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Viaggio Apostolico di Sua Santità Francesco a Cuba, negli Stati Uniti d’America e Visita alla sede dell’ONU, in occasione della partecipazione all’Incontro Mondiale delle Famiglie in Philadelphia (19-28 settembre 2015) – Festa delle Famiglie e Veglia di preghiera al “B. Franklyn Parkway” di Philadelphia, 26.09.2015


Festa delle Famiglie e Veglia di preghiera al B. Franklyn Parkway di Philadelphia, in occasione dell’VIII Incontro Mondiale delle Famiglie (22-27 settembre 2015)

Discorso pronunciato dal Papa

Discorso preparato dal Santo Padre

In serata il Santo Padre Francesco si è recato in auto al B. Franklyn Parkway dove, alle ore 19.30, si è svolta la Festa delle Famiglie e la Veglia di preghiera, in occasione dell’VIII Incontro Mondiale delle Famiglie, raduno internazionale istituito nel 1994 da S. Giovanni Paolo II e che a Philadelphia è incentrato sul tema: “Love is our mission: the family fully alive” (L’amore è la nostra missione: la famiglia è pienamente viva).

Nel corso della festa delle Famiglie, introdotta dal saluto dell’Arcivescovo di Philadelphia, S.E. Mons. Charles Joseph Chaput, OFM Cap., dopo l’alternarsi di preghiere, testimonianze e canti, il Papa ha pronunciato un discorso a braccio, dando per letto quello preparato.

Di seguito riportiamo la trascrizione del discorso pronunciato dal Papa e il testo di quello da lui scritto in precedenza:

Discorso pronunciato dal Papa

Testo in lingua spagnola

Traduzione in lingua inglese

Traduzione in lingua italiana

Testo in lingua spagnola

Queridos hermanos y hermanas,
Queridas familias:

Gracias a quienes han dado testimonio. Gracias a quienes nos alegraron con el arte, con la belleza, que es el camino para llegar a Dios. La belleza nos lleva a Dios. Y un testimonio verdadero nos lleva a Dios porque Dios también es la verdad. Es la belleza y es la verdad. Y un testimonio dado para servir es bueno, nos hace buenos, porque Dios es bondad. Nos lleva a Dios. Todo lo bueno, todo lo verdadero y todo lo bello nos lleva Dios. Porque Dios es bueno, Dios es bello, Dios es verdad.

Gracias a todos. A los que nos dieron un mensaje aquí y a la presencia de ustedes, que también es un testimonio. Un verdadero testimonio de que vale la pena la vida en familia. De que una sociedad crece fuerte, crece buena, crece hermosa y crece verdadera si se edifica sobre la base de la familia.

Una vez, un chico me preguntó – ustedes saben que los chicos preguntan cosas difíciles –: «Padre, ¿qué hacía Dios antes de crear el mundo?». Les aseguro que me costó contestar. Y le dije lo que les digo ahora a ustedes: Antes de crear el mundo, Dios amaba porque Dios es amor, pero era tal el amor que tenía en sí mismo, ese amor entre el Padre y el Hijo, en el Espíritu Santo, era tan grande, tan desbordante… – esto no sé si es muy teológico, pero lo van a entender –, era tan grande que no podía ser egoísta. Tenía que salir de sí mismo para tener a quien amar fuera de sí. Y ahí, Dios creó el mundo. Ahí, Dios hizo esta maravilla en la que vivimos. Y que, como estamos un poquito mareados, la estamos destruyendo. Pero lo más lindo que hizo Dios – dice la Biblia – fue la familia. Creó al hombre y a la mujer; y les entregó todo; les entregó el mundo: «Crezcan, multiplíquense, cultiven la tierra, háganla producir, háganla crecer». Todo el amor que hizo en esa Creación maravillosa se lo entregó a una familia.

Volvemos atrás un poquito. Todo el amor que Dios tiene en sí, toda la belleza que Dios tiene en sí, toda la verdad que Dios tiene en sí, la entrega a la familia. Y una familia es verdaderamente familia cuando es capaz de abrir los brazos y recibir todo ese amor. Por supuesto, que el paraíso terrenal no está más acá, que la vida tiene sus problemas, que los hombres, por la astucia del demonio, aprendieron a dividirse. Y todo ese amor que Dios nos dio, casi se pierde. Y al poquito tiempo, el primer crimen, el primer fratricidio. Un hermano mata a otro hermano: la guerra. El amor, la belleza y la verdad de Dios, y la destrucción de la guerra. Y entre esas dos posiciones caminamos nosotros hoy. Nos toca a nosotros elegir, nos toca a nosotros decidir el camino para andar.

Pero volvamos para atrás. Cuando el hombre y su esposa se equivocaron y se alejaron de Dios, Dios no los dejó solos. Tanto el amor…, tanto el amor, que empezó a caminar con la humanidad, empezó a caminar con su pueblo, hasta que llegó el momento maduro y le dio la muestra de amor más grande: su Hijo. ¿Y a Su Hijo dónde lo mandó? ¿A un palacio, a una ciudad, a hacer una empresa? Lo mandó a una familia. Dios entró al mundo en una familia. Y pudo hacerlo porque esa familia era una familia que tenía el corazón abierto al amor, que tenía las puertas abiertas. Pensemos en María, jovencita. No lo podía creer: «¿Cómo puede suceder esto?». Y cuando le explicaron, obedeció. Pensemos en José, lleno de ilusiones de formar un hogar, y se encuentra con esta sorpresa que no entiende. Acepta, obedece. Y en la obediencia de amor de esta mujer, María, y de este hombre, José, se da una familia en la que viene Dios. Dios siempre golpea las puertas de los corazones. Le gusta hacerlo. Le sale de adentro. ¿Pero saben qué es lo que más le gusta? Golpear las puertas de las familias. Y encontrar las familias unidas, encontrar las familias que se quieren, encontrar las familias que hacen crecer a sus hijos y los educan, y que los llevan adelante, y que crean una sociedad de bondad, de verdad y de belleza.

Estamos en la fiesta de las familias. La familia tiene carta de ciudadanía divina. ¿Está claro? La carta de ciudadanía que tiene la familia se la dio Dios, para que en su seno creciera cada vez más la verdad, el amor y la belleza. Claro, algunos de ustedes me pueden decir: «Padre, usted habla así porque es soltero». En la familia hay dificultades. En las familias discutimos. En las familias a veces vuelan los platos. En las familias los hijos traen dolores de cabeza. No voy a hablar de las suegras. Pero en las familias siempre, siempre, hay cruz; siempre. Porque el amor de Dios, el Hijo de Dios, nos abrió también ese camino. Pero en las familias también, después de la cruz, hay resurrección, porque el Hijo de Dios nos abrió ese camino. Por eso la familia es –perdónenme la palabra– una fábrica de esperanza, de esperanza de vida y resurrección, pues Dios fue el que abrió ese camino. Y los hijos. Los hijos dan trabajo. Nosotros como hijos dimos trabajo. A veces, en casa veo algunos de mis colaboradores que vienen a trabajar con ojeras. Tienen un bebé de un mes, dos meses. Y les pregunto: «¿No dormiste?». Y él: «No, lloró toda la noche». En la familia hay dificultades, pero esas dificultades se superan con amor. El odio no supera ninguna dificultad. La división de los corazones no supera ninguna dificultad. Solamente el amor es capaz de superar la dificultad. El amor es fiesta, el amor es gozo, el amor es seguir adelante.

Y no quiero seguir hablando porque se hace demasiado largo, pero quisiera marcar dos puntitos de la familia en los que quisiera que se tuviera un especial cuidado. No sólo quisiera, tenemos que tener un especial cuidado. Los niños y los abuelos. Los niños y los jóvenes son el futuro, son la fuerza, los que llevan adelante. Son aquellos en los que ponemos esperanza. Los abuelos son la memoria de la familia. Son los que nos dieron la fe, nos transmitieron la fe. Cuidar a los abuelos y cuidar a los niños es la muestra de amor –no sé si más grande, pero yo diría– más promisoria de la familia, porque promete el futuro. Un pueblo que no saber cuidar a los niños y un pueblo que no sabe cuidar a los abuelos, es un pueblo sin futuro, porque no tiene la fuerza y no tiene la memoria que lo lleve adelante. Y bueno, La familia es bella, pero cuesta, trae problemas. En la familia a veces hay enemistades. El marido se pelea con la mujer, o se miran mal, o los hijos con el padre. Les sugiero un consejo: Nunca terminen el día sin hacer la paz en la familia. En una familia no se puede terminar el día en guerra. Que Dios los bendiga. Que Dios les dé fuerzas. Que Dios los anime a seguir adelante. Cuidemos la familia. Defendamos la familia porque ahí se juega nuestro futuro. Gracias. Que Dios los bendiga y recen por mí, por favor.

[01567-ES.01] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua inglese

Dear Brothers and Sisters,
Dear Families,

I thank those who offered their witness and those who brought us joy through their art, through beauty, which is the way to God. Beauty brings us to God. And a truthful witness brings us to God, because God is also truth. He is beauty and he is truth. A witness intended to help others is good, it makes us good, because God is goodness. It brings us to God. All that is good, all that is true and all that is beautiful brings us to God. Because God is good, God is beauty, God is truth.

I thank all of you. Those who spoke to us and the presence of everyone here, which is itself a witness. A truthful witness that family life is something worthwhile, and that a society grows stronger and better, it grows in beauty and it grows in truth, when it rises on the foundation of the family.

A young person once asked me – you know how young people ask hard questions! – “Father, what did God do before he created the world?” Believe me, I had a hard time answering that one. I told him what I am going to tell you now. Before he created the world, God was in love, because God is love. The love he had within himself, the love between the Father and the Son, in the Holy Spirit, was so great, so overflowing – I’m not sure if this is theologically precise, but you will get what I am saying – that love was so great that God could not be selfish. He had to go out from himself, in order to have someone to love outside of himself. So God created the world. God made this wonderful world in which we live and which, since we are not too smart, we are now in the process of destroying. But the most beautiful thing God made – so the Bible tells us – was the family. He created man and woman. And he gave them everything. He entrusted the world to them: “Grow, multiply, cultivate the earth, make it bear fruit, let it grow”. All the love he put into that marvelous creation, he entrusted to a family.

Let’s go back a bit. All the love God has in himself, all the beauty God has in himself, all the truth God has in himself, he entrusts to the family. A family is truly a family when it is capable of opening its arms to receive all that love. Of course the garden of Eden is long gone; life has its problems; men and women – through the wiles of the devil – experienced division. And all that love which God gave us was practically lost. And in no time, the first crime was committed, the first fratricide. Brother kills brother: war. God’s love, beauty and truth, and on the other hand the destructiveness of war: we are poised between those two realities even today. It is up to us to choose, to decide which way to go.

But let’s go back. When the man and his wife went astray and walked away from God, God did not leave them alone. Such was his love. So great was his love that he began to walk with mankind, he began to walk alongside his people, until the right time came and then he gave the greatest demonstration of love: his Son. And where did he send his Son? To a palace, to a city, to an office building? He sent him to a family. God came into the world in a family. And he could do this because that family was a family with a heart open to love, a family whose doors were open. We can think of Mary, a young woman. She couldn’t believe it: “How can this be?” But once it was explained to her, she obeyed. We think of Joseph, full of dreams for making a home; then along comes this surprise which he doesn’t understand. He accepts, he obeys. And in the loving obedience of this woman, Mary, and this man, Joseph, we have a family into which God comes. God always knocks on the doors of our hearts. He likes to do that. He goes out from within. But do you know what he likes best of all? To knock on the doors of families. And to see families which are united, families which love, families which bring up their children, educating them and helping them to grow, families which build a society of goodness, truth and beauty.

We are celebrating the festival of families. The family has a divine identity card. Do you see what I mean? God gave the family an identity card, so that families could be places in our world where his truth, love and beauty could continue to take root and grow. Some of you may say to me: “Father, you can say that because you’re not married!”. Certainly, in the family there are difficulties. In families we argue. In families sometimes we throw dishes. In families children cause headaches. I’m not going to say anything about mothers-in-law! Families always, always, have crosses. Always. Because the love of God, the Son of God, also asked us to follow him along this way. But in families also, the cross is followed by resurrection, because there too the Son of God leads us. So the family is – if you excuse the word – a workshop of hope, of the hope of life and resurrection, since God was the one who opened this path. Then too, there are children. Children are hard work. When we were children, we were hard work. Sometimes back home I see some of my staff who come to work with rings under their eyes. They have a one- or two-month-old baby. And I ask them: “Didn’t you get any sleep?” And they say: “No, the baby cried all night”. In families, there are difficulties, but those difficulties are resolved by love. Hatred doesn’t resolve any difficulty. Divided hearts do not resolve difficulties. Only love is capable of resolving difficulty. Love is a celebration, love is joy, love is perseverance.

I don’t want to keep on talking because it will go on too long, but I did want to stress two little points about the family. I would ask you to think about them. We have to care in a special way for children and for grandparents. Children and young people are the future; they are our strength; they are what keep us moving forward. They are the ones in whom we put our hope. Grandparents are a family’s memory. They are the ones who gave us the faith, they passed the faith on to us. Taking care of grandparents and taking care of children is the sign of love – I’m not sure if it is the greatest, but for the family I would say that it is the most promising – because it promises the future. A people incapable of caring for children and caring for the elderly is a people without a future, because it lacks the strength and the memory needed to move forward. The family is beautiful, but it takes hard work; it brings problems. In the family, sometimes there is fighting. The husband argues with the wife; they get upset with each other, or children get upset with their parents. May I offer a bit of advice: never end the day without making peace in the family. In the family the day cannot end in fighting. May God bless you. May God give you strength. May God inspire you to keep moving forward. Let us care for the family. Let us defend the family, because there our future is at stake. Thank you. God bless you, and please pray for me.

[01567-EN.02] [Original text: Spanish]

Traduzione in lingua italiana

Cari fratelli e sorelle,
care famiglie!

Grazie a coloro che hanno dato testimonianza. Grazie a coloro che ci hanno rallegrato con l’arte, con la bellezza, che la via per arrivare a Dio. La bellezza ci porta a Dio. E una testimonianza vera ci porta a Dio perché Dio è anche la verità. E’ la bellezza ed è la verità. E una testimonianza data come servizio è buona, ci rende buoni, perché Dio è bontà. Ci porta a Dio. Tutto ciò che è buono, vero e bello ci porta a Dio. Perché Dio è buono, Dio è bello, Dio è verità.

Grazie a tutti. A quelli che ci hanno dato un messaggio qui e alla vostra presenza, che pure è una testimonianza. Una vera testimonianza che vale la pena la vita in famiglia. Che una società cresce forte, cresce buona, cresce bella e cresce vera se si edifica sulla base della famiglia.

Una volta, un bambino mi ha chiesto – voi sapete che i bambini chiedono cose difficili – mi ha chiesto: “Padre, che cosa faceva Dio prima di creare il mondo?”. Vi assicuro che ho fatto fatica a rispondere. E gli ho detto quello che dico adesso a voi: prima di creare il mondo Dio amava, perché Dio è amore; ma era tale l’amore che aveva in sé stesso, l’amore tra il Padre e il Figlio, nello Spirito Santo, era così grande, così traboccante – questo non so se è molto teologico, ma potete capirlo – era così grande che non poteva essere egoista; doveva uscire da sé stesso per avere qualcuno da amare fuori di sé. E allora Dio ha creato il mondo. Allora Dio ha creato questa meraviglia in cui viviamo; e che, dato che siamo un po’ stupidi, stiamo distruggendo. Ma la cosa più bella che ha fatto Dio – dice la Bibbia – è la famiglia. Ha creato l’uomo e la donna. E ha affidato loro tutto. Ha consegnato loro il mondo: “Crescete, moltiplicatevi, coltivate la terra, fatela produrre, fatela crescere”. Tutto l’amore che ha realizzato in questa creazione meravigliosa l’ha affidato a una famiglia.

Torniamo un po’ indietro. Tutto l’amore che Dio ha in sé, tutta la bellezza che Dio ha in sé, tutta la verità che Dio ha in sé, la consegna alla famiglia. E una famiglia è veramente famiglia quando è capace di aprire le braccia e accogliere tutto questo amore. Certamente il paradiso terrestre non sta più qui, la vita ha i suoi problemi, gli uomini, per l’astuzia del demonio, hanno imparato a dividersi. E tutto quell’amore che Dio ci ha dato, quasi si perde. E in poco tempo, al primo crimine, al primo fratricidio. Un fratello uccide l’altro fratello: la guerra. L’amore, la bellezza e la verità di Dio, e la distruzione della guerra. E tra queste due posizioni camminiamo noi oggi. Sta a noi scegliere, sta a noi decidere la strada da seguire.

Ma torniamo indietro. Quando l’uomo e sua moglie hanno sbagliato e si sono allontanati da Dio, Dio non li ha lasciati soli. Tanto era l’amore. Tanto era l’amore che ha incominciato a camminare con l’umanità, ha incominciato a camminare con il suo popolo, finché giunse il momento maturo e diede il segno più grande del suo amore: il suo Figlio. E suo Figlio dove lo ha mandato? In un palazzo? In una città? A fare un’impresa? L’ha mandato in una famiglia. Dio è entrato nel mondo in una famiglia. E ha potuto farlo perché quella famiglia era una famiglia che aveva il cuore aperto all’amore, aveva le porta aperte. Pensiamo a Maria ragazza. Non poteva crederci: “Come può accadere questo?”. E quando le spiegarono, obbedì. Pensiamo a Giuseppe, pieno di aspettative di formare una famiglia, e si trova con questa sorpresa che non capisce. Accetta, obbedisce. E nell’obbedienza d’amore di questa donna, Maria, e di quest’uomo, Giuseppe, si forma una famiglia in cui viene Dio. Dio bussa sempre alle porte dei cuori. Gli piace farlo. Gli viene da dentro. Ma sapete quello che gli piace di più? Bussare alle porte delle famiglie. E trovare le famiglie unite, trovare le famiglie che si vogliono bene, trovare le famiglie che fanno crescere i figli e li educano, e che li portano avanti, e che creano una società di bontà, di verità e di bellezza.

Siamo alla festa delle famiglie. La famiglia ha la carta di cittadinanza divina. E’ chiaro? La carta di cittadinanza che ha la famiglia l’ha data Dio perché nel suo seno crescessero sempre più la verità, l’amore e la bellezza. Certo, qualcuno di voi mi può dire: “Padre, Lei parla così perché non è sposato. In famiglia ci sono difficoltà. Nelle famiglie discutiamo. Nelle famiglie a volte volano i piatti. Nelle famiglie i figli fanno venire il mal di testa. Non parliamo delle suocere…”. Nelle famiglie sempre, sempre c’è la croce. Sempre. Perché l’amore di Dio, il Figlio di Dio ci ha aperto anche questa via. Ma nelle famiglie, dopo la croce, c’è anche la risurrezione, perché il Figlio di Dio ci ha aperto questa via. Per questo la famiglia è – scusate il termine – una fabbrica di speranza, di speranza di vita e di risurrezione, perché è Dio che ha aperto questa via.

E i figli, i figli fanno da fare. Noi come figli abbiamo dato da fare. A volte, a casa, vedo alcuni dei miei collaboratori che vengono a lavorare con le occhiaie. Hanno un bimbo di un mese, due mesi. E gli domando: “Non hai dormito?” - “No, ha pianto tutta notte”. In famiglia ci sono le difficoltà. Ma queste difficoltà si superano con l’amore. L’odio non supera nessuna difficoltà. La divisione dei cuori non supera nessuna difficoltà. Solo l’amore è capace di superare la difficoltà. L’amore è festa, l’amore è gioia, l’amore è andare avanti.

E non voglio continuare a parlare perché si fa troppo tardi, ma vorrei sottolineare due piccoli punti sulla famiglia, sui quali vorrei che si avesse una cura speciale; non solo vorrei, dobbiamo avere una cura speciale: i bambini e i nonni. I bambini e i giovani sono il futuro, sono la forza, quelli che portano avanti. Sono quelli in cui riponiamo la speranza. I nonni sono la memoria della famiglia. Sono quelli che ci hanno dato la fede, ci hanno trasmesso la fede. Avere cura dei nonni e avere cura dei bambini è la prova di amore, non so se più grande, ma direi più promettente della famiglia, perché promette il futuro. Un popolo che non sa prendersi cura dei bambini e un popolo che non sa prendersi cura dei nonni è un popolo senza futuro, perché non ha la forza e non ha la memoria per andare avanti.

Dunque, la famiglia è bella, ma costa, dà problemi. Nella famiglia a volte ci sono ostilità. Il marito litiga con la moglie, o si guardano male, o i figli con il padre… Vi do un consiglio: non finite mai la giornata senza fare pace in famiglia. In una famiglia non si può finire la giornata in guerra.

Dio vi benedica. Dio vi dia le forze, Dio vi dia il coraggio per andare avanti. Prendiamoci cura della famiglia. Difendiamo la famiglia perché lì si gioca il nostro futuro. Grazie! Dio vi benedica e pregate per me. Per favore.

[01567-IT.01] [Testo originale: Spagnolo]

Discorso preparato dal Santo Padre

Testo in lingua spagnola

Traduzione in lingua inglese

Traduzione in lingua italiana

Testo in lingua spagnola

Queridos hermanos y hermanas,
Queridas familias:

Quiero agradecerle, en primer lugar, a las familias que se han animado a compartir con nosotros su vida, gracias por su testimonio. Siempre es un regalo poder escuchar a las familias compartir sus experiencias de vida; eso toca el corazón. Sentimos que ellas nos hablan de cosas verdaderamente personales y únicas que en cierta medida nos involucran a todos. Al escuchar sus vivencias podemos sentirnos implicados, interpelados como matrimonios, como padres, como hijos, hermanos, abuelos.

Mientras los escuchaba pensaba cuán importante es compartir la vida de nuestros hogares y ayudarnos a crecer en esta hermosa y desafiante tarea de «ser familia».

Estar con ustedes me hace pensar en uno de los misterios más hermosos del cristianismo. Dios no quiso venir al mundo de otra forma que no sea por medio de una familia. Dios no quiso acercarse a la humanidad sino por medio de un hogar. Dios no quiso otro nombre para sí que llamarse Enmanuel (Mt 1,23), es el Dios-con-nosotros. Y este ha sido desde el comienzo su sueño, su búsqueda, su lucha incansable por decirnos: «Yo soy el Dios con ustedes, el Dios para ustedes». Es el Dios que, desde el principio de la creación, dijo: «No es bueno que el hombre esté solo» (Gn 2,18a), y nosotros podemos seguir diciendo: No es bueno que la mujer esté sola, no es bueno que el niño, el anciano, el joven estén solos; no es bueno. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y los dos no serán sino una sola carne (cf. Gn 2,24). Los dos no serán sino un hogar, una familia.

Y así desde tiempos inmemorables, en lo profundo del corazón, escuchamos esas palabras que golpean con fuerza en nuestro interior: No es bueno que estés solo. La familia es el gran don, el gran regalo de este «Dios-con-nosotros», que no ha querido abandonarnos a la soledad de vivir sin nadie, sin desafíos, sin hogar.

Dios no sueña solo, busca hacerlo todo «con nosotros». El sueño de Dios se sigue realizando en los sueños de muchas parejas que se animan a hacer de su vida una familia.

Por eso, la familia es el símbolo vivo del proyecto amoroso que un día el Padre soñó. Querer formar una familia es animarse a ser parte del sueño de Dios, es animarse a soñar con Él, es animarse a construir con Él, es animarse a jugarse con Él esta historia de construir un mundo donde nadie se sienta solo, que nadie sienta que sobra o que no tiene un lugar.

Los cristianos admiramos la belleza y cada momento familiar como el lugar donde de manera gradual aprendemos el significado y el valor de las relaciones humanas. «Aprendemos que amar a alguien no es meramente un sentimiento poderoso, es una decisión, es un juicio, es una promesa» (Erich Fromm, el Arte de amar). Aprendemos a jugárnosla por alguien y que esto vale la pena.

Jesús no fue un «solterón», todo lo contrario. Él ha desposado a la Iglesia, la ha hecho su pueblo. Él se jugó la vida por los que ama dando todo de sí, para que su esposa, la Iglesia, pudiera siempre experimentar que Él es el Dios con nosotros, con su pueblo, su familia. No podemos comprender a Cristo sin su Iglesia, como no podemos comprender la Iglesia sin su esposo, Cristo-Jesús, quien se entregó por amor y nos mostró que vale la pena hacerlo.

Jugársela por amor, no es algo de por sí fácil. Al igual que para el Maestro, hay momentos que este «jugársela» pasa por situaciones de cruz. Momentos donde parece que todo se vuelve cuesta arriba. Pienso en tantos padres, en tantas familias, a las que les falta el trabajo o poseen un trabajo sin derechos que se vuelve un verdadero calvario. Cuánto sacrificio para poder conseguir el pan cotidiano. Lógicamente, estos padres, al llegar a su hogar, no pueden darle lo mejor de sí a sus hijos por el cansancio que llevan sobre sus «hombros».

Pienso en tantas familias que no poseen un techo sobre el que cobijarse o viven en situaciones de hacinamiento. Que no poseen el mínimo para poder construir vínculos de intimidad, de seguridad, de protección frente a tanto tipo de inclemencias.

Pienso en tantas familias que no pueden acceder a los servicios sanitarios mínimos. Que, frente a problemas de salud, especialmente de los hijos o de los ancianos, dependen de un sistema que no logra tomarlos con seriedad, postergando el dolor y sometiendo a estas familias a grandes sacrificios para poder responder a sus problemas sanitarios.

No podemos pensar en una sociedad sana que no le dé espacio concreto a la vida familiar. No podemos pensar en una sociedad con futuro que no encuentre una legislación capaz de defender y asegurar las condiciones mínimas y necesarias para que las familias, especialmente las que están comenzando, puedan desarrollarse. Cuántos problemas se revertirían si nuestras sociedades protegieran y aseguraran que el espacio familiar, sobre todo el de los jóvenes esposos, encontrara la posibilidad de tener un trabajo digno, un techo seguro, un servicio de salud que acompañe la gestación familiar en todas las etapas de la vida.

El sueño de Dios sigue irrevocable, sigue intacto y nos invita a nosotros a trabajar, a comprometernos en una sociedad pro familia. Una sociedad, donde «el pan, fruto de la tierra y el trabajo de los hombres» (Misal Romano), siga siendo ofrecido en todo techo alimentando la esperanza de sus hijos.

Ayudémonos a que este «jugársela por amor» siga siendo posible. Ayudémonos los unos a los otros, en los momentos de dificultad, a aliviar las cargas. Seamos los unos apoyo de los otros, seamos las familias apoyo de otras familias.

No existen familias perfectas y esto no nos tiene que desanimar. Por el contrario, el amor se aprende, el amor se vive, el amor crece «trabajándolo» según las circunstancias de la vida por la que atraviesa cada familia concreta. El amor nace y se desarrolla siempre entre luces y sombras. El amor es posible en hombres y mujeres concretos que buscan no hacer de los conflictos la última palabra, sino una oportunidad. Oportunidad para pedir ayuda, oportunidad para preguntarse en qué tenemos que mejorar, oportunidad para poder descubrir al Dios con nosotros que nunca nos abandona. Este es un gran legado que le podemos dejar a nuestros hijos, una muy buena enseñanza: nos equivocamos, sí; tenemos problemas, sí; pero sabemos que eso no es lo definitivo. Sabemos que los errores, los problemas, los conflictos son una oportunidad para acercarnos a los demás, a Dios.

Esta noche nos encontramos para rezar, para hacerlo en familia, para hacer de nuestros hogares el rostro sonriente de la Iglesia. Para encontrarnos con el Dios que no quiso venir al mundo de otra forma que no sea por medio de una familia. Para encontrarnos con el Dios con nosotros, el Dios que está siempre entre nosotros.

[01515-ES.01] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua inglese

Dear Brothers and Sisters,
Dear Families,

First of all, I want to thank the families who were willing to share their life stories with us. Thank you for your witness! It is always a gift to listen to families share their life experiences; it touches our hearts. We feel that they speak to us about things that are very personal and unique, which in some way involve all of us. In listening to their experiences, we can feel ourselves drawn in, challenged as married couples and parents, as children, brothers and sisters, and grandparents.

As I was listening, I was thinking how important it is for us to share our home life and to help one another in this marvelous and challenging task of “being a family”.

Being with you makes me think of one of the most beautiful mysteries of our Christian faith. God did not want to come into the world other than through a family. God did not want to draw near to humanity other than through a home. God did not want any other name for himself than Emmanuel (cf. Mt 1:23). He is “God with us”. This was his desire from the beginning, his purpose, his constant effort: to say to us: “I am God with you, I am God for you”. He is the God who from the very beginning of creation said: “It is not good for man to be alone” (Gen 2:18). We can add: it is not good for woman to be alone, it is not good for children, the elderly or the young to be alone. It is not good. That is why a man leaves his father and mother, and clings to his wife, and the two of them become one flesh (cf. Gen 2:24). The two are meant to be a home, a family.

From time immemorial, in the depths of our heart, we have heard those powerful words: it is not good for you to be alone. The family is the great blessing, the great gift of this “God with us”, who did not want to abandon us to the solitude of a life without others, without challenges, without a home.

God does not dream by himself, he tries to do everything “with us”. His dream constantly comes true in the dreams of many couples who work to make their life that of a family.

That is why the family is the living symbol of the loving plan of which the Father once dreamed. To want to form a family is to resolve to be a part of God’s dream, to choose to dream with him, to want to build with him, to join him in this saga of building a world where no one will feel alone, unwanted or homeless.

As Christians, we appreciate the beauty of the family and of family life as the place where we come to learn the meaning and value of human relationships. We learn that “to love someone is not just a strong feeling – it is a decision, it is a judgment, it is a promise” (Erich Fromm, The Art of Loving). We learn to stake everything on another person, and we learn that it is worth it.

Jesus was not a confirmed bachelor, far from it! He took the Church as his bride, and made her a people of his own. He laid down his life for those he loved, so that his bride, the Church, could always know that he is God with us, his people, his family. We cannot understand Christ without his Church, just as we cannot understand the Church without her spouse, Christ Jesus, who gave his life out of love, and who makes us see that it is worth the price.

Laying down one’s life out of love is not easy. As with the Master, “staking everything” can sometimes involve the cross. Times when everything seems uphill. I think of all those parents, all those families who lack employment or workers’ rights, and how this is a true cross. How many sacrifices they make to earn their daily bread! It is understandable that, when these parents return home, they are so weary that they cannot give their best to their children.

I think of all those families which lack housing or live in overcrowded conditions. Families which lack the basics to be able to build bonds of closeness, security and protection from troubles of any kind.

I think of all those families which lack access to basic health services. Families which, when faced with medical problems, especially those of their younger or older members, are dependent on a system which fails to meet their needs, is insensitive to their pain, and forces them to make great sacrifices to receive adequate treatment.

We cannot call any society healthy when it does not leave real room for family life. We cannot think that a society has a future when it fails to pass laws capable of protecting families and ensuring their basic needs, especially those of families just starting out. How many problems would be solved if our societies protected families and provided households, especially those of recently married couples, with the possibility of dignified work, housing and healthcare services to accompany them throughout life.

God’s dream does not change; it remains intact and it invites us to work for a society which supports families. A society where bread, “fruit of the earth and the work of human hands” continues to be put on the table of every home, to nourish the hope of its children.

Let us help one another to make it possible to “stake everything on love”. Let us help one another at times of difficulty and lighten each other’s burdens. Let us support one another. Let us be families which are a support for other families.

Perfect families do not exist. This must not discourage us. Quite the opposite. Love is something we learn; love is something we live; love grows as it is “forged” by the concrete situations which each particular family experiences. Love is born and constantly develops amid lights and shadows. Love can flourish in men and women who try not to make conflict the last word, but rather a new opportunity. An opportunity to seek help, an opportunity to question how we need to improve, an opportunity to discover the God who is with us and never abandons us. This is a great legacy that we can give to our children, a very good lesson: we make mistakes, yes; we have problems, yes. But we know that that is not really what counts. We know that mistakes, problems and conflicts are an opportunity to draw closer to others, to draw closer to God.

This evening we have come together to pray, to pray as a family, to make our homes the joyful face of the Church. To meet that God who did not want to come into our world in any other way than through a family. To meet “God with us”, the God who is always in our midst.

[01515-EN.01] [Original text: Spanish]

Traduzione in lingua italiana

Cari fratelli e sorelle,
Care famiglie!

Voglio ringraziare prima di tutto le famiglie che hanno avuto il coraggio di condividere con noi la loro vita. Grazie per la vostra testimonianza! E’ sempre un regalo poter ascoltare le famiglie condividere le loro esperienze di vita; tocca il cuore. Sentiamo che ci parlano di cose veramente personali e uniche, ma che in una certa misura ci riguardano tutti. Ascoltando le loro esperienze possiamo sentirci coinvolti, interpretati come coniugi, come genitori, come figli, fratelli, nonni. Mentre le ascoltavo pensavo a quanto è importante condividere la vita delle nostre case e aiutarci a crescere in questo compito bello e impegnativo di “essere famiglia”.

Essere con voi mi fa pensare ad uno dei misteri più belli del cristianesimo. Dio non ha voluto venire al mondo se non mediante una famiglia. Dio non ha voluto avvicinarsi all’umanità se non per mezzo di una casa. Dio non ha voluto per sé un altro nome che “Emmanuel” (cfr Mt 1,23), è il Dio con noi. E questo è stato fin dall’inizio il suo sogno, la sua ricerca, la sua lotta instancabile per dirci: “Io sono il Dio con voi, il Dio per voi”. E’ il Dio che fin dal principio della creazione disse: «Non è bene che l’uomo sia solo» (Gen 2,18) e noi possiamo proseguire dicendo: non è bene che la donna sia sola, non è bene che il bambino, l’anziano, il giovane, siano soli; non è bene. Per questo, l’uomo lascerà suo padre e sua madre, si unirà a sua moglie e i due saranno una sola carne (cfr Gen 2,24). I due saranno una sola dimora, una famiglia.

E così da tempi immemorabili, nel profondo del cuore, ascoltiamo quelle parole che toccano fortemente la nostra interiorità: non è bene che tu sia solo. La famiglia è il grande dono, il gran regalo di questo “Dio con noi” che non ha voluto abbandonarci alla solitudine di vivere senza nessuno, senza sfide, senza dimora.

Dio non sogna solamente, ma cerca di fare tutto “con noi”. Il sogno di Dio continua a realizzarsi nei sogni di molte coppie che hanno il coraggio di fare della loro vita una famiglia.

Per questo la famiglia è il simbolo vivo del progetto d’amore che un giorno il Padre ha sognato. Voler formare una famiglia è avere il coraggio di far parte del sogno di Dio, il coraggio di sognare con Lui, il coraggio di costruire con Lui, il coraggio di giocarci con Lui questa storia, di costruire un mondo dove nessuno si senta solo, che nessuno si senta superfluo o senza un posto.

Noi cristiani ammiriamo la bellezza e ogni momento familiare come il luogo dove, in modo graduale, impariamo il significato e il valore delle relazioni umane. Impariamo che amare qualcuno non è soltanto un sentimento potente, è una decisione, un giudizio, una promessa (cfr E. Fromm, L’arte di amare). Impariamo a spenderci per qualcuno e che ne vale la pena.

Gesù non è stato uno “scapolone”, tutto il contrario. Egli ha sposato la Chiesa, l’ha fatta suo popolo. Si è speso per quelli che ama dando tutto sé stesso perché la sua sposa, la Chiesa, potesse sempre sperimentare che Lui è il Dio con noi, con il suo popolo, con la sua famiglia. Non possiamo comprendere Cristo senza la sua Chiesa, come non possiamo comprendere la Chiesa senza il suo sposo, Cristo Gesù, che si è donato per amore e ci ha mostrato che vale la pena farlo.

Spendersi per amore, non è di per sé una cosa facile. Come è stato per il Maestro, ci sono momenti in cui questo “spendersi” passa attraverso situazioni di croce. Momenti in cui sembra che tutto diventi difficile. Penso a tanti genitori, tante famiglia a cui manca il lavoro, o hanno un lavoro senza diritti che diventa un vero calvario. Quanto sacrificio per procurarsi il pane quotidiano. Ovviamente, questi genitori, quando tornano a casa non possono dare il meglio di sé ai loro figli per la stanchezza che si portano addosso.

Penso a tante famiglie che non hanno un tetto sotto cui ripararsi, o vivono in situazioni di affollamento; che non possiedono il minimo per poter stabilire legami di intimità, di sicurezza, di protezione di fronte a tanti tipi di avversità.

Penso a tante famiglie che non possono accedere ai servizi sanitari di base. Che davanti a problemi di salute, specialmente dei bambini o degli anziani, dipendono da un sistema che non li tratta con serietà trascurando il dolore e sottoponendo queste famiglie a grandi sacrifici per poter rispondere ai propri problemi sanitari.

Non possiamo pensare a una società sana che non dia spazio concreto alla vita familiare. Non possiamo pensare al futuro di una società che non trovi una legislazione capace di difendere e assicurare le condizioni minime e necessarie perché le famiglie, specialmente quelle che stanno incominciando, possano svilupparsi. Quanti problemi si risolveranno se le nostre società proteggeranno il nucleo familiare e assicureranno che esso, in particolare quello dei giovani sposi, abbia la possibilità di un lavoro dignitoso, un’abitazione sicura, un servizio sanitario che accompagni la crescita della famiglia in tutte le fasi della vita.

Il sogno di Dio continua irrevocabile, continua intatto e ci invita a lavorare, ad impegnarci in favore di una società pro familia. Una società dove “il pane, frutto della terra e del lavoro dell’uomo” continui ad essere offerto in ogni casa alimentando la speranza dei suoi figli.

Aiutiamoci affinché questo “spendersi per amore” continui ad essere possibile. Aiutiamoci gli uni gli altri, nei momenti di difficoltà, ad alleviare il peso. Facciamo in modo di essere gli uni sostegno degli altri, le famiglie sostegno di altre famiglie.

Non esistono famiglie perfette e questo non ci deve scoraggiare. Al contrario, l’amore si impara, l’amore si vive, l’amore cresce “lavorandolo” secondo le circostanze della vita che ogni famiglia concreta attraversa. L’amore nasce e si sviluppa sempre tra luci e ombre. L’amore è possibile in uomini e donne concreti che cercano di non fare dei conflitti l’ultima parola, ma un’opportunità. Opportunità per chiedere aiuto, opportunità per chiedersi in che cosa dobbiamo migliorare, opportunità per scoprire il Dio-con-noi che mai ci abbandona. Questo è un grande lascito che possiamo dare ai nostri figli, un ottimo insegnamento: noi sbagliamo, sì; abbiamo problemi, sì; però sappiamo che queste cose non sono la realtà definitiva. Sappiamo che gli errori, i problemi, i conflitti sono un’opportunità per avvicinarsi agli altri, a Dio.

Questa sera siamo radunato per pregare, per farlo in famiglia, per fare delle nostre famiglie il volto sorridente della Chiesa. Per incontrarci con il Dio che non ha voluto altra forma per venire al mondo che non fosse per mezzo di una famiglia. Per incontrarci con il Dio con noi, il Dio che sta sempre in mezzo a noi.

[01515-IT.01] [Testo originale: Spagnolo]

Al termine, dopo la benedizione finale, Papa Francesco è rientrato al Seminario S. Carlo Borromeo.

[B0725-XX.02]