Santa Messa con Vescovi, sacerdoti, religiosi e religiose della Pennsylvania, nella Cattedrale di Philadelphia
Omelia del Santo Padre
Traduzione in lingua inglese
Traduzione in lingua italiana
Questa mattina, congedatosi dalla Residenza pontificia di New York, il Santo Padre Francesco si è trasferito al Downtown heliport per raggiungere in elicottero l’aeroporto internazionale “J.F. Kennedy” di New York da dove alle ore 8.40 – a bordo di un B777 dell’American Airlines – è decollato alla volta di Philadelphia, per partecipare all’VIII Incontro Mondiale delle Famiglie.
Accolto a Philadelphia dall’Arcivescovo S.E. Mons. Charles Joseph Chaput, OFM Cap., e da alcune Autorità locali, il Papa si è recato in auto alla Cattedrale Basilica dedicata ai Santi Pietro e Paolo dove, alle ore 10.30, ha presieduto la Celebrazione Eucaristica con i Vescovi, i sacerdoti, i religiosi e le religiose della Pennsylvania.
Nel corso della Santa Messa votiva della Beata Vergine Maria, Madre della Chiesa, dopo la proclamazione del Vangelo il Santo Padre ha pronunciato l’omelia che riportiamo di seguito:
Omelia del Santo Padre
Esta mañana he aprendido algo sobre la historia de esta hermosa Catedral: la historia que hay detrás de sus altos muros y ventanas. Me gusta pensar, sin embargo, que la historia de la Iglesia en esta ciudad y en este Estado es realmente una historia que no trata solo de la construcción de muros, sino también de derribarlos. Es una historia que nos habla de generaciones y generaciones de católicos comprometidos que han salido a las periferias y construido comunidades para el culto, para la educación, para la caridad y el servicio a la sociedad en general.
Esa historia se ve en los muchos santuarios que salpican esta ciudad y las numerosas iglesias parroquiales cuyas torres y campanarios hablan de la presencia de Dios en medio de nuestras comunidades. Se ve en el esfuerzo de todos aquellos sacerdotes, religiosos y laicos que, con dedicación, durante más de dos siglos, han atendido las necesidades espirituales de los pobres, los inmigrantes, los enfermos y los encarcelados. Y se ve en los cientos de escuelas en las que hermanos y hermanas religiosas han enseñado a los niños a leer y a escribir, a amar a Dios y al prójimo y a contribuir como buenos ciudadanos a la vida de la sociedad estadounidense. Todo esto es un gran legado que ustedes han recibido y que están llamados a enriquecer y transmitir.
La mayoría de ustedes conocen la historia de santa Catalina Drexel, una de las grandes santas que esta Iglesia local ha dado. Cuando le habló al Papa León XIII de las necesidades de las misiones, el Papa –era un Papa muy sabio– le preguntó intencionadamente: «¿Y tú?, ¿qué vas a hacer?». Esas palabras cambiaron la vida de Catalina, porque le recordaron que al final todo cristiano, hombre o mujer, en virtud del bautismo, ha recibido una misión. Cada uno de nosotros tiene que responder lo mejor que pueda al llamado del Señor para edificar su Cuerpo, la Iglesia.
«¿Y tú?». Me gustaría hacer hincapié en dos aspectos de estas palabras en el contexto de nuestra misión específica de transmitir la alegría del Evangelio y edificar la Iglesia, ya sea como sacerdotes, diáconos, o miembros varones y mujeres de institutos de vida consagrada.
En primer lugar, aquellas palabras –«¿Y tú?»– fueron dirigidas a una persona joven, a una mujer joven con altos ideales, y le cambiaron la vida. Le hicieron pensar en el inmenso trabajo que había que hacer y la llevaron a darse cuenta de que estaba siendo llamada a hacer algo al respecto. ¡Cuántos jóvenes en nuestras parroquias y escuelas tienen los mismos altos ideales, generosidad de espíritu y amor por Cristo y la Iglesia! Les pregunto: ¿Nosotros los desafiamos? ¿Les damos espacio y los ayudamos a que realicen su cometido? ¿Encontramos el modo de compartir su entusiasmo y sus dones con nuestras comunidades, sobre todo en la práctica de las obras de misericordia y en la preocupación por los demás? ¿Compartimos nuestra propia alegría y entusiasmo en el servicio del Señor?
Uno de los grandes desafíos de la Iglesia en este momento es fomentar en todos los fieles el sentido de la responsabilidad personal en la misión de la Iglesia, y capacitarlos para que puedan cumplir con tal responsabilidad como discípulos misioneros, como fermento del Evangelio en nuestro mundo. Esto requiere creatividad para adaptarse a los cambios de las situaciones, transmitiendo el legado del pasado, no solo a través del mantenimiento de estructuras e instituciones, que son útiles, sino sobre todo abriéndose a las posibilidades que el Espíritu nos descubre y mediante la comunicación de la alegría del Evangelio, todos los días y en todas las etapas de nuestra vida.
«¿Y tú?». Es significativo que estas palabras del anciano Papa fueran dirigidas a una mujer laica. Sabemos que el futuro de la Iglesia, en una sociedad que cambia rápidamente, reclama ya desde ahora una participación de los laicos mucho más activa. La Iglesia en los Estados Unidos ha dedicado siempre un gran esfuerzo a la catequesis y a la educación. Nuestro reto hoy es construir sobre esos cimientos sólidos y fomentar un sentido de colaboración y responsabilidad compartida en la planificación del futuro de nuestras parroquias e instituciones. Esto no significa renunciar a la autoridad espiritual que se nos ha confiado; más bien, significa discernir y emplear sabiamente los múltiples dones que el Espíritu derrama sobre la Iglesia. De manera particular, significa valorar la inmensa contribución que las mujeres, laicas y religiosas, han hecho y siguen haciendo en la vida de nuestras comunidades.
Queridos hermanos y hermanas, les doy las gracias por la forma en que cada uno de ustedes ha respondido a la pregunta de Jesús que inspiró su propia vocación: «¿Y tú?». Los animo a que renueven la alegría, el estupor de ese primer encuentro con Jesús y a sacar de esa alegría renovada fidelidad y fuerza. Espero con ilusión compartir con ustedes estos días y les pido que lleven mi afectuoso saludo a los que no pudieron estar con nosotros, especialmente a los numerosos sacerdotes, religiosos y religiosas ancianos que se unen espiritualmente.
Durante estos días del Encuentro Mundial de las Familias, les pediría de modo especial que reflexionen sobre nuestro servicio a las familias, a las parejas que se preparan para el matrimonio y a nuestros jóvenes. Sé lo mucho que se está haciendo en las iglesias particulares para responder a las necesidades de las familias y apoyarlas en su camino de fe. Les pido que oren fervientemente por ellas, así como por las deliberaciones del próximo Sínodo sobre la Familia.
Con gratitud por todo lo que hemos recibido, y con segura confianza en medio de nuestras necesidades, nos dirigimos a María, nuestra Madre Santísima. Que con su amor de madre interceda por la Iglesia en América, para que siga creciendo en el testimonio profético del poder que tiene la cruz de su Hijo para traer alegría, esperanza y fuerza a nuestro mundo. Rezo por cada uno de ustedes, y les pido, por favor, que lo hagan por mí.
[01513-ES.02] [Texto original: Español]
Traduzione in lingua inglese
This morning I learned something about the history of this beautiful Cathedral: the story behind its high walls and windows. I would like to think, though, that the history of the Church in this city and state is really a story not about building walls, but about breaking them down. It is a story about generation after generation of committed Catholics going out to the peripheries, and building communities of worship, education, charity and service to the larger society.
That story is seen in the many shrines which dot this city, and the many parish churches whose towers and steeples speak of God’s presence in the midst of our communities. It is seen in the efforts of all those dedicated priests, religious and laity who for over two centuries have ministered to the spiritual needs of the poor, the immigrant, the sick and those in prison. And it is seen in the hundreds of schools where religious brothers and sisters trained children to read and write, to love God and neighbor, and to contribute as good citizens to the life of American society. All of this is a great legacy which you have received, and which you have been called to enrich and pass on.
Most of you know the story of Saint Katharine Drexel, one of the great saints raised up by this local Church. When she spoke to Pope Leo XIII of the needs of the missions, the Pope – he was a very wise Pope! – asked her pointedly: “What about you? What are you going to do?”. Those words changed Katharine’s life, because they reminded her that, in the end, every Christian man and woman, by virtue of baptism, has received a mission. Each one of us has to respond, as best we can, to the Lord’s call to build up his Body, the Church.
“What about you?” I would like to dwell on two aspects of these words in the context of our specific mission to transmit the joy of the Gospel and to build up the Church, whether as priests, deacons, or men and women who belong to institutes of consecrated life.
First, those words – “What about you?” – were addressed to a young person, a young woman with high ideals, and they changed her life. They made her think of the immense work that had to be done, and to realize that she was being called to do her part. How many young people in our parishes and schools have the same high ideals, generosity of spirit, and love for Christ and the Church! I ask you: Do we challenge them? Do we make space for them and help them to do their part? To find ways of sharing their enthusiasm and gifts with our communities, above all in works of mercy and concern for others? Do we share our own joy and enthusiasm in serving the Lord?
One of the great challenges facing the Church in this generation is to foster in all the faithful a sense of personal responsibility for the Church’s mission, and to enable them to fulfill that responsibility as missionary disciples, as a leaven of the Gospel in our world. This will require creativity in adapting to changed situations, carrying forward the legacy of the past not primarily by maintaining our structures and institutions, which have served us well, but above all by being open to the possibilities which the Spirit opens up to us and communicating the joy of the Gospel, daily and in every season of our life.
“What about you?” It is significant that these words of the elderly Pope were also addressed to a lay woman. We know that the future of the Church in a rapidly changing society will call, and even now calls, for a much more active engagement on the part of the laity. The Church in the United States has always devoted immense effort to the work of catechesis and education. Our challenge today is to build on those solid foundations and to foster a sense of collaboration and shared responsibility in planning for the future of our parishes and institutions. This does not mean relinquishing the spiritual authority with which we have been entrusted; rather, it means discerning and employing wisely the manifold gifts which the Spirit pours out upon the Church. In a particular way, it means valuing the immense contribution which women, lay and religious, have made and continue to make, in the life of our communities.
Dear brothers and sisters, I thank you for the way in which each of you has answered Jesus’ question which inspired your own vocation: “What about you?”. I encourage you to be renewed in the joy and wonder of that first encounter with Jesus, and to draw from that joy renewed fidelity and strength. I look forward to being with you in these days and I ask you to bring my affectionate greetings to those who could not be with us, especially the many elderly priests and men and women religious who join us in spirit.
During these days of the World Meeting of Families, I would ask you in a particular way to reflect on our ministry to families, to couples preparing for marriage, and to our young people. I know how much is being done in the local Churches to respond to the needs of families and to support them in their journey of faith. I ask you to pray fervently for them, and for the deliberations of the forthcoming Synod on the Family.
Now, with gratitude for all we have received, and with confident assurance in all our needs, we turn to Mary, our Blessed Mother. With a mother’s love, may she intercede for the growth of the Church in America in prophetic witness to the power of her Son’s Cross to bring joy, hope and strength into our world. I pray for each of you, and I ask you, please, to pray for me.
[01513-EN.02] [Original text: Spanish]
Traduzione in lingua italiana
Questa mattina ho imparato qualcosa sulla storia di questa splendida Cattedrale. La storia che c’è dietro le sue alte mura e le sue vetrate. Mi piace pensare, tuttavia, che la storia della Chiesa in questa città e in questo Stato è in realtà una storia che non comprende solo la costruzione di mura, ma anche il loro abbattimento. E’ una storia che ci parla di generazioni e generazioni di cattolici impegnati che sono andati verso le periferie e hanno costruito comunità per il culto, per l’educazione, per la carità e il servizio della società in generale.
Tale storia si vede nei molti santuari che punteggiano questa città, e le numerose chiese parrocchiali i cui campanili parlano della presenza di Dio in mezzo alle nostre comunità. Si vede nello sforzo di tutti quei sacerdoti, religiosi e laici che, con dedizione, per più di due secoli, si sono occupati delle necessità spirituali dei poveri, degli immigrati, dei malati e dei carcerati. E si vede nelle centinaia di scuole in cui fratelli e sorelle religiosi hanno insegnato ai bambini a leggere e scrivere, ad amare Dio e il prossimo, e a contribuire come buoni cittadini alla vita della società statunitense. Tutto questo è una grande eredità che voi avete ricevuto, e che siete chiamati ad arricchire e trasmettere.
La maggior parte di voi conosce la storia di santa Caterina Drexel, una delle grandi sante che questa Chiesa locale ha dato. Quando parlò al Papa Leone XIII delle necessità delle missioni, il Papa – era un Papa molto saggio – le domandò intenzionalmente: “E tu? Che cosa farai?”. Quelle parole cambiarono la vita di Caterina, perché le ricordarono che in fondo ogni cristiano, uomo o donna, in virtù del Battesimo, ha ricevuto una missione. Ognuno di noi deve rispondere come meglio può alla chiamata del Signore per edificare il suo Corpo, la Chiesa.
“E tu?”. Vorrei sottolineare due aspetti di queste parole nel contesto della nostra specifica missione di trasmettere la gioia del Vangelo e edificare la Chiesa, come sacerdoti, diaconi, o membri, uomini e donne, di istituti di vita consacrata.
In primo luogo, quelle parole – “E tu?” – sono state rivolte ad una persona giovane, a una giovane donna con alti ideali, e le hanno cambiato la vita. Le hanno fatto pensare all’immenso lavoro che c’era da fare, e la portarono a rendersi conto che era chiamata a fare qualcosa in tal senso. Quanti giovani nelle nostre parrocchie e scuole hanno i medesimi alti ideali, generosità di spirito, e amore per Cristo e la Chiesa! Vi domando: noi, li mettiamo alla prova? Diamo loro spazio e li aiutiamo a realizzare il loro compito? Troviamo il modo di condividere il loro entusiasmo e i loro doni con le nostre comunità, soprattutto nella pratica delle opere di misericordia e nell’attenzione agli altri? Condividiamo la nostra gioia e il nostro entusiasmo nel servizio del Signore?
Una delle grandi sfide per la Chiesa in questo momento è far crescere in tutti i fedeli il senso di responsabilità personale nella missione della Chiesa, e renderli capaci di adempiere tale responsabilità come discepoli missionari, come fermento del Vangelo nel nostro mondo. Questo richiede creatività per adattarsi al mutare della situazioni, trasmettendo l’eredità del passato, non solo attraverso il mantenimento di strutture e istituzioni, che sono utili, ma soprattutto aprendosi alle possibilità che lo Spirito ci fa scoprire e mediante la comunicazione della gioia del Vangelo, tutti i giorni e in tutte le fasi della nostra vita.
“E tu?”. E’ significativo che queste parole dell’anziano Papa sono state rivolte ad una donna laica. Sappiamo che il futuro della Chiesa, in una società che cambia rapidamente, esige già fin d’ora una partecipazione dei laici molto più attiva. La Chiesa degli Stati Uniti ha posto sempre un grande impegno nella catechesi e nell’educazione. La nostra sfida oggi è costruire su quelle basi solide e far crescere un senso di collaborazione e responsabilità condivisa nella programmazione del futuro delle nostre parrocchie e istituzioni. Questo non significa rinunciare all’autorità spirituale che ci è stata conferita; piuttosto, significa discernere e valorizzare sapientemente i molteplici doni che lo Spirito effonde sulla Chiesa. In modo particolare, significa stimare l’immenso contributo che le donne, laiche e religiose, hanno dato e continuano a dare nella vita delle nostre comunità.
Cari fratelli e sorelle, vi ringrazio per il modo in cui ciascuno di voi ha risposto alla domanda di Gesù che ha ispirato la vostra personale vocazione: “E tu?”. Vi incoraggio a rinnovare la gioia, lo stupore di quel primo incontro con Gesù e a trarre da quella gioia fedeltà e forza rinnovate. Sono ansioso di condividere con voi questi giorni e vi domando di portare il mio affettuoso saluto a quanti non hanno potuto essere qui con noi, specialmente ai numerosi sacerdoti, religiose e religiosi anziani che sono uniti a noi spiritualmente.
Durante questi giorni dell’Incontro Mondiale delle Famiglie, vi chiederei in modo speciale di riflettere sul nostro servizio alle famiglie, alle coppie che si preparano al matrimonio, e ai nostri giovani. So che nelle Chiese particolari si sta facendo tanto per rispondere alle necessità delle famiglie e sostenerle nel loro cammino di fede. Vi chiedo di pregare ferventemente per esse, come pure per le decisioni del prossimo Sinodo sulla famiglia.
Con gratitudine per tutto quello che abbiamo ricevuto, e con sicura fiducia in mezzo alle nostre necessità, ci rivolgiamo a Maria, nostra Madre Santissima. Con il suo amore di madre interceda per la Chiesa in America, affinché continui a crescere nella testimonianza profetica della potenza della Croce di suo Figlio per portare gioia, speranza e forza al nostro mondo. Prego per ognuno di voi, e vi chiedo, per favore, di farlo per me.
[01513-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]
Al termine della Celebrazione, dopo il saluto dell’Arcivescovo di Philadelphia, S.E. Mons. Charles Joseph Chaput, e la benedizione finale, il Papa si è trasferito in auto al Saint Charles Borromeo Seminary, Residenza pontificia nel corso della permanenza a Philadelphia.
[B0723-XX.02]