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Viaggio Apostolico di Sua Santità Francesco a Cuba, negli Stati Uniti d’America e Visita alla sede dell’ONU, in occasione della partecipazione all’Incontro Mondiale delle Famiglie in Philadelphia (19-28 settembre 2015) – Santa Messa a La Habana, 20.09.2015


Santa Messa nella Plaza de la Revolución “José Martí” a La Habana

Omelia del Santo Padre

Traduzione in lingua inglese

Traduzione in lingua italiana

Alle ore 8 di questa mattina, il Santo Padre Francesco ha lasciato la Nunziatura Apostolica e ha raggiunto in auto Plaza de la Revolución a La Habana per la Celebrazione Eucaristica.

Dopo un lungo giro con la papamobile attraverso i vari settori della piazza per salutare i fedeli, giunto davanti alla Sagrestia il Papa ha incontrato alcuni rappresentanti di altre confessioni cristiane presenti a Cuba.

Quindi, alle ore 9, ha presieduto la Santa Messa nel corso della quale ha impartito personalmente la prima comunione ad alcuni bambini.

Di seguito pubblichiamo il testo dell’omelia pronunciata dal Santo Padre dopo la proclamazione del Vangelo:

Omelia del Santo Padre

Jesús les hace a sus discípulos: «¿De qué discutían por el camino?». Una pregunta que también puede hacernos hoy: ¿De qué hablan cotidianamente? ¿Cuáles son sus aspiraciones? «Ellos –dice el Evangelio– no contestaron, porque por el camino habían discutido sobre quién era el más importante». Les daba vergüenza decirle a Jesús de lo que hablaban. Como a los discípulos de ayer, también hoy a nosotros, nos puede acompañar la misma discusión: ¿Quién es el más importante?

Jesús no insiste con la pregunta, no los obliga a responderle de qué hablaban por el camino, pero la pregunta permanece no solo en la mente, sino también en el corazón de los discípulos.

¿Quién es el más importante? Una pregunta que nos acompañará toda la vida y en las distintas etapas seremos desafiados a responderla. No podemos escapar a esta pregunta, está grabada en el corazón. Recuerdo más de una vez en reuniones familiares preguntar a los hijos: ¿A quién querés más, a papá o a mamá? Es como preguntarle: ¿Quién es más importante para vos? ¿Es tan solo un simple juego de niños esta pregunta? La historia de la humanidad ha estado marcada por el modo de responder a esta pregunta.

Jesús no le teme a las preguntas de los hombres; no le teme a la humanidad ni a las distintas búsquedas que ésta realiza. Al contrario, Él conoce los «recovecos» del corazón humano, y como buen pedagogo está dispuesto a acompañarnos siempre. Fiel a su estilo, asume nuestras búsquedas, nuestras aspiraciones y les da un nuevo horizonte. Fiel a su estilo, logra dar una respuesta capaz de plantear un nuevo desafío, descolocando «las respuestas esperadas» o lo aparentemente establecido. Fiel a su estilo, Jesús siempre plantea la lógica del amor. Una lógica capaz de ser vivida por todos, porque es para todos.

Lejos de todo tipo de elitismo, el horizonte de Jesús no es para unos pocos privilegiados capaces de llegar al «conocimiento deseado» o a distintos niveles de espiritualidad. El horizonte de Jesús, siempre es una oferta para la vida cotidiana también aquí en «nuestra isla»; una oferta que siempre hace que el día a día tenga cierto sabor a eternidad.

¿Quién es el más importante? Jesús es simple en su respuesta: «Quien quiera ser el primero - o sea el más importante - que sea el último de todos y el servidor de todos». Quien quiera ser grande, que sirva a los demás, no que se sirva de los demás.

Y esta es la gran paradoja de Jesús. Los discípulos discutían quién ocuparía el lugar más importante, quién sería seleccionado como el privilegiado –¡eran los discípulos, los más cercanos a Jesús, y discutían sobre eso!-, quién estaría exceptuado de la ley común, de la norma general, para destacarse en un afán de superioridad sobre los demás. Quién escalaría más pronto para ocupar los cargos que darían ciertas ventajas.

Y Jesús les trastoca su lógica diciéndoles sencillamente que la vida auténtica se vive en el compromiso concreto con el prójimo. Es decir, sirviendo.

La invitación al servicio posee una peculiaridad a la que debemos estar atentos. Servir significa, en gran parte, cuidar la fragilidad. Servir significa cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo. Son los rostros sufrientes, desprotegidos y angustiados a los que Jesús propone mirar e invita concretamente a amar. Amor que se plasma en acciones y decisiones. Amor que se manifiesta en las distintas tareas que como ciudadanos estamos invitados a desarrollar. Son personas de carne y hueso, con su vida, su historia y especialmente con su fragilidad, las que Jesús nos invita a defender, a cuidar y a servir. Porque ser cristiano entraña servir la dignidad de sus hermanos, luchar por la dignidad de sus hermanos y vivir para la dignidad de sus hermanos. Por eso, el cristiano es invitado siempre a dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la mirada concreta de los más frágiles.

Hay un «servicio» que sirve a los otros; pero tenemos que cuidarnos del otro servicio, de la tentación del «servicio» que «se» sirve de los otros. Hay una forma de ejercer el servicio que tiene como interés el beneficiar a los «míos», en nombre de lo «nuestro». Ese servicio siempre deja a los «tuyos» por fuera, generando una dinámica de exclusión.

Todos estamos llamados por vocación cristiana al servicio que sirve y a ayudarnos mutuamente a no caer en las tentaciones del «servicio que se sirve». Todos estamos invitados, estimulados por Jesús a hacernos cargo los unos de los otros por amor. Y esto sin mirar de costado para ver lo que el vecino hace o ha dejado de hacer. Jesús dice: «Quien quiera ser el primero, que sea el último y el servidor de todos». Ese va a ser el primero. No dice, si tu vecino quiere ser el primero que sirva. Debemos cuidarnos de la mirada enjuiciadora y animarnos a creer en la mirada transformadora a la que nos invita Jesús.

Este hacernos cargo por amor no apunta a una actitud de servilismo, por el contrario, pone en el centro la cuestión del hermano: el servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su projimidad y hasta en algunos casos la «padece» y busca la promoción del hermano. Por eso nunca el servicio es ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se sirve a personas.

El santo Pueblo fiel de Dios que camina en Cuba, es un pueblo que tiene gusto por la fiesta, por la amistad, por las cosas bellas. Es un pueblo que camina, que canta y alaba. Es un pueblo que tiene heridas, como todo pueblo, pero que sabe estar con los brazos abiertos, que marcha con esperanza, porque su vocación es de grandeza. Así la sembraron sus próceres. Hoy los invito a que cuiden esa vocación, a que cuiden estos dones que Dios les ha regalado, pero especialmente quiero invitarlos a que cuiden y sirvan, de modo especial, la fragilidad de sus hermanos. No los descuiden por proyectos que puedan resultar seductores, pero que se desentienden del rostro del que está a su lado. Nosotros conocemos, somos testigos de la «fuerza imparable» de la resurrección, que «provoca por todas partes gérmenes de ese mundo nuevo» (cf. Evangelii gaudium, 276.278).

No nos olvidemos de la Buena Nueva de hoy: la importancia de un pueblo, de una nación; la importancia de una persona siempre se basa en cómo sirve la fragilidad de sus hermanos. Y en esto encontramos uno de los frutos de una verdadera humanidad.

Porque, queridos hermanos y hermanas, «quien no vive para servir, no sirve para vivir».

[01495-ES.02] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua inglese

Jesus asks his disciples an apparently indiscreet question: “What were you discussing along the way?” It is a question which he could also ask each of us today: “What do you talk about every day?” “What are your aspirations?” The Gospel tells us that the disciples “did not answer because on the way they had been arguing about who was the most important”. They were ashamed to tell Jesus what they were talking about. Like the disciples then, today we too can be caught up in these same arguments: who is the most important?

Jesus does not press the question. He does not force them to tell him what they were talking about on the way. But the question lingers, not only in the minds of the disciples, but also in their hearts.

Who is the most important? This is a life-long question to which, at different times, we must give an answer. We cannot escape the question; it is written on our hearts. I remember more than once, at family gatherings, children being asked: “Who do you love more, Mommy or Daddy”? It’s like asking them: “Who is the most important for you?” But is this only a game we play with children? The history of humanity has been marked by the answer we give to this question.

Jesus is not afraid of people’s questions; he is not afraid of our humanity or the different things we are looking for. On the contrary, he knows the depths of the human heart, and, as a good teacher, he is always ready to encourage and support us. As usual, he takes up our searching, our aspirations, and he gives them a new horizon. As usual, he somehow finds an the answer which can pose a new challenge, setting aside the “right answers”, the standard replies we are expected to give. As usual, Jesus sets before us the “logic” of love. A mindset, an approach to life, which is capable of being lived out by all, because it is meant for all.

Far from any kind of elitism, the horizon to which Jesus points us is not for those few privileged souls capable of attaining the heights of knowledge or different levels of spirituality. The horizon to which Jesus points us always has to do with daily life, also here on “our island”, something which can season our daily lives with eternity.

Who is the most important? Jesus is straightforward in his reply: “Whoever wishes to be the first – the most important – among you must be the last of all, and the servant of all”. Whatever wishes to be great must serve others, not be served by others.

This is the great paradox of Jesus. The disciples were arguing about who would have the highest place, who would be chosen for privileges – they were the disciples, those closest to Jesus, and they were arguing about that! –, who would be above the common law, the general norm, in order to stand out in the quest for superiority over others. Who would climb the ladder most quickly to take the jobs which carry certain benefits.

Jesus upsets their “logic”, their mindset, simply by telling them that life is lived authentically in a concrete commitment to our neighbor. That is, by serving.

The call to serve involves something special, to which we must be attentive. Serving means caring for their vulnerability. Caring for the vulnerable of our families, our society, our people. Theirs are the suffering, fragile and downcast faces which Jesus tells us specifically to look at and which he asks us to love. With a love which takes shape in our actions and decisions. With a love which finds expression in whatever tasks we, as citizens, are called to perform. It is people of flesh and blood, people with individual lives and stories, and with all their frailty, that Jesus asks us to protect, to care for and to serve. Being a Christian entails promoting the dignity of our brothers and sisters, fighting for it, living for it. That is why Christians are constantly called to set aside their own wishes and desires, their pursuit of power, before the concrete gaze of those who are most vulnerable.

There is a kind of “service” which serves others, yet we need to be careful not to be tempted by another kind of service, one which is “self-serving” with regard to others. There is a way to go about serving which is interested in only helping “my people”, “our people”. This service always leaves “your people” outside, and gives rise to a process of exclusion.

All of us are called by virtue of our Christian vocation to that service which truly serves, and to help one another not to be tempted by a “service” which is really “self-serving”. All of us are asked, indeed urged, by Jesus to care for one another out of love. Without looking to one side or the other to see what our neighbor is doing or not doing. Jesus says: Whoever would be first among you must be the last, and the servant of all”. That person will be the first. Jesus does not say: if your neighbor wants to be first, let him be the servant! We have to be careful to avoid judgmental looks and renew our belief in the transforming look to which Jesus invites us.

This caring for others out of love is not about being servile. Rather, it means putting the question of our brothers and sisters at the center. Service always looks to their faces, touches their flesh, senses their closeness and even, in some cases, “suffers” that closeness and tries to help them. Service is never ideological, for we do not serve ideas, we serve people.

God’s holy and faithful people in Cuba is a people with a taste for celebrations, for friendship, for beautiful things. It is a people which marches with songs of praise. It is a people which has its wounds, like every other people, yet knows how to stand up with open arms, to keep walking in hope, because it has a vocation of grandeur. These were the seeds sown by your forebears. Today I ask you to care for this vocation of yours, to care for these gifts which God has given you, but above all I invite you to care for and be at the service of the frailty of your brothers and sisters. Do not neglect them for plans which can be seductive, but are unconcerned about the face of the person beside you. We know, we are witnesses of the incomparable power of the resurrection, which “everywhere calls forth the seeds of a new world” (cf. Evangelii Gaudium, 276, 278).

Let us not forget the Good News we have heard today: the importance of a people, a nation, and the importance of individuals, which is always based on how they seek to serve their vulnerable brothers and sisters. Here we encounter one of the fruits of a true humanity.

Because, dear brothers and sisters: “whoever does not live to serve, does not ‘serve’ to live”.

[01495-EN.02] [Original text: Spanish]

Traduzione in lingua italiana

Gesù rivolge ai suoi discepoli una domanda apparentemente indiscreta: «Di che cosa stavate discutendo per la strada?” (Mc 9,33). Una domanda che anche oggi Egli può farci: Di cosa parlate quotidianamente? Quali sono le vostre aspirazioni? «Essi – dice il Vangelo – tacevano. Per la strada infatti avevano discusso tra loro chi fosse più grande» (Mc 9,34). Si vergognavano di dire a Gesù di cosa stavano parlando. Come nei discepoli di ieri, anche in noi oggi si può riscontrare la medesima discussione: “Chi è il più grande?”.

Gesù non insiste con la sua domanda, non li obbliga a dirgli di che cosa parlavano per la strada; eppure quella domanda rimane, non sono nella mente, ma anche nel cuore dei discepoli.

“Chi è il più grande?”. Una domanda che ci accompagnerà per tutta la vita e alla quale saremo chiamati a rispondere nelle diverse fasi dell’esistenza. Non possiamo sfuggire a questa domanda, è impressa nel cuore. Ho sentito più di una volta in riunioni famigliari domandare ai figli: “A chi volete più bene, al papà o alla mamma?”. È come domandare: chi è più importante per voi? Questa domanda è davvero solo un semplice gioco per bambini? La storia dell’umanità è stata segnata dal modo di rispondere a questa domanda.

Gesù non teme le domande degli uomini; non ha paura dell’umanità, né dei diversi interrogativi che essa pone. Al contrario, Egli conosce i “recessi” del cuore umano, e come buon pedagogo è sempre disposto ad accompagnarci. Fedele al suo stile, fa’ propri i nostri interrogativi, le nostre aspirazioni e dà loro un nuovo orizzonte. Fedele al suo stile, riesce a dare una risposta capace di porre una nuova sfida, spiazzando le “risposte attese” o ciò che era apparentemente già stabilito. Fedele al suo stile, Gesù pone sempre in atto la logica dell’amore. Una logica capace di essere vissuta da tutti, perché è per tutti.

Lontano da ogni tipo di elitarismo, l’orizzonte di Gesù non è per pochi privilegiati capaci di giungere alla “conoscenza desiderata” o a distinti livelli di spiritualità. L’orizzonte di Gesù è sempre una proposta per la vita quotidiana, anche qui, nella “nostra” isola; una proposta che fa sempre sì che la quotidianità abbia un certo sapore di eternità.

Chi è il più grande? Gesù è semplice nella sua risposta: «Se uno vuole essere il primo – ossia il più grande – sia l’ultimo di tutti e il servitore di tutti» (Mc 9,35). Chi vuole essere grande, serva gli altri, e non si serva degli altri!

E questo è il grande paradosso di Gesù. I discepoli discutevano su chi dovesse occupare il posto più importante, su chi sarebbe stato il privilegiato – ed erano i discepoli, i più vicini a Gesù, e discutevano di questo! –, chi sarebbe stato al di sopra della legge comune, della norma generale, per mettersi in risalto con un desiderio di superiorità sugli altri. Chi sarebbe asceso più rapidamente per occupare incarichi che avrebbero dato certi vantaggi.

E Gesù sconvolge la loro logica dicendo loro semplicemente che la vita autentica si vive nell’impegno concreto con il prossimo, cioè servendo.

L’invito al servizio presenta una peculiarità alla quale dobbiamo fare attenzione. Servire significa, in gran parte, avere cura della fragilità. Servire significa avere cura di coloro che sono fragili nelle nostre famiglie, nella nostra società, nel nostro popolo. Sono i volti sofferenti, indifesi e afflitti che Gesù propone di guardare e invita concretamente ad amare. Amore che si concretizza in azioni e decisioni. Amore che si manifesta nei differenti compiti che come cittadini siamo chiamati a svolgere. Sono persone in carne e ossa, con la loro vita, la loro storia e specialmente la loro fragilità, che Gesù ci invita a difendere, ad assistere, a servire. Perché essere cristiano comporta servire la dignità dei fratelli, lottare per la dignità dei fratelli e vivere per la dignità dei fratelli. Per questo, il cristiano è sempre invitato a mettere da parte le sue esigenze, aspettative, i suoi desideri di onnipotenza davanti allo sguardo concreto dei più fragili.

C’è un “servizio” che serve gli altri; però dobbiamo guardarci dall’altro servizio, dalla tentazione del “servizio” che “si” serve degli altri. Esiste una forma di esercizio del servizio che ha come interesse il beneficiare i “miei”, in nome del “nostro”. Questo servizio lascia sempre fuori i “tuoi”, generando una dinamica di esclusione.

Tutti siamo chiamati dalla vocazione cristiana al servizio che serve e ad aiutarci a vicenda a non cadere nelle tentazioni del “servizio che si serve”. Tutti siamo invitati, stimolati da Gesù a farci carico gli uni degli altri per amore. E questo senza guardare accanto per vedere che cosa il vicino fa o non fa. Gesù ci dice: «Se uno vuole essere il primo, sia l’ultimo di tutti e il servitore di tutti» (Mc 9,35). Costui diventa il primo. Non dice: “Se il tuo vicino desidera essere il primo, che serva”. Dobbiamo guardarci dallo sguardo che giudica e incoraggiarci a credere nello sguardo che trasforma, al quale ci invita Gesù.

Questo farci carico per amore non punta verso un atteggiamento di servilismo, ma al contrario, pone al centro la questione del fratello: il servizio guarda sempre il volto del fratello, tocca la sua carne, sente la sua prossimità fino in alcuni casi a “soffrirla”, e cerca la promozione del fratello. Per tale ragione il servizio non è mai ideologico, dal momento che non serve idee, ma persone.

Il santo Popolo fedele di Dio che vive a Cuba è un popolo che ama la festa, l’amicizia, le cose belle. È un popolo che cammina, che canta e loda. È un popolo che ha delle ferite, come ogni popolo, ma che sa stare con le braccia aperte, che cammina con speranza, perché la sua vocazione è di grandezza. Così l’hanno seminata i vostri antenati. Oggi vi invito a prendervi cura di questa vocazione, a prendervi cura di questi doni che Dio vi ha regalato, ma specialmente voglio invitarvi a prendervi cura e a servire la fragilità dei vostri fratelli. Non trascurateli a causa di progetti che possono apparire seducenti, ma che si disinteressano del volto di chi ti sta accanto. Noi conosciamo, siamo testimoni della «forza incomparabile» della risurrezione che «produce in ogni luogo germi di questo mondo nuovo» (Esort. ap. Evangelii gaudium, 276.278).

Non dimentichiamoci della Buona Notizia di oggi: la grandezza di un popolo, di una nazione; la grandezza di una persona si basa sempre su come serve la fragilità dei suoi fratelli. E in questo troviamo uno dei frutti di una vera umanità.

Perché, cari fratelli e sorelle, “chi non vive per servire, non serve per vivere”.

[01495-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]

[B0695-XX.02]