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Viaggio Apostolico di Sua Santità Francesco a Cuba, negli Stati Uniti d’America e Visita alla sede dell’ONU, in occasione della partecipazione all’Incontro Mondiale delle Famiglie in Philadelphia (19-28 settembre 2015) – Vespri con il clero, i religiosi e le religiose nella Cattedrale di New York, 24.09.2015


Vespri con il clero, i religiosi e le religiose nella Cattedrale di St.Patrick a New York

Omelia del Santo Padre

Traduzione in lingua inglese

Traduzione in lingua italiana

Questo pomeriggio, preso congedo dalla Nunziatura Apostolica, il Santo Padre Francesco si è recato in auto alla “Andrews Air Force Base” di Washington da dove verso le 16.30 è decollato – a bordo di un B777 dell’American Airlines – diretto a New York.

All’aeroporto internazionale “J.F. Kennedy”, dove è giunto poco prima delle 17.30, il Papa è stato accolto dall’Arcivescovo di New York, Card. Timothy M. Dolan, dall’Osservatore Permanente della Santa Sede presso l’ONU, S.E. Mons. Bernardito C. Auza, dal Governatore e dal Sindaco della Città, dal Vescovo di Brooklyn S.E. Mons. Nicholas A. DiMarzio e da alcune Autorità civili. Il Santo Padre si è trasferito poi in elicottero a Manhattan.

Raggiunta in auto la Cattedrale di St. Patrick a New York per la recita dei Vespri con i sacerdoti, i religiosi e le religiose, il Papa si è dapprima raccolto in preghiera con i sacerdoti anziani nella Cappella del Santissimo Sacramento.

Quindi, nel corso della celebrazione dei Vespri, il Santo Padre ha pronunciato l’omelia che riportiamo di seguito:

Omelia del Santo Padre

Dos sentimientos tengo hoy para con mis hermanos islámicos. Primero, mi saludo por celebrarse hoy el día del sacrificio. Hubiera querido que mi saludo fuese más caluroso. Segundo sentimiento es mi cercanía ante la tragedia que su pueblo ha sufrido hoy en la Meca. En este momento de oración, me uno, y nos unimos, en la plegaria a Dios, nuestro Padre todopoderoso y misericordioso.

Escuchamos al Apóstol: «Alégrense, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas» (1P 1,6). Estas palabras nos recuerdan algo esencial: tenemos que vivir nuestra vocación con alegría.

Esta bella Catedral de San Patricio, construida a lo largo de muchos años con el sacrificio de tantos hombres y mujeres, es símbolo del trabajo de generaciones de sacerdotes, religiosos y laicos americanos que han contribuido a la edificación de la Iglesia en los Estados Unidos. Son muchos los sacerdotes y consagrados de este País que, no solo en el campo de la educación, han tenido un papel fundamental, ayudando a los padres en la labor de dar a sus hijos el alimento que los nutre para la vida. Muchos lo hicieron a costa de grandes sacrificios y con una caridad heroica. Pienso, por ejemplo, en santa Isabel Ana Seton, cofundadora de la primera escuela católica gratuita para niñas en los Estados Unidos, o en san Juan Neumann, fundador del primer sistema de educación católica en este País.

Esta tarde, queridos hermanos y hermanas, he venido a rezar con ustedes, sacerdotes, consagradas, consagrados, para que nuestra vocación siga construyendo el gran edificio del Reino de Dios en este País. Sé que ustedes, como cuerpo presbiteral, junto con el Pueblo de Dios, recientemente han sufrido mucho a causa de la vergüenza provocada por tantos hermanos que han herido y escandalizado a la Iglesia en sus hijos más indefensos. Con las palabras del Apocalipsis, les digo que ustedes «vienen de la gran tribulación» (7,14). Los acompaño en este momento de dolor y dificultad, así como agradezco a Dios el servicio que realizan acompañando al Pueblo de Dios. Con el propósito de ayudarles a seguir en el camino de la fidelidad a Jesucristo, me permito hacer dos breves reflexiones.

La primera se refiere al espíritu de gratitud. La alegría de los hombres y mujeres que aman a Dios atrae a otros; los sacerdotes y los consagrados están llamados a descubrir y manifestar un gozo permanente por su vocación. La alegría brota de un corazón agradecido. Verdaderamente, hemos recibido mucho, tantas gracias, tantas bendiciones, y nos alegramos. Nos hará bien volver sobre nuestra vida con la gracia de la memoria. Memoria de aquel primer llamado, memoria del camino recorrido, memoria de tantas gracias recibidas… y sobre todo memoria del encuentro con Jesucristo en tantos momentos a lo largo del camino. Memoria del asombro que produce en nuestro corazón el encuentro con Jesucristo. Hermanas y hermanos, consagrados y sacerdotes, pedir la gracia de la memoria para hacer crecer el espíritu de gratitud. Preguntémonos: ¿Somos capaces de enumerar las bendiciones recibidas, o me las he olvidado?

Un segundo aspecto es el espíritu de laboriosidad. Un corazón agradecido busca espontáneamente servir al Señor y llevar un estilo de vida de trabajo intenso. El recuerdo de lo mucho que Dios nos ha dado nos ayuda a entender que la renuncia a nosotros mismos para trabajar por Él y por los demás es el camino privilegiado para responder a su gran amor.

Sin embargo, y para ser honestos, tenemos que reconocer con qué facilidad se puede apagar este espíritu de generoso sacrificio personal. Esto puede suceder de dos maneras, y las dos maneras son ejemplo de la «espiritualidad mundana», que nos debilita en nuestro camino de mujeres y hombres consagrados, de servicio y oscurece la fascinación, el estupor, del primer encuentro con Jesucristo.

Podemos caer en la trampa de medir el valor de nuestros esfuerzos apostólicos con los criterios de la eficiencia, de la funcionalidad y del éxito externo, que rige el mundo de los negocios. Ciertamente, estas cosas son importantes. Se nos ha confiado una gran responsabilidad y justamente por ello el Pueblo de Dios espera de nosotros una correspondencia. Pero el verdadero valor de nuestro apostolado se mide por el que tiene a los ojos de Dios. Ver y valorar las cosas desde la perspectiva de Dios exige que volvamos constantemente al comienzo de nuestra vocación y –no hace falta decirlo– exige una gran humildad. La cruz nos indica una forma distinta de medir el éxito: a nosotros nos corresponde sembrar, y Dios ve los frutos de nuestras fatigas. Si alguna vez nos pareciera que nuestros esfuerzos y trabajos se desmoronan y no dan fruto, tenemos que recordar que nosotros seguimos a Jesucristo, cuya vida, humanamente hablando, acabó en un fracaso: en el fracaso de la cruz.

El otro peligro surge cuando somos celosos de nuestro tiempo libre. Cuando pensamos que las comodidades mundanas nos ayudarán a servir mejor. El problema de este modo de razonar es que se puede ahogar la fuerza de la continua llamada de Dios a la conversión, al encuentro con Él. Poco a poco, pero de forma inexorable, disminuye nuestro espíritu de sacrificio, nuestro espíritu de renuncia y de trabajo. Y además nos aleja de las personas que sufren la pobreza material y se ven obligadas a hacer sacrificios más grandes que los nuestros, sin ser consagrados. El descanso es necesario, así como un tiempo para el ocio y el enriquecimiento personal, pero debemos aprender a descansar de manera que aumente nuestro deseo de servir generosamente. La cercanía a los pobres, a los refugiados, a los inmigrantes, a los enfermos, a los explotados, a los ancianos que sufren la soledad, a los encarcelados y a tantos otros pobres de Dios nos enseñará otro tipo de descanso, más cristiano y generoso.

Gratitud y laboriosidad: estos son los dos pilares de la vida espiritual que deseaba compartir con ustedes, sacerdotes, religiosas y religiosos, esta tarde. Les doy las gracias por sus oraciones y su trabajo, así como por los sacrificios cotidianos que realizan en los diversos campos de apostolado. Muchos de ellos sólo los conoce Dios, pero dan mucho fruto a la vida de la Iglesia.

Quisiera, de modo especial, expresar mi admiración y mi gratitud a las religiosas de los Estados Unidos. ¿Qué sería de la Iglesia sin ustedes? Mujeres fuertes, luchadoras; con ese espíritu de coraje que las pone en la primera línea del anuncio del Evangelio. A ustedes, religiosas, hermanas y madres de este pueblo, quiero decirles «gracias», un «gracias» muy grande… y decirles también que las quiero mucho.

Sé que muchos de ustedes están afrontando el reto que supone la adaptación a un panorama pastoral en evolución. Al igual que san Pedro, les pido que, ante cualquier prueba que deban enfrentar, no pierdan la paz y respondan como hizo Cristo: dio gracias al Padre, tomó su cruz y miró hacia delante.

Queridos hermanos y hermanas, dentro de poco, de unos minutos, cantaremos el Magnificat. Pongamos en las manos de la Virgen María la obra que se nos ha confiado; unámonos a su acción de gracias al Señor por las grandes cosas que ha hecho y que seguirá haciendo en nosotros y en quienes tenemos el privilegio de servir. Que así sea.

[01507-ES.02] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua inglese

I have two thoughts today for my Muslim brothers and sisters. First, my good wishes as you celebrate today the day of sacrifice. I wish my greetings could have been warmer. Second, my closeness, on account of the tragedy which your people experienced today in Mecca. In this moment of prayer, I join, and all of us join, in praying to God, our almighty and merciful Father.

We have heard the Apostle say: “There is a cause for rejoicing here”, although “you may for a time have to suffer the distress of many trials” (1 Pet 1:6). These words remind us of something essential. Our vocation is to be lived in joy.

This beautiful Cathedral of Saint Patrick, built up over many years through the sacrifices of many men and women, can serve as a symbol of the work of generations of American priests and religious, and lay faithful who helped build up the Church in the United States. In the field of education alone, how many priests and religious in this country played a central role, assisting parents in handing on to their children the food that nourishes them for life! Many did so at the cost of extraordinary sacrifice and with heroic charity. I think for example of Saint Elizabeth Ann Seton, who founded the first free Catholic school for girls in America, or Saint John Neumann, the founder of the first system of Catholic education in the United States.

This evening, my brothers and sisters, I have come to join you – priests and men and women of consecrated life – in praying that our vocations will continue to build up the great edifice of God’s Kingdom in this country. I know that, as a presbyterate in the midst of God’s people, you suffered greatly in the not distant past by having to bear the shame of some of your brothers who harmed and scandalized the Church in the most vulnerable of her members… In the words of the Book of Revelation, I say that you “have come forth from the great tribulation” (Rev 7:14). I accompany you at this moment of pain and difficulty, and I thank God for your faithful service to his people. In the hope of helping you to persevere on the path of fidelity to Jesus Christ, I would like to offer two brief reflections.

The first concerns the spirit of gratitude. The joy of men and women who love God attracts others to him; priests and religious are called to find and radiate lasting satisfaction in their vocation. Joy springs from a grateful heart. Truly, we have received much, so many graces, so many blessings, and we rejoice in this. It will do us good to think back on our lives with the grace of remembrance. Remembrance of when we were first called, remembrance of the road travelled, remembrance of graces received… and, above all, remembrance of our encounter with Jesus Christ so often along the way. Remembrance of the amazement which our encounter with Jesus Christ awakens in our hearts. My brothers and sisters, men and women of consecrated life, and priests! Let us seek the grace of remembrance so as to grow in the spirit of gratitude. Let us ask ourselves: are we good at counting our blessings, or have we forgotten them?

A second area is the spirit of hard work. A grateful heart is spontaneously impelled to serve the Lord and to find expression in a life of commitment to our work. Once we come to realize how much God has given us, a life of self-sacrifice, of working for him and for others, becomes a privileged way of responding to his great love.

Yet, if we are honest, we know how easily this spirit of generous self-sacrifice can be dampened. There are a couple of ways that this can happen; both ways are examples of that “spiritual worldliness” which weakens our commitment as men and women of consecrated life to serve, and diminishes the wonder, the amazement, of our first encounter with Christ.

We can get caught up measuring the value of our apostolic works by the standards of efficiency, good management and outward success which govern the business world. Not that these things are unimportant! We have been entrusted with a great responsibility, and God’s people rightly expect accountability from us. But the true worth of our apostolate is measured by the value it has in God’s eyes. To see and evaluate things from God’s perspective calls for constant conversion in the first days and years of our vocation and, need I say, it calls for great humility. The cross shows us a different way of measuring success. Ours is to plant the seeds: God sees to the fruits of our labors. And if at times our efforts and works seem to fail and produce no fruit, we need to remember that we are followers of Jesus… and his life, humanly speaking, ended in failure, in the failure of the cross.

The other danger comes when we become jealous of our free time, when we think that surrounding ourselves with worldly comforts will help us serve better. The problem with this reasoning is that it can blunt the power of God’s daily call to conversion, to encounter with him. Slowly but surely, it diminishes our spirit of sacrifice, our spirit of renunciation and hard work. It also alienates people who suffer material poverty and are forced to make greater sacrifices than ourselves, without being consecrated. Rest is needed, as are moments of leisure and self-enrichment, but we need to learn how to rest in a way that deepens our desire to serve with generosity. Closeness to the poor, the refugee, the immigrant, the sick, the exploited, the elderly living alone, prisoners and all God’s other poor, will teach us a different way of resting, one which is more Christian and generous.

Gratitude and hard work: these are two pillars of the spiritual life which I have wanted, this evening, to share with you priests and religious. I thank you for prayers and work, and the daily sacrifices you make in the various areas of your apostolate. Many of these are known only to God, but they bear rich fruit for the life of the Church.

In a special way I would like to express my esteem and my gratitude to the religious women of the United States. What would the Church be without you? Women of strength, fighters, with that spirit of courage which puts you in the front lines in the proclamation of the Gospel. To you, religious women, sisters and mothers of this people, I wish to say “thank you”, a big thank you… and to tell you that I love you very much.

I know that many of you are in the front lines in meeting the challenges of adapting to an evolving pastoral landscape. Whatever difficulties and trials you face, I ask you, like Saint Peter, to be at peace and to respond to them as Christ did: he thanked the Father, took up his cross and looked forward!

Dear brothers and sisters, shortly, in a few minutes, we will sing the Magnificat. Let us commend to Our Lady the work we have been entrusted to do; let us join her in thanking God for the great things he has done, and for the great things he will continue to do in us and in those whom we have the privilege to serve. Amen.

[01507-EN.02] [Original text: Spanish]

Traduzione in lingua italiana

Due sentimenti sento oggi nei confronti dei miei fratelli islamici. Il primo, il mio saluto perché si celebra oggi il giorno del sacrificio. Avrei voluto che il mio saluto fosse più caloroso. E il secondo sentimento è la vicinanza davanti alla tragedia che il loro popolo ha sofferto oggi a La Mecca. In questo momento di preghiera mi unisco, ci uniamo nell’invocazione a Dio, nostro Padre onnipotente e misericordioso.

Ascoltiamo l’Apostolo: «Siete ricolmi di gioia anche se ora dovete essere per un po’ di tempo afflitti da varie prove» (1 Pt 1,6). Queste parole ci ricordano qualcosa di essenziale: la nostra vocazione è da vivere nella gioia.

Questa bella cattedrale di san Patrizio, costruita in molti anni con il sacrificio di tanti uomini e donne, può essere un simbolo dell’opera di generazioni di sacerdoti, di religiosi e di laici americani che hanno contribuito all’edificazione della Chiesa negli Stati Uniti. Sono molti i sacerdoti e consacrati di questo Paese che, non solo nel campo dell’educazione, hanno avuto un ruolo centrale nell’aiutare i genitori a dare ai propri figli il cibo che li nutre per la vita! Molti lo fecero a costo di sacrifici straordinari e con carità eroica. Penso, ad esempio, a santa Elisabetta Anna Seton, che fondò la prima scuola cattolica gratuita per ragazze in America, o a san Giovanni Neumann, fondatore del primo sistema di educazione cattolica in questo Paese.

Questa sera, cari fratelli e sorelle, sono venuto a pregare con voi, sacerdoti, consacrate, consacrati, perché la nostra vocazione continui a costruire il grande edificio del Regno di Dio in questo Paese. So che voi, come corpo sacerdotale, di fronte al popolo di Dio, avete sofferto molto nel non lontano passato sopportando la vergogna a causa di tanti fratelli che hanno ferito e scandalizzato la Chiesa nei suoi figli più indifesi… Come nell’Apocalisse, vi dico che voi “venite dalla grande tribolazione” (cfr 7,14). Vi accompagno in questo momento di dolore e difficoltà; come pure ringrazio Dio per il servizio che realizzate accompagnando il popolo di Dio. Allo scopo di aiutarvi a seguire nel cammino della fedeltà a Gesù Cristo, mi permetto di fare due brevi riflessioni.

La prima riguarda lo spirito di gratitudine. La gioia di uomini e donne che amano Dio attrae altri ad essi; sacerdoti e consacrati chiamati a trovare e irradiare una permanente soddisfazione per la loro chiamata. La gioia sgorga da un cuore grato. E’ vero: abbiamo ricevuto molto, tante grazie, tante benedizioni, e ce ne rallegriamo. Ci farà bene ripercorrere la nostra vita con la grazia della memoria. Memoria di quella prima chiamata, memoria del cammino percorso, memoria di tante grazie ricevute…, e soprattutto memoria dell’incontro con Gesù Cristo in tanti momenti lungo il cammino. Memoria dello stupore che produce nel nostro cuore l’incontro con Gesù Cristo. Sorelle e fratelli, consacrati e consacrate, chiedere la grazia della memoria per far crescere lo spirito di gratitudine. Chiediamoci: siamo capaci di enumerare le benedizioni ricevute, o ce le siamo dimenticate?

Un secondo ambito è lo spirito di laboriosità. Un cuore grato è spontaneamente sospinto a servire il Signore e a intraprendere uno stile di vita operoso. Nel momento in cui ci rendiamo conto di quanto Dio ci ha dato, il cammino della rinuncia a se stessi per lavorare per Lui e per gli altri diventa una via privilegiata per rispondere al suo grande amore.

E però, se siamo onesti, sappiamo quanto facilmente questo spirito di generoso lavoro e sacrificio personale può essere soffocato. Vi sono due modi perché ciò possa accadere e ambedue sono esempio della “spiritualità mondana”, che ci indebolisce nel nostro cammino di uomini e donne consacrati, e oscura il fascino, lo stupore del primo incontro con Gesù Cristo.

Possiamo essere intrappolati nel misurare il valore dei nostri sforzi apostolici dal criterio dell’efficienza, della funzionalità e del successo esterno che governa il mondo degli affari. Non che queste cose non siano importanti! Ci è stata affidata una grande responsabilità e giustamente il Popolo di Dio si aspetta delle verifiche. Ma il vero valore del nostro apostolato viene misurato dal valore che esso ha agli occhi di Dio. Vedere e valutare le cose dalla prospettiva di Dio ci richiama ad una costante conversione al primo tempo della chiamata e, non c’è bisogno di dirlo, esige una grande umiltà. La croce ci mostra un modo diverso nel misurare il successo: a noi spetta seminare, e Dio vede i frutti delle nostre fatiche. Se talvolta le nostre fatiche e il nostro lavoro sembrano infrangersi e non portare frutto, noi seguiamo Gesù Cristo…; e la sua vita, umanamente parlando, si concluse con un fallimento: il fallimento della croce.

L’altro pericolo emerge quando diventiamo gelosi del nostro tempo libero, quando pensiamo che circondarci di confort mondani ci aiuterà a servire meglio. Il problema di questo modo di ragionare è che può offuscare la potenza della quotidiana chiamata di Dio alla conversione, all’incontro con Lui. Pian piano ma sicuramente diminuisce il nostro spirito di sacrificio, il nostro spirito di rinuncia e di laboriosità. E pure allontana la gente che sta soffrendo per la povertà materiale ed è costretta a fare sacrifici più grandi dei nostri, senza essere consacrati. Il riposo è una necessità, come lo sono i momenti di tempo libero e di ricarica personale, ma dobbiamo imparare come riposare in maniera che approfondisca il nostro desiderio di servire in modo generoso. La vicinanza ai poveri, ai rifugiati, ai migranti, agli malati, agli sfruttati, agli anziani che soffrono la solitudine, ai carcerati e a tanti altri poveri di Dio ci insegnerà un altro tipo di riposo, più cristiano e generoso.

Gratitudine e laboriosità: questi sono i due pilastri della vita spirituale che desideravo condividere questa sera con voi, sacerdoti, consacrate e consacrati. Vi ringrazio per le preghiere, per le attività e per i sacrifici quotidiani che svolgete nei diversi campi del vostro apostolato. Molti di questi sono conosciuti solo da Dio, ma recano molto frutto alla vita della Chiesa.

Vorrei, in modo speciale, esprimere la mia ammirazione e la mia gratitudine alle Religiose degli Stati Uniti. Che cosa sarebbe questa Chiesa senza di voi? Donne forti, lottatrici; con quello spirito di coraggio che vi pone in prima linea nell’annuncio del Vangelo. A voi, Religiose, sorelle e madri di questo popolo, voglio dire “grazie”, un “grazie” grandissimo… e dirvi anche che vi voglio molto bene.

So che molti di voi stanno affrontando le sfide dell’adattamento in un panorama pastorale in evoluzione. Come san Pietro, vi chiedo che, davanti a qualsiasi prova che dovete affrontare, non perdiate la pace, e di rispondere come fece Cristo: ringraziò il Padre, prese la sua croce e guardò avanti.

Cari fratelli e sorelle, tra poco, tra qualche minuto, canteremo il Magnificat. Mettiamo nelle mani della Madonna l’opera che ci è stata affidata; uniamoci a Lei nel ringraziare il Signore per le grandi cose che ha fatto e per le grandi cose che continuerà a fare in noi e in quanti abbiamo il privilegio di servire. Così sia.

[01507-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]

Al termine dei Vespri, dopo il saluto dell’Arcivescovo di New York, Card. Timothy M. Dolan, il Papa si è trasferito in auto alla Residenza dell’Osservatore Permanente della Santa Sede presso l’ONU, che è Residenza Papale nel corso della visita a New York.

[B0715-XX.02]