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Viaggio Apostolico del Santo Padre Francesco in Cile e Perù (15 – 22 gennaio 2018) – Incontro con le Autorità, con la Società Civile e con il Corpo Diplomatico nel Palacio de Gobierno di Lima, 19.01.2018


Incontro con le Autorità, con la Società Civile e con il Corpo Diplomatico nel Palacio de Gobierno di Lima

Discorso del Santo Padre

Traduzione in lingua italiana

Traduzione in lingua francese

Traduzione in lingua inglese

Traduzione in lingua tedesca

Traduzione in lingua portoghese

Traduzione in lingua polacca

Questo pomeriggio, alle ore 16.10 locali (22.10 ora di Roma), il Santo Padre Francesco è arrivato all’Aeroporto Internazionale di Lima dove è stato accolto dal Vescovo castrense, da quattro Comandanti Generali (Aeronautica Militare, Esercito, Marina e Polizia), dal Cappellano e dal Comandante della Base Aerea. Quindi si è trasferito in auto al Palacio de Gobierno di Lima dove alle ore 16.45 locali (22.45 ora di Roma) ha incontrato le Autorità politiche e religiose, i rappresentanti della Società Civile e della Cultura e i Membri del Corpo Diplomatico.

Al Suo arrivo, il Papa è stato accolto dal Presidente della Repubblica del Perú, Sig. Pedro Pablo Kuczynski, e dalla Consorte, che lo hanno accompagnato al podio mentre l’Orquesta de niños de Manchay ha eseguito un brano musicale.

Dopo il discorso del Presidente, il Santo Padre ha pronunciato il Suo intervento.

Al termine il Papa e il Presidente sono entrati nel Palazzo per l’incontro privato.

Pubblichiamo di seguito il discorso che il Santo Padre ha pronunciato nel corso dell’incontro con le Autorità, la Società Civile e il Corpo Diplomatico:

Discorso del Santo Padre

Señor Presidente,
  
miembros del Gobierno y del Cuerpo Diplomático,           
distinguidas autoridades,
 
representantes de la sociedad civil,
     
señoras, señores todos:

Al llegar a esta histórica casa doy gracias a Dios por la oportunidad que me concedió de pisar, una vez más, suelo peruano. Quisiera que mis palabras fueran de saludo y gratitud para cada uno de los hijos e hijas de este pueblo que supo mantener y enriquecer su sabiduría ancestral a lo largo del tiempo y es, sin lugar a dudas, uno de los principales patrimonios que tiene.

Gracias señor Pedro Pablo Kuczynski, Presidente de la Nación, por la invitación a visitar el país y por las palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de todo su pueblo.

Vengo a Perú bajo el lema «unidos por la esperanza». Permítanme decirles que mirar esta tierra es de por sí un motivo de esperanza.

Parte de vuestro territorio está compuesto por la Amazonia, que he visitado esta mañana y que constituye en su globalidad el mayor bosque tropical y el sistema fluvial más extenso del planeta. Este «pulmón» como se lo ha querido llamar, es una de las zonas de gran biodiversidad en el mundo pues alberga las más variadas especies.

Poseen ustedes una riquísima pluralidad cultural cada vez más interactuante que constituye el alma de este pueblo. Alma marcada por valores ancestrales como son la hospitalidad, el aprecio por el otro, el respeto y gratitud con la madre tierra y la creatividad para los nuevos emprendimientos como, asimismo, la responsabilidad comunitaria por el desarrollo de todos que se conjuga en la solidaridad, mostrada tantas veces ante las diversas catástrofes vividas.

En este contexto, quisiera señalar a los jóvenes, ellos son el presente más vital que posee esta sociedad; con su dinamismo y entusiasmo prometen e invitan a soñar un futuro esperanzador que nace del encuentro entre la cumbre de la sabiduría ancestral y los ojos nuevos que brinda la juventud.

Y me alegro también de un hecho histórico: saber que la esperanza en esta tierra tiene rostro de santidad. Perú engendró santos que han abierto caminos de fe para todo el continente americano; y por nombrar tan sólo a uno, como Martín de Porres, hijo de dos culturas, mostró la fuerza y la riqueza que nace en las personas cuando se concentran en el amor. Y podría continuar largamente esta lista material e inmaterial de motivos para la esperanza. Perú es tierra de esperanza que invita y desafía a la unidad de todo su pueblo. Este pueblo tiene la responsabilidad de mantenerse unido precisamente para defender, entre otras cosas, todos estos motivos de esperanza.

Sobre esta esperanza apunta una sombra, se cierne una amenaza. «Nunca la humanidad tuvo tanto poder sobre sí misma y nada garantiza que vaya a utilizarlo bien, sobre todo si se considera el modo como lo está haciendo»[1] -decía en la Carta encíclica Laudato si’.  Esto se manifiesta con claridad en la manera en la que estamos despojando a la tierra de los recursos naturales sin los cuales no es posible ninguna forma de vida. La pérdida de selvas y bosques implica no sólo la pérdida de especies, que incluso podrían significar en el futuro recursos sumamente importantes, sino la pérdida de relaciones vitales que terminan alterando todo el ecosistema.[2]

En este contexto, «unidos para defender la esperanza» significa impulsar y desarrollar una ecología integral como alternativa a «un modelo de desarrollo ya caduco pero que sigue provocando degradación humana, social y ambiental».[3] Y esto exige escuchar, reconocer y respetar a las personas y a los pueblos locales como interlocutores válidos. Ellos mantienen un vínculo directo con la tierra, conocen sus tiempos y procesos y saben, por tanto, los efectos catastróficos que, en nombre del desarrollo, provocan muchos proyectos y se altera todo el entramado vital que constituye la nación. La degradación del medio ambiente, lamentablemente, no se puede separar de la degradación moral de nuestras comunidades. No podemos pensarlas como dos instancias distintas.

A modo de ejemplo, la minería informal se ha vuelto un peligro que destruye la vida de personas; los bosques y ríos son devastados con toda la riqueza que ellos poseen. Este proceso de degradación conlleva y promueve organizaciones por fuera de las estructuras legales que degradan a tantos hermanos nuestros sometiéndolos a la trata —nueva forma de esclavitud—, al trabajo informal, a la delincuencia… y a otros males que afectan gravemente su dignidad y, a la vez, la de esta nación.

Trabajar unidos para defender la esperanza exige estar muy atentos a esa otra forma —muchas veces sutil— de degradación ambiental que contamina progresivamente todo el entramado vital: la corrupción. Cuánto mal le hace a nuestros pueblos latinoamericanos y a las democracias de este bendito continente ese «virus» social, un fenómeno que lo infecta todo, siendo los pobres y la madre tierra los más perjudicados. Lo que se haga para luchar contra este flagelo social merece la mayor de las ponderaciones y ayudas; y esta lucha nos compromete a todos. «Unidos para defender la esperanza» implica mayor cultura de la transparencia entre entidades públicas, sector privado y sociedad civil, y no excluyo a las organizaciones eclesiásticas. Nadie puede resultar ajeno a este proceso; la corrupción es evitable y exige el compromiso de todos.

A quienes ocupan algún cargo de responsabilidad, sea en el área que sea, los animo y exhorto a empeñarse en este sentido para brindarle, a su pueblo y a su tierra, la seguridad que nace de sentir que Perú es un espacio de esperanza y oportunidad… pero para todos, no para unos pocos; para que todo peruano, toda peruana pueda sentir que este país es suyo, no de otro, en el que puede establecer relaciones de fraternidad y equidad con su prójimo y ayudar al otro cuando lo necesita; una tierra en la que pueda hacer realidad su propio futuro. Y así forjar un Perú que tenga espacio para «todas las sangres»[4], en el que pueda realizarse «la promesa de la vida peruana».[5]

Quiero renovar junto a ustedes el compromiso de la Iglesia católica, que ha acompañado la vida de esta Nación, en este empeño mancomunado de seguir trabajando para que Perú  siga siendo una tierra de esperanza.

Que santa Rosa de Lima interceda por cada uno de ustedes y por esta bendita Nación.

Nuevamente gracias.

__________________

[1] Carta enc. Laudato si’, 104.
[2] Cf. ibíd., 32.
[3] Mensaje Urbi et Orbi, Navidad 2017.
[4] José María Arguedas, Todas las sangres, Buenos Aires (1964).   
[5] Jorge Basadre, La promesa de la vida peruana, Lima (1958).

[00065-ES.02] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua italiana

Signor Presidente,
Membri del Governo e del Corpo Diplomatico,
distinte Autorità,
Rappresentanti della società civile,
Signori, Signore tutti!

Giungendo in questa storica casa rendo grazie a Dio per l’opportunità che mi ha concesso di calcare, ancora una volta, il suolo peruviano. Vorrei che le mie parole fossero di saluto e gratitudine per ciascuno dei figli e delle figlie di questo popolo che ha saputo conservare e arricchire nel corso del tempo la sua sapienza ancestrale che è, senza dubbio, uno dei suoi principali patrimoni.

Grazie, Signor Pedro Paolo Kuczynsky, Presidente della Nazione, per l’invito a visitare il Paese e per le parole di benvenuto che mi ha rivolto a nome di tutto il suo popolo.

Vengo in Perù con il motto “Uniti per la speranza”. Permettetemi di dirvi che guardare questa terra è di per sé un motivo di speranza.

Parte del vostro territorio è formato dall’Amazzonia, che ho visitato stamattina e che costituisce nel suo insieme la più grande foresta tropicale e il sistema fluviale più esteso del pianeta. Questo “polmone”, come lo si è voluto chiamare, è una delle zone di grande biodiversità del mondo, dato che ospita le specie più diverse.

Voi possedete una ricchissima pluralità culturale, sempre più interattiva, che costituisce l’anima di questo popolo. Anima marcata da valori ancestrali come l’ospitalità, la stima dell’altro, il rispetto e la gratitudine verso la madre terra e la creatività per nuovi progetti, come pure la responsabilità comunitaria per lo sviluppo di tutti che si coniuga nella solidarietà, dimostrata tante volte di fronte alle diverse catastrofi vissute.

In questo contesto, vorrei segnalare i giovani, che sono il presente più vitale che questa società possiede. Col loro dinamismo e il loro entusiasmo promettono e invitano a sognare un futuro di speranza che nasce dall’incontro tra il culmine della sapienza ancestrale e gli occhi nuovi che offre la gioventù.

E mi rallegro anche di un fatto storico: sapere che la speranza in questa terra ha un volto di santità. Il Perù ha generato santi che hanno aperto strade di fede per tutto il continente americano; per nominarne solo uno, Martino de Porres, il quale, figlio di due culture, mostrò la forza e la ricchezza che nascono nelle persone quando mettono l’amore al centro della loro vita. E potrei continuare a lungo questa lista materiale e ideale di ragioni di speranza. Il Perù è terra di speranza che invita e sfida all’unità di tutto il suo popolo. Questo popolo ha la responsabilità di mantenersi unito precisamente, tra le altre cose, per difendere tutti questi motivi di speranza.

Su questa speranza si profila un’ombra, si erge una minaccia. «Mai l’umanità ha avuto tanto potere su sé stessa e niente garantisce che lo utilizzerà bene, soprattutto se si considera il modo in cui se ne sta servendo»[1] - dicevo nella Lettera enciclica Laudato si’. Questo si manifesta con chiarezza nel modo in cui stiamo spogliando la terra delle risorse naturali, senza le quali non è possibile alcuna forma di vita. La perdita di foreste e boschi implica non solo la perdita di specie viventi, che potrebbero anche significare nel futuro risorse estremamente importanti, ma anche la perdita di relazioni vitali che finiscono per alterare tutto l’ecosistema.[2]

In questo contesto, “uniti per difendere la speranza” significa promuovere e sviluppare un’ecologia integrale come alternativa a «un modello di sviluppo ormai superato ma che continua a produrre degrado umano, sociale e ambientale».[3] E questo richiede di ascoltare, riconoscere e rispettare le persone e i popoli locali come validi interlocutori. Essi mantengono un legame diretto con il territorio, conoscono i suoi tempi e i suoi processi e sanno, pertanto, gli effetti catastrofici che, in nome dello sviluppo, provocano molte iniziative, alterando tutta la trama vitale che costituisce la nazione. Il degrado dell’ambiente, purtroppo, è strettamente legato al degrado morale delle nostre comunità. Non possiamo pensarle come due questioni separate.

A titolo di esempio, le estrazioni minerarie irregolari sono diventate un pericolo che distrugge la vita delle persone; le foreste e i fiumi vengono devastati con tutta la loro ricchezza. Questo processo di degrado implica e alimenta organizzazioni al di fuori delle strutture legali che degradano tanti nostri fratelli sottomettendoli alla tratta – nuova forma di schiavitù –, al lavoro irregolare, alla delinquenza… e ad altri mali che colpiscono gravemente la loro dignità e, insieme, la dignità di questa nazione.

Lavorare uniti per difendere la speranza esige di essere molto attenti a un’altra forma – spesso sottile – di degrado ambientale che inquina progressivamente tutto il tessuto vitale: la corruzione. Quanto male procura ai nostri popoli latinoamericani e alle democrazie di questo benedetto continente tale “virus” sociale, un fenomeno che infetta tutto, e i poveri e la madre terra sono i più danneggiati. Quello che si può fare per lottare contro questo flagello sociale merita il massimo della considerazione e del sostegno; e questa lotta ci impegna tutti. “Uniti per difendere la speranza”, implica maggiore cultura della trasparenza tra enti pubblici, settore privato e società civile, e non escludo le organizzazioni ecclesiastiche. Nessuno può dirsi estraneo a questo processo; la corruzione è evitabile ed esige l’impegno di tutti.

Coloro che occupano incarichi di responsabilità, in qualunque settore, li incoraggio e li esorto a impegnarsi in tal senso per offrire, al vostro popolo e alla vostra terra, la sicurezza che nasce dalla convinzione che il Perù è uno spazio di speranza e di opportunità… ma per tutti, non per pochi! Perché ogni peruviano, ogni peruviana possano sentire che questo Paese è suo, non di un altro, e che può stabilirvi relazioni di fraternità e di uguaglianza con il prossimo e aiutare l’altro quando ne ha bisogno; una terra in cui si possa realizzare il proprio futuro. E così costruire un Perù che abbia spazio per «tutte le stirpi»[4], in cui possa realizzarsi «la promessa della vita peruviana».[5]

Desidero assicurare nuovamente a voi l’impegno della Chiesa Cattolica, che ha accompagnato la vita di questa Nazione, in questo sforzo che ci accomuna di portare avanti il lavoro perché il Perù continui ad essere una terra di speranza.

Santa Rosa da Lima interceda per ognuno di voi e per questa benedetta Nazione.

Nuovamente grazie.

___________________

[1] Lett. enc. Laudato si’, 104.   
[2] Cfr ibid., 32.
[3] Messaggio Urbi et Orbi 25 dicembre 2017.
[4] José María Arguedas, Todas las sangres, Buenos Aires, 1964: trad. it. Tutte le strirpi, Torino 1974.
[5] Jorge Basadre, La promesa de la vida peruana, Lima, 1958.

[00065-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua francese

Monsieur le Président,         
Membres du Gouvernement et du Corps diplomatique      
Distinguées Autorités,          
Représentants de la société civile,   
vous tous, Mesdames, Messieurs,

Arrivant dans cette demeure historique, je rends grâce à Dieu pour l’occasion qu’il m’a donnée de fouler, une fois de plus, le sol péruvien. Je voudrais que mes paroles soient des mots de salutation et de gratitude à l’adresse de chacun des fils et des filles de ce peuple qui a su maintenir et enrichir sa sagesse ancestrale au cours du temps, et c’est, sans l’ombre d’un doute, l’un de ses patrimoines importants.

Merci, Monsieur Pedro Pablo Kuczynski, Président de la Nation, pour votre invitation à visiter le pays et pour les paroles de bienvenue que vous m’avez adressées au nom de tout le peuple.

Je viens au Pérou avec la devise “Unis pour l’espérance”. Permettez-moi de vous dire que voir cette terre est, en soi, un motif d’espérance.

Une partie de votre territoire est composée par l’Amazonie, que j’ai visitée ce matin et qui constitue dans sa globalité la plus grande forêt tropicale et le bassin fluvial le plus étendu de la planète. Ce “poumon”, comme on a voulu l’appeler, est l’une des zones de grande biodiversité du monde puisqu’il héberge les espèces les plus variées.

Vous possédez une très riche pluralité culturelle toujours plus en interconnexion, qui constitue l’âme de ce peuple. Une âme marquée par des valeurs ancestrales tels que l’hospitalité, la considération pour l’autre, le respect et la gratitude envers la mère terre et la créativité en ce qui concerne le nouvel esprit d’entreprise, ainsi que par la responsabilité communautaire pour le développement de tous, qui se décline en une solidarité souvent manifestée face aux diverses catastrophes qui ont été vécues.

À ce sujet, je voudrais attirer l’attention sur les jeunes ; ils sont le présent le plus vital que cette société possède. Avec leur dynamisme et leur enthousiasme, ils promettent et invitent à rêver un avenir rempli d’espérance qui naît de la rencontre entre la plus haute sagesse ancestrale et le regard nouveau que donne la jeunesse.

Je me réjouis aussi d’un fait historique : savoir que dans ce pays l’espérance a un visage de sainteté. Le Pérou a engendré des saints qui ont ouvert des chemins de foi pour tout le continent américain. Et pour n’en nommer qu’un seul, Martin de Porres, fils de deux paysans, a montré la force et la richesse qui jaillissent chez les personnes quand elles s’affermissent dans l’amour. Et je pourrais allonger cette liste matérielle et immatérielle des raisons d’avoir de l’espérance. Le Pérou est une terre d’espérance qui invite et qui présente des défis pour l’unité de tout son peuple. Ce peuple a la responsabilité de se garder uni précisément, entre autres, pour défendre tous ces motifs d’espérance.

Sur cette espérance une ombre se profile, une menace plane. « Jamais l’humanité n’a eu autant de pouvoir sur elle-même et rien ne garantit qu’elle s’en servira toujours bien, surtout si l’on considère la manière dont elle est en train de l’utiliser », disais-je dans la Lettre encyclique Laudato si’ (Lettre enc. Laudato si’, n. 104). Cela se manifeste clairement dans la manière avec laquelle nous sommes en train de dépouiller la terre de ses ressources naturelles sans lesquelles aucune forme de vie n’est possible. La disparition des savanes et des forêts implique non seulement la disparition d’espèces qui pourraient même signifier à l’avenir des ressources extrêmement importantes, mais aussi la disparition de relations vitales qui finissent par altérer tout l’écosystème (cf. ibid., n. 32).

Dans ce contexte, “unis pour défendre l’espérance” signifie impulser et développer une écologie intégrale comme alternative à « un modèle de développement déjà dépassé mais qui continue à engendrer de la dégradation humaine, sociale et environnementale » (Message Urbi et Orbi, Noël 2017). Et cela exige d’écouter, de reconnaître et de respecter les personnes et les populations locales comme des interlocuteurs valables. Elles maintiennent un lien direct avec la terre, elles connaissent ses temps ainsi que ses processus et connaissent, par conséquent, les effets catastrophiques qu’au nom du développement provoquent de nombreux projets. Et tout le tissu vital qui constitue la nation se détériore. La dégradation de l’environnement, hélas, ne peut être séparée de la dégradation morale de nos communautés. Nous ne pouvons pas les penser comme deux questions distinctes.

Par exemple, l’exploitation minière clandestine est devenue un danger qui détruit la vie des personnes; les forêts et les rivières sont dévastées en même temps que toute la richesse qu’ils possèdent. Ce processus de dégradation implique et promeut des organisations, à l’extérieur des structures légales, qui dégradent beaucoup de nos frères en les soumettant à la traite – nouvelle forme d’esclavage -, au travail informel, à la délinquance… et à d’autres maux qui affectent gravement leur dignité, et en même temps, celle de la nation.

Travailler unis pour défendre l’espérance exige d’être très attentif à cette autre forme – souvent subtile – de dégradation environnementale qui contamine progressivement tout le tissu vital : la corruption. Que de mal ne fait pas à nos peuples latino-américains, et aux démocraties de ce continent béni, ce “virus” social, un phénomène qui infecte tout, les pauvres et la mère terre étant les plus lésés. Tout ce qu’on peut faire pour lutter contre ce fléau social mérite le plus grand des soutiens et des aides… et cette lutte nous engage tous. “Unis pour défendre l’espérance”, implique une plus grande culture de la transparence entre les entités publiques, le secteur privé et la société civile, et je n’exclus pas les organisations d’Église. Personne ne peut rester étranger à ce processus ; la corruption peut être évitée et exige l’engagement de tous.

Ceux qui ont une charge de responsabilité, dans quelque domaine que ce soit, je les encourage et je les exhorte à s’engager en ce sens pour donner à votre peuple et à votre terre la sécurité qui naît du sentiment que le Pérou est un lieu d’espérance et d’opportunité… mais pour tous, non pour quelques-uns, afin que tout Péruvien, toute Péruvienne puisse sentir que ce pays est le sien, pas celui d’autrui, un pays où il peut établir des relations de fraternité et d’équité avec son prochain et aider l’autre quand il en a besoin, une terre où il peut réaliser son avenir. Et ainsi forger un Pérou qui a de la place pour « tous les sangs » (José María Arguedas, Todas las sangres, Buenos Aires, 1964), où peut se réaliser « la promesse de la vie péruvienne » (Jorge Basadre, La promesa de la vida peruana, Lima, 1958).

Je voudrais renouveler avec vous l’engagement de l’Eglise catholique qui a accompagné la vie de cette nation, dans cette œuvre commune consistant à continuer à travailler afin que le Pérou demeure une terre d’espérance.

Que Sainte Rose de Lima intercède pour chacun de vous et pour cette nation bénie.

Merci beaucoup.

[00065-FR.02] [Texte original: Espagnol]

Traduzione in lingua inglese

Mr President,
Members of the Government and the Diplomatic Corps,   
Distinguished Authorities,   
Representatives of Civil Society,    
Ladies and Gentlemen,

As I arrive at this historic edifice, I thank God once again for this opportunity to be on Peruvian soil.  I would like my words to be a message of greeting and esteem for each of the sons and daughters of this people, that down the years has preserved and enriched the wisdom handed down by its forebears and represents, indeed, one of its greatest legacies.

I thank Mr Pedro Pablo Kuczynsky, President of the Nation, for his invitation to visit the country and for his words of welcome offered on behalf of all Peruvians.

My visit to Peru has as its theme: “United by Hope”.  If I may say so, seeing this land is itself a reason for hope.

Part of your territory includes the Amazon, which I visited this morning.  It is overall the largest tropical forest and the most extensive river system on the planet.  This “lung”, as it has been called, is one of the world’s regions of great biodiversity, as it is home to a vast variety of species.

Yours too is a wealth and variety of cultures, which increasingly intermingle and which make up the soul of this people.  It is a soul characterized by ancestral values such as hospitality, esteem for others, respect and gratitude for mother earth and creativity for new initiatives.  It is marked likewise by a shared sense of responsibility for the development of all, joined to a solidarity that has often shown itself in your response to different disasters you have experienced.

In this regard, I would like to point to the young.  They are the most vital gift that this society possesses.  With their dynamism and enthusiasm, they promise, and encourage us to dream of, a hope-filled future, born of the encounter between your lofty ancestral wisdom and the new eyes that youth offers.    

I also take pleasure in a historical fact: that hope in this land has the face of holiness.  Peru has given birth to saints that blazed paths of faith for the entire American continent.  To name just one, Martin de Porres, a son of two cultures, showed the strength and richness that comes about when people focus on love.  I could continue at length with this list of reasons, material and spiritual, for hope.  Peru is a land of hope that invites and challenges its people to unity.  This people has the duty to maintain unity, among other things, precisely to defend all these reasons for hope.

Yet over this hope a shadow is growing, a threat looms.  “Never has humanity had such power over itself, yet nothing ensures that it will be used wisely, particularly when we consider how it is currently being used” (104), as I wrote in my Encyclical Laudato Si’.  This is evident in the way that we are stripping the earth of its natural resources, without which no forms of life are possible.  The loss of jungles and forests means not only the loss of species, which could also be extremely important resources for the future, but also the loss of vital relationships that could end up altering the entire ecosystem (cf. ibid., 32).

 In this context, being “united in defense of hope” means promoting and developing an integral ecology as an alternative to “an outdated model of development [that] continues to produce human, societal and environmental decline” (Urbi et Orbi Message, Christmas 2017).  This calls for listening to local persons and peoples, recognizing and respecting them as valid dialogue partners.  They preserve a direct link to the land, they know its times and ways, and so they know the catastrophic effects produced, in the name of development, by many projects.  The vital fabric that constitutes the nation is thus being altered.  The degradation of the environment, sad to say, cannot be separated from the moral degradation of our communities.  We cannot think of these as two separate realities.

For example, black market mining has become a danger that is destroying people’s lives; forests and rivers are being destroyed, with all the richness they possess.  This process of degradation brings with it and encourages organizations operating outside of legal structures; these debase so many of our brothers and sisters by subjecting them to human trafficking (a new form of slavery), irregular employment and crime… and to other evils that gravely affect their dignity and, at the same time, the dignity of the nation.

Working together to defend hope demands that we remain very attentive to that other, often subtle form of environmental degradation that increasingly contaminates the whole system of life: corruption.  How much evil is done to our Latin American people and the democracies of this continent by this social “virus”, a phenomenon that infects everything, with the greatest harm being done to the poor and mother earth.  Everything being done to combat this social scourge deserves our utmost attention and help… This is a battle that involves all of us.  Being “united in defense of hope” requires a greater culture of transparency among public entities, the private sector and civil society.  I do not exclude here ecclesiastical organizations.  No one can be excluded from this process.  Corruption is preventable and calls for commitment on the part of all.

I encourage and urge all those in positions of authority, in whatever sphere, to insist on this path in order to bring your people and your land the security born of feeling that Peru is a place of hope and opportunity for all, and not just for a few.  In this way, all Peruvians can feel that this country is theirs and not someone else’s, that here they can relate fraternally and equitably with their neighbours, and help others in their need.  A land where they can realize their own future.  And in this way to forge a Peru that makes room for people of “all bloods” (José María Arguedas, Todas las sangres, Buenos Aires, 1964), a land in which the “the promise of Peruvian life” (Jorge Basadre, La promesa de la vida peruana, Lima, 1958) can be achieved.

I wish to renew in your presence the commitment of the Catholic Church, which has accompanied the life of this nation, in this joint effort to continue working so that Peru may continue to be a land of hope.

May Saint Rosa of Lima intercede for each of you and for this blessed nation.

Thank you once again.          

[00065-EN.02] [Original text: Spanish]

Traduzione in lingua tedesca

Herr Präsident,
verehrte Mitglieder der Regierung und des Diplomatischen Corps,
sehr geehrte Verantwortungsträger und Vertreter des öffentlichen Lebens,
meine Damen und Herren alle,

bei meiner Ankunft in diesem historischen Gebäude danke ich Gott für die mir gewährte Gelegenheit, wieder einmal peruanischen Boden zu betreten. Ich möchte, dass meine Worte ein Gruß und Ausdruck meiner Dankbarkeit an alle Söhne und Töchter dieses Volkes sind. Ihr Volk hat im Laufe der Zeit die Weisheit seiner Vorfahren bewahrt und vertieft; eine Weisheit, die zweifelsohne einen seiner größten Schätze darstellt.

Ich danke Staatspräsident Pedro Pablo Kuczynski für die Einladung zum Besuch des Landes und für seine Worte zur Begrüßung im Namen des ganzen Volkes.

Ich komme nach Peru unter dem Leitwort: »Geeint in der Hoffnung«. Lassen Sie es mich so sagen, dass schon der Anblick des Landes selbst Grund zur Hoffnung ist.

Ein Teil Ihres Landes gehört zu Amazonien, das ich heute Vormittag besucht habe. Es stellt in seiner Gesamtheit den größten Tropenwald und das ausgedehnteste Flusssystem der Erde dar. Diese „Lunge“, wie sie gerne genannt wird, ist eine der Weltregionen mit großer Biodiversität, da sie die unterschiedlichsten Arten beherbergt.

Sie verfügen über eine sehr reiche kulturelle Vielfalt, die immer mehr in wechselseitigem Austausch steht. Sie bildet die Seele dieses Volkes. Diese Seele ist von angestammten Werten geprägt wie Gastfreundschaft, Wertschätzung des anderen, Achtung und Dankbarkeit gegenüber der Mutter Erde sowie Einfallsreichtum für neue Initiativen. Dazu gehört ebenso die gemeinsame Verantwortung für die Entwicklung aller, die sich mit einer Solidarität verbindet, welche angesichts der Erfahrung verschiedener Katastrophen oftmals zum Ausdruck kam.

In diesem Zusammenhang möchte ich auf die jungen Menschen aufmerksam machen. Sie sind die vitalste Gabe, die diese Gesellschaft besitzt. Mit ihrer Dynamik und Begeisterung versprechen sie und laden dazu ein, von einer hoffnungsvollen Zukunft zu träumen, die aus der Begegnung zwischen der hochstehenden Weisheit der Vorfahren und den neuen Augen, welche die Jugend bietet, erwächst.

Es freut mich auch eine historische Tatsache, nämlich zu wissen, dass die Hoffnung in diesem Land ein Gesicht von Heiligkeit trägt. Peru hat Heilige hervorgebracht, die dem ganzen Kontinent Wege des Glaubens aufgetan haben. Um nur einen zu nennen: Martin de Porres, Sohn zweier Kulturen, bewies die Kraft und den Reichtum, der in Menschen entsteht, wenn sie die Liebe zur Mitte ihres Lebens machen. Und ich könnte diese Aufzählung von materiellen und ideellen Gründen zur Hoffnung ausführlich fortsetzen. Peru ist ein Land der Hoffnung, die sein ganzes Volk zur Einheit ermutigt und auffordert. Dieses Volk trägt die Verantwortung, dass es geeint bleibt, unter anderem genau deswegen, um alle diese Gründe zur Hoffnung zu verteidigen.

Über dieser Hoffnung erhebt sich jedoch ein Schatten, schwebt eine Bedrohung. »Nie hatte die Menschheit so viel Macht über sich selbst, und nichts kann garantieren, dass sie diese gut gebrauchen wird, vor allem wenn man bedenkt, in welcher Weise sie sich gerade jetzt ihrer bedient«[1], wie ich in der Enzyklika Laudato si’ sagte. Dies zeigt sich deutlich in der Art und Weise, wie wir die natürlichen Ressourcen der Erde plündern, ohne die keine Form des Lebens möglich wäre. Der Verlust von Wildnissen und Wäldern bringt nicht nur den Verlust von Arten mit sich, die in Zukunft äußerst wichtige Ressourcen darstellen könnten, sondern auch den Verlust lebenswichtiger Beziehungen, der am Ende das ganze Ökosystem verändert.[2]

In diesem Zusammenhang bedeutet »Geeint in der Verteidigung der Hoffnung« eine ganzheitliche Ökologie als Alternative zu einem »inzwischen überholte[n] Entwicklungskonzept«, das »weiterhin zum Niedergang des Menschen, des Sozialgefüges und der Umwelt führt«[3], zu fördern und zu entwickeln. Dies erfordert, die Menschen und Völker vor Ort als vollwertige Gesprächspartner zu hören, anzuerkennen und zu respektieren. Denn sie bewahren eine direkte Bindung mit dem Heimatboden, sie kennen seine Zeiten und Vorgänge und wissen daher, welche katastrophalen Auswirkungen viele Initiativen im Namen der Entwicklung hervorrufen. So verändert sich die lebenswichtige Struktur, welche die Nation bildet. Die Umweltverschmutzung ist leider eng verbunden mit der moralischen Verschmutzung unserer Gesellschaften. Wir können nicht meinen, es handle sich um zwei getrennte Bereiche.

Zum Beispiel, der illegale Bergbau ist zu einer Gefahr geworden, die Menschenleben zerstört; Wälder und Flüsse mit ihrem ganzen Reichtum werden verwüstet. Dieser Prozess der Verschmutzung bringt Organisationen außerhalb der legalen Strukturen mit sich und fördert sie. Diese erniedrigen viele unserer Brüder und Schwestern, nämlich dadurch, dass sie diese dem Menschenhandel – eine neue Form der Sklaverei –, der irregulären Arbeit und der Kriminalität unterwerfen … und anderen Übeln, die ihre Würde schwer beeinträchtigen und damit zugleich die Würde der Nation.

Geeint arbeiten in der Verteidigung der Hoffnung verlangt ferner, dass man auf eine andere – oft subtile – Form der Umweltverschmutzung achtet, die allmählich das ganze lebenswichtige Gefüge verseucht: die Korruption. Wie viel Übel bereitet dieses gesellschaftliche „Virus“ unseren lateinamerikanischen Völkern und den Demokratien dieses gesegneten Kontinents. Dieses Phänomen infiziert alle, und die Armen und die Mutter Erde sind dann die am meisten Benachteiligten. Alles, was unternommen werden kann, um diese gesellschaftliche Geißel zu bekämpfen, verdient unsere höchste Aufmerksamkeit und Unterstützung … denn dieser Kampf verpflichtet uns alle. „Geeint in der Verteidigung der Hoffnung“: dies verlangt eine größere Kultur der Transparenz bei öffentlichen Einrichtungen, im privaten Bereich und in der Zivilgesellschaft, ich schließe die kirchlichen Organisationen hier nicht aus. Niemand kann unbeteiligt sein an diesem Prozess; die Korruption ist vermeidbar und es braucht den Einsatz aller.

Alle, die – in welchem Bereich auch immer – Verantwortung tragen, ermutige ich und fordere sie auf, sich in diesem Sinn zu engagieren, um Ihrem Volk und Ihrem Land die Sicherheit zu bieten, die aus der Überzeugung kommt, dass Peru ein Ort der Hoffnung und der Chancen ist … jedoch für alle, nicht nur für einige wenige. Damit jeder Peruaner, jede Peruanerin spüren kann, dass dies sein/ihr Land ist – nicht das eines anderen – und dass man hier solidarische und gleichwertige Beziehungen mit dem Mitmensch aufbauen und dem anderen helfen kann, wenn er Unterstützung braucht. Ein Land, in dem man seine eigene Zukunft verwirklichen kann. So soll ein Peru geschaffen werden, das Menschen »jeden Blutes«[4] Platz bietet und in dem die »Verheißung des peruanischen Lebens«[5] Wirklichkeit werden kann.

Ich möchte bei Ihnen erneut bekräftigen, dass die katholische Kirche, die das Leben dieser Nation begleitet hat, sich in diesem gemeinsamen Bemühen engagiert und die Arbeit fortsetzt, damit Peru weiter ein Land der Hoffnung sei.

Die heilige Rosa von Lima trete für jeden von Ihnen und für diese gesegnete Nation als Fürsprecherin ein.

Nochmals vielen Dank!

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[1] Enzyklika Laudato si’, 104.
[2] Vgl. ebd., 32.
[3] Botschaft zum Segen Urbi et Orbi am 25. Dezember 2017.
[4] José María Arguedas, Todas las sangres, Buenos Aires, 1964 [deutsche Übersetzung: Trink mein Blut, trink meine Tränen, Berlin, 1983].
[5] Jorge Basadre Grohmann, La promessa de la vida peruana, Lima, 1958.

[00065-DE.02] [Originalsprache: Spanisch]

Traduzione in lingua portoghese

Senhor Presidente,
Membros do Governo e do Corpo Diplomático,
Distintas Autoridades
Representantes da sociedade civil,
Senhores e senhoras todos!

Ao chegar a esta casa histórica, dou graças a Deus pela oportunidade que me concedeu de pisar, uma vez mais, solo peruano. Gostaria que as minhas palavras fossem de saudação e agradecimento para cada um dos filhos e filhas deste povo que soube conservar e enriquecer, no decurso dos tempos, a sua sabedoria ancestral que é, sem dúvida alguma, um dos seus principais patrimónios.

Obrigado, Senhor Presidente Pedro Pablo Kuczynski, pelo convite a visitar o país e pelas palavras de boas-vindas que me dirigiu em nome de todo o seu povo.

Venho ao Perú, sob o lema «unidos pela esperança». Deixai que vos diga que olhar esta terra é, de por si, um motivo de esperança.

Parte do vosso território é formado pela Amazónia, que visitei esta manhã e que, na sua totalidade, constitui a maior floresta tropical e o sistema fluvial mais extenso do planeta. Este «pulmão», como houveram por bem chamá-la, é uma das áreas de grande biodiversidade no mundo, porque abriga as espécies mais variadas.

Possuís uma pluralidade cultural muito rica e cada vez mais interativa, que constitui a alma deste povo. Alma marcada por valores ancestrais como são a hospitalidade, a estima do outro, o respeito e a gratidão pela mãe-terra e a criatividade para novos projetos, bem como a responsabilidade comunitária pelo progresso de todos que se faz solidariedade, tantas vezes demonstrada nas várias catástrofes experimentadas.

Neste contexto, gostaria de salientar os jovens, que são o presente mais vital que esta sociedade possui. Com o seu dinamismo e entusiasmo, prometem e convidam a sonhar um futuro de esperança que nasce do encontro entre o cúmulo da sabedoria ancestral e os novos olhos com que nos presenteia a juventude.

Congratulo-me também com um facto histórico: saber que a esperança nesta terra tem um rosto de santidade. O Perú gerou Santos que abriram caminhos de fé para todo o continente americano; Santos como – para nomear apenas um – Martinho de Porres, filho de duas culturas, mostrou a força e a riqueza que nascem nas pessoas quando colocam o amor no centro da sua vida. E poderia continuar longamente esta lista material e ideal de razões de esperança. O Perú é terra de esperança, que convida e desafia para a unidade de todo o seu povo. Este povo tem a responsabilidade de permanecer unido, para, entre outras coisas, defender precisamente todos estes motivos de esperança.

Sobre esta esperança, estende-se uma sombra, levanta-se uma ameaça. «Nunca a humanidade – escrevi na carta encíclica Laudato si’ – teve tanto poder sobre si mesma, e nada garante que o utilizará bem, sobretudo se se considera a maneira como o está a fazer».[1] Isto manifesta-se claramente no modo como estamos a despojar a terra dos recursos naturais, sem os quais nenhuma forma de vida é possível. A perda de florestas e bosques supõe não só o desaparecimento de espécies, que poderiam inclusive significar no futuro recursos extremamente importantes, mas também a perda de relações vitais que acabam por alterar todo o ecossistema.[2]

Neste contexto, «unidos para defender a esperança» significa fomentar e desenvolver uma ecologia integral como alternativa a «um modelo de progresso já ultrapassado [mas que] continua a produzir degradação humana, social e ambiental».[3] E isto exige escutar, reconhecer e respeitar as pessoas e os povos locais como válidos interlocutores. Estes mantêm uma ligação direta com o território, conhecem os seus tempos e processos e, por conseguinte, sabem os efeitos catastróficos que, em nome do progresso, provocam muitas iniciativas ao alterar todo o tecido vital que constitui a nação. A degradação do meio ambiente, infelizmente, está intimamente ligada à degradação moral das nossas comunidades. Não podemos concebê-las como duas questões separadas.

Por exemplo, as extrações minerárias irregulares tornaram-se um perigo que destrói a vida das pessoas; as florestas e os rios são devastados com toda a sua riqueza. Este processo de degradação envolve e favorece a organizações fora das estruturas legais, que degradam tantos dos nossos irmãos e irmãs, submetendo-os ao tráfico de seres humanos – nova forma de escravatura –, ao trabalho irregular, à delinquência... e outros males que afetam gravemente a sua dignidade e, ao mesmo tempo, a dignidade da nação.

Trabalhar unidos para defender a esperança requer estar muito atentos a outra forma – muitas vezes subtil – de degradação ambiental que contamina progressivamente todo o tecido vital: a corrupção. Quanto mal faz, aos nossos povos latino-americanos e às democracias deste abençoado continente, este «vírus» social! É um fenómeno que tudo infeta, sendo os pobres e a mãe-terra os mais prejudicados. Tudo o que se puder fazer para lutar contra este flagelo social merece a maior das considerações e cooperações; e esta luta envolve-nos a todos. «Unidos para defender a esperança» implica maior cultura da transparência entre entidades públicas, setor privado e sociedade civil, e não excluo as organizações eclesiais. Ninguém pode ficar alheio a este processo; a corrupção é evitável e exige o compromisso de todos.

Àqueles que ocupam cargos de responsabilidade, seja qual for a área, encorajo-os e exorto-os a comprometer-se neste sentido para oferecer, ao vosso povo e à vossa terra, a segurança que nasce da convicção de que o Perú é um espaço de esperança e oportunidades... mas para todos, não para poucos! Para que todo o peruano e toda a peruana possam sentir que este país é seu, não de outrem, e nele podem estabelecer relações de fraternidade e equidade com o seu próximo e ajudar o outro quando precisar; uma terra onde possa realizar o seu próprio futuro. E, assim, construir um Perú que tenha espaço para «todas as estirpes»,[4] onde se possa realizar «a promessa da vida peruana».[5]

Quero renovar na vossa presença o compromisso da Igreja Católica, que acompanhou a vida desta Nação, neste esforço conjunto de trabalhar para que o Perú continue a ser uma terra de esperança.

Santa Rosa de Lima interceda por cada um de vós e por esta abençoada nação.

De novo, obrigado!

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[1] Carta enc. Laudato si’, 104.
[2]
Cf. ibid., 32.
[3]
Francisco, Mensagem «Urbi et Orbi» (Natal de 2017).
[4]
José María Arguedas, Todas las sangres (Buenos Aires 1964).
[5]
Jorge Basadre, La promesa de la vida peruana (Lima 1958).

[00065-PO.02] [Texto original: Espanhol]

Traduzione in lingua polacca

Panie Prezydencie,    
Członkowie rządu i korpusu dyplomatycznego,     
Szanowni przedstawiciele władz,    
Reprezentanci społeczeństwa obywatelskiego,       
Panowie i damy, wszyscy przyjaciele!

Przybywając do tego historycznego domu, dziękuję Bogu za daną mi ponownie okazję stąpania po ziemi peruwiańskiej. Chciałbym, aby moje słowa wyrażały pozdrowienia i podziękowania dla każdego z synów i córek tego ludu, który potrafił zachować i ubogacić na przestrzeni dziejów mądrość swoich przodków, będącą bez wątpienia jednym z jego głównych bogactw.

Dziękuję Panu Pedro Pablo Kuczyńskiemu, prezydentowi państwa, za zaproszenie do odwiedzenia tego kraju i za słowa powitania, które skierował do mnie w imieniu całego swojego narodu.

Przybywam do Peru z hasłem „Zjednoczeni dla nadziei”. Pozwólcie, że wam powiem, iż spojrzenie na tę ziemię samo w sobie jest powodem do nadziei.

Część waszego terytorium tworzy Amazonia, którą odwiedziłem dziś rano i która stanowi w swoim kompleksie największą puszczę tropikalną i najobszerniejszy system rzeczny na naszej planecie. To „płuco”, jak zostało nazwane, jest jednym z obszarów wielkiej różnorodności biologicznej na świecie, ponieważ są tam najbardziej różnorodne gatunki.

Macie niezwykle bogatą różnorodność kulturową, coraz bardziej interaktywną, która stanowi duszę tego narodu. Duszę naznaczoną wartościami przodków, takimi jak gościnność, szacunek dla drugiej osoby, poszanowanie i wdzięczność dla Matki Ziemi i kreatywność na rzecz nowych projektów, jak również odpowiedzialność wspólnotowa na rzecz rozwoju wszystkich, która wyraża się w solidarności, okazanej wiele razy w obliczu różnych doświadczanych katastrof.

W tym kontekście chciałbym zwrócić uwagę na ludzi młodych, którzy są najbardziej żywotną teraźniejszością tego społeczeństwa. Ze swoim dynamizmem i entuzjazmem są obietnicą i zapraszają nas do marzenia o przyszłości nadziei, rodzącej się ze spotkania między ukoronowaniem mądrości przodków a nowymi oczyma, jakie oferuje młodość.

Cieszę się także faktem historycznym: wiedząc, że nadzieja na tej ziemi ma oblicze świętości. Peru zrodziło świętych, którzy otworzyli drogi wiary dla całego kontynentu amerykańskiego; by wymienić tylko jednego, Marcina de Porres, który będąc synem dwóch kultur, ukazał siłę i bogactwo, które rodzą się w ludziach, gdy umieszczają miłość w centrum swego życia. I mógłbym tak długo nadal wymieniać tę materialną i idealną listę motywów do nadziei. Peru jest krainą nadziei, która zaprasza i wzywa do jedności cały swój naród. Ponosi on odpowiedzialność za to, by trwać w jedności właśnie między innymi dlatego, by bronić wszystkich tych motywów nadziei.

Na tej nadziei pojawia się cień, pojawia się zagrożenie. „Ludzkość nigdy nie miała tyle władzy nad sobą samą i nie ma gwarancji, że dobrze ją wykorzysta, zwłaszcza biorąc pod uwagę sposób, w jaki się nią posługuje”[1] – mówiłem w encyklice Laudato si’. Przejawia się to wyraźnie w sposobie, w jaki ogołacamy ziemię z zasobów naturalnych, bez których nie jest możliwa żadna forma życia. Utrata puszcz i lasów oznacza nie tylko utratę gatunków żywych, które mogłyby również oznaczać w przyszłości bardzo ważne bogactwo, ale także utratę życiodajnych relacji, które doprowadzają ostatecznie do zmiany całego ekosystemu[2].

W tym kontekście „zjednoczeni w obronie nadziei” oznacza promowanie i rozwój ekologii integralnej jako alternatywy dla „zdezaktualizowanego już wzorca rozwoju stale wytwarzającego ludzką degradację społeczną i środowiskową”[3]. A to wymaga wysłuchania, uznania i szanowania osób i ludów lokalnych, jako ważnych rozmówców. Utrzymują oni bezpośrednią więź z terytorium, znają jego czasy i procesy. Znają zatem katastrofalne skutki, jakie w imię rozwoju powoduje wiele inicjatyw, zmieniając całą sieć żywotną, która stanowi naród. Niestety, degradacja środowiska jest ściśle związana z moralną degradacją naszych społeczności. Nie możemy o tym myśleć jako o dwóch kwestiach odrębnych.

Przykładowo, nielegalne wydobycie złóż stało się zagrożeniem, które niszczy ludzkie życie. Niszczone są lasy i rzeki wraz z całym ich bogactwem. Ten proces degradacji pociąga za sobą i umacnia organizacje nielegalne, które niszczą wielu naszych braci podporządkowując ich handlowi ludźmi – nowej formie niewolnictwa – nielegalnej pracy, przestępczości... i innym formom zła, które są poważnie wymierzone w ich godność, a jednocześnie w godność tego narodu.

Wspólna praca na rzecz obrony nadziei wymaga zwrócenia wielkiej uwagi na inną – często subtelną – formę degradacji środowiska, która stopniowo zanieczyszcza całe życie: korupcję. Ileż zła wyrządza naszym narodom latynoamerykańskim i demokracjom tego błogosławionego kontynentu ów „wirus” społeczny! Jest to zjawisko, które infekuje wszystko, a najbardziej zniszczonymi są ubodzy i matka ziemia. To, co można uczynić, aby walczyć z tą plagą społeczną zasługuje na maksymalne rozważenie i wsparcie. A walka ta angażuje nas wszystkich. „Zjednoczenie w obronie nadziei” wymaga większej kultury przejrzystości między organami publicznymi, sektorem prywatnym a społeczeństwem obywatelskim, nie wykluczając organizacji kościelnych. Nikt nie może być wolny od tego procesu. Korupcji można uniknąć i wymaga to zaangażowania wszystkich.

Osoby zajmujące odpowiedzialne stanowiska w jakimkolwiek sektorze namawiam i zachęcam do zaangażowania w tym zakresie, aby dać waszemu narodowi i waszej ziemi bezpieczeństwo rodzące się z przekonania, że Peru to przestrzeń nadziei i szans... ale dla wszystkich, nie tylko nielicznych! Chodzi o to, aby każdy Peruwiańczyk, każda Peruwianka mogli poczuć, że ten kraj jest jego, nie kogoś innego, i że może ustanowić relacje braterstwa i równości ze swoim bliźnim oraz pomóc drugiemu, kiedy tego potrzebuje; krajem, w którym można zrealizować swoją własną przyszłość. I tak budować Peru, które miałoby miejsce dla „wszystkich krwi”[4], w którym można by zrealizować „obietnicę peruwiańskiego życia”[5].

Chciałbym was raz jeszcze zapewnić o zaangażowaniu Kościoła katolickiego, który towarzyszył życiu tego narodu, w takim trudzie, który nas jednoczy – dalszej pracy, żeby Peru pozostało ziemią nadziei.

Niech święta Róża z Limy wstawia się za każdym z was i za tym błogosławionym narodem.

Jeszcze raz dziękuję!

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[1] Enc. Laudato si’, 104.             
[2] Por. tamże, 32.           
[3] Orędzie Urbi et Orbi, 25 grudnia 2017.             
[4] José María Arguedas, Todas las sangres, Buenos Aires (1964).
[5] Jorge Basadre, La promesa de la vida peruana, Lima (1958).

[00065-PL.01] [Testo originale: Spagnolo]

Visita di cortesia al Presidente della Repubblica del Perù nel Palacio de Gobierno di Lima

Alle ore 17.15 locali (23.15 ora di Roma) ha avuto luogo la visita di cortesia al Presidente della Repubblica del Perù, Sig. Pedro Pablo Kuczynski.

L’incontro privato si è concluso con lo scambio dei doni. Al Papa è stata poi presentata la famiglia presidenziale. Infine il Santo Padre ha benedetto i Funzionari e il Personale del Palazzo e si è trasferito nella Chiesa di San Pedro.

[00103-IT.01]

Incontro con i Membri della Compagnia di Gesù nella Chiesa di San Pedro a Lima

Questo pomeriggio, alle ore 17.55 locali (23.55 ora di Roma) il Santo Padre Francesco ha incontrato in forma strettamente privata i Membri della Compagnia di Gesù nella Chiesa di San Pedro a Lima.

Al Suo arrivo è stato accolto all’ingresso della Cappella della Penitenzieria dal Provinciale e dal Parroco della Chiesa di San Pedro. Attraversando l’antica chiesa di San Paolo, il Papa è arrivato in Sagrestia dove si trovavano riuniti circa 100 membri della Compagnia di Gesù.

Al termine il Santo Padre ha posato per una foto di gruppo, ha attraversato la chiesa di San Pedro e si è soffermato brevemente davanti alla lapide del Venerabile Padre Francisco del Castillo. Quindi è rientrato in auto alla Nunziatura Apostolica di Lima.

[00093-IT.01]

[B0047-XX.02]