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Viaggio Apostolico di Sua Santità Francesco a Cuba, negli Stati Uniti d’America e Visita alla sede dell’ONU, in occasione della partecipazione all’Incontro Mondiale delle Famiglie in Philadelphia (19-28 settembre 2015) – Santa Messa nel “Madison Square Garden” di New York, 25.09.2015


Santa Messa nel “Madison Square Garden” di New York

Omelia del Santo Padre

Traduzione in lingua inglese

Traduzione in lingua italiana

Alle ore 18 di questo pomeriggio, il Santo Padre ha presieduto la Celebrazione Eucaristica per la pace e la giustizia nel Madison Square Garden di New York.

Nel corso della Santa Messa, dopo la proclamazione del Vangelo, il Papa ha pronunciato l’omelia che riportiamo di seguito:

Omelia del Santo Padre

Estamos en el Madison Square Garden, lugar emblemático de esta ciudad, sede de importantes encuentros deportivos, artísticos, musicales, que logra congregar a personas provenientes de distintas partes, no solo de esta ciudad, sino del mundo entero. En este lugar que representa las distintas facetas de la vida de los ciudadanos que se congregan por intereses comunes, hemos escuchado: «El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz» (Is 9,1). El pueblo que caminaba, el pueblo en medio de sus actividades, de sus rutinas; el pueblo que caminaba cargando sobre sí sus aciertos y sus equivocaciones, sus miedos y sus oportunidades. Ese pueblo ha visto una gran luz. El pueblo que caminaba con sus alegrías y esperanzas, con sus desilusiones y amarguras, ese pueblo ha visto una gran luz.

El Pueblo de Dios es invitado en cada época histórica a contemplar esta luz. Luz que quiere iluminar a las naciones. Así, lleno de júbilo, lo expresaba el anciano Simeón. Luz que quiere llegar a cada rincón de esta ciudad, a nuestros conciudadanos, a cada espacio de nuestra vida.

«El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz». Una de las particularidades del pueblo creyente pasa por su capacidad de ver, de contemplar en medio de sus «oscuridades» la luz que Cristo viene a traer. Ese pueblo creyente que sabe mirar, que saber discernir, que sabe contemplar la presencia viva de Dios en medio de su vida, en medio de su ciudad. Con el profeta hoy podemos decir: el pueblo que camina, respira, vive entre el «smog», ha visto una gran luz, ha experimentado un aire de vida.

Vivir en una ciudad es algo bastante complejo: contexto pluricultural con grandes desafíos no fáciles de resolver. Las grandes ciudades son recuerdo de la riqueza que esconde nuestro mundo: la diversidad de culturas, tradiciones e historias. La variedad de lenguas, de vestidos, de alimentos. Las grandes ciudades se vuelven polos que parecen presentar la pluralidad de maneras que los seres humanos hemos encontrado de responder al sentido de la vida en las circunstancias donde nos encontrábamos. A su vez, las grandes ciudades esconden el rostro de tantos que parecen no tener ciudadanía o ser ciudadanos de segunda categoría. En las grandes ciudades, bajo el ruido del tránsito, bajo «el ritmo del cambio», quedan silenciados tantos rostros por no tener «derecho» a ciudadanía, no tener derecho a ser parte de la ciudad – los extranjeros, sus hijos (y no solo) que no logran la escolarización, los privados de seguro médico, los sin techo, los ancianos solos –, quedando al borde de nuestras calles, en nuestras veredas, en un anonimato ensordecedor. Y se convierten en parte de un paisaje urbano que lentamente se va naturalizando ante nuestros ojos y especialmente en nuestro corazón.

Saber que Jesús sigue caminando en nuestras calles, mezclándose vitalmente con su pueblo, implicándose e implicando a las personas en una única historia de salvación, nos llena de esperanza, una esperanza que nos libera de esa fuerza que nos empuja a aislarnos, a desentendernos de la vida de los demás, de la vida de nuestra ciudad. Una esperanza que nos libra de «conexiones» vacías, de los análisis abstractos o de rutinas sensacionalistas. Una esperanza que no tiene miedo a involucrarse actuando como fermento en los rincones donde nos toque vivir y actuar. Una esperanza que nos invita a ver en medio del «smog» la presencia de Dios que sigue caminando en nuestra ciudad. Porque Dios está en la ciudad.

¿Cómo es esta luz que transita nuestras calles? ¿Cómo encontrar a Dios que vive con nosotros en medio del «smog» de nuestras ciudades? ¿Cómo encontrarnos con Jesús vivo y actuante en el hoy de nuestras ciudades pluriculturales?

El profeta Isaías nos hará de guía en este «aprender a mirar». Habló de la luz, que es Jesús. Y ahora nos presenta a Jesús como «Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz» (9,5-6). De esta manera, nos introduce en la vida del Hijo para que también esa sea nuestra vida.

«Consejero maravilloso». Los Evangelios nos narran cómo muchos van a preguntarle: «Maestro, ¿qué debemos hacer?». El primer movimiento que Jesús genera con su respuesta es proponer, incitar, motivar. Propone siempre a sus discípulos ir, salir. Los empuja a ir al encuentro de los otros, donde realmente están y no donde nos gustarían que estuviesen. Vayan, una y otra vez, vayan sin miedo, vayan sin asco, vayan y anuncien esta alegría que es para todo el pueblo.

«Dios fuerte». En Jesús Dios se hizo el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, el Dios que camina a nuestro lado, que se ha mezclado en nuestras cosas, en nuestras casas, en nuestras «ollas», como le gustaba decir a santa Teresa de Jesús.

«Padre para siempre». Nada ni nadie podrá apartarnos de su Amor. Vayan y anuncien, vayan y vivan que Dios está en medio de ustedes como un Padre misericordioso que sale todas las mañanas y todas las tardes para ver si su hijo vuelve a casa, y apenas lo ve venir corre a abrazarlo. Esto es lindo. Un abrazo que busca asumir, busca purificar y elevar la dignidad de sus hijos. Padre que, en su abrazo, es «buena noticia a los pobres, alivio de los afligidos, libertad a los oprimidos, consuelo para los tristes» (Is 61,1).

«Príncipe de la paz». El andar hacia los otros para compartir la buena nueva que Dios es nuestro Padre, que camina a nuestro lado, nos libera del anonimato, de una vida sin rostros, una vida vacía y nos introduce en la escuela del encuentro. Nos libera de la guerra de la competencia, de la autorreferencialidad, para abrirnos al camino de la paz. Esa paz que nace del reconocimiento del otro, esa paz que surge en el corazón al mirar especialmente al más necesitado como a un hermano.

Dios vive en nuestras ciudades, la Iglesia vive en nuestras ciudades. Y Dios y la Iglesia, que viven en nuestras ciudades, quieren ser fermento en la masa, quieren mezclarse con todos, acompañando a todos, anunciando las maravillas de Aquel que es Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz.

«El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz» y nosotros, cristianos, somos testigos.

[01512-ES.02] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua inglese

We are in Madison Square Garden, a place synonymous with this city. This is the site of important athletic, artistic and musical events attracting people not only from this city, but from the whole world. In this place, which represents both the variety and the common interests of so many different people, we have listened to the words: “The people who walked in darkness have seen a great light” (Is 9:1).

The people who walked – caught up in their activities and routines, amid their successes and failures, their worries and expectations – have seen a great light. The people who walked – with all their joys and hopes, their disappointments and regrets – have seen a great light.

In every age, the People of God are called to contemplate this light. A light for the nations, as the elderly Simeon joyfully expressed it. A light meant to shine on every corner of this city, on our fellow citizens, on every part of our lives.

“The people who walked in darkness have seen a great light”. One special quality of God’s people is their ability to see, to contemplate, even in “moments of darkness”, the light which Christ brings. God’s faithful people can see, discern and contemplate his living presence in the midst of life, in the midst of the city. Together with the prophet Isaiah, we can say: The people who walk, breathe and live in the midst of smog, have seen a great light, have experienced a breath of fresh air.

Living in a big city is not always easy. A multicultural context presents many complex challenges. Yet big cities are a reminder of the hidden riches present in our world: in the diversity of its cultures, traditions and historical experiences. In the variety of its languages, costumes and cuisine. Big cities bring together all the different ways which we human beings have discovered to express the meaning of life, wherever we may be.

But big cities also conceal the faces of all those people who don’t appear to belong, or are second-class citizens. In big cities, beneath the roar of traffic, beneath “the rapid pace of change”, so many faces pass by unnoticed because they have no “right” to be there, no right to be part of the city. They are the foreigners, the children who go without schooling, those deprived of medical insurance, the homeless, the forgotten elderly. These people stand at the edges of our great avenues, in our streets, in deafening anonymity. They become part of an urban landscape which is more and more taken for granted, in our eyes, and especially in our hearts.

Knowing that Jesus still walks our streets, that he is part of the lives of his people, that he is involved with us in one vast history of salvation, fills us with hope. A hope which liberates us from the forces pushing us to isolation and lack of concern for the lives of others, for the life of our city. A hope which frees us from empty “connections”, from abstract analyses, or sensationalist routines. A hope which is unafraid of involvement, which acts as a leaven wherever we happen to live and work. A hope which makes us see, even in the midst of smog, the presence of God as he continues to walk the streets of our city. Because God is in the city.

What is it like, this light travelling through our streets? How do we encounter God, who lives with us amid the smog of our cities? How do we encounter Jesus, alive and at work in the daily life of our multicultural cities?

The prophet Isaiah can guide us in this process of “learning to see”. He speaks of the light which is Jesus. And now he presents Jesus to us as “Wonderful Counselor, the Mighty God, the Everlasting Father, the Prince of Peace”. In this way, he introduces us to the life of the Son, so that his life can be our life.

Wonderful Counselor. The Gospels tell us how many people came up to Jesus to ask: “Master, what must we do?” The first thing that Jesus does in response is to propose, to encourage, to motivate. He keeps telling his disciples to go, to go out. He urges them to go out and meet others where they really are, not where we think they should be. Go out, again and again, go out without fear, go out without hesitation. Go out and proclaim this joy which is for all the people.

The Mighty God. In Jesus, God himself became Emmanuel, God-with-us, the God who walks alongside us, who gets involved in our lives, in our homes, in the midst of our “pots and pans”, as Saint Teresa of Jesus liked to say.

The Everlasting Father. No one or anything can separate us from his Love. Go out and proclaim, go out and show that God is in your midst as a merciful Father who himself goes out, morning and evening, to see if his son has returned home and, as soon as he sees him coming, runs out to embrace him. This is beautiful. An embrace which wants to take up, purify and elevate the dignity of his children. A Father who, in his embrace, is “glad tidings to the poor, healing to the afflicted, liberty to captives, comfort to those who mourn” (Is 61:1-2).

Prince of Peace. Go out to others and share the good news that God, our Father, walks at our side. He frees us from anonymity, from a life of emptiness, and brings us to the school of encounter. He removes us from the fray of competition and self-absorption, and he opens before us the path of peace. That peace which is born of accepting others, that peace which fills our hearts whenever we look upon those in need as our brothers and sisters.

God is living in our cities. The Church is living in our cities. God and the Church living in our cities want to be like yeast in the dough, to relate to everyone, to stand at everyone’s side, proclaiming the marvels of the Wonderful Counselor, the Mighty God, the Eternal Father, the Prince of Peace.

“The people who walked in darkness have seen a great light”. And we, as Christians, are witnesses to this.

[01512-EN.02] [Original text: Spanish]

Traduzione in lingua italiana

Ci troviamo nel Madison Square Garden, luogo emblematico di questa città, sede di importanti incontri sportivi, artistici, musicali, che raduna persone provenienti da diverse parti, e non solo di questa città, ma del mondo intero. In questo luogo che rappresenta le diverse facce della vita dei cittadini che si radunano per interessi comuni, abbiamo ascoltato: «Il popolo che camminava nelle tenebre ha visto una grande luce» (Is 9,1). Il popolo che camminava, il popolo in mezzo alle sue attività, alle sue occupazioni quotidiane; il popolo che camminava carico dei suoi successi ed errori, delle sue paure e opportunità; quel popolo ha visto una grande luce. Il popolo che camminava con le sue gioie e speranze, con le sue delusioni e amarezze, quel popolo ha visto una grande luce.

Il Popolo di Dio è chiamato in ogni epoca a contemplare questa luce. Luce che vuole illuminare le nazioni: così, pieno di giubilo, lo proclamava l’anziano Simeone. Luce che vuole giungere in ogni angolo di questa città, ai nostri concittadini, in ogni spazio della nostra vita.

«Il popolo che camminava nelle tenebre ha visto una grande luce». Una delle caratteristiche del Popolo credente passa per la sua capacità di vedere, di contemplare in mezzo alle sue “oscurità” la luce che Cristo viene a portare.

Il popolo credente che sa guardare, che sa discernere, che sa contemplare la presenza viva di Dio in mezzo alla sua vita, in mezzo alla sua città. Con il profeta oggi possiamo dire: il popolo che cammina, respira e vive dentro lo “smog” ha visto una grande luce, ha sperimentato un aria di vita.

Vivere in una città è qualcosa di piuttosto complesso: un contesto multiculturale con grandi sfide non facili da risolvere. Le grandi città ci ricordano la ricchezza nascosta nel nostro mondo: la varietà di culture, tradizioni e storie. La varietà di lingue, di vestiti, di cibi. Le grandi città diventano poli che sembrano presentare la pluralità dei modi che noi esseri umani abbiamo trovato di rispondere al senso della vita nelle circostanze in cui ci trovavamo. A loro volta, le grandi città nascondono il volto di tanti che sembrano non avere cittadinanza o essere cittadini di seconda categoria. Nelle grandi città, nel rumore del traffico, nel “ritmo dei cambiamenti”, rimangono coperte le voci di tanti volti che non hanno “diritto” alla cittadinanza, non hanno diritto a far parte della città – gli stranieri, i loro figli (e non solo) che non ottengono la scolarizzazione, le persone prive di assistenza medica, i senzatetto, gli anziani soli – confinati ai bordi delle nostre strade, nei nostri marciapiedi in un anonimato assordante. Ed entrano a far parte di un paesaggio urbano che lentamente diventa naturale davanti ai nostri occhi e specialmente nel nostro cuore.

Sapere che Gesù continua a percorrere le vostre strade, mescolandosi vitalmente al suo popolo, coinvolgendosi e coinvolgendo le persone in un’unica storia di salvezza, ci riempie di speranza, una speranza che ci libera da quella forza che ci spinge ad isolarci, a ignorare la vita degli altri, la vita della nostra citta. Una speranza che ci libera da “connessioni” vuote, dalle analisi astratte, o dal bisogno di sensazioni forti. Una speranza che non ha paura di inserirsi agendo come fermento nei posti dove Ci tocca vivere e agire. Una speranza che ci chiama a guardare in mezzo allo “smog” la presenza di Dio che continua a camminare nella nostra città. Perché Dio è nella città.

Com’è questa luce che passa per le nostre strade? Come trovare Dio che vive con noi in mezzo allo “smog” delle nostre città? Come incontrarci con Gesù vivo e operante nell’oggi delle nostre città multiculturali?

Il profeta Isaia ci farà da guida in questo “imparare a guardare”. Ha parlato della luce, che è Gesù. E ora ci presenta Gesù come «Consigliere mirabile, Dio potente, Padre per sempre, Principe della pace» (9,5). In questo modo, ci introdurrà nella vita del Figlio, perché sia anche la nostra vita.

Consigliere mirabile. I Vangeli ci narrano come tanti vanno a chiedergli: Maestro, che cosa dobbiamo fare?... Il primo movimento che Gesù genera con la sua risposta è proporre, incitare, motivare. Propone sempre ai suoi discepoli di andare, di uscire. Li spinge ad andare incontro agli altri, dove realmente sono e non dove ci piacerebbe che fossero. Andate, una, due, tre volte, andate senza paura, andate senza repulsione, andate e annunciate questa gioia che è per tutto il popolo.

Dio potente. In Gesù Dio si è fatto Emmanuel, il Dio con noi, il Dio che cammina al nostro fianco, che si è mescolato con le nostre cose, nelle nostre case, con i nostri “tegami”, come amava dire santa Teresa di Gesù.

Padre per sempre. Nulla e nessuna potrà separaci dal suo Amore. Andate e annunciate, andate e vivete che Dio è in mezzo a voi come un Padre misericordioso che esce ogni mattina e ogni sera per vedere se suo figlio torna a casa, e appena lo vede venire corre ad abbracciarlo. Questo è bello. Un abbraccio che vuole accogliere, vuole purificare ed elevare la dignità dei suoi figli. Padre che nel suo abbraccio è buona notizia per i poveri, sollievo per gli afflitti, libertà per gli oppressi, consolazione per i tristi (cfr Is 61,1).

Principe della pace. Andare verso gli altri per condividere la buona notizia che Dio è nostro Padre. Che cammina al nostro fianco, ci libera dall’anonimato, da una vita senza volti, una vita vuota, e ci introduce alla scuola dell’incontro. Ci libera dalla guerra della competizione, dell’autoreferenzialità, per aprirci al cammino della pace. Quella pace che nasce dal riconoscimento dell’altro, quella pace che emerge nel cuore guardando specialmente al più bisognoso come a un fratello.

Dio vive nelle nostre città, la Chiesa vive nelle nostre città. E Dio e la Chiesa che vivono nelle nostre città vogliono essere fermento nella massa, vogliono mescolarsi con tutti, accompagnando tutti, annunciando le meraviglie di Colui che è Consigliere mirabile, Dio potente, Padre per sempre, Principe della pace.

«Il popolo che camminava nelle tenebre ha visto una grande luce», e noi, cristiani, siamo testimoni.

[01512-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]

Al termine, dopo il saluto dell’Arcivescovo di New York, Card. Timothy M. Dolan, e la benedizione finale, il Papa ha fatto ritorno alla Residenza pontificia.

[B0721-XX.02]