Incontro con i Vescovi nell’Arcivescovado di Lima
Discorso del Santo Padre
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Questa mattina, alle ore 10.30 locali (16.30 ora di Roma), il Santo Padre Francesco ha incontrato i Vescovi nell’Arcivescovado di Lima.
Il Papa, accompagnato dall’Arcivescovo di Lima, Card. Juan Luis Cipriani Thorne, è entrato nella Cappella dove erano riuniti circa 60 Vescovi peruviani.
Dopo gli indirizzi di saluto del Card. Juan Luis Cipriani Thorne e del Presidente della Conferenza Episcopale del Perú, S.E. Mons. Salvador Piñeiro García-Calderón, il Santo Padre ha pronunciato il suo discorso.
Al termine dell’incontro, dopo aver salutato individualmente gli Arcivescovi, il Papa è stato accompagnato dal Card. Juan Luis Cipriani Thorne al balcone del palazzo per la preghiera dell’Angelus.
Pubblichiamo di seguito il discorso che il Santo Padre ha rivolto ai Vescovi nel corso dell’incontro:
Discorso del Santo Padre
Queridos hermanos en el episcopado:
Gracias por las palabras que me han dirigido el señor Cardenal Arzobispo de Lima, y el Señor Presidente de la Conferencia Episcopal en nombre de todos los presentes. Tenía ganas de estar con ustedes. Mantengo un buen recuerdo de la visita ad limina del año pasado. Creo que ahí hablamos muchas cosas por eso lo que voy a decir hoy no va a ser tan extenso.
Los días transcurridos entre ustedes han sido muy intensos y gratificantes. Pude escuchar y vivir las distintas realidades que conforman estas tierras –una representación–, y compartir de cerca la fe del santo Pueblo fiel de Dios, que nos hace tanto bien. Gracias por la oportunidad de poder «tocar» la fe del Pueblo, de ese Pueblo que Dios les ha confiado. Y realmente aquí no se puede no tocar. Si vos no tocás la fe del Pueblo, la fe del Pueblo no te toca a vos; pero estar ahí, las calles repletas, es una gracia y hay que ponerse de rodillas.
El lema de este viaje nos habla de unidad y de esperanza. Es un programa arduo, pero a la vez provocador, que nos evoca las proezas de santo Toribio de Mogrovejo, Arzobispo de esta Sede y patrono del episcopado latinoamericano, un ejemplo de «constructor de unidad eclesial», como lo definió mi predecesor san Juan Pablo II en su primer Viaje Apostólico a esta tierra.[1]
Es significativo que este santo Obispo sea representado en sus retratos como un «nuevo Moisés». Como saben, en el Vaticano se custodia un cuadro en el que aparece santo Toribio atravesando un río caudaloso, cuyas aguas se abren a su paso como si se tratase del mar Rojo, para que pudiera llegar a la otra orilla donde lo espera un numeroso grupo de nativos. Detrás de santo Toribio hay una gran multitud de personas, que es el pueblo fiel que sigue a su pastor en la tarea de la evangelización.[2] En la Pinacoteca Vaticana está esto. Esta hermosa imagen me «da pie» para centrar en ella mi reflexión con ustedes. Santo Toribio, el hombre que quiso llegar a la otra orilla.
Lo vemos desde el momento en que asume el mandato de venir a estas tierras con la misión de ser padre y pastor. Dejó terreno seguro para adentrarse en un universo totalmente nuevo, desconocido y desafiante. Fue hacia una tierra prometida guiado por la fe como «garantía de los bienes que se esperan» (Hb 11,1). Su fe y su confianza en el Señor lo impulsó, y lo va a impulsar a lo largo de toda su vida a llegar a la otra orilla, donde Él lo esperaba en medio de una multitud.
1. Quiso llegar a la otra orilla en busca de los lejanos y dispersos. Para ello tuvo que dejar la comodidad del obispado y recorrer el territorio confiado, en continuas visitas pastorales, tratando de llegar y estar allí donde se lo necesitaba, y ¡cuánto se lo necesitaba! Iba al encuentro de todos por caminos que, al decir de su secretario, eran más para las cabras que para las personas. Tenía que enfrentar los más diversos climas y geografías, «de 22 años de episcopado –22 y un cachito–, 18 los pasó fuera de Lima, fuera de su ciudad, recorriendo por tres veces su territorio»,[3] que iba desde Panamá hasta el inicio de la capitanía de Chile, que no sé dónde empezaba en aquel momento –quizás a la altura de Iquique, no estoy seguro–, pero hasta el inicio de la capitanía de Chile. ¡Como cualquiera de las diócesis de ustedes, no más…! Dieciocho años recorriendo tres veces su territorio, sabía que esta era la única forma de pastorear: estar cerca proporcionando los auxilios divinos, exhortación que también realizaba continuamente a sus presbíteros. Pero no lo hacía de palabra sino con su testimonio, estando él mismo en la primera línea de la evangelización. Hoy le llamaríamos un Obispo «callejero». Un obispo con suelas gastadas por andar, por recorrer, por salir al encuentro para «anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie».[4] ¡Cómo sabía esto santo Toribio! Sin miedo y sin asco se adentró en nuestro continente para anunciar la buena nueva.
2. Quiso llegar a la otra orilla no sólo geográfica sino cultural. Fue así como promovió por muchos medios una evangelización en la lengua nativa. Con el tercer Concilio Limense, procuró que los catecismos fueran realizados y traducidos en quechua y aymara. Impulsó al clero a que estudiara y conociera el idioma de los suyos para poder administrarles los sacramentos de forma comprensible. Yo pienso a la reforma litúrgica de Pío XII, cuando empezó con esto a retomar para toda la Iglesia –Pío XII–. Visitando y viviendo con su Pueblo se dio cuenta de que no alcanzaba llegar tan sólo físicamente, sino que era necesario aprender a hablar el lenguaje de los otros, sólo así, llegaría el Evangelio a ser entendido y penetrar en el corazón. ¡Cuánto urge esta visión para nosotros, pastores del siglo XXI!, que nos toca aprender un lenguaje totalmente nuevo como es el digital, por citar un ejemplo. Conocer el lenguaje actual de nuestros jóvenes, de nuestras familias, de los niños… Como bien supo verlo santo Toribio, no alcanza solamente llegar a un lugar y ocupar un territorio, es necesario poder despertar procesos en la vida de las personas para que la fe arraigue y sea significativa. Y para eso tenemos que hablar su lengua. Es necesario llegar ahí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas, alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más profundos del alma de nuestras ciudades y de nuestros pueblos.[5] La evangelización de la cultura nos pide entrar en el corazón de la cultura misma para que ésta sea iluminada desde adentro por el Evangelio. Estoy seguro que me conmovió, anteayer, en Puerto Maldonado, cuando… –entre todos esos nativos que había ahí de tantas etnias–, me conmovió cuando tres me trajeron una estola; todos pintados, con sus trajes: eran diáconos permanentes. Anímense, anímense, así lo hacía Toribio. En aquella época no había diáconos permanentes, había catequistas, pero en su lengua, en su cultura, y ahí se metió. Me conmovió ver a esos diáconos permanentes.
3. Quiso llegar a la otra orilla de la caridad. Para nuestro patrono la evangelización no podía darse lejos de la caridad. Porque sabía que la forma más sublime de la evangelización era plasmar en la propia vida la entrega de Jesucristo por amor a cada uno de los hombres. Los hijos de Dios y los hijos del demonio se manifiestan en esto: el que no practica la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano (cf. 1 Jn 3,10). En sus visitas pudo constatar los abusos y los excesos que sufrían las poblaciones originarias, y así no le tembló el pulso, en 1585, cuando excomulgó al corregidor de Cajatambo, enfrentándose a todo un sistema de corrupción y tejido de intereses que «arrastraba la enemistad de muchos», incluyendo al Virrey.[6] Así nos muestra al pastor que sabe que el bien espiritual no puede nunca separarse del justo bien material y tanto más cuando se pone en riesgo la integridad y la dignidad de las personas. Profecía episcopal que no tiene miedo a denunciar los abusos y excesos que se cometen frente a su pueblo. Y de este modo logra recordar dentro de la sociedad y de sus comunidades que la caridad siempre va acompañada de la justicia y no hay auténtica evangelización que no anuncie y denuncie toda falta contra la vida de nuestros hermanos, especialmente contra la vida de los más vulnerables. Es una alerta a cualquier tipo de coqueteo mundano que nos ata las manos por algunas migajas; la libertad del Evangelio...
4. Quiso llegar a la otra orilla en la formación de sus sacerdotes. Fundó el primer seminario postconciliar en esta zona del mundo, impulsando de esta manera la formación del clero nativo. Entendió que no bastaba llegar a todos lados y hablar la misma lengua, que era necesario que la Iglesia pudiera engendrar a sus propios pastores locales y así se convirtiera en madre fecunda. Para ello defendió la ordenación de los mestizos —cuando estaba muy discutida la misma— buscando alentar y estimular a que el clero, si se tenía que diferenciar en algo, era por la santidad de sus pastores y no por la procedencia racial.[7] Y esta formación no se limitaba solamente al estudio en el seminario, sino que proseguía en las continuas visitas que les realizaba, estaba cerca de sus curas. Ahí podía ver de primera mano el «estado de sus curas», preocupándose por ellos. Cuenta la leyenda que en las vísperas de Navidad su hermana le regaló una camisa para que la estrenara en las fiestas. Ese día fue a visitar a un cura y al ver la situación en que vivía, se sacó su camisa y se la entregó.[8] Es el pastor que conoce a sus sacerdotes. Busca alcanzarlos, acompañarlos, estimularlos, amonestarlos —le recordó a sus curas que eran pastores y no comerciantes y por lo tanto, habrían de cuidar y defender a los indios como a hijos—.[9] Pero no lo hace desde «el escritorio», y así puede conocer a sus ovejas y ellas reconocen en su voz, la voz del Buen Pastor.
5. Quiso llegar a la otra orilla, la de la unidad. Promovió de manera admirable y profética la formación e integración de espacios de comunión y participación entre los distintos integrantes del Pueblo de Dios. Así lo señaló san Juan Pablo II cuando, en estas tierras, hablándole a los obispos decía: «El tercer Concilio Limense es el resultado de ese esfuerzo, presidido, alentado y dirigido por santo Toribio, y que fructificó en un precioso tesoro de unidad en la fe, de normas pastorales y organizativas a la vez que en válidas inspiraciones para la deseada integración latinoamericana».[10] Bien sabemos, que esta unidad y consenso fue precedida de grandes tensiones y conflictos. No podemos negar las tensiones, existen, las diferencias, existen; es imposible una vida sin conflictos. Pero estos nos exigen, si somos hombres y cristianos, mirarlos de frente, asumirlos. Pero asumirlos en unidad, en diálogo honesto y sincero, mirándonos a la cara y cuidándonos de caer en tentación, o de ignorar lo que pasó o quedar prisioneros y sin horizontes que ayuden a encontrar caminos que sean de unidad y de vida. Resulta inspirador, en nuestro camino de Conferencia Episcopal, recordar que la unidad siempre prevalecerá sobre el conflicto.[11] Queridos hermanos obispos, trabajen para la unidad, no se queden presos de divisiones que parcializan y reducen la vocación a la que hemos sido llamados: ser sacramento de comunión. No se olviden que lo que atraía de la Iglesia primitiva era ver cómo se amaban. Esa era, es y será la mejor evangelización.
6. Y a santo Toribio le llegó el momento de cruzar hacia la orilla definitiva, hacia esa tierra que lo esperaba y que iba degustando en su continuo dejar la orilla. Este nuevo partir, no lo hacía solo. Al igual que el cuadro que les comentaba al inicio, iba al encuentro de los santos seguido de una gran muchedumbre a sus espaldas. Es el pastor que ha sabido cargar «su valija» con rostros y nombres. Ellos eran su pasaporte al cielo. Y fue tan así que no quisiera dejar de lado el acorde final, el momento en que el pastor entregaba su alma a Dios. Lo hizo en un caserío junto a su pueblo y un aborigen le tocaba la chirimía para que el alma de su pastor se sintiera en paz. Ojalá, hermanos, que cuando tengamos que emprender el último viaje podamos vivir estas cosas. Pidamos al Señor que nos lo conceda.[12]
Recemos unos por los otros y recen por mí. Gracias.
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[1] Discurso al episcopado peruano (2 febrero 1985), 3.
[2] Cf. Milagro de santo Toribio, Pinacoteca vaticana.
[3] Jorge Mario Bergoglio, Homilía en la celebración Eucarística, Aparecida (16 mayo 2007).
[4] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 23.
[5] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 74.
[6] Cf. Ernesto Rojas Ingunza, El Perú de los Santos, en: Kathy Perales Ysla (coord.), Cinco Santos del Perú. Vida, obra y tiempo, Lima (2016), 57.
[7] Cf. José Antonio Benito Rodríguez, Santo Toribio de Mogrovejo, en: Kathy Perales Ysla (coord.), Cinco Santos del Perú. Vida, obra y tiempo, 178.
[8] Cf. ibíd., 180.
[9] Cf. Juan Villegas, Fiel y evangelizador. Santo Toribio de Mogrovejo, patrono de los obispos de América Latina, Montevideo (1984), 22.
[10] Juan Pablo II, Discurso al episcopado peruano (2 febrero 1985), 3.
[11] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 226-230.
[12] Cf. Jorge Mario Bergoglio, Homilía en la celebración Eucarística, Aparecida (16 mayo 2007).
[00071-ES.02] [Texto original: Español]
Traduzione in lingua italiana
Cari fratelli nell’episcopato,
grazie per le parole che mi hanno rivolto il Cardinale Arcivescovo di Lima e il Presidente della Conferenza Episcopale a nome di tutti i presenti. Desideravo trovarmi con voi. Conservo un bel ricordo della visita ad limina dello scorso anno. Penso che allora abbiamo parlato di molte cose, e perciò quello che dirò oggi non sarà molto ampio.
Le giornate passate tra voi sono state molto intense e gratificanti. Ho potuto ascoltare e vivere le diverse realtà che formano questo Paese – una rappresentanza – e condividere da vicino la fede del santo Popolo fedele di Dio, che ci fa tanto bene. Grazie per l’opportunità di poter “toccare” la fede del Popolo, di questo Popolo che Dio vi ha affidato. E davvero qui non si può non toccare! Se tu non tocchi la fede del Popolo, la fede del Popolo non tocca te; ma essere lì, con le strade piene, è una grazia e c’è da mettersi in ginocchio.
Il motto di questo viaggio ci parla di unità e di speranza. E’ un programma arduo, ma al tempo stesso stimolante, che ci fa pensare alle imprese di San Toribio di Mogrovejo, Arcivescovo di questa Sede e patrono dell’episcopato latinoamericano, un esempio di «costruttore di unità ecclesiale», come lo definì il mio predecessore San Giovanni Paolo II nel suo primo viaggio apostolica in questa terra.[1]
E’ significativo che questo santo Vescovo sia rappresentato nei ritratti come un “nuovo Mosè”. Come sapete, in Vaticano si conserva un quadro che raffigura San Toribio che attraversa un grande fiume, le cui acque si aprono al suo passaggio come se si trattasse del mar Rosso, perché possa giungere all’altra sponda dove lo aspetta un numeroso gruppo di indigeni. Alle spalle di San Toribio c’è una gran moltitudine di persone, che è il popolo fedele che segue il suo pastore nell’opera dell’evangelizzazione.[2] Questo quadro si trova nella Pinacoteca Vaticana. Questa bella immagine mi offre lo spunto per incentrare su di essa la mia riflessione con voi. San Toribio, l’uomo che ha saputo arrivare all’altra sponda.
Lo vediamo fin dal momento in cui riceve il mandato di venire in queste terre con la missione di essere padre e pastore. Lasciò un terreno sicuro per addentrarsi in un universo totalmente nuovo, sconosciuto e pieno di sfide. Andò verso una terra promessa guidato dalla fede come «fondamento di ciò che si spera» (Eb 11,1). La sua fede e la sua fiducia nel Signore lo spinsero allora e lo spingeranno per tutta la sua vita a passare all’altra riva, dove Lui lo aspettava in mezzo a una moltitudine.
1. Volle andare all’altra riva in cerca dei lontani e dei dispersi. A tale scopo dovette lasciare le comodità del vescovado e percorrere il territorio affidatogli, in continue visite pastorali, cercando di arrivare e stare là dove c’era bisogno, e quanto c’era bisogno! Andava incontro a tutti per sentieri che, a detta del suo segretario, erano più per le capre che per le persone. Doveva affrontare i più diversi climi e ambienti; «di 22 anni di episcopato – 22 e un pezzetto –, 18 li passò fuori da Lima, fuori dalla sua città, percorrendo per tre volte il suo territorio»,[3] che andava da Panama fino all’inizio della capitania del Chile, che non so dove iniziasse a quei tempi – forse all’altezza di Iquique, non sono sicuro – ma fino all’inizio della capitania del Chile. Come qualcuna delle vostre diocesi, niente di più! Diciotto anni percorrendo per tre volte il suo territorio, sapeva che questa era l’unica forma di pastorale: stare vicino distribuendo i doni di Dio, esortazione che dava anche continuamente ai suoi presbiteri. Ma non lo faceva con le parole bensì con la sua testimonianza, stando lui stesso in prima linea nell’evangelizzazione. Oggi lo chiameremmo un vescovo “di strada”. Un vescovo con le suole consumate dal camminare, dall’andare incontro per «annunciare il Vangelo a tutti, in tutti i luoghi, in tutte le occasioni, senza indugio, senza repulsioni e senza paura. La gioia del Vangelo è per tutto il popolo, non può escludere nessuno».[4] Come sapeva bene questo San Toribio! Senza paura e senza repulsioni si addentrò nel nostro continente per annunciare la Buona Notizia.
2. Volle arrivare all’altra riva non solo geografica ma anche culturale. Fu così che promosse con molti mezzi un’evangelizzazione nella lingua nativa. Con il terzo Concilio di Lima dispose che i catechismi fossero realizzati e tradotti in quechua e in aymara. Spinse il clero a studiare e conoscere la lingua dei loro fedeli per poter amministrare i Sacramenti in modo comprensibile. Io penso alla riforma liturgica di Pio XII, quando iniziò con questo a riprendere per tutta la Chiesa, Pio XII. Visitando il suo Popolo e vivendo con esso si rese conto che non bastava raggiungerlo solo fisicamente, ma era necessario imparare a parlare il linguaggio degli altri: solo così il Vangelo avrebbe potuto essere capito e penetrare nei cuori. Com’è urgente questa visione per noi, pastori del secolo XXI!, ai quali tocca imparare un linguaggio totalmente nuovo com’è quello digitale, per fare un esempio. Conoscere il linguaggio attuale dei nostri giovani, delle nostre famiglie, dei bambini… Come seppe vedere bene San Toribio, non basta solo arrivare in un posto e occupare un territorio, bisogna poter suscitare processi nella vita delle persone perché la fede metta radici e sia significativa. E a tale scopo dobbiamo parlare la loro lingua. Occorre arrivare lì dove si generano i nuovi temi e paradigmi, raggiungere con la Parola di Dio i nuclei più profondi dell’anima delle nostre città e dei nostri popoli.[5] L’evangelizzazione della cultura ci chiede di entrare nel cuore della cultura stessa affinché questa sia illuminata dall’interno dal Vangelo. Veramente mi ha commosso, l’altroieri, a Puerto Maldonado, quando – tra tutti i nativi presenti, di tante etnie – mi ha commosso quando tre mi hanno portato una stola: tutti dipinti, con i loro abiti, erano diaconi permanenti! Coraggio, coraggio, così faceva Toribio. In quell’epoca non c’erano diaconi permanenti, c’erano catechisti, ma nello loro lingua, nella loro cultura, e lui si mise lì… Mi ha commosso vedere quei diaconi permanenti.
3. Volle arrivare all’altra riva della carità. Per il nostro Patrono l’evangelizzazione non poteva avvenire senza la carità. Sapeva infatti che la forma più sublime dell’evangelizzazione era plasmare nella propria vita la donazione di Cristo per amore ad ogni uomo. I figli di Dio e i figli del demonio si manifestano in questo: chi non pratica la giustizia non è da Dio, e nemmeno chi non ama il suo fratello (cfr Gv 3,10). Nelle sue visite poté constatare gli abusi e gli eccessi che pativano le popolazioni originarie, e così non esitò, nel 1585, a scomunicare il governatore di Cajatambo, affrontando tutto un sistema di corruzione e una rete di interessi che «attirava l’ostilità di molti», compreso il Virrey.[6] Così ci mostra il pastore che sa come il bene spirituale non possa mai essere separato dal giusto bene materiale e tanto più quando è messa a rischio l’integrità e la dignità delle persone. Profezia episcopale che non ha paura di denunciare gli abusi e gli eccessi commessi contro il suo popolo. E in questo modo sa ricordare all’interno della società e delle comunità che la carità va sempre accompagnata dalla giustizia e non c’è autentica evangelizzazione che non annunci e denunci ogni mancanza contro la vita dei nostri fratelli, specialmente contro la vita dei più vulnerabili. E’ un avvertimento contro qualunque tipo di civetteria mondana che ci lega le mani per alcune piccolezze… La libertà del Vangelo…
4. Volle arrivare all’altra riva nella formazione dei suoi sacerdoti. Fondò il primo seminario dopo il Concilio [di Trento] in questa zona del mondo, promuovendo così la formazione del clero nativo. Capì che non bastava andare da tutte le parti e parlare la stessa lingua, che era necessario che la Chiesa potesse generare propri pastori locali e così sarebbe diventata madre feconda. Perciò difese l’ordinazione dei meticci – quando essa era molto discussa – cercando di favorire e stimolare che il clero, se doveva distinguersi in qualcosa, fosse per la santità dei pastori e non per l’origine etnica.[7] E questa formazione non si limitava solo allo studio nel seminario, ma proseguiva nelle continue visite che faceva loro, stava vicino ai suoi preti. Lì poteva toccare con mano lo stato dei suoi preti, e prendersene cura. Racconta la leggenda che ai vespri di Natale sua sorella gli regalò una camicia da indossare durante le feste. Quel giorno lui andò a far visita a un prete e vedendo le condizioni in cui viveva, si tolse la camicia e gliela diede.[8] E’ il pastore che conosce i suoi sacerdoti. Cerca di raggiungerli, accompagnarli, stimolarli, ammonirli – ricordò ai suoi preti che erano pastori e non commercianti e perciò dovevano aver cura degli indigeni e difenderli come figli.[9] Però non lo fa stando alla scrivania, e così può conoscere le sue pecore ed esse riconoscono nella sua voce la voce del Buon Pastore.
5. Volle arrivare all’altra riva, quella dell’unità. Promosse in modo mirabile e profetico la formazione e l’integrazione di spazi di comunione e partecipazione tra le diverse componenti del Popolo di Dio. Lo evidenziò San Giovanni Paolo II quando, ni queste terre, parlando ai Vescovi disse: «Il III Concilio Limense è il risultato di questa tensione, presieduto, incoraggiato e diretto da San Toribio, che diede come frutti un prezioso tesoro di unità nella fede, norme pastorali e organizzative e al tempo stesso valide ispirazioni per l’auspicata integrazione latinoamericana».[10] Sappiamo bene che questa unità e questo consenso fu preceduta da grandi tensioni e conflitti. Non possiamo negare le tensioni – ci sono –, le diversità – ci sono –; è impossibile una vita senza conflitti. Ma questi richiedono da noi, se siamo uomini e cristiani, di affrontarli e accettarli. Ma accettarli in unità, in dialogo onesto e sincero, guardandoci in faccia e guardandoci dalla tentazione o di ignorare quanto accaduto o di restarne prigionieri e senza orizzonti che permettano di trovare strade che siano di unità e di vita. E’ fonte di ispirazione, nel nostro cammino di Conferenza Episcopale, ricordare che l’unità prevarrà sempre sul conflitto.[11] Cari fratelli Vescovi, lavorate per l’unità, non rimanete prigionieri di divisioni che riducono e limitano la vocazione alla quale siamo stati chiamati: essere sacramento di comunione. Non dimenticate che ciò che attirava nella Chiesa primitiva era vedere come si amavano. Questa era – è e sarà – la migliore evangelizzazione.
6. E per San Toribio giunse il momento di partire per la riva definitiva, verso quella terra che lo aspettava e che andava assaporando nel suo continuo lasciare la sponda. Questa nuova partenza, non la faceva da solo. Come nel quadro che commentavo all’inizio, andava incontro ai santi seguito da una grande moltitudine alle sue spalle. E’ il pastore che ha saputo riempire la sua valigia di volti e di nomi. Essi erano il suo passaporto per il cielo. Al punto che non vorrei tralasciare la nota finale, il momento in cui il pastore consegnava la sua anima a Dio. Lo fece in una borgata in mezzo alla sua gente e un aborigeno gli suonava il flauto perché l’anima del suo pastore si sentisse in pace. Voglia il cielo, fratelli, che quando dovremo compiere l’ultimo viaggio, possiamo vivere queste cose. Chiediamo al Signore che ce lo conceda.[12]
Preghiamo gli uni per gli altri, e pregate per me.
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[1] Discorso all’episcopato peruviano (2 febbraio 1985), 3.
[2] Cfr Miracolo di San Toribio, Pinacoteca Vaticana.
[3] J.M. Bergoglio, Omelia nella celebrazione aucaristica, Aparecida (16 maggio 2007).
[4] Esort. ap. Evangelii gaudium, 23.
[5] Cfr ibid., 74.
[6] Cfr Ernesto Rojas Ingunza, El Perú de los Santos, in: Kathy Perales Ysla (coord.), Cinco Santos del Perú. Vida, obra y tiempo, Lima (2016), 57.
[7] Cfr José Antonio Benito Rodríguez, Santo Toribio de Mogrovejo, in: Kathy Perales Ysla (coord.), Cinco Santos del Perú. Vida, obra y tiempo, 178.
[8] Cfr ibid., 180.
[9] Cfr Juan Villegas, Fiel y evangelizador. Santo Toribio de Mogrovejo, patrono de los obispos de América Latina, Montevideo (1984), 22.
[10] Discorso all’episcopato peruviano (2 febbraio 1985), 3.
[11] Cfr Esort. ap. Evangelii gaudium, 226-230.
[12] Cfr Jorge Mario Bergoglio, Omelia nella celebrazione eucaristica, Aparecida (16 maggio 2007).
[00071-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]
Traduzione in lingua francese
Chers frères dans l’épiscopat,
Merci pour les paroles que m’ont adressées le Cardinal Archevêque de Lima et le Président de la Conférence Épiscopale au nom de tous ceux qui sont présents. J’ai souhaité être ici avec vous. Je garde un bon souvenir de la visite ad limina, qui date de l’année dernière. Je crois qu’à l’occasion nous avons parlé de beaucoup de choses, donc, ce que je vais dire aujourd’hui ne sera pas très long.
Les journées passées parmi vous ont été très intenses et enrichissantes. J’ai pu écouter et vivre les différentes réalités de ce pays – une scène – et partager de près la foi du saint peuple fidèle de Dieu, qui nous a fait tant de bien. Merci pour l’occasion qui m’a été donnée de pouvoir ‘‘toucher’’ la foi du peuple, de ce peuple que Dieu vous a confié. Et en vérité, ici on ne peut pas ne pas toucher. Si vous ne touchez pas la foi du peuple, c’est que la foi du peuple ne vous touche pas; mais se retrouver ici, les rues bondées de monde, est une grâce et il faut se mettre à genoux.
Le thème de ce voyage nous parle de l’unité et de l’espérance. C’est un programme difficile, mais en même temps qui interpelle, qui nous rappelle les hauts faits de saint Turibio de Mogrovejo, Archevêque de ce Siège et patron de l’épiscopat latino-américain, un modèle de ‘‘bâtisseur de l’unité ecclésiale’’, comme l’a défini mon prédécesseur, saint Jean Paul II, lors de son premier Voyage Apostolique dans ce pays.[1]
Il est significatif que ce saint Évêque soit représenté sur ses portraits comme un ‘‘nouveau Moïse’’. Comme vous le savez, au Vatican est conservé un tableau où figure saint Turibio traversant une rivière impétueuse dont les eaux s’ouvrent sur son passage, comme s’il s’agissait de la mer Rouge, pour qu’il puisse parvenir sur l’autre rive où l’attend un groupe important d’indigènes. Derrière saint Turibio, il y a une grande multitude de personnes, qui constitue le peuple fidèle suivant son pasteur dans l’œuvre de l’évangélisation[2]. Cela se trouve dans la Pinacothèque du Vatican. Ce beau tableau m’offre la possibilité de focaliser sur lui ma réflexion avec vous. Saint Turibio, l’homme qui a voulu atteindre l’autre rive.
Nous le voyons dès le moment où il reçoit mandat pour venir dans ce pays avec la mission d’être père et pasteur. Il a abandonné la terre ferme pour s’aventurer dans un univers totalement nouveau, inconnu et difficile. Il est allé vers une terre promise, guidé par la foi comme «une façon de posséder ce que l’on espère» (Hb 11, 1). Sa foi et sa confiance dans le Seigneur l’ont poussé et vont le pousser, tout au long de sa vie, à atteindre l’autre rive, où le Seigneur l’attendait au milieu d’une multitude.
1. Il a voulu atteindre l’autre rive à la recherche de ceux qui étaient éloignés et dispersés. Pour cela, il a dû renoncer au confort de l’évêché et parcourir le territoire qui lui a été confié, pour des visites pastorales constantes, en essayant de rejoindre et d’être là où l’on avait besoin de lui, - et comme on avait besoin de lui! Il allait à la rencontre de tous par des chemins qui, au dire de son secrétaire, étaient plus faits pour les chèvres que pour les personnes. Il a dû affronter les climats et les régions plus divers, «sur les 22 années d’épiscopat – un peu plus de 22 –, il en a passé 18 hors de Lima, hors siège, parcourant à trois reprises son territoire»[3], qu’il parcourait depuis le Panama jusqu’au début de la capitainerie du Chili, dont je ne sais où elle commençait à l’époque – peut-être au niveau d’Iquique, je n’en suis pas sûr -, mais jusqu’au début de la capitainerie du Chili! Comme n’importe lequel de vos diocèses, rien de moins… Dix-huit ans, parcourant trois fois son territoire, il savait que c’était la seule manière de guider son troupeau: être proche en apportant les secours divins, exhortation qu’il adressait aussi continuellement à ses prêtres. Cependant il ne le faisait pas en paroles mais par son témoignage, en étant lui-même en première ligne de l’évangélisation. Aujourd’hui, nous l’appellerions un Évêque ‘‘de la rue’’. Un évêque avec des semelles usées à force de marcher, de visiter, d’aller à la rencontre pour «annoncer l’Évangile à tous, en tous lieux, en toutes occasions, sans répulsion et sans peur. La joie de l’Évangile est pour tout le peuple, personne ne peut en être exclu»[4].Comme il le savait, saint Turibio! Sans peur et sans répulsion, il a parcouru notre continent pour annoncer la Bonne Nouvelle.
2. Il a voulu atteindre l’autre rive non seulement géographique mais aussi culturelle. C’est ainsi qu’il a promu, par de nombreux moyens, une évangélisation dans la langue locale. Par le troisième Concile de Lima, il s’est employé à ce que les catéchismes soient faits et traduits en quechua et en aymara. Il a incité le clergé à étudier et à connaître la langue de leurs peuples pour pouvoir leur administrer les sacrements de manière compréhensible. Je pense à la réforme liturgique de Pie XII, quand il a commencé ainsi à reprendre cela pour toute l’Église – Pie XII -. En visitant son peuple et en vivant avec lui, il s’est rendu compte qu’il ne suffisait pas de le rejoindre physiquement mais qu’il était nécessaire d’apprendre à utiliser le langage des autres, et que ce n’était qu’ainsi que l’Évangile arriverait à être entendu et à pénétrer dans le cœur. Combien une telle vision est urgente pour nous, pasteurs du XXIème siècle, qui devons apprendre un langage totalement nouveau comme l’est le langage numérique, pour ne citer qu’un exemple. Connaître le langage actuel de nos jeunes, de nos familles, des enfants… Comme saint Turibio a bien su le voir, il ne suffit pas d’atteindre un lieu et d’occuper un territoire; il faut pouvoir initier des processus dans la vie des personnes pour que la foi s’enracine et devienne significative. Et pour cela nous devons parler leur langue. Il faut parvenir là où sont en train de s’élaborer les nouveaux récits et les nouveaux paradigmes, atteindre avec la Parole de Jésus les éléments centraux les plus profonds de l’âme de nos villes et de nos peuples[5]. L’évangélisation de la culture nous demande d’entrer dans le cœur de la culture elle-même, pour qu’elle soit éclairée de l’intérieur par l’évangile. Je suis sûr que j’ai été saisi d’émotion, avant-hier, à Puerto Maldonado, quand… - parmi tous ces aborigènes, il y avait de nombreuses ethnies -, j’ai été saisi d’émotion quand trois d’entre eux m’ont apporté une étole; portant tous leurs signes distinctifs riches en couleur, avec leurs costumes: c’étaient des diacres permanents. Osez, osez, ainsi faisait Toribio. À l’époque, il n’y avait pas de diacres permanents, il y avait des catéchistes; mais [il a appris] leur langue et il a pénétré leur culture. J’ai été saisi d’émotion en voyant ces diacres permanents.
3. Il a voulu atteindre l’autre rive de la charité. Pour notre [saint] patron, l’évangélisation ne pouvait pas se faire en dehors de la charité. Car il savait que la forme la plus sublime de l’évangélisation était de façonner dans sa propre vie le don de soi de Jésus-Christ par amour pour tous les hommes. Les enfants de Dieu et les enfants du démon se révèlent ainsi: celui qui ne pratique pas la justice n’est pas de Dieu, pas plus que celui qui n’aime pas son frère (cf.1Jn 3, 10). Lors de ses visites, il a pu constater les abus et les excès que subissaient les populations autochtones, et ainsi sa main n’a pas tremblé, en 1585, quand il a excommunié le représentant de la Couronne à Cajatambo, affrontant tout un système de corruption et tout un réseau d’intérêts qui « suscitait l’hostilité de beaucoup», y compris du Vice-roi.[6] C’est ainsi que le pasteur nous montre qu’il sait que le bien spirituel ne peut jamais être séparé du juste bien matériel et d’autant plus quand l’intégrité et la dignité des personnes sont menacées. Attitude prophétique de l’évêque qui n’a pas peur de dénoncer les abus et les excès commis contre son peuple. Et de cette manière il parvient à rappeler dans la société et dans ses communautés que la charité doit toujours aller de pair avec la justice et qu’il n’y a pas d’authentique évangélisation qui n’annonce pas et ne dénonce pas toutes les fautes contre la vie de nos frères, spécialement contre la vie des plus vulnérables. C’est une alerte à tout genre de séduction mondaine qui nous lie les mains pour quelques miettes; la liberté de l’Évangile…
4. Il a voulu atteindre l’autre rive dans la formation de ses prêtres. Il a fondé le premier séminaire postconciliaire dans cette région du monde, en encourageant ainsi la formation du clergé autochtone. Il a compris qu’il ne suffisait pas d’aller partout et de parler la même langue, qu’il était nécessaire que l’Église puisse engendrer ses propres pasteurs locaux et ainsi devenir une mère féconde. C’est pourquoi il a plaidé pour l’ordination des métis – quand c’était une question discutée - cherchant à encourager et à inciter à ce que le clergé, s’il devait être différent dans quelque chose, ce soit par la sainteté de ses pasteurs et non par la provenance raciale.[7] Et cette formation ne se limitait pas seulement aux études au séminaire, mais elle se poursuivait grâce à ses nombreuses visites; il était proche de ses prêtres. Ainsi, il pouvait voir directement ‘‘l’état de ses prêtres’’, montrant qu’il portait leur souci. Selon la légende, à la veille de Noël, sa sœur lui aurait offert une chemise pour qu’il la porte pour la première fois à cette fête. Ce jour-là, il est allé rendre visite à un prêtre et en voyant la condition dans laquelle il vivait, il a enlevé sa chemise et la lui a donnée.[8] C’est le pasteur qui connaît ses prêtres. Il cherche à les atteindre, à les accompagner, à les encourager, à les réprimander – il a rappelé à ses prêtres qu’ils étaient des pasteurs et non des négociants et que, par conséquent, ils devaient protéger et défendre les indiens comme des fils-.[9] Mais il ne le fait pas depuis le ‘‘bureau’’, et ainsi il peut connaître ses brebis et celles-ci reconnaissent, en sa voix, la voix du Bon Pasteur.
5. Il a voulu atteindre l’autre rive, celle de l’unité. Il a encouragé de manière admirable et prophétique la création et l’intégration de lieux de communion et de participation entre les différents membres du peuple de Dieu. C’est ce qu’a souligné saint Jean-Paul II quand, dans ce pays, parlant aux évêques, il disait:«Le troisième Concile de Lima est le résultat de cet effort, présidé, stimulé, dirigé par saint Turibio, et qui a porté des fruits dans un précieux trésor de l’unité dans la foi, de normes pastorales et organisationnelles, en même temps que dans des inspirations valides pour l’intégration latino-américaine souhaitée».[10] Nous savons bien que cette unité et ce consensus ont été précédés de grands tensions et conflits. Nous ne pouvons pas nier les tensions, elles existent; les différences,elles existent ; une vie sans conflits est impossible. Mais ces conflits nous obligent, si nous sommes des hommes et des chrétiens, à les regarder en face et à les assumer. Mais à les assumer dans l’unité, dans un dialogue honnête et sincère, en nous regardant en face et en veillant à ne pas céder à la tentation ou d’ignorer ce qui est arrivé, ou de rester prisonniers et sans horizon qui aide à trouver les chemins de l’unité et de la vie. Il est stimulant, dans notre cheminement de Conférence Épiscopale, de rappeler que l’unité prévaudra toujours sur le conflit.[11] Chers frères évêques, travaillez pour l’unité, ne restez pas prisonniers des divisions qui fractionnent et limitent la vocation à laquelle nous avons été appelés: être sacrement de communion. N’oubliez pas que ce qui attirait dans l’Église primitive, c’était de voir comment ils s’aimaient. C’était – c’est et ce sera- la meilleure évangélisation.
6. Et pour saint Turibio est arrivé le moment de passer sur la rive définitive, vers cette terre qui l’attendait et qu’il savourait en quittant sans cesse la rive. Ce nouveau départ, il ne l’a pas fait seul. Tout comme dans le tableau que je vous ai commenté au début, il allait à la rencontre des saints suivi d’une grande foule derrière lui. C’est le pasteur qui a su remplir ‘‘sa valise’’ de visages et de noms. Ils étaient son passeport pour le ciel. Et c’était si vrai qu’au moment où le pasteur rendait son âme à Dieu, il n’a pas voulu omettre l’accord final. Il l’a fait dans un hameau, en union avec son peuple et un aborigène lui jouait de la flûte afin que l’âme de son pasteur ressente la paix. Chers frères, quand nous aurons à entreprendre l’ultime voyage, puissions-nous vivre cela! Demandons au Seigneur de nous l’accorder[12]!
Prions les uns pour les autres et priez pour moi. Merci!
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[1] Discours à l’épiscopat péruvien (2 février 1985), n.3.
[2] Cf. Milagro de santo Toribio, Pinacoteca vaticana.
[3] Jorge Mario Bergoglio, Homélie à l’occasion de la célébration Eucharistique, Aparecida (16 mai 2007).
[4] Exhortation apostolique Evangelii gaudium, n. 23.
[5] Cf. Exhortation apostolique Evangelii gaudium, n. 74.
[6] Cf. Ernesto Rojas Ingunza, El Perú de los Santos, en: Kathy Perales Ysla (coord.), Cinco Santos del Perú. Vida, obra y tiempo, Lima (2016), p. 57.
[7] Cf. José Antonio Benito Rodriguez, Santo Toribio de Mogrovejo, en: Kathy Perales Ysla (coord.), Cinco Santos del Perú. Vida, obra y tiempo, p. 178.
[8] Cf. Ibid., p. 180.
[9] Cf. Juan Villegas, Fiel y evangelizador. Santo Toribio de Mogrovejo, patronos de los obispos de America Latina, Montevideo (1984), p. 22.
[10] Jean-Paul II, Discours à l’épiscopat péruvien (2 février 1985), n. 3.
[11] Cf. Exhortation apostolique Evangelii gaudium, nn. 226-230.
[12] Cf. Jorge Mario Bergoglio, Homélie à l’occasion de la célébration Eucharistique, Aparecida (16 mai 2007).
[00071-FR.02] [Texte original: Espagnol]
Traduzione in lingua inglese
Dear Brother Bishops,
Thank you for the kind words addressed to me by the Cardinal Archbishop of Lima and the President of the Episcopal Conference in the name of all present. I have looked forward to being here with you. I recall with pleasure your visit ad limina last year. At the time, I think had much to discuss, so what I am now going to say will be more brief.
These days I have spent among you have been very intense and gratifying. I have been able to learn about and experience some of the different realities that shape these lands, and to share at first hand the faith of God’s holy and faithful people, which does us so much good. Thank you for the opportunity to “touch” the faith of the people that God has entrusted to you. Here, in fact, it is impossible not to touch it. If you do not touch the faith of the people, the faith of the people does not touch you. But to be there, and to see the streets crowded with people, is a grace for which we should fall to our knees and give thanks.
The theme of this Visit speaks to us of unity and hope. This is a demanding yet exciting programme, which makes us think us of the heroic accomplishments of Saint Turibius of Mogrovejo, archbishop of this see and patron of the Latin American episcopate, an example of a “builder of ecclesial unity”, as my predecessor, Saint John Paul II described him during his first Apostolic Visit to this land.[1]
It is significant that this holy bishop is frequently portrayed as a “new Moses”. As you know, the Vatican has a picture in which Saint Turibius appears crossing a great river whose waters open before him like the Red Sea, so that he could get to the other shore, where a numerous group of natives awaited him. Behind Saint Turibius is a great crowd, representing the faithful people who follow their shepherd in the task of evangelization.[2] This beautiful image in the Vatican Museums can serve to anchor my reflection with you. Saint Turibius, the man who wanted to get to the other shore.
We see him from the time in which he accepted the mandate to come to these lands with the mission to be a father and a shepherd. He left the security of familiar surroundings in order to enter a completely new universe, unknown and filled with challenges. He journeyed towards a promised land guided by faith as “the assurance of things hoped for” (Heb 11:1). His faith and his trust in the Lord impelled him, then and for the rest of his life, to get to the other shore, where the Lord himself was waiting for him in the midst of a great crowd.
1. He wanted to get to the other shore in search of the distant and dispersed. To do so, he had to leave behind the comfort of the bishop’s residence and traverse the territory entrusted to him in constant pastoral visits; he tried to visit and stay wherever he was needed, and how greatly was he needed! He went out to encounter everyone, along paths that, in the words of his secretary, were meant more for goats than for people. Turibius had to face greatly differing climates and landscapes, “of the twenty-two years – and some – of his episcopate, eighteen were spent outside of Lima, outside of his city, crossing his territory three times”.[3] That territory extended from Panama to the beginning of the Captaincy of Chile. I don’t know where it began back then – perhaps on the highlands of Iquique, but I’m not sure. All the way to the Captaincy of Chile. Like one of your own dioceses, no more! In eighteen years, he crossed his territory three times. He knew that this was the one way to be a pastor: to be close to his own, dispensing the sacraments, and he constantly exhorted his priests to do the same. He did so not only by words, but by his witness in the front lines of evangelization. Today we would call him a “street” bishop. A bishop with shoes worn out by walking, by constant travel, by setting out to “preach the Gospel to all: to all places, on all occasions, without hesitation, reluctance and fear. The joy of the Gospel is for all people: no one can be excluded”.[4]. How much Saint Turibius knew this! Without fear and without hesitation he immersed himself in our continent in order to proclaim the good news.
2. He wanted to get to the other shore not only geographically but also culturally. Consequently, he worked in many ways for an evangelization in the native languages. With the Third Council of Lima he provided for catechisms to be compiled and translated into Quechua and Aymara. He encouraged the clergy to learn the language of their flock in order to administer the sacraments to them in a way they could understand. I think of the liturgical reform that Pius XII began to introduce for the whole Church… Visiting and living with his people, he realized that it was not enough just to be there physically, but to learn to speak the language of others, for only in this way could the Gospel be understood and touch the heart. How necessary is this vision for us, the pastors of the twenty-first century! For we have to learn completely new languages, like that, for example, of this, our digital age. To know the real language of our young people, our families, our children… As Saint Turibius clearly realized, it is not enough just to be present and occupy space; we have to be able to generate processes in people’s lives, so that the faith can take root and be meaningful. And to do that, we have to be able to speak their language. We need to get to the places where new stories and paradigms are being born, to bring the word of Jesus to the very heart of our cities and our peoples.[5] The evangelization of culture requires us to enter into the heart of culture itself, so that it can be illuminated from within by the Gospel. I was moved, the day before yesterday, in Puerto Maldonado, when, amid all those native peoples from different ethnic groups, three men brought me a stole, all painted and wearing their native dress. They were permanent deacons. Take heart, as Turibius did. At that time there were no permanent deacons, there were catechists in the people’s own language and culture, and off he went. I was moved to see those permanent deacons.
3. Saint Turibius wanted to get to the other shore of charity. For our patron, there could be no evangelization without charity. He knew that the supreme form of evangelization is to model in our own lives the self-giving of Jesus Christ, out of love for every man and woman. The children of God and the children of the devil are revealed in this way: all who do not practise justice are not from God, nor are those who do not love their brothers and sisters (cf. 1 Jn 3:10). In his visits, he was able to see the abuses and excesses that the original peoples had suffered, and thus he was unafraid, in 1585, to excommunicate the Corregidor of Cajatambo, setting himself against a whole system of corruption and a web of interests which “drew upon him the enmity of many”, including the Viceroy.[6] Such, we see, is the pastor who knows that spiritual good can never be separated from just material good, and all the more so when the integrity and dignity of persons is at risk. An episcopal spirit of prophecy unafraid of denouncing abuses and excesses committed against our people. In this way, Turibius reminds society as a whole, and each community, that charity must always be accompanied by justice. And that there can be no authentic evangelization that does not point out and denounce every sin against the lives of our brothers and sisters, especially against the lives of those who are most vulnerable. This is a warning against any attempt to flirt with the world; it only ties our hands, only to receive a few crumbs in return; the freedom of the Gospel…
4. He wanted to get to the other shore in the formation of his priests. He founded the first post-Tridentine seminary in this part of the world, thus encouraging the training of the native clergy. He realized that it was not enough to visit everywhere and to speak the same language: the Church needed to raise up her own local pastors and thus become a fruitful mother. To this end, he defended the ordination of the mestizos – a controversial issue at that time – and sought to make others see that if the clergy needed to be different in any area, it had to be by virtue of their holiness and not their racial origin.[7] This formation was not limited to seminary studies, but continued through the constant visits that he undertook. He was close to his priests. With his visits, he was able to see firsthand the “state of his priests” and to show his concern for them. The story goes that on Christmas Eve his sister gave him a shirt that he could wear for the holidays. That same day he went to visit a priest and, seeing his living conditions, took off the shirt and gave it to him.[8] He was a pastor who knew his priests. A pastor who tried to visit them, to accompany them, to encourage them and to admonish them. He reminded his priests that they were pastors and not shopkeepers, and so they had to care for and defend the indios as their children.[9] Yet he did not do this from a desk, and so he knew his sheep and they recognized, in his voice, the voice of the good shepherd.
5. He wanted to get to the other shore of unity. In an admirable and prophetic way, he worked to open up possibilities for communion and participation among the different members of God’s people. Saint John Paul II mentioned this when speaking to the bishops in these lands. He noted that: “The Third Council of Lima was the result of that effort, guided, encouraged and directed by Saint Turibius; it bore fruit in a wealth of unity in faith, pastoral and organizational norms, and useful insights for the desired integration of Latin America”.[10] We know very well that this unity and consensus emerged from great tensions and conflicts. We cannot deny tensions and the differences: they exist, and life is not possible without conflict. Yet they require us, if we are men and Christians, to face them and to deal with them. But to deal with them in a spirit of unity, in honest and sincere dialogue, face to face, taking care not to fall into temptation to ignore the past, or to remain prisoners, lacking the vision to discern paths of unity and peace. It is a source of encouragement, in our journey as an episcopal conference, to know that unity will always prevail over conflict.[11] Dear brother bishops, work for unity. Do not remain prisoners of divisions that create cliques and hamper our vocation to be a sacrament of communion. Remember: what was attractive about the early church was to see how they loved one another. That was – and is and always will be – the best way to evangelize.
6. The moment came for Saint Turibius to get to the final shore, to the land of which he had a foretaste on every shore he left. This time, however, he did not leave alone. As in the picture I spoke of previously, he went to meet the saints surrounded by a great crowd. He was a pastor who packed “his bags” with names and faces. They were his passport to heaven. I would not like to pass over this final chord, the moment when the shepherd surrendered his soul to God. He did so in a hut, the midst of his people, while a native played a song on his chirimía so that the soul of his pastor would feel at peace. Brothers, would that when we undertake our final journey, we might have this same experience. Let us ask the Lord to grant this to us.[12]
Let us pray for one another, and pray for me. Thank you.
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[1] Address to the Peruvian Bishops (2 February 1985), 3.
[2] Cf. Miracle of Saint Turibius, Vatican Pinacoteca.
[3] JORGE MARIO BERGOGLIO, Homily at Mass, Aparecida (16 May 2007).
[4] Apostolic Exhortation Evangelii Gaudium, 23.
[5] Cf. Ibid., 74.
[6] Cf. ERNESTO ROJAS INGUNZA, El Perú de los Santos, in: KATHY PERALES YSLA (ed.), Cinco Santos del Perú. Vida, obra y tiempo, Lima (2016), 57.
[7] Cf. JOSÉANTONIO BENITO RODRÍGUEZ, Santo Toribio de Mogrovejo, in KATHY PERALES YSLA (ed.), Cinco Santos del Perú. Vida, obra y tiempo, Lima (2016),178.
[8] Cf. ibid., 180.
[9] Cf. JUAN VILLEGAS, Fiel y evangelizador. Santo Toribio de Mogrovejo, patrono de los obisbos de América Latina, Montevideo (1984), 22.
[10] Address to the Peruvian Bishops (2 February 1985), 3.
[11] Cf. Apostolic Exhortation Evangelii Gaudium, 226-230.
[12] Cf. JORGE MARIO BERGOGLIO, Homily at Mass, Aparecida (16 May 2007).
[00071-EN.02] [Original text: Spanish]
Traduzione in lingua tedesca
Liebe Brüder im Bischofsamt,
ich bedanke mich für die Worte, die der Herr Kardinalerzbischof von Lima sowie der Präsident der Bischofskonferenz im Namen aller Anwesenden an mich gerichtet haben. Ich wollte hier bei euch sein und ich erinnere mich noch gerne an den Ad-Limina-Besuch letztes Jahr. Ich denke, wir haben dabei über viele Dinge gesprochen, so dass ich mich heute etwas kürzer fassen kann.
Die vergangenen Tage mit euch waren sehr intensiv und lohnend. Ich konnte vieles von dem hören und erleben, was dieses Land ausmacht und ich konnte den Glauben des heiligen Volkes Gottes, der uns so guttut, aus der Nähe miterleben. Danke für diese Gelegenheit, den Glauben des Volkes gleichsam „greifen“ zu können, dieses Volkes, das Gott Euch anvertraut hat. Und wirklich, diese Berührung ist unumgänglich! Wenn du den Glauben des Volkes nicht berührst, dann berührt der Glaube des Volkes auch dich nicht; aber hier zu sein, auf den vollen Straßen, das ist eine Gnade, und davor sollte man sich hinknien.
Das Motto dieser Reise spricht uns von Einheit und Hoffnung. Das ist ein hochgestecktes, aber gleichzeitig anregendes Programm, das uns an die großen Taten des heiligen Turibio von Mongrovejo, Erzbischof dieser Stadt und Patron des lateinamerikanischen Episkopats, denken lässt, der ein vorbildlicher „Stifter kirchlicher Einheit“ war, wie es mein Vorgänger Johannes Paul II. auf seiner ersten apostolischen Reise in dieses Land ausgedrückt hat.[1]
Es ist bezeichnend, dass dieser heilige Bischof auf einigen Porträts als „neuer Moses“ dargestellt wird. Wie ihr wisst, gibt es im Vatikan ein Gemälde, auf dem der heilige Turibio einen mächtigen Fluss überquert, dessen Wasser sich bei seinem Durchschreiten auftun wie das Rote Meer, so dass er das andere Ufer erreichen kann, wo ihn eine große Gruppe von Einheimischen erwartet. Hinter dem heiligen Turibio steht eine große Zahl von Menschen, das gläubige Volk, die ihrem Hirten beim Werk der Evangelisierung folgen.[2] Dieses Bild befindet sich in der Vatikanischen Pinakothek. Dieses schöne Bild möchte ich zum Ausgangspunkt meiner Überlegungen mit euch machen: der heilige Turibio, der Mann, der es verstand, das andere Ufer zu erreichen.
Wir sehen ihn von dem Moment an, in dem er den Auftrag empfängt, in diese Lande zu kommen, mit dem Sendungsbewusstsein Vater und Hirte zu sein. Er verließ sicheres Terrain, um sich auf ein völlig neues, unbekanntes und herausforderndes Universum einzulassen. Er ging geleitet vom Glauben als dem Grund der Hoffnung (vgl. Hebr 11,1) auf das verheißende Land zu. Sein Glaube und Vertrauen in den Herrn hat ihn damals bewegt und wird ihn sein ganzes Leben lang dazu antreiben, das andere Ufer zu erreichen, wo der Herr ihn inmitten der Menschenmenge erwartete.
1. Er wollte das andere Ufer erreichen, um die Entfernten und Verstreuten zu suchen. Dazu musste er die Bequemlichkeit des Bischofshauses verlassen und das ihm anvertraute Territorium in ständigen pastoralen Besuchen durchqueren, um dorthin zu gelangen und dort zu sein, wo es nötig war, und da war so viel Not! Er ging den Menschen auf Wegen entgegen, die laut seines Sekretärs eher für Ziegen als für Menschen gemacht waren. Er musste dabei unterschiedlichste klimatische und geographische Zonen durchqueren; »von 22 Jahren im Bischofsamt – 22 Jahre, das ist schon was – verbrachte er 18 Jahre außerhalb von Lima, seiner Stadt, und durchquerte sein Bistum dreimal«.[3] Dieses Territorium erstreckte sich von Panama bis zur Grenze des Herrschaftsbereichs von Chile, ich weiß nicht, wo der zu dieser Zeit lag – vielleicht auf der Höhe von Iquique, ich bin nicht sicher – aber auf alle Fälle bis dorthin, wo das Gebiet von Chile anfing. Wie eine eurer Diözesen, nicht mehr! In 18 Jahren dreimal durch die ganze Diözese – denn er wusste, dass dies die einzig mögliche Form der Pastoral war: nahe sein und die Gaben Gottes austeilen. Dazu forderte er auch seine Priester beständig auf. Aber er tat dies nicht durch Worte, sondern durch sein Zeugnis, indem er sich selbst an die vorderste Front der Evangelisierung begab. Heute würden wir ihn als „Straßenbischof“ bezeichnen. Er war ein Bischof, dessen Schuhsohlen ganz abgenutzt waren vom vielen Unterwegssein, »um allen an allen Orten und bei allen Gelegenheiten ohne Zögern, ohne Widerstreben und ohne Angst das Evangelium zu verkünden. Die Freude aus dem Evangelium ist für das ganze Volk, sie darf niemanden ausschließen«.[4] Wie gut der heilige Turibio das verstanden hatte! Ohne Furcht und ohne Widerstreben durchwanderte er unseren Kontinent, um die Gute Nachricht zu verkünden.
2. Er wollte das andere Ufer nicht nur geographisch, sondern auch kulturell erreichen. Und so förderte er die Evangelisierung in der Muttersprache mit vielen Mitteln. Beim dritten Konzil von Lima ordnete er die Erstellung von Katechismen und ihre Übersetzung in die Sprachen Quechua und Aymara an. Er wirke beim Klerus darauf hin, die Sprache der Gläubigen zu lernen und zu beherrschen, damit sie die Sakramente auf verständliche Weise spenden konnten. Ich denke da an die Liturgiereform Pius XII. als er dieses Unterfangen für die ganze Kirche wieder neu begann. Als er sein Volk besuchte und mit den Menschen lebte, erkannte er, dass es nicht genügte, nur physisch anzukommen, sondern dass es notwendig war, die Sprache der anderen zu lernen – nur so würde das Evangelium verstanden und in die Herzen gelangen. Wie dringend ist diese Vision für uns Hirten des 21. Jahrhunderts, dass wir völlig neue Sprachen, wie z.B. die digitale, lernen müssen. Die heutige Sprache unserer Jugendlichen, unserer Familien, der Kinder lernen ... Das hat der heilige Turibio sehr richtig gesehen, dass es nicht ausreicht, irgendwo hin zu kommen und ein Gebiet zu besetzen, sondern dass es notwendig ist, Prozesse im Leben der Menschen anzuregen, damit der Glaube Wurzeln schlagen und sinnstiftend sein kann. Und dafür müssen wir ihre Sprache sprechen. Es ist notwendig, dorthin zu gelangen, wo die neuen Geschichten und Paradigmen entstehen, um mit dem Wort Jesu die Tiefe der Seelen unserer Städte und Völker zu erreichen.[5] Die Evangelisierung der Kultur verlangt von uns, in das Herz der Kultur selbst einzutreten, damit sie von innen durch das Evangelium erleuchtet wird. Es hat mich wirklich bewegt, als mir vorgestern in Porto Maldonato drei der zahlreichen anwesenden Eingeborenen der vielen verschiedenen Ethnien eine Stola überreicht haben: alle bemalt, in ihrer Kleidung – es waren ständige Diakone! Nur Mut, genau so machte es Turibio. Damals gab es noch keine ständigen Diakone, das waren Katechisten, aber in ihrer Sprache, in ihrer Kultur, und er hat sich dorthin begeben… Es hat mich bewegt, diese ständigen Diakone zu sehen.
3. Er wollte das andere Ufer der Nächstenliebe erreichen. Für unseren Patron war die Evangelisierung untrennbar mit der Nächstenliebe verbunden. Denn er wusste, dass die erhabenste Form der Evangelisierung darin bestand, die Selbsthingabe Jesu Christi aus Liebe zu jedem Menschen im eigenen Leben zum Ausdruck zu bringen. Darin manifestieren sich die Kinder Gottes und die Kinder des Teufels: Wer keine Gerechtigkeit übt und wer seinen Bruder nicht liebt, ist nicht von Gott (vgl. 1Joh 3,10). Während seiner Besuche konnte er die Missbräuche und Ausschreitungen beobachten, unter denen die einheimische Bevölkerung zu leiden hatte, und so zögerte er nicht, 1585 den Gouverneur von Cajatambo zu exkommunizieren und gegen ein System von Korruption und Netzwerken zu kämpfen, was »die Feindschaft vieler hervorrief«, auch die des Vizekönigs.[6] So erwies er sich als ein Hirte, der wusste, dass das geistliche Gut niemals vom gerechten materiellen Wohl getrennt werden kann, besonders wenn die Integrität und Würde der Menschen gefährdet ist. Diese prophetische Ausübung des Bischofsamtes scheut sich nicht, die Missbräuche und Exzesse, die am Volk begangen wurden, anzuprangern. Und auf diese Weise gelingt es ihm, innerhalb der Gesellschaft und ihrer Gemeinschaften daran zu erinnern, dass die Nächstenliebe immer von Gerechtigkeit begleitet sein soll, und dass es keine echte Evangelisierung gibt, wenn Schuld am Leben unserer Brüder und Schwestern, insbesondere am Leben der Schwächsten, nicht benannt und verurteilt wird. Das ist eine Warnung vor jeder Art weltgefälliger Koketterie, die uns die Hände wegen einiger Kleinigkeiten bindet… Die Freiheit des Evangeliums…
4. Er wollte das andere Ufer in der Ausbildung seiner Priester erreichen. Er gründete das erste Seminar nach dem Konzil [von Trient] in diesem Teil der Welt und förderte so die Ausbildung einheimischer Geistlicher. Er hatte verstanden, dass es nicht genügte, überall hin zu gelangen und dieselbe Sprache zu sprechen. Es war für die Kirche notwendig, dass sie ihre eigenen örtlichen Hirten hervorbringen konnte und so zur fruchtbaren Mutter wurde. Darum verteidigte er die Weihe von Mestizen – zu einer Zeit, in der dies sehr umstritten war – und versuchte deutlich zu machen, dass der Klerus vor allem an der Heiligkeit der Hirten erkennbar sein sollte und nicht an seiner ethnischen Herkunft.[7] Und diese Ausbildung beschränkte sich nicht nur auf das Studium im Seminar, sondern setzte sich auch in den laufenden Besuchen fort, die er bei ihnen machte. Er stand seinen Priestern nahe. Dort konnte er unmittelbar erleben, wie es um seine Priester stand und sich um sie kümmern. Der Legende nach schenkte ihm seine Schwester zu Weihnachten ein Hemd, das er an den Feiertagen tragen sollte. An diesem Tag besuchte er einen Priester, und als er die Situation sah, in der dieser lebte, zog er sein Hemd aus und gab es ihm.[8] Er ist ein Hirte, der seine Priester kennt. Er versucht sie zu erreichen, zu begleiten, zu ermutigen und zu ermahnen – und er erinnerte seine Priester daran, dass sie Hirten und keine Kaufleute waren, und deshalb sollten sie sich um die indigene Bevölkerung kümmern und sie als ihre Söhne und Töchter verteidigen.[9] Aber er tut das nicht vom Schreibtisch aus, und so lernt er seine Schafe kennen, und diese erkennen in seiner Stimme die Stimme des Guten Hirten.
5. Er wollte das andere Ufer, das Ufer der Einheit erreichen. Er förderte auf bewundernswerte und prophetische Weise die Bildung und Erweiterung von Räumen der Gemeinschaft und Teilhabe unter den verschiedenen Gliedern des Volkes Gottes. Johannes Paul II. wies darauf hin, als er vor den Bischöfen hierzulande sagte: »Das dritte Konzil von Lima ist das Ergebnis dieser Bemühungen; es fand unter dem Vorsitz des heiligen Turibio statt, wurde durch ihn ermutigt und geleitet. Es brachte einen kostbaren Schatz der Einheit im Glauben, pastorale und organisatorische Bestimmungen sowie wertvolle Inspirationen für die ersehnte lateinamerikanische Integration hervor«.[10] Wie wir wissen, waren dieser Einheit und diesem Konsens große Spannungen und Konflikte vorausgegangen. Wir können Spannungen – ja, die gibt es – und Unterschiede – ja, die gibt es – nicht verleugnen. Ein Leben ohne Konflikte ist nicht möglich. Aber als Menschen und als Christen müssen wir uns ihnen stellen und sie akzeptieren. Aber wir müssen sie gemeinsam im ehrlichen und aufrichtigen Dialog annehmen, indem wir einander ins Gesicht zu schauen und uns vor der Versuchung hüten, das Geschehene zu ignorieren oder darin gefangen zu bleiben, ohne Horizonte, die uns erlauben, Wege der Einheit und des Lebens zu finden. Eine gute Anregung für unseren Weg als Bischofskonferenz wäre die Erinnerung daran, dass die Einheit immer Vorrang vor dem Konflikt haben muss.[11] Liebe Brüder im Bischofsamt, arbeitet auf die Einheit hin, bleibt nicht gefangen in Spaltungen, die unsere Berufung – Sakrament der Einheit zu sein – verdunkeln und einschränken. Vergesst nicht: was die frühe Kirche so anziehend machte, war, dass man sehen konnte, wie sie einander liebten. Das war und wird immer die beste Art der Evangelisierung sein.
6. Und für den heiligen Turibio kam der Moment seines Übergangs zu jenem endgültigen Ufer, das ihn erwartete und das er in seinem ständigen Aufbruch zu neuen Ufern schon auf Erden anfanghaft erfahren durfte. Diese erneute Reise machte er nicht alleine. Wie auf dem Gemälde, von dem ich zu Beginn erzählte, ging er den Heiligen entgegen, gefolgt von einer großen Menschenmenge hinter ihm. Er ist ein Hirte, der es verstanden hat, „sein Gepäck“ mit Gesichtern und Namen zu füllen. Sie waren sein Pass zum Himmel, und zwar so, dass ich das Ende nicht weglassen möchte, den Moment, in dem der Hirte seine Seele Gott übergab. Er tat dies an einem kleinen Ort mitten unter dem Volk und ein Ureinwohner spielte die Flöte, damit die Seele seines Hirten sich in Frieden fühlte. Hoffen wir, liebe Brüder, dass wir ähnliches erleben dürfen, wenn wir uns auf unsere letzte Reise begeben müssen. Bitten wir den Herrn, er möge uns dies gewähren.[12]
Beten wir füreinander, und betet für mich. Danke!
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[1] Ansprache an die Bischöfe Perus (2. Februar 1985), 3.
[2] Vgl. Wunder des heiligen Turibio, Vatikanische Pinakothek.
[3] Jorge Mario Bergoglio, Homilie in der Eucharistiefeier, Aparecida (16. Mai 2007).
[4] Apostolisches Schreiben Evangelii gaudium, 23.
[5] Vgl. ebd., 74
[6] Vgl. Ernesto Rojas Ingunza, El Perú de los Santos, in: Kathy Perales Ysla (coord.), Cinco Santos del Perú. Vida, obra y tiempo, Lima (2016), 57.
[7] Vgl. José Antonio Benito Rodríguez, Santo Toribio de Mogrovejo, in: Kathy Perales Ysla (coord.), Cinco Santos del Perú. Vida, obra y tiempo, Lima (2016), 178.
[8] Vgl. ebd., 180.
[9] Vgl. Juan Villegas, Fiel y evangelizador. Santo Toribio de Mogrovejo, patrono de los obispos de América Latina, Montevideo (1984), 22.
[10] Ansprache an die Bischöfe Perus (2. Februar 1985), 3.
[11] Vgl. Apostolisches Schreiben Evangelii gaudium, 226-230.
[12] Vgl. Jorge Mario Bergoglio, Homilie in der Eucharistiefeier, Aparecida (16. Mai 2007).
[00071-DE.02] [Originalsprache: Spanisch]
Traduzione in lingua portoghese
Amados Irmãos no Episcopado!
Obrigado pelas palavras que me dirigiram o Cardeal Arcebispo de Lima e o Presidente da Conferência Episcopal, em nome de todos os presentes. Desejava encontrar-me convosco. Conservo uma lembrança feliz da vossa visita ad limina do ano passado. Dado que, naquela ocasião, já falamos de muitas coisas, pensei não me alongar muito naquilo que hoje vos direi.
Os dias que passei no vosso meio foram muito intensos e gratificantes. Pude auscultar e viver as diferentes realidades que formam este país – uma amostra – e partilhar de perto a fé do santo povo fiel de Deus, que nos faz muito bem. Obrigado pela oportunidade de poder «tocar» a fé do povo, deste povo que Deus vos confiou. Na verdade, aqui, não se pode não tocar! Se tu não tocas a fé do povo, a fé do povo não toca em ti; mas encontrar-se lá, com aquelas estradas apinhadas de gente, é uma graça; é caso para pôr-se de joelhos.
O lema desta viagem fala-nos de unidade e de esperança. É um programa árduo e simultaneamente estimulante, que nos faz pensar nas proezas de São Toríbio de Mogrovejo, Arcebispo desta Sede e Patrono do Episcopado Latino-Americano, um exemplo de «construtor de unidade eclesial», como o definiu o meu antecessor São João Paulo II na sua primeira viagem apostólica a esta terra.[1]
É significativo que este Santo Bispo apareça representado nos retratos como um «novo Moisés». No Vaticano, como sabeis, conserva-se um quadro onde aparece São Toríbio a atravessar um rio caudaloso, cujas águas se abrem à sua passagem, como se fosse o Mar Vermelho, para que ele possa chegar à outra margem onde o aguarda um numeroso grupo de indígenas. Atrás de São Toríbio, há uma grande multidão de pessoas, que é o povo fiel que segue o seu pastor na obra da evangelização.[2] Este quadro encontra-se na Pinacoteca Vaticana. Esta bela imagem sugere-me o motivo em que centrarei a minha reflexão convosco: São Toríbio, o homem que soube chegar à outra margem.
Vemos isto desde o momento em que recebe o mandato de vir para estas terras com a missão de ser pai e pastor. Deixou terreno seguro para penetrar num universo totalmente novo, desconhecido e cheio de desafios. Caminhou para uma terra prometida, guiado pela fé como «garantia das coisas que se esperam» (Heb 11, 1). A sua fé e confiança no Senhor impeliram-no então, e impeli-lo-ão ao longo de toda a sua vida, a passar à outra margem, onde Ele o esperava no meio duma multidão.
1. Quis chegar à outra margem em busca dos afastados e dispersos. Para isso, teve que deixar as comodidades do paço episcopal para percorrer o território, que lhe estava confiado, em contínuas visitas pastorais, procurando chegar e estar onde necessitavam dele e quanto necessitavam dele! Ia ao encontro de todos por caminhos que, nas palavras do secretário, eram mais para cabras do que para pessoas. Tinha que enfrentar os mais variados climas e ambientes; «de vinte e dois anos de episcopado – vinte e dois mais um bocado –, dezoito passou-os fora de Lima, fora da sua cidade, percorrendo por três vezes o seu território»,[3] que se estendia do Panamá até ao começo da capitania do Chile. Não sei dizer onde esta principiava naqueles tempos; talvez à altura de Iquique, não tenho a certeza! Mas a diocese vinha até ao começo da capitania do Chile... Como alguma das vossas dioceses, nada mais! Dezoito anos percorrendo três vezes o seu território, sabia que esta era a única forma de pastorear: estar perto oferecendo os dons de Deus; uma exortação que ele fazia continuamente também aos seus presbíteros. E não se limitava a fazê-lo com palavras, mas com o seu testemunho, apresentando-se ele mesmo na primeira linha da evangelização. Hoje chamá-lo-íamos um bispo «de estrada». Um bispo com as solas consumadas pelo muito andar, por se mover, por sair ao encontro dos outros para «anunciar o Evangelho a todos, em todos os lugares, em todas as ocasiões, sem demora, sem repugnâncias e sem medo. A alegria do Evangelho é para todo o povo, não se pode excluir ninguém».[4] Bem o sabia São Toríbio! Sem medo nem repugnância, penetrou no nosso continente para anunciar a Boa Nova.
2. Quis chegar à outra margem não só geográfica mas cultural. Por isso promoveu, de muitos modos, uma evangelização na língua nativa. Com o III Concílio Limense, procurou que os catecismos fossem feitos e traduzidos em quechua e aymara. Incitou o clero a estudar e conhecer a língua dos seus fiéis, para poderem administrar-lhes os Sacramentos de forma compreensível (Penso na reforma litúrgica de Pio XII, quando a mesma começou a raiar por toda a Igreja). Visitando e vivendo com o seu povo, deu-se conta de que não bastava alcançá-lo apenas fisicamente, mas era necessário aprender a falar a língua dos outros: só assim é que o Evangelho poderia ser compreendido e penetrar nos corações. Como é urgente esta visão para nós, pastores do século XXI, que – só para dar um exemplo – temos de aprender uma linguagem completamente nova, como é a digital! Conhecer a linguagem atual dos nossos jovens, das nossas famílias, das crianças... Como justamente viu São Toríbio, não é suficiente chegar a um lugar e ocupar um território, é necessário poder suscitar processos na vida das pessoas, para que a fé ganhe raízes e seja significativa. E, para isso, devemos falar a língua delas. É preciso chegar onde se geram os novos temas e paradigmas, alcançar com a Palavra de Jesus os núcleos mais profundos da alma das nossas cidades e dos nossos povos.[5] A evangelização da cultura requer que entremos no coração da própria cultura, para que esta seja iluminada a partir de dentro pelo Evangelho. Anteontem deixou-me verdadeiramente comovido, em Puerto Maldonado, ver – entre todos os nativos presentes, de muitas etnias – três todos pintados, com as suas roupas, que me trouxeram uma estola: eram diáconos permanentes! Coragem, coragem… Era assim que fazia Toríbio. Naquela época, não havia diáconos permanentes, havia catequistas, mas na sua língua, na sua cultura, e ele apostou nisso... Comoveu-me ver aqueles diáconos permanentes.
3. Quis chegar à outra margem da caridade. Segundo o nosso Patrono, a evangelização não poderia acontecer sem a caridade. Porque sabia que a forma mais sublime da evangelização era plasmar na própria vida a doação de Jesus Cristo por amor a cada homem. Nisto se distinguem os filhos de Deus e os filhos do diabo: todo aquele que não pratica a justiça não é de Deus, nem aquele que não ama o seu irmão (cf. 1 Jo 3, 10). Nas suas visitas, pôde constatar os abusos e excessos que sofriam as populações nativas, não hesitando, em 1585, a excomungar o governador de Cajatambo, enfrentando todo um sistema de corrupção e uma rede de interesses, o que «lhe acarretou a inimizade de muitos», incluindo do Vice-rei.[6] Deste modo se nos apresenta como o pastor ciente de que o bem espiritual nunca se pode separar do justo bem material e, menos ainda, quando se põem em risco a integridade e a dignidade das pessoas. Profecia episcopal que não tem medo de denunciar os abusos e excessos cometidos contra o seu povo. E assim consegue lembrar no seio da sociedade e das comunidades que a caridade deve ser sempre acompanhada pela justiça, e não há autêntica evangelização que não anuncie e denuncie toda a falta contra a vida dos nossos irmãos, especialmente contra a vida dos mais vulneráveis. É uma advertência contra qualquer tipo de ilusão mundana que, por uns nadas, nos liga as mãos. A liberdade do Evangelho…
4. Quis chegar à outra margem na formação dos seus sacerdotes. Fundou o primeiro Seminário depois do Concílio [de Trento] nesta área do mundo, promovendo assim a formação do clero nativo. Compreendeu que não bastava chegar a todos os lugares e falar a mesma língua; era necessário que a Igreja pudesse gerar os seus próprios pastores locais, tornando-se assim mãe fecunda. Por isso, quando ainda se discutia muito sobre a mesma, defendeu a Ordenação de padres mestiços, procurando favorecer e estimular a santidade dos seus pastores, pois se o clero se devesse diferenciar em algo, que fosse pela santidade de vida e não pela origem étnica.[7] E esta formação não se limitava apenas aos estudos no Seminário, mas prosseguia nas visitas contínuas que lhes fazia, aproximava-se dos seus padres. Assim podia, em primeira mão, dar-se conta do «estado dos seus padres», cuidando deles. Conta-se que, nas vésperas do Natal, a sua irmã lhe ofereceu uma camisa para a estrear nas festas. Nesse mesmo dia, ele foi visitar um pároco e, ao ver as condições em que vivia, pegou naquela camisa e deu-lha.[8] É o pastor que conhece os seus sacerdotes. Procura ir ter com eles, acompanhá-los, encorajá-los, admoestá-los: lembrava aos seus padres que eram pastores e não comerciantes e, por conseguinte, deveriam cuidar e defender os indígenas como se fossem filhos.[9] Mas não o fazia «sentado à escrivania», e assim pôde conhecer as suas ovelhas e estas reconhecerem, na voz dele, a voz do Bom Pastor.
5. Quis chegar à outra margem: a da unidade. Promoveu de maneira admirável e profética a formação e integração de espaços de comunhão e participação entre as várias componentes do povo de Deus. Assim o realçou São João Paulo II quando nestas terras, dirigindo-se aos bispos, lhes disse: «O III Concílio Limense é o resultado desse esforço presidido, encorajado e dirigido por São Toríbio, e que frutificou num precioso tesouro de unidade na fé, de normas pastorais e de organização, ao mesmo tempo que em válidas inspirações para a desejada integração latino-americana».[10] Bem sabemos que esta unidade e este consenso foram precedidos de grandes tensões e conflitos. Não podemos negar as tensões – existem! –, nem as diferenças – existem! –; é impossível uma vida sem conflitos. Mas estes exigem de nós – se somos homens e cristãos – que os enfrentemos e aceitemos. Mas, aceitá-los em unidade, em diálogo honesto e sincero, olhos nos olhos e evitando cair numa destas tentações: ignorar o que aconteceu ou então ficar prisioneiros e sem horizontes que permitam encontrar caminhos que sejam de unidade e de vida. Serve de inspiração, no nosso caminho de Conferência Episcopal, recordar que a unidade sempre prevalecerá sobre o conflito.[11] Queridos irmãos Bispos, trabalhai pela unidade, não fiqueis prisioneiros de divisões que reduzem e limitam a vocação a que fomos chamados: ser sacramento de comunhão. Não vos esqueçais do que atraía na Igreja primitiva: era ver como eles se amavam. Essa foi, é e será a melhor evangelização.
6. E para São Toríbio chegou o momento de partir para a margem definitiva, para aquela terra que o esperava e que ele ia saboreando no seu contínuo deixar a margem. Esta nova partida, não a fez sozinho. Como no quadro de que vos falei ao início, ia ao encontro dos Santos, seguido por uma grande multidão atrás dele. É o pastor que soube encher «a sua mala» de rostos e nomes. Estes eram o passaporte dele para o céu. Por isso não quero omitir a nota final, o momento em que o pastor entregava a sua alma a Deus. Fê-lo num bairro no meio do seu povo, enquanto um aborígene tocava para ele a flauta para que a alma do seu pastor se sentisse em paz. Quem dera, irmãos, que pudéssemos viver estas coisas, quando tivermos que realizar a última viagem. Peçamos ao Senhor que no-lo conceda.[12]
Rezemos uns pelos outros, e rezai por mim.
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[1] Discurso ao Episcopado Peruano (2/II/1985), 3.
[2] Cf. Milagre de São Toríbio, Pinacoteca Vaticana.
[3] Jorge Mário Bergoglio, Homilia na Celebração Eucarística (Aparecida 16/V/2007).
[4] Francisco, Exort. ap. Evangelii gaudium, 23.
[5] Cf. ibid., 74.
[6] Cf. Ernesto Rojas Ingunza, «El Perú de los Santos», in: Kathy Perales Ysla (coord.), Cinco Santos del Perú. Vida, obra y tiempo (Lima 2016), 57.
[7] Cf. José Antonio Benito Rodríguez, «Santo Toríbio de Mogrovejo», in: Kathy Perales Ysla (coord.), Cinco Santos del Perú. Vida, obra y tiempo (Lima 2016), 178.
[8] Cf. ibid., 180.
[9] Cf. Juan Villegas, Fiel y evangelizador. Santo Toribio de Mogrovejo, patrono de los obispos de América Latina (Montevideu 1984), 22.
[10] Discurso aos Bispos do Perú (Lima 2/II/1985), 3.
[11] Cf. Francisco, Exort. ap. Evangelii gaudium, 226-230.
[12] Cf. Jorge Mário Bergoglio, Homilia na Celebração Eucarística (Aparecida 16/V/2007).
[00071-PO.02] [Texto original: Espanhol]
Traduzione in lingua polacca
Drodzy Bracia w biskupstwie,
Dziękuję za słowa skierowane do mnie przez kardynała arcybiskupa Limy i przewodniczącego Konferencji Episkopatu w imieniu wszystkich obecnych. Chciałem być z wami. Zachowuję piękne wspomnienie waszej zeszłorocznej wizytyad limina. Wówczas rozmawialiśmy na wiele tematów, dlatego to, co powiem dzisiaj, nie będzie bardzo obszerne.
Dni spędzone pośród was były bardzo intensywne i satysfakcjonujące. Mogłem wysłuchać i przeżywać różne realia, które kształtują ten kraj – przykłady – oraz bezpośrednio dzielić wiarę świętego wiernego Ludu Bożego, co jest dla nas bardzo dobre. Dziękuję wam za możliwość „dotknięcia” wiary ludu, tego ludu, który Bóg wam zawierzył. I prawdziwie nie można nie dotknąć! Jeśli nie dotykasz wiary ludu, wiara ludu nie dotyka ciebie; ale być tam, przy pełnych ulicach, to jest łaska i trzeba uklęknąć.
Motto tej podróży mówi o jedności i nadziei. To trudny program, ale jednocześnie pobudzający, który skłania nas do myślenia o poczynaniach świętego Turybiusza z Mogrovejo, arcybiskupa tej stolicy i patrona episkopatu Ameryki Łacińskiej, wzoru „budowniczego kościelnej jedności”[1], jak to określił mój poprzednik św. Jan Paweł II podczas swojej pierwszej podróży apostolskiej na tę ziemię.
Znamienne jest to, że ten święty biskup jest przedstawiony na jego portretach jako „nowy Mojżesz”. Jak wiecie, w Watykanie przechowywany jest obraz, który ukazuje, jak św. Turybiusz pokonuje potężną rzekę, której wody otwierają się na jego przejście, tak jakby chodziło o Morze Czerwone, aby mógł dostać się na drugą stronę, gdzie czeka na niego duża grupa pierwotnych mieszkańców. Za plecami św. Turybiusza jest wielka rzesza osób, a jest to wierny lud, podążający za swoim pasterzem w dziele ewangelizacji[2]. Ten obraz znajduje się w Pinakotece Watykańskiej. Ten piękny obraz daje wskazówkę, aby skupić się na nim w mojej refleksji z wami.Święty Turybiusz, człowiek, który postanowił dotrzeć na drugi brzeg.
Widzimy go od chwili, gdy przyjmuje mandat, by przybyć na te ziemie z misją bycia ojcem i pasterzem. Opuścił teren bezpieczny, aby wkroczyć do zupełnie nowego, nieznanego i pełnego wyzwań wszechświata. Poszedł do ziemi obiecanej, kierując się wiarą, jako „poręką tych dóbr, których się spodziewamy” (Hbr11,1). Jego wiara i ufność w Panu pobudziły go wtedy i pobudzały przez całe życie, aby przejść na drugi brzeg, gdzie czekał On na niego pośród licznych rzesz.
1. Chciał dotrzeć na drugi brzeg w poszukiwaniu dalekich i rozproszonych. W tym celu musiał opuścić wygody kurii biskupiej i przemierzyć powierzony mu teren, w nieustannych wizytacjach duszpasterskich, starając się dotrzeć i być tam, gdzie był potrzebny, a jakże bardzo był potrzebny! Poszedł na spotkanie wszystkich drogami, które – według jego sekretarza – były bardziej dla kóz, niż dla ludzi. Musiał zmierzyć się z najbardziej zróżnicowanymi klimatami i środowiskami; „Z 22 – 22 z kawałkiem – lat biskupstwa 18 z nich spędził poza Limą, poza swoim miastem, przemierzając trzykrotnie swoje terytorium”[3], idąc od Panamy, aż do początków terytorium Kapitanii Chile, który nie wiem, gdzie się zaczynał w tamtych czasach – może na wysokości Iquique, nie jestem pewien – ale do początków Kapitanii Chile. Jak jedna z waszych diecezji, mniej więcej! Osiemnaście lat przemierzając trzykrotnie swoje terytorium, wiedział, że była to jedyna forma duszpasterstwa: bycie blisko, rozdzielając dary Boże, zachęta, jaką nieustannie dawał także swoim kapłanom. Nie robił tego jednak słowami, ale swoim świadectwem, będąc na pierwszej linii ewangelizacji. Dzisiaj nazwalibyśmy go „biskupem ulicy”. Biskup z podeszwami zużytymi od chodzenia, od wychodzenia na spotkanie, aby „głosić Ewangelię wszystkim ludziom, w każdym miejscu, przy każdej okazji, nie zwlekając, bez niechęci i bez obaw. Radość Ewangelii jest dla całego ludu, nie może z udziału w niej wykluczać nikogo”[4]. Jakże to dobrze wiedział św. Turybiusz! Bez strachu i bez odrazy wkroczył na nasz kontynent, aby głosić Dobrą Nowinę.
2. Chciał dotrzeć na drugi brzeg nie tylko geograficzny, ale także kulturowy. W ten właśnie sposób krzewił on, za pośrednictwem wielu mediów, ewangelizację w języku ojczystym. Wraz z trzecim Synodem Limeńskim starał się, aby katechizmy zostały napisane i przetłumaczone na keczua i ajmara. Nalegał, aby duchowni uczyli się i znali język swoich wiernych, aby mogli udzielać sakramentów w sposób zrozumiały. Myślę o reformie liturgicznej Piusa XII, kiedy wraz z tym zaczynał docierać do całego Kościoła, Pius XII. Wizytując swój lud i żyjąc z nim, zdał sobie sprawę, że nie wystarczy, aby dotrzeć do niego tylko fizycznie, ale trzeba było nauczyć się także mówić językiem innych: tylko w ten sposób Ewangelia mogła być zrozumiana i przeniknąć do serc. Jakże bardzo przynaglająca jest ta wizja dla nas, pasterzy XXI wieku, którzy musimy nauczyć się zupełnie nowego języka, jak na przykład cyfrowego. Znajomość aktualnego języka naszej młodzieży, naszych rodzin, dzieci... Jak to potrafił dobrze dostrzec św. Turybiusz, nie wystarczy tylko dotrzeć na miejsce i zająć terytorium. Trzeba umieć obudzić procesy w życiu osób, aby wiara się zakorzeniła i była znacząca. A w tym celu musimy mówić w ich języku. Trzeba przybyć tam, gdzie rodzą się nowe tematy i wzorce, dotrzeć ze Słowem Bożym do najgłębszego rdzenia duszy naszych miast i naszych ludów[5]. Ewangelizacja kultury wymaga od nas wkroczenia w serce samej kultury, tak aby była ona oświecona od wewnątrz przez Ewangelię. Naprawdę wzruszyło mnie przedwczoraj, w Puerto Maldonado, gdy – pośród wszystkich obecnych tubylców, różnych grup etnicznych – wzruszyło mnie, gdy trzech z nich przyniosło mi stułę: wszyscy umalowani, w ich strojach – to byli diakoni stali! Odwagi, odwagi, tak robił Turybiusz. W tamtej epoce nie było diakonów stałych, byli katechiści, ale w ich języku, w ich kulturze, i on udał się tam… Wzruszyłem się, gdy widziałem tych diakonów stałych.
3. Chciał dostać się na drugą stronę miłosierdzia. Dla naszego patrona ewangelizacja nie mogła zachodzić bez miłosierdzia. Wiedział bowiem, że najwznioślejszą formą ewangelizacji było kształtowanie w swoim życiu daru z siebie Jezusa Chrystusa z miłości do każdego człowieka. Dzieci Boga i dzieci diabła można rozpoznać dzięki temu, że każdy, kto postępuje niesprawiedliwie, nie jest z Boga, jak i ten, kto nie miłuje swego brata (por.1 J3, 10). Podczas swoich wizytacji mógł zauważyć nadużycia i ekscesy, jakie znosili rdzenni mieszkańcy. Dlatego nie zawahał się ekskomunikować w 1585 roku, gubernatora Cajatambo, stając w obliczu całego systemu korupcji i sieci interesów, która „przyciągała wrogość wielu”, włączając w to wicekróla[6]. To pokazuje nam pasterza, który wie, że dobro duchowe nigdy nie może zostać oddzielone od słusznego dobra materialnego, a tym bardziej, gdy zagrożona jest integralność i godność osób. Proroctwo biskupie, które nie boi się potępiać nadużyć i ekscesów popełnionych wobec swego ludu. I w ten sposób udało mu się przypomnieć w obrębie społeczeństwa i wspólnot, że miłosierdziu zawsze musi towarzyszyć sprawiedliwość i że nie ma autentycznej ewangelizacji bez głoszenia i potępiania wszelkich wykroczeń, przeciw życiu naszych braci, zwłaszcza przeciw życiu najsłabszych. To jest ostrzeżenie przed jakąkolwiek formą światowej kokieterii, która wiąże nam ręce drobiazgami… Wolność Ewangelii…
4. Chciał dotrzeć na drugi brzeg w formacji swoich księży. Założył pierwsze seminarium po Soborze Trydenckim w tej części świata, promując w ten sposób formację rodzimego kleru. Zrozumiał, że nie wystarczy, aby iść na wszystkie strony i mówić tym samym językiem, ale trzeba było, aby Kościół mógł rodzić własnych lokalnych duszpasterzy i aby tym samym Kościół stał się płodną matką. Dlatego bronił święcenia Metysów – kiedy toczyło się w tej sprawie wiele dyskusji – starając się krzewić i pobudzać, żeby duchowieństwo – jeśli miało się czymś wyróżniać – wyróżniało się ze względu na świętość pasterzy, a nie na pochodzenie etniczne[7]. A formacja ta nie ograniczała się jedynie do studiów w seminarium, ale była kontynuowana w ciągłych składanych im wizyt. Był blisko swoich kapłanów. Tam mógł namacalnie stwierdzić, jaki jest stan jego kapłanów, troszcząc się o nich. Legenda głosi, że w wigilię Bożego Narodzenia jego siostra dała mu koszulę, którą miał założyć podczas świąt. Tego dnia poszedł odwiedzić księdza i kiedy zobaczył warunki, w jakich żył, zdjął koszulę i dał jemu[8]. Taki jest pasterz, który zna swoich księży. Stara się do nich dotrzeć, towarzyszyć im, pobudzać ich, upomnieć – przypomniał swoim księżom, że byli pasterzami a nie najemnikami, i dlatego powinni się troszczyć o Indian i bronić ich jak dzieci[9]. Ale nie robi tego od biurka, i dlatego może znaćswoje owce, a one rozpoznająw jego głosie głos Dobrego Pasterza.
5. Chciałdotrzećna drugi brzeg – brzeg jedności. Krzewił w sposób godny podziwu i profetyczny formację i integrację przestrzeni komunii i uczestnictwa pośród różnych członków Ludu Bożego. Wskazał na to św. Jan Paweł II, gdy na tych ziemiach, zwracając się do biskupów powiedział: „Rezultatem tego wysiłku był właśnie III Synod Limeński, któremu przewodniczył, dodawał zachęty i wyznaczał kierunek św. Turybiusz. Owocem Synodu był cenny skarb zjednoczenia w wierze, normy pastoralne, i organizacyjne, a jednocześnie uprawomocniona inspiracja dla upragnionej integracji latynoamerykańskiej”[10]. Dobrze wiemy, że tę jedność i konsensus poprzedziły wielkie napięcia i konflikty. Nie możemy zaprzeczyć napięciom – istnieją, różnicom – istnieją. Niemożliwe jest życie bez konfliktów. Ale, jeśli jesteśmy ludźmi i chrześcijanami, to wymagają one od nas stawienia im czoła i ich zaakceptowania. Ale zaakceptowania ich w jedności, w uczciwym i szczerym dialogu, patrząc sobie w twarz i wystrzegając się popadania w pokusę ignorowania tego, co zaszło lub stawania się tego więźniami, bez perspektyw pozwalających na znalezienie dróg, które były by drogami jedności i życia. W naszej drodze Konferencji Episkopatu źródłem inspiracji jest pamiętanie, że jedność zawsze będzie przeważała nad konfliktem[11]. Drodzy bracia biskupi, działajcie na rzecz jedności, nie bądźcie więźniami podziałów, które pomniejszają i ograniczają powołanie, do którego jesteśmy wezwani: być sakramentem komunii. Nie zapominajcie, że tym, co przyciągało w Kościele pierwszych wieków, było widzenie, jak się wzajemnie miłowali. To była i będzie najlepsza ewangelizacja.
6. Dla św. Turybiusza nadeszła chwila wyruszenia ku temu ostatecznemu brzegowi, który go oczekiwał i którego smak poznawał w swoim nieustannym opuszczaniu brzegu. Tego nowego odejścia nie dokonał sam. Podobnie jak na obrazie, który komentowałem na początku, wychodził na spotkanie świętych, a za nim szedł wielki tłum. Jest on pasterzem, który potrafił napełnić swoją walizkę twarzami i imionami. Byli jego paszportem do nieba. Do tego stopnia, że nie chciałbym zrezygnować z ostatniego akordu, chwili, w której pasterz oddawał swoją duszę Bogu. Miało to miejsce w pewnej wiosce, pośród jego ludu, a jeden z rdzennych mieszkańców zagrał na flecie, aby dusza jego pasterza poczuła się spokojna. Mam nadzieję, bracia, że kiedy będziemy musieli podjąć ostatnią podróż, będziemy mogli przeżywać te rzeczy. Prośmy Pana, aby nam tego udzielił[12].
Módlmy się za siebie nawzajem, i módlcie się za mnie.
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[1]Przemówienie do episkopatu peruwiańskiego(2 lutego 1985),3, w:Nauczanie papieskie, VIII/1, 1985 (styczeń-czerwiec), Poznań, 2003.
[2]Por.Cud św. Turybiusza, Pinakoteka Watykańska.
[3]J.M.Bergoglio,Omelia nella celebrazione aucaristica, Aparecida (16 maggio 2007).
[4]Adhort. ap.Evangelii gaudium, 23.
[5]Por.tamże, 74.
[6]Por. ErnestoRojas Ingunza,El Perú de los Santos, en: KathyPerales Ysla(coord.),Cinco Santos del Perú. Vida, obra y tiempo, Lima (2016), 57.
[7]Por. José AntonioBenito Rodríguez,Santo Toribio de Mogrovejo, en: KathyPerales Ysla(coord.),Cinco Santos del Perú. Vida, obra y tiempo,178.
[8]Por.tamże,180.
[9]Por. JuanVillegas,Fiel y evangelizador. Santo Toribio de Mogrovejo, patrono de los obispos de América Latina, Montevideo (1984), 22.
[10]Przemówienie do episkopatu peruwiańskiego(2 lutego 1985),3, w:Nauczanie papieskie, VIII/1, 1985 (styczeń-czerwiec), Poznań, 2003.
[11]Por.Adhort. ap.Evangelii gaudium, 226-230.
[12] Por. Jorge Mario Bergoglio,Homilíaen la celebración Eucarística, Aparecida (16 mayo 2007).
[00071-PL.02] [Testo originale: Spagnolo]
[B0053-XX.02]