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Viaggio Apostolico di Sua Santità Francesco in Ecuador, Bolivia e Paraguay (5-13 luglio 2015) – Incontro con sacerdoti, religiosi e religiose, seminaristi a Santa Cruz de la Sierra, 09.07.2015


Incontro con sacerdoti, religiosi e religiose, seminaristi presso il “Coliseo Don Bosco” di Santa Cruz de la Sierra

 

Discorso del Santo Padre

Traduzione in lingua italiana

Traduzione in lingua inglese

Questo pomeriggio, il Santo Padre Francesco si è trasferito in auto dalla Residenza privata al “Coliseo Don Bosco” di Santa Cruz de la Sierra, per l’incontro con i sacerdoti, i religiosi e le religiose, e i seminaristi.

L’incontro è iniziato alle ore 16 nella palestra della scuola gestita dai Padri Salesiani, con il saluto di S.E. Mons. Roberto Bordi, O.F.M., Vescovo Ausiliare del Vicariato Apostolico di El Beni e Delegato della Conferenza Episcopale Boliviana per la Vita Consacrata. Dopo un momento di preghiera e alcune testimonianze, il Santo Padre ha pronunciato il discorso che riportiamo di seguito:

 

Discorso del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas, buenas tardes

Estoy contento con este encuentro con ustedes, para compartir la alegría que llena el corazón y la vida entera de los discípulos misioneros de Jesús. Así lo han manifestado las palabras de saludo de Mons. Roberto Bordi, y los testimonios del Padre Miguel, de la hermana Gabriela, y del seminarista Damián. Muchas gracias por compartir la propia experiencia vocacional.

Y en el relato del Evangelio de Marcos hemos escuchado también la experiencia de otro discípulo, Bartimeo, que se unió al grupo de los seguidores de Jesús. Fue un discípulo de última hora. Era el último viaje que el Señor hacía de Jericó a Jerusalén, adonde iba a ser entregado. Ciego y mendigo, Bartimeo estaba al borde del camino –¡más exclusión imposible!–, marginado, y cuando se enteró del paso de Jesús, comenzó a gritar, se hizo sentir, como esa buena hermanita que con la batería se hacía sentir y decía: “Aquí estoy”. Te felicito, tocás bien.

En torno a Jesús iban los apóstoles, los discípulos, las mujeres que lo seguían habitualmente, con quienes recorrió durante su vida los caminos de Palestina para anunciar el Reino de Dios, y una gran muchedumbre. Si traducimos esto forzando el lenguaje, en torno a Jesús iban los obispos, los curas, las monjas, los seminaristas, los laicos comprometidos, todos los que lo seguían, escuchando a Jesús, y el pueblo fiel de Dios.

Dos realidades aparecen con fuerza, se nos imponen. Por un lado, el grito, el grito del mendigo y, por otro, las distintas reacciones de los discípulos. Pensemos las distintas reacciones de los obispos, los curas, las monjas, los seminaristas a los gritos que vamos sintiendo o no sintiendo. Parece como que el evangelista nos quisiera mostrar cuál es el tipo de eco que encuentra el grito de Bartimeo en la vida de la gente, en la vida de los seguidores de Jesús; cómo reaccionan frente al dolor de aquél que está al borde del camino, que nadie le hace caso – no más le dan una limosna –, de aquel que está sentado sobre su dolor, que no entra en ese círculo que está siguiendo al Señor.

Son tres las respuestas frente a los gritos del ciego, y hoy también estas tres respuestas tienen actualidad. Podríamos decirlo con las palabras del propio Evangelio: “pasar”, “calláte”, “ánimo, levantáte”.

1. “Pasar”. Pasar de largo, y algunos porque ya no escuchan. Estaban con Jesús, miraban a Jesús, querían oír a Jesús. No escuchaban. Pasar es el eco de la indiferencia, de pasar al lado de los problemas y que éstos no nos toquen. No es mi problema. No los escuchamos, no los reconocemos. Sordera. Es la tentación de naturalizar el dolor, de acostumbrarse a la injusticia. Y sí, hay gente así: Yo estoy acá con Dios, con mi vida consagrada, elegido por Jesús para el ministerio y, sí, es natural que haya enfermos, que haya pobres, que haya gente que sufre, entonces ya es tan natural que no me llama la atención un grito, un pedido de auxilio. Acostumbrarse. Y nos decimos: Es normal, siempre fue así, mientras a mí no me toque, – pero eso entre paréntesis. Es el eco que nace en un corazón blindado, en un corazón cerrado, que ha perdido la capacidad de asombro y, por lo tanto, la posibilidad de cambio. ¿Cuántos seguidores de Jesús corremos este peligro de perder nuestra capacidad de asombro, incluso con el Señor? Ese estupor del primer encuentro como que se va degradando, y eso le puede pasar a cualquiera, le pasó al primer Papa: “¿Adónde vamos a ir Señor si tú tienes palabras de vida eterna?”. Y después lo traicionan, lo niega, el estupor se le degradó. Es todo un proceso de acostumbramiento. Corazón blindado. Se trata de un corazón que se ha acostumbrado a pasar sin dejarse tocar;, una existencia que, pasando de aquí para allá, no logra enraizarse en la vida de su pueblo, simplemente porque está en esa elite que sigue al Señor.

Podríamos llamarlo, la espiritualidad del zapping. Pasa y pasa, pasa y pasa, pero nada queda. Son quienes van atrás de la última novedad, del último bestseller pero no logran tener contacto, no logran relacionarse, no logran involucrarse incluso con el Señor al que están siguiendo, porque la sordera avanza.

Ustedes me podrán decir: «Pero esa gente estaba siguiendo al Maestro, estaba atenta a las palabras del Maestro. Lo estaba escuchando a él». Creo que eso es de lo más desafiante de la espiritualidad cristiana, como el evangelista Juan nos lo recuerda: ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? (1 Jn 4, 20b). Ellos creían que escuchaban al Maestro, pero también traducían, y las palabras del Maestro pasaban por el alambique de su corazón blindado. Dividir esta unidad – entre escuchar a Dios y escuchar al hermano – es una de las grandes tentaciones que nos acompañan a lo largo de todo el camino de los que seguimos a Jesús. Y tenemos que ser conscientes de esto. De la misma forma que escuchamos a nuestro Padre es como escuchamos al Pueblo fiel de Dios. Si no lo hacemos con los mismos oídos, con la misma capacidad de escuchar, con el mismo corazón, algo se quebró.

Pasar sin escuchar el dolor de nuestra gente, sin enraizarnos en sus vidas, en su tierra, es como escuchar la Palabra de Dios sin dejar que eche raíces en nuestro interior y sea fecunda. Una planta, una historia sin raíces, es una vida seca.

2. Segunda palabra: “Calláte”. Es la segunda actitud frente al grito de Bartimeo. “Calláte, no molestes, no disturbes, que estamos haciendo oración comunitaria, que estamos en una espiritualidad de profunda elevación. No molestes, no disturbes”. A diferencia de la actitud anterior, ésta escucha, ésta reconoce, toma contacto con el grito del otro. Sabe que está y reacciona de una forma muy simple, reprendiendo. Son los obispos, los curas, los monjes, los Papas del dedo así [el dedo en señal amenazadora]. En Argentina decimos de las maestras del dedo así: “Ésta es como la maestra del tiempo de Yrigoyen, que estudiaban la disciplina muy dura”. Y pobre Pueblo fiel de Dios, cuántas veces es retado, por el mal humor o por la situación personal de un seguidor o de una seguidora de Jesús. Es la actitud de quienes, frente al Pueblo de Dios, lo están continuamente reprendiendo, rezongando, mandándolo callar. Dale una caricia, por favor, escuchálo, decíle que Jesús lo quiere. “No, eso no se puede hacer”. “Señora, saque al chico de la iglesia que está llorando y yo estoy predicando”. Como si el llanto de un chico no fuera una sublime predicación.

Es el drama de la conciencia aislada, de aquellos discípulos y discípulas que piensan que la vida de Jesús es sólo para los que se creen aptos. En el fondo hay un profundo desprecio al santo Pueblo fiel de Dios: “Este ciego qué tiene que meterse, que se quede ahí”. Parecería lícito que encuentren espacio solamente los “autorizados”, una “casta de diferentes”, que poco a poco se separa, se diferencia de su Pueblo. Han hecho de la identidad una cuestión de superioridad. Esa identidad que es pertenencia se hace superior, ya no son pastores sino capataces: “Yo llegué hasta acá, ponéte en tu sitio”. Escuchan pero no oyen, ven pero no miran. Me permito un anécdota que viví hace como… año 75, en tu diócesis, en tu arquidiócesis. Yo le había hecho una promesa al Señor del Milagro de ir todos los años a Salta en peregrinación para El Milagro si mandaba 40 novicios. Mandó 41. Bueno, después de una concelebración - porque ahí es como en todo gran santuario, misa tras misa, confesiones y no parás, yo salía hablando con un cura que me acompañaba, que estaba conmigo, había venido conmigo, y se acerca una señora, ya a la salida, con unos santitos, una señora muy sencilla, no sé, sería de Salta o habrá venido de no sé dónde, que a veces tardan días en llegar a la capital para la fiesta de El Milagro: “Padre, me lo bendice” – le dice al cura que me acompañaba –. “Señora usted estuvo en misa”. “Sí, padrecito”. “Bueno, ahí la bendición de Dios, la presencia de Dios bendice todo, todo, las…” “Sí, padrecito, sí, padrecito..”. “Y después la bendición final bendice todo”. “Sí, padrecito, sí, padrecito”. En ese momento sale otro cura amigo de este, pero que no se habían visto. Entonces: “¡Oh!, vos acá”. Se da la vuelta y la señora que no sé cómo se llamaba –digamos la señora ‘sí, padrecito’– me mira y me dice: “Padre, me lo bendice usted”. Los que siempre le ponen barreras al Pueblo de Dios, lo separan. Escuchan pero no oyen, le echan un sermón, ven pero no miran. La necesidad de diferenciarse les ha bloqueado el corazón. La necesidad, consciente o inconsciente, de decirse: “Yo no soy como él, no soy como ellos”, los ha apartado no sólo del grito de su gente, ni de su llanto, sino especialmente de los motivos de la alegría. Reír con los que ríen, llorar con los que lloran, he ahí, parte del misterio del corazón sacerdotal y del corazón consagrado. A veces hay castas que nosotros con esta actitud vamos haciendo y nos separamos. En Ecuador, me permití decirle a los curas que, por favor –también estaban las monjas–, que, por favor, pidieran todos los días la gracia de la memoria, de no olvidarse de dónde te sacaron. Te sacaron de detrás del rebaño. No te olvides nunca, no te la creas, no niegues tus raíces, no niegues esa cultura que aprendiste de tu gente porque ahora tenés una cultura más sofisticada, más importante. Hay sacerdotes que les da vergüenza hablar su lengua originaria y entonces se olvidan de su quechua, de su aymara, de su guaraní: “Porque no, no, ahora hablo en fino”. La gracia de no perder la memoria del Pueblo fiel. Y es una gracia. El libro del Deuteronomio, cuántas veces Dios le dice a su Pueblo: “No te olvides, no te olvides, no te olvides”. Y Pablo, a su discípulo predilecto, que él mismo consagró obispo, Timoteo, le dice: “Y acordáte de tu madre y de tu abuela”.

3. La tercera palabra: “Ánimo, levantáte”. Y este es el tercer eco. Un eco que no nace directamente del grito de Bartimeo, sino de la reacción de la gente que mira cómo Jesús actuó ante el clamor del ciego mendicante. Es decir, aquellos que no le daban lugar al reclamo de él, no le daban paso, o alguno que lo hacía callar… Claro, cuando ve que Jesús reacciona así, cambia: “Levantáte, te llama”.

Es un grito que se transforma en Palabra, en invitación, en cambio, en propuestas de novedad frente a nuestras formas de reaccionar ante el santo Pueblo fiel de Dios.

A diferencia de los otros, que pasaban, el Evangelio dice que Jesús se detuvo y preguntó: ¿Qué pasa? ¿Quién toca la batería?” Se detiene frente al clamor de una persona. Sale del anonimato de la muchedumbre para identificarlo y de esa forma se compromete con él. Se enraíza en su vida. Y lejos de mandarlo callar, le pregunta: Decíme, “qué puedo hacer por vos”. No necesita diferenciarse, no necesita separarse, no le echa un sermón, no lo clasifica y le pregunta si está autorizado o no para hablar. Tan solo le pregunta, lo identifica queriendo ser parte de la vida de ese hombre, queriendo asumir su misma suerte. Así le restituye paulatinamente la dignidad que tenía perdida, al borde del camino y ciego. Lo incluye. Y lejos de verlo desde fuera, se anima a identificarse con los problemas y así manifestar la fuerza transformadora de la misericordia. No existe una compasión, una compasión, no una lástima, – no existe una compasión que no se detenga. Si no te detenés, no padecés con, no tenés la divina compasión. No existe una compasión que no escuche. No existe una compasión que no se solidarice con el otro. La compasión no es zapping, no es silenciar el dolor, por el contrario, es la lógica propia del amor, el padecer con. Es la lógica que no se centra en el miedo sino en la libertad que nace de amar y pone el bien del otro por sobre todas las cosas. Es la lógica que nace de no tener miedo de acercarse al dolor de nuestra gente. Aunque muchas veces no sea más que para estar a su lado y hacer de ese momento una oportunidad de oración.

Y esta es la lógica del discipulado, esto es lo que hace el Espíritu Santo con nosotros y en nosotros. De esto somos testigos. Un día Jesús nos vio al borde del camino, sentados sobre nuestros dolores, sobre nuestras miserias, sobre nuestras indiferencias. Cada uno conoce su historia antigua. No acalló nuestros gritos, por el contrario se detuvo, se acercó y nos preguntó qué podía hacer por nosotros. Y gracias a tantos testigos, que nos dijeron “ánimo, levantáte”, paulatinamente fuimos tocando ese amor misericordioso, ese amor transformador, que nos permitió ver la luz. No somos testigos de una ideología, no somos testigos de una receta, o de una manera de hacer teología. No somos testigos de eso. Somos testigos del amor sanador y misericordioso de Jesús. Somos testigos de su actuar en la vida de nuestras comunidades.

Y esta es la pedagogía del Maestro, esta es la pedagogía de Dios con su Pueblo. Pasar de la indiferencia del zapping al «ánimo, levántate, el Maestro te llama» (Mc 10,49). No porque seamos especiales, no porque seamos mejores, no porque seamos los funcionarios de Dios, sino tan solo porque somos testigos agradecidos de la misericordia que nos transforma. Y, cuando se vive así, hay gozo y alegría, y podemos adherirnos al testimonio de la hermana, que en su vida hizo suyo el consejo de San Agustín: “Canta y camina”. Esa alegría que viene del testigo de la misericordia que transforma.

No estamos solos en este camino. Nos ayudamos con el ejemplo y la oración los unos a los otros. Tenemos a nuestro alrededor una nube de testigos (cf. Hb 12,1). Recordemos a la beata Nazaria Ignacia de Santa Teresa de Jesús, que dedicó su vida al anuncio del Reino de Dios en la atención a los ancianos, con la «olla del pobre» para quienes no tenían qué comer, abriendo asilos para niños huérfanos, hospitales para heridos de la guerra, e incluso creando un sindicato femenino para la promoción de la mujer. Recordemos también a la venerable Virginia Blanco Tardío, entregada totalmente a la evangelización y al cuidado de las personas pobres y enfermas. Ellas y tantos otros anónimos, del montón, de los que seguimos a Jesús, son estímulo para nuestro camino. ¡Esa nube de testigos! Vayamos adelante con la ayuda de Dios y colaboración de todos. El Señor se vale de nosotros para que su luz llegue a todos los rincones de la tierra. Y adelante, canta y camina. Y, mientras cantan y caminan, por favor, recen por mí, que lo necesito. Gracias.

[01174-ES.02] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua italiana

Cari fratelli e sorelle, buon pomeriggio!

Sono contento di questo incontro con voi, per condividere la gioia che riempie il cuore e l’intera vita dei discepoli missionari di Gesù. Lo hanno dimostrato le parole di saluto di Mons. Robert Bordi e le testimonianze di Padre Miguel, di suor Gabriela e del seminarista Damian. Tante grazie per aver condiviso la vostra esperienza vocazionale.

Nel racconto del Vangelo di Marco abbiamo ascoltato anche l’esperienza di un altro discepolo, Bartimeo, che si è unito al gruppo dei seguaci di Gesù. E’ stato un discepolo dell’ultima ora. Era l’ultimo viaggio che il Signore faceva da Gerico a Gerusalemme, dove andava per essere consegnato. Cieco e mendicante, Bartimeo era sul ciglio della strada, escluso che più non si può, emarginato, e quando seppe che passava Gesù, incominciò a gridare. Si fece sentire. Come questa brava suora [indica una suora vicina al palco] che con la batteria si faceva sentire e diceva: sono qui! Complimenti, suoni bene!

Intorno a Gesù c’erano gli Apostoli, i discepoli e le donne che lo seguivano abitualmente, con i quali percorse, durante la sua vita, le strade della Palestina per annunciare il Regno di Dio. E una grande folla. Se traduciamo questo, forzando un po’ il senso, intorno a Gesù camminavano i vescovi, i preti, le religiose, i seminaristi, i laici impegnati, tutti quelli che lo seguivano e che lo ascoltavano, e il popolo fedele di Dio.

Due realtà emergono con forza, attirano l’attenzione. Da un lato, il grido, il grido di un mendicante, dall’altro, le diverse reazioni dei discepoli. Pensiamo alle diverse reazioni dei vescovi, dei preti, delle religiose, dei seminaristi alle grida che sentiamo, o non sentiamo. È come se l’Evangelista volesse mostrarci quale tipo di eco ha trovato il grido di Bartimeo nella vita della gente e nella vita dei seguaci di Gesù. Come reagiscono al dolore di colui che è sul bordo della strada - che nessuno gli fa caso, al massimo gli fanno un’elemosina - di colui che sta seduto sul suo dolore, che non rientra in quella cerchia che sta seguendo il Signore.

Sono tre le risposte alle grida del cieco. E anche oggi queste tre risposte hanno una loro attualità. Possiamo dirle con le parole del Vangelo stesso: PassareSta’ zitto! - Coraggio, alzati!

1. Passare. Passare a distanza, e alcuni perché non ascoltano. Stavano con Gesù, guardavano Gesù, volevano sentire Gesù, non ascoltavano. Passare, è l'eco dell’indifferenza, passare accanto ai problemi e che questi non ci tocchino. Non è il mio problema. Non li ascoltiamo, non li riconosciamo. Sordità. È la tentazione di considerare naturale il dolore, di abituarsi all’ingiustizia. Sì, c’è gente così: io sto qui con Dio, con la mia vita consacrata, chiamato da Gesù per il ministero, e sì, è naturale che ci siano malati, che ci siano poveri, che ci sia gente che soffre, e dunque è così naturale che non mi richiama l’attenzione un grido, una richiesta di aiuto. Abituarsi. E ci diciamo: è normale, è sempre stato così… finché non mi tocca… È l’eco che nasce in un cuore blindato, in un cuore chiuso, che ha perso la capacità di stupirsi e quindi la possibilità di cambiare. Quanti di noi che seguiamo Gesù corriamo il pericolo di perdere la nostra capacità di stupore, e anche con il Signore? Questo stupore del primo incontro che va come diminuendo, e questo può capitare a chiunque, è capitato al primo Papa: «Signore, da chi andremo, tu hai parole di vita eterna!», e poi lo tradisce, lo rinnega; lo stupore gli era diminuito. E’ tutto un processo di abitudine… Cuore blindato. Si tratta di un cuore che si è abituato a passare senza lasciarsi toccare; un’esistenza che, passando da una parte all’altra, non riesce a radicarsi nella vita del suo popolo, semplicemente perché sta in quella élite che segue il Signore.

Potremmo chiamarla la spiritualità dello zapping. Passa e ripassa, passa e ripassa, ma mai si ferma. Sono quelli che vanno dietro all’ultima novità, all’ultimo best seller, ma non riescono ad avere un contatto, a relazionarsi, a farsi coinvolgere, nemmeno con il Signore che stanno seguendo, perché la sordità aumenta!

Voi mi potreste dire: “Ma questa gente stava seguendo il Maestro, stava attenta alle parole del Maestro. Stava ascoltando Lui”. Credo che qui tocchiamo uno dei punti più impegnativi della spiritualità cristiana. Come l’evangelista Giovanni ci ricorda, come può amare Dio, che non vede, chi non ama suo fratello, che vede? (cfr 1 Gv 4,20b). Essi credevano di ascoltare il Maestro, ma anche interpretavano, e le parole del Maestro passavano attraverso l’alambicco del loro cervello blindato. Dividere questa unità – tra l’ascoltare Dio e l’ascoltare il fratello – è una delle grandi tentazioni che ci accompagnano lungo tutto il cammino di noi che seguiamo Gesù. E dobbiamo esserne consapevoli. Nello stesso modo in cui ascoltiamo il nostro Padre dobbiamo ascoltare il popolo fedele di Dio. Se non lo facciamo con le stesse orecchie, con la stessa capacità di ascoltare, con lo stesso cuore, qualcosa si è rotto.

Passare senza ascoltare il dolore della nostra gente, senza radicarci nella loro vita, nella loro terra, è come ascoltare la Parola di Dio senza lasciare che metta radici dentro di noi e sia feconda. Una pianta, una storia senza radici, è una vita arida.

2. Seconda parola: Sta’ zitto! E’ il secondo atteggiamento davanti al grido di Bartimeo. Sta’ zitto, non molestare, non disturbare… Stiamo facendo preghiera comunitaria, siamo in una spiritualità di profonda elevazione, non molestare, non disturbare! A differenza dell’atteggiamento precedente, questo ascolta, riconosce, entra in contatto con il grido dell’altro. Sa che c’è, e reagisce in un modo molto semplice, rimproverando. Sono i vescovi, i preti, i religiosi, i Papi col dito così [alza la mano con l’indice in segno di minaccia]. In Argentina diciamo delle maestre col dito così: “Questa è come le maestre del tempo di Yrigoyen, che usavano la disciplina molto dura”. E povero popolo fedele di Dio, quante volte è rimproverato per il malumore o per la situazione personale di un seguace o di una seguace di Gesù. È l'atteggiamento di coloro che, di fronte al popolo di Dio, stanno continuamente a rimproverarlo, a brontolare, a dirgli di tacere. Dagli una carezza, per favore, ascoltalo, digli che Gesù gli vuole bene. “No, questo non si può fare”. “Signora, porti fuori il bambino dalla chiesa che sta piangendo e io sto predicando”. Come se il pianto di un bimbo non fosse una sublime predicazione!

È il dramma della coscienza isolata, di quei discepoli e discepole che pensano che la vita di Gesù è solo per quelli che si credono adatti. Alla base c’è un profondo disprezzo per il santo Popolo fedele di Dio: “Questo cieco dove vuole mettersi? Che stia qui”. Sembrerebbe giusto che trovino spazio solo gli “autorizzati”, una “casta di diversi” che lentamente si separa, si differenzia dal suo popolo. Hanno fatto dell’identità una questione di superiorità. Questa identità che è appartenenza si fa superiore; non sono più pastori ma capisquadra: “Io sono arrivato fino a qui, tu stai al tuo posto”.

Ascoltano, ma non odono, vedono, ma non guardano. Mi permetto un aneddoto che ho vissuto… intorno all’anno ’75… nella tua diocesi [indica un Vescovo presente]. Avevo fatto una promessa al Señor del Milagro di andare tutti gli anni a Salta in pellegrinaggio per il Miracolo se mandava 40 novizi. Ne mandò 41. Bene. Dopo una concelebrazione – perché là è come in ogni gran santuario, una Messa dopo l’altra, confessioni senza sosta… - io stavo parlando con un prete che mi accompagnava, che era venuto con me, e si avvicina una signora, ormai all’uscita, con alcuni santini, una signora molto semplice, non so se fosse di Salta o venuta da chissà dove, che a volte ci mettono giorni a venire nella capitale per la festa del Miracolo: “Padre, me li benedice?”, dice al prete che mi accompagnava. “Signora, Lei è stata a Messa?” – “Sì, padre” – “Bene, c’è la benedizione di Dio, la presenza di Dio benedice tutto, tutto…” – “Sì, padre, sì, padre” – “E poi la benedizione finale benedice tutto…” – “Sì padre, sì, padre” – In quel momento arriva un altro prete amico di questo, ma che non si erano visti… “Ah! Sei qui!” Si girano e la signora, che non so come si chiamava, diciamo la signora “sì, padre”, mi guarda e mi dice: “Padre, me li benedice lei?...”. Quelli che mettono sempre barriere al popolo di Dio, lo separano. Ascoltano, ma non odono. Gli fanno una predica. Vedono ma non guardano. La necessità di differenziarsi ha bloccato loro il cuore. Il bisogno – consapevole o meno – di dirsi: “Io non sono come lui, non sono come loro”, li ha allontanati, non solo dal grido della loro gente, o dal loro pianto, ma soprattutto dai motivi di gioia. Ridere con chi ride, piangere con chi piange, ecco una parte del mistero del cuore sacerdotale e del cuore consacrato.

A volte ci sono caste che noi con questo atteggiamento creiamo e ci separiamo. En Ecuador, mi sono permesso di dire ai preti – ma c’erano anche le religiose – che, per favore, chiedessero tutti i giorni la grazia della memoria, di non dimenticarsi del luogo da cui sono stati tratti: da dietro il gregge. Non dimenticartelo mai, non creartelo, non rinnegare le tue radici, non rinnegare la cultura che hai imparato dalla tua gente perché adesso hai una cultura più sofisticata, più importante. Ci sono sacerdoti che si vergognano parlare la loro lingua nativa e allora si dimenticano del loro quechua, del loro aymara, del loro guaraní, “perché no, no, adesso parlo in modo fine…”. La grazia di non perdere la memoria del Popolo fedele. Ed è una grazia. Nel libro del Deuteronomio, quante volte Dio dice al suo Popolo: “Non dimenticarti, non dimenticarti, non dimenticarti…”. E Paolo, al suo discepolo prediletto, che lui stesso ha consacrato vescovo, Timoteo, dice: “E ricordati di tua madre e di tua nonna!”.

3. La terza parola: Coraggio, alzati! E questa è la terza eco. Una eco che non nasce direttamente dal grido di Bartimeo, ma dalla reazione della gente che guarda come Gesù si è comportato davanti al clamore del cieco mendicante. Ossia, quelli che non davano retta al suo richiamo, non gli davano spazio, o qualcuno che lo faceva star zitto, è chiaro che, quando vede che Gesù reagisce in quel modo, cambia: “Alzati! Ti chiama”.

È un grido che si trasforma in Parola, in invito, in cambiamento, in proposte di novità di fronte ai nostri modi di reagire davanti al santo popolo fedele di Dio.

A differenza degli altri, che passavano, il Vangelo afferma che Gesù si fermò e chiese: “Che cosa succede?”. Si ferma di fronte al grido di una persona. Esce dall’anonimato della folla per identificarlo e in questo modo si impegna con lui. Mette radici nella sua vita. E invece di farlo tacere, gli chiede: “Dimmi, che cosa posso fare per te?”. Non serve differenziarsi, non serve separarsi, non gli fa una predica, non lo classifica né gli chiede se è autorizzato o meno a parlare. Basta solo la domanda, lo riconosce volendo far parte della vita di quest’uomo, facendosi carico del suo stesso destino. Così, a poco a poco, gli restituisce la dignità che aveva perduto, al bordo della strada e cieco. Lo include. E anziché vederlo dall’esterno, ha il coraggio di identificarsi con i problemi e così manifestare la forza trasformante della misericordia. Non esiste una compassione – una compassione, non un pietismo – non esiste una con-passione che non si fermi. Se non ti fermi, se non patisci-con, non hai la divina compassione. Non esiste una compassione che non ascolti. Non esiste una compassione che non solidarizzi con l’altro. La compassione non è zapping, non è silenziare il dolore, al contrario, è la logica propria dell’amore, del patire-con. È la logica che non si è centrata sulla paura, ma sulla libertà che nasce dall'amore e mette il bene dell’altro sopra ogni cosa. È la logica che nasce dal non avere paura di avvicinarsi al dolore della nostra gente. Anche se tante volte non sarà che per stare al loro fianco e fare di quel momento un’occasione di preghiera.

E questa è la logica del discepolato, questo è ciò che opera lo Spirito Santo con noi e in noi. Di questo siamo testimoni. Un giorno Gesù ci ha visto sul bordo della strada, seduti sui nostri dolori, sulle nostre miserie, sulle nostre indifferenze. Ciascuno conosce la sua storia antica. Non ha messo a tacere il nostro grido, ma si è fermato, si è avvicinato e ci ha chiesto che cosa poteva fare per noi. E grazie a tanti testimoni che ci hanno detto: “Coraggio, alzati!”, a poco a poco siamo stati toccati da questo amore misericordioso, quell'amore trasformante, che ci ha permesso di vedere la luce. Non siamo testimoni di un’ideologia, non siamo testimoni di una ricetta, o di un modo di fare teologia. Non siamo testimoni di questo. Siamo testimoni dell’amore risanante e misericordioso di Gesù. Siamo testimoni del suo agire nella vita delle nostre comunità.

E questa è la pedagogia del Maestro, questa è la pedagogia di Dio con il suo popolo. Passare dall’indifferenza dello zapping al “Coraggio! Alzati, [il Maestro] ti chiama!” (Mc 10,49). Non perché siamo speciali, non perché siamo migliori, non perché siamo i funzionari di Dio, ma solo perché siamo testimoni grati della misericordia che ci trasforma. E quando si vive così, c’è gioia e allegria, e possiamo consentire alla testimonianza della Suora, che nella sua vita ha fatto suo il consiglio di sant’Agostino: “Canta e cammina!”. Quella gioia che viene dalla testimonianza della gioia che trasforma.

Non siamo soli in questo cammino. Ci aiutiamo con l’esempio e la preghiera gli uni gli altri. Abbiamo intorno a noi una nube di testimoni (cfr Eb 12,1). Ricordiamo la beata Nazaria Ignazia di Santa Teresa di Gesù, che ha dedicato la sua vita all’annuncio del Regno di Dio nella cura agli anziani, con il «piatto del povero» per coloro che non avevano da mangiare, aprendo asili per bambini orfani, ospedali per i feriti di guerra e anche creando un patronato femminile per la promozione delle donne. Ricordiamo anche la venerabile Virginia Blanco Tardío, totalmente dedita all’evangelizzazione e alla cura delle persone povere e malate. Loro e tanti altri anonimi, della folla, di quelli che seguiamo Gesù, sono stimolo per il nostro cammino. Questa nube di testimoni! Andiamo avanti con l’aiuto di Dio e la collaborazione di tutti. Il Signore si serve di noi perché la sua luce raggiunga tutti gli angoli della terra. E avanti, “canta e cammina!”. E mentre cantate e camminate, per favore, pregate per me, che ne ho bisogno. Grazie!

[01174-IT.03] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua inglese

Dear brothers and sisters, good afternoon.

I am very pleased to be able to meet you and to share the joy which fills the heart and the entire life of the missionary disciples of Jesus. This joy was expressed in the words of welcome offered by Bishop Roberto Bordi, and by the testimonies of Father Miguel, Sister Gabriela, and by Damián, our seminarian. I thank each of you for sharing your own experience of vocation.

In the Gospel of Mark we also heard the experience of another disciple, Bartimaeus, who joined the group of Jesus’ followers. He became a disciple at the last minute. This happened during the Lord’s final journey, from Jericho to Jerusalem, where he was about to be handed over. A blind beggar, Bartimaeus sat on the roadside – greater exclusion than this is difficult to imagine – and he was pushed aside. When he heard Jesus passing by, he began to cry out, he made himself heard, rather like the young Sister who played the drums and made herself heard, saying “I am here!”. Congratulate Sister: you play very well.

Walking with Jesus were his apostles, the disciples and the women who were his followers. They were at his side as he journeyed through Palestine, proclaiming the Kingdom of God. There was also a great crowd. If we translate this by stretching the words a little, we can say that alongside Jesus walked the bishops, the priests, the sisters, the seminarians, the committed lay faithful, all who followed him, listening to him, namely, the faithful people of God.

Two things about this story jump out at us and make an impression. On the one hand, there is the cry of a beggar, and on the other, the different reactions of the disciples. Let us consider the different reactions of bishops, priests, sisters, seminarians, to the cries we hear or fail to hear. It is as if the Evangelist wanted to show us the effect which Bartimaeus’ cry had on people’s lives, on the lives of Jesus’ followers. How did they react when faced with the suffering of that man on the side of the road, who no one takes any notice of, who receives no more than a gesture of almsgiving, who is wallowing in his misery and who is not part of the group following the Lord?

There were three responses to the cry of the blind man and today these three responses are also relevant. We can describe them with three phrases taken from the Gospel: “pass by”, “be quiet”, “take heart and get up”.

1. “They passed by”. Some of those who passed by did not even hear his shouting. They were with Jesus, they looked at Jesus, they wanted to hear him. But they were not listening. Passing by is the response of indifference, of avoiding other people’s problems because they do not affect us. It is not my problem. We do not hear them, we do not recognize them. Deafness. Here we have the temptation to see suffering as something natural, to take injustice for granted. And yes, there are people like that: I am here with God, with my consecrated life, chosen by God for ministry and yes, it is normal that there are those who are sick, poor, suffering, and it is so normal that I no longer notice the cry for help. To become accustomed. We say to ourselves, “This is nothing unusual; this were always like this, as long as it does not affect me”. It is the response born of a blind, closed heart, a heart which has lost the ability to be touched and hence the possibility to change. How many of us followers of Christ run the risk of losing our ability to be astonished, even with the Lord? That wonder we had on the first encounter seems to diminish, and it can happen to anyone. Indeed it happened to the first Pope: “Whom shall we go to Lord? You have the words of eternal life”. And then they betray him, they deny him, the wonder fades away. It happens when we get accustomed to things. The heart is blinded. A heart used to passing by without letting itself be touched; a life which passes from one thing to the next, without ever sinking roots in the lives of the people around us, simply because it is part of the elite who follow the Lord.

We could call this “the spirituality of zapping”. It is always on the move, but it has nothing to show for it. There are people who keep up with the latest news, the most recent best sellers, but they never manage to connect with others, to strike up a relationship, to get involved, even with the Lord whom they follow, because their deafness gets worse.

You may say to me, “But those people in the Gospel were following the Master, they were busy listening to his words. They were intent on him.” I think that this is one of the most challenging things about Christian spirituality. The Evangelist John tells us, “How can you love God, whom you do not see, if you do not love your brother whom you do see?” (1 Jn 4:20). They believed that they were listening to the Master, but they also made their own interpretation, and the words of the Master are distilled by their blinded hearts. One of the great temptations we encounter on the path as we follow Jesus is to separate these two things, listening to God and listening to our brothers and sisters, both of which belong together. We need to be aware of this. The way we listen to God the Father is how we should listen to his faithful people. If we do not listen in the same way, with the same heart, then something has gone wrong.

To pass by, without hearing the pain of our people, without sinking roots in their lives and in their world, is like listening to the word of God without letting it take root and bear fruit in our hearts. Like a tree, a life without roots is a one which withers and dies.

2. The second phrase: “Be quiet”. This is the second response to Bartimaeus’ cry: “Keep quiet, don’t bother us, leave us alone, for we are praying as a community, we are in heightened state of spirituality. Don’t bother us. Unlike the first response, this one hears, acknowledges, and makes contact with the cry of another person. It recognizes that he or she is there, but reacts simply by scolding. It is the bishops, priests, sisters, popes, who point their finger threateningly. In Argentina we say of teachers who point their fingers in this way: “This is like the teacher from the time of the Yrigoyen who used particularly strict methods”. And the poor faithful people of God, how often are they tested, either by the bad temper or the personal situation of a follower of Christ. It is the attitude of some leaders of God’s people; they continually scold others, hurl reproaches at them, tell them to be quiet. Please embrace them, listen to them, tell them that Jesus loves them. “No, you can’t do that”. “Madam, take your crying child out of the church as I am preaching”. As if the cries of a child were not a sublime homily.

This is the drama of the isolated consciousness, of those disciples who think that the life of Jesus is only for those deserve it. There is an underlying contempt for the faithful people of God: “This blind man who has to interfere with everything, let him stay where he is”. They seem to believe there is only room for the “worthy”, for the “better people”, and little by little they separate themselves, become distinct, from the others. They have made their identity a badge of superiority. That identity which makes itself superior, is no longer proper to the pastor but rather to a foreman: “I made it here, now you wait in line”. Such persons no longer listen; they look, but they cannot see. Let me tell you an anecdote, something I experienced around 1975 in your Archdiocese. I had made a promise to Nuestro Señor de los Milagros to go to Salta on pilgrimage if he blessed us with 40 novices. He sent forty-one. After a concelebrated Mass – as at all important sanctuaries, there were many Masses, confessions, and you don’t stop – I was walking up with a another priest who was with me and had come with me, and a lady came up to us, almost at the top, with an image of a saint. She was a simple woman, maybe from Salta itself, or perhaps she had come from another place, as so often happens when people take a few days to reach the capital for the Feast of the Lord of Miracles. She said to the priest who was accompanying me, “Father, please bless this image”. He replied, “Lady, you were at Mass”. “Yes, Father”. “Well then, the blessing of God, the presence of God there blesses everything”. “Yes Father, Yes Father” came the reply. At that moment another priest came up, a friend of the priest that had just spoken, but they hadn’t seen each other so he says, “Oh, you’re here!”. He turned away and the woman – I do not know her name, we’ll call her the “Yes Father Lady” – looked at me and said: “Father, please bless it”. Those who always put up barriers between themselves and the people of God, push them away. They hear, but they don’t listen. They deliver a sermon, but look without seeing. The need to show that they are different has closed their heart. Their need to tell themselves, consciously or subconsciously, “I am not like that person, like those people”, not only cuts them off from the cry of their people, from their tears, but most of all from their reasons for rejoicing. Laughing with those who laugh, weeping with those who weep; all this is part of the mystery of a priestly heart and the heart of a consecrated person. Sometimes there are elite groups that are created by not listening and seeing, and we distance ourselves. In Ecuador, I told the priests and religious sisters present, to please ask for the grace of remembering, to never forget the memories of where they were taken from. They were called from the back of the sheepfold. Never forget, never deny your roots, don’t reject that culture where you learnt from your people just because you now have a more sophisticated, important culture. There are priests who are embarrassed to speak in the native language and so they forget their Quechua, Aymara, Guarani: “No, no, I now speak well”. The grace to not lose the memory of the faithful people. It is a grace. In the Book of Deuteronomy, how many times does God say to his People, “Do not forget, do not forget, do not forget”. And Paul, to his beloved disciple Timothy whom he ordained, says, “remember your mother and grandmother”.

3. The third word: “Take heart and get up”. This is the third response. It is not so much a direct response to the cry of Bartimaeus as a reaction of people who saw how Jesus responded to the pleading of the blind beggar. In other words, those who gave no importance to the beggar, those who did not let him pass, or those who told him to be quiet… when they see Jesus’ reaction they change their attitude: “Get up, he is calling you”. In those who told him to take heart and get up, the beggar’s cry issued in a word, an invitation, a new and changed way of responding to God’s holy and faithful People.

Unlike those who simply passed by, the Gospel says that Jesus stopped and asked what was happening. “What is happening here?” “Who is making noise?” He stopped when someone cried out to him. Jesus singled him out from the nameless crowd and got involved in his life. And far from ordering him to keep quiet, he asked him, “Tell me, what do you want me to do for you?” Jesus didn’t have to show that he was different, somehow apart, and he didn’t give the beggar a sermon; he didn’t decide whether Bartimaeus was worthy or not before speaking to him. He simply asked him a question, looked at him and sought to come into his life, to share his lot. And by doing this he gradually restored the man’s lost dignity, the man who was on the side of the path and blind; Jesus included him. Far from looking down on him, Jesus was moved to identify with the man’s problems and thus to show the transforming power of mercy. There can be no compassion – and I mean compassion and not pity – without stopping. If you do not stop, you do not suffer with him, you do not have divine compassion. There is no “com-passion” that does not listen and show solidarity with the other. Compassion is not about zapping, it is not about silencing pain, it is about the logic of love, of suffering with. A logic, a way of thinking and feeling, which is not grounded in fear but in the freedom born of love and of desire to put the good of others before all else. A logic born of not being afraid to draw near to the pain of our people. Even if often this means no more than standing at their side and praying with them.

This is the logic of discipleship, it is what the Holy Spirit does with us and in us. We are witnesses of this. One day Jesus saw us on the side of the road, wallowing in our own pain and misery, our indifference. Each one knows his or her past. He did not close his ear to our cries. He stopped, drew near and asked what he could do for us. And thanks to many witnesses, who told us, “Take heart; get up”, gradually we experienced this merciful love, this transforming love, which enabled us to see the light. We are witnesses not of an ideology, of a recipe, of a particular theology. We are not witnesses of that. We are witnesses to the healing and merciful love of Jesus. We are witnesses of his working in the lives of our communities.

And this is the pedagogy of the Master, this is the pedagogy which God uses with his people. It leads us to passing from distracted zapping to the point where we can say to others: “Take heart; get up. The Master is calling you” (Mk 10:49). Not so that we can be special, not so that we can be better than others, not so that we can be God’s functionaries, but only because we are grateful witnesses to the mercy which changed us. When we live like this, there is joy and delight, and we can identify ourselves with the testimony given by the religious sister who made her own Saint Augustine’s counsel, “Sing and walk”. This is the joy that comes from witnessing to the mercy that transforms.

On this journey we are not alone. We help one another by our example and by our prayers. We are surrounded by a cloud of witnesses (cf. Heb 12:1). Let us think of Blessed Nazaria Ignacia de Santa Teresa de Jesús, who dedicated her life to the proclamation of God’s Kingdom through her care for the aged, her “kettle of the poor” for the hungry, her homes for orphaned children, her hospitals for wounded soldiers and her creation of a women’s trade union to promote the welfare of women. Let us also think of Venerable Virginia Blanco Tardío, who was completely dedicated to the evangelization and care of the poor and the sick. These women, and so many other anonymous persons, from the crowd, from the ones like us who follow Jesus, are an encouragement on our journey. That cloud of witnesses! May we press forward with the help and cooperation of all. For the Lord wants to use us to make his light reach to every corner of our world. Go forward, sing and walk. And while you do this, please, pray for me as I need it. Thank you.

[01174-EN.01] [Original text: Spanish]

Al termine, il Papa si è trasferito in auto al centro fieristico “Expo Feria” per partecipare al II Incontro Mondiale dei Movimenti Popolari.

[B0550-XX.04]