de l’Espérance.
Je remercie Sa Majesté le Roi Mohammed VI pour son invitation; je le remercie d’avoir voulu être présent par l’envoi de ses représentants; je remercie toutes les Autorités et toutes les personnes qui ont contribué au bon déroulement de ce voyage.
Merci à mes frères dans l’épiscopat, les Archevêques de Rabat et de Tanger, ainsi qu’aux autres Évêques, aux prêtres, aux religieux et religieuses et à tous les fidèles laïcs qui sont ici au Maroc, serviteurs de la vie et de la mission de l’Église. Merci à vous tous, chers frères et sœurs, pour ce que vous avez fait, afin de préparer ce voyage, et pour ce qu’il nous a été donné de partager grâce à la foi, à l’espérance et à la charité, et pour tout ce que nous avons pu partager grâce à la fraternité entre chrétiens et musulmans. Merci beaucoup!
Avec ces remerciements, je voudrais de nouveau vous encourager à persévérer sur le chemin du dialogue entre chrétiens et musulmans et à contribuer ainsi à ce que cette fraternité devienne visible, à ce qu’elle devienne universelle, parce qu’elle a sa source en Dieu. Soyez ici les serviteurs de l’espérance dont ce monde a besoin.
Et, s’il vous plaît, n’oubliez pas de prier pour moi. Merci!
[00538-FR.02] [Texte original: Espagnol]
Traduzione in lingua inglese
At the conclusion of this Eucharist, I wish once more to bless the Lord for enabling me to make this journey in order to be, among you and with you, a servant of hope.
I express my gratitude to His Majesty King Mohammed VI for his invitation; I am also grateful for his wish to be close to us by sending his representatives; I thank, too, the Authorities and all those who helped at every stage of this visit.
I extend my gratitude to my brother Bishops, the Archbishops of Rabat and Tangier, and the other Bishops, together with the priests, men and women religious and all the lay faithful who are present here in Morocco as servants of the Church’s life and mission. Thank you, dear brothers and sisters, for all that you did to prepare for this visit and for everything that we have shared in faith, hope and charity, for everything that we have shared in fraternity between Christians and Muslims: thank you!
With these sentiments of gratitude, I once more encourage you to persevere on the path of dialogue between Christians and Muslims and to cooperate so that this fraternity be made visible and universal, for God is its source. May all of you be servants of the hope that this world of ours so urgently needs.
And, please, do not forget to pray for me.
[00538-EN.02] [Original text: Spanish]
Traduzione in lingua tedesca
Am Ende dieser Eucharistiefeier möchte ich abermals den Herrn lobpreisen, der es mir möglich gemacht hat, diese Reise durchzuführen, um vor und mit euch Diener der Hoffnung zu sein.
Ich danke Seiner Majestät König Mohammed VI. für seine Einladung. Ihm danke auch ich dafür, dass er uns nahe sein wollte, indem er uns seine Vertreter gesandt hat. Meinen Dank entbiete ich ebenso allen Verantwortungsträgern und allen Menschen, die zum Gelingen dieser Reise beigetragen haben.
Danke sage ich meinen Brüdern im Bischofsamt, den Erzbischöfen von Rabat und Tanger, sowie den anderen Bischöfen, den Priestern, Ordensleuten und allen gläubigen Laien, die hier in Marokko dem Leben und der Sendung der Kirche dienen. Ich danke euch, liebe Brüder und Schwestern, für alles, was ihr in Vorbereitung dieser Reise gemacht habt und was wir vom Glauben, von der Hoffnung und der Liebe her miteinander teilen konnten, und für all das, was wir dank der Brüderlichkeit zwischen Christen und Muslimen teilen konnten. Vielen Dank!
Mit diesen Empfindungen des Dankes möchte ich euch erneut ermutigen, auf dem Weg des Dialogs unter Christen und Muslimen zu bleiben und zusammenzuarbeiten, damit diese Brüderlichkeit sichtbar wird, damit sie universal wird, denn sie hat ihre Quelle in Gott. Auf dass ihr hier Diener der Hoffnung sein könnt, die die Welt so sehr braucht.
Und, bitte, vergesst nicht, für mich zu beten. Danke!
[00538-DE.02] [Originalsprache: Spanisch]
Traduzione in lingua portoghese
No termo desta Eucaristia, desejo bendizer novamente o Senhor que me permitiu realizar esta viagem para ser, na vossa presença e convosco, servidor da Esperança.
Agradeço a Sua Majestade o Rei Mohammed VI o seu convite; agradeço-lhe por ter querido estar ao meu lado enviando os seus representantes; agradeço às Autoridades e a todas as pessoas que colaboraram para o bom andamento desta viagem.
Obrigado aos meus irmãos no episcopado, aos Arcebispos de Rabat e Tânger e também aos outros bispos, aos sacerdotes, religiosos e religiosas e a todos os fiéis leigos que estão aqui, em Marrocos, ao serviço da vida e missão da Igreja. Obrigado a vós, queridos irmãos e irmãs, por tudo o que fizestes para preparar esta viagem e por tudo o que pudemos compartilhar graças à fé, esperança e caridade, e por tudo aquilo que pudemos compartilhar graças à fraternidade entre cristãos e muçulmanos. Muito obrigado!
Com estes sentimentos de gratidão, quero mais uma vez encorajar-vos a perseverar no caminho do diálogo entre cristãos e muçulmanos, colaborando também para que esta fraternidade se torne visível, se torne universal, porque tem a sua fonte em Deus. Possais ser, aqui, os servidores da esperança, de que o mundo tanto precisa!
E, por favor, não vos esqueçais de rezar por mim. Obrigado!
[00538-PO.02] [Texto original: Espanhol]
Traduzione in lingua polacca
Na zakończenie tej Eucharystii pragnę ponownie błogosławić Pana, który pozwolił mi odbyć tę podróż, abym był wobec was i wraz z wami sługą Nadziei.
Dziękuję Jego Wysokości Królowi Mohammedowi VI za zaproszenie; dziękuję, że chciał nam okazać swoją bliskość posyłając swoich przedstawicieli; dziękuję przedstawicielom wszystkich władz i wszystkim osobom, które współpracowały na rzecz powodzenia tej podróży.
Dziękuję moim braciom w biskupstwie, arcybiskupom Rabatu i Tangeru, a także innym biskupom, kapłanom, zakonnikom i zakonnicom oraz wszystkim wiernym świeckim, którzy są tutaj w Maroku na służbie życiu i misji Kościoła. Dziękuję wam, drodzy bracia i siostry, za wszystko, co uczyniliście, aby przygotować tę podróż i za to wszystko, co mogliśmy dzielić dzięki wierze, nadziei i miłości, i za wszystko, czym mogliśmy się dzielić dzięki braterstwu pomiędzy chrześcijanami i muzułmanami. Bardzo dziękuję!
Z tymi uczuciami wdzięczności pragnę was ponownie zachęcić do trwania na drodze dialogu pomiędzy chrześcijanami i muzułmanami, a także do współpracy, aby to braterstwo stało się widoczne, by stało się powszechne, bo jego źródłem jest Bóg. Obyście byli tutaj sługami nadziei, której tak bardzo potrzebuje świat.
I proszę was, pamiętajcie o mnie w modlitwie. Dziękuję!
[00538-PL.02] [Testo originale: Spagnolo]
Traduzione in lingua araba
في ختام هذه الإفخارستيا أرغب مجّدًا في أن أرفع الشكر إلى الرب لأنّه سمح لي بتحقيق هذه الزيارة لكي أكون بينكم ومعكم كخادم للرجاء.
أشكر صاحب الجلالة الملك محمّد السادس على دعوته؛ أشكره عن قربه عبر إرسال ممثلين له؛ وأشكر جميع السلطات وجميع الأشخاص الذين ساهموا في نجاح هذه الزيارة.
أشكر أخواي في الأسقفيّة رئيس أساقفة الرباط ورئيس أساقفة طنجة، كما أشكر أيضًا باقي الأساقفة والكهنة والرهبان والراهبات وجميع المؤمنين العلمانيين الموجودين هنا في المغرب كخدام لحياة الكنيسة ورسالتها. أشكركم أيها الإخوة والأخوات على كلِّ ما فعلتموه لتحضير هذه الزيارة وعلى كلِّ ما تشاركنا به انطلاقًا من الإيمان والرجاء والمحبّة، وعلى كل ما استطعنا المشاركة به بفضل الأخوّة بين المسيحيين والمسلمين. شكرًا جزيلًا!
بمشاعر الامتنان هذه أرغب مجدّدًا في أن أشجّعكم على المثابرة في مسيرة الحوار بين المسيحيين والمسلمين وعلى التعاون أيضًا لكي تصبح هذه الأخوّة مرئيّة، وتصبح شاملة، لأنها تجد مصدرها في الله. كونوا هنا خدام الرجاء الذين يحتاج العالم إليهم.
ومن فضلكم لا تنسوا أن تصلّوا من أجلي. شكرًا!
[00538-AR.02] [Testo originale: Spagnolo]
[B0273-XX.02]