Sala Stampa

www.vatican.va

Sala Stampa Back Top Print Pdf
Sala Stampa


Viaggio Apostolico del Santo Padre Francesco in Cile e Perù (15 – 22 gennaio 2018) – Preghiera dell’Ora Media con le Religiose di vita contemplativa al Santuario del “Señor de los Milagros” di Lima, 21.01.2018


Preghiera dell’Ora Media con le Religiose di vita contemplativa al Santuario del “Señor de los Milagros” di Lima

Discorso del Santo Padre

Traduzione in lingua italiana

Traduzione in lingua francese

Traduzione in lingua inglese

Traduzione in lingua tedesca

Traduzione in lingua portoghese

Traduzione in lingua polacca

Questa mattina, dopo essersi congedato dalla Nunziatura Apostolica, il Santo Padre Francesco si è trasferito in auto al Santuario del Señor de los Milagros di Lima dove, alle ore 9.00 locali (15.00 ora di Roma), ha guidato la preghiera dell’Ora Media con circa 500 Religiose peruviane di vita contemplativa.

Al Suo arrivo, il Papa è stato accolto all’ingresso principale dal Cappellano della Confraternita del Señor de los Milagros. Quindi ha percorso la navata centrale fino alla Venerata Immagine davanti alla quale si è soffermato in preghiera silenziosa.

Dopo l’indirizzo di saluto della Madre Superiora delle Carmelitane Scalze del Santuario e la preghiera dell’Ora Media, il Papa ha pronunciato l’omelia.

Al termine, il Santo Padre ha salutato individualmente alcune Madri Priore o Abbadesse e, dopo aver effettuato un giro in papamobile tra i fedeli, si è recato in Cattedrale.

Pubblichiamo di seguito l’omelia che il Papa ha pronunciato durante la preghiera dell’Ora Media:

Discorso del Santo Padre

Queridas hermanas de los diversos monasterios de vida contemplativa:

¡Qué bueno es estar aquí, en este Santuario del Señor de los Milagros, tan frecuentado por los peruanos, para pedirle su gracia y para que nos muestre su cercanía y su misericordia! Él, que es «faro que guía, que nos ilumina con su amor divino». Al verlas a ustedes aquí, me viene un mal pensamiento: que aprovecharon para salir del convento un rato y dar un paseíto. Gracias, Madre Soledad, por sus palabras de bienvenida, y a todas ustedes que desde el silencio del claustro caminan siempre a mi lado. Y también – me lo van a permitir porque me toca el corazón – desde aquí mandar un saludo a mis cuatro Carmelos de Buenos Aires. También a ellas las quiero poner ante el Señor de los Milagros, porque ellas me acompañaron en mi ministerio en aquella diócesis, y quiero que estén aquí para que el Señor las bendiga. No se ponen celosas, ¿no? [Responden: “No”]

Escuchamos las palabras de san Pablo, recordándonos que hemos recibido el espíritu de adopción filial que nos hace hijos de Dios (cf. Rm 8,15-16). Esas pocas palabras condensan la riqueza de toda vocación cristiana: el gozo de sabernos hijos. Esta es la experiencia que sustenta nuestras vidas, la cual quiere ser siempre una respuesta agradecida a ese amor. ¡Qué importante es renovar día a día este gozo! Sobre todo en los momentos en que el gozo parece que se fue o el alma está nublada o hay cosas que no se entienden; ahí volverlo a pedir y renovar: “Soy hija, soy hija de Dios”.

Un camino privilegiado que tienen ustedes para renovar esta certeza es la vida de oración, oración comunitaria y personal. Ella La oración es el núcleo de vuestra vida consagrada, vuestra vida contemplativa, y es el modo de cultivar la experiencia de amor que sostiene nuestra fe, y como bien nos decía la Madre Soledad, es una oración siempre misionera. No es una oración que rebota en los muros del convento y vuelve para atrás, no, es una oración que va y sale, y sale...

La oración misionera es la que logra unirse a los hermanos en las variadas circunstancias en la que estos se encuentran y rezar para que no les falte el amor y la esperanza. Así lo decía santa Teresita del Niño Jesús: «Entendí que sólo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia y que, si faltase el amor, ni los apóstoles anunciarían ya el Evangelio, ni los mártires derramarían su sangre. Reconocí claramente y me convencí de que el amor encierra en sí todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y lugares, en una palabra, que el amor es eterno… En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor».[1] Ojalá que cada una de ustedes pueda decir esto. Si alguna está media flojita y se le apagó el fueguito del amor, ¡pídalo!, ¡pídalo!. Es un regalo de Dios poder amar.

¡Ser el amor! Es saber estar al lado del sufrimiento de tantos hermanos y decir con el salmista: «En el peligro grité al Señor, y me escuchó, poniéndome a salvo» (Sal 117,5). Así vuestra vida en clausura logra tener un alcance misionero y universal y «un papel fundamental en la vida de la Iglesia. Rezan e interceden por muchos hermanos y hermanas presos, emigrantes, refugiados y perseguidos; por tantas familias heridas, por las personas en paro, por los pobres, por los enfermos, por las víctimas de dependencias, por no citar más que algunas situaciones que son cada día más urgentes. Ustedes son como los aquellos amigos que llevaron al paralítico ante el Señor, para que lo sanara (cf. Mc 2,1-12). No tenían vergüenza, eran “sin vergüenza”, pero bien dicho. No tuvieron vergüenza de hacer un agujero en el techo y bajar al paralítico. Sean “sin vergüenza”, no tengan vergüenza de hacer con la oración que la miseria de los hombres se acerque al poder de Dios. Esa es la oración vuestra. Por la oración, día y noche, acercan al Señor la vida de muchos hermanos y hermanas que por diversas situaciones no pueden alcanzarlo para experimentar su misericordia sanadora, mientras que Él los espera para llenarlos de gracias. Por vuestra oración ustedes curan las llagas de tantos hermanos».[2]

Por eso mismo podemos afirmar que la vida de clausura no encierra ni encoge el corazón sino que lo ensancha ¡Ay! de la monja que tiene el corazón encogido. Por favor, busquen remedio. No se puede ser monja contemplativa con el corazón encogido. Que vuelva a respirar, que vuelva a ser un corazón grande. Además, las monjas encogidas son monjas que han perdido la fecundidad y no son madres; se quejan de todo, no sé, amargadas, siempre están buscando un “triquismiquis” para quejarse. La santa Madre [Teresa di Gesù] decía: «!Ay! de la monja que dice: “hicieronme sin razón, me hicieron una injusticia”. En el convento no hay lugar para las “coleccionistas de injusticias”, sino hay lugar para aquellas que abren el corazón y saben llevar la cruz, la cruz fecunda, la cruz del amor, la cruz que da vida.

El amor ensancha el corazón, y por tanto con el Señor vamos adelante, porque él nos hace capaz de sentir de un modo nuevo el dolor, el sufrimiento, la frustración, la desventura de tantos hermanos que son víctimas en esta «cultura del descarte» de nuestro tiempo. Que la intercesión por los necesitados sea la característica de vuestra plegaria. Con los brazos en alto como Moisés, con el corazón así tendido, pidiendo… Y cuando sea posible ayúdenlos, no sólo con la oración, sino también con el servicio concreto. Cuántos conventos de ustedes, sin faltar la clausura, respetando el silencio, en algunos momentos de locutorio pueden hacer tanto bien.

La oración de súplica que se hace en sus monasterios sintoniza con el Corazón de Jesús que implora al Padre para que todos seamos uno, así el mundo creerá (cf. Jn 17,21). ¡Cuánto necesitamos de la unidad en la Iglesia! Que todos sean uno. ¡Cuánto necesitamos que los bautizados sean uno, que los consagrados sean uno, que los sacerdotes sean uno, que los obispos sean uno! ¡Hoy y siempre! Unidos en la fe. Unidos por la esperanza. Unidos por la caridad. En esa unidad que brota de la comunión con Cristo que nos une al Padre en el Espíritu y, en la Eucaristía, nos une unos con otros en ese gran misterio que es la Iglesia. Les pido, por favor, que recen mucho por la unidad de esta amada Iglesia peruana porque está tentada de desunión. A ustedes le encomiendo la unidad, la unidad de la Iglesia, la unidad de los agentes pastorales, de los consagrados, del clero y de los obispos. El demonio es mentiroso y, además, es chismoso, le encanta andar llevando de un lado para otro, busca dividir, quiere que en la comunidad unas hablen mal de las otras. Esto lo dije muchas veces, así que me repito: ¿saben lo que es la monja chismosa? Es terrorista, peor que los de Ayacucho hace años, peor, porque el chisme es como una bomba, entonces va y “suif, suiff suiff” como el demonio, tira la bomba, destruye y se va tranquila. Monjas terroristas no, sin chismes. Ya saben que el mejor remedio para no chismeares morderse la lengua. La enfermera va a tener trabajo porque se les va a inflamar la lengua, pero no tiraron la bomba. O sea, que no haya chismes en el convento, porque eso lo inspira el demonio, porque es chismoso por naturaleza y es mentiroso. Y acuérdense de los terroristas de Ayacucho cuando tengan ganas de pasar un chisme.

Esfuércense en la vida fraterna, haciendo que cada monasterio sea un faro que pueda iluminar en medio de la desunión y la división. Ayuden a profetizar que esto es posible. Que todo aquel que se acerque a ustedes pueda pregustar la bienaventuranza de la caridad fraterna, tan propia de la vida consagrada y tan necesitada en el mundo de hoy y en nuestras comunidades.

Cuando se vive la vocación en fidelidad, la vida se hace anuncio del amor de Dios. Les pido que no dejen de dar ese testimonio. En esta Iglesia de Nazarenas Carmelitas Descalzas, me permito recordar las palabras de la Maestra de vida espiritual, santa Teresa de Jesús: «Si pierden la guía, que es el buen Jesús, no nunca acertarán el camino». Siempre detrás de Él. “Ay, padre, pero a veces Jesús termina en el Calvario”. Pues andá vos ahí también, que ahí también te espera, porque te quiere. «Porque el mismo Señor dice que es camino; también dice el Señor que es luz, y que no puede nadie ir al Padre sino por Él».[3]

Queridas hermanas, sepan una cosa: ¡la Iglesia no las tolera a ustedes, las necesita! La Iglesia las necesita. Con su vida fiel sean faros e indiquen a Aquel que es camino, verdad y vida, al único Señor que ofrece plenitud a nuestra existencia y da vida en abundancia.[4]

Recen por la Iglesia, recen por los pastores, por los consagrados, por las familias, por los que sufren, por los que hacen daño y destruyen tanta gente, por los que explotan a sus hermanos. Y por favor, siguiendo con la lista de pecadores no se olviden, por favor, de rezar por mí. Gracias.

_________________________

[1] Manuscritos autobiográficos, Lisieux (1957), 227-229.
[2] Const. ap. Vultum Dei quaerere, sobre la vida contemplativa femenina (29 junio 2016), 16.
[3] Libro de las Moradas, VI, cap. 7, n. 6.
[4] Cf. Const. ap. Vultum Dei quaerere, sobre la vida contemplativa femenina (29 junio 2016), 6.

[00069-ES.02] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua italiana

Care sorelle dei diversi monasteri di vita contemplativa,

che bello trovarci qui, in questo Santuario del Signore dei Miracoli, tanto frequentato dai peruviani, per chiedergli la sua grazia e perché ci mostri la sua vicinanza e la sua misericordia! Egli, che è il «faro che guida, che ci illumina con il suo amore divino». Vedendovi qui, mi viene un cattivo pensiero: che abbiate approfittato per uscire un po’ dal convento e fare una piccola passeggiata! Grazie, Madre Soledad, per le Sue parole di benvenuto, e a tutte voi che dal silenzio del chiostro camminate sempre al mio fianco. E permettetemi, perché mi tocca il cuore, di mandare da qui un saluto ai miei quattro Carmeli di Buenos Aires. Voglio mettere anche loro davanti al Signore dei Miracoli, perché mi hanno accompagnato nel mio ministero in quella diocesi, e desidero che siano qui perché il Signore le benedica. Non siete gelose, no? [rispondono: No!]

Ascoltiamo le parole di San Paolo, ricordandoci che abbiamo ricevuto lo spirito filiale che ci rende figli di Dio (cfr Rm 8,15-16). Queste poche parole condensano la ricchezza di ogni vocazione cristiana: la gioia di saperci figli. Questa è l’esperienza che sostiene la nostra vita, la quale vuole essere sempre una risposta grata a quell’amore. Com’è importante rinnovare giorno per giorno questa gioia! Soprattutto nei momenti in cui la gioia sembra che sia scomparsa o l’anima è annebbiata o ci sono cose che non si capiscono; allora chiedere questo nuovamente e dire di nuovo: “Sono figlia, sono figlia di Dio”.

Una via privilegiata che voi avete per rinnovare questa certezza è la vita di preghiera, preghiera comunitaria e personale. La preghiera è il nucleo della vostra vita consacrata, della vostra vita contemplativa ed è il modo di coltivare l’esperienza di amore che sorregge la nostra fede, e come ben ci diceva la Madre Soledad, è una preghiera che è sempre missionaria. Non è una preghiera che rimbalza contro il muro del convento e torna indietro, no, è una preghiera che esce e va e va…

La preghiera missionaria è quella che ottiene di unirsi ai fratelli nelle varie circostanze in cui si trovano e pregare perché non manchino loro l’amore e la speranza. Così diceva Santa Teresa di Gesù Bambino: «Capii che solo l’amore spinge all’azione le membra della Chiesa e che, spento questo amore, gli apostoli non avrebbero più annunziato il Vangelo, i martiri non avrebbero più versato il loro sangue. Compresi e conobbi che l’amore abbraccia in sé tutte le vocazioni, che l’amore è tutto, che si estende a tutti i tempi e a tutti i luoghi, in una parola, che l'amore è eterno. […] Nel cuore della Chiesa, mia madre, io sarò l’amore».[1] Che ognuna di voi possa dire questo! Se qualcuna è un po’ “fiacca” e si è spento in lei il fuocherello dell’amore, lo chieda, lo chieda! E’ un regalo di Dio poter amare.

Essere l’amore! È saper stare accanto alla sofferenza di tanti fratelli e dire con il salmista: «Nel pericolo ho gridato al Signore: mi ha risposto, il Signore, e mi ha tratto in salvo» (Sal 117,5). Così la vostra vita nella clausura riesce ad avere una portata missionaria e universale e «un ruolo fondamentale nella vita della Chiesa. Pregate e intercedete per tanti fratelli e sorelle che sono carcerati, migranti, rifugiati e perseguitati, per tante famiglie ferite, per le persone senza lavoro, per i poveri, per i malati, per le vittime delle dipendenze, per citare alcune situazioni che sono ogni giorno più urgenti. Voi siete come quegli amici che portarono un il paralitico davanti al Signore, perché lo guarisse (cfr Mc 2,1-12). Non si vergognavano, erano “spudorati”, ma in senso buono. Non ebbero vergogna di fare un buco nel tetto e far scendere il paralitico. Siate “spudorate”, non vergognatevi di fare in modo, con la preghiera, che la miseria degli uomini si avvicini alla potenza di Dio. Questa è la vostra preghiera. Attraverso la preghiera voi, giorno e notte, avvicinate al Signore la vita di tanti fratelli e sorelle che per diverse situazioni non possono raggiungerlo per fare esperienza della sua misericordia risanatrice, mentre Lui li attende per fare loro grazia. Con la vostra preghiera potete guarire le piaghe di tanti fratelli».[2]

Proprio per questo possiamo affermare che la vita di clausura non imprigiona né restringe il cuore, ma piuttosto lo allarga. Guai alla religiosa che ha il cuore ristretto! Per favore, cercate un rimedio. Non si può essere religiosa contemplativa con il cuore ristretto. Che torni a respirare, che torni a essere un cuore grande! E inoltre, le religiose con questo cuore ristretto sono religiose che hanno perso la fecondità e non sono madri; si lamentano di tutto, sono amareggiate, sempre alla ricerca di qualche quisquilia per lamentarsi. La santa Madre [Teresa di Gesù] diceva: «Guai alla monaca che dice: “Mi hanno fatto un’ingiustizia senza motivo!”». Nel convento non c’è posto per le “collezioniste di ingiustizie”; ma c’è posto per quelle che aprono il cuore e sanno portare la croce, la croce feconda, la croce dell’amore, la croce che dà vita.

L’amore allarga il cuore, e perciò con il Signore andiamo avanti, perché Lui ci rende capaci di sentire in modo nuovo il dolore, la sofferenza, la frustrazione, la sventura di tanti fratelli che sono vittime di questa “cultura dello scarto” del nostro tempo. Che l’intercessione per i bisognosi sia la caratteristica della vostra preghiera. Con le braccia in alto, come Mosè, con il cuore così proteso, domandando... E quando è possibile aiutateli, non solo con la preghiera, ma anche con il servizio concreto. Quanti conventi dei vostri, senza venir meno alla clausura, rispettando il silenzio, in qualche momento di parlatorio possono fare tanto bene.

La preghiera di supplica che si fa nei vostri monasteri, sintonizza con il Cuore di Gesù che implora il Padre perché tutti siamo uno, così il mondo crederà (cfr Gv 17,21). Quanto abbiamo bisogno dell’unità nella Chiesa! Che tutti siamo uno. Quanto abbiamo bisogno che i battezzati siano uno, che i consacrati siano uno, che i sacerdoti siano uno, che i vescovi siano uno! Oggi e sempre! Uniti nella fede. Uniti dalla speranza. Uniti dalla carità. In quell’unità che promana dalla comunione con Cristo che ci unisce al Padre nello Spirito e, nell’Eucaristia, ci unisce gli uni agli altri in questo grande mistero che è la Chiesa. Vi chiedo, per favore, di pregare molto per l’unità di questa amata Chiesa peruviana, perché è tentata di disunione. A voi affido l’unità, l’unità della Chiesa, l’unità degli operatori pastorali, dei consacrati, del clero e dei vescovi. Il demonio è menzognero, ed è anche pettegolo, gli piace portare da una parte e dall’altra, cerca di dividere, vuole che nella comunità le une parlino male delle altre. Questo l’ho detto tante volte, e perciò mi ripeto: sapete che cosa è la religiosa pettegola? E’ una “terrorista”. Peggio di quelli di Ayacucho di anni fa, peggio, perché il pettegolezzo è come una bomba: lei va e “pss… pss…pss…”, come il diavolo, tira la bomba, distrugge e se ne va tranquilla. Niente suore “terroriste”, senza pettegolezzi. Già sapete che il miglior rimedio per non spettegolare è mordersi la lingua. L’infermiera avrà da fare perché vi si infiammerà la lingua, ma almeno non avrete tirato la bomba. Quindi, che non ci siano pettegolezzi nel convento, perché questa cosa è ispirata dal diavolo. Lui per natura è pettegolo e menzognero. E ricordatevi dei terroristi di Ayacucho quando vi viene voglia di spettegolare.

Impegnatevi nella vita fraterna, facendo in modo che ogni monastero sia un faro che possa fare luce in mezzo alla disunione e alla divisione. Aiutate a profetizzare che questo è possibile. Che chiunque si avvicini a voi possa pregustare la beatitudine della carità fraterna, così propria della vita consacrata e tanto necessaria nel mondo di oggi e nelle nostre comunità.

Quando si vive la vocazione nella fedeltà, la vita si fa annuncio dell’amore di Dio. Vi chiedo di non cessare di dare questa testimonianza. In questa Chiesa delle Nazarene Carmelitane Scalze mi permetto di ricordare le parole della Maestra di vita spirituale, santa Teresa di Gesù: «Se perdete la guida, che è il buon Gesù, non troverete la via». State sempre dietro a Lui. “Sì, padre, ma a volte Gesù finisce sul calvario”. Allora vacci pure tu, perché anche lì Lui ti aspetta, perché ti ama. «Perché il Signore stesso dice di essere la via; il Signore dice anche di essere la luce, e che nessuno può andare al Padre se non per mezzo di Lui».[3]

Care sorelle, sappiate una cosa: la Chiesa non vi tollera, la Chiesa ha bisogno di voi! La Chiesa ha bisogno di voi. Con la vostra vita fedele siate fari e indicate Colui che è via, verità e vita, l’unico Signore che offre pienezza alla nostra esistenza e dà la vita in abbondanza.[4]

Pregate per la Chiesa, pregate per i pastori, per i consacrati, per le famiglie, per quelli che soffrono, per quelli che fanno il male e distruggono tanta gente, per quelli che sfruttano i loro fratelli. E, per favore, continuando con la lista dei peccatori, non dimenticatevi di pregare per me. Grazie.

______________________

[1] Lettera a Suor Maria del Sacro Cuore (8 settembre 1896): Manoscritti autobiografici, Ms B, [3v.].
[2] Cost. ap. Vultum Dei quaerere, 16.
[3] Il castello interiore, VI, cap. 7, n. 6.
[4] Cfr Cost. ap. Vultum Dei quaerere, 6.

[00069-IT.01] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua francese

…….

 

[00069-FR.01] [Texte original: Espagnol]

Traduzione in lingua inglese

Dear Sisters from different monasteries of contemplative life:

How good it is to be here in this Shrine of the Lord of Miracles, visited so often by Peruvians, to ask his grace so that he will show us his closeness and mercy! He is “the light that guides, that illumines us with his divine love”. Seeing you here, I have a bad thought: that you took advantage of this visit to get out for some fresh air! [Applause] Mother Soledad, I thank you for your words of welcome, and I thank all of you, who “from the silence of the cloister walk ever by my side”. Also – this you will allow me to say as it touches my heart – from this place I send a greeting to my four Carmels in Buenos Aires. I want to also put them before the Lord of Miracles, because they accompanied me in my ministry in that Diocese, and I want them to be here to receive the Lord’s blessing. You are not jealous? [They reply: “No”]

We have listened to the words of Saint Paul and been reminded that we have received the Spirit of filial adoption that makes us children of God (cf. Rom 8:15-16). Those few words sum up the richness of every Christian vocation: the joy of knowing we are God’s children. This is the experience that nourishes our lives, that seeks always to be a pleasing response to God’s love. How important it is to renew this joy day by day! Above all, during those moments when joy seems to have gone or the soul is burdened under a cloud or there are things we don’t understand; from there ask the Lord again to renew the gift: “I am a daughter, a daughter of God”.

A privileged path that you have for renewing this conviction is the life of prayer, both communal and individual. Prayer is the heart of your consecrated life, your contemplative life, and the means of cultivating the experience of love that sustains our faith and, indeed as Mother Soledad rightly said, it is always a missionary prayer. It is not a prayer that bounces off the walls of the convent and comes back. No, it is a prayer that goes forth and up and up…

Missionary prayer makes us one with our brothers and sisters in whatever situations they find themselves, and asks that love and hope will never fail them. This is what Saint Thérèse of the Child Jesus said: “I understood that it is love alone which prompts the members of the Church to act and, if there is no love, neither would the Apostles proclaim the Gospel, nor would the martyrs spill their blood. I recognized clearly and I was certain that love subsumes in itself all vocations, that love is everything, encompassing all times and places, in a word, that love is eternal… in the heart of the Church, who is my Mother, I will be love”.[1] Oh that each of you could say this. If any of you are weary and the small flame of love seems to have been extinguished, ask him, ask him! To love is a gift of God.

To be love! This means being able to stand alongside the suffering of so many of our brothers and sisters, and to say with the Psalmist: “In my distress I called upon the Lord; the Lord answered me and set me free” (Ps 117:5). In this way, your cloistered life can attain a missionary and universal outreach and play “a fundamental role in the life of the Church. You pray and intercede for our many brothers and sisters who are prisoners, migrants, refugees and victims of persecution. Your prayers of intercession embrace the many families experiencing difficulties, the unemployed, the poor, the sick, and those struggling with addiction, to mention just a few of the more urgent situations. You are like those who brought the paralytic to the Lord for healing (cf. Mk 2: 1-12)”. They were not ashamed, they were “without shame”, and well said. There were not ashamed to make a hole in the roof to lower down the paralytic. Be “not ashamed” to bring before the power of God, through your prayers, the miseries of mankind. That is your prayer. “Through your prayer, night and day, you bring before God the lives of so many of our brothers and sisters who for various reasons cannot come to him to experience his healing mercy, even as he patiently waits for them. By your prayers, you can heal the wounds of many”.[2]

For this very reason, we can state that cloistered life neither closes nor shrinks our hearts, but rather widens them. Woe to the nun that has a closed heart. Please find the remedy – you cannot be a contemplative nun with a closed heart – so that you can breathe again, that you may once more have a great heart. Moreover, nuns with closed hearts are nuns who have lost fruitfulness and are not mothers. They complain about everything, I’d say they are bitter, always looking for “scrupulous details” to moan about. The holy Mother used to say: “Woe to the nun who says ‘they harmed me without reason’, ‘they have acted unjustly against me’”. In the convent there is no room for collectors of injustices rather there is room for those who open their hearts and know how to carry the cross that bears fruit, the cross of love, the cross which brings life. Love expands the heart and thus we can move forwards with the Lord because he makes it possible to feel in a new way the pain, the suffering, the frustration and the misfortune of so many of our brothers and sisters who are victims of today’s “throwaway culture”. May intercession for those in need be the hallmark of your prayer. With your arms outstretched, like Moses, with the heart open in this way, imploring. And whenever possible, help them not only by prayer, but also by concrete service. How many of your convents, without infringing the cloistered element, and respectful of silence, are able to do so much good during those moments in the visiting room.

The prayer of supplication that takes place in your monasteries is attuned to the Heart of Jesus, which pleads to the Father that we may all be one, so that the world will believe (cf. Jn 17:21). How much we need unity in the Church! May all be one. How much we need the baptized to be one, consecrated persons to be one, priests to be one, bishops to be one! Today and always! United in faith. United by hope. United by love. In the unity that wells up from our communion with Christ, who unites us to the Father in the Spirit, and, in the Eucharist, unites us with one another in that great mystery which is the Church. I ask you, please, to pray constantly for unity in this beloved Church in Peru because it is experiencing the temptation against unity. I entrust this unity to you, the unity of the Church, the unity of pastoral workers, of consecrated men and women, of the clergy and of bishops. The devil is a liar and, what is more, he is a gossip, he loves going from one place to the other, seeking to divide, and he wants members of a community to speak badly of each other. I have said this many times, and will repeat it here: Do you know what a gossiping nun is like? She is a terrorist, worse than those of Ayacucho years ago, worse, because gossip is like a bomb. The terrorist just like the devil goes in whispering and murmuring, throws the bomb, destroys and calmly walks off. No to terrorist nuns, no to gossip. You know the best remedy against gossip? Bite your tongue. The infirmary sister will have a lot of work because there will be swollen tongues but at least bombs will not be thrown. In other words, there must not be gossiping in the convent, because this is instigated by the devil, for he is a gossip by nature and a liar. And remember the terrorists of Ayacucho when you feel like passing on a piece of gossip. Strive to grow in the fraternal life, so that every monastery can be a beacon of light in the midst of disunity and division. Help bear prophetic witness that this is possible. May all who draw near to you have a foretaste of the blessedness of the fraternal charity so essential to the consecrated life and so necessary in today’s world and in our communities.

When we live our vocation faithfully, our life becomes a proclamation of God’s love. I ask you never to stop giving that witness. In this Church of the Discalced Carmelite Nazarenes, I readily recall the words of the great spiritual teacher, Saint Teresa of Jesus: “If you lose your guide, who is the good Jesus, you will not get the journey right…”. Always behind him: and yet you might say to me, ‘but father sometimes Jesus ends up on Calvary’. Well, I answer, you go there too, for he waits for you there also because he loves you, “for the same Lord says he is the way; the Lord also says he is the light, and that no one can come to the Father except through him”.[3]

Dear sisters, know one thing, the Church does not tolerate you, she needs you. The Church needs you, with your lives of fidelity be beacons, and keep pointing to the One who is the way, and the truth and the life, to the one Lord who brings us fulfilment and grants us life in abundance.[4]

Pray for the Church, pray for priests and bishops, for consecrated men and women, for families, for those who suffer, for those who harm others and destroy the lives of many people, for those who exploit their brothers and sisters. And please, following the list of sinners, do not forget to pray for me.

___________________

[1] Autobiographical manuscripts: Letter to Sister Marie of the Sacred Heart (8 September 1896), Ms. B [3v.].
[2] Apostolic Constitution Vultum Dei Quaerere on women’s contemplative life (29 June 2016), 16.
[3] The Interior Castle, VI, ch. 7, no. 6.
[4] Cf. Apostolic Constitution Vultum Dei Quaerere on women’s contemplative life (29 June 2016), 6.

[00069-EN.02] [Original text: Spanish]

Traduzione in lingua tedesca

Liebe Schwestern der verschiedenen Klöster kontemplativen Lebens,

            wie gut ist es hier, in diesem Heiligtum „Señor de los Milagros“ (Herr der Wunder), zu sein, das von den Peruanern so sehr aufgesucht wird, um ihn um seine Gnade zu bitten und damit er uns seine Nähe und Barmherzigkeit erweise. Er, der »der Leuchtturm ist, der uns führt, der uns mit seiner göttlichen Liebe erhellt«. Wenn ich euch hier sehe, kommt mir ein böser Gedanke, dass ihr es [diese Gelegenheit] genutzt habt, um etwas aus dem Kloster herauszukommen und einen kleinen Spaziergang zu machen. Danke, Mutter Soledad für ihre Willkommensworte und euch allen, die ihr »von der klösterlichen Stille aus immer an meiner Seite geht«. Und erlaubt mir, weil es mein Herz rührt, von hier auch einen Gruß an meine vier Karmelitinnenklöster von Buenos Aires zu senden. Auch sie möchte ich vor den Herrn der Wunder tragen, weil sie mich in meinem Dienst in jener Diözese begleitet haben, und ich möchte, dass sie hier sind, damit der Herr sie segne. Ihr werdet nicht eifersüchtig, oder? (Antwort: „Nein!“).

            Hören wir auf die Worte des heiligen Paulus und erinnern wir uns daran, dass wir den Geist der Sohnschaft empfangen haben, der uns zu Kindern Gottes macht (vgl. Röm 8,15-16). Diese wenigen Worte verdichten den Reichtum jeder christlichen Berufung: die Freude um das Wissen unserer Sohnschaft. Dies ist die Erfahrung, die unser Leben trägt, das immer eine dankbare Antwort auf diese Liebe sein will: Wie wichtig ist es, tagtäglich diese Freude zu erneuern! Vor allem in den Augenblicken, in denen die Freude zu schwinden scheint oder die Seele betrübt ist oder es Dinge gibt, die man nicht verstehen kann; dann wieder darum bitten und erneuern: „Ich bin Tochter, ich bin Tochter Gottes“.

            Ein privilegierter Weg für euch, um diese Gewissheit zu erneuern, ist das Gebetsleben, das gemeinschaftliche und persönliche Gebetsleben. Das Gebet ist der Kern eures geweihten Lebens, eures kontemplativen Lebens und der Weise, die Liebeserfahrung zu pflegen, welche unseren Glauben trägt, und, wie uns Mutter Soledad gut gesagt hat, es ist ein immer missionarisches Gebet. Es ist nicht ein Gebet, das von den Klostermauern abprallt und wieder zurückkommt, nein, es ist ein Gebet, das hinausgeht und geht und geht…

            Dem missionarischen Gebet gelingt es, sich mit den Geschwistern in den verschiedenen Situationen, in denen sie sich befinden, zu vereinen und für sie zu beten, damit es ihnen nicht an Liebe und Hoffnung fehlt. So sagte es die heilige Theresia vom Kinde Jesus: »Ich erkannte, dass die Liebe allein die Glieder der Kirche in Tätigkeit setzt, und würde die Liebe erlöschen, so würden die Apostel das Evangelium nicht mehr verkünden, die Märtyrer sich weigern, ihr Blut zu vergießen. Ich begriff, dass die Liebe alle Berufungen in sich schließt, dass die Liebe alles ist, dass sie alle Zeiten und Orte umspannt, mit einem Wort, dass sie ewig ist. […] Im Herzen der Kirche, meiner Mutter, werde ich die Liebe sein.«[1] Möge eine jede von euch dies sagen können. Wenn eine etwas lau ist und das Feuer der Liebe in ihr am Erlöschen ist, bitte darum, bitte darum! Es ist ein Geschenk Gottes lieben zu können.

            Die Liebe sein! Dies bedeutet, den vielen Brüdern und Schwestern in ihrem Leiden zur Seite zu stehen und mit dem Psalmisten zu sagen: »Aus der Bedrängnis rief ich zum Herrn, der Herr antwortete und schuf mir Weite« (Ps 118,5). So erreicht eurer Leben in der Klausur eine missionarische und universale Tragweite und »eine grundlegende Rolle im Leben der Kirche. Ihr betet und tretet ein für unsere vielen Brüder und Schwestern, die Gefangene, Migranten, Flüchtlinge und Verfolgte sind, für so viele verwundete Familien, für die Arbeitslosen, für die Armen, für die Kranken, für die Suchtopfer – um nur einige Situationen zu nennen, die jeden Tag dringender werden. Ihr seid wie jene Freunde die den Gelähmten vor den Herrn trugen, damit er ihn heilte (vgl. Mk 2,1-12). Sie schämten sich nicht, sie waren „schamlos“, aber im guten Sinn. Sie schämten sich nicht, ein Loch in das Dach zu machen und den Gelähmten hinunterzulassen. Seid „schamlos“, schämt euch nicht, mit dem Gebet zu bewirken, dass das Elend der Menschen sich der Macht Gottes annähere. Dies ist eurer Gebet. Durch euer Gebet tragt ihr Tag und Nacht das Leben vieler Brüder und Schwestern vor den Herrn, die aus verschiedenen Gründen nicht zu ihm gelangen und die Erfahrung seiner heilenden Barmherzigkeit machen können, während er sie erwartet, um ihnen Gnade zu erweisen. Mit eurem Gebet könnt ihr die Wunden vieler Mitmenschen heilen«.[2]

            Gerade deshalb können wir bekräftigen, dass das Leben in der Klausur das Herz nicht einsperrt und nicht einengt, sondern es weitmacht. Wehe der Ordensfrau, die ein eingeengtes Herz hat. Bitte, sucht Abhilfe! Man kann mit einem eingeengten Herzen nicht kontemplative Ordensschwester sein. Sie möge wieder atmen, sie möge wieder ein großes Herz sein. Darüber hinaus sind die Ordensschwestern mit einem eingeengten Herzen Ordensschwestern, die die Fruchtbarkeit verloren haben und nicht Mütter sind; sie beklagen sich über alles, sie sind verbittert, sie suchen ständig nach Belanglosigkeiten, um sich zu beklagen. Die heilige Mutter [Theresia von Jesus] sagte: »Wehe der Ordensschwester, die sagt: „Man hat mir grundlos Unrecht getan!“«. Im Kloster gibt es keinen Platz für die „Sammlerinnen von Ungerechtigkeiten“, sondern es gibt Platz für diejenigen, die ihr Herz öffnen und das Kreuz zu tragen wissen, das fruchtbringende Kreuz, das Kreuz der Liebe, das lebensspendende Kreuz.

            Die Liebe macht das Herz weit und deshalb gehen wir mit dem Herrn voran, weil er uns befähigt, auf neue Weise den Schmerz, das Leiden, das Scheitern, das Unglück vieler Geschwister zu spüren, die Opfer in dieser „Wegwerfkultur“ unserer Zeit sind. Möge die Fürbitte für die Notleidenden das Merkmal eures Gebets sein. Bittet mit nach oben ausgestreckten Armen wie Moses, mit dem so hingestreckten Herzen. Und wenn es möglich ist, helft ihnen, nicht nur mit dem Gebet, sondern auch mit dem konkreten Dienst. Wie viele eurer Klöster können, ohne die Klausur zu verletzen, in der Beobachtung des Schweigens, in einigen Augenblicken im Besuchszimmer so viel Gutes tun.

            Das Bittgebet, das in euren Klöstern verrichtet wird, steht im Einklang mit dem Herzen Jesu, das den Vater bittet, dass wir alle eins sind, damit die Welt glaubt (vgl. Joh 17,21). Wie sehr benötigen wir die Einheit in der Kirche! Dass alle eins sind. Wie sehr haben wir es nötig, dass die Getauften eins sind, dass die Gottgeweihten eins sind, dass die Priester eins sind, dass die Bischöfe eins sind! Heute und immer! Vereint im Glauben. Vereint durch die Hoffnung. Vereint durch die Liebe. Diese Einheit entspringt aus der Gemeinschaft mit Christus, der uns mit dem Vater im Geist und in der Eucharistie untereinander in diesem großen Geheimnis der Kirche vereint. Ich bitte euch darum, viel um die Einheit dieser geliebten peruanischen Kirche zu beten, weil sie durch Spaltung versucht wird. Euch vertraue ich die Einheit an, die Einheit der Kirche, die Einheit der pastoralen Mitarbeiter, der Gottgeweihten, des Klerus und der Bischöfe. Der Teufel ist lügnerisch und darüber hinaus klatschhaft, es entzückt ihn, von der einen Seite zur anderen zu treiben, er sucht zu trennen, er will, dass in der Gemeinschaft die einen schlecht über die anderen reden. Dies habe ich viele Male gesagt, so dass ich mich wiederhole: Wisst ihr, was die klatschhafte Ordensfrau ist? Sie ist ein Terrorist, schlimmer als die von Ayacucho vor Jahren, schlimmer, weil das Gerede wie eine Bombe ist. Sie geht und „pst, pst, pst“ wie der Teufel wirft sie die Bombe, zerstört und geht ruhig wieder weg. Keine terroristischen Ordensfrauen, ohne Gerede. Ihr wisst schon, dass die beste Abhilfe, um nicht in das Gerede zu geraten, darin besteht, sich auf die Zunge zu beißen. Die Krankenschwester wird zu tun haben, weil sich euch die Zunge entzünden wird, aber wenigstens habt ihr keine Bombe geworfen. Es möge also kein Gerede im Kloster geben, weil der Teufel es eingibt, weil er von Natur aus klatschhaft und lügnerisch ist. Und erinnert euch an die Terroristen von Ayacucho, wenn euch nach Gerede ist.

            Bemüht euch im schwesterlichen Leben und macht so aus jedem Kloster einen Leuchtturm, der mitten in der Uneinigkeit und Trennung strahlen kann. Helft wahrzumachen, dass dies möglich ist. Möge jeder, der sich in eure Nähe begibt, die Seligkeit der geschwisterlichen Liebe kosten, die dem geweihten Leben eigen ist und für die Welt von heute und in unseren Gemeinden so notwendig ist.

            Wenn man die Berufung in Treue lebt, wird das Leben zur Verkündigung der Liebe Gottes. Ich bitte euch nicht aufzuhören, dieses Zeugnis zu geben. In dieser Kirche der Unbeschuhten Nazarenerinnen-Karmelitinnen erlaube ich mir, an die Worte der geistlichen Lehrmeisterin, der heiligen Theresia von Jesus, zu erinnern: »Wenn sie den Führer – den guten Jesus – verlieren, werden sie den richtigen Weg nicht finden […]« Immer ihm nach. „Ach, Pater, aber manchmal endet Jesus auf Kalvaria“. Dann gehe auch du dahin, denn auch dort wartet er auf dich, weil er dich liebt. »Denn der Herr sagt selbst, dass er der Weg sei; außerdem sagt der Herr, dass er das Licht sei und dass niemand zum Vater gelangen kann, außer durch ihn.[3]

            Liebe Schwestern, wisst, dass die Kirche euch nicht duldet, sie braucht euch. Die Kirche braucht euch! Seid mit eurem gläubigen Leben Leuchttürme und weist auf den hin, der Weg, Wahrheit und Leben ist, den einzigen Herrn, der unserem Dasein Erfüllung verleiht und uns Leben in Fülle schenkt.[4]

            Betet für die Kirche, betet für die Hirten, für die Gottgeweihten, für die Familien, für die Leidenden, für diejenigen, die die Böses tun und so viele Menschen zerstören, für diejenigen, die ihre Geschwister ausbeuten. Und bitte, wenn ich die Liste der Sünder fortsetze, vergesst nicht für mich zu beten. Danke.

____________________

[1] Selbstbiographische Schriften: Brief an Schwester Marie du Sacré-Cœur (8. September 1896), Handschrift B [3v].
[2] Apostolische Konstitution Vultum Dei quaerere über das kontemplative Leben in Frauenorden (29. Juni 2016), 16
[3] Die innere Burg, VI, Kap. 7, Nr. 6.       
[4] Vgl. Apostolische Konstitution Vultum Dei quaerere über das kontemplative Leben in Frauenorden (29. Juni 2016), 6.

[00069-DE.02] [Originalsprache: Spanisch]

Traduzione in lingua portoghese

Queridas irmãs dos vários mosteiros de vida contemplativa!

Que bom é encontrarmo-nos aqui, neste Santuário do Senhor dos Milagres, muito visitado pelos peruanos para Lhe pedir a sua graça e mostrar-nos a sua proximidade e a sua misericórdia! Ele é «farol que guia, que nos ilumina com o seu amor divino». Ao ver-vos aqui, assaltou-me um mau pensamento: que tenhais aproveitado para sair um pouco do convento e dar um pequeno passeio! Obrigado à Madre Soledad pelas suas palavras de boas-vindas, e a todas vós que, «no silêncio do claustro, caminhais sempre ao meu lado». E, porque mo pede o coração, deixai-me enviar daqui uma saudação aos meus quatro Carmelos de Buenos Aires. Quero colocá-los também a eles diante do Senhor dos Milagres, porque me acompanharam no meu ministério naquela diocese, e desejo que estejam aqui para que o Senhor as abençoe. Não sentis ciúmes, pois não? [respondem: Não!]

Ouvimos as palavras de São Paulo, lembrando-nos que recebemos o espírito filial, que nos torna filhos de Deus (cf. Rm 8, 15-16). Nestas poucas palavras, se condensa a riqueza de cada vocação cristã: a alegria de nos sabermos filhos. Esta é a experiência que sustenta a nossa vida; esta quer ser sempre uma resposta agradecida a tão grande amor divino. Como é importante renovar, dia a dia, esta alegria! Sobretudo nos momentos em que a alegria parece ter desaparecido, a alma está enevoada ou há coisas que não se compreendem, peçamo-la novamente repetindo: «Sou filha, sou filha de Deus».

Um caminho privilegiado que tendes para renovar esta certeza é a vida de oração, oração comunitária e pessoal. A oração é o núcleo da vossa vida consagrada, da vossa vida contemplativa e é o modo de cultivar a experiência de amor que sustenta a nossa fé. E, como justamente dizia a Madre Soledad, é uma oração sempre missionária. Não é uma oração que embate no muro do convento e volta para trás, não! É uma oração que sai e parte…

A oração missionária é uma oração que consegue unir-se aos irmãos nas mais variadas circunstâncias em que se encontrem, pedindo que não lhes falte o amor e a esperança. Assim o dizia Santa Teresinha do Menino Jesus: «Compreendi que só o amor fazia atuar os membros da Igreja e que, se o amor viesse a extinguir-se, nem os apóstolos continuariam a anunciar o Evangelho nem os mártires a derramar o seu sangue; compreendi que o amor encerra em si todas as vocações, que o amor é tudo e que abrange todos os tempos e lugares, numa palavra, que o amor é eterno (…): no coração da Igreja, minha Mãe, eu serei o amor».[1] Que cada uma de vós possa dizer isto! Se alguma se sente um pouco «fraca» e se apagou nela o fogo do amor, peça-o, peça-o! Poder amar é um presente de Deus.

Ser o amor! É saber assistir o sofrimento de tantos irmãos, dizendo com o Salmista: «Na minha angústia, clamei ao Senhor. O Senhor escutou-me e pôs-me a salvo» (Sal 118/117, 5). Assim, a vossa vida na clausura consegue ter um alcance missionário e universal e «um papel fundamental na vida da Igreja. Rezai e intercedei por tantos irmãos e irmãs presos, migrantes, refugiados e perseguidos, por tantas famílias feridas, pelas pessoas sem trabalho, pelos pobres, os doentes, as vítimas das várias dependências… limitando-me a citar algumas situações que se tornam, de dia para dia, mais urgentes. Sois como aqueles amigos que trouxeram o paralítico à presença do Senhor, para que o curasse (cf. Mc 2, 1-12). [Não tinham vergonha; eram “desavergonhados”, mas no bom sentido. Não tiveram vergonha de abrir um buraco no teto e fazer descer o paralítico. Sede “desavergonhadas”, não vos envergonheis de fazer, através da oração, com que a miséria dos homens se aproxime do poder de Deus. Esta é a vossa oração]. Através da oração, dia e noite, aproximais do Senhor a vida de tantos irmãos e irmãs que, por variadas situações, não O podem alcançar para experimentar a sua misericórdia sanadora, enquanto Ele os espera para lhes conceder a graça. Com a vossa oração, podeis curar as chagas de tantos irmãos».[2]

Por isso mesmo podemos afirmar que a vida de clausura não algema nem restringe o coração; antes, alarga-o. Ai da religiosa que tem o coração restringido! Por favor, procurai um remédio. Não se pode ser uma religiosa contemplativa com o coração restringido. Que volte a respirar, que volte a ser um coração grande! Além disso, as religiosas com este coração restringido são religiosas que perderam a fecundidade e não são mães; lamentam-se de tudo, vivem amarguradas, sempre à procura de qualquer bagatela para se lamentar. A Santa Madre [Teresa de Jesus] dizia: «Ai da monja que diz: “Fizeram-me uma injustiça sem motivo!”». No convento, não há lugar para as «colecionadoras de injustiças»; mas apenas para aquelas que abrem o coração e sabem carregar a cruz, a cruz fecunda, a cruz do amor, a cruz que dá vida.

O amor alarga o coração e, por isso, com a ajuda do Senhor, vamos para diante, porque Ele nos torna capazes de sentir, de forma nova, a dor, o sofrimento, a frustração, o infortúnio de tantos irmãos que são vítimas desta «cultura do descarte» do nosso tempo. Que a intercessão pelos necessitados seja a caraterística da vossa oração. Com os braços levantados para o Alto como Moisés, com o coração assim trespassado, suplicando… E, quando for possível, ajudai-os não só com a oração mas também com o serviço concreto. Quantos dos vossos conventos, sem faltar à clausura, respeitando o silêncio, podem fazer um bem imenso nalguns momentos de parlatório!

A oração de súplica que se faz nos vossos mosteiros, sintoniza-vos com o Coração de Jesus que pede ao Pai que todos sejamos um só; assim o mundo acreditará (cf. Jo 17, 21). Quanto precisamos da unidade na Igreja! Que todos sejamos um só. Precisamos tanto que os batizados sejam um só, que os consagrados sejam um só, que os sacerdotes sejam um só, que os bispos sejam um só! Hoje e sempre. Unidos na fé. Unidos pela esperança. Unidos pela caridade. Nesta unidade que deriva da comunhão com Cristo, que nos une ao Pai no Espírito e, na Eucaristia, nos une uns com os outros neste grande mistério que é a Igreja. Peço-vos, por favor, que rezeis muito pela unidade desta amada Igreja peruana, que é tentada de desunião. A vós confio a unidade, a unidade da Igreja, a unidade dos agentes pastorais, dos consagrados, do clero e dos bispos. O diabo é mentiroso, e também bisbilhoteiro: gosta de levar e trazer, procura dividir, deseja que, nas comunidades, falem mal umas das outras. Já disse isto muitas vezes, repetindo-me: Sabeis o que é uma religiosa bisbilhoteira? É uma «terrorista». Pior que aqueles terroristas de Ayacucho, alguns anos atrás. Pior, porque o mexerico é como uma bomba: ela vai e «bss... bss... bss...», como o diabo, atira a bomba, destrói e parte tranquila. Nada de irmãs «terroristas», sem bisbilhotices. Já sabeis que o melhor remédio para não bisbilhotar é morder-se a língua. A enfermeira terá um pouco que fazer, porque a vossa língua se inflamará, mas pelo menos não atirastes a bomba. Por conseguinte, que não haja bisbilhotices no convento, porque isto é inspirado pelo diabo. Ele, por natureza, é bisbilhoteiro e mentiroso. E recordai-vos dos terroristas de Ayacucho, quando vos vier vontade de bisbilhotar.

Empenhai-vos na vida fraterna, tornando cada mosteiro um farol que possa iluminar no meio da desunião e da divisão. Ajudai a profetizar que isto é possível. Que todas as pessoas, ao aproximar-se de vós, possam pregustar a bem-aventurança da caridade fraterna, tão caraterística da vida consagrada e tão necessária no mundo de hoje e nas nossas comunidades.

Quando a vocação é vivida na fidelidade, a vida torna-se anúncio do amor de Deus. Peço-vos que não cesseis de dar este testemunho. Nesta igreja das Nazarenas Carmelitas Descalças, deixai-me recordar as palavras da Mestra de vida espiritual, Santa Teresa de Jesus: «Se perdeis o guia, que é o bom Jesus, não acertareis com o caminho. (…) Porque o próprio Senhor diz que é caminho; também diz o Senhor que é luz e que ninguém pode ir ao Pai senão por Ele».[3] Permanecei sempre atrás d’Ele. «Sim, padre, mas às vezes Jesus acaba no Calvário». E então? Vai tu também, porque, também lá, Ele te espera, porque te ama.

Queridas irmãs, sabei uma coisa: Não é que vos tolera a Igreja, ela precisa de vós! A Igreja precisa de vós. Com a vossa vida fiel, sede faróis e mostrai Aquele que é caminho, verdade e vida, o único Senhor que oferece plenitude à nossa existência e dá a vida em abundância.[4]

Rezai pela Igreja, rezai pelos pastores, pelos consagrados, pelas famílias, pelos que sofrem, pelos que praticam o mal e destroem tantas vidas, pelos que exploram seus irmãos. E por favor, continuando com a lista dos pecadores, não vos esqueçais de rezar por mim. Obrigado!

____________________

[1] «Carta à Irmã Maria do Sagrado Coração» (8/IX/1896): Manuscritos autobiográficos, Ms. B, [3v.].
[2] Francisco, Const. ap. Vultum Dei quaerere, sobre a vida contemplativa feminina (29/VI/2016), 16.
[3] Livro das Moradas, VI, cap. 7, n. 6.
[4] Cf. Francisco, Const. ap. Vultum Dei quaerere, sobre a vida contemplativa feminina (29/VI/2016), 6.

[00069-PO.02] [Texto original: Espanhol]

Traduzione in lingua polacca

Drogie siostry z różnych klasztorów życia kontemplacyjnego,

Jakże dobrze być tutaj, w tym Sanktuarium Pana Cudów, często odwiedzanym przez Peruwiańczyków, aby Go prosić o łaskę i aby okazał nam swoją bliskość i miłosierdzie! On jest „latarnią, która nam przewodzi, która oświeca nas swą boską miłością”. Kiedy was tu widzę, przychodzi mi na myśl podejrzenie, że wykorzystałyście moją wizytę, żeby wyjść na chwilę z klasztoru i zrobić sobie małą przechadzkę! Dziękuję Matce Soledad za słowa powitania i wszystkim, które „z milczenia klasztoru zawsze idziecie u mego boku”. I obiecajcie mi, to mi leży na sercu, że przekażecie stąd pozdrowienie moim czterem Karmelom w Buenos Aires. Chciałbym również ich przedstawić Panu Cudów, bo towarzyszyli mi w mojej posłudze w diecezji, i pragnę, aby tu byli, by Pan im błogosławił. Nie jesteście zazdrosne, nie?

Słuchamy słów świętego Pawła, przypominając sobie, że otrzymaliśmy ducha przybrania za synów, który nas czyni dziećmi Bożymi (por. Rz 8,15-16). Tych kilka słów streszcza bogactwo każdego powołania chrześcijańskiego: radość ze świadomości, że jesteśmy dziećmi. To doświadczenie podtrzymuje nasze życie, które zawsze chce być wdzięczną odpowiedzią na tę miłość. Jakże ważne jest odnawianie tej radości dzień po dniu! Zwłaszcza w momentach, gdy wydaje się, że znikła radość, a dusza jest zamglona, albo gdy pewnych rzeczy nie rozumiemy; trzeba wtedy na nowo o to prosić i powtarzać: „Jestem córką, jestem córką Boga”.

Waszym uprzywilejowanym sposobem, by odnowić tę pewność, jest życie modlitwy – modlitwy wspólnotowej i osobistej. Modlitwa jest jądrem waszego życia konsekrowanego, waszego życia kontemplacyjnego i jest ona drogą do pielęgnowania doświadczenia miłości, która podtrzymuje naszą wiarę, a także, jak nam słusznie powiedziała Matka Soledad, jest modlitwą zawsze misyjną. To nie jest modlitwa, która odbija się od muru konwentu i wraca, nie, to jest modlitwa, która wychodzi i rozchodzi się, rozchodzi…

Modlitwa misyjna jest tą, której udaje się połączyć z braćmi w różnych okolicznościach, w jakich się znajdują i modlić się, aby nie zabrakło im miłości i nadziei. Święta Teresa od Dzieciątka Jezus powiedziała: „Zrozumiałam, że jedynie Miłość pobudza członki Kościoła do działania i gdyby przypadkiem zabrakło Miłości, Apostołowie przestaliby głosić Ewangelię, Męczennicy nie chcieliby przelewać krwi swojej… Zrozumiałam, że miłość zamyka w sobie wszystkie powołania, że miłość jest wszystkim, że obejmuje wszystkie czasy i wszystkie miejsca… jednym słowem jest wieczna! (…) W sercu Kościoła, mojej Matki, ja będę miłością”[1]. Oby każda z was mogła to powiedzieć! Jeśli któraś z was jest nieco „osłabła” i przygasł w niej płomyk miłości, niech o to prosi, niech prosi! Umiejętność kochania jest prezentem Boga.

Być miłością! I umieć przebywać obok cierpienia wielu braci oraz powiedzieć wraz z psalmistą: „Zawołałem z ucisku do Pana, Pan mnie wysłuchał i wywiódł na wolność” (Ps 117,5). W ten sposób wasze życie za klauzurą osiąga zasięg misyjny i powszechny oraz „fundamentalną rolę w życiu Kościoła. Modlicie się i orędujecie za wieloma braćmi i siostrami, którzy są więźniami, migrantami, uchodźcami i prześladowanymi; za wiele rodzin poranionych, za bezrobotnych, za ubogich, za chorych, za ofiary uzależnień, aby przytoczyć pewne sytuacje, które stają się coraz bardziej naglące każdego dnia. Jesteście jak ci przyjaciele, którzy przynieśli paralityka przed Pana, aby go uzdrowił (por. Mk 2, 1-12). Nie wstydzili się, byli „bezwstydni”, ale w dobrym sensie. Nie wstydzili się zrobić dziurę w dachu i spuścić paralityka. Bądźcie „bezwstydne”, nie wstydźcie się sprawiać, przez modlitwę, by ludzka bieda zbliżała się do mocy Bożej. To jest wasza modlitwa.  Przez modlitwę, dzień i noc, przybliżacie do Pana życie wielu braci i sióstr, którzy ze względu na różne sytuacje, nie mogą  do Niego dotrzeć, aby doświadczyć Jego uzdrawiającego miłosierdzia, podczas gdy On na nich czeka, aby udzielić im łaski. Przez waszą modlitwę możecie uleczyć rany wielu braci”[2].

Właśnie dlatego możemy stwierdzić, że życie klauzurowe nie zamyka ani nie kurczy serca, ale je raczej poszerza. Bida zakonnicy, która ma serce ściśnięte! Proszę, szukajcie lekarstwa. Nie można być zakonnicą klauzurową ze ściśniętym sercem. Niech na nowo zacznie oddychać, niech na nowo będzie sercem wielkim! A poza tym, zakonnice ze ściśniętym sercem utraciły płodność i nie są matkami; na wszystko narzekają, są zgorzkniałe, wciąż poszukują powodu do narzekania. Święta Matka [Teresa od Jezusa] mówiła: “Biada mniszce, która mówi: «Doznałam niesprawiedliwości bez przyczyny»”. W konwencie nie ma miejsca dla „kolekcjonerek niesprawiedliwości”; jest jednak miejsce dla tych, które otwierają serce i potrafią nieść krzyż, krzyż życiodajny, krzyż miłości, krzyż dający życie.

Miłość poszerza serce, a przez to idziemy naprzód z Panem, bo On czyni je zdolnym do odczucia w nowy sposób bólu, cierpienia, frustracji, nieszczęść wielu braci którzy są ofiarami tej „kultury odrzucenia” naszych czasów. Niech wstawiennictwo za potrzebujących będzie cechą waszej modlitwy. Ze wzniesionymi ramionami, jak Mojżesz, z tak przebitym sercem, prosimy… A kiedy jest to możliwe, pomóżcie im nie tylko modlitwą, ale także konkretną posługą. Ileż waszych konwentów, nie łamiąc klauzury, przestrzegając milczenia, w jakimś momencie w rozmównicy, mogą uczynić wiele dobrego.

Modlitwa błagalna wznoszona w waszych klasztorach dostraja się do Serca Jezusa, który błaga Ojca, abyśmy wszyscy stanowili jedno, aby świat uwierzył (por. J 17,21). Jakże bardzo  potrzebujemy jedności w Kościele! Abyśmy wszyscy byli jedno. Jak bardzo potrzebujemy, aby ochrzczeni stanowili jedno, aby kapłani stanowili jedno, aby biskupi stanowili jedno! Dzisiaj i zawsze! Zjednoczeni w wierze. Zjednoczeni nadzieją. Zjednoczeni miłością. W tej jedności, która wypływa z komunii z Chrystusem, który jednoczy nas z Ojcem w Duchu Świętym, a w Eucharystii jednoczy nas jednych z drugimi w tej wielkiej tajemnicy, jaką jest Kościół. Proszę was bardzo, o modlitwę o jedność tego umiłowanego Kościoła peruwiańskiego, gdyż jest narażona na pokusę podziałów. Wam zawierzam jedność, jedność Kościoła, jedność pomocników duszpasterskich, jedność konsekrowanych, jedność klaru i biskupów. Demon jest kłamcą, jest też plotkarzem, lubi prowadzić w jedną i drugą stronę, usiłuje dzielić, chce, żeby we wspólnocie jedne mówiły źle o innych. Mówiłem o tym wiele razy, dlatego powtarzam: wiecie kim jest plotkarska zakonnica? Jest „terrorystką”. Gorszą od tych z Ayacucho sprzed paru lat, gorszą, bo plotka jest jak bomba: idzie i „pss…pss…pss...”, jak diabeł, rzuca bombę, niszczy i odchodzi spokojna. Żadnych sióstr „terrorystek”, żadnych plotek! Wiecie już, że najlepszym remedium na plotkowanie jest ugryźć się w język. Pielęgniarka będzie miała zajęcie, bo język wam się zaczerwieni, ale przynajmniej nie rzucicie bomby. Zatem, żeby nie było plotek w konwencie, bo to jest inspirowane przez diabła. On z natury jest plotkarzem i kłamcą. I pamiętajcie o terrorystach z  Ayacucho, kiedy przychodzi wam ochota, by plotkować.

Starajcie się o życie braterskie, aby każdy klasztor był latarnią morską, która może jaśnieć pośród braku jedności i podziałów. Pomóżcie prorokować, że jest to możliwe. Niech każdy, kto do was przychodzi, może zasmakować szczęścia miłości braterskiej, tak charakterystycznej dla życia konsekrowanego i tak potrzebnej w dzisiejszym świecie i w naszych wspólnotach.

            Kiedy powołanie jest przeżywane wiernie, to życie staje się głoszeniem Bożej miłości. Proszę, abyście nieustanie dawały to świadectwo. W tym kościele Nazarejczyka niech karmelitanki bose pozwolą mi na przypomnienie słów nauczycielki życia duchowego, św. Teresy od Jezusa: „bo opuściwszy przewodnika, którym jest Jezus najsłodszy, jakże mogą iść naprzód”. Idźcie zawsze za Nim. „Tak, ojcze, ale czasem Jezus kończy na Kalwarii”. A więc idź tam i ty, bo również tam na ciebie oczekuje, bo cię kocha. „Albowiem sam Pan nam mówi, że On jest drogą, i również mówi, że On jest światłością i że nikt nie przychodzi do Ojca inaczej, jak tylko przez Niego”[3].

            Drogie siostry, wiedzcie jedną rzecz: Kościół nie toleruje was, Kościół was potrzebuje! Kościół was potrzebuje. Z waszym życiem wiary bądźcie latarniami morskimi i ukazujcie Tego, który jest drogą, prawdą i życiem, Jedynego Pana, który daje pełnię naszemu życiu i daje życie w obfitości[4].

            Módlcie się za Kościół, módlcie się za pasterzy, za osoby konsekrowane, za rodziny, za tych, którzy cierpią, za tych, którzy czynią zło i niszczą wielu ludzi, za tych, którzy wyzyskują swoich braci. I proszę was, kontynuując listę grzeszników, nie zapominajcie modlić się za mnie. Dziękuję.

___________________

[1] List do siostry Marii od Najświętszego Serca (8 września 1896).
[2] Kons. ap. Vultum Dei querere, 16.
[3] Twierdza wewnętrzna, VI, rodz. 7. n.6.
[4] Por. Kons. ap. Vultum Dei querere, 6.

[00069-PL.02] [Testo originale: Spagnolo]

[B0051XX.02]