Santa Messa con la dedicazione dell’altare della Cattedrale Basilica alla presenza di Sacerdoti, Consacrati e Movimenti Locali
Pranzo con i Giovani
Santa Messa con la dedicazione dell’altare della Cattedrale Basilica alla presenza di Sacerdoti, Consacrati e Movimenti Laicali
Omelia del Santo Padre
Traduzione in lingua italiana
Traduzione in lingua francese
Traduzione in lingua inglese
Traduzione in lingua tedesca
Traduzione in lingua portoghese
Traduzione in lingua polacca
Traduzione in lingua araba
Questa mattina, prima di lasciare la Nunziatura Apostolica, il Santo Padre ha ricevuto una delegazione di 40 giovani polacchi del veliero “Dar Młodzież” (“Regalo della Gioventù”) dell’Accademia Navale Mercantile di Gdynia, in crociera intorno al mondo in occasione della GMG di Panamá e per il Centenario della riconquista dell’indipendenza della Polonia. Presente all’incontro, oltre ai membri dell’equipaggio e ai rappresentanti dell’Accademia, il Ministro polacco del Trasporto marittimo, il Sig. Marek Gróbarczyk. Al termine Papa Francesco si è trasferito in auto alla Cattedrale Basilica Santa María La Antigua.
Al Suo arrivo, prima di entrare in Cattedrale, il Papa ha salutato un gruppo di 200 giovani pellegrini francesi accompagnati dal Vicario Generale di Parigi, Mons. Benoist de Sinety. Subito dopo, all’ingresso della Cattedrale, il Papa è stato accolto dal Capitolo Metropolitano che gli ha porto il crocifisso e l’acqua benedetta. Vicino all’altare due religiose gli hanno consegnato una rosa d’argento che Papa Francesco ha deposto sulla statua della Vergine.
Alle ore 9.15 locali (15.15 ora di Roma), il Santo Padre ha presieduto la Celebrazione Eucaristica con la dedicazione dell’altare della Cattedrale Basilica alla presenza di Sacerdoti, Consacrati e Movimenti Laicali.
Nel corso della Santa Messa, dopo la proclamazione del Vangelo, il Papa ha pronunciato l’omelia.
Al termine della Celebrazione, dopo l’indirizzo di saluto dell’Arcivescovo di Panamá, S.E. Mons. José Domingo Ulloa Mendieta, O.S.A., e la benedizione finale, il Papa si è trasferito in auto al Seminario Maggiore San José di Panamá.
Pubblichiamo di seguito l’omelia che il Santo Padre ha pronunciato nel corso della Celebrazione Eucaristica:
Omelia del Santo Padre
En primer lugar, quiero felicitar al Señor Arzobispo, que por primera vez después de casi siete años puede encontrarse con su esposa, con esta iglesia, viuda provisoria durante todo este tiempo. Y felicitar a la viuda que deja de ser viuda hoy, con el encuentro con su esposo. También quiero agradecer a todos los que hicieron posible esto: las autoridades y a todo el pueblo de Dios, todo lo que hicieron para que el Señor Arzobispo pudiera encontrarse con su pueblo, no en casa prestada sino en la suya ¡Muchas gracias!
En el programa estaba previsto que esta ceremonia –por falta de tiempo– tuviera dos significados: la consagración del altar y el encuentro con sacerdotes, religiosas, religiosos, laicos consagrados. Así que, lo que voy a decir va a estar un poco en esta línea, pensando en los sacerdotes, en las religiosas, los religiosos, los laicos consagrados, sobre todo que trabajan en esta Iglesia particular.
«Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: “Dame de beber”» (Jn 4,6-7).
El evangelio que hemos escuchado no duda en presentarnos a Jesús cansado de caminar. Al mediodía, cuando el sol se hace sentir con toda su fuerza y poder, lo encontramos junto al pozo. Necesitaba calmar y saciar la sed, refrescar sus pasos, recuperar fuerzas para poder continuar con su misión.
Los discípulos vivieron en primera persona lo que significaba la entrega y disponibilidad del Señor para llevar la Buena Nueva a los pobres, vendar los corazones heridos, proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, consolar a los que estaban de duelo, proclamar el año de gracia a todos (cf. Is 61,1-3). Son todas situaciones que te toman la vida, te toman la energía; y “no ahorraron” en regalarnos tantos momentos importantes en la vida del Maestro donde también nuestra humanidad pueda encontrar una palabra de Vida.
Fatigado del camino
Es relativamente fácil para nuestra imaginación, compulsivamente productivista, contemplar y entrar en comunión con la actividad del Señor, pero no siempre sabemos o podemos contemplar y acompañar las “fatigas del Señor”, como si esto no fuera cosa de Dios. El Señor se fatigó y en esa fatiga encuentran espacio tantos cansancios de nuestros pueblos y de nuestra gente, de nuestras comunidades y de todos aquellos que están cansados y agobiados (cf. Mt 11,28).
Las causas y motivos que pueden provocar la fatiga del camino en nosotros sacerdotes, consagradas, consagrados, miembros de movimientos laicales son múltiples: desde largas horas de trabajo que dejan poco tiempo para comer, descansar, rezar y estar en familia, hasta “tóxicas” condiciones laborales y afectivas que llevan al agotamiento y agrietan el corazón; desde la simple y cotidiana entrega hasta el peso rutinario de quien no encuentra el gusto, el reconocimiento o el sustento necesario para hacer frente al día a día; desde habituales y esperables situaciones complicadas hasta estresantes y angustiantes horas de presión. Toda una gama de peso a soportar.
Sería imposible tratar de abarcar todas las situaciones que resquebrajan la vida de los consagrados, pero en todas sentimos la necesidad urgente de encontrar un pozo que pueda calmar y saciar la sed, el cansancio del camino. Todas reclaman, como grito silencioso, un pozo desde donde volver a empezar.
De un tiempo a esta parte no son pocas las veces que parece haberse instalado en nuestras comunidades una sutil especie de fatiga, que no tiene nada que ver con la fatiga del Señor. Y aquí tenemos que estar atentos. Se trata de una tentación que podríamos llamar el cansancio de la esperanza. Ese cansancio que surge cuando ―como en el evangelio― el sol cae como plomo y vuelve fastidiosas las horas, y lo hace con una intensidad tal que no deja avanzar ni mirar hacia adelante. Como si todo se volviera confuso. No me refiero aquí a la peculiar fatiga del corazón» (cf. Carta enc. Redemptoris Mater, 17; Exhort. apost. Evangelii Gaudium, 287) de quienes “hechos trizas” por la entrega al final del día logran expresar una sonrisa serena y agradecida; sino a esa otra fatiga, la que nace de cara al futuro cuando la realidad “cachetea” y pone en duda las fuerzas, los recursos y la viabilidad de la misión en este mundo tan cambiante y cuestionador.
Es un cansancio paralizante. Nace de mirar para adelante y no saber cómo reaccionar ante la intensidad y perplejidad de los cambios que como sociedad estamos atravesando. Estos cambios parecieran cuestionar no solo nuestras formas de expresión y compromiso, nuestras costumbres y actitudes ante la realidad, sino que ponen en duda, en muchos casos, la viabilidad misma de la vida religiosa en el mundo de hoy. E incluso la velocidad de esos cambios puede llevar a inmovilizar toda opción y opinión y, lo que supo ser significativo e importante en otros tiempos parece que ya no tiene lugar.
Hermanas y hermanos, el cansancio de la esperanza nace al constatar una Iglesia herida por su pecado y que tantas veces no ha sabido escuchar tantos gritos en los que se escondía el grito del Maestro: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46).
Y así podemos acostumbrarnos a vivir con una esperanza cansada frente al futuro incierto y desconocido, y esto deja espacio a que se instale un gris pragmatismo en el corazón de nuestras comunidades. Todo aparentemente parecería proceder con normalidad, pero en realidad la fe se desgasta, se degenera. Comunidades y presbiterios desilusionados con la realidad que no entendemos o que creemos que no tiene ya lugar para nuestra propuesta, podemos darle “ciudadanía” a una de las peores herejías posibles para nuestra época: pensar que el Señor y nuestras comunidades no tienen ya nada que decir ni aportar en este nuevo mundo que se está gestando (cf. Exhort. apost. Evangelii gaudium, 83). Y entonces sucede que lo que un día surgió para ser sal y luz del mundo termina ofreciendo su peor versión.
Dame de beber
Las fatigas del camino acontecen y se hacen sentir. Gusten o no gusten están, y es bueno tener la misma valentía que tuvo el Maestro para decir: «dame de beber». Como le sucedió a la Samaritana y nos puede suceder a cada uno de nosotros, no queremos calmar la sed con cualquier agua sino con ese «manantial que brotará hasta la vida eterna» (Jn 4,14). Sabemos, como bien lo sabía la Samaritana que cargaba desde hacía años los cántaros vacíos de amores fallidos, que no cualquier palabra puede ayudar a recuperar las fuerzas y la profecía en la misión. No cualquier novedad, por muy seductora que parezca, puede aliviar la sed. Sabemos, como bien lo sabía ella, que tampoco el conocimiento religioso, la justificación de determinadas opciones y tradiciones pasadas o novedades presentes, nos hacen siempre fecundos y apasionados «adoradores espíritu y en verdad» (Jn 4,23).
Dame de beber es lo que pide el Señor y es lo que nos pide que digamos nosotros. Y al decirlo, le abrimos la puerta a nuestra cansada esperanza para volver sin miedo al pozo fundante del primer amor, cuando Jesús pasó por nuestro camino, nos miró con misericordia, y nos eligió y nos pidió seguirlo; al decirlo recuperamos la memoria de aquel momento en el que sus ojos se cruzaron con los nuestros, el momento en que nos hizo sentir que nos amaba, que me amaba, y no solo de manera personal, también como comunidad (cf. Homilía en la Vigilia Pascual, 19 abril 2014). Poder decir “dame de beber” es volver sobre nuestros pasos y, en fidelidad creativa, escuchar cómo el Espíritu no engendró una obra puntual, un plan de pastoral o una estructura a organizar sino que, por medio de tantos “santos de la puerta de al lado” ―entre los cuales encontramos padres y madres fundadores de institutos seculares, obispos, párrocos que supieron poner fundamento a sus comunidades―, a través de esos santos de la puerta de al lado, regaló vida y oxígeno a un contexto histórico y determinado que parecía asfixiar y aplastar toda esperanza y dignidad.
“Dame de beber” significa animarse a dejarse purificar, a rescatar la parte más auténtica de nuestros carismas fundantes ―que no solo se reducen a la vida religiosa sino a la Iglesia toda― y ver de qué forma se pueden expresar hoy. Se trata no solo de mirar con agradecimiento el pasado sino de ir en búsqueda de las raíces de su inspiración y dejar que resuenen nuevamente con fuerza entre nosotros (cf. Papa Francisco - Fernando Prado, La fuerza de la vocación, 42).
“Dame de beber” significa reconocer que necesitamos que el Espíritu nos transforme en mujeres y hombres memoriosos de un encuentro y de un paso, del paso salvífico de Dios. Y con confianza, así como lo hizo ayer, lo seguirá haciendo mañana: «ir a las raíces nos ayuda sin lugar a dudas a vivir el presente, y a vivirlo sin miedo. Tenemos necesidad de vivir sin miedo respondiendo a la vida con la pasión de estar empeñados con la historia, inmersos en las cosas. Con pasión de enamorados» (cf. ibíd., 44).
La esperanza cansada será sanada y gozará de esa «particular fatiga del corazón» cuando no tema volver al lugar del primer amor y logre encontrar, en las periferias y desafíos que hoy se nos presentan, el mismo canto, la misma mirada que suscitó el canto y la mirada de nuestros mayores. Así evitaremos el riesgo de partir desde nosotros mismos y abandonaremos la cansadora auto-compasión para encontrar los ojos con los que Cristo hoy nos sigue buscando, nos sigue mirando, nos sigue llamando e invitando a la misión, como lo hizo en aquel primer encuentro, el encuentro del primer amor.
* * *
Y no, no me parece un acontecimiento menor que esta Catedral vuelva a abrir sus puertas después de mucho tiempo de renovación. Experimentó el paso de los años, como fiel testigo de la historia de este pueblo y con la ayuda y el trabajo de muchos quiso volver a regalar su belleza. Más que una formal reconstrucción, que siempre intenta volver a un original pasado, buscó rescatar la belleza de los años abriéndose a hospedar toda la novedad que el presente le podía regalar. Una Catedral española, india, afroamericana se vuelve así Catedral panameña, de los de ayer pero también de los de hoy que la han hecho posible este hecho. Ya no pertenece solo al pasado, sino que es belleza del presente.
Y hoy nuevamente es regazo que impulsa a renovar y alimentar la esperanza, a descubrir cómo la belleza del ayer se vuelve base para construir la belleza del mañana.
Y así actúa el Señor. Nada de cansancio de la esperanza, sí la peculiar fatiga del corazón del que lleva adelante todos los días lo que le fue encomendado en la mirada del primer amor.
Hermanos, no nos dejemos robar la esperanza que hemos heredado, la belleza que hemos heredado de nuestros padres, que ella sea la raíz viva, la raíz fecunda que nos ayude a seguir haciendo bella y profética la historia de salvación en estas tierras.
[00116-ES.02] [Texto original: Español]
Traduzione in lingua italiana
Prima di tutto voglio congratularmi col Signor Arcivescovo, che per la prima volta, dopo quasi sette anni, ha potuto incontrare la sua sposa, questa chiesa, vedova provvisoria per tutto questo tempo. E congratularmi con la vedova, che oggi cessa di essere vedova, incontrando il suo sposo. Voglio anche ringraziare tutti coloro che hanno reso possibile questo, le autorità e tutto il popolo di Dio, per tutto quello che hanno fatto perché il Signor Arcivescovo potesse incontrarsi con il suo popolo, non in una casa prestata, ma nella sua casa. Grazie!
Nel programma era previsto che questa cerimonia, per il tempo limitato, avesse due significati: la consacrazione dell’altare e l’incontro con sacerdoti, religiose, religiosi e laici consacrati. Perciò, quello che dirò sarà un po’ in questa linea, pensando ai sacerdoti, alle religiose, ai religiosi e ai laici consacrati, soprattutto a quelli che lavorano in questa Chiesa particolare.
«Gesù dunque, affaticato per il viaggio, sedeva presso il pozzo. Era circa mezzogiorno. Giunge una donna samaritana ad attingere acqua. Le dice Gesù: “Dammi da bere”» (Gv 4,6-7).
Il vangelo che abbiamo ascoltato non esita a presentarci Gesù stanco di camminare. A mezzogiorno, quando il sole si fa sentire con tutta la sua forza e potenza, lo troviamo presso il pozzo. Aveva bisogno di placare e saziare la sete, ristorare i suoi passi, recuperare le forze per poter continuare la sua missione.
I discepoli hanno vissuto in prima persona quello che significava la dedizione e la disponibilità del Signore per portare la Buona Notizia ai poveri, fasciare i cuori feriti, proclamare la liberazione ai prigionieri e la libertà ai prigionieri, consolare chi si trovava nel dolore, proclamare l’anno di grazia per tutti (cfr Is 61,1-3). Sono tutte situazioni che ti prendono la vita, ti prendono l’energia; e “non hanno risparmiato” nel regalarci tanti momenti importanti nella vita del Maestro, dove anche la nostra umanità possa incontrare una parola di Vita.
Affaticato per il viaggio
È relativamente facile per la nostra immaginazione, ossessionata dall’efficienza, contemplare ed entrare in comunione con l’attività del Signore, ma non sempre sappiamo o possiamo contemplare e accompagnare le “fatiche del Signore”, come se questa non fosse cosa di Dio. Il Signore si è affaticato, e in questa fatica trovano posto tante stanchezze dei nostri popoli e della nostra gente, delle nostre comunità e di tutti quelli che sono affaticati e oppressi (cfr Mt 11,28).
Le cause e i motivi che possono provocare la fatica del cammino in noi sacerdoti, consacrati e consacrate, membri dei movimenti laicali, sono molteplici: dalle lunghe ore di lavoro che lasciano poco tempo per mangiare, riposare, pregare e stare in famiglia, fino a “tossiche” condizioni lavorative e affettive che portano allo sfinimento e logorano il cuore; dalla semplice e quotidiana dedizione fino al peso rutinario di chi non trova il gusto, il riconoscimento o il sostegno per far fronte alle necessità di ogni giorno; dalle abituali e prevedibili situazioni complicate fino alle stressanti e angustianti ore di tensione. Tutta una gamma di pesi da sopportare.
Sarebbe impossibile cercare di abbracciare tutte le situazioni che sgretolano la vita dei consacrati, ma in tutte sentiamo la necessità urgente di trovare un pozzo che possa placare e saziare la sete e la stanchezza del cammino. Tutte invocano, come un grido silenzioso, un pozzo da cui ripartire.
Da un po’ di tempo a questa parte non sono poche le volte in cui pare essersi installata nelle nostre comunità una sottile specie di stanchezza, che non ha niente a che vedere con quella del Signore. E qui dobbiamo fare attenzione. Si tratta di una tentazione che potremmo chiamare la stanchezza della speranza. Quella stanchezza che nasce quando – come nel Vangelo – i raggi del sole cadono a piombo e rendono le ore insopportabili, e lo fanno con un’intensità tale da non permettere di avanzare o di guardare avanti. Come se tutto diventasse confuso. Non mi riferisco qui alla «particolare fatica del cuore» (S. Giovanni Paolo II, Enc. Redemptoris Mater, 17; cfr Esort. ap. Evangelii gaudium, 287) di chi, “a pezzi” per il lavoro, alla fine della giornata riesce a mostrare un sorriso sereno e grato; ma a quell’altra stanchezza, quella che nasce di fronte al futuro quando la realtà “prende a schiaffi” e mette in dubbio le forze, le risorse e la praticabilità della missione in questo mondo che tanto cambia e mette in discussione.
È una stanchezza paralizzante. Nasce dal guardare avanti e non sapere come reagire di fronte all’intensità e all’incertezza dei cambiamenti che come società stiamo attraversando. Questi cambiamenti sembrerebbero non solo mettere in discussione le nostre modalità di espressione e di impegno, le nostre abitudini e i nostri atteggiamenti di fronte alla realtà, ma porre in dubbio, in molti casi, la praticabilità stessa della vita religiosa nel mondo di oggi. E anche la velocità di questi cambiamenti può portare a immobilizzare ogni scelta e opinione, e ciò che poteva essere significativo e importante in altri tempi, sembra non avere più spazio.
Sorelle e fratelli, la stanchezza della speranza nasce dal constatare una Chiesa ferita dal suo peccato e che molte volte non ha saputo ascoltare tante grida nelle quali si celava il grido del Maestro: «Dio mio, perché mi hai abbandonato?» (Mt 27,46).
E così possiamo abituarci a vivere con una speranza stanca davanti al futuro incerto e sconosciuto, e questo fa sì che trovi posto un grigio pragmatismo nel cuore delle nostre comunità. Tutto apparentemente sembra procedere normalmente, ma in realtà la fede si consuma, si rovina. Comunità e presbiteri sfiduciati verso una realtà che non comprendiamo o in cui crediamo non ci sia più spazio per la nostra proposta, possiamo dare “cittadinanza” a una delle peggiori eresie possibili nella nostra epoca: pensare che il Signore e le nostre comunità non hanno più nulla da dire né da dare in questo nuovo mondo in gestazione (cfr Esort. ap. Evangelii gaudium, 83). E allora succede che ciò che un giorno è nato per essere sale e luce del mondo, finisce per offrire la propria versione peggiore.
Dammi da bere
Le fatiche del viaggio arrivano e si fanno sentire. Che piaccia o no ci sono, ed è bene avere lo stesso ardire che ebbe il Maestro per dire: «Dammi da bere». Come accadde alla Samaritana e può accadere ad ognuno di noi, non vogliamo placare la sete con un’acqua qualsiasi, ma con quella «sorgente che zampilla per la vita eterna» (Gv 4,14). Sappiamo, come sapeva bene la Samaritana che portava da anni i recipienti vuoti di amori falliti, che non qualsiasi parola può aiutare a recuperare le forze e la profezia nella missione. Non qualsiasi novità, per quanto seducente possa apparire, può alleviare la sete. Sappiamo, come lei sapeva bene, che nemmeno la conoscenza religiosa, la giustificazione di determinate scelte e tradizioni passate o novità presenti, ci rendono sempre fecondi e appassionati «adoratori in spirito e verità» (Gv 4,23).
“Dammi da bere” è quello che chiede il Signore, ed è quello che chiede a noi di dire. Nel dirlo, apriamo la porta della nostra stanca speranza per tornare senza paura al pozzo fondante del primo amore, quando Gesù è passato per la nostra strada, ci ha guardato con misericordia, ci ha scelto e ci ha chiesto di seguirlo; nel dirlo, recuperiamo la memoria di quel momento in cui i suoi occhi hanno incrociato i nostri, il momento in cui ci ha fatto sentire che ci amava, che mi amava, e non solo in modo personale, anche come comunità (cfr Omelia nella Veglia Pasquale, 19 aprile 2014). Poter dire “dammi da bere” significa ritornare sui nostri passi e, nella fedeltà creativa, ascoltare come lo Spirito non ha creato un’opera particolare, un piano pastorale o una struttura da organizzare ma che, per mezzo di tanti “santi della porta accanto” – tra i quali troviamo padri e madri fondatori di istituti secolari, vescovi, parroci che hanno saputo dare basi solide alle loro comunità –, attraverso questi santi della porta accanto ha dato vita e ossigeno a un determinato contesto storico che sembrava soffocare e schiacciare ogni speranza e dignità.
“Dammi da bere” significa avere il coraggio di lasciarsi purificare, di recuperare la parte più autentica dei nostri carismi originari – che non si limitano solo alla vita religiosa, ma a tutta la Chiesa – e vedere in quali modalità si possano esprimere oggi. Si tratta non solo di guardare con gratitudine il passato, ma di andare in cerca delle radici della sua ispirazione e lasciare che risuonino nuovamente con forza tra di noi (cfr Papa Francesco - Fernando Prado, La forza della vocazione, Bologna 2018, 42-43).
“Dammi da bere” significa riconoscersi bisognosi che lo Spirito ci trasformi in donne e uomini memori di un incontro e di un passaggio, il passaggio salvifico di Dio. E fiduciosi che, come ha fatto ieri, così continuerà a fare domani: «Andare alla radice ci aiuta senza dubbio a vivere adeguatamente il presente, e a viverlo senza paura. È necessario vivere senza paura rispondendo alla vita con la passione di essere impegnati con la storia, immersi nelle cose. È una passione da innamorato» (ibid., 44).
La speranza stanca sarà guarita e godrà di quella «particolare fatica del cuore» quando non temerà di ritornare al luogo del primo amore e riuscirà ad incontrare, nelle periferie e nelle sfide che oggi ci si presentano, lo stesso canto, lo stesso sguardo che suscitò il canto e lo sguardo dei nostri padri. Così eviteremo il rischio di partire da noi stessi e abbandoneremo la stancante autocommiserazione per incontrare gli occhi con cui Cristo oggi continua a cercarci, continua a guardarci, continua a chiamarci e a invitarci alla missione, come ha fatto in quel primo incontro, l’incontro del primo amore.
* * *
E non mi sembra un avvenimento di poco conto che questa Cattedrale riapra le porte dopo un lungo tempo di restauro. Ha sperimentato il passare degli anni, come fedele testimone della storia di questo popolo, e con l’aiuto e il lavoro di molti ha voluto di nuovo regalare la sua bellezza. Più che una formale ricostruzione, che tenta sempre di ritornare a un originale passato, ha cercato di riscattare la bellezza degli anni aprendosi a ospitare tutta la novità che il presente le poteva dare. Una Cattedrale spagnola, india e afroamericana diventa così Cattedrale panamense, di quelli di ieri, ma anche di quelli di oggi che hanno reso possibile questo fatto. Non appartiene più solo al passato, ma è bellezza del presente.
E oggi nuovamente è grembo che stimola a rinnovare e alimentare la speranza, a scoprire come la bellezza di ieri diventi base per costruire la bellezza di domani.
Così agisce il Signore. Niente stanchezza della speranza; sì alla peculiare fatica del cuore di chi porta avanti ogni giorno ciò che gli è stato affidato nello sguardo del primo amore.
Fratelli, non lasciamoci rubare la speranza che abbiamo ereditato, la bellezza che abbiamo ereditato dai nostri padri! Essa sia la radice viva, la radice feconda che ci aiuti a continuare a rendere bella e profetica la storia della salvezza in queste terre.
[00116-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]
Traduzione in lingua francese
Tout d’abord, je veux me féliciter avec Monseigneur l’Archevêque, que pour la première fois, après presque sept ans, il a pu rencontrer son épouse, cette église, veuve provisoire pendant tout ce temps. Et me féliciter avec la veuve, qui aujourd’hui cesse d’être veuve, en rencontrant son époux. Je veux aussi remercier tous ceux qui ont rendu cela possible, les autorités et tout le peuple de Dieu, pour tout ce qu’ils ont fait pour que Monseigneur l’Archevêque puisse se retrouver avec son peuple, non pas dans une maison prêtée, mais dans sa maison. Merci!
Dans le programme était prévu que cette cérémonie, en raison du temps limité, ait deux significations: la consécration de l’autel et la rencontre avec les prêtres, les religieuses, les religieux et les laïcs consacrés. Aussi, ce que je dirai sera un peu dans cette ligne, en pensant aux prêtres, aux religieuses, aux religieux et aux laïcs consacrés, surtout à ceux qui travaillent dans cette Eglise particulière.
«Là se trouvait le puits de Jacob. Jésus, fatigué par la route, s’était donc assis près de la source. C’était la sixième heure, environ midi. Arrive une femme de Samarie, qui venait puiser de l’eau. Jésus lui dit: "Donne-moi à boire."» (Jn 4,6-7).
L’évangile que nous avons écouté n’hésite pas à nous présenter Jésus fatigué de marcher. A midi, quand le soleil se fait sentir avec toute sa force et sa puissance, nous le trouvons près du puits. Il avait besoin d’apaiser et d’étancher sa soif, de vivre une étape, de récupérer des forces pour pouvoir continuer sa mission.
Les disciples ont vécu au premier plan ce que signifiaient le don et la disponibilité du Seigneur pour porter la Bonne Nouvelle aux pauvres, panser les cœurs blessés, proclamer la libération des captifs et la liberté des prisonniers, consoler ceux qui étaient en deuil, proclamer l’année de grâce à tous (cf. Is 61,1-3). Ce sont toutes les situations qui te prennent la vie, te prennent l’énergie; et ils "ne se sont pas ménagés" pour nous offrir tant de moments importants dans la vie du Maître, où notre humanité peut aussi trouver une parole de Vie.
Fatigué par la route
Il est relativement facile pour notre imagination, compulsivement productive, de contempler et d’entrer en communion avec l’activité du Seigneur, mais nous ne savons pas toujours, ou nous ne pouvons pas toujours contempler et accompagner les "fatigues du Seigneur", comme si elles n’étaient pas l’affaire de Dieu. Le Seigneur s’est fatigué et dans cette fatigue trouvent place tant de fatigues de nos populations et de notre peuple, de nos communautés et de tous ceux qui sont épuisés et accablés (cf. Mt 11,28).
Les causes et les motifs qui peuvent provoquer la fatigue du chemin en nous prêtres, personnes consacrées, membres des mouvements laïcs, sont multiples: depuis les longues heures de travail qui laissent peu de temps pour manger, se reposer, prier et être en famille, jusqu’aux conditions "nocives" de travail et d’affectivité qui conduisent à l’épuisement et brisent le cœur; depuis le simple et quotidien don de soi jusqu’au poids routinier de celui qui ne trouve plus le goût, la reconnaissance ou la subsistance nécessaire pour faire face au jour le jour; depuis les habituelles et prévisibles situations compliquées jusqu’aux stressantes et angoissantes heures de pression. Toute une gamme de poids à supporter.
Il serait impossible de vouloir couvrir toutes les situations qui brisent la vie des personnes consacrées, mais nous ressentons dans toutes ces situations la nécessité urgente de trouver un puits qui puisse soulager et étancher la soif et la fatigue du chemin. Toutes réclament, comme un cri silencieux, un puits d’où repartir à nouveau.
A ce sujet, depuis quelque temps, semble s’être souvent installée dans nos communautés une subtile espèce de fatigue, qui n’a rien à voir avec la fatigue du Seigneur. Et ici nous devons faire attention. Il s’agit d’une tentation que nous pourrions appeler la lassitude de l’espérance. Cette lassitude qui surgit quand – comme dans l’Evangile – le soleil tombe comme du plomb et rend les heures ennuyeuses, et qui le fait avec une intensité telle qu’elle ne permet pas d’avancer ni de regarder en avant. Comme si tout devenait confus. Je ne me réfère pas ici à la «certaine peine du cœur» (S. Jean-Paul II, Lett. enc. Redemptoris Mater, n. 17; cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, n.287) de ceux qui "sont brisés" par le don, à la fin de la journée, et qui parviennent à exprimer un sourire serein et reconnaissant; mais à cette autre fatigue, celle qui naît face à l’avenir quand la réalité "gifle" et met en doute les forces, les moyens et la possibilité de la mission en ce monde tellement changeant et qui interroge.
C’est une lassitude paralysante. Elle naît du fait de regarder en avant et de ne pas savoir comment réagir face à l’intensité et à la perplexité des changements que, comme société, nous traversons. Ces changements semblent non seulement interroger nos formes d’expression et d’engagement, nos habitudes et nos attitudes face à la réalité, mais ils mettent en question, dans de nombreux cas, la possibilité même de la vie religieuse dans le monde d’aujourd’hui. Et même la rapidité de ces changements peut conduire à paralyser toute option et toute opinion et, ce qui a été significatif et important en d’autres temps semble maintenant ne plus avoir lieu d’être.
Sœurs et frères, la lassitude de l’espérance naît du constat d’une Eglise blessée par son péché et qui si souvent n’a pas su écouter tant de cris dans lesquels se cachait le cri du Maître: «Mon Dieu, pourquoi m’as-tu abandonné?» (Mt 27,46).
Et ainsi nous pouvons nous habituer à vivre avec une espérance fatiguée face à l’avenir incertain et inconnu, et cela laisse de la place pour que s’installe un pragmatisme gris dans le cœur de nos communautés. Tout semble apparemment avancer normalement, mais en réalité la foi s’épuise, se ruine. Communautés et prêtres déçus par la réalité que nous ne comprenons pas ou dont nous croyons qu’elle n’a plus de place pour notre proposition, nous pouvons donner le "droit de cité" à l’une des pires hérésies possibles de notre époque: penser que le Seigneur et nos communautés n’ont plus rien à dire et à apporter à ce monde nouveau qui est en gestation (cf. Exhort. Ap. Evangelii gaudium, n.83). Et puis il arrive que ce qui un jour a surgi pour être le sel et la lumière du monde finisse par offrir sa pire version.
Donne-moi à boire
Les fatigues du chemin arrivent et se font sentir. Que cela plaise ou non, elles sont, et c’est bon d’avoir le même courage que celui qu’a eu le Maître pour dire: «donne-moi à boire». Comme cela est arrivé à la Samaritaine et peut nous arriver, à chacun de nous, nous ne voulons pas apaiser la soif avec une eau quelconque mais avec «la source d’eau jaillissant pour la vie éternelle» (Jn 4,14). Nous savons, comme le savait bien la Samaritaine qui portait depuis des années des cruches vides d’amours ratés, que n’importe quelle parole ne peut pas aider à récupérer les forces et la prophétie dans la mission. Aucune nouveauté, aussi séduisante qu’elle puisse paraître, ne peut apaiser la soif. Nous savons, comme elle le savait bien, que le savoir religieux, la justification d’options déterminées et de traditions passées ou de nouveautés présentes, ne nous rendent pas non plus toujours féconds, ni ne font de nous de passionnés « adorateurs en esprit et en vérité» (Jn 4,23).
«Donne-moi à boire», c’est ce que demande le Seigneur et ce qu’il nous demande de dire. En le disant, nous ouvrons la porte à notre espérance fatiguée pour revenir sans peur au puits fondateur du premier amour, quand Jésus est passé sur notre chemin, il nous a regardés avec miséricorde, il nous a choisis et nous a demandé de le suivre; en le disant, nous retrouvons la mémoire de ce moment où son regard a croisé le nôtre, ce moment où il nous a fait sentir qu’il nous aimait, qu’il m’aimait, et non seulement de manière personnelle, également comme communauté (cf. Homélie de la Vigile pascale, 19 avril 2014). Pouvoir dire «donne-moi à boire» signifie revenir sur nos pas et, dans la fidélité créative, écouter comment l’Esprit n’a pas engendré une œuvre ponctuelle, un plan pastoral ou une structure à organiser mais comment, par le moyen de tant de "saints de la porte d’à côté" – parmi ceux-là nous trouvons des pères et des mères fondateurs d’instituts séculiers, des évêques, des curés qui ont su donner des bases solides à leurs communautés –, à travers ces saints de la porte d’à côté il a donné vie et oxygène à un contexte historique déterminé qui semblait étouffer et écraser toute espérance et toute dignité.
«Donne-moi à boire» signifie encourager à laisser purifier et sauver la part la plus authentique de nos charismes fondateurs – qui ne se réduisent pas seulement à la vie religieuse mais qui concernent toute l’Église – et voir comment ils peuvent être exprimés aujourd’hui. Il s’agit non seulement de regarder le passé avec reconnaissance mais aussi de rechercher les racines de son inspiration et de les laisser résonner à nouveau, avec force parmi nous (cf. Pape François – Fernando Prado, La force de la vocation, p. 43).
«Donne-moi à boire» signifie reconnaître que nous avons besoin que l’Esprit nous transforme en femmes et en hommes qui se souviennent d’une rencontre et d’un passage, le passage salvifique de Dieu. Et confiants que, comme il l’a fait hier, ainsi il continuera de le faire demain: «aller à la racine nous aide, sans aucun doute, à bien vivre le présent, et à le vivre sans avoir peur. Il faut vivre sans peur, en répondant à la vie avec la passion d’être engagés dans l’Histoire, impliqués. C’est une passion amoureuse, […]» (cf. Ibid., p. 45).
L’espérance fatiguée sera guérie et jouira de cette «certaine peine du cœur», à partir du moment où l’on n’a pas peur de revenir au premier amour et de réussir à trouver, dans les périphéries et les défis qui aujourd’hui se présentent à nous, le même chant, le même regard qui ont suscité le chant et le regard de nos ainés. Ainsi nous éviterons le risque de partir de nous-mêmes et nous abandonnerons l’épuisant auto-apitoiement pour trouver le regard avec lequel le Christ aujourd’hui continue de nous chercher, continue de nous regarder, continue de nous appeler et de nous inviter à la mission, comme il l’a fait en cette première rencontre, la rencontre du premier amour.
* * *
Et cela ne me semble pas être un évènement mineur que la réouverture des portes de cette Cathédrale après une longue période de rénovation. Elle a connu le passage des années, comme témoin fidèle de l’histoire de ce peuple, et avec l’aide et le travail de beaucoup, elle a voulu offrir à nouveau sa beauté. Plus qu’une restauration classique, qui souvent essaie de revenir au passé original, on a cherché à rendre la beauté des années, en étant ouvert à l’accueil de toute la nouveauté que le présent pouvait lui offrir. Une Cathédrale espagnole, indienne et afro-américaine devient ainsi une Cathédrale panaméenne, de ceux qui hier mais également de ceux qui aujourd’hui ont rendu possiblece fait. Elle n’appartient plus seulement au passé, mais elle est la beauté du présent.
Et aujourd’hui de nouveau c’est un tournant qui conduit à renouveler et à alimenter l’espérance, à découvrir comment la beauté d’hier devient un fondement pour construire la beauté de demain.
Ainsi agit le Seigneur. Pas de lassitude de l’espérance; oui à la fatigue particulière du cœur de celui qui poursuit chaque jour ce qui lui a été confié dans le regard du premier amour.
Frères et sœurs, ne nous laissons pas voler l’espérance dont nous avons hérité, la beauté que nous avons héritée de nos pères! Qu’elles soient la racine vivante, la racine féconde qui nous aide à continuer à rendre belle et prophétique l’histoire du salut sur ces terres.
[00116-FR.02] [Texte original: Espagnol]
Traduzione in lingua inglese
I want to firstly congratulate the Archbishop, who, for the first time in almost seven years, is able to meet his spouse, this Church, widowed temporarily during this time. And I want to congratulate the widow who stops being a widow today, on meeting her husband. I also want to thank all those who made this possible: the authorities and the entire People of God, for everything done to ensure the Archbishop could meet his people, not in a borrowed home but in his own. Thank you!
The programme for this ceremony envisaged, due to the limited time, two aspects: the consecration of the altar and the meeting with priests, male and female religious as well as other consecrated lay-faithful. What I will tell you, therefore, will more or less follow along these lines, thinking of the priests, religious and other consecrated faithful, especially those who carry out an apostolate in this particular Church.
“Jacob’s well was there, and so Jesus, wearied as he was with his journey, sat down beside the well. It was about the sixth hour. There came a woman of Samaria to draw water. Jesus said to her, ‘Give me a drink’” (Jn 4:6-7).
The Gospel we have heard does not shrink from showing us Jesus, wearied from his journey. At midday, when the sun makes all its strength and power felt, we encounter him beside the well. He needed to relieve and quench his thirst, to refresh his steps, to recover his strength in order to continue with his mission.
The disciples personally experienced the extent of the Lord’s commitment and readiness to bring the Good News to the poor, to bind up the broken-hearted, to proclaim liberty to captives and freedom to prisoners, to comfort those who mourn and to proclaim a year of favour to all (cf. Is 61:1-3). These are all situations that consume life and energy; yet they show us many important moments in the life of the Master, moments in which our humanity, too, can find a word of Life.
Weary from the journey
It is relatively easy for us, compulsively busy as we are, to imagine and enter into communion with the Lord’s activity. Yet we do not always know how to contemplate and accompany his “weariness”; it seems this is not something proper to God. The Lord knew what it was to be tired, and in his weariness so many struggles of our nations and peoples, our communities and all who are weary and heavily burdened (cf. Mt 11:28) can find a place.
There a many reasons for weariness on our journey as priests, consecrated men and women, and members of lay movements: from long hours of work, which leave little time to eat, rest, pray and be with family, to “toxic” working conditions and relationships that lead to exhaustion and disappointment. From simple daily commitments to the burdensome routine of those who do not find the relaxation, appreciation or support needed to move from one day to the next. From the usual and predictable little problems to lengthy and stressful periods of pressure. A whole array of burdens to bear.
It would be impossible to try to cope with all these situations that assail the lives of consecrated persons, but in all of them we feel the urgent need to find a well to quench our thirst and relieve our weariness from the journey. All these situations demand, like a silent plea, a well from which we can set out once more.
For some time now, a subtle weariness seems to have found a place in our communities, a weariness that has nothing to do with the Lord’s weariness. And here we need to be careful. It is a temptation that we might call the weariness of hope. This weariness is felt when – as in the Gospel – the sun beats down mercilessly and with such intensity that it becomes impossible to keep walking or even to look ahead. Everything becomes confused. I am not referring here to that “peculiar heaviness of heart” (cf. Redemptoris Mater, 17; Evangelii Gaudium, 287) felt by those who feel “shattered” at the end of the day, yet manage a serene and grateful smile. I am speaking of that other weariness, which comes from looking ahead once reality “hits” and calls into question the energy, resources and viability of our mission in this changing and challenging world.
It is a weariness that paralyzes. It comes from looking ahead and not knowing how to react to the intense and confusing changes that we as a society are experiencing. These changes seem to call into question not only our ways of speaking and engaging, our attitudes and habits in dealing with reality, but in many cases they call into doubt the very viability of religious life in today’s world. And the very speed of these changes can paralyze our options and opinions, while what was meaningful and important in the past can now no longer seem valid.
Sisters, and brothers, the weariness of hope comes from seeing a Church wounded by sin, which so often failed to hear all those cries that echoed the cry of the Master: “My God, why have you forsaken me?” (Mt 27:46).
And we can get used to living with a weariness of hope before an uncertain and unknown future, and this can pave the way for a grey pragmatism to lodge in the heart of our communities. Everything apparently goes on as usual, but in reality, faith is crumbling and failing. Communities and priests disappointed by a reality that we do not understand or that we think has no room for our message, we can open the door to one of the worst heresies possible in our time: the notion that the Lord and our communities have nothing to say or contribute in the new world now being born (cf. Evangelii Gaudium, 83). What once arose to be the salt and light for the world ends up stale and worn.
Give me a drink
Weariness from the journey can happen; it can make itself felt. Like it or not, we do well to have the same courage as the Master, and to say, “Give me a drink”. As was the case with the Samaritan woman and perhaps with each one of us, we want to quench our thirst not with any water but with the “spring of water welling up to eternal life” (Jn 4:14). Like the Samaritan woman who for years had been carrying the empty pitchers of failed loves, we know that not just any word can help us regain energy and prophecy in our mission. Not just any novelty, however alluring it may seem, can quench our thirst. We know, as she did, that neither knowledge of religion nor upholding options and traditions past or novelties present, always makes us fruitful and passionate “worshipers in spirit and truth” (Jn 4:23).
The Lord says, “Give me a drink”, he asks us to say those same words. As we say them, let us open the door and let our wearied hope return without fear to the deep well of our first love, when Jesus passed our way, gazed at us with mercy, and he chose us and asked us to follow him. To say those words, let us revive the memory of that moment when his eyes met ours, the moment when he made us realize that he loved us, that he loved me, not only personally but also as a community (cf. Homily at the Easter Vigil, 19 April 2014). To be able to say “give me a drink” means retracing our steps and, in creative fidelity, listening to how the Spirit inspired no specific works, pastoral plans or structures, but instead, through any number of “saints next door” – including the founders of your secular institutes and the bishops and parish priests who laid the bases for your communities – through those saints next door he gave life and fresh breath to a particular moment of history when all hope and dignity seemed to be stifled and crushed.
“Give me a drink” means finding the courage to be purified and to recapture the most authentic part of our founding charisms – which are not only for religious life but for the life of Church as a whole – and to see how they can find expression today. This means not only looking back on the past with gratitude, but seeking the roots of their inspiration and letting them resound forcefully once again in our midst (cf. Pope Francis-Fernando Prado, The Strength of a Vocation, 42).
“Give me a drink” means recognizing that we need the Spirit to make us women and men mindful of an encounter and of a passage, the salvific passage of God. And trusting that, as he did yesterday, he will still do tomorrow: “Going to the roots helps us without a doubt to live in the present without fear. We need to live without fear, responding to life with the passion of being engaged with history, immersed in things. With the passion of lovers” (cf. ibid., 44).
A wearied hope will be healed and will enjoy that “particular tiredness of heart” when it is unafraid to return to the place of its first love and to find, in the peripheries and challenges before us today, the same song, the same gaze that inspired the song and the gaze of those who have gone before us. In this way, we will avoid the danger of starting with ourselves; we will abandon a wearisome self-pity in order to meet Christ’s gaze as he continues today to seek us, to call us and to invite us to the mission, as he did in that first meeting, that meeting of our first love.
* * *
For me it is truly no small thing that this cathedral now reopens its doors after a lengthy renovation. It has experienced the passage of the years as a faithful witness of the history of this people, and now with the help and work of many it wants once more to show us its beauty. More than a formal restoration, which always attempts to reproduce the original appearance, this restoration has sought to preserve the beauty of the past while making room for all the newness of the present. A Spanish, Indian, Afro-American cathedral thus becomes a Panamanian cathedral, belonging both to past generations and to those of today who made this reality possible. It no longer belongs only to the past, but it is a thing of beauty for the present.
Today it is once more a place of peace, that encourages us to renew and nurture our hope, to discover how yesterday’s beauty becomes a basis for creating the beauty of tomorrow.
That is how the Lord works. Hope does not weary; yes, there is the peculiar tiredness of the heart that bears daily with everything that was entrusted to it with that gaze of our first love.
Brothers and sisters, may we not allow ourselves to be robbed of the hope and the beauty we have inherited from our ancestors. May it be a living root, a fruitful root that will help us continue to make beautiful and prophetic the history of salvation in these lands.
[00116-EN.02] [Original text: Spanish]
Traduzione in lingua tedesca
Zunächst möchte ich den Herrn Erzbischof beglückwünschen. Zum ersten Mal nach fast sieben Jahren konnte er seine Braut – diese Kirche – treffen, die während all dieser Zeit vorübergehend Witwe war. Und ich gratuliere der Witwe, dass sie heute aufhört, Witwe zu sein, weil sie ihren Bräutigam gefunden hat. Ich möchte auch allen, die das möglich gemacht haben, den Behörden und dem ganzen Volk Gottes, für alles danken, was sie getan haben, damit der Herr Erzbischof seinem Volk nicht in einem geliehenen, sondern in seinem Haus begegnen kann. Danke!
Im Programm war vorgesehen, dass diese Feier wegen der begrenzten Zeit zwei Bedeutungen haben sollte: die Altarweihe und das Treffen mit den Priestern, Ordensleuten und geweihten Personen. Was ich sagen werde, wird daher ein wenig auf dieser Linie liegen, weil ich an die Priester, Ordensleute und geweihten Personen denke, vor allem an die, welche in dieser Teilkirche tätig sind.
»Jesus war müde von der Reise und setzte sich daher an den Brunnen; es war um die sechste Stunde. Da kam eine Frau aus Samarien, um Wasser zu schöpfen. Jesus sagte zu ihr: Gib mir zu trinken« (Joh 4,6-7).
Das Evangelium, das wir gehört haben, zögert nicht, uns Jesus als ermüdet von der Reise darzustellen. Am Mittag, wenn sich die Sonne mit ihrer ganzen Kraft und Intensität spüren lässt, finden wir ihn beim Brunnen. Er musste seinen Durst stillen, seine Füße ausruhen lassen und seine Kräfte sammeln, um seine Mission weiterführen zu können.
Die Jünger haben als Augenzeugen erlebt, was die Hingabe und die Bereitschaft des Herrn bedeutete, um den Armen die Frohe Botschaft zu bringen, um die zu heilen, die gebrochenen Herzens sind, um den Gefangenen Freilassung auszurufen und den Gefesselten Befreiung, um die Trauernden zu trösten, um für alle das Gnadenjahr des Herrn auszurufen (vgl. Jes 61,1-3). Alle diese Situationen zehren an deinem Leben, zehren an deinen Energien; doch „es blieb nicht aus“, dass uns viele bedeutende Gelegenheiten im Leben des Meisters geschenkt wurden, wo auch unser Menschsein einem Wort des Lebens begegnen kann.
Ermüdet von der Reise
Für unsere (zwangsläufig leistungsorientierte) Vorstellungskraft ist es relativ leicht, die Tätigkeiten des Herrn zu betrachten und sich mit ihnen zu verbinden. Doch gelingt es uns nicht immer, uns die „Erschöpfung des Herrn“ vorzustellen und uns mit ihr zu verbinden, so als ob diese nicht zu Gott gehörte. Der Herr ist ermattet und in dieser Erschöpfung findet so viel Müdigkeit unserer Völker und unserer Menschen Raum, so viel Ermattung unserer Gemeinschaften und aller, die mühselig und beladen sind (vgl. Mt 11,28).
Die Ursachen und die Motive für die Müdigkeit auf dem Weg bei uns Priestern, geweihten Personen, Mitgliedern von Laienbewegungen sind vielfältig: von den langen Arbeitszeiten, die wenig Zeit zum Essen, zum Ausruhen, zum Beten und zum Verweilen in der Familie lassen, bis zu den „vergifteten“ Umständen bei der Arbeit und im zwischenmenschlichen Bereich, die zur Erschöpfung führen und das Herz aufreiben; von der einfachen täglichen Ergebung in die Arbeit bis zur gewohnheitsmäßigen Belastung dessen, der das Gefallen, die Anerkennung und die Stütze nicht findet, um sich dem täglichen Einerlei zu stellen; von üblichen und zu erwartenden komplizierten Situationen bis zu anstrengenden und beklemmenden Stressmomenten. Eine ganze Palette des Drucks muss man auf sich nehmen.
Es wäre unmöglich, alle Situationen zu umfassen, die das Leben der Gottgeweihten zermürben. Aber wir empfinden in ihnen immer das dringende Bedürfnis, einen Brunnen zu finden, der den Durst stillt und die Erschöpfung auf dem Weg lindert. Alle verlangen, wie mit einem stummen Schrei, nach einem Brunnen, von dem man wieder aufbrechen kann.
Seit einiger Zeit scheint sich diesbezüglich in unseren Gemeinschaften nicht selten eine subtile Art von Müdigkeit eingeschlichen zu haben, die mit jener des Herrn nichts gemeinsam hat. Und da müssen wir aufpassen. Es handelt sich um eine Versuchung, die wir Hoffnungsmüdigkeit nennen könnten. Jene Müdigkeit entsteht, wenn – wie im Evangelium – die Sonnenstrahlen wie Blei niedergehen und den Tag unerträglich machen. Dies geschieht mit einer solchen Intensität, dass es einem nicht möglich ist, auszuschreiten und vorauszuschauen. Es ist, als wäre alles verschwommen. Ich meine hier nicht »die besondere Mühe des Herzens« (Johannes Paul II., Enzyklika Redemptoris mater, 17; vgl. Apostolisches Schreiben Evangelii gaudium, 287) desjenigen, der von der Arbeit „zerschlagen“ am Ende des Tages ein gelassenes und dankbares Lächeln hervorzubringen vermag. Es geht mir vielmehr um jene andere Müdigkeit, die im Blick auf die Zukunft aufsteigt, wenn die harte Realität einen überwältigt und die Kräfte, die Möglichkeiten und die Ausführbarkeit der Mission in Zweifel zieht in einer Welt, die sich so verändert und alles in Frage stellt.
Es ist eine lähmende Müdigkeit. Sie beginnt damit, dass wir vorausschauend nicht wissen, wie wir angesichts der Intensität und der Ungewissheit des Wandels, den wir als Gesellschaft durchmachen, reagieren sollen. Dieser Wandel scheint nicht nur unsere Ausdrucksformen und Einsatzbedingungen, unsere Gewohnheiten und Einstellungen gegenüber der Realität anzufragen, sondern zieht in vielen Fällen die Ausführbarkeit selbst des Ordenslebens in der heutigen Welt in Zweifel. Und auch die Schnelligkeit dieser Veränderungen kann zur Lähmung jeder Selbstbestimmung und jedes Urteils führen, und was zu anderen Zeiten signifikant und bedeutsam war, dafür scheint es keinen Platz mehr zu geben.
Schwestern und Brüder, die Hoffnungsmüdigkeit kommt von der Feststellung, dass die Kirche durch ihre Sünde verwundet ist und dass sie viele Male die zahlreichen Schreie nicht zu hören vermochte, in denen sich der Schrei des Meisters verborgen hatte: »Mein Gott, warum hast du mich verlassen« (Mt 27,46).
Und so können wir uns daran gewöhnen, angesichts einer unsicheren und unbekannten Zukunft in müder Hoffnung zu leben. Dadurch gewinnt ein grauer Pragmatismus in den Herzen unserer Gemeinden Raum. Wie es scheint, geht offenbar alles normal voran, in Wirklichkeit aber verbraucht sich der Glaube und geht zugrunde. Gemeinden und Priester sind enttäuscht von einer Wirklichkeit, die wir nicht verstehen oder in der, wie wir meinen, es keinen Platz mehr für unser Angebot gibt; so geben wir einer der übelsten Häresien unserer Zeit „Bürgerrecht“, nämlich zu denken, dass der Herr und unsere Gemeinden in dieser neuen Welt, wie sie abläuft, nichts mehr zu sagen noch zu geben hätten (vgl. Apostolisches Schreiben Evangelii gaudium, 83). Und dann geschieht es, dass das, was einst entstanden ist, um Salz und Licht der Welt zu sein, am Ende seine schlechteste Version darbietet.
Gib mir zu trinken
Die Anstrengungen der Reise kommen und machen sich spürbar. Ob sie uns gefallen oder nicht, sie sind da, und es ist gut, den gleichen Mut wie der Meister zu haben und zu sagen: »Gib mir zu trinken.« Wie bei der Samariterin so kann es auch bei einem jeden von uns geschehen, dass wir unseren Durst nicht mit irgendeinem Wasser stillen möchten, sondern an der »Quelle […], deren Wasser ins ewige Leben fließt« (Joh 4,14). Wie die Samariterin, die seit Jahren die leeren Gefäße gescheiterter Liebschaften trug, wissen auch wir, dass nicht jedes beliebige Wort helfen kann, um die Kräfte und die prophetische Dimension für die Sendung wiederzuerlangen. Nicht jede beliebige Neuheit, wie verlockend sie auch erscheinen mag, kann den Durst lindern. Wie die Samariterin wissen auch wir, dass die Kenntnis der Religion und die Rechtfertigung für bestimmte Entscheidungen und vergangene Traditionen oder gegenwärtige Neuheiten uns nicht immer fruchtbar machen und leidenschaftliche »Beter […] im Geist und in der Wahrheit« (Joh 4,23) sein lassen.
„Gib mir zu trinken“ – darum bittet der Herr, und er bittet uns darum, dass wir es sagen. Wenn wir es sagen, dann öffnen wir das Tor unserer müden Hoffnung, um ohne Angst zum Brunnen unserer ersten Liebe zurückzukehren, als Jesus unseren Weg kreuzte, uns barmherzig ansah, uns erwählte und uns aufforderte, ihm zu folgen; wenn wir es sagen, holen wir die Erinnerung an den Moment zurück, in dem sein Blick dem unseren begegnete, an den Moment, in dem er uns spüren ließ, dass er uns liebte, dass er mich liebte – nicht nur persönlich, auch als Gemeinschaft (vgl. Homilie in der Osternacht, 19. April 2014). „Gib mir zu trinken“ sagen zu können heißt, zu unseren Fußspuren zurückzukehren und in schöpferischer Treue zu hören, wie der Heilige Geist nicht ein spezifisches Werk geschaffen hat, einen Pastoralplan oder eine Struktur, die zu organisieren sind, sondern durch viele „Heilige von nebenan“ – dazu zählen auch Gründerväter und –mütter von Säkularinstituten, Bischöfe, Pfarrer, die ihren Gemeinde solide Grundlagen zu geben wussten – durch diese Heiligen von nebenan einem bestimmten geschichtlichen Kontext, der jede Hoffnung und Würde zu ersticken und zu erdrücken schien, Leben und Sauerstoff gab.
„Gib mir zu trinken“ heißt, den Mut zu haben, sich reinigen zu lassen und den authentischeren Teil unserer ursprünglichen Charismen – sie beschränken sich nicht nur auf das geweihte Leben, sondern auf die ganze Kirche – wiederzugewinnen als auch zu sehen, auf welche Weisen sie heute zum Ausdruck kommen können. Es geht nicht bloß darum, dankbar auf die Vergangenheit zu schauen, sondern sich auf die Suche nach den Wurzeln ihrer Inspiration zu machen und zuzulassen, dass sie kraftvoll wieder neu unter uns aufgehen (vgl. Papst Franziskus – Fernando Prado, Die Kraft der Berufung, Freiburg 2018, S. 43).
„Gib mir zu trinken“ heißt zu akzeptieren, dass wir vom Heiligen Geist in Frauen und Männer verwandelt werden müssen, die sich an eine Begegnung, an ein Ereignis erinnern, an das heilbringende Ereignis, als Gott in ihr Leben trat. Und die voll Vertrauen sind, dass er, so wie er es gestern getan hat, es morgen weiter tun wird: »An die Wurzel zu gehen hilft uns zweifellos, die Gegenwart angemessen zu leben« und sie zu leben, »ohne Angst zu haben. Wir müssen ohne Angst, indem wir dem Leben mit der Leidenschaft begegnen, in die Geschichte eingebunden, am Leben beteiligt sein. Es ist eine verliebte Leidenschaft« (ebd., S. 45).
Die müde Hoffnung wird geheilt sein und jene »besondere Mühe des Herzens« (Evangelii gaudium, 287) genießen, wenn sie nicht davor zurückschreckt, zum Ort der ersten Liebe zurückzukehren, und es ihr gelingt, in den Peripherien und Herausforderungen, die sich uns heute bieten, dem gleichen Gesang, dem gleichen Blick zu begegnen, die den Gesang und Blick unserer Väter und Mütter hervorriefen. So werden wir die Gefahr vermeiden, von uns selbst auszugehen, und das ermüdende Selbstmitleid lassen, um dem Blick zu begegnen, mit dem Christus uns heute weiter sucht, uns weiter anschaut, uns weiter ruft und zur Sendung einlädt, wie er es bei jener ersten Begegnung, bei der Begegnung der ersten Liebe, getan hat.
* * *
Es scheint mir ein nicht unbedeutendes Ereignis zu sein, dass diese Kathedrale nach einer langen Zeit der Restaurierung wieder ihre Pforten öffnet. Sie hat als treue Zeugin der Geschichte dieses Landes die Jahre vergehen sehen, und mit der Hilfe und Arbeit vieler schenkt sie uns ihre Schönheit wieder. Mehr als eine formale Rekonstruktion, die immer zu einem vergangenen Original zurückkehren will, hat man versucht, die Schönheit der Jahre wiederzugewinnen, nämlich in der Offenheit, aller Neuheit Raum zu geben, die ihr die Gegenwart bieten konnte. Eine spanische, indianische, afroamerikanische Kathedrale wird so zu einer panamaischen Kathedrale; sie gehört den Menschen von gestern, aber ebenso denen von heute, die dies möglich gemacht haben. Sie gehört nicht mehr nur der Vergangenheit an, sondern zählt zu den Schönheiten der Gegenwart.
Und heute ist sie wiederum ein Schoß, der dazu anregt, die Hoffnung zu erneuern und zu nähren sowie zu entdecken, wie die Schönheit von gestern zur Grundlage wird, um die Schönheit von morgen aufzubauen.
So handelt der Herr. Keine Hoffnungsmüdigkeit; ja zur Erschöpfung des Herzens, die dem eigen ist, der jeden Tag den Auftrag weiterführt, der ihm beim Blick der ersten Liebe anvertraut worden ist.
Liebe Brüder und Schwestern, lassen wir uns nicht die Hoffnung rauben, die wir geerbt haben, die Schönheit, die wir von unseren Vorfahren geerbt haben. Sie möge die lebendige Wurzel, die fruchtbare Wurzel sein, die uns hilft, dass wir die Geschichte des Heils in diesen Ländern weiter schön und prophetisch werden lassen.
[00116-DE.02] [Originalsprache: Spanisch]
Traduzione in lingua portoghese
Quero, antes de mais nada, congratular-me com o Senhor Arcebispo, que pela primeira vez, passados quase sete anos, pôde encontrar a sua esposa, esta Igreja, provisoriamente viúva durante todo este tempo. E congratular-me com a viúva, que hoje, ao encontrar o seu esposo, deixa de ser viúva. Depois quero agradecer a quantos tornaram isto possível: às autoridades e a todo o povo de Deus. Agradecer-lhes tudo o que fizeram para que o Senhor Arcebispo pudesse encontrar-se com o seu povo, não numa casa emprestada, mas na sua casa. Obrigado!
Devido às limitações de tempo, previa-se no programa que essa cerimónia tivesse dois significados: a sagração do altar e o encontro com sacerdotes, religiosas, religiosos e leigos consagrados. Por isso, aquilo que vou dizer obedece a esta linha, pensando nos sacerdotes, nas religiosas, nos religiosos e nos leigos consagrados, especialmente em quantos trabalham nesta Igreja particular.
«Jesus, cansado da caminhada, sentou-Se, sem mais, na borda do poço. Era por volta do meio-dia. Entretanto, chegou certa mulher samaritana para tirar água. Disse-lhe Jesus: “Dá-Me de beber” » (Jo 4, 6-7).
O Evangelho que ouvimos não hesita em apresentar-nos Jesus cansado de caminhar. Ao meio-dia, quando o sol se faz sentir em toda a sua força e potência, encontramo-Lo junto do poço. Precisava de aplacar e saciar a sede, refrescar seus passos, recuperar as forças para poder continuar a sua missão.
Os discípulos experimentaram em si próprios o que significava a dedicação e disponibilidade do Senhor para levar a Boa-Nova aos pobres, curar os corações feridos, proclamar a libertação aos cativos e dar a liberdade aos prisioneiros, consolar quem estava de luto, proclamar o ano de graça para todos (cf. Is 61, 1-3). Todas elas são situações que nos tolhem a vida, nos tolhem a energia; e os discípulos abundaram ao presentear-nos com tantos momentos importantes na vida do Mestre, onde também a nossa humanidade pode encontrar uma palavra de Vida.
Cansado da caminhada
Para a nossa imaginação, sempre em movimento, é relativamente fácil contemplar e entrar em comunhão com a atividade do Senhor, mas nem sempre sabemos ou podemos contemplar e acompanhar as «fadigas do Senhor», como se estas não se apropriassem a Deus. Mas o Senhor cansou-Se e, nesta fadiga, encontra lugar tanto cansaço dos nossos povos e da nossa família, das nossas comunidades e de todos aqueles que estão cansados e oprimidos (cf. Mt 11, 28).
Múltiplas são as causas e motivos que nos podem provocar a fadiga da caminhada, a nós sacerdotes, consagrados e consagradas, membros dos movimentos laicais: desde as longas horas de trabalho que deixam pouco tempo para comer, descansar, rezar e estar com a família, até às «tóxicas» condições laborais e afetivas que levam ao esgotamento e desgastam o coração; desde a simples dedicação diária até ao peso rotineiro de quem já não sente gosto ou não encontra reconhecimento e apoio para enfrentar as exigências de cada dia; desde as situações complicadas já habituais e previsíveis até aos momentos urgentes de angustiante pressão... Uma gama completa de pesos a suportar.
Seria impossível tentar abraçar todas as situações que quebrantam a vida dos consagrados, mas, em todas elas, sentimos a necessidade urgente de encontrar um poço onde se possa aplacar e saciar a sede e o cansaço do caminho. Todas elas reclamam, como um grito silencioso, um poço donde começar de novo.
Desde há algum tempo para cá, às vezes parece ter-se instalado nas nossas comunidades uma espécie subtil de cansaço, que nada tem a ver com o cansaço do Senhor. Devemos estar atentos a isso! Trata-se duma tentação que poderíamos chamar o cansaço da esperança. Ou seja, o cansaço que surge quando o sol, no pino – como sugere o Evangelho –, dardeja a pique os seus raios, tornando as horas insuportáveis, e fá-lo com tal intensidade que não deixa avançar nem olhar para diante. Como se tudo ficasse confuso. Não me refiro aqui ao «particular aperto do coração» (São João Paulo II, Carta enc. Redemptoris Mater, 17; cf. Francisco, Exort. ap. Evangelii gaudium, 287) de quem ao fim do dia, apesar de quebrantado pelo trabalho, consegue mostrar um sorriso sereno e agradecido; mas a um outro cansaço que nasce ao olhar o futuro quando a realidade me cai em cima pondo em questão as forças, os recursos e a viabilidade da missão neste mundo, que não cessa de mudar e interpelar.
É um cansaço paralisador. Nasce de olhar para a frente e não saber como reagir face à intensidade e incerteza das mudanças que estamos atravessando como sociedade. Tais mudanças parecem não só pôr em questão as nossas modalidades de expressão e compromisso, os nossos hábitos e atitudes ao enfrentar a realidade, mas frequentemente colocam também em dúvida a própria viabilidade da vida religiosa no mundo atual. E a própria velocidade destas mudanças pode levar a imobilizar opções e opiniões e, aquilo que outrora poderia ser significativo e importante, hoje parece que já não tem lugar.
Irmãs e irmãos, o cansaço da esperança nasce da constatação duma Igreja ferida pelo seu pecado e que, muitas vezes, não soube escutar tantos gritos nos quais se escondia o grito do Mestre: «Meu Deus, porque me abandonaste?» (Mt 27, 46).
Deste modo, podemos habituar-nos a viver com uma esperança cansada perante o futuro incerto e desconhecido, e isto faz com que se instale um pragmatismo cinzento no coração das nossas comunidades. Aparentemente tudo parece continuar dentro da normalidade, mas na realidade a fé deteriora-se, degenera. Comunidades e presbíteros dececionados com uma realidade que não compreendemos ou na qual pensamos já não haver lugar para a nossa proposta. E, assim, podemos conferir «cidadania» a uma das piores heresias possíveis no nosso tempo: pensar que o Senhor e as nossas comunidades não têm mais nada para dizer nem dar a este mundo novo em gestação (cf. Francisco, Exort. ap. Evangelii gaudium, 83). Então aquilo que um dia nasceu para ser sal e luz do mundo, acaba por oferecer a sua versão pior.
Dá-Me de beber
A fadiga da viagem sobrevem e faz-se sentir. Quer queiramos quer não, ela existe e será bom termos a mesma coragem que demonstrou o Mestre ao dizer: «Dá-Me de beber». Como aconteceu à Samaritana e pode suceder a cada um de nós, não queremos aplacar a sede com uma água qualquer, mas com aquela «fonte de água que dá a vida eterna» (Jo 4, 14). Como bem sabia a Samaritana que, desde há anos, carregava cântaros vazios de amores falidos, também nós sabemos que nem qualquer palavra pode ajudar a recuperar as forças e a profecia na missão. Nem qualquer novidade, por mais sedutora que pareça, pode aliviar a sede. Sabemos, como ela bem sabia, que nem mesmo o conhecimento religioso e a justificação de certas opções e tradições passadas ou novidades presentes, nos tornam sempre fecundos e apaixonados «adoradores (…) em espírito e verdade» (Jo 4, 23).
«Dá-Me de beber» é aquilo que pede o Senhor e é o que Ele nos pede para dizer. Ao dizê-lo, abrimos a porta da nossa esperança cansada para voltar, sem medo, ao poço originário do primeiro amor, quando Jesus passou pelo nosso caminho, olhou-nos com misericórdia, escolheu-nos e pediu que O seguíssemos; ao dizê-lo, recuperamos a memória daquele momento em que os seus olhos cruzaram os nossos, o momento em que Ele nos fez sentir que nos amava, que me amava, e não só como indivíduo, mas também como comunidade (cf. Francisco, Homilia na Vigília Pascal, 19/IV/2014). Dizer «dá-me de beber» significa retornar sobre os nossos passos e, na fidelidade criativa, escutar que o Espírito não criou uma obra particular, um plano pastoral ou uma estrutura para ser organizada, mas, através de tantos «santos ao pé da porta» – entre os quais encontramos padres e madres fundadores de Institutos religiosos e seculares, bispos, párocos que souberam colocar bases sólidas nas suas comunidades –, através destes santos ao pé da porta deu vida e respiração a um determinado contexto histórico que parecia sufocar e esmagar toda a esperança e dignidade.
«Dá-me de beber» significa ter a coragem de se deixar purificar, de recuperar a parte mais autêntica dos nossos carismas fundacionais – que não se limitam apenas à vida religiosa, mas a toda a Igreja – e ver as modalidades em que se podem expressar hoje. Trata-se não só de olhar com gratidão o passado, mas também de ir à procura das raízes da sua inspiração e deixar que ressoem novamente com força entre nós (cf. Papa Francisco – Fernando Prado, La fuerza de la vocación, 42).
«Dá-me de beber» significa reconhecer-se necessitado de que o Espírito nos transforme em mulheres e homens memoriosos dum encontro e duma passagem, a passagem salvífica de Deus. E confiantes de que, como fez ontem, assim continuará a fazê-lo amanhã: «ir às raízes ajuda-nos indubitavelmente a viver, sem medo, o presente. Precisamos de viver sem medo, reagindo à vida com a paixão de nos sentirmos comprometidos com a história, imersos nas coisas. Com a paixão dos enamorados» (cf. ibid., 44).
A esperança cansada será curada e gozará daquele «particular aperto do coração» quando não tiver medo de voltar ao lugar do primeiro amor e conseguir encontrar, nas periferias e nos desafios que hoje se nos apresentam, o mesmo cântico, o mesmo olhar que suscitou o cântico e o olhar dos nossos pais. Assim evitaremos o risco de partir de nós mesmos e abandonaremos a autocomiseração cansativa para fixar os olhos com que hoje Cristo continua a procurar-nos, continua a olhar-nos, continua a chamar-nos e a convidar-nos para a missão, como fez naquele primeiro encontro, o encontro do primeiro amor.
* * *
E não me parece sem significado um acontecimento como este: uma Catedral que reabre as portas depois dum longo tempo de restauro. Experimentou o transcorrer dos anos, como testemunha fiel da história deste povo e, com a ajuda e o trabalho de muitos, quis presentear-nos de novo com a sua beleza. Mais do que uma reconstrução formal, que sempre tenta voltar a um original passado, procurou resgatar a beleza dos anos abrindo-se para hospedar toda a novidade que o presente lhe podia oferecer. Uma Catedral espanhola, índia e afro-americana torna-se, assim, Catedral panamense, dos panamenses de ontem, mas também dos de hoje que tornaram possível este acontecimento. Já não pertence só ao passado, mas é beleza do presente.
E hoje de novo é regaço que impele a renovar e nutrir a esperança, a descobrir como a beleza de ontem pode tornar-se base para construir a beleza de amanhã.
Assim age o Senhor. Cansaço da esperança, não; mas aquela fadiga peculiar do coração de quem dia-a-dia leva por diante aquilo que lhe foi confiado no olhar do primeiro amor.
Irmãos, não deixemos que nos roubem a esperança que herdamos, a beleza herdada dos nossos pais! Seja ela a raiz viva, a raiz fecunda que nos ajuda a continuar fazendo bela e profética a história da salvação nestas terras.
[00116-PO.02] [Texto original: Espanhol]
Traduzione in lingua polacca
Przede wszystkim chcę pogratulować arcybiskupowi, który po raz pierwszy, po prawie siedmiu latach, mógł spotkać swoją oblubienicę, ten kościół, słomianą wdowę przez cały ten czas. I pogratulować wdowie, która dziś przestaje być wdową, spotyka się z oblubieńcem. Pragnę również podziękować wszystkim, którzy to uczynili możliwym, władzom i całemu ludowi Bożemu, za to wszystko, co zrobili, aby arcybiskup mógł spotkać się ze swoim ludem, nie w pożyczonym domu, ale w swoim domu. Dziękuję!
W programie przewidziano, że ta ceremonia, ze względu na ograniczony czas, miała dwa znaczenia: konsekracja ołtarza i spotkanie z kapłanami, zakonnikami, zakonnikami i świeckimi osobami konsekrowanymi. Dlatego to, co powiem, będzie trochę szło w tym kierunku, myśląc o kapłanach, zakonnicach, zakonnikach i świeckich osobach konsekrowanych, szczególnie tych, którzy pracują w tym Kościele partykularnym.
„Jezus, zmęczony przebytą drogą, usiadł obok studni, a było to około godziny szóstej. Nadeszła wtedy kobieta - Samarytanka, aby zaczerpnąć wody. Jezus poprosił ją: «Daj mi się napić»” (J 4,6-7).
Usłyszana przez nas Ewangelia nie waha się ukazać nam Jezusa zmęczonego chodzeniem. W południe, gdy słońce daje się odczuć z całą swą siłą i mocą, znajdujemy Go obok studni. Musiał zaspokoić i ugasić pragnienie, odświeżyć swe kroki, odzyskać siły, by móc kontynuować swoją misję.
Uczniowie widzieli na własne oczy, co oznacza poświęcenie i gotowość Pana, aby nieść Dobrą Nowinę ubogim, opatrywać rany serc złamanych, zapowiadać wyzwolenie jeńcom i więźniom swobodę, pocieszać zasmuconych, obwieszczać rok łaski dla wszystkich (por. Iz 61,1-3). Są to sytuacje, które pochłaniają nasze życie i pochłaniają energię; i „nie oszczędzały”, obdarzając nas wieloma ważnymi chwilami w życiu Nauczyciela, w których również nasze człowieczeństwo mogłoby spotkać słowo Życia.
Zmęczony drogą
Dla naszej wyobraźni, kompulsywno-wydajnościowej, stosunkowo łatwe jest rozważanie i nawiązanie komunii z działalnością Pana, ale nie zawsze potrafimy czy możemy rozważać i towarzyszyć „trudom Pana”, jakby to nie była sprawa Boga. Pan się zmęczył i w tym znoju znajdują miejsce liczne znużenia naszych narodów i naszych ludów, naszych wspólnot i tych wszystkich, którzy są utrudzeni i obciążeni (por. Mt 11, 28).
Przyczyny i motywy, które mogą powodować zmęczenie drogą w nas, kapłanach, osobach konsekrowanych, członkach ruchów świeckich są wielorakie: od długich godzin pracy, które pozostawiają mało czasu na jedzenie, odpoczynek, modlitwę i przebywanie z rodziną, po „toksyczne” warunki pracownicze i uczuciowe, które prowadzą do wyczerpania i powolnego osłabienia serca; od prostego i codziennego poświęcenia, aż po rutynowy ciężar osób, które nie znajdują zadowolenia, uznania lub wsparcia niezbędnego do zmierzenia się z codziennością; od zwykłych i możliwych do przewidzenia sytuacji skomplikowanych, aż po koszmarne i stresujące godziny napięcia. Cała gama ciężarów, które trzeba znieść.
Nie sposób ogarnąć wszystkich sytuacji wypalania się życia osób konsekrowanych, ale we wszystkich odczuwamy pilną potrzebę znalezienia studni, która mogłaby zaspokoić i ugasić pragnienie i zmęczenie drogi. Wszystkie domagają się, jak milczące wołanie, jakiejś studni, od której można zacząć od nowa.
Od jakiegoś czasu, pod tym względem, nierzadko zdarza się, że w naszych wspólnotach gości pewien subtelny rodzaj zmęczenia, który nie ma nic wspólnego ze zmęczeniem Pana. I tutaj musimy zwracać uwagę. Jest to pokusa, którą moglibyśmy nazwać znużeniem nadziei. To znużenie, które pojawia się wówczas, gdy - jak w Ewangelii - słońce pada jak ołów, a godziny stają się nie do zniesienia, z taką intensywnością, że nie pozwalają iść naprzód czy też spoglądać w przyszłość. Jakby wszystko stawało się zamglone. Nie chodzi mi tutaj o „swoisty trud serca” (JAN PAWEŁ II, Enc, Redemptoris Mater, 17; por. Adhort. ap. Evangelii gaudium, 287) ludzi „rozerwanych na strzępy” z powodu pracy, potrafiących pod koniec dnia ukazać spokojny i wdzięczny uśmiech, ale o to inne znużenie, które rodzi się w obliczu przyszłości, kiedy rzeczywistość „wymierza policzki”, i podważa siły, środki i wykonalność misji w tym tak zmieniającym się i stawiającym pytania świecie.
Jest to zmęczenie paraliżujące. Rodzi się z patrzenia w przyszłość, nie wiedząc, jak zareagować na intensywność i niepewność przemian, które przeżywamy jako społeczeństwo. Zmiany te wydają się nie tylko podważać nasze formy wyrazu i zaangażowania, nasze zwyczaje i stosunek do rzeczywistości, ale w wielu przypadkach kwestionować samą możliwość życia zakonnego we współczesnym świecie. I nawet prędkość tych zmian może doprowadzić do obezwładnienia wszelkich decyzji i opinii, a to, co było znaczące i ważne w innych czasach, wydaje się nie mieć już miejsca.
Bracia i siostry, znużenie nadziei rodzi się ze świadomości Kościoła zranionego swoim grzechem, który wiele razy nie potrafił usłyszeć licznych wołań, w których kryło się wołanie Nauczyciela: „Boże mój, czemuś Mnie opuścił?” (Mt 27,46).
W ten sposób możemy przyzwyczaić się do życia ze znużoną nadzieją w obliczu niepewnej i nieznanej przyszłości, a to sprawia, że powstaje miejsce, aby w samym sercu naszych wspólnot zadomowił się szary pragmatyzm. Wszystko wydaje się postępować normalnie, ale w rzeczywistości wiara niszczeje i się rozkłada. Wspólnota i kapłani zawiedzeni rzeczywistością, której nie rozumiemy lub w której uważamy, że nie ma już miejsca dla naszego projektu, możemy nadać „obywatelstwo” jednej z najgorszych możliwych herezji naszych czasów: myśleniu, że Pan i nasze wspólnoty nie mają już nic do powiedzenia czy dania temu nowemu rodzącemu się światu (por. Adhort. ap. Evangelii gaudium, 83). A wówczas zdarza się, że to, co pewnego dnia zrodziło się jako sól i światło świata, w ostateczności oferuje swoją najgorszą wersję.
Daj mi się napić
Utrudzenie drogą się przytrafia i daje się odczuć. Istnieje, czy nam się to podoba, czy też nie, i dobrze mieć tę samą odwagę, jak Nauczyciel, by powiedzieć: „Daj mi się napić”. To co przydarzyło się Samarytance może się przytrafić każdemu z nas i nie chcemy ugasić pragnienia byle jaką wodą, lecz tym „źródłem wody wytryskającej ku życiu wiecznemu” (J 4,14). Wiemy, podobnie jak dobrze wiedziała Samarytanka, która od lat nosiła puste dzbany nieudanych miłości, że nie każde słowo może pomóc w odzyskaniu sił i proroctwa w misji. Nie byle jaka nowość, niezależnie od tego jak bardzo mogłaby się zdawać uwodzicielska, może załagodzić pragnienie. Wiemy, podobnie jak ona dobrze wiedziała, że nawet wiedza religijna, usprawiedliwienie określonych decyzji i tradycje minione lub nowości obecne nie czynią nas zawsze płodnymi i zapalonymi „czcicielami w Duchu i w prawdzie” (J 4,23).
„Daj mi się napić” – o to prosi Pan, i chce abyśmy i my powiedzieli te słowa. Mówiąc to, otwieramy drzwi naszej znużonej nadziei, by bez lęku powrócić do będącego u podstaw źródła pierwszej miłości, kiedy Jezus przeszedł naszą drogą, spojrzał na nas z miłosierdziem, wybrał nas, poprosił, byśmy za Nim poszli. Mówiąc to, odzyskujemy pamięć tej chwili, kiedy Jego oczy spotkały się z naszymi, chwili, kiedy dał nam do zrozumienia, że nas miłuje, że mnie miłuje i to nie tylko w sposób osobisty, także jako wspólnotę (por. Homilia w Wigilię Paschalną 19 kwietnia 2014).Móc powiedzieć „daj mi się napić” to powrócenie do naszych kroków i usłyszenie w kreatywnej wierności, że Duch nie stworzył jakiegoś szczególnego dzieła, planu duszpasterskiego czy jakiejś struktury, którą należy zorganizować, ale za pośrednictwem wielu „świętych z sąsiedztwa - wśród których znajdziemy ojców i matki założycieli instytutów świeckich, biskupów, księży, którzy potrafili położyć fundament dla swoich wspólnot – poprzez tych świętych z sąsiedztwa -, dał życie i tlen dla określonej sytuacji historycznej, która zdawała się tłumić i zniszczyć wszelką nadzieję i godność.
„Daj mi się napić” oznacza mieć odwagę, aby dać się oczyścić i odzyskać najbardziej autentyczną część naszych pierwotnych charyzmatów – które nie ograniczają się jedynie do życia zakonnego ale obejmują cały Kościół – i zobaczyć, w jaki sposób mogą wyrazić się dzisiaj. Chodzi o to, by nie tylko spoglądać z wdzięcznością na przeszłość, ale iść w poszukiwaniu korzeni – źródła inspiracji i pozwolić, by ponownie mocno zabrzmiały pośród nas (por. Papież Franciszek - Fernando Prado, „Siła powołania”, Poznań 2018, s. 48).
„Daj mi się napić” oznacza zgodę, aby Duch przekształcił nas w kobiety i mężczyzn pamiętających o pewnym spotkaniu i o pewnym kroku, zbawczym kroku Boga. I z ufnością, że tak, jak to uczynił wczoraj, tak będzie On nadal czynił jutro, „sięganie do korzeni bez wątpienia pomaga nam przeżywać teraźniejszość we właściwy sposób, bez lęku. To ważne, by żyć bez lęku, odpowiadać życiu z entuzjazmem osoby zaangażowanej w historię, osadzonej w niej. Chodzi o entuzjazm osoby zakochanej” (por. tamże, 51).
Znużona nadzieja zostanie uzdrowiona i będzie się cieszyć „swoistym trudem serca” wówczas, gdy nie będzie się bała powrócić do miejsca pierwszej miłości i będzie umiała spotkać na peryferiach i w wyzwaniach, przed którymi stajemy dzisiaj, ten sam śpiew, to samo spojrzenie, które zrodziło śpiew i spojrzenie naszych ojców. W ten sposób unikniemy niebezpieczeństwa wychodzenia od samych siebie i zrezygnujemy z męczącego użalania się nad sobą, aby spotkać oczy, którymi dzisiaj Chrystus nadal nas poszukuje, nadal na nas patrzy i nadal nas wzywa i zachęca do misji, tak jak to uczynił w tym pierwszym spotkaniu, spotkaniu pierwszej miłości.
* * *
Nie wydaje mi się wydarzeniem nieistotnym, fakt że ta katedra ponownie otwiera swoje drzwi po długim okresie renowacji. Doświadczyła upływu lat jako wierny świadek historii tego ludu, a dzięki pomocy i pracy wielu osób zechciała ponownie obdarzyć swym pięknem. Będąc czymś więcej niż rekonstrukcją formalną, która zawsze stara się powrócić do pierwotnego oryginału, starała się odzyskać piękno lat minionych, wyzwolić na przyjęcie wszystkich nowości, które może dać teraźniejszość. Katedra hiszpańska, indiańska i afroamerykańska staje się w ten sposób katedrą panamską, tych dnia wczorajszego ale i tych dnia dzisiejszego, którzy sprawili, że ten fakt mógł zaistnieć. Nie należy już tylko do przeszłości, ale jest pięknem teraźniejszości.
A dziś znów jest łonem, które pobudza do odnowienia i posilania nadziei, odkrywania, jak piękno dnia wczorajszego staje się podstawą dla budowania piękna jutra.
Tak działa Pan. Żadnego znużenia nadziei; tak, dla szczególnego trudu serca tych, którzy codziennie niosą naprzód to, co zostało mu powierzone w spojrzeniu pierwszej miłości.
Bracia, nie pozwólmy, by ukradziono nam nadzieję którą odziedziczyliśmy, piękno, które odziedziczyliśmy po naszych ojcach! Niech będzie ono korzeniem żywym i korzeniem owocnym, który pomoże nam nadal czynić piękną i proroczą historię zbawienia na tych ziemiach.
[00116-PL.02] [Testo originale: Spagnolo]
Traduzione in lingua araba
أودّ قبل كلّ شيء أن أهنّئ رئيس الأساقفة، الذي استطاع لأوّل مرّة، بعد ما يقارب السبع سنوات، من مقابلة عروسه، هذه الكنيسة، وقد كانت أرملة مؤقّتة طوال هذا الوقت. وأهنّئ الأرملة، التي لن تكون أرملة بعد اليوم، إذ تلتقي بعريسها. أودّ أيضًا أن أشكر جميع الذين جعلوا هذا الحدث ممكنًا، السلطات وكلّ شعب الله، على كلّ ما فعلوه حتى يستطيع رئيس الأساقفة أن يجتمع مع شعبه، وليس في بيت مستعار، بل في بيته. شكرًا!
كان من المتوقّع في البرنامج أن يكون لهذا الاحتفال، بسبب محدوديّة الوقت، معنيين: تكريس المذبح واللقاء مع الكهنة والراهبات والرهبان والعلمانيين المكرّسين. لذا، فما سأقوله سوف يكون في هذا النحو، وأنا أفكّر في الكهنة والراهبات والرهبان والعلمانيين المكرّسين، وخاصّة في الذين يعملون في هذه الكنيسة الخاصّة.
"كانَ يسوعُ قد تَعِبَ مِنَ المَسير، فَجَلَسَ دونَ تَكَلُّفٍ على حافَةِ البِئر. وكانَتِ الساعةُ تُقارِبُ الظُّهر. فجاءَتِ امرَأَةٌ مِنَ السَّامِرَةِ تَستَقي. فقالَ لَها يسوع: “اِسْقيني”" (يو 4، 6- 7).
إن الإنجيل الذي سمعناه لا يتردّد في تقديم يسوع وقد تعب من المشي. ونجده عند الظهيرة، عندما تظهر الشمس بكلّ حدّتها وقوّتها، بالقرب من البئر. كان يحتاج إلى إرواء عطشه وإخماده، وتجديد خطاه، واستعادة قوّته، كي يستطيع متابعة رسالته.
لقد اختبر التلاميذ عن كثب ما يعني تفاني الربّ واستعداده ليبشّر الفقراء، ويجبر منكسري القلوب، وينادي بإِفراجٍ عن المسبيّين وبتخليةٍ للمأسورين، ويعزّي جميع النائحين، ويعلن سنة رضًا للجميع (را. 61، 1- 3). وجميع هذه الظروف تسلب منك الحياة وتأخذ منك الطاقة، و "لم تبخل" في إعطائنا العديد من اللحظات الهامّة في حياة المعلّم، حيث يمكن حتى لإنسانيتنا أن تلتقي بكلمة الحياة.
تَعِبَ مِنَ المَسير
من السهل نسبيًّا على خيالنا، المهووس بالكفاءة، التأمّل والدخول في شركة مع عمل الربّ، لكننا لا نعرف دائمًا، ولا يمكننا دائمًا، أن نتأمّل ونرافق "جهود الربّ" كما لو أنها لم تكن من عند الله. تَعِب الربّ، وفي هذا التعب هناك الكثير من تعبِ شعوبنا ومؤمنينا، ومجتمعاتنا وجميع الذين يعانون من الإرهاق والمضايقة (را. متى 11، 28).
الأسباب والدوافع التي يمكن أن تسبّب إرهاق المسير فينا نحن الكهنة، والمكرّسين والمكرّسات، وأعضاء الحركات العلمانية، هي كثيرة: من ساعات العمل الطويلة التي لا تترك سوى القليل من الوقت لتناول الطعام والراحة والصلاة والبقاء في الأسرة، إلى ظروف "سامّة" في مجال العمل أو العاطفة التي تؤدّي إلى الإرهاق وتثقل القلب. ومن التفاني البسيط واليومي، إلى ثقل الروتين لدى الذين لا يجدون المذاق، أو التقدير، أو الدعم، من أجل تلبية احتياجات كلّ يوم؛ من المواقف المعقّدة المعتادة والمنتظرة، إلى ساعات التوتّر المجهدة والمؤلمة. مجموعة كاملة من الأعباء يجب تحمّلها.
من المستحيل أن نحاول معانقة جميع المواقف التي تهدم حياة المكرّسين، ولكن في جميعها، نشعر بحاجة ملحّة إلى إيجاد بئر يمكنه أن يخمد ويروي عطش المسيرة وتعبها. كلّها تناشد، مثل صرخة صامتة، بئرًا يمكن الانطلاق منه من جديد.
وغالبًا ما يبدو منذ بعض الوقت، أن هناك نوع من التعب في مجتمعاتنا من هذه الناحية، والذي لا علاقة له بتعب الربّ. علينا أن ننتبه. إنها تجربة يمكننا وصفها بتعب الرجاء. هذا التعب الذي يولد عندما -كما في الإنجيل- تشتدّ أشعة الشمس وتجعل الساعات لا تطاق، وبقوّة لا تسمح للمرء بالسير أو بالتطلّع إلى الأمام. كما لو أصبح كلّ شيء مرتبكًا. أنا لا أشير هنا إلى "تعب القلب الخاصّ" (القدّيس يوحنا بولس الثاني، الرسالة العامة أم المخلّص، 17؛ را. الإرشاد الرسولي فرح الإنجيل، 287) يعاني منه الذين، "مرهقين" من العمل، يُظهرون في نهاية اليوم ابتسامة هادئة وممتنة. ولكن ذاك التعب الآخر، الذي يولد إزاء المستقبل عندما "يصفعنا" الواقع ويشككّ بقوّة الرسالة ومواردها وجدواها في هذا العالم المليء بالتغيرات والتحديات.
إنه تعب يشلّ. ينشأ من النظر إلى الأمام وعدم معرفة كيفيّة التفاعل إزاء شدّة التغييرات التي نمرّ بها كمجتمع وغموضها. ويبدو أن هذه التغييرات لا تخلق الشكوك فقط حول طرق التعبير والالتزام، وعاداتنا ومواقفنا تجاه الواقع، إنما غالبًا ما تشكّك أيضًا، بالقدرة على عيش الحياة المكرّسة في عالم اليوم. وسرعة هذه التغييرات أيضًا، يمكنها أن تقود إلى شلّ كلّ خيار ورأي، وما كان يُعتبر قيّما ومهمًّا في أوقات أخرى، يبدو أنه لا مكان له بعد الآن.
أيها الإخوة والأخوات، ينشأ تعب الرجاء من رؤية كنيسة مجروحة بخطيئتها، ولم تعرف، في كثير من الأحيان، أن تصغي لكثير من الصرخات التي اختبأت فيها صرخة معلّمها: "إلهي، لماذا تركتني؟" (متى 27، 46).
لذا يمكن أن نعتاد على العيش مع رجاء متعب إزاء مستقبل غامض ومجهول، وهذا يؤدي إلى أن تستقرّ البراغماتية الرماديّة في قلب مجتمعاتنا. كلّ شيء يبدو وكأنه يسير بشكل طبيعي، ولكن الإيمان في الواقع ينهار ويضمحلّ. ويمكننا، جماعةً وكهنة، إذ نفقد الثقة بواقع لا نفهمه أو نعتقد أنه لا مجال فيه لما نقترحه، أن "نُوَطِّن" إحدى أسوأ البدع الممكنة في عصرنا: أن نظنّ أن الربّ وجماعاتنا لم يعد لديهم ما يقولونه وما يعطونه في هذا العالم الجديد المنتظر (را. الإرشاد الرسولي فرح الإنجيل، 83). ثم يحدث أن الذي وُلد يومًا ليكون ملح العالم ونوره، ينتهي به المطاف بتقديم أسوأ صورة له.
اسقني
لقد حلّ تعب الرحلة وبدأ يشعر به. هناك تعب، إن شئنا أم أبينا، ومن الحسن أن نتحلّى بنفس الجرأة التي دفعت المعلّم ليقول: "اسقني". وكما حدث للمرأة السامرية ويمكن أن يحدث لكل واحد منا، فإننا لا نريد أن نخمد عطشنا بأيّ ماء كان، ولكن بذاك النابع من "عَين ماءٍ يَتفَجَّرُ حَياةً أَبَديَّة" (يو 4، 14). نعلم أن المرأة السامرية التي حملت لسنوات دلوا فارغا من الحب الفاشل، تدرك أنه ليس باستطاعة أيّة كلمة أن تساعد في استعادة القوّة والنبوّة في الرسالة. ليس باستطاعة أيّ جديد، مهما كان مغريًا، أن يخمد العطش. نحن نعلم، كما كانت تعلم جيداً، أن المعرفة الدينية، وتبرير بعض الخيارات والتقاليد الماضية أو الجديد الحاضر، لا تستطيع أن تجعلنا دائماً نعبد "الآبَ بِالرُّوحِ والحَقّ" (يو 4، 23).
"اسقني"، هذا ما يطلبه الرب، وهذا ما يطلب منا أن نقوله. وإذ نقوله، نفتح باب رجائنا المتعب كي نعود دون خوف إلى البئر المؤسّس لحبّنا الأول، عندما عبر يسوع في دربنا، ونظر إلينا برحمة، واختارنا ودعانا لنتبعه؛ إذ نقوله، نستعيد ذاكرة تلك اللحظة التي التقى فيها نظرنا بنظره، اللحظة التي أشعرنا فيها أنه يحبّنا، أنه يحبّني، وليس شخصيًّا وحسب إنما كجماعة (را. عظة عشية عيد القيامة، 19 أبريل/نيسان 2014). أن نقول "اسقني" يعني أن نعود أدراجنا، وأن نصغي، بأمانة مبدعة، كيف أن الروح لم يخلق عملًا معينًا، أو خطة رعوية، أو بنية يجب تنظيمها، ولكن من خلال العديد من "قدّيسي الباب المجاور" -من بينهم نجد الآباء والأمهات الذين أسّسوا معاهد علمانية، والأساقفة وكهنة الرعايا الذين تمكّنوا من إعطاء أسس صلبة لجماعاتهم-، عبر "قدّيسي الباب المجاور" هؤلاء، أعطى الحياة والأكسجين إلى سياق تاريخي محدّد كان يبدو وكأنه يخنق ويسحق كلّ رجاء وكلّ كرامة.
"اسقني" يعني التحلّي بالشجاعة كيما نسمح بأن نتنقّى ونسترّد الجزء الأكثر أصالة من مواهبنا الأصلية -التي لا تقتصر على الحياة الدينية، إنما على الكنيسة بأسرها- ونرى كيف يمكن التعبير عنها اليوم. ليست المسألة مجرّد النظر إلى الماضي بامتنان، بل البحث عن جذور إلهامها والسماح لها بأن تتعالى مجدّدا بقوّة فيما بيننا (را. بابا فرنسيس-فرناندو برادو، قوة الدعوة، بولونيا 2018، 42- 43).
"اسقني" يعني الاعتراف بأننا بحاجة إلى الروح كي يحوّلنا إلى نساء ورجال يحفظون ذكرى لقاء ما وعبور ما، عبور الله الخلاصي. وما صنعه بالأمس، فسوف يستمرّ بصنعه في الغد أيضًا: "العودة إلى الجذور تساعدنا بلا شكّ على عيش الحاضر بشكل مناسب، وعيشه دون خوف. نحن بحاجة إلى أن نعيش دون خوف وأن نستجيب للحياة مع شغف الالتزام بالتاريخ، والانغماس في الأشياء. إنه شغف العشّاق" (نفس المرجع، 44).
يُشفى الرجاء المتعب ويتمتّع بـ "تعب القلب الخاصّ" هذا، عندما لا يخشى العودة إلى مكان الحبّ الأوّل، وعندما يلتقي، في الضواحي والتحدّيات التي تظهر اليوم، بنفس النشيد، وبنفس النظرة التي أطلقت نشيد آبائنا ونظرتهم. وسوف نتجنّب هكذا خطر الانطلاق من ذواتنا، وسوف نتخلّى عن رثاء الذات المملّ كي نلتقي بالأعين التي ما زال المسيح يبحث عنا اليوم بها، ما زال ينظر إلينا، ما زال يدعونا إلى الرسالة، كما فعل في لقائنا الأول، لقاء الحبّ الأول.
* * *
إن إعادة فتح أبواب هذه الكاتدرائية بعد فترة طويلة من الترميم لا تبدو لي كحدث بسيط. فقد اختبرت مرور السنين، مثل شاهد صادق لتاريخ هذا الشعب، وأرادت، بمساعدة وعمل العديد من الأشخاص، أن تهب جمالها من جديد. لقد كان أكثر من إعادة إعمار رسمية بهدف استعادة ماضيها الأصلي، بل حاولت إنقاذ جمال تاريخها، فاتحة أبوابها لاستضافة كل ما يمكن أن يقدّمه لها الحاضر. وأصبحت هكذا الكاتدرائية الإسبانية والهندية والأميركية من أصل أفريقي، الكاتدرائية البنمية، كاتدرائية مَن كان بالأمس، ولكن أيضًا مَن هم اليوم، والذين جعلوا هذا الحدث ممكنا. جمال لا ينتمي إلى الماضي فحسب، إنما هو جمال الحاضر.
وهي اليوم مجدّدا "رحم" يحفّز على تجديد الرجاء وتغذيته، وعلى اكتشاف كيف أصبح جمال الأمس أساسًا لبناء جمال الغد.
هكذا يعمل الربّ. لا لتعب الرجاء؛ نعم لتعب القلب الخاص، في الذين يواصلون التقدّم يوميّا بما أوكِل إليهم لحظة نظرة الحبّ الأول.
أيها الإخوة، لا نسمحن بأن يُسرق الرجاء الذي ورثناه، والجمال الذي ورثناه عن آبائنا! ليكن هو الجذر الحي، والجذر المثمر الذي يساعدنا على الاستمرار بجعل تاريخ الخلاص في هذه الأراضي جميلاً ونبوياً.
[00116-AR.01] [Testo originale: Spagnolo]
Pranzo con i Giovani
Conclusa la Celebrazione Eucaristica nella Cattedrale Basilica Santa María La Antigua, il Santo Padre Francesco si è recato nel Seminario Maggiore San José di Panamá. Al Suo arrivo è stato accolto dal Rettore e dai cinque formatori del Seminario.
Quindi, alle ore 12.15 locali (18.15 ora di Roma), nel Salón Audiovisual del Seminario, il Santo Padre Francesco ha pranzato con l’Arcivescovo di Panamá, S.E. Mons. José Domingo Ulloa Mendieta, e con 10 giovani di diverse nazionalità.
Al termine Papa Francesco si è recato nella Cappella del Seminario dove ha sostato in preghiera silenziosa. Prima di lasciare l’edificio ha offerto un dono al Rettore e ha posato per una foto di gruppo con i 50 seminaristi presenti nella Cappella. Quindi ha fatto ritorno alla Nunziatura Apostolica.
[00128-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]
[B0068-XX.02]