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Viaggio Apostolico di Sua Santità Francesco in Ecuador, Bolivia e Paraguay (5-13 luglio 2015) – Santa Messa presso il Santuario mariano di Caacupé, 11.07.2015


 

Santa Messa presso il Santuario mariano di Caacupé

 

Omelia del Santo Padre

Traduzione in lingua italiana

Traduzione in lingua inglese

 

Conclusa la visita all’Ospedale Pediatrico “Niños de Acosta Ñú” di Asunción, questa mattina il Santo Padre Francesco ha raggiunto in auto il Santuario mariano di Caacupé per celebrare la Santa Messa.

Prima di entrare nel Santuario, dove ha venerato la “Virgen de la Inmaculada Concepción de los Milagros”, sul sagrato del Santuario ha ricevuto dal Sindaco le Chiavi della città.

Poco dopo le ore 10.30 il Papa ha presieduto la Celebrazione Eucaristica nel piazzale del Santuario mariano.

Pubblichiamo di seguito l’omelia che Papa Francesco ha pronunciato dopo la proclamazione del Vangelo:

 

Omelia del Santo Padre

Estar aquí con ustedes es sentirme en casa, a los pies de nuestra Madre, la Virgen de los Milagros de Caacupé. En un santuario los hijos nos encontramos con nuestra Madre y entre nosotros recordamos que somos hermanos. Es un lugar de fiesta, de encuentro, de familia. Venimos a presentar nuestras necesidades, venimos a agradecer, a pedir perdón y a volver a empezar. Cuántos bautismos, cuántas vocaciones sacerdotales y religiosas, cuántos noviazgos y matrimonios nacieron a los pies de nuestra Madre. Cuántas lágrimas y despedidas. Venimos siempre con nuestra vida, porque acá se está en casa y lo mejor es saber que alguien nos espera.

Como tantas otras veces, hemos venido porque queremos renovar nuestras ganas de vivir la alegría del Evangelio.

Cómo no reconocer que este Santuario es parte vital del pueblo paraguayo, de ustedes. Así lo sienten, así lo rezan, así lo cantan: «En tu Edén de Caacupé, es tu pueblo Virgen pura que te da su amor y fe». Y estamos hoy, como el Pueblo de Dios, a los pies de nuestra Madre a darle nuestro amor y fe.

En el Evangelio acabamos de escuchar el anuncio del Ángel a María que le dice: «Alégrate, llena de gracia. El Señor está contigo». Alégrate, María, alégrate. Frente a este saludo, ella, quedó desconcertada y se preguntaba qué quería decir. No entendía mucho lo que estaba sucediendo. Pero supo que venía de Dios y dijo «sí». María es la madre del «sí». Sí, al sueño de Dios,; sí, al proyecto de Dios; sí, a la voluntad de Dios.

Un «sí» que, como sabemos, no fue nada fácil de vivir. Un «sí» que no la llenó de privilegios o diferencias, sino que, como le dirá Simeón en su profecía: «A ti una espada te va a atravesar el corazón» (Lc 2,35). ¡Y ¡vaya que se lo atravesó! Por eso la queremos tanto y encontramos en ella una verdadera Madre que nos ayuda a mantener viva la fe y la esperanza en medio de situaciones complicadas. Siguiendo la profecía de Simeón nos hará bien repasar brevemente tres momentos difíciles en la vida de María.

1. Primero: el nacimiento de Jesús. «No había un lugar para ellos» (Lc 2,7). No tenían una casa, una habitación para recibir a su hijo. No había espacio para que pudiera dar a luz. Tampoco familia cercana: estaban solos. El único lugar disponible era una cueva de animales. Y en su memoria seguramente resonaban las palabras del Ángel: «Alégrate María, el Señor está contigo». Y Ella podría haberse preguntado: «¿Dónde está ahora?».

2. Segundo momento: la huida a Egipto. Tuvieron que irse, exiliarse. Ahí no solo no tenían un espacio, ni familia, sino que incluso sus vidas corrían peligro. Tuvieron que marcharse a tierra extranjera. Fueron migrantes perseguidos por la codicia y la avaricia del emperador. Y ahí ella también podría haberse preguntado: «¿Y Dónde está lo que me dijo el Ángel?».

3. Tercer momento: la muerte en la cruz. No debe existir una situación más difícil para una madre que acompañar la muerte de su hijo. Son momentos desgarradores. Ahí vemos a María, al pie de la cruz, como toda madre, firme, sin abandonar, acompañando a su Hijo hasta el extremo de la muerte y muerte de cruz. Y allí también podría haberse preguntado: ¿Dónde está lo que me dijo el Ángel? Luego la vemos conteniendo y sosteniendo a los discípulos.

Contemplamos su vida, y nos sentimos comprendidos, entendidos. Podemos sentarnos a rezar y usar un lenguaje común frente a un sinfín de situaciones que vivimos a diario. Nos podemos identificar en muchas situaciones de su vida. Contarle de nuestras realidades porque ella las comprende.

Ella es mujer de fe, es la Madre de la Iglesia, ella creyó. Su vida es testimonio de que Dios no defrauda, que Dios no abandona a su Pueblo, aunque existan momentos o situaciones en que parece que Él no está. Ella fue la primera discípula que acompañó a su Hijo y sostuvo la esperanza de los apóstoles en los momentos difíciles. Estaban encerrados con no sé cuántas llaves, de miedo, en el cenáculo. Fue la mujer que estuvo atenta y supo decir –cuando parecía que la fiesta y la alegría terminaba–: «mirá no tienen vino» (Jn 2,3). Fue la mujer que supo ir y estar con su prima «unos tres meses» (Lc 1,56), para que no estuviera sola en su parto. Esa es nuestra madre, así de buena, así de generosa, así de acompañadora en nuestra vida.

Y todo esto lo sabemos por el Evangelio, pero también sabemos que, en esta tierra, es la Madre que ha estado a nuestro lado en tantas situaciones difíciles. Este Santuario, guarda, atesora, la memoria de un pueblo que sabe que María es Madre y que ha estado y está al lado de sus hijos.

Ha estado y está en nuestros hospitales, en nuestras escuelas, en nuestras casas. Ha estado y está en nuestros trabajos y en nuestros caminos. Ha estado y está en las mesas de cada hogar. Ha estado y está en la formación de la patria, haciéndonos nación. Siempre con una presencia discreta y silenciosa. En la mirada de una imagen, una estampita o una medalla. Bajo el signo de un rosario sabemos que no vamos solos, que Ella nos acompaña.

Y, ¿por qué? Porque María simplemente quiso estar en medio de su Pueblo, con sus hijos, con su familia. Siguiendo siempre a Jesús, desde la muchedumbre. Como buena madre no abandonó a los suyos, sino por el contrario, siempre se metió donde un hijo pudiera estar necesitando de ella. Tan solo porque es Madre.

Una Madre que aprendió a escuchar y a vivir en medio de tantas dificultades de aquel «no temas, el Señor está contigo» (cf. Lc 1,30). Una madre que continúa diciéndonos: «Hagan lo que Él les diga» (Jn 2,5). Es su invitación constante y continua: «Hagan lo que Él les diga». No tiene un programa propio, no viene a decirnos nada nuevo; más bien, le gusta estar callada, tan solo su fe acompaña nuestra fe.

Y ustedes lo saben, han hecho experiencia de esto que estamos compartiendo. Todos ustedes, todos los paraguayos, tienen la memoria viva de un Pueblo que ha hecho carne estas palabras del Evangelio. Y quisiera referirme de modo especial a ustedes mujeres y madres paraguayas que, con gran valor y abnegación, han sabido levantar un País derrotado, hundido, sumergido por una guerra inicua.

Ustedes tienen la memoria, ustedes tienen la genética de aquellas que reconstruyeron la vida, la fe, la dignidad de su Pueblo, junto a María. Han vivido situaciones muy pero muy difíciles, que desde una lógica común sería contraria a toda fe. Ustedes al contrario, impulsadas y sostenidas por la Virgen, siguieron creyentes, inclusive «esperando contra toda esperanza» (Rm 4,18). Y cuando todo parecía derrumbarse, junto a María se decían: No temamos, el Señor está con nosotros, está con nuestro Pueblo, con nuestras familias, hagamos lo que Él nos diga. Y allí encontraron ayer y encuentran hoy la fuerza para no dejar que esta tierra se desmadre. Dios bendiga ese tesón, Dios bendiga y aliente la fe de ustedes, Dios bendiga a la mujer paraguaya, la más gloriosa de América.

Como Pueblo, hemos venido a nuestra casa, a la casa de la Patria paraguaya, a escuchar una vez más esas palabras que tanto bien nos hacen: «Alégrate, el Señor está contigo». Es un llamado a no perder la memoria, a no perder las raíces, los muchos testimonios que han recibido de pueblo creyente y jugado por sus luchas. Una fe que se ha hecho vida, una vida que se ha hecho esperanza y una esperanza que las lleva a primerear en la caridad. Sí, al igual que Jesús, sigan primereando en el amor. Sean ustedes los portadores de esta fe, de esta vida, de esta esperanza. Ustedes, paraguayos, sean forjadores de este hoy y mañana.

Volviendo a mirar la imagen de María los invito a decir juntos: «En tu Edén de Caacupé, es tu pueblo Virgen pura que te da su amor y fe». Todos juntos: «En tu Edén de Caacupé, es tu pueblo Virgen pura que te da su amor y fe». Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas y gracias de nuestro Señor Jesucristo. Amén

[01179-ES.02] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua italiana

Trovarmi qui con voi è sentirmi a casa, ai piedi di nostra Madre la Vergine dei Miracoli di Caacupé. In un santuario noi figli ci incontriamo con nostra Madre e tra noi ricordiamo che siamo fratelli. E’ un luogo di festa, di incontro, di famiglia. Veniamo a presentare le nostre necessità, veniamo a ringraziare, a chiedere perdono e a cominciare di nuovo. Quanti battesimi, quante vocazioni sacerdotali e religiose, quanti fidanzamenti e matrimoni sono nati ai piedi di nostra Madre! Quante lacrime quanti addii! Veniamo sempre con la nostra vita, perché qui siamo a casa e la cosa migliore è sapere che c’è qualcuno che ci aspetta.

Come tante altre volte, siamo venuti perché vogliamo rinnovare le nostre energie per vivere la gioia del Vangelo.

Come non riconoscere che questo Santuario è una parte vitale del popolo paraguayano, di voi? Così lo sentono, così lo pregano, così lo cantano: «Nel tuo Eden di Caacupé, è il tuo popolo Vergine pura che ti dà il suo amore e la sua fede». E oggi siamo qui come Popolo di Dio, ai piedi di nostra Madre, a darle il nostro amore e la nostra fede.

Nel Vangelo abbiamo appena ascoltato l’annuncio dell’Angelo a Maria che le dice: «Rallegrati, piena di grazia, il Signore è con te». Rallegrati, Maria, rallegrati. Davanti a questo saluto, lei restò sconcertata e si domandava che cosa volesse dire. Non capiva molto che cosa stava succedendo. Ma comprese che veniva da Dio e disse “sì”. Sì al sogno di Dio, sì al progetto di Dio, sì alla volontà di Dio.

Un “sì” che, come sappiamo, non fu per niente facile da vivere. Un “sì” che non la riempì di privilegi o distinzioni, ma che, come le dirà Simeone nella sua profezia: «Anche a te una spada trafiggerà l’anima» (Lc 2,35). Eccome l’ha trafitta! Per questo la amiamo tanto e troviamo in lei una vera Madre che ci aiuta a tenere vive la fede e la speranza in mezzo a situazioni complicate. Seguendo la profezia di Simeone, ci farà bene ripercorrere brevemente tra momenti difficili della vita di Maria.

1. La nascita di Gesù. «Non c’era posto per loro» (Lc 2,7). Non avevano una casa, un’abitazione per accogliere il loro figlio. Non c’era spazio per poterlo dare alla luce. E nemmeno la famiglia vicina, erano soli. L’unico posto disponibile era una stalla di animali. E nella sua memoria sicuramente risuonavano le parole dell’Angelo: «Rallegrati, Maria, il Signore è con te». E lei avrebbe potuto chiedersi: Dov’è adesso?

2. La fuga in Egitto. Dovettero partire, andare in esilio. Là non solo non avevano un posto, una famiglia, ma anche la loro vita era in pericolo. Dovettero mettersi in cammino e andare in terra straniera. Furono migranti perseguitati per l’avidità e l’avarizia dell’imperatore. E anche là lei avrebbe potuto chiedersi: Dov’è quello che mi ha detto l’Angelo?

3. La morte sulla croce. Non deve esistere una situazione più difficile per una madre che accompagnare la morte di suo figlio. Sono momenti strazianti. Ed ecco vediamo Maria, ai piedi della croce, come ogni madre, salda, senza venir meno, che accompagna suo Figlio fino all’estremo della morte e della morte di croce. E anche lì lei avrebbe potuto domandarsi: Dov’è quello che mi ha detto l’Angelo? E poi la vediamo che tiene uniti e sostiene i discepoli.

Contempliamo la sua vita, e ci sentiamo compresi, capiti. Possiamo sederci a pregare e usare un linguaggio comune davanti a una serie di situazioni che viviamo ogni giorno. Ci possiamo identificare in molte situazioni della sua vita. Raccontarle le nostre realtà perché lei le comprende.

Lei è la donna di fede, è la Madre della Chiesa, lei ha creduto. La sua vita è testimonianza che Dio non delude, che Dio non abbandona il suo Popolo, anche se ci sono momenti o situazioni in cui sembra che Lui non ci sia. Lei è stata la prima discepola che ha accompagnato il suo Figlio e ha sostenuto la speranza degli apostoli nei momenti difficili. Stavano chiusi con non so quante chiavi, per paura, nel cenacolo. E’ stata la donna che stava attenta e ha saputo dire – quando sembrava che la gioia e la festa stava finendo –: “Vedi, non hanno vino” (cfr Gv 2,3). E’ stata la donna che ha saputo andare e stare con sua cugina «circa tre mesi» (Lc 1,56), perché non fosse sola nel suo parto. Questa è la nostra Madre, così buona, così generosa, così accompagnatrice della nostra vita.

E tutto questo lo sappiamo dal Vangelo, ma sappiamo anche che, in questa terra, è la Madre che è stata al nostro fianco in tante situazioni difficili. Questo Santuario custodisce gelosamente la memoria di un popolo che sa che Maria è Madre e che è stata e rimane accanto ai suoi figli.

E’ stata e rimane nei nostri ospedali, nelle nostre scuole, nelle nostre case. E’ stata e rimane con noi nel lavoro e nel cammino. E’ stata e rimane alla mensa di ogni casa. E’ stata e rimane nella formazione della Patria, facendo di noi una Nazione. Sempre con una presenza discreta e silenziosa. Nello sguardo di un’effigie, di un’immaginetta o di una medaglia. Sotto il segno di un rosario, sappiamo che non siamo soli, che lei ci accompagna.

E perché? Perché Maria semplicemente ha voluto rimanere in mezzo al suo Popolo, con i suoi figli, con la sua famiglia. Seguendo sempre Gesù, dalla parte della folla. Come buona madre non ha abbandonato i suoi, ma al contrario sempre si è fatta trovare là dove il figlio poteva avere bisogno di lei. E questo, solo perché è Madre.

Una Madre che ha imparato ad ascoltare e a vivere in mezzo a tante difficoltà da quel: «Non temere», «il Signore con te» (Lc 1,30.28). Una Madre che continua a dirci: «Qualsiasi cosa vi dica, fatela» (Gv 2,5). E’ il suo invito costante e continuo: «Qualsiasi cosa vi dica, fatela». Non ha un programma proprio, non viene a dirci nulla di nuovo, anzi, le piace stare zitta, soltanto la sua fede accompagna la nostra fede.

E voi lo sapete, avete fatto esperienza di questo che stiamo condividendo. Tutti voi, tutti i paraguayani hanno la memoria viva di un Popolo che ha fatto carne queste parole del Vangelo. E vorrei riferirmi in modo speciale a voi donne e madri paraguayane, che con gran coraggio e abnegazione, avete saputo rialzare un Paese distrutto, sprofondato, sommerso da una guerra iniqua. Voi avete la memoria, avete il patrimonio genetico di quelle che hanno ricostruito la vita, la fede, la dignità del vostro Popolo, insieme a Maria. Avete vissuto situazioni molto ma molto difficili, che secondo una logica comune sarebbero contrarie ad ogni fede. Voi, invece, spinte e sostenute dalla Vergine, avete continuato a credere, anche «sperando contro ogni speranza» (Rm 4,18). Quando tutto sembrava crollare, insieme a Maria vi dicevate: Non temiamo, il Signore è con noi, è col nostro Popolo, con le nostre famiglie, facciamo quello che Lui ci dice. E lì avete trovato ieri e trovate oggi la forza per non lasciare che questa terra finisca nel caos. Dio benedica questa tenacia, Dio benedica e conforti la vostra fede, Dio benedica la donna paraguayana, la più gloriosa d’America.

Come Popolo, siamo venuti alla nostra casa, alla casa della Patria paraguayana, ad ascoltare ancora una volta queste parole che ci fanno tanto bene: «Rallegrati, … il Signore è con te». E’ un appello a non perdere la memoria, a non perdere le radici, le tante testimonianze che avete ricevuto di gente credente e messa a rischio dalle sue lotte. Una fede che si è fatta vita, una vita che si è fatta speranza e una speranza che ci porta a precedere nella carità. Sì, configurati a Gesù, continuate a precedere nell’amore. Siate voi i portatori di questa fede, di questa vita, di questa speranza. Voi paraguaiani siate costruttori di questo oggi e di questo domani.

Tornando a guardare l’immagine di Maria, vi invito a dire insieme: «Nel tuo Eden di Caacupé, è il tuo popolo Vergine pura che ti dà il suo amore e la sua fede». [Lo ripete insieme alla folla] Prega per noi, Santa Madre di Dio, affinché siamo degni di ottenere le promesse e le grazie del nostro Signore Gesù Cristo. Amen.

[01179-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua inglese

Being here with you makes me feel at home, at the feet of our Mother, the Virgin of Miracles of Caacupé. In every shrine we, her children, encounter our Mother and are reminded that we are brothers and sisters. Shrines are places of festival, of encounter, of family. We come to present our needs. We come to give thanks, to ask forgiveness and to begin again. How many baptisms, priestly and religious vocations, engagements and marriages, have been born at the feet of our Mother! How many tearful farewells! We come bringing our lives, because here we are at home and it is wonderful to know there is someone waiting for us.

As so often in the past, we now come because we want to renew our desire to live the joy of the Gospel.

How can we forget that this shrine is a vital part of the Paraguayan people, of yourselves? You feel it, it shapes your prayers, and you sing: “Here, in your Eden of Caacupé, are your people, Virgin most pure, who offer you their love and their faith”. Today we gather as the People of God, at the feet of our Mother, to offer her our love and our faith.

In the Gospel, we have just heard the greeting of the angel to Mary: Rejoice, full of grace. The Lord is with you. Rejoice, Mary, rejoice. Upon hearing this greeting, Mary was confused and asked herself what it could mean. She did not fully understand what was happening. But she knew that the angel came from God and so she said yes. Mary is the Mother of Yes. Yes to God’s dream, yes to God’s care, yes to God’s will.

It was a yes that, as we know, was not easy to live. A yes that bestowed no privileges or distinctions. Simeon told her in his prophecy: “a sword will pierce your heart” (Lk 2:35), and indeed it did. That is why we love her so much. We find in her a true Mother, one who helps us to keep faith and hope alive in the midst of complicated situations. Pondering Simeon’s prophecy, we would do well to reflect briefly on three difficult moments in Mary’s life.

1. The first moment: the birth of Jesus. There was no room for them. They had no house, no dwelling to receive her Son. There was no place where she could give birth. They had no family close by; they were alone. The only place available was a stall of animals. Surely she remembered the words of the angel: “Rejoice, Mary, the Lord is with you”. She might well have asked herself: “Where is he now?”.

2. The second moment: the flight to Egypt. They had to leave, to go into exile. Not only was there no room for them, no family nearby, but their lives were also in danger. They had to depart to a foreign land. They were persecuted migrants, on account of the envy and greed of the King. There too she might well have asked: “What happened to all those things promised by the angel?”.

3. The third moment: Jesus’ death on the cross. There can be no more difficult experience for a mother than to witness the death of her child. It is heartrending. We see Mary there, at the foot of the cross, like every mother, strong, faithful, staying with her child even to his death, death on the cross. There too she might well have asked: “What happened to all those things promised to me by the angel?”. Then we see her encouraging and supporting the disciples.

We contemplate her life, and we feel understood, we feel heard. We can sit down to pray with her and use a common language in the face of the countless situations we encounter each day. We can identify with many situations in her own life. We can tell her what is happening in our lives, because she understands.

Mary is the woman of faith; she is the Mother of the Church; she believed. Her life testifies that God does not deceive us, that God does not abandon his people, even in moments or situations when it might seem that he is not there. Mary was the first of her Son’s disciples and in moments of difficulty she kept alive the hope of the apostles. With probably more than one key, they were locked in the upper room, due to fear. A woman attentive to the needs of others, she could say – when it seemed like the feast and joy were at an end – “see, they have no wine” (Jn 2:3). She was the woman who went to stay with her cousin “about three months” (Lk 1:56), so that Elizabeth would not be alone as she prepared to give birth. That is out mother, so good and so kind, she who accompanies us in our lives.

We know all this from the Gospel, but we also know that in this land she is the Mother who has stood beside us in so many difficult situations. This shrine preserves and treasures the memory of a people who know that Mary is their Mother, and that she has always been at the side of her children.

Mary has always been in our hospitals, our schools and our homes. She has always sat at table in every home. She has always been part of the history of this country, making it a nation. Hers has been a discreet and silent presence, making itself felt through a statue, a holy card or a medal. Under the sign of the rosary, we know that we are never alone, that she always accompanies us.

Why? Because Mary simply wanted to be in the midst of her people, with her children, with her family. She followed Jesus always, from within the crowd. As a good Mother, she did not want to abandon her children, rather, she would always show up wherever one of her children was in need. For the simple reason that she is our Mother.

A Mother who learned, amid so many hardships, the meaning of the words: “Do not be afraid, the Lord is with you” (cf. Lk 1:30). A Mother who keeps saying to us: “Do whatever he tells you” (Jn 2:5). This is what she constantly says to us: “Do whatever he tells you”. She doesn’t have a plan of her own; she doesn’t come to tell us something new. Rather, she prefers to remain silent, and simply accompanies our faith with her own.

You know this from experience. All of you, all Paraguayans, share in the living memory of a people who have made incarnate these words of the Gospel. Here I would like especially to mention you, the women, wives and mothers of Paraguay, who at great cost and sacrifice were able to lift up a country defeated, devastated and laid low by an abominable war. You are keepers of the memory, the lifeblood of those who rebuilt the life, faith and dignity of your people, together with Mary. You lived through many difficult situations which, in the eyes of the world, would seem to discredit all faith. Yet, inspired and sustained by the Blessed Virgin, you continued to believe, even “hoping against all hope” (Rom 4:18). And when all seemed to be falling apart, with Mary you said: “Let us not be afraid, the Lord is with us; he is with our people, with our families; let us do what he tells us”. Then and now, you found the strength not to let this land lose its bearings. God bless your perseverance, God bless and encourage your faith, God bless the women of Paraguay, the most glorious women of America.

As a people, we have come home, to this house of all Paraguayans, to hear once more those words which are so comforting: “Rejoice, the Lord is with you”. They are a summons to cherish your memory, your roots, and the many signs which you have received as a people of believers tested by trials and struggles. Yours is a faith which has become life, a life which has become hope, and a hope which leads to eminent charity. Yes, like Jesus, may you be outstanding in love. May you be bearers of this faith, this life and this hope. May you, Paraguayans, continue to build these up this country’s present and future.

Gazing once more on Mary’s image, I invite you to join me in saying: “Here, in your Eden of Caacupé, are your people, Virgin most pure, who offer you their love and their faith”. All together: “Here, in your Eden of Caacupé, are your people, Virgin most pure, who offer you their love and their faith”. Pray for us, Holy Mother of God, that we may be worthy of the promises and graces of our Lord Jesus Christ. Amen.

[01179-EN.02] [Original text: Spanish]

Al termine della Celebrazione Eucaristica, dopo il ringraziamento del Vescovo di Caacupé, S.E. Mons. Catalino Claudio Giménez Medina, il Papa ha rinnovato l’atto di affidamento del Paraguay all’Immacolata Concezione, già compiuto da San Giovanni Paolo II nel Santuario di Caacupé durante il Suo viaggio apostolico nel Paese nel 1988. Quindi ha lasciato in dono un rosario d’oro alla “Virgen de los Milagros de Caacupé” che si venera nel Santuario elevato oggi a Basilica minore.

Il Santo Padre ha poi fatto ritorno in auto alla Nunziatura Apostolica di Asunción.

[B0563-XX.02]