Visita al quartiere povero di Kangemi
Discorso del Santo Padre
Traduzione in lingua italiana
Traduzione in lingua inglese
Traduzione in lingua francese
Questa mattina, dopo aver celebrato la Messa in privato in Nunziatura, il Santo Padre Francesco si è recato in auto a Kangemi, una delle sette bidonville di Nairobi.
Il Papa è giunto alle ore 8.30 ed ha percorso le stradine in terra battuta fino alla chiesa di San Giuseppe Lavoratore, parrocchia cattolica all’interno del quartiere povero, retta da una comunità di Padri Gesuiti. Ad accoglierlo, il Superiore Provinciale dei Gesuiti per l’Africa Orientale, P. Joseph Oduor Afulo e il Parroco di Kangemi, P. Pascal Mwijage, insieme alla Direttrice del Mukuru Promotion Centre, Suor Mary Killeen, all’Arcivescovo di Mombasa e Presidente di Caritas Kenya, S.E. Mons. Martin Musonde Kivuva e al Vescovo incaricato della Commissione Giustizia e Pace, S.E. Mons. Cornelius Arap Korir.
Nel corso della visita il Santo Padre ha assistito alla proiezione di un breve filmato che documenta la vita del quartiere e l’impegno della locale comunità cristiana ed ha ascoltato alcune testimonianze, tra cui quelle di una abitante della bidonville di Kibera e di Suor Mary Killeen, responsabile del Mukuru Promotion Centre.
Quindi il Papa ha rivolto ai residenti del quartiere di Kangemi e a quanti provenivano dagli altri slum di Nairobi il discorso che pubblichiamo di seguito:
Discorso del Santo Padre
Gracias por recibirme en su barrio. Gracias al Señor Arzobispo Kivuva y al Padre Pascal por sus palabras. En verdad, me siento como en casa compartiendo este momento con hermanos y hermanas que, no me avergüenza decirlo, tienen un lugar preferencial en mi vida y opciones. Estoy aquí porque quiero que sepan que sus alegrías y esperanzas, sus angustias y tristezas, no me son indiferentes. Sé de las dificultades que atraviesan día a día. ¿Cómo no denunciar las injusticias que sufren?
Pero ante todo, quisiera detenerme en una realidad que los discursos excluyentes no logran reconocer o parecen desconocer. Me quiero referir a la sabiduría de los barrios populares. Una sabiduría que brota de la «empecinada resistencia de lo auténtico» (Carta enc. Laudato si’, 112), de valores evangélicos que la sociedad opulenta, adormecida por el consumo desenfrenado, pareciera haber olvidado. Ustedes son capaces de tejer «lazos de pertenencia y de convivencia que convierten el hacinamiento en una experiencia comunitaria donde se rompen las paredes del yo y se superan las barreras del egoísmo» (ibíd, 149).
La cultura de los barrios populares, impregnada con esa sabiduría particular, «tiene características muy positivas, que son un aporte para el tiempo que nos toca vivir, se expresa en valores como la solidaridad; dar la vida por otro; preferir el nacimiento a la muerte; dar un entierro cristiano a sus muertos. Ofrecer un lugar para el enfermo en la propia casa; compartir el pan con el hambriento: “donde comen 10 comen 12”; la paciencia y la fortaleza frente a las grandes adversidades, etc.» (Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia, Argentina, “Reflexiones sobre la urbanización y la cultura villera”, 2010) Valores que se sustentan en que cada ser humano es más importante que el dios dinero. Gracias por recordarnos que hay otro tipo de cultura posible.
Quisiera reivindicar en primer lugar estos valores que ustedes practican, valores que no cotizan en Bolsa, valores con los que no se especula ni tienen precio de mercado. Los felicito, los acompaño y quiero que sepan que el Señor nunca se olvida de ustedes. El camino de Jesús comenzó en las periferias, va desde los pobres y con los pobres hacia todos.
Reconocer estas manifestaciones de vida buena que crecen cotidianamente entre ustedes no implica, de ninguna manera, desconocer la atroz injusticia de la marginación urbana. Son las heridas provocadas por minorías que concentran el poder, la riqueza y derrochan con egoísmo, mientras crecientes mayorías deben refugiarse en periferias abandonadas, contaminadas, descartadas.
Esto se agrava cuando vemos la injusta distribución del suelo –tal vez no en este barrio pero sí en otros–, que lleva en muchos casos a familias enteras a pagar alquileres abusivos por viviendas en condiciones edilicias nada adecuadas. También sé del grave problema del acaparamiento de tierras por parte de «desarrolladores privados» sin rostro, que hasta pretenden apropiarse del patio de las escuelas de sus hijos. Esto sucede porque se olvida que «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno» (Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 31).
En este sentido, es un grave problema la falta de acceso a infraestructuras y servicios básicos. Me refiero a baños, alcantarillado, desagües, recolección de residuos, luz, caminos, pero también a escuelas, hospitales, centros recreativos y deportivos, talleres artísticos. Quiero referirme en particular al agua potable. «El acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos. Este mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable» (Carta enc. Laudato si’, 30). Negarle el agua a una familia, bajo cualquier pretexto burocrático, es una gran injusticia, sobre todo cuando se lucra con esta necesidad.
Este contexto de indiferencia y hostilidad que sufren los barrios populares se agrava cuando la violencia se generaliza y las organizaciones criminales, al servicio de intereses económicos o políticos, utilizan a niños y jóvenes como «carne de cañón» para sus negocios ensangrentados. También conozco los padecimientos de las mujeres que luchan heroicamente para proteger a sus hijos e hijas de estos peligros. Pido a Dios que las autoridades asuman junto a ustedes el camino de la inclusión social, la educación, el deporte, la acción comunitaria y la protección de las familias, porque es esta la única garantía de una paz justa, verdadera y duradera.
Estas realidades que he enumerado no son una combinación casual de problemas aislados. Incluso son una consecuencia de nuevas formas de colonialismo que pretende que los países africanos sean «piezas de un mecanismo y de un engranaje gigantesco» (Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Africa, 52). No faltan, de hecho, presiones para que se adopten políticas de descarte, como la de la reducción de la natalidad, que pretenden «legitimar el modelo distributivo actual, donde una minoría se cree con el derecho de consumir en una proporción que sería imposible generalizar» (Carta enc. Laudato si’, 50).
En ese sentido, propongo retomar la idea de una respetuosa integración urbana. Ni erradicación, ni paternalismo, ni indiferencia, ni mera contención. Necesitamos ciudades integradas y para todos. Necesitamos superar la mera proclamación de derechos que en la práctica no se respetan, concretar acciones sistemáticas que mejoren el hábitat popular y planificar nuevas urbanizaciones de calidad para albergar a las futuras generaciones. La deuda social, la deuda ambiental con los pobres de las ciudades se paga haciendo efectivo el derecho sagrado de las «tres T»: tierra, techo y trabajo. Esto no es filantropía, es una obligación moral de todos.
Quiero llamar a todos los cristianos, en particular a los pastores, a renovar el impulso misionero, a tomar la iniciativa frente a tantas injusticias, a involucrarse con los problemas de los vecinos, a acompañarlos en sus luchas, a cuidar los frutos de su trabajo comunitario y celebrar juntos cada pequeña o gran victoria. Sé que hacen mucho pero les pido que recuerden que no es una tarea más, sino tal vez la más importante, porque «los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio» (Benedicto XVI, Discurso en el encuentro con el Episcopado brasileño, 11 mayo 2007, 3).
Queridos vecinos, queridos hermanos. Recemos, trabajemos y comprometámonos juntos para que toda familia tenga un techo digno, tenga acceso al agua potable, tenga un baño, tenga energía segura para iluminarse, cocinar, para que puedan mejorar sus viviendas... para que todo barrio tenga caminos, plazas, escuelas, hospitales, espacios deportivos, recreativos y artísticos; para que los servicios básicos lleguen a cada uno de ustedes; para que se escuchen sus reclamos y su clamor de oportunidades; para que todos puedan gozar de la paz y la seguridad que se merecen conforme a su infinita dignidad humana.
Mungu awabariki (Que Dios los bendiga).
Y les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí.
[02050-ES.02] [Texto original: Español]
Traduzione in lingua italiana
Grazie per avermi accolto nel vostro quartiere. Grazie al Signor Arcivescovo Kivuva e a padre Pascal per le loro parole. In realtà, mi sento a casa condividendo questo momento con fratelli e sorelle che, non mi vergogno a dire, hanno un posto speciale nella mia vita e nelle mie scelte. Sono qui perché voglio che sappiate che le vostre gioie e speranze, le vostre angosce e i vostri dolori non mi sono indifferenti. Conosco le difficoltà che incontrate giorno per giorno! Come possiamo non denunciare le ingiustizie subite?
Ma prima di tutto vorrei soffermarmi su un aspetto che i discorsi di esclusione non riescono a riconoscere o sembrano ignorare. Voglio fare riferimento alla saggezza dei quartieri popolari. Una saggezza che scaturisce da «un’ostinata resistenza di ciò che è autentico» (Enc. Laudato si’, 112), da valori evangelici che la società del benessere, intorpidita dal consumo sfrenato, sembrerebbe aver dimenticato. Voi siete in grado di tessere «legami di appartenenza e di convivenza che trasformano l’affollamento in un’esperienza comunitaria in cui si infrangono le pareti dell’io e si superano le barriere dell’egoismo» (ibid., 149).
La cultura dei quartieri popolari impregnati di questa particolare saggezza, «ha caratteristiche molto positive, che sono un contributo al tempo in cui viviamo, si esprime in valori come la solidarietà, dare la propria vita per l’altro, preferire la nascita alla morte; dare una sepoltura cristiana ai propri morti. Offrire un posto per i malati nella propria casa, condividere il pane con l'affamato: “dove mangiano 10 mangiano in 12”; la pazienza e la forza d’animo di fronte alle grandi avversità, ecc.» (Gruppo di Sacerdoti per le Zone di Emergenza, Argentina, Reflexiones sobre la urbanización y la cultura villera, 2010). Valori che si fondano sul fatto che ogni essere umano è più importante del dio denaro. Grazie per averci ricordato che esiste un altro tipo di cultura possibile.
Vorrei rivendicare in primo luogo questi valori che voi praticate, valori che non si quotano in Borsa, valori con i quali non si specula né hanno prezzo di mercato. Mi congratulo con voi, vi accompagno e voglio che sappiate che il Signore non si dimentica mai di voi. Il cammino di Gesù è iniziato in periferia, va dai poveri e con i poveri verso tutti.
Riconoscere queste manifestazioni di vita buona che crescono ogni giorno tra voi, non significa in alcun modo ignorare la terribile ingiustizia della emarginazione urbana. Sono le ferite provocate dalle minoranze che concentrano il potere, la ricchezza e sperperano egoisticamente mentre la crescente maggioranza deve rifugiarsi in periferie abbandonate, inquinate, scartate.
Questo si aggrava quando vediamo l’ingiusta distribuzione del terreno (forse non in questo quartiere, ma in altri) che porta in molti casi intere famiglie a pagare affitti abusivi per alloggi in condizioni edilizie per niente adeguate. Ho saputo anche del grave problema dell’accaparramento delle terre da parte di “imprenditori privati” senza volto, che pretendono perfino di appropriarsi del cortile della scuola dei propri figli. Questo accade perché si dimentica che «Dio ha dato la terra a tutto il genere umano, perché essa sostenti tutti i suoi membri, senza escludere né privilegiare nessuno» (Giovanni Paolo II, Enc. Centesimus annus, 31).
In questo senso, un grave problema è la mancanza di accesso alle infrastrutture e servizi di base. Mi riferisco a bagni, fognature, scarichi, raccolta dei rifiuti, luce, strade, ma anche scuole, ospedali, centri ricreativi e sportivi, laboratori artistici. Voglio riferirmi in particolare all’acqua potabile. «L’accesso all’acqua potabile e sicura è un diritto umano essenziale, fondamentale e universale, perché determina la sopravvivenza delle persone, e per questo è condizione per l’esercizio degli altri diritti umani. Questo mondo ha un grave debito sociale verso i poveri che non hanno accesso all’acqua potabile, perché ciò significa negare ad essi il diritto alla vita radicato nella loro inalienabile dignità» (Enc. Laudato si’, 30). Negare l’acqua ad una famiglia, attraverso qualche pretesto burocratico, è una grande ingiustizia, soprattutto quando si lucra su questo bisogno.
Questo contesto di indifferenza e ostilità, di cui soffrono i quartieri popolari, si aggrava quando la violenza si diffonde e le organizzazioni criminali, al servizio di interessi economici o politici, utilizzano i bambini e i giovani come “carne da cannone” per i loro affari insanguinati. Conosco anche le sofferenze di donne che lottano eroicamente per proteggere i loro figli e figlie da questi pericoli. Chiedo a Dio che le autorità prendano insieme a voi la strada dell’inclusione sociale, dell’istruzione, dello sport, dell’azione comunitaria e della tutela delle famiglie, perché questa è l’unica garanzia di una pace giusta, vera e duratura.
Queste realtà che ho elencato non sono una combinazione casuale di problemi isolati. Sono piuttosto una conseguenza di nuove forme di colonialismo, che pretende che i paesi africani siano «pezzi di un meccanismo, parti di un ingranaggio gigantesco» (Giovanni Paolo II, Esort. ap. postsin. Ecclesia in Africa, 32-33). Non mancano di fatto, pressioni affinché si adottino politiche di scarto come quella della riduzione della natalità che pretende «legittimare l’attuale modello distributivo, in cui una minoranza si crede in diritto di consumare in una proporzione che sarebbe impossibile generalizzare» (Enc. Laudato si’, 50).
A questo proposito, propongo di riprendere l’idea di una rispettosa integrazione urbana. Né sradicamento, né paternalismo, né indifferenza, né semplice contenimento. Abbiamo bisogno di città integrate e per tutti. Abbiamo bisogno di andare oltre la mera declamazione di diritti che, in pratica, non sono rispettati, e attuare azioni sistematiche che migliorino l’habitat popolare e progettare nuove urbanizzazioni di qualità per ospitare le generazioni future. Il debito sociale, il debito ambientale con i poveri delle città si paga concretizzando il sacro diritto alla terra, alla casa e al lavoro [le tre “t”: tierra, techo, trabajo]. Questa non è filantropia, è un dovere morale di tutti.
Faccio appello a tutti i cristiani, in particolare ai Pastori, a rinnovare lo slancio missionario, a prendere l’iniziativa contro tante ingiustizie, a coinvolgersi nei problemi dei cittadini, ad accompagnarli nelle loro lotte, a custodire i frutti del loro lavoro collettivo e a celebrare insieme ogni piccola o grande vittoria. So che fate molto, ma vi chiedo di ricordare che non è un compito in più, ma forse il più importante, perché «i poveri sono i destinatari privilegiati del Vangelo» (Benedetto XVI, Discorso ai Vescovi del Brasile, 11 maggio 2007, 3).
Cari cittadini, cari fratelli. Preghiamo, lavoriamo e impegniamoci insieme perché ogni famiglia abbia una casa decente, abbia accesso all’acqua potabile, abbia un bagno, abbia energia sicura per illuminare, per cucinare, per migliorare le proprie abitazioni... perché ogni quartiere abbia strade, piazze, scuole, ospedali, spazi sportivi, ricreativi e artistici; perché i servizi essenziali arrivino ad ognuno di voi; perché siano ascoltati i vostri appelli e il vostro grido che chiede opportunità; perché tutti possiate godere della pace e della sicurezza che meritate secondo la vostra infinita dignità umana.
Mungu awabariki! (Dio vi benedica!)
E vi chiedo, per favore, di non dimenticarvi di pregare per me.
[02050-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]
Traduzione in lingua inglese
Thank you for welcoming me to your neighbourhood. I thank Archbishop Kivuva and Father Pascal for their kind words. I feel very much at home sharing these moments with brothers and sisters who, and I am not ashamed to say this, have a special place in my life and my decisions. I am here because I want you to know that your joys and hopes, your troubles and your sorrows, are not indifferent to me. I realize the difficulties which you experience daily! How can I not denounce the injustices which you suffer?
First of all, though, I would like to speak about something which the language of exclusion often disregards or seems to ignore. It is the wisdom found in poor neighbourhoods. A wisdom which is born of the “stubborn resistance” of that which is authentic” (cf. Laudato Si’, 112), from Gospel values which an opulent society, anaesthetized by unbridled consumption, would seem to have forgotten. You are able “to weave bonds of belonging and togetherness which convert overcrowding into an experience of community in which the walls of the ego are torn down and the barriers of selfishness overcome” (ibid., 149).
The culture of poor neighbourhoods, steeped in this particular wisdom, “has very positive traits, which can offer something to these times in which we live; it is expressed in values such as solidarity, giving one’s life for others, preferring birth to death, providing Christian burial to one’s dead; finding a place for the sick in one’s home, sharing bread with the hungry (for ‘there is always room for one more seat at the table’), showing patience and strength when faced with great adversity, and so on” (Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia, Argentina, Reflexiones sobre urbanización y la cultura villera, 2010). Values grounded in the fact each human being is more important than the god of money. Thank you for reminding us that another type of culture is possible.
I want in first place to uphold these values which you practice, values which are not quoted in the stock exchange, are not subject to speculation, and have no market price. I congratulate you, I accompany you and I want you to know that the Lord never forgets you. The path of Jesus began on the peripheries, it goes from the poor and with the poor, towards others.
To see these signs of good living that increase daily in your midst in no way entails a disregard for the dreadful injustice of urban exclusion. These are wounds inflicted by minorities who cling to power and wealth, who selfishly squander while a growing majority is forced to flee to abandoned, filthy and run-down peripheries.
This becomes even worse when we see the unjust distribution of land (if not in this neighbourhood, certainly in others) which leads in many cases to entire families having to pay excessive and unfair rents for utterly unfit housing. I am also aware of the serious problem posed by faceless “private developers” who hoard areas of land and even attempt to appropriate the playgrounds of your children’s schools. This is what happens when we forget that “God gave the earth to the whole human race for the sustenance of all its members, without excluding or favouring anyone” (Centesimus Annus, 31).
One very serious problem in this regard is the lack of access to infrastructures and basic services. By this I mean toilets, sewers, drains, refuse collection, electricity, roads, as well as schools, hospitals, recreational and sport centres, studios and workshops for artists and craftsmen. I refer in particular to access to drinking water. “Access to safe drinkable water is a basic and universal human right, since it is essential to human survival and, as such, is a condition for the exercise of other human rights. Our world has a grave social debt towards the poor who lack access to drinking water, because they are denied the right to a life consistent with their inalienable dignity” (Laudato Si’, 30). To deny a family water, under any bureaucratic pretext whatsoever, is a great injustice, especially when one profits from this need.
This situation of indifference and hostility experienced by poor neighbourhoods is aggravated when violence spreads and criminal organizations, serving economic or political interests, use children and young people as “canon fodder” for their ruthless business affairs. I also appreciate the struggles of those women who fight heroically to protect their sons and daughters from these dangers. I ask God that that the authorities may embark, together with you, upon the path of social inclusion, education, sport, community action, and the protection of families, for this is the only guarantee of a peace that is just, authentic and enduring.
These realities which I have just mentioned are not a random combination of unrelated problems. They are a consequence of new forms of colonialism which would make African countries “parts of a machine, cogs on a gigantic wheel” (Ecclesia in Africa, 52). Indeed, countries are frequently pressured to adopt policies typical of the culture of waste, like those aimed at lowering the birth rate, which seek “to legitimize the present model of distribution, where a minority believes that it has the right to consume in a way which can never be universalized” (Laudato Si’, 50).
In this regard, I would propose a renewed attention to the idea of a respectful urban integration, as opposed to elimination, paternalism, indifference or mere containment. We need integrated cities which belong to everyone. We need to go beyond the mere proclamation of rights which are not respected in practice, to implementing concrete and systematic initiatives capable of improving the overall living situation, and planning new urban developments of good quality for housing future generations. The social and environmental debt owed to the poor of cities can be paid by respecting their sacred right of the “three Ls”: Land, Lodging, Labour. This is not philanthropy; it is a moral duty upon all of us.
I wish to call all Christians, and their pastors in particular, to renew their missionary zeal, to take initiative in the face of so many situations of injustice, to be involved in their neighbours’ problems, to accompany them in their struggles, to protect the fruits of their communitarian labour and to celebrate together each victory, large or small. I realize that you are already doing much, but I ask to remember this is not just another task; it may instead be the most important task of all, because “the Gospel is addressed in a special way to the poor” (Benedict XVI, Address to the Bishops of Brazil, 11 May 2007, 3).
Dear neighbours, dear brothers and sisters, let us together pray, work and commit ourselves to ensuring that every family has dignified housing, access to drinking water, a toilet, reliable sources of energy for lighting, cooking and improving their homes; that every neighbourhood has streets, squares, schools, hospitals, areas for sport, recreation and art; that basic services are provided to each of you; that your appeals and your pleas for greater opportunity can be heard; that all can enjoy the peace and security which they rightfully deserve on the basis of their infinite human dignity.
Mungu awabariki! God bless you!
And I ask you, please, do not forget to pray for me.
[02050-EN.01] [Original text: Spanish]
Traduzione in lingua francese
Merci de me recevoir dans votre quartier. Merci à Mgr l’Archevêque Kivuva et au Père Pascal pour leurs paroles. En vérité, je me sens comme chez moi, en partageant ce moment avec des frères et des sœurs qui, je n’ai pas honte de le dire, ont une place de choix dans ma vie et dans mes options. Je suis ici pour vous assurer que vos joies et vos espérances, vos angoisses et vos tristesses, ne me sont pas indifférentes. Je connais les difficultés que vous traversez quotidiennement! Comment ne pas dénoncer les injustices que vous subissez?
Mais avant tout, je voudrais m’arrêter sur une réalité que les discours d’exclusion n’arrivent pas à reconnaître ou qu’ils semblent ignorer. Je veux parler de la sagesse des quartiers populaires. Une sagesse qui jaillit de la «résistance obstinée de ce qui est authentique» (Laudato Si’, n. 112) des valeurs évangéliques que la société opulente, endormie par la consommation effrénée, semble avoir oubliées. Vous êtes capables de tisser des « liens d’appartenance et de cohabitation, qui transforment l’entassement en expérience communautaire où les murs du moi sont rompus et les barrières de l’égoïsme dépassées» (Ibid., n. 149).
La culture des quartiers populaires imprégnée de cette sagesse particulière «a des caractéristiques très positives, qui sont un apport au monde où il nous revient de vivre, elle s’exprime par des valeurs telles que la solidarité; donner sa vie pour l’autre; préférer la naissance à la mort; donner une sépulture chrétienne aux morts. Offrir une place au malade dans sa propre maison, partager le pain avec l’affamé: ‘‘là où 10 mangent, 12 mangent’’; la patience et le courage face aux grandes adversités, etc.» (Équipe de Prêtres d’Argentine, Réflexions sur l’urbanisation et la culture de bidonville, 2010). Valeurs qui se fondent sur la vérité que chaque être humain est plus important que le dieu argent. Merci de nous rappeler qu’il y a un autre type de culture possible.
Je voudrais revendiquer en premier lieu ces valeurs que vous pratiquez, des valeurs qui ne sont pas cotées en Bourse, des valeurs qui ne sont pas objet de spéculation, ni n’ont pas de prix sur le marché. Je vous félicite, je vous accompagne et je veux que vous sachiez que le Seigneur ne vous oublie jamais. Le chemin de Jésus commence dans les périphéries, il part des pauvres et avec les pauvres, et va vers tous.
Reconnaître ces manifestations de vie honnête qui grandissent chaque jour au milieu de vous n’implique, en aucune manière, d’ignorer l’atroce injustice de la marginalisation urbaine. Celle-ci, ce sont les blessures provoquées par les minorités qui concentrent le pouvoir, la richesse et gaspillent de façon égoïste tandis que des majorités toujours croissantes sont obligées de se réfugier dans des périphéries abandonnées, contaminées, marginalisées.
Cela s’aggrave lorsque nous voyons l’injuste distribution de la terre (peut-être pas dans ce quartier, mais sûrement dans d’autres) qui conduit dans beaucoup de cas des familles entières à payer des loyers exorbitants pour des logements qui se trouvent dans des conditions inadéquates. Je connais aussi le grave problème de l’accaparement de terres par des ‘‘promoteurs privés’’ sans visage qui vont jusqu’à vouloir s’approprier la cour des écoles de vos enfants. Cela se passe parce qu’on oublie que «Dieu a donné la terre à tout le genre humain pour qu'elle fasse vivre tous ses membres, sans exclure ni privilégier personne» (Centesimus annus n. 31).
Dans ce sens, un grave problème est le manque d’accès aux infrastructures et aux services de base. Je me réfère aux toilettes, aux égouts, aux drainages, à la collecte des déchets, à l’éclairage, aux routes mais aussi aux écoles, aux hôpitaux, aux centres de loisir et de sport, aux ateliers d’art. Je veux me référer en particulier à l’eau potable. «L’accès à l’eau potable et sûre est un droit humain primordial, fondamental et universel, parce qu’il détermine la survie des personnes, et par conséquent il est une condition pour l’exercice des autres droits humains. Ce monde a une grave dette sociale envers les pauvres qui n’ont pas accès à l’eau potable, parce que c’est leur nier le droit à la vie, enraciné dans leur dignité inaliénable» (Laudato Si’, n. 30). Priver une famille d’eau, sous quelque prétexte bureaucratique, est une grande injustice, surtout lorsqu’on se fait du profit avec cette nécessité.
Cette situation d’indifférence et d’hostilité que subissent les quartiers populaires s’aggrave lorsque la violence se généralise et que les organisations criminelles, au service d’intérêts économiques ou politiques, utilisent des enfants et des jeunes comme ‘‘chair à canon’’ pour leurs affaires entachées de sang. Je connais aussi les souffrances des femmes qui luttent héroïquement pour préserver leurs enfants de ces dangers. Je demande à Dieu que les autorités empruntent avec vous la voie de l’inclusion sociale, de l’éducation, du sport, de l’action communautaire et de la protection des familles parce que c’est l’unique garantie d’une paix juste, véritable et durable.
Ces réalités que j’ai énumérées ne sont pas une combinaison fortuite de problèmes isolés. Elles sont même une conséquence de nouvelles formes de colonialisme qui veut encore que les pays africains soient «les pièces d'un mécanisme, les parties d'un engrenage gigantesque» (Ecclesia in Africa, n. 52).
De fait, les pressions ne manquent pas pour que soient adoptées des politiques de marginalisation, comme celle de la réduction de la natalité, qui veulent «légitimer ainsi le modèle de distribution actuel où une minorité se croit le droit de consommer dans une proportion qu’il serait impossible de généraliser» (Laudato Si’, n. 50).
En ce sens, je propose de revenir sur l’idée d’une intégration urbaine respectueuse. Ni éradication, ni paternalisme, ni indifférence, ni pur confinement. Nous avons besoin de villes intégrées et pour tous. Nous avons besoin de dépasser la pure déclaration de droits qui, en pratique, ne sont pas respectés, de réaliser des actions systématiques améliorant l’habitat populaire et de planifier de nouvelles urbanisations de qualité pour héberger les futures générations. La dette sociale, la dette environnementale envers les pauvres des villes se paie en rendant effectif le droit sacré aux trois ‘‘T’’ : terre, toit, et travail. Cela n’est pas de la philanthropie, c’est une obligation morale pour tous.
Je voudrais appeler tous les chrétiens, en particulier les pasteurs, à renouveler l’impulsion missionnaire, à prendre l’initiative face à tant d’injustices, à s’impliquer dans les problèmes des voisins, à les accompagner dans leurs luttes, à préserver les fruits de leur travail communautaire et à célébrer ensemble chaque victoire, petite ou grande. Je sais qu’ils font beaucoup, mais je leur demande de se souvenir qu’il ne s’agit pas d’une tâche de plus; c’est peut-être la plus importante, parce que «les pauvres sont les destinataires privilégiés de l’Evangile» (Benoît XVI, Discours à l’occasion de la rencontre avec l’Episcopat brésilien, 11 mai 2007, n. 3).
Chers voisins, chers frères, prions, travaillons et engageons-nous ensemble pour que toute famille ait un toit digne, ait accès à l’eau potable, ait des toilettes, ait de l’énergie sûre pour s’éclairer, cuisiner, puisse améliorer ses logements… afin que tout quartier ait des routes, des places, des écoles, des hôpitaux, des espaces de sport, de loisir et d’art; afin que les services de base arrivent à chacun d’entre vous; afin qu’on écoute vos réclamations et votre demande d’opportunités; afin que tous puissent jouir de la paix et de la sécurité qu’ils méritent conformément à leur dignité humaine infinie. Mungu awabariki (Que Dieu vous bénisse!)
Je vous le demande, s’il vous plaît, n’oubliez pas de prier pour moi!
[02050-FR.02] [Texte original: Espagnol]
Al termine, dopo un dialogo con i presenti e l’offerta dei doni, il Papa ha lasciato il quartiere Kangemi e si è trasferito in auto allo Stadio Kasarani per l’incontro con i giovani.
[B0926-XX.02]