Sala Stampa

www.vatican.va

Sala Stampa Back Top Print Pdf
Sala Stampa


Viaggio Apostolico di Sua Santità Francesco a Cuba, negli Stati Uniti d’America e Visita alla sede dell’ONU, in occasione della partecipazione all’Incontro Mondiale delle Famiglie in Philadelphia (19-28 settembre 2015) – Incontro con le famiglie a Santiago, 22.09.2015


Incontro con le Famiglie nella Cattedrale “Nuestra Señora de la Asunción” a Santiago de Cuba

Discorso del Santo Padre in Cattedrale

Saluto finale dalla terrazza sul “Parque Céspedes”

Questa mattina, poco prima delle ore 11, il Santo Padre Francesco ha incontrato le Famiglie nella Cattedrale di Santiago. Dopo l’indirizzo di saluto dell’Arcivescovo, S.E. Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez, e la testimonianza di una famiglia cubana, il Papa ha pronunciato il discorso che riportiamo di seguito:

Discorso del Santo Padre in Cattedrale

Discorso del Santo Padre

Traduzione in lingua inglese

Traduzione in lingua italiana

Discorso del Santo Padre

Estamos en familia. Y cuando uno está en familia se siente en casa. Gracias a ustedes, familias cubanas, gracias cubanos por hacerme sentir todos estos días en familia, por hacerme sentir en casa. Gracias por todo esto. Este encuentro con ustedes viene a ser como «la frutilla de la torta». Terminar mi visita viviendo este encuentro en familia es un motivo para dar gracias a Dios por el «calor» que brota de gente que sabe recibir, que sabe acoger, que sabe hacer sentir en casa. Gracias a todos los cubanos.

Agradezco a Mons. Dionisio García, Arzobispo de Santiago, el saludo que me ha dirigido en nombre de todos y al matrimonio que ha tenido la valentía de compartir con todos nosotros sus anhelos, sus esfuerzos, por vivir el hogar como una «iglesia doméstica».

El Evangelio de Juan nos presenta como primer acontecimiento público de Jesús las Bodas de Caná, en la fiesta de una familia. Ahí está con María su madre y algunos de sus discípulos. Compartían la fiesta familiar.

Las bodas son momentos especiales en la vida de muchos. Para los «más veteranos», padres, abuelos, es una oportunidad para recoger el fruto de la siembra. Da alegría al alma ver a los hijos crecer y que puedan formar su hogar. Es la oportunidad de ver, por un instante, que todo por lo que se ha luchado valió la pena. Acompañar a los hijos, sostenerlos, estimularlos para que puedan animarse a construir sus vidas, a formar sus familias, es un gran desafío para los padres. A su vez, la alegría de los jóvenes esposos. Todo un futuro que comienza. Y todo tiene «sabor» a casa nueva, a esperanza. En las bodas, siempre se une el pasado que heredamos y el futuro que nos espera. Hay memoria y esperanza. Siempre se abre la oportunidad para agradecer todo lo que nos permitió llegar hasta el hoy con el mismo amor que hemos recibido.

Y Jesús comienza su vida pública precisamente en una boda. Se introduce en esa historia de siembras y cosechas, de sueños y búsquedas, de esfuerzos y compromisos, de arduos trabajos que araron la tierra para que esta dé su fruto. Jesús comienza su vida en el interior de una familia, en el seno de un hogar. Y es precisamente en el seno de nuestros hogares donde continuamente él se sigue introduciendo, él sigue siendo parte. Le gusta meterse en la familia.

Es interesante observar cómo Jesús se manifiesta también en las comidas, en las cenas. Comer con diferentes personas, visitar diferentes casas fue un lugar privilegiado por Jesús para dar a conocer el proyecto de Dios. Él va a la casa de sus amigos –Marta y María–, pero no es selectivo, ¿eh?, no le importa si hay publicanos o pecadores, como Zaqueo. Va a la casa de Zaqueo. No sólo él actuaba así, sino que cuando envió a sus discípulos a anunciar la buena noticia del Reino de Dios, les dijo: «Quédense en la casa que los reciba, coman y beban lo que ellos tengan» (Lc 10,7). Bodas, visitas a los hogares, cenas, algo de «especial» tendrán estos momentos en la vida de las personas para que Jesús elija manifestarse allí.

Recuerdo en mi diócesis anterior que muchas familias me comentaban que el único momento que tenían para estar juntos era normalmente en la cena, a la noche, cuando se volvía de trabajar, donde los más chicos terminaban la tarea de la escuela. Era un momento especial de vida familiar. Se comentaba el día, lo que cada uno había hecho, se ordenaba el hogar, se acomodaba la ropa, se organizaban tareas fundamentales para los demás días, los chicos se peleaban, pero era el momento. Son momentos en los que uno llega también cansado y alguna que otra discusión, alguna que otra «pelea» entre marido y mujer aparece, pero no hay que tenerles miedo… yo le tengo más miedo a los matrimonios que me dicen que nunca, nunca, tuvieron una discusión. Raro, es raro. Jesús elije estos momentos para mostrarnos el amor de Dios, Jesús elije estos espacios para entrar en nuestras casas y ayudarnos a descubrir el Espíritu vivo y actuando en nuestras casas y en nuestras cosas cotidianas. Es en casa donde aprendemos la fraternidad, donde aprendemos la solidaridad, donde aprendemos a no ser avasalladores. Es en casa donde aprendemos a recibir y a agradecer la vida como una bendición y que cada uno necesita a los demás para salir adelante. Es en casa donde experimentamos el perdón, y estamos invitados continuamente a perdonar, a dejarnos transformar. Es curioso, en casa no hay lugar para las «caretas», somos lo que somos y de una u otra manera estamos invitados a buscar lo mejor para los demás.

Por eso la comunidad cristiana llama a las familias con el nombre de iglesias domésticas, porque en el calor del hogar es donde la fe empapa cada rincón, ilumina cada espacio, construye comunidad. Porque en momentos así es como las personas iban aprendiendo a descubrir el amor concreto y el amor operante de Dios.

En muchas culturas hoy en día van despareciendo estos espacios, van desapareciendo estos momentos familiares, poco a poco todo lleva a separarse, aislarse; escasean momentos en común, para estar juntos, para estar en familia. Entonces no se sabe esperar, no se sabe pedir permiso, no se sabe pedir perdón, no se sabe dar gracias, porque la casa va quedando vacía, no de gente, sino vacía de relaciones, vacía de contactos humanos, vacía de encuentros, entre padres, hijos, abuelos, nietos, hermanos. Hace poco, una persona que trabaja conmigo me contaba que su esposa e hijos se habían ido de vacaciones y él se había quedado solo porque le tocaba trabajar esos días. El primer día, la casa estaba toda en silencio, «en paz», estaba feliz, nada estaba desordenado. Al tercer día, cuando le pregunto cómo estaba, me dice: quiero que vengan ya de vuelta todos. Sentía que no podía vivir sin su esposa y sus hijos. Y eso es lindo. Eso es lindo.

Sin familia, sin el calor del hogar, la vida se vuelve vacía, comienzan a faltar las redes que nos sostienen en la adversidad, las redes que nos alimentan en la cotidianidad y motivan la lucha para la prosperidad. La familia nos salva de dos fenómenos actuales, dos cosas que suceden hoy día: la fragmentación, es decir, la división, y la masificación. En ambos casos, las personas se transforman en individuos aislados fáciles de manipular, de gobernar. Y entonces encontramos en el mundo sociedades divididas, rotas, separadas o altamente masificadas, que son consecuencia de la ruptura de los lazos familiares, cuando se pierden las relaciones que nos constituyen como personas, que nos enseñan a ser personas. Y bueno, uno se olvida de cómo se dice papá, mamá, hijo, hija, abuelo, abuela… se van como olvidando esas relaciones que son el fundamento. Son el fundamento del nombre que tenemos.

La familia es escuela de humanidad, escuela que enseña a poner el corazón en las necesidades de los otros, a estar atento a la vida de los demás. Cuando vivimos bien en familia, los egoísmos quedan chiquitos –existen porque todos tenemos algo de egoísta–, pero cuando no se vive una vida de familia se van engendrando esas personalidades que las podemos llamar así: “yo, me, mi, conmigo, para mí”, totalmente centradas en sí mismos, que no saben de solidaridad, de fraternidad, de trabajo en común, de amor, de discusión entre hermanos. No saben. A pesar de tantas dificultades como las que aquejan hoy a nuestras familias en el mundo, no nos olvidemos de algo, por favor: las familias no son un problema, son principalmente una oportunidad. Una oportunidad que tenemos que cuidar, proteger y acompañar. Es una manera de decir que son una bendición. Cuando vos empezás a vivir la familia como un problema, te estancás, no caminás, porque estás muy centrado en vos mismo.

Se discute mucho hoy sobre el futuro, sobre qué mundo queremos dejarle a nuestros hijos, qué sociedad queremos para ellos. Creo que una de las posibles respuestas se encuentra en mirarlos a ustedes – esta familia que habló –, a cada uno de ustedes: dejemos un mundo con familias. Es la mejor herencia. Dejemos un mundo con familias. Es cierto que no existe la familia perfecta, no existen esposos perfectos, padres perfectos ni hijos perfectos, y si no se enoja – yo diría –, suegra perfecta. No existen. No existen, pero eso no impide que no sean la respuesta para el mañana. Dios nos estimula al amor y el amor siempre se compromete con las personas que ama. El amor siempre se compromete con las personas que ama. Por eso, cuidemos a nuestras familias, verdaderas escuelas del mañana. Cuidemos a nuestras familias, verdaderos espacios de libertad. Cuidemos a nuestras familias, verdaderos centros de humanidad. Y aquí me viene una imagen: cuando, en las Audiencias de los miércoles, paso a saludar a la gente, y tantas, tantas mujeres me muestran la panza y me dicen Padre: “¿Me lo bendice?”. Yo les voy a proponer algo a todas aquellas mujeres que están “embarazadas de esperanza”, porque un hijo es una esperanza: que en este momento se toquen la panza. Si hay alguna acá, que lo haga acá. O las que están escuchando por radio o televisión. Y yo a cada una de ellas, a cada chico o chica que está ahí adentro esperando, le doy la bendición. Así que cada una se toca la panza y yo le doy la bendición, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y deseo que venga sanito, que crezca bien, que lo pueda criar lindo. Acaricien al hijo que están esperando.

No quiero terminar sin hacer mención a la Eucaristía. Se habrán dado cuenta que Jesús quiere utilizar como espacio de su memorial una cena. Elige como espacio de su presencia entre nosotros un momento concreto en la vida familiar. Un momento vivido y entendible por todos, la cena.

Y la Eucaristía es la cena de la familia de Jesús, que a lo largo y ancho de la tierra se reúne para escuchar su Palabra y alimentarse con su Cuerpo. Jesús es el Pan de Vida de nuestras familias, él quiere estar siempre presente alimentándonos con su amor, sosteniéndonos con su fe, ayudándonos a caminar con su esperanza, para que en todas las circunstancias podamos experimentar que él es el verdadero Pan del cielo.

En unos días participaré junto a las familias del mundo en el Encuentro Mundial de las Familias y en menos de un mes en el Sínodo de los Obispos, que tiene como tema la Familia. Los invito a rezar. Les pido, por favor, que recen por estas dos instancias, para que sepamos entre todos ayudarnos a cuidar la familia, para que sepamos seguir descubriendo al Emmanuel, es decir, al Dios que vive en medio de su Pueblo haciendo de cada familia, y de todas las familias, su hogar. Cuento con la oración de ustedes. Gracias.

[01502-ES.02] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua inglese

We are here as a family! And whenever we come together as a family, we feel at home. Thank you, Cuban families. Thank you, Cubans, for making me feel part of a family, for making me feel at home, in these days. Thank you for everything. This meeting is like “the icing on the cake”. To conclude my visit with this family gathering is a reason to thank God for the “warmth” spread by people who know how to welcome and accept someone, to make him feel at home. Thank you to all Cubans!

I am grateful to Archbishop Dionisio García of Santiago for his greetings in the name of all present, and to the married couple who were not afraid to share with all of us their hopes and struggles in trying to make their home a “domestic church”.

John’s Gospel tells us that Jesus worked his first miracle at the wedding feast of Cana, at a family party. There he was, with Mary, his Mother, and some of his disciples. They were sharing in a family celebration.

Weddings are special times in many people’s lives. For the “older folks”, parents and grandparents, it is an opportunity to reap the fruits of what they have sown. Our hearts rejoice when we see children grow up and make a home of their own. For a moment, we see that everything we worked for was worth the effort. To raise children, to support and encourage them, to help them want to make a life for themselves and form a family: this is a great challenge for parents. Weddings, too, show us the joy of young spouses. The future is open before them, and everything has the flavor of a new home, of hope. Weddings always bring together the past which we inherit and the future in which we put our hope. There is memory and hope. Weddings are an opportunity to be grateful for everything which has brought us to this day, with the same love which we have received.

Jesus begins his public life at a wedding. He enters into that history of sowing and reaping, of dreams and quests, of efforts and commitments, of hard work which tills the land so that it can yield fruit. Jesus began his life within a family, within a home. And it is precisely our homes into which he continues to enter, and of which he becomes a part. He likes to be part of a family.

It is interesting to see how Jesus also shows up at meals, at dinners. Eating with different people, visiting different homes, was a special way for him to make known God’s plan. He goes to the home of his friends, Martha and Mary, but he is not choosy; it makes no difference to him whether publicans or sinners are there, like Zacchaeus. He goes to Zacchaeus’ house. He didn’t just act this way himself; when he sent his disciples out to proclaim the good news of the kingdom of God he told them: Stay in the same house, eating and drinking what they provide (Lk 10:7). Weddings, visits to people’s homes, dinners: those moments in people’s lives become “special” because Jesus chose to be part of them.

I remember in my former diocese how many families told me that almost the only time they came together was at dinner, in the evening after work, when the children had finished their homework. These were special times in the life of the family. They talked about what happened that day and what each of them had done; they tidied the house, put things away and organized their chores for the next few days; the children bickered; but it was a special time. These were also times when someone might come home tired, or when arguments or disagreements might break out between husband and wife, but there are worse things to fear. I am more afraid of marriages where spouses tell me they have never, ever argued. It is rare. Jesus chooses all those times to show us the love of God. He chooses those moments to enter into our hearts and to help us to discover the Spirit of life at work in our homes and our daily affairs. It is in the home that we learn fraternity and solidarity, we learn not to be overbearing. It is in the home that we learn to receive, to appreciate life as a blessing and to realize that we need one another to move forward. It is in the home that we experience forgiveness, and we are constantly invited to forgive and to grow. It is interesting that in the home there is no room for “putting on masks”: we are who we are, and in one way or another we are called to do our best for others.

That is why the Christian community calls families “domestic churches”. It is in the warmth of the home that faith fills every corner, lights up every space, builds community. At those moments, people learn to discover God’s love present and at work.

In many cultures today, these spaces are shrinking, these experiences of family are disappearing, and everything is slowly breaking up, growing apart. We have fewer moments in common, to stay together, to stay at home as a family. As a result, we don’t know how to be patient, we don’t know how to ask permission, we don’t know how to beg forgiveness, we don’t know how to say “thank you”, because our homes are growing empty. Not of people, but empty of relationships, empty of human contact, empty of encounters, between parents, children, grandparents, grandchildren and siblings. Not long ago, someone who works with me told me that his wife and children had gone off on vacation, while he remained home alone because he had to work those days. The first day, the house was completely quiet, “at peace”; he was happy and nothing was out of place. On the third day, when I asked him how things were going, he told me: I wish they would all come back soon. He felt he couldn’t live without his wife and children. And that is beautiful, very beautiful.

Without family, without the warmth of home, life grows empty, there is a weakening of the networks which sustain us in adversity, the networks which nurture us in daily living and motivate us to build a better future. The family saves us from two present-day phenomena, two things which happen every day: fragmentation, that is, division, and uniformity. In both cases, people turn into isolated individuals, easy to manipulate and to rule. Then in our world we see societies which are divided, broken, separated or rigidly uniform. These are a result of the breakup of family bonds, the loss of those relationships which make us who we are, which teach us to be persons. Then we forget how to say dad, mom, son, daughter, grandfather, grandmother… we gradually lose a sense of these basic relationships, relationships at the basis of the name we bear.

The family is a school of humanity, a school which teaches us to open our hearts to others’ needs, to be attentive to their lives. When we live together life as a family, we keep our little ways of being selfish in check – they will always be there, because each of us has a touch of selfishness – but when there is no family life, what results are those “me, myself and I” personalities who are completely self-centered and lacking any sense of solidarity, fraternity, cooperation, love and fraternal disagreements. They don’t have it. Amid all the difficulties troubling our families in our world today, please, never forget one thing: families are not a problem, they are first and foremost an opportunity. An opportunity which we have to care for, protect and support. In other words, they are a blessing. Once you begin to see the family as a problem, you get bogged down, you don’t move forward, because you are caught up in yourself.

Nowadays we talk a lot about the future, about the kind of world we want to leave to our children, the kind of society we want for them. I believe that one possible answer lies in looking at yourselves, at this family which spoke to us. Let us leave behind a world with families. No doubt about it: the perfect family does not exist; there are no perfect husbands and wives, perfect parents, perfect children or – if they will not get mad at me for saying this, perfect mothers-in-law. Those families don’t exist. But that does not prevent families from being the answer for the future. God inspires us to love, and love always engages with the persons it loves. Love always engages with the persons it loves. So let us care for our families, true schools for the future. Let us care for our families, true spaces of freedom. Let us care for families, true centers of humanity.

Here an image comes to mind: when I greet people during my Wednesday Audiences, many women show me that they are pregnant and ask me to bless them. I am going to propose something to all those women who are “pregnant with hope”, because a child is a hope. Right now, put your hands over your baby touch you. Whether you are here, or following by radio or television, do it now. And to each of them, and to each baby boy or girl they are expecting, I give my blessing. So all of you, put your hands over your baby, and I give you my blessing: in the name of the Father, and of the Son, and of the Holy Spirit. And I pray that your child will be born healthy and grow up well, that you can be good parents. Caress the child you are expecting.

I do not want to end without mentioning the Eucharist. All of you know very well that Jesus chose a meal to the setting for his memorial. He chose a specific moment of family life as the “place” of his presence among us. A moment which we have all experienced, a moment we all understand: a meal.

The Eucharist is the meal of Jesus’ family, which the world over gathers to hear his word and to be fed by his body. Jesus is the Bread of Life for our families. He wants to be ever present, nourishing us by his love, sustaining us in faith, helping us to walk in hope, so that in every situation we can experience the true Bread of Heaven.

In a few days I will join families from across the globe in the World Meeting of Families and, in less than a month, in the Synod of Bishops devoted to the family. I ask you to pray. I ask you to pray in particular for these two events, so that together we can find ways to help one another and to care for the family, so that we can continue to discover Emmanuel, the God who dwells in the midst of his people, and makes each family, and all families, his home. I am counting on your prayers. Thank you.

[01501-EN.02] [Original text: Spanish]

Traduzione in lingua italiana

Siamo in famiglia. E quando uno sta in famiglia si sente a casa. Grazie famiglie cubane, grazie cubani per avermi fatto sentire in tutti questi giorni in famiglia, per avermi fatto sentire a casa. Grazie per tutto questo. Questo incontro con voi è come “la ciliegina sulla torta”. Concludere la mia visita vivendo questo incontro in famiglia è un motivo per rendere grazie a Dio per il “calore” che promana da gente che sa ricevere, che sa accogliere, che sa far sentire a casa. Grazie a tutti i cubani.

Ringrazio Mons. Dionisio García, Arcivescovo di Santiago, per il saluto che mi ha rivolto a nome di tutti, e la coppia che ha avuto il coraggio di condividere con tutti noi i suoi aneliti e i suoi per vivere la famiglia come una “chiesa domestica”.

Il Vangelo di Giovanni ci presenta come primo avvenimento pubblico di Gesù le Nozze di Cana, nella festa di una famiglia. Lì è con Maria sua madre e alcuni dei suoi discepoli. Condividevano la festa familiare.

Le nozze sono momenti speciali nella vita di molti. Per i “più veterani”, genitori, nonni, è un’occasione per raccogliere il frutto della semina. Dà gioia all’anima vedere i figli crescere e poter formare la propria famiglia. È l’opportunità di vedere, per un istante, che tutto ciò per cui si è lottato ne valeva la pena. Accompagnare i figli, sostenerli, stimolarli perché possano decidersi a costruire la loro vita, a formare la loro famiglia, è un grande compito per i genitori. A loro volta, i giovani sposi sono nella gioia. Tutto un futuro che comincia. E tutto ha “sapore” di casa nuova, di speranza. Nelle nozze sempre si incontrano il passato che ereditiamo e il futuro che ci attende. C’è memoria e speranza. Sempre si apre l’opportunità di ringraziare per tutto ciò che ci ha permesso di giungere fino ad oggi con lo stesso amore che abbiamo ricevuto.

E Gesù comincia la sua vita pubblica proprio in un matrimonio. Si inserisce in questa storia di semina e raccolto, di sogni e ricerche, di sforzi e impegno, di lavori faticosi che hanno arato la terra perché dia il suo frutto. Gesù comincia la sua vita pubblica all’interno di una famiglia, in seno ad una comunità domestica. Ed è proprio in seno alle nostre famiglie che Egli continua ad inserirsi, continua ad esser parte. Gli piace stare in famiglia.

È interessante osservare come Gesù si manifesta anche nei pranzi, nelle cene. Mangiare con diverse persone, visitare diverse case è stato per Gesù un luogo privilegiato per far conoscere il progetto di Dio. Egli va a casa degli amici – Marta e Maria –, ma non è selettivo, non gli importa se ci sono pubblicani o peccatori, come Zaccheo. Non solo Egli agiva così, ma quando inviò i suoi discepoli ad annunciare la buona novella del Regno di Dio, disse loro: «Restate in quella casa, mangiando e bevendo di quello che hanno» (Lc 10,7). Matrimoni, visite alle famiglie, cene, qualcosa di speciale avranno questi momenti nella vita delle persone perché Gesù preferisca manifestarsi lì.

Ricordo nella mia diocesi precedente che molte famiglie mi spiegavano che l’unico momento che avevano per stare insieme era normalmente la cena, di sera, quando si tornava dal lavoro, e i più piccoli finivano i compiti di scuola. Era un momento speciale di vita familiare. Si commentava il giorno, ciò che ognuno aveva fatto, si metteva in ordine la casa, si sistemavano i vestiti, si organizzavano gli impegni principali per i giorni seguenti, i bambini litigavano… era il momento. Sono momenti in cui uno arriva anche stanco, e qualche discussione, qualche litigata tra marito e moglie succede, ma non c’è da aver paura; io ho più paura delle coppie che mi dicono che mai, mai hanno avuto una discussione; raro, è raro. Gesù sceglie questi momenti per mostrarci l’amore di Dio, Gesù sceglie questi spazi per entrare nelle nostre case e aiutarci a scoprire lo Spirito vivo e operante nelle nostre case e nelle nostre cose quotidiane. È in casa che impariamo la fraternità, impariamo la solidarietà, impariamo il non essere prepotenti. È in casa che impariamo ad accogliere e apprezzare la vita come una benedizione e che ciascuno ha bisogno degli altri per andare avanti. È in casa che sperimentiamo il perdono, e siamo invitati continuamente a perdonare, a lasciarci trasformare. E’ interessante: in casa non c’è posto per le “maschere”, siamo quello che siamo e, in un modo o nell’altro, siamo invitati a cercare il meglio per gli altri.

Per questo la comunità cristiana chiama le famiglie con il nome di chiese domestiche, perché è nel calore della casa che la fede permea ogni angolo, illumina ogni spazio, costruisce la comunità. Perché è in momenti come questi che le persone hanno cominciato a scoprire l’amore concreto e operante di Dio.

In molte culture al giorno d’oggi vanno sparendo questi spazi, vanno scomparendo questi momenti familiari, pian piano tutto tende a separarsi, isolarsi; scarseggiano i momenti in comune, per essere uniti, per stare in famiglia. E dunque non si sa aspettare, non si sa chiedere permesso, non si sa chiedere scusa, non si sa ringraziare, perché la casa diventa vuota, non di persone, ma vuota di relazioni, vuota di contatti umani, vuota di incontri, tra genitori, figli, nonni, nipoti, fratelli.... Poco tempo fa una persona che lavora con me mi raccontava che sua moglie e i figli erano andati in vacanza e lui era rimasto solo, perché gli toccava lavorare in quei giorni. Il primo giorno la casa stava tutta in silenzio, “in pace”, era felice, niente in disordine. Il terzo giorno, quando gli ho chiesto come stava, mi ha detto: “Voglio già che ritornino tutti”. Sentiva che non poteva vivere senza sua moglie e i suoi figli. E questo è bello, questo è bello.

Senza famiglia, senza il calore di casa, la vita diventa vuota, cominciano a mancare le reti che ci sostengono nelle difficoltà, le reti che ci alimentano nella vita quotidiana e motivano la lotta per la prosperità. La famiglia ci salva da due fenomeni attuali, due cose che succedono al giorno d’oggi: la frammentazione, cioè la divisione, e la massificazione. In entrambi i casi, le persone si trasformano in individui isolati, facili da manipolare e governare. E allora troviamo nel mondo società divise, rotte, separate o altamente massificate sono conseguenza della rottura dei legami familiari; quando si perdono le relazioni che ci costituiscono come persone, che ci insegnano ad essere persone. E così uno si dimentica di come si dice papà, mamma, figlio, figlia, nonno, nonna… Si perde la memoria di queste relazioni che sono il fondamento. Sono il fondamento del nome che abbiamo.

La famiglia è scuola di umanità, scuola che insegna a mettere il cuore nelle necessità degli altri, ad essere attenti alla vita degli altri. Quando viviamo bene nella famiglia, gli egoismi restano piccoli – ci sono, perché tuti abbiamo un po’ di egoismo –; ma quando non si vive una vita di famiglia si generano quelle personalità che possiamo definire così: “io, me, mi, con me, per me”, totalmente centrate su sé stesse, che ignorano la solidarietà, la fraternità, il lavoro in comune, l’amore, la discussione tra fratelli. Lo ignorano. Nonostante le molte difficoltà che affliggono oggi le nostre famiglie nel mondo, non dimentichiamoci, per favore, di questo: le famiglie non sono un problema, sono prima di tutto un’opportunità. Un’opportunità che dobbiamo curare, proteggere e accompagnare. E’ un modo di dire che sono una benedizione. Quando incominci a vivere la famiglia come un problema, ti stanchi, non cammini, perché sei tutto centrato su te stesso.

Si discute molto oggi sul futuro, su quale mondo vogliamo lascare ai nostri figli, quale società vogliamo per loro. Credo che una delle possibili risposte si trova guardando voi, questa famiglia che ha parlato, ognuno di voi: vogliamo lasciare un mondo di famiglie. E’ la migliore eredità: lasciamo un mondo di famiglie. Certamente non esiste la famiglia perfetta, non esistono sposi perfetti, genitori perfetti né figli perfetti, e, se non si offende, io direi suocera perfetta. Non esistono, non esistono. Ma questo non impedisce che siano la risposta per il domani. Dio ci stimola all’amore e l’amore sempre si impegna con le persone che ama. Per questo, abbiamo cura delle nostre famiglie, vere scuole del domani. Abbiamo cura delle nostre famiglie, veri spazi di libertà. Abbiamo cura delle nostre famiglie, veri centri di umanità.

E qui mi viene un’immagine: quando, nelle Udienze del mercoledì, passo a salutare la gente, tante tante donne mi mostrano la pancia e mi dicono: “Padre, me lo benedice?”. Io ora vi propongo una cosa, a tutte quelle donne che sono “incinte di speranza”, perché un figlio è una speranza: che in questo momento si tocchino la pancia. Se c’è qualcuna qui, lo faccia. O quelle che stanno ascoltano alla radio o alla televisione. E io, a ciascuna di loro, ad ogni bambino o bambina che è lì dentro ad aspettare, do la benedizione. Così che ognuna si tocca la pancia e io le do la benedizione, nel nome del Padre e del Figlio dello Spirito Santo. E auguro che nasca bello sano, che cresca bene, che lo possa allevare bene. Accarezzate il bambino che state aspettando.

Non voglio concludere senza fare riferimento all’Eucaristia. Avrete notato che Gesù vuole utilizzare come spazio del suo memoriale una cena. Sceglie come spazio della sua presenza tra noi un momento concreto della vita familiare. Un momento vissuto e comprensibile per tutti, la cena.

E l’Eucaristia è la cena della famiglia di Gesù, che da un confine all’altro della terra si riunisce per ascoltare la sua Parola e nutrirsi con il suo Corpo. Gesù è il Pane di Vita delle nostre famiglie, vuole essere sempre presente nutrendoci con il suo amore, sostenendoci con la sua fede, aiutandoci a camminare con la sua speranza, perché in tutte le circostanze possiamo sperimentare che Egli è il vero Pane del cielo.

Tra pochi giorni parteciperò insieme alle famiglie del mondo all’Incontro Mondiale delle Famiglie, e tra meno di un mese al Sinodo dei Vescovi che ha per tema la Famiglia. Vi invito a pregare. Vi chiedo per favore di pregare per queste due intenzioni, perché sappiamo tutti insieme aiutarci a prenderci cura della famiglia, perché sempre più sappiamo scoprire l’Emmanuele, cioè il Dio che vive in mezzo al suo popolo facendo di ogni famiglia e di tutte le famiglie la sua dimora. Conto sulla vostra preghiera. Grazie!

 

[01501-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]

Saluto finale dalla terrazza sul “Parque Céspedes”

Al termine dell’incontro in Cattedrale, il Papa è stato accompagnato dall’Arcivescovo lungo la navata centrale fino alla terrazza che si affaccia sul “Parque Céspedes”, da dove ha benedetto la Città di Santiago e salutato i fedeli, rivolgendo loro le parole che riportiamo di seguito:

Parole del Santo Padre

Los saludo. Les agradezco … la acogida… la calidez… gracias. Los cubanos realmente son amables, bondadosos y hacen sentir a uno como en casa. Muchas gracias. Y quiero decir una palabra de esperanza. Una palabra de esperanza que quizás nos haga girar la cabeza hacia atrás y hacia adelante. Mirando hacia atrás, memoria. Memoria de aquellos que nos fueron trayendo a la vida y, en especial, memoria a los abuelos. Un gran saludo a los abuelos. No descuidemos a los abuelos. Los abuelos son nuestra memoria viva. Y mirando hacia adelante, los niños y los jóvenes, que son la fuerza de un pueblo. Un pueblo que cuida a sus abuelos y que cuida a sus chicos y a sus jóvenes, tiene el triunfo asegurado. Que Dios los bendiga y permítanme que les dé la bendición, pero con una condición. Van a tener que pagar algo. Les pido que recen por mí. Esa es la condición. Los bendiga Dios Todopoderoso, el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Adiós y gracias.

[Vi saluto. Vi ringrazio… l’accoglienza, il calore… I cubani sono davvero gentili, buoni, e ti fanno sentire a casa. Tante grazie! E voglio dire una parola di speranza. Una parola di speranza che forse ci farà girare la testa indietro e in avanti. Guardando indietro: memoria. Memoria di quelli che ci hanno portato alla vita, e specialmente, dei nonni. Un gran saluto ai nonni. Non dimentichiamoci dei nonni. I nonni sono la nostra memoria vivente. E guardando in avanti: i bambini e i giovani, che sono la forza di un popolo. Un popolo che ha cura dei suoi nonni e che ha cura dei suoi bambini e dei suoi giovani, ha il trionfo assicurato! Dio vi benedica. Lasciate che vi dia la benedizione, ma ad una condizione. Dovrete pagare qualcosa: vi chiedo di pregare per me. Questa è la condizione. Vi benedica Dio Onnipotente, il Padre, il Figlio e lo Spirito Santo. Addio e grazie!]

[Thank you for your warm welcome, thank you! Cubans really are kind and gracious; you make people feel at home. Many thanks. I want to speak a word of hope. A word of hope that can perhaps make us look both backwards and ahead. Looking back, memory. Memory of all those who brought us to life, and especially grandparents. A special greeting to grandparents. We forget about the elderly. The elderly are our living memory. Then, looking ahead, the children and the young who are the strength of a people. A people which cares for its elderly and cares for its children and young people will surely triumph. God bless you and let me give you my blessing, but on one condition; you are going to have to pay a price. I would ask you to pray for me. That is the condition. May Almighty God bless you, the Father, and the Son, and the Holy Spirit. Goodbye and thank you.]

[01552-ES.01] [Texto original: Español]

Concluso l’incontro con le famiglie in Cattedrale, il Papa si è trasferito in auto all’aeroporto di Santiago, da dove ha lasciato Cuba alla volta di Washington (USA).

[B0705-XX.02]