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Viaggio Apostolico di Sua Santità Francesco in Ecuador, Bolivia e Paraguay (5-13 luglio 2015) – Incontro con i giovani sul lungofiume Costanera di Asunción, 12.07.2015


Incontro con i giovani sul lungofiume Costanera ad Asunción

Discorso pronunciato dal Santo Padre

Discorso preparato dal Papa

Questo pomeriggio, preso congedo dalla Nunziatura Apostolica di Asunción, il Santo Padre Francesco si è recato in auto a Costanera, il lungofiume vicino al Palazzo Presidenziale de López, per l’ultimo appuntamento del Suo Viaggio Apostolico: l’incontro con i giovani.

Dopo l’introduzione processionale della Croce pellegrina, l’incontro si è aperto con il saluto di S.E. Mons. Ricardo Jorge Valenzuela Ríos, Vescovo di Villarrica del Espíritu Santo, Incaricato della Pastorale giovanile, ed è proseguito con una rappresentazione allegorica sulla realtà giovanile.

Rispondendo alle domande posteGli da due giovani nel corso delle loro testimonianze, il Papa ha tenuto a braccio il suo discorso, dando per letto quello preparato.

Ne pubblichiamo di seguito i testi:

Discorso pronunciato dal Santo Padre

Testo in lingua spagnola

Traduzione in lingua italiana

Traduzione in lingua inglese

Testo in lingua spagnola

Queridos jóvenes, buenas tardes.

Después de haber leído el Evangelio, Orlando se acercó a saludarme y me dijo: “Te pido que reces por la libertad de cada uno de nosotros, de todos”. Es la bendición que pidió Orlando para cada uno de nosotros. Es la bendición que pedimos ahora todos juntos: la libertad. Porque la libertad es un regalo que nos da Dios, pero hay que saber recibirlo, hay que saber tener el corazón libre, porque todos sabemos que en el mundo hay tantos lazos que nos atan el corazón y no dejan que el corazón sea libre. La explotación, la falta de medios para sobrevivir, la drogadicción, la tristeza, todas esas cosas nos quitan la libertad. Así que todos juntos, agradeciéndole a Orlando que haya pedido esta bendición, tener el corazón libre, un corazón que pueda decir lo que piensa, que pueda decir lo que siente y que pueda hacer lo que piensa y lo que siente. ¡Ese es un corazón libre! Y eso es lo que vamos a pedir todos juntos, esa bendición que Orlando pidió para todos. Repitan conmigo: “Señor Jesús, dame un corazón libre. Que no sea esclavo de todas las trampas del mundo. Que no sea esclavo de la comodidad, del engaño. Que no sea esclavo de la buena vida. Que no sea esclavo de los vicios. Que no sea esclavo de una falsa libertad, que es hacer lo que me gusta en cada momento”. Gracias, Orlando, por hacernos caer en la cuenta de que tenemos que pedir un corazón libre. ¡Pídanlo todos los días!

Y hemos escuchado dos testimonios: el de Liz y el de Manuel. Liz nos enseña una cosa. Así como Orlando nos enseñó a rezar para tener un corazón libre, Liz con su vida nos enseña que no hay que ser como Poncio Pilato: lavarse las manos. Liz podía haber tranquilamente puesto a su mamá en un asilo, a su abuela en otro asilo y vivir su vida de joven, divirtiéndose, estudiando lo que quería. Y Liz dijo: “No, la abuela, la mamá…”. Y Liz se convirtió en sierva, en servidora y, si quieren más fuerte todavía, en sirvienta de la mamá y de la abuela. ¡Y lo hizo con cariño! Hasta tal punto – decía ella –, que hasta se cambiaron los roles y ella terminó siendo la mamá de su mamá, en el modo como la cuidaba. Su mamá, con esa enfermedad tan cruel que confunde las cosas. Y ella quemó su vida, hasta ahora, hasta los 25 años, sirviendo a su mamá y a su abuela. ¿Sola? No, Liz no estaba sola. Ella dijo dos cosas que nos tienen que ayudar: habló de un ángel, de una tía que fue como un ángel; y habló del encuentro con los amigos los fines de semana, con la comunidad juvenil de evangelización, con el grupo juvenil que alimentaba su fe. Y esos dos ángeles – esa tía que la custodiaba y ese grupo juvenil – le daban más fuerza para seguir adelante. Y eso se llama solidaridad. ¿Cómo se llama? [Responden los jóvenes: “Solidaridad”]. Cuando nos hacemos cargo del problema de otro. Y ella encontró allí un remanso para su corazón cansado. Pero hay algo que se nos escapa. Ella no dijo: “Hago esto y nada más”. ¡Estudió! Y es enfermera. Y haciendo todo eso, la ayuda, la solidaridad que recibió de ustedes, del grupo de ustedes, que recibió de esa tía que era como un ángel, la ayudó a seguir adelante. Y hoy, a los 25 años, tiene la gracia que Orlando nos hacía pedir: tiene un corazón libre. Liz cumple el cuarto mandamiento: “Honrarás a tu padre y a tu madre”. Liz muestra su vida, ¡la quema!, en el servicio a su madre. Es un grado altísimo de solidaridad, es un grado altísimo de amor. Un testimonio. “Padre, ¿entonces se puede amar?”. Ahí tienen a alguien que nos enseña a amar.

Primero: libertad, corazón libre. Entonces, todos juntos: [Los jóvenes repiten cada frase] “Primero: corazón libre”. “Segundo: solidaridad para acompañar”. Solidaridad. Eso es lo que nos enseña este testimonio. Y a Manuel no le regalaron la vida. Manuel no es un “nene bien”. No es un “nene”, no fue un “nene”, no es un chico, un muchacho hoy, a quien la vida le fue fácil. Dijo palabras duras: “Fui explotado, fui maltratado, a riesgo de caer en las adicciones, estuve solo”. Explotación, maltrato y soledad. Y en vez de salir a hacer maldades, en vez de salir a robar, se fue a trabajar. En vez de salir a vengarse de la vida, miró adelante. Y Manuel usó una frase linda: “Pude salir adelante porque en la situación en que yo estaba era difícil hablar de futuro”. ¿Cuántos jóvenes, ustedes, hoy tienen la posibilidad de estudiar, de sentarse a la mesa con la familia todos los días, tienen la posibilidad de que no les falte lo esencial? ¿Cuántos de ustedes tienen eso? Todos juntos, los que tienen eso, digan: “¡Gracias Señor!” [Los jóvenes repiten: “¡Gracias Señor!”]. Porque acá tuvimos un testimonio de un muchacho que desde chico supo lo que era el dolor, la tristeza, que fue explotado, maltratado, que no tenía qué comer y que estaba solo. ¡Señor, salvá a esos chicos y chicas que están en esa situación! Y para nosotros, ¡Señor, gracias! ¡Gracias, Señor! Todos: ¡Gracias, Señor!

Libertad de corazón. ¿Se acuerdan? Libertad de corazón; lo que nos decía Orlando. Servicio, solidaridad; lo que nos decía Liz. Esperanza, trabajo, luchar por la vida, salir adelante; lo que nos decía Manuel. Como ven, la vida no es fácil para muchos jóvenes. Y esto quiero que lo entiendan, quiero que se lo metan en la cabeza: “Si a mí la vida me es relativamente fácil, hay otros chicos y chicas que no le es relativamente fácil”. Más aún, que la desesperación los empuja a la delincuencia, los empuja al delito, los empuja a colaborar con la corrupción. A esos chicos, a esas chicas, les tenemos que decir que nosotros les estamos cerca, queremos darles una mano, que queremos ayudarlos, con solidaridad, con amor, con esperanza.

Hubo dos frases que dijeron los dos que hablaron, Liz y Manuel. Dos frases, son lindas. Escúchenlas. Liz dijo que empezó a conocer a Jesús, conocer a Jesús, y eso es abrir la puerta a la esperanza. Y Manuel dijo: “Conocí a Dios, mi fortaleza”. Conocer a Dios es fortaleza. O sea, conocer a Dios, acercarse a Jesús, es esperanza y fortaleza. Y eso es lo que necesitamos de los jóvenes hoy: jóvenes con esperanza y jóvenes con fortaleza. No queremos jóvenes “debiluchos”, jóvenes que están ahí no más, ni sí ni no. No queremos jóvenes que se cansen rápido y que vivan cansados, con cara de aburridos. Queremos jóvenes fuertes. Queremos jóvenes con esperanza y con fortaleza. ¿Por qué? Porque conocen a Jesús, porque conocen a Dios. Porque tienen un corazón libre. Corazón libre, repitan. [Los jóvenes repiten cada una de las palabras] Solidaridad. Trabajo. Esperanza. Esfuerzo. Conocer a Jesús. Conocer a Dios, mi fortaleza. Un joven que viva así, ¿tiene la cara aburrida? [respuesta de los jóvenes: “No”] ¿Tiene el corazón triste? [respuesta de los jóvenes: “No”]. ¡Ese es el camino! Pero para eso hace falta sacrificio, hace falta andar contracorriente. Las Bienaventuranzas que leímos hace un rato son el plan de Jesús para nosotros. El plan... Es un plan contracorriente. Jesús les dice: “Felices los que tienen alma de pobre”. No dice: “Felices los ricos, los que acumulan plata”. No. Los que tienen el alma de pobre, los que son capaces de acercarse y comprender lo que es un pobre. Jesús no dice: “Felices los que lo pasan bien”, sino que dice: “Felices los que tienen capacidad de afligirse por el dolor de los demás”. Y así, yo les recomiendo que lean después, en casa, las Bienaventuranzas, que están en el capítulo quinto de San Mateo. ¿En qué capítulo están? [respuesta de los jóvenes: “quinto”] ¿De qué Evangelio? [respuesta de los jóvenes: “San Mateo”]. Léanlas y medítenlas, que les va a hacer bien.

Tengo que agradecer a vos, Liz; te agradezco, Manuel; e te agradezco, Orlando. Corazón libre, que es lo que debe ser.

Y me tengo que ir [jóvenes: “No!”] El otro día, un cura en broma me dijo: “Sí, usted siga haciéndole… aconsejando a los jóvenes que hagan lío. Siga, siga. Pero después, los líos que hacen los jóvenes los tenemos que arreglar nosotros”. ¡Hagan lío! Pero también ayuden a arreglar y a organizar el lío que hacen. Las dos cosas: hagan lío y organícenlo bien. Un lío que nos dé un corazón libre, un lío que nos dé solidaridad, un lío que nos dé esperanza, un lío que nazca de haber conocido a Jesús y de saber que Dios, a quien conocí, es mi fortaleza. Ese es el lío que hagan.

Como sabía las preguntas, porque me las habían pasado antes, había escrito un discurso para ustedes, para dárselo, pero los discursos son aburridos, así que, se lo dejo al Señor Obispo encargado de la Juventud para que lo publique.

Y ahora, antes de irme, [“No!”] les pido, primero, que sigan rezando por mí; segundo, que sigan haciendo lío; tercero, que ayuden a organizar el lío que hacen para que no destruya nada. Y todos juntos ahora, en silencio, vamos a elevar el corazón a Dios. Cada uno desde su corazón, en voz baja, repita las palabras:

“Señor Jesús, te doy gracias por estar aquí. Te doy gracias porque me diste hermanos como Liz, Manuel y Orlando. Te doy gracias porque nos diste muchos hermanos que son como ellos. Que te encontraron, Jesús. Que te conocen, Jesús. Que saben que Vos, su Dios, sos su fortaleza. Jesús, te pido por los chicos y chicas que no saben que Vos sos su fortaleza y que tienen miedo de vivir, miedo de ser felices, tienen miedo de soñar. Jesús, enseñános a soñar, a soñar cosas grandes, cosas lindas, cosas que aunque parezcan cotidianas, son cosas que engrandecen el corazón. Señor Jesús, danos fortaleza, danos un corazón libre, danos esperanza, danos amor y enseñános a servir. Amén.”

Ahora les voy a dar la bendición y les pido, por favor, que recen por mí y que recen por tantos chicos y chicas que no tienen la gracia que tienen ustedes de haber conocido a Jesús, que les da esperanza, les da un corazón libre y los hace fuertes.

[01237-ES.01] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua italiana

Cari giovani, buon pomeriggio!

Dopo aver letto il Vangelo, Orlando si è avvicinato per salutarmi e mi ha detto: “Ti chiedo di pregare per la libertà di ognuno di noi, di tutti”. E’ la benedizione che ha chiesto Orlando per ognuno di noi. E’ la benedizione che chiediamo adesso tutti insieme: la libertà. Perché la libertà è un dono che ci dà Dio, ma bisogna saperlo accogliere, bisogna saper avere il cuore libero. Perché tutti sappiamo che nel mondo ci sono tanti lacci che ci legano il cuore e non lasciano che il cuore sia libero. Lo sfruttamento, la mancanza di mezzi per sopravvivere, la dipendenza dalla droga, la tristezza… tutte queste cose ci tolgono la libertà. E allora tutti insieme… ringraziando Orlando che ha chiesto questa benedizione, avere il cuore libero, un cuore che possa dire quello che pensa e quello che sente: questo è un cuore libero!... E questo è ciò che adesso chiediamo tutti insieme, questa benedizione che Orlando ha chiesto per tutti. Ripetete con me [il Santo Padre pronuncia la preghiera frase per frase e i giovani ripetono]: Signore Gesù, dammi un cuore libero. Che non sia schiavo di tutte le trappole del mondo. Che non sia schiavo della comodità, dell’inganno. Che non sia schiavo della “bella vita”. Che non sia schiavo dei vizi. Che non sia schiavo di una falsa libertà, che è fare quello che mi piace in ogni momento. Grazie, Orlando, per averci fatto rendere conto che dobbiamo domandare un cuore libero. Chiedetelo tutti i giorni!

Abbiamo ascoltato due testimonianze: quella di Liz e quella di Manuel. Liz ci insegna una cosa. Come Orlando ci ha insegnato a pregare per avere un cuore libero, Liz con la sua vita ci insegna che non bisogna essere come Ponzio Pilato, lavarsene le mani! Liz avrebbe potuto tranquillamente mettere sua mamma in un ricovero, sua nonna in un altro ricovero e vivere la sua vita da giovane, divertendosi, studiando quello che voleva. E ha detto: “No. La nonna, la mamma…”. E Liz è diventata serva, servitrice e, se volete ancora più forte, servente della mamma e della nonna. E lo ha fatto con affetto! A tal punto – diceva lei – che addirittura si sono scambiati i ruoli e lei ha finito per essere la mamma di sua mamma, nel modo in cui la curava. Sua mamma, con quella malattia così crudele che confonde le cose. E lei ha bruciato la sua vita, fino ad ora, fino a 25 anni, servendo sua mamma e sua nonna. Sola? No, Liz non era sola. Lei ha detto due cose che ci devono aiutare. Ha parlato di un angelo, di una zia che è stata come un angelo; e ha parlato dell’incontro con gli amici nei fine settimana, con la comunità giovanile di evangelizzazione, con il gruppo giovanile che alimentava la sua fede. E quei due angeli – la zia che l’assisteva e il gruppo giovanile – le davano più forza per andare avanti. E questo si chiama solidarietà. Come si chiama? [i giovani rispondono: “Solidarietà!”] Quando ci facciamo carico del problema dell’altro. E lei ha trovato lì un’oasi di pace per il suo cuore stanco. Ma c’è una cosa che ci sfugge. Lei non ha detto: “Faccio questo e basta”. Ha studiato. Ed è infermiera. E nel fare tutto questo, l’aiuto, la solidarietà che ha ricevuto da voi, dal vostro gruppo, che ha ricevuto da quella zia che era come un angelo, l’ha aiutata ad andare avanti. E oggi, a 25 anni, ha la grazia che Orlando ci faceva chiedere: ha un cuore libero. Liz mette in pratica il quarto comandamento: “Onora tuo padre e tua madre”. Liz esprime la sua vita - la brucia! - nel servizio a sua madre. E’ un grado altissimo di solidarietà, è un grado altissimo di amore. Una testimonianza. “Padre, allora è possibile amare?”. Qui avete qualcuno che ci insegna ad amare.

Primo: libertà, cuore libero. Allora, tutti insieme [con i giovani]: “Primo: cuore libero”. Secondo: solidarietà per accompagnare. Solidarietà. Questo è ciò che ci insegna questa testimonianza. E Manuel non ha avuto una vita facile. Manuel non è un “cocco di mamma”, non è stato un “pupo”; non è stato un bambino e oggi un ragazzo dalla vita facile. Ha detto parole dure: “Sono stato sfruttato, sono stato maltrattato, a rischio di cadere nelle dipendenze… Ero solo”. Sfruttamento, maltrattamenti e solitudine. E invece di fare cose negative, invece di andare a rubare, si è messo a lavorare! Invece di vendicarsi della vita, ha guardato avanti! E Manuel ha usato una frase bella: “Ho potuto andare avanti, perché nella situazione in cui mi trovavo era difficile parlare di futuro”. Quanti giovani, voi, oggi hanno la possibilità di studiare, di sedersi a tavola con la famiglia tutti i giorni, hanno la possibilità che non manchi loro l’essenziale? Quanti di voi hanno queste cose? Tutti insieme, quelli che hanno questo, dicano: “Grazie Signore!” [giovani: “Grazie Signore!”]. Perché qui abbiamo avuto una testimonianza di un ragazzo che fin da bambino ha saputo che cos’era il dolore, la tristezza, che è stato sfruttato, maltrattato, che non aveva da mangiare e che era solo. Signore, salva i bambini e le bambine che si trovano in questa situazione! E per noi, Signore, grazie. “Grazie Signore!” [giovani: “Grazie Signore!”].

Libertà del cuore - vi ricordate? -, libertà del cuore, quello che ci diceva Orlando. Servizio, solidarietà, quello che ci diceva Liz. Speranza, lavoro, lottare per la vita, andare avanti: quello che ci diceva Manuel. Come vedete, la vita non è facile per molti giovani. E questo voglio che lo comprendiate. Voglio che ve lo mettiate in testa. “Se per me la vita è relativamente facile, ci sono altri ragazzi per i quali non è relativamente facile”. Addirittura, ce ne sono alcuni che la disperazione spinge alla delinquenza, spinge al delitto, spinge a collaborare con la corruzione. A questi ragazzi, a queste ragazze, dobbiamo dire che noi siamo loro vicino, che vogliamo dare loro una mano, che volgiamo aiutarli, con solidarietà, con amore, con speranza.

Ci sono due frasi che hanno detto i due che hanno parlato, Liz e Manuel. Due frasi, sono belle. Ascoltatele. Liz ha detto che ha incominciato a conoscere Gesù, conoscere Gesù, e questo è aprire la porta alla speranza. E Manuel ha detto: “Ho conosciuto Dio, mia fortezza”. Cioè, conoscere Dio, avvicinarsi a Gesù, è speranza e fortezza. E questo è ciò che abbiamo bisogno di trovare nei giovani oggi: giovani con speranza e giovani con fortezza. Non vogliamo giovani “smidollati”, giovani del “fin qui e non di più”, né sì né no. Non vogliamo giovani che si stancano subito e vivono stanchi, con la faccia annoiata. Vogliamo giovani forti. Vogliamo giovani con speranza e con fortezza. Perché? Perché conoscono Gesù, perché conoscono Dio. Perché hanno un cuore libero. Cuore libero! Ripetete! [i giovani ripetono ogni volta] Solidarietà! Lavoro! Speranza! Impegno! Conoscere Gesù! Conoscere Dio mia fortezza! Un giovane che vive così ha la faccia annoiata? [“No!”] Ha il cuore triste? [“No!”] Questa è la strada! Però per questo ci vuole sacrificio, bisogna andare controcorrente. Le Beatitudini che abbiamo letto poco fa sono il progetto di Gesù per noi. Ed è un progetto controcorrente. Gesù vi dice: «Beati i poveri in spirito». Non dice: “Beati i ricchi, quelli che accumulano soldi”. No. I poveri in spirito, quelli che sono capaci di avvicinarsi e comprendere chi è un povero. Gesù non dice: “Beati quelli che se la passano bene”, ma dice: “Beati quelli che hanno la capacità di affliggersi per il dolore degli altri”. E così di seguito… Io vi raccomando di leggere dopo, a casa, le Beatitudini, che si trovano nel capitolo quinto di San Matteo. In che capitolo sono? [giovani: “Quinto”] Di quale Vangelo? [“San Matteo”]. Leggetele e meditatele, che vi farà bene.

Voglio ringraziare te, Liz; ti ringrazio, Manuel; e ti ringrazio, Orlando. Cuore libero, così dev’essere.

E devo andarmene… [giovani: “No!”]. L’altro giorno, un prete per scherzo mi ha detto: “Sì, Lei continui pure a dire ai giovani di fare chiasso, continui pure... Ma poi, il chiasso che fanno i giovani dobbiamo gestirlo noi!”. Fate chiasso, ma aiutate anche a gestire e organizzare il chiasso che fate. Fate chiasso e organizzatelo bene! Un chiasso che ci dia un cuore libero, un chiasso che ci dia solidarietà, un chiasso che ci dia speranza, un chiasso che nasca dall’aver conosciuto Gesù e dal sapere che Dio, che ho conosciuto, è la mia fortezza. Questo è il chiasso che vi invito a fare.

Dato che conoscevo le domande, perché me le avevano date prima, avevo scritto un discorso per voi, per darvelo, ma i discorsi sono noiosi…, e così lo consegno al Vescovo incaricato della Gioventù, perché lo pubblichi.

E ora, prima di andarmene, [“No!”] vi chiedo: primo, di continuare a pregare per me; secondo, di continuare a fare chiasso; terzo, di aiutare a organizzare il chiasso che fate perché non faccia disastri. E tutti insieme adesso, in silenzio, eleviamo il cuore a Dio. Ognuno nel suo cuore, a bassa voce, ripeta le parole:

“Signore Gesù, ti ringrazio perché sono qui. Ti ringrazio di avermi dato fratelli come Liz, Manuel e Orlando. Ti ringrazio di avermi dato tanti fratelli che sono come loro, che ti hanno incontrato, Gesù, che ti conoscono, Gesù, che sanno che Tu, loro Dio, sei la loro fortezza. Gesù, ti prego per i ragazzi e le ragazze che non sanno che Tu sei la loro fortezza, e che hanno paura di vivere, paura di essere felici, hanno paura di sognare. Gesù, insegnaci a sognare, a sognare cose grandi, cose belle, cose che anche se sembrano quotidiane sono cose che allargano il cuore. Signore Gesù, dacci fortezza, dacci un cuore libero, dacci speranza, dacci amore, e insegnaci a servire. Amen.”

Ora vi dò la benedizione e vi chiedo, per favore, di pregare per me, e di pregare per tanti ragazzi e ragazze che non hanno la grazia che avete voi di aver conosciuto Gesù, che vi dà la speranza, vi dà un cuore libero e vi rende forti.

[01237-IT.01] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua inglese

Dear Young People, Good Afternoon!

After having read the Gospel, Orlando came up to me and said, “I ask you to pray for the freedom of each one of us, of everyone”. This is the blessing which Orlando asked for each one of us. It is the blessing which all of us together now pray for: freedom. Freedom is a gift that God gives us, but we have to know how to accept it. We have to be able to have a free heart, because we all know that in the world there are so many things that bind our hearts and prevent them from being free. Exploitation, lack of means to survive, drug addiction, sadness, all those things take away our freedom. And so we can all thank Orlando for having asked for this blessing of having a free heart, a heart that can say what it thinks, that can express what it feels, and can act according to how it thinks and feels. That is a free heart! And that is what we are going to ask for together: the blessing which Orlando requested for all. Repeat with me: “Lord Jesus, give me a heart that is free, that I may not be a slave to all the snares in the world. That I may not be a slave to comfort and deception. That I may not be a slave to the good life. That I may not be a slave to vice. That I may not be a slave to a false freedom, which means doing what I want at every moment”. Thank you Orlando, for making us realize that we need to ask God for a heart that is free. Ask him for this everyday!

We heard two testimonies: from Liz and from Manuel. Liz has taught us all something. Just as Orlando taught us how to pray for a heart that is free, Liz, by sharing her experience, teaches us that we must not be like Pontius Pilate and wash our hands of things. Liz could quite easily have put her mother into one home, and her grandmother into another home, and then gone on to enjoy her youth, following the path of studies she desired. But Liz said, “No, there is my mother, and my grandmother”. Liz became a servant, and much more: she became a servant for her mother and her grandmother. And she did it with such love! She did it to the point, as she herself said, that the roles were reversed in her family, and she ended up being a mother to her mother, in the way she cared for her. Her mother, with that cruel illness which confuses everything. She still gives herself fully, even today, at age twenty-five, serving her mother and her grandmother. All by herself? Not at all. She told us two things that can help us. She talked about an angel, an aunt who for her was like an angel; and she talked about getting together with her friends on weekends, with a youth group committed to evangelization, a youth group that strengthened her faith. And those two angels, the aunt who watched out for her and the youth group, gave her the strength to keep going. This is what we call solidarity. What do we call it? [The young people all respond: “Solidarity!”]. This happens when we take interest in other people’s problems. There she found a haven to rest her weary heart. But there’s something still missing here. She didn’t say: “I do this and that is it”. She studied. She is a nurse. And what helps her is the solidarity she received from you, from your youth group, the solidarity she received from that aunt who was like an angel. All these helped her move forward. And today, at age twenty-five, she enjoys the grace that Orlando showed us how to pray for: she has a free heart. Liz is obeying the Fourth Commandment: “Honor your Father and your Mother”. Liz offers her life in service to her mother. It is indeed a high degree of solidarity, the highest degree of love. This is witness. “Father, is it possible to love?” There you have a person who shows us how to love.

So first of all: freedom, a free heart. So all together: [The young people repeat each phrase.] First: a free heart. Second: a solidarity that accompanies. Solidarity. This is the lesson of this testimony. And Manuel was not a spoiled child. He is not “a good kid”. He was never a “kid”, a young person who had it easy in life. He used strong words: “I was taken advantage of, I was mistreated, I risked falling into addiction, and I was alone”. Exploitation, mistreatment, and loneliness. But instead of going out and getting in trouble, instead of going out to steal, he found a job. Instead of wanting to take revenge on life, he looked ahead. And Manuel used a beautiful phrase: “I could move forward because in the situation I was in, it was hard even to talk about a future”. How many young people, how many of you, today have the opportunity to study, to sit at the table with your family every day, not to worry about the essentials. How many of you enjoy this? Altogether, those of you who have these things, let us say, “Thank you Lord!” [The young people repeat the phrase]. We have here a testimony from a young man who from childhood knew what it was to feel pain, sadness, to be exploited, mistreated, not to have food and to be alone. Lord, save all those young people who are in those conditions! And for ourselves let us pray, “Thank you, Lord!”. Everyone: “Thank you, Lord!”.

Freedom of heart. Do you remember? Freedom of heart. That is what Orlando told us. And service and solidarity. That is what Liz told us. Hope, employment, making an effort to live and to move forward. That is what Manuel told us. As you can see, life is not easy for many young people. And I want you to understand this, and I want you to keep it always in mind: “If my life is relatively easy, there are other young men and women whose lives are not relatively easy”. What is more, desperation drives them to crime, drives them to get involved in corruption. To those young people we want to say that we are close to them, we want to lend them a helping hand, we want to support them, with solidarity, love, and hope.

There were two things that Liz and Manuel both said. Two things that are beautiful. Listen to them. Liz said that she began to know Jesus and that this meant opening the door to hope. And Manuel said: “I came to know God as my strength”. To know God is strength. In other words, to know God, to draw closer to Jesus, is hope and strength. And that is what we need from young people today: young people full of hope and strength. We don’t want “namby-pambies”, young people who are just there, lukewarm, unable to say either yes or no. We don’t want young people who tire quickly and who are always weary, with bored faces. We want young people who are strong. We want young people full of hope and strength. Why? Because they know Jesus, because they know God. Because they have a heart that is free. A heart that is free, please repeat this. [The young people repeat each word]. Solidarity, work, hope, effort. To know Jesus. To know God, my strength. Can a young person who lives this way have a bored look on his face? [“No”!]. A sad heart? [“No!”]. This then is the path! But it is a path that requires sacrifice, it requires going against the tide. The plan... The plan is to go against the tide. Jesus said: “Happy are those who are poor in spirit”. He does not say, “Happy are the rich, those who make lots of money”. No. Those who are poor in spirit, those who are capable of approaching and understanding those who are poor. Jesus does not say: “Happy are those who have a good time of it”, but rather: “Happy are those who can suffer for the pain of others”. I would ask you to read at home, later on, the Beatitudes, which are in the fifth chapter of Saint Matthew’s Gospel. Which chapter? [“The fifth!”] Which Gospel? [“Saint Matthew!”]. Read them and think about them; they will do you a lot of good.

I must thank you Liz; I thank you, Manuel, and I thank you, Orlando. A free heart, which is the way it should be. I have to go now [“No!”] The other day, a priest jokingly said to me: “Yes, keep telling young people to make a ruckus. But afterwards, we are the ones who have to clear it up”. So make a ruckus! But also help in cleaning it up. Two things: make a ruckus, but do a good job of it! A ruckus that brings a free heart, a ruckus that brings solidarity, a ruckus that brings us hope, a ruckus that comes from knowing Jesus and knowing that God, once I know him, is my strength. That is the kind of ruckus which you should make.

I already knew your questions, because I had them beforehand, so I wrote down some words for you, to share with you. But it’s boring to read a speech, so I am leaving it with the bishop in charge of the youth apostolate so that he can publish it. And now, before going [“No!”], I ask you, first of all, to continue to pray for me; second, that you carry on creating a ruckus; and third, that you organize that ruckus without ruining anything. And together now, in silence, let us raise our hearts to God. Each from the heart, in a quiet voice, let us repeat these words:

“Lord Jesus, I thank you for being here, I thank you because you gave me brothers and a sister like Manuel, Orlando, and Liz. I thank you because you have given us many brothers and sisters like them. They found you, Jesus. They know you, Jesus. They know that you, their God, are their strength. Jesus, I pray for all those young boys and girls who do not know that you are their strength and who are afraid to live, afraid to be happy, afraid to have dreams. Jesus, teach them how to dream, to dream big, to dream beautiful things, things which, although they seem ordinary, are things which enlarge the heart. Lord Jesus, give us strength. Give us a free heart. Give us hope. Give us love and teach us how to serve. Amen.”

And now I will give you my blessing and I ask you please, to pray for me and to pray for all the many young people who do not have the grace which you have had: the grace of knowing Jesus, who gives you hope, who gives you a free heart, and who makes you strong.

[01237-EN.01] [Original text: Spanish]

Discorso preparato dal Papa

Testo in lingua spagnola

Traduzione in lingua italiana

Traduzione in lingua inglese

Testo in lingua spagnola

Queridos jóvenes:

Me da una gran alegría poder encontrarme con ustedes, en este clima de fiesta. Poder escuchar sus testimonios y compartir su entusiasmo y amor a Jesús.

Gracias a Mons. Ricardo Valenzuela, responsable de la pastoral juvenil, por sus palabras. Gracias Manuel y Liz por la valentía en compartir sus vidas, sus testimonios en este encuentro. No es fácil hablar de las cosas personales y menos delante de tanta gente. Ustedes han compartido el tesoro más grande que tienen, sus historias, sus vidas y cómo Jesús se fue metiendo en ellas.

Para responder a sus preguntas me gustaría destacar algunas de las cosas que ustedes compartían.

Manuel, vos nos decías algo así: «Hoy me sobran ganas de servir a otros, tengo ganas de superarme». Pasaste momentos muy difíciles, situaciones muy dolorosas, pero hoy tenés muchas ganas de servir, de salir, de compartir tu vida con los demás.

Liz no es nada fácil ser madre de los propios padres y más cuando uno es joven, pero qué sabiduría y maduración guardan tus palabras cuando nos decías: «Hoy juego con ella, cambio los pañales, son todas las cosas que hoy les entrego a Dios y estoy apenas compensando todo lo que mi madre hizo por mí».

Ustedes jóvenes paraguayos, sí que son valientes.

También compartieron cómo hicieron para salir adelante. Dónde encontraron fuerzas. Los dos dijeron: «En la parroquia». En los amigos de la parroquia y en los retiros espirituales que ahí se organizaban. Dos claves muy importantes: los amigos y los retiros espirituales.

Los amigos. La amistad es de los regalos más grande que una persona, que un joven puede tener y puede ofrecer. Es verdad. Qué difícil es vivir sin amigos. Fíjense si será de las cosas más hermosas que Jesús dice: «yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre» (Jn 15,5). Uno de los secretos más grande del cristiano radica en ser amigos, amigos de Jesús. Cuando uno quiere a alguien, le está al lado, lo cuida, ayuda, le dice lo que piensa, sí, pero no lo deja tirado. Así es Jesús con nosotros, nunca nos deja tirados. Los amigos se hacen el aguante, se acompañan, se protegen. Así es el Señor con nosotros. Nos hace el aguante.

Los retiros espirituales. San Ignacio hace una meditación famosa llamada de las dos banderas. Describe por un lado, la bandera del demonio y por otro, la bandera de Cristo. Sería como las camisetas de dos equipos y nos pregunta, en cuál nos gustaría jugar.

Con esta meditación, nos hace imaginar, como sería pertenecer a uno u a otro equipo. Sería como preguntarnos, ¿con quién querés jugar en la vida?

Y dice San Ignacio que el demonio para reclutar jugadores, les promete a aquellos que jueguen con él riqueza, honores, gloria, poder. Serán famosos. Todos los endiosarán.

Por otro lado, nos presenta la jugada de Jesús. No como algo fantástico. Jesús no nos presenta una vida de estrellas, de famosos, por el contrario, nos dice que jugar con él es una invitación, a la humildad, al amor, al servicio a los demás. Jesús no nos miente. Nos toma en serio.

En la Biblia, al demonio se lo llama el padre de la mentira. Aquel que prometía, o mejor dicho, te hacía creer que haciendo determinadas cosas serías feliz. Y después te dabas cuenta que no eras para nada feliz. Que estuviste atrás de algo que lejos de darte la felicidad, te hizo sentir más vacío, más triste. Amigos: el diablo, es un «vende humo». Te promete, te promete, pero no te da nada, nunca va a cumplir nada de lo que dice. Es un mal pagador. Te hace desear cosas que no dependen de él, que las consigas o no. Te hace depositar la esperanza en algo que nunca te hará feliz. Esa es su jugada, esa es su estrategia. Hablar mucho, ofrecer mucho y no hacer nada. Es un gran «vende humo» porque todo lo que nos propone es fruto de la división, del compararnos con los demás, de pisarle la cabeza a los otros para conseguir nuestras cosas. Es un «vende humo» porque, para alcanzar todo esto, el único camino es dejar de lado a tus amigos, no hacerle el aguante a nadie. Porque todo se basa en la apariencia. Te hace creer que tu valor depende de cuánto tenés.

Por el contrario, tenemos a Jesús, que nos ofrece su jugada. No nos vende humo, no nos promete aparentemente grandes cosas. No nos dice que la felicidad estará en la riqueza, el poder, orgullo. Por el contrario. Nos muestra que el camino es otro. Este Director Técnico les dice a sus jugadores: Bienaventurados, felices los pobres de espíritu, los que lloran, los mansos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos por la justicia. Y termina diciéndoles, alégrense por todo esto (cf. Mt 5,1-12).

¿Por qué? Porque Jesús no nos miente. Nos muestra un camino que es vida, que es verdad. Él es la gran prueba de esto. Es su estilo, su manera de vivir la vida, la amistad, la relación con su Padre. Y es a lo que nos invita. A sentirnos hijos. Hijos amados.

Él no te vende humo. Porque sabe que la felicidad, la verdadera, la que deja lleno el corazón, no está en las «pilchas» que llevamos, en los zapatos que nos ponemos, en la etiqueta de determinada marca. Él sabe que la felicidad verdadera, está en ser sensibles, en aprender a llorar con los que lloran, en estar cerca de los que están tristes, en poner el hombro, dar un abrazo. Quien no sabe llorar, no sabe reír y por lo tanto, no sabe vivir. Jesús sabe que en este mundo de tanta competencia, envidia y tanta agresividad, la verdadera felicidad pasa por aprender a ser pacientes, a respetar a los demás, a no condenar ni juzgar a nadie. El que se enoja, pierde, dice el refrán. No le des el corazón a la rabia, al rencor. Felices los que tienen misericordia. Felices los que saben ponerse en el lugar del otro, en los que tienen la capacidad de abrazar, de perdonar. Todos hemos alguna vez experimentado esto. Todos en algún momento nos hemos sentido perdonados, ¡qué lindo que es! Es como recobrar la vida, es tener una nueva oportunidad. No hay nada más lindo que tener nuevas oportunidades. Es como que la vida vuelve a empezar. Por eso, felices aquellos que son portadores de nueva vida, de nuevas oportunidades. Felices los que trabajan para ello, los que luchan para ello. Errores tenemos todos, equivocaciones, miles. Por eso, felices aquellos que son capaces de ayudar a otros en su error, en sus equivocaciones. Que son verdaderos amigos y no dejan tirado a nadie. Esos son los limpios de corazón, los que logran ver más allá de la simple macana y superan las dificultades. Felices los que ven especialmente lo bueno de los demás.

Liz, vos nombraste a Chikitunga, esta Sierva de Dios paraguaya. Dijiste que era como tu hermana, tu amiga, tu modelo. Ella, al igual que tantos, nos muestra que el camino de las bienaventuranzas es un camino de plenitud, un camino posible, real. Que llena el corazón. Ellos son nuestros amigos y modelos que ya dejaron de jugar en esta «cancha», pero se vuelven esos jugadores indispensables que uno siempre mira para dar lo mejor de sí. Ellos son el ejemplo de que Jesús no es un «vende humo», su propuesta es de plenitud. Pero por sobre todas las cosas, es una propuesta de amistad, de amistad verdadera, de esa amistad que todos necesitamos. Amigos al estilo de Jesús. Pero no para quedarnos entre nosotros, sino para salir a la «cancha», a ir a hacer más amigos. Para contagiar la amistad de Jesús por el mundo, donde estén, en el trabajo, en el estudio, en la previa, por whastapp, en facebook o twitter. Cuando salgan a bailar, o tomando un buen tereré. En la plaza o jugando un partidito en la cancha del barrio. Ahí es donde están los amigos de Jesús. No vendiendo humo, sino haciendo el aguante. El aguante de saber que somos felices, porque tenemos un Padre que está en el cielo.

[01185-ES.01] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua italiana

Cari giovani,

mi dà grande gioia potermi incontrare con voi in questo clima di festa. Poter ascoltare le vostre testimonianze e condividere il vostro entusiasmo e amore per Gesù.

Grazie a Mons. Ricardo Valenzuela, responsabile della pastorale giovanile, per le sue parole. Grazie, Manuel e Liz, per il coraggio nel condividere le vostre esperienze e le vostre testimonianze in questo incontro. Non è facile parlare di cose personali, meno ancora davanti a tanta gente. Voi avete condiviso il più grande tesoro che avete, le vostre storie, la vostra vita e come Gesù è entrato in essa. Per rispondere alle vostre domande mi piacerebbe sottolineare alcune delle cose che avete condiviso.

Manuel, tu ci hai detto qualcosa come: “Oggi sento un gran desiderio di servire gli altri, ho voglia di superarmi”. Hai passato momenti molto difficili, situazioni molto dolorose, però oggi hai molta voglia di servire, di uscire, di condividere la vita con gli altri.

Liz, non è per nulla facile fare da madre ai propri genitori e ancor meno quando uno è giovane, però, quanta saggezza e quanta maturità ci sono nelle tue parole quando ci hai detto: “Oggi gioco con lei, gli cambio i pannolini, sono tutte cose che oggi offro a Dio, e sto appena restituendo tutto quello che mia madre ha fatto per me”.

Voi giovani paraguayani siete davvero coraggiosi!

Avete anche condiviso con gli altri come avete fatto per poter andare avanti, dove avete trovato le forze. Ambedue avete detto: “Nella parrocchia”. Negli amici della parrocchia e nei ritiri spirituali che lì venivano organizzati. Due chiavi molto importanti: gli amici e i ritiri spirituali.

Gli amici. L’amicizia è uno dei doni più grandi che una persona, che un giovane può avere e può offrire. È vero. Com’è difficile vivere senza amici! E notate che sarà una delle cose più belle che Gesù dice: «Vi ho chiamati amici, perché tutto ciò che ho udito dal Padre mio l’ho fatto conoscere a voi» (Gv 15,15). Uno dei segreti più grandi del cristiano si radica nell’essere amici, amici di Gesù. Quando uno vuole bene a qualcuno, gli sta accanto, se ne prende cura, lo aiuta, gli dice quello che pensa, sì, ma non lo abbandona. Così si comporta Gesù con noi, non ci abbandona mai. Gli amici si sopportano, si accompagnano, si proteggono. Così è il Signore con noi. Ci sopporta.

I ritiri spirituali. Sant’Ignazio fa una famosa meditazione chiamata delle due bandiere. Descrive da un lato la bandiera del demonio e dall’altro la bandiera di Cristo. Un po’ come due squadre con maglie diverse, e ci domanda in quale ci piacerebbe giocare.

Con questa meditazione, ci fa immaginare come sarebbe appartenere a una o all’altra squadra. Sarebbe come domandarci: Con chi vuoi giocare nella vita? E dice Sant’Ignazio che il demonio per reclutare giocatori promette a quelli che giocheranno con lui ricchezza, onori, gloria, potere. Saranno famosi. Tutti li adoreranno.

Dall’altra parte, ci presenta lo stile di gioco di Gesù. Non come qualcosa di fantastico. Gesù non ci presenta una vita da stelle, da celebrità, ma al contrario ci dice che giocare con Lui è un invito all’umiltà, all’amore, al servizio verso il prossimo. Gesù non ci mente. Ci prende sul serio.

Nella Bibbia, il demonio viene chiamato il padre della menzogna. Quello che ti prometteva, o meglio ti faceva credere che facendo determinate cose saresti felice. E poi ti rendevi conto che non eri per niente felice, che eri andato dietro a qualcosa che lungi dal procurarti la felicità, ti ha fatto sentire più vuoto, più triste. Amici: il diavolo è un “venditore di fumo”. Ti promette, ti promette, ma non ti dà nulla, non mantiene mai nulla di ciò che promette. È un cattivo pagatore. Ti fa desiderare cose che non dipendono da lui, che tu le ottenga o no. Ti fa riporre la speranza in qualcosa che non ti renderà mai felice. Questo è il suo gioco, la sua strategia. Parlare molto, promettere molto e non fare nulla. E’ un gran “venditore di fumo” perché tutto quello che ci propone è frutto della divisione, del competere con gli altri, dello schiacciare la testa agli altri per ottenere le nostre cose. È un “venditore di fumo” perché, per raggiungere tutto questo, l’unica strada è mettere da parte i tuoi amici, non sopportare nessuno. Perché tutto si basa sull’apparenza. Ti fa credere che il tuo valore dipende da quanto possiedi.

Al contrario, abbiamo Gesù, che ci offre il suo gioco. Non ci vede fumo, non ci promette apparentemente grandi cose. Non ci dice che la felicità si trova nella ricchezza, nel potere, nell’orgoglio. Al contrario. Ci mostra che la strada è un’altra. Questo Direttore Tecnico dice ai suoi giocatori: Beati, felici i poveri in spirito, quelli che piangono, i miti, quelli che hanno fame e sete della giustizia, i misericordiosi, i puri di cuore, quelli che lavorano per la pace, i perseguitati per la giustizia. E termina dicendo loro, rallegratevi per tutto questo (cfr Mt 5,1-12).

Perché? Perché Gesù non ci mente. Ci indica una via che è vita e verità. Egli è la grande prova di questo. È il suo stile, il suo modo di vivere la vita, l’amicizia, la relazione con il Padre. Ed è ciò a cui ci invita. A sentirci figli. Figli amati.

Lui non ti vende fumo. Perché sa che la felicità, quella vera, quella che riempie il cuore, non si trova nei vestiti costosi che indossiamo, nelle scarpe che ci mettiamo, nell’etichetta di una determinata marca. Egli sa che la felicità vera sta nell’essere sensibili, nell’imparare a piangere con quelli che piangono, nello stare vicini a quelli che sono tristi, nel dare una mano, un abbraccio. Chi non sa piangere, non sa ridere e pertanto non sa vivere. Gesù sa che in questo mondo di così tanta competizione, invidia e aggressività, la vera felicità deriva dall’imparare ad essere pazienti, a rispettare gli altri, a non condannare né giudicare nessuno. Chi si arrabbia perde, dice il proverbio. Non consegnate il cuore alla rabbia, al rancore. Felici coloro che hanno misericordia. Felici coloro che sanno mettersi nei panni dell’altro, che hanno la capacità di abbracciare, di perdonare. Tutti abbiamo qualche volta sperimentato questo. Tutti in qualche occasione ci siamo sentiti perdonati. Com’è bello! E’ come tornare in vita, è come avere una nuova opportunità. Non c’è niente di più bello che avere nuove opportunità. È come se la vita cominciasse di nuovo. Per questo, felici quelli che sono portatori di nuova vita, di nuove opportunità. Felici quelli che lavorano per questo, che lottano per questo. Sbagli ne facciamo tutti, errori, a migliaia. Per questo, felici quelli che sono capaci di aiutare gli altri nei loro errori, nei loro sbagli. Che sono veri amici e non abbandonano nessuno. Essi sono i puri di cuore, quelli che riescono a vedere oltre le contrarietà immediate e superano le difficoltà. Felici quelli che vedono soprattutto il buono che c’è negli altri.

Liz, tu hai nominato Chikitunga, questa Serva di Dio paraguayana. Hai detto che era come tua sorella, tua amica, il tuo modello. Ella, come tanti altri, ci mostra che il cammino delle Beatitudini è un cammino di pienezza, un cammino possibile, reale. Che riempie il cuore. Essi sono i nostri amici e modelli che hanno ormai terminato di giocare in questo “campo”, ma diventano quei giocatori indispensabili che uno osserva per dare il meglio di sé. Essi sono la prova che Gesù non è un “venditore di fumo”, che la sua proposta è di pienezza. Ma, soprattutto, è una proposta di amicizia, di vera amicizia, quell’amicizia di cui tutti abbiamo bisogno. Amici nello stile di Gesù. Però non per rimanere in noi stessi, ma per andare “in campo”, per andare a fare altri amici. Per “contagiare” l’amicizia di Gesù nel mondo, dovunque vi trovate, al lavoro, nello studio, nel divertimento, in whatsapp, facebook o twitter. Quando andate a ballare, o bevendo una buona bibita. In piazza o giocando una partita nel campo del quartiere. Là è dove stanno gli amici di Gesù. Non vendendo fumo, ma con perseveranza. La perseveranza di sapere che siamo felici, perché abbiamo un Padre nei cieli.

[01185-IT.01] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua inglese

Dear Young People,

I am happy to be with you in this atmosphere of celebration. Happy to listen to your witness and to share your enthusiasm and love for Jesus.

I thank Bishop Ricardo Valenzuela, who is charge of the youth apostolate, for his kind words. I also thank Manuel and Liz for their courage in sharing their lives and their testimony at this meeting. It is not easy to speak about personal things, and even less so in front of so many people. You have shared the greatest treasure which you have: your stories, your lives and how Jesus became a part of them.

To answer your questions, I would like to speak about some of the things you shared.

Manuel, you told us something like this: “Today I really want to serve others, I want to be more generous”. You experienced hard times, and very painful situations, but today you really want to help others, to go out and share your love with others.

Liz, it is not easy to be a mother to your own parents, all the more when you are young, but what great wisdom and maturity your words showed, when you said: “Today I play with her, I change her diapers. These are all things I hand over to God today, but I am barely making up for everything my mother did for me”.

You, young Paraguayans, you certainly show great goodness and courage.

You also shared how you have tried to move forward. Where you found strength. Both of you said it was in your parish. In your friends from the parish and the spiritual retreats organized there. These two things are key: friends and spiritual retreats.

Friends: Friendship is one of the greatest gifts which a person, a young person, can have and can offer. It really is. How hard it is to live without friends! Think about it: isn’t that one of the most beautiful things that Jesus tells us? He says: “I have called you friends, for all that I have heard from my Father I have made known to you” (Jn 15:15). One of the most precious things about our being Christians is that we are friends, friends of Jesus. When you love someone, you spend time with them, you watch out for them and you help them, you tell them what you are thinking, but also you never abandon them. That’s how Jesus is with us; he never abandons us. Friends stand by one another, they help one another, they protect another. The Lord is like that with us. He is patient with us.

Spiritual retreats: Saint Ignatius has a famous meditation on the two standards. He describes the standard of the devil and then the standard of Christ. It would be like the football jerseys of two different teams. And he asks us which team we want to play for.

In this meditation, he has us imagine: What it would be like to belong to one or the other team. As if he was saying to us: “In this life, which team do you want to play for?”

Saint Ignatius says that the devil, in order to recruit players, promises that those who play on his side will receive riches, honor, glory and power. They will be famous. Everyone will worship them.

Then, Ignatius tells us the way Jesus plays. His game is not something fantastic. Jesus doesn’t tell us that we will be stars, celebrities, in this life. Instead, he tells us that playing with him is about humility, love, service to others. Jesus does not lie to us; he takes us seriously.

In the Bible, the devil is called the father of lies. What he promises, or better, what he makes you think, is that, if you do certain things, you will be happy. And later, when you think about it, you realize that you weren’t happy at all. That you were up against something which, far from giving you happiness, made you feel more empty, even sad. Friends: the devil is a con artist. He makes promises after promise, but he never delivers. He’ll never really do anything he says. He doesn’t make good on his promises. He makes you want things which he can’t give, whether you get them or not. He makes you put your hopes in things which will never make you happy. That’s his game, his strategy. He talks a lot, he offers a lot, but he doesn’t deliver. He is a con artist because everything he promises us is divisive, it is about comparing ourselve to others, about stepping over them in order to get what we want. He is a con artist because he tells us that we have to abandon our friends, and never to stand by anyone. Everything is based on appearances. He makes you think that your worth depends on how much you possess.

Then we have Jesus, who asks us to play on his team. He doesn’t con us, nor does he promise us the world. He doesn’t tell us that we will find happiness in wealth, power and pride. Just the opposite. He shows us a different way. This coach tells his players: “Blessed, happy are the poor in spirit, those who mourn, the meek, those who hunger and thirst for righteousness, the merciful, the pure in heart, the peacemakers, those who are persecuted for righteousness’ sake”. And he ends up by telling them: “Rejoice on account of all this!”.

Why? Because Jesus doesn’t lie to us. He shows us a path which is life and truth. He is the great proof of this. His style, his way of living, is friendship, relationship with his Father. And that is what he offers us. He makes us realize that we are sons and daughters. Beloved children.

He does not trick you. Because he knows that happiness, true happiness, the happiness which can fill our hearts, is not found in designer clothing, or expensive brand-name shoes. He knows that real happiness is found in drawing near to others, learning how to weep with those who weep, being close to those who are feeling low or in trouble, giving them a shoulder to cry on, a hug. If we don’t know how to weep, we don’t know how to laugh either, we don’t know how to live.

Jesus knows that in this world filled with competition, envy and aggressivity, true happiness comes from learning to be patient, from respecting others, from refusing to condemn or judge others. As the saying goes: “When you get angry, you lose”. Don’t let your heart give in to anger and resentment. Happy are the merciful. Happy are those who know how to put themselves in someone else’s shoes, those who are able to embrace, to forgive. We have all experienced this at one time or another. And how beautiful it is! It is like getting our lives back, getting a new chance. Nothing is more beautiful than to have a new chance. It is as if life can start all over again.

Happy too are those who bring new life and new opportunities. Happy those who work and sacrifice to do this. All of us have made mistakes and been caught up in misunderstandings, a thousand of them. Happy, then, are those who can help others when they make mistakes, when they experience misunderstandings. They are true friends, they do not give up on anyone. They are the pure of heart, the ones who can look beyond the little things and overcome difficulties. Happy above all are the ones who can see the good in other people.

Liz, you mentioned Chikitunga, this Paraguayan servant of God. You told us how she was your sister, your friend, your model. Like so many others, she shows us that the way of the Beatitudes is a way of fulfilment, a path we can really follow, a path which can make our hearts brim over. The saints are our friends and models. They no longer play on our field, but we continue to look to them in our efforts to play our best game. They show us that Jesus is no con artist; he offers us genuine fulfillment. But above all, he offers us friendship, true friendship, the friendship we all need.

So we need to be friends the way Jesus is. Not to be closed in on ourselves, but to join his team and play his game, to go out and make more and more friends. To bring the excitement of Jesus’ friendship to the world, wherever you find yourselves: at work, at school, on WhatsApp, Facebook or Twitter. When you go out dancing, or for a drink of tereré, when you meet in the town square or play a little match on the neighborhood field. That is where Jesus’ friends can be found. Not by conning others, but by standing beside them and being patient with them. With the patience which comes from knowing that we are happy, because we have a Father who is in heaven.

[01185-EN.01] [Original text: Spanish]

Al termine dell’incontro, dopo aver venerato la Croce pellegrina, il Santo Padre Francesco l’ha consegnata ai giovani per l’invio missionario.

Quindi si è trasferito in auto all’aeroporto internazionale di Asunción per ripartire alla volta di Roma.

Lungo il tragitto verso l’aeroporto il Papa è passato dinanzi al luogo dove, nel 2004, ebbe luogo il più grave incidente civile della storia del Paraguay, quando un incendio distrusse il centro commerciale Ycuá Bolaños, provocando quasi 400 morti e 500 feriti, tra cui molti bambini.

[B0569-XX.02]