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Viaggio Apostolico di Sua Santità Francesco a Cuba, negli Stati Uniti d’America e Visita alla sede dell’ONU, in occasione della partecipazione all’Incontro Mondiale delle Famiglie in Philadelphia (19-28 settembre 2015) – Santa Messa a conclusione dell’VIII Incontro Mondiale delle Famiglie, al “B. Franklyn Parkway” di Philadelphia, 27.09.2015


Santa Messa a conclusione dell’VIII Incontro Mondiale delle Famiglie, al B. Franklyn Parkway di Philadelphia

Omelia del Santo Padre

Traduzione in lingua inglese

Traduzione in lingua italiana

Nel pomeriggio, il Santo Padre si è congedato dal Seminario S. Carlo Borromeo, residenza papale a Philadelphia. Prima di raggiungere il B. Franklyn Parkway per la Santa Messa, Papa Francesco ha compiuto una sosta fuori programma alla St. Joseph University, retta dai gesuiti, dove ha incontrato il rabbino Abraham Skorka e benedetto una statua per onorare il 50° anniversario della dichiarazione conciliare Nostra Aetate.

Giunto poi al B. Franklyn Parkway, il Santo Padre ha percorso in papamobile tutto il perimetro del viale assiepato dalle famiglie, salutando i fedeli e abbracciando e baciando moltissimi bambini.

Alle ore 16 ha presieduto la Celebrazione Eucaristica a conclusione dell’VIII Incontro Mondiale delle Famiglie. Dopo la proclamazione del Vangelo, il Papa ha pronunciato l’omelia che riportiamo di seguito:

Omelia del Santo Padre

Hoy la Palabra de Dios nos sorprende con un lenguaje alegórico fuerte que nos hace pensar. Un lenguaje alegórico que nos desafía pero también estimula nuestro entusiasmo.

En la primera lectura, Josué dice a Moisés que dos miembros del pueblo están profetizando, proclamando la Palabra de Dios sin un mandato. En el Evangelio, Juan dice a Jesús que los discípulos le han impedido a un hombre sacar espíritus inmundos en su nombre. Y aquí viene la sorpresa: Moisés y Jesús reprenden a estos colaboradores por ser tan estrechos de mente. ¡Ojalá fueran todos profetas de la Palabra de Dios! ¡Ojalá que cada uno pudiera obrar milagros en el nombre del Señor!

Jesús encuentra, en cambio, hostilidad en la gente que no había aceptado cuanto dijo e hizo. Para ellos, la apertura de Jesús a la fe honesta y sincera de muchas personas que no formaban parte del pueblo elegido de Dios, les parecía intolerable. Los discípulos, por su parte, actuaron de buena fe, pero la tentación de ser escandalizados por la libertad de Dios que hace llover sobre «justos e injustos» (Mt 5,45), saltándose la burocracia, el oficialismo y los círculos íntimos, amenaza la autenticidad de la fe y, por tanto, tiene que ser vigorosamente rechazada.

Cuando nos damos cuenta de esto, podemos entender por qué las palabras de Jesús sobre el escándalo son tan duras. Para Jesús, el escándalo intolerable es todo lo que destruye y corrompe nuestra confianza en este modo de actuar del Espíritu.

Nuestro Padre no se deja ganar en generosidad y siembra. Siembra su presencia en nuestro mundo, ya que «el amor no consiste en que nosotros hayamos amado primero a Dios, sino en que Él nos amó primero» (1Jn 4,10). Amor que nos da la certeza honda: somos buscados por Él, somos esperados por Él. Esa confianza es la que lleva al discípulo a estimular, acompañar y hacer crecer todas las buenas iniciativas que existen a su alrededor. Dios quiere que todos sus hijos participen de la fiesta del Evangelio. No impidan todo lo bueno, dice Jesús, por el contrario, ayúdenlo a crecer. Poner en duda la obra del Espíritu, dar la impresión que la misma no tiene nada que ver con aquellos que «no son parte de nuestro grupo», que no son «como nosotros», es una tentación peligrosa. No bloquea solamente la conversión a la fe, sino que constituye una perversión de la fe.

La fe abre la «ventana» a la presencia actuante del Espíritu y nos muestra que, como la felicidad, la santidad está siempre ligada a los pequeños gestos. «El que les dé a beber un vaso de agua en mi nombre –dice Jesús, pequeño gesto– no se quedará sin recompensa» (Mc 9,41). Son gestos mínimos que uno aprende en el hogar; gestos de familia que se pierden en el anonimato de la cotidianidad pero que hacen diferente cada jornada. Son gestos de madre, de abuela, de padre, de abuelo, de hijo, de hermanos. Son gestos de ternura, de cariño, de compasión. Son gestos del plato caliente de quien espera a cenar, del desayuno temprano del que sabe acompañar a madrugar. Son gestos de hogar. Es la bendición antes de dormir y el abrazo al regresar de una larga jornada de trabajo. El amor se manifiesta en pequeñas cosas, en la atención mínima a lo cotidiano que hace que la vida siempre tenga sabor a hogar. La fe crece con la práctica y es plasmada por el amor. Por eso, nuestras familias, nuestros hogares, son verdaderas Iglesias domésticas. Es el lugar propio donde la fe se hace vida y la vida crece en la fe.

Jesús nos invita a no impedir esos pequeños gestos milagrosos, por el contrario, quiere que los provoquemos, que los hagamos crecer, que acompañemos la vida como se nos presenta, ayudando a despertar todos los pequeños gestos de amor, signos de su presencia viva y actuante en nuestro mundo.

Esta actitud a la que somos invitados nos lleva a preguntarnos, hoy, aquí, en el final de esta fiesta: ¿Cómo estamos trabajando para vivir esta lógica en nuestros hogares, en nuestras sociedades? ¿Qué tipo de mundo queremos dejarle a nuestros hijos? (cf. Laudato si’, 160). Pregunta que no podemos responder sólo nosotros. Es el Espíritu que nos invita y desafía a responderla con la gran familia humana. Nuestra casa común no tolera más divisiones estériles. El desafío urgente de proteger nuestra casa incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, porque sabemos que las cosas pueden cambiar (cf. ibid., 13). Que nuestros hijos encuentren en nosotros referentes de comunión, no de división. Que nuestros hijos encuentren en nosotros hombres y mujeres capaces de unirse a los demás para hacer germinar todo lo bueno que el Padre sembró.

De manera directa, pero con afecto, Jesús dice: «Si ustedes, pues, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?» (Lc 11,13) Cuánta sabiduría hay en estas palabras. Es verdad que en cuanto a bondad y pureza de corazón nosotros, seres humanos, no tenemos mucho de qué vanagloriarnos. Pero Jesús sabe que, en lo que se refiere a los niños, somos capaces de una generosidad infinita. Por eso nos alienta: si tenemos fe, el Padre nos dará su Espíritu.

Nosotros los cristianos, discípulos del Señor, pedimos a las familias del mundo que nos ayuden. Somos muchos los que participamos en esta celebración y esto es ya en sí mismo algo profético, una especie de milagro en el mundo de hoy, que está cansado de inventar nuevas divisiones, nuevos quebrantos, nuevos desastres. Ojalá todos fuéramos profetas. Ojalá cada uno de nosotros se abriera a los milagros del amor para el bien de su propia familia y de todas las familias del mundo –y estoy hablando de milagros de amor-, y poder así superar el escándalo de un amor mezquino y desconfiado, encerrado en sí mismo e impaciente con los demás. Les dejo como pregunta para que cada uno responda –porque dije la palabra “impaciente”-: ¿En mi casa se grita o se habla con amor y ternura? Es una buena manera de medir nuestro amor.

Qué bonito sería si en todas partes, y también más allá de nuestras fronteras, pudiéramos alentar y valorar esta profecía y este milagro. Renovemos nuestra fe en la palabra del Señor que invita a nuestras familias a esta apertura; que invita a todos a participar de la profecía de la alianza entre un hombre y una mujer, que genera vida y revela a Dios. Que nos ayude a participar de la profecía de la paz, de la ternura y del cariño familiar. Que nos ayude a participar del gesto profético de cuidar con ternura, con paciencia y con amor a nuestros niños y a nuestros abuelos.

Todo el que quiera traer a este mundo una familia, que enseñe a los niños a alegrarse por cada acción que tenga como propósito vencer el mal –una familia que muestra que el Espíritu está vivo y actuante– y encontrará gratitud y estima, no importando el pueblo o la religión, o la región, a la que pertenezca.

Que Dios nos conceda a todos ser profetas del gozo del Evangelio, del Evangelio de la familia, del amor de la familia, ser profetas como discípulos del Señor, y nos conceda la gracia de ser dignos de esta pureza de corazón que no se escandaliza del Evangelio. Que así sea.

[01518-ES.02] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua inglese

Today the word of God surprises us with powerful and thought-provoking images. Images which challenge us, but also stir our enthusiasm.

In the first reading, Joshua tells Moses that two members of the people are prophesying, speaking God’s word, without a mandate. In the Gospel, John tells Jesus that the disciples had stopped someone from casting out evil spirits in the name of Jesus. Here is the surprise: Moses and Jesus both rebuke those closest to them for being so narrow! Would that all could be prophets of God’s word! Would that everyone could work miracles in the Lord’s name!

Jesus encountered hostility from people who did not accept what he said and did. For them, his openness to the honest and sincere faith of many men and women who were not part of God’s chosen people seemed intolerable. The disciples, for their part, acted in good faith. But the temptation to be scandalized by the freedom of God, who sends rain on the righteous and the unrighteous alike (Mt 5:45), bypassing bureaucracy, officialdom and inner circles, threatens the authenticity of faith. Hence it must be vigorously rejected.

Once we realize this, we can understand why Jesus’ words about causing “scandal” are so harsh. For Jesus, the truly “intolerable” scandal is everything that breaks down and destroys our trust in the working of the Spirit!

Our Father will not be outdone in generosity and he continues to scatter seeds. He scatters the seeds of his presence in our world, for “love consists in this, not that we have loved God but that he loved us” first (1 Jn 4:10). That love gives us the profound certainty that we are sought by God; he waits for us. It is this confidence which makes disciples encourage, support and nurture the good things happening all around them. God wants all his children to take part in the feast of the Gospel. Jesus says, “Do not hold back anything that is good, instead help it to grow!” To raise doubts about the working of the Spirit, to give the impression that it cannot take place in those who are not “part of our group”, who are not “like us”, is a dangerous temptation. Not only does it block conversion to the faith; it is a perversion of faith!

Faith opens a “window” to the presence and working of the Spirit. It shows us that, like happiness, holiness is always tied to little gestures. “Whoever gives you a cup of water in my name will not go unrewarded”, says Jesus (cf. Mk 9:41). These little gestures are those we learn at home, in the family; they get lost amid all the other things we do, yet they do make each day different. They are the quiet things done by mothers and grandmothers, by fathers and grandfathers, by children, by brothers and sisters. They are little signs of tenderness, affection and compassion. Like the warm supper we look forward to at night, the early lunch awaiting someone who gets up early to go to work. Homely gestures. Like a blessing before we go to bed, or a hug after we return from a hard day’s work. Love is shown by little things, by attention to small daily signs which make us feel at home. Faith grows when it is lived and shaped by love. That is why our families, our homes, are true domestic churches. They are the right place for faith to become life, and life to grow in faith.

Jesus tells us not to hold back these little miracles. Instead, he wants us to encourage them, to spread them. He asks us to go through life, our everyday life, encouraging all these little signs of love as signs of his own living and active presence in our world.

So we might ask ourselves, today, here, at the conclusion of this meeting: How are we trying to live this way in our homes, in our societies? What kind of world do we want to leave to our children (cf. Laudato Si’, 160)? We cannot answer these questions alone, by ourselves. It is the Spirit who challenges us to respond as part of the great human family. Our common house can no longer tolerate sterile divisions. The urgent challenge of protecting our home includes the effort to bring the entire human family together in the pursuit of a sustainable and integral development, for we know that things can change (cf. ibid., 13). May our children find in us models and incentives to communion, not division! May our children find in us men and women capable of joining others in bringing to full flower all the good seeds which the Father has sown!

Pointedly, yet affectionately, Jesus tells us: “If you, who are evil, know how to give good gifts to your children, how much more will the heavenly Father give the Holy Spirit to those who ask him!” (Lk 11:13). How much wisdom there is in these few words! It is true that, as far as goodness and purity of heart are concerned, we human beings don’t have much to show! But Jesus knows that, where children are concerned, we are capable of boundless generosity. So he reassures us: if only we have faith, the Father will give us his Spirit.

We Christians, the Lord’s disciples, ask the families of the world to help us! How many of us are here at this celebration! This is itself something prophetic, a kind of miracle in today’s world, which is tired of inventing new divisions, new hurts, new disasters. Would that we could all be prophets! Would that all of us could be open to miracles of love to benefit our own families and all the families of the world, and thus overcome the scandal of a narrow, petty love, closed in on itself, impatient of others! I leave you with a question for each of you to answer – because I said the word “impatient”: at home do we shout at one another or do we speak with love and tenderness? This is a good way of measuring our love.

And how beautiful it would be if everywhere, even beyond our borders, we could appreciate and encourage this prophecy and this miracle! We renew our faith in the word of the Lord which invites faithful families to this openness. It invites all those who want to share the prophecy of the covenant of man and woman, which generates life and reveals God! May the Lord help us to be sharers in the prophecy of peace, of tenderness and affection in the family. May his word help us to share in the prophetic sign of watching over our children and our grandparents with tenderness, with patience and with love.

Anyone who wants to bring into this world a family which teaches children to be excited by every gesture aimed at overcoming evil – a family which shows that the Spirit is alive and at work – will encounter our gratitude and our appreciation. Whatever the family, people, religion or region to which they belong!

May God grant that all of us may be prophets of the joy of the Gospel, the Gospel of the family and family love, as disciples of the Lord. May he grant us the grace to be worthy of that purity of heart which is not scandalized by the Gospel! Amen.

[01518-EN.02] [Original text: Spanish]

Traduzione in lingua italiana

Oggi la Parola di Dio ci sorprende con un linguaggio allegorico forte, che ci fa pensare. immagini potenti, che interrogano le nostre riflessioni. Un linguaggio allegorico che ci interpella, ma che anima il nostro entusiasmo.

Nella prima Lettura, Giosuè dice a Mosè che due membri del popolo stanno profetizzando, e annunciano la parola di Dio senza alcun mandato. Nel Vangelo, Giovanni dice a Gesù che i discepoli hanno impedito a uno di scacciare gli spiriti maligni nel nome di Gesù. E qui viene la sorpresa: Mosè e Gesù rimproverano questi collaboratori per essere così chiusi di mente. Fossero tutti profeti della parola di Dio! Fosse capace ciascuno di fare miracoli nel nome del Signore!

Gesù, invece, trova ostilità nella gente che non aveva accettato ciò che faceva e diceva. Per loro, l’apertura di Gesù alla fede onesta e sincera di molte persone che non facevano parte del popolo eletto da Dio sembrava intollerabile. I discepoli, da parte loro, agivano in buona fede; ma la tentazione di essere scandalizzati dalla libertà di Dio, il Quale fa piovere sui giusti come sugli ingiusti (cfr Mt 5,45), oltrepassando la burocrazia, l’ufficialità e i circoli ristretti, minaccia l’autenticità della fede e, perciò, dev’essere respinta con forza.

Quando ci rendiamo conto di questo, possiamo capire perché le parole di Gesù sullo scandalo sono così dure. Per Gesù, lo scandalo intollerabile è tutto ciò che distrugge e corrompe la nostra fiducia nel modo di agire dello Spirito.

Dio nostro Padre non si lascia vincere in generosità e semina. Semina la sua presenza nel nostro mondo, poiché «in questo sta l'amore: non siamo stati noi ad amare Dio, ma è Lui che ha amato noi» per primo (1 Gv 4,10). Amore che ci dà la certezza profonda: siamo cercati da Lui, siamo aspettati da Lui. E’ questa fiducia che porta il discepolo a stimolare, accompagnare e far crescere tutte le buone iniziative che esistono attorno a lui. Dio vuole che tutti i suoi figli prendano parte alla festa del Vangelo. Non ostacolate ciò che è buono – dice Gesù –, al contrario, aiutatelo a crescere. Mettere in dubbio l’opera dello Spirito, dare l’impressione che essa non ha nulla a che fare con quelli che non sono “del nostro gruppo”, che non sono “come noi”, è una tentazione pericolosa. Non solo blocca la conversione alla fede, ma costituisce una perversione della fede.

La fede apre la “finestra” alla presenza operante dello Spirito e ci dimostra che, come la felicità, la santità è sempre legata ai piccoli gesti. «Chiunque vi darà da bere un bicchiere d’acqua nel mio nome – dice Gesù, piccolo gesto – non perderà la sua ricompensa» (Mc 9,41). Sono gesti minimi, che uno impara a casa; gesti di famiglia che si perdono nell’anonimato della quotidianità, ma che rendono ogni giorno diverso dall’altro. Sono gesti di madre, di nonna, di padre, di nonno, di figlio, di fratello. Sono gesti di tenerezza, di affetto, di compassione. Gesti come il piatto caldo di chi aspetta a cenare, come la prima colazione presto di chi sa accompagnare nell’alzarsi all’alba. Sono gesti familiari. E’ la benedizione prima di dormire e l’abbraccio al ritorno da una lunga giornata di lavoro. L’amore si esprime in piccole cose, nell’attenzione ai dettagli di ogni giorno che fanno sì che la vita abbia sempre sapore di casa. La fede cresce quando è vissuta e plasmata dall’amore. Perciò le nostre famiglie, le nostre case sono autentiche Chiese domestiche: sono il luogo adatto in cui la fede diventa vita e la vita cresce nella fede.

Gesù ci invita a non ostacolare questi piccoli gesti miracolosi, anzi, vuole che li provochiamo, che li facciamo crescere, che accompagniamo la vita così come ci si presenta, aiutando a suscitare tutti i piccoli gesti di amore, segni della sua presenza viva e operante nel nostro mondo.

Questo atteggiamento a cui siamo invitati ci porta a domandarci, oggi, qui, al termine di questa festa: come stiamo lavorando per vivere questa logica nelle nostre famiglie e nelle nostre società?, che tipo di mondo vogliamo lasciare ai nostri figli (cfr Laudato si’, 160)? Non possiamo rispondere noi da soli a queste domande. E’ lo Spirito che ci chiama e ci sfida a rispondere ad esse con la grande famiglia umana. La nostra casa comune non può più tollerare divisioni sterili. «La sfida urgente di proteggere la nostra casa […] comprende lo sforzo di unire l’intera famiglia umana nella ricerca di uno sviluppo sostenibile e integrale, poiché sappiamo che le cose possono cambiare» (ibid., 13). Che i nostri figli trovino in noi dei punti di riferimento per la comunione, non per la divisione. Che i nostri figli trovino in noi persone capaci di associarsi ad altri per far fiorire tutto il bene che il Padre ha seminato.

In modo diretto, ma con affetto, Gesù ci dice: «Se dunque voi, che siete cattivi, sapete dare cose buone ai vostri figli, quanto più il Padre vostro celeste darà lo Spirito Santo a coloro che glielo chiedono!» (Lc 11,13). Quanta saggezza c’è in queste parole! In effetti, quanto a bontà e purezza di cuore, noi esseri umani non abbiamo molto di cui vantarci! Ma Gesù sa che, per quanto riguarda i bambini, siamo capaci di una generosità senza limiti. Per questo ci incoraggia: se abbiamo fede, il Padre ci darà il suo Spirito.

Noi cristiani, discepoli del Signore, chiediamo alle famiglie del mondo che ci aiutino. Siamo tanti oggi a partecipare a questa celebrazione, e questo è già in sé stesso qualcosa di profetico, una specie di miracolo nel mondo di oggi, che è stanco di inventare nuove divisioni, nuove rotture, nuovi disastri. Magari fossimo tutti profeti! Magari ciascuno di noi si aprisse ai miracoli dell’amore per il bene della propria famiglia e di tutte le famiglie del mondo – e sto parlando di miracoli d’amore –, e per poter così superare lo scandalo di un amore meschino e sfiduciato, chiuso in sé stesso, senza pazienza con gli altri! Vi lascio come domanda, perché ciascuno risponda – perché ho detto la parola “impaziente”: a casa mia, si grida o si parla con amore e tenerezza? E’ un buon modo di misurare il nostro amore.

Come sarebbe bello se dappertutto, anche al di là dei nostri confini, potessimo incoraggiare e apprezzare questa profezia e questo miracolo! Rinnoviamo la nostra fede nella parola del Signore che invita le nostre famiglie a questa apertura; che invita tutti a partecipare alla profezia dell’alleanza tra un uomo e una donna, che genera vita e rivela Dio. Che ci aiuti a partecipare alla profezia della pace, della tenerezza e dell’affetto familiare. Che ci aiuti a partecipare al gesto profetico di prenderci cura con tenerezza, con pazienza e con amore dei nostri bambini e dei nostri nonni.

Ogni persona che desideri formare in questo mondo una famiglia che insegni ai figli a gioire per ogni azione che si proponga di vincere il male – una famiglia che mostri che lo Spirito è vivo e operante –, troverà la gratitudine e la stima, a qualunque popolo, religione o regione appartenga.

Dio conceda a tutti noi di essere profeti della gioia del Vangelo, del Vangelo della famiglia, dell’amore della famiglia, essere profeti come discepoli del Signore, e ci conceda la grazia di essere degni di questa purezza di cuore che non si scandalizza del Vangelo. Così sia.

[01518-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]

Al termine della Santa Messa, dopo il saluto dell’Arcivescovo di Philadelphia, S.E. Mons. Charles Joseph Chaput, OFM Cap., il Presidente del Pontificio Consiglio per la Famiglia, S.E. Mons. Vincenzo Paglia, ha annunciato che il IX Incontro Mondiale delle Famiglie si terrà a Dublin (Irlanda) nel 2018.

Quindi il Papa ha consegnato il Vangelo di Luca a cinque famiglie di ogni continente: Kinshasa (Africa), La Habana (America), Hanoi (Asia), Sydney (Australia) e Marseille (Europa), e anche ad una famiglia proveniente da Damasco ( Siria).

Dopo la benedizione finale, il Santo Padre si è recato in auto all’aeroporto internazionale di Philadelphia, per il congedo e il rientro in Italia.

[B0730-XX.02]