Santa Messa e apertura del V Congresso Eucaristico nazionale nella Piazza del Cristo Redentore di Santa Cruz de la Sierra
Omelia del Santo Padre
Traduzione in lingua italiana
Traduzione in lingua inglese
Alle ore 10 di questa mattina, nella Piazza del Cristo Redentore a Santa Cruz de la Sierra, il Santo Padre Francesco ha presieduto la Celebrazione Eucaristica che segna anche l’apertura del V Congresso Eucaristico nazionale Boliviano, che proseguirà poi nella città di Tarija.
Nel corso della Messa, dopo la proclamazione del Santo Vangelo, il Papa ha pronunciato l’omelia che riportiamo di seguito:
Omelia del Santo Padre
Hemos venido desde distintos lugares, regiones, poblados, para celebrar la presencia viva de Dios entre nosotros. Salimos hace horas de nuestras casas y comunidades para poder estar juntos, como Pueblo Santo de Dios. La cruz y la imagen de la misión nos traen el recuerdo de todas las comunidades que han nacido en el nombre de Jesús en estas tierras, de las cuales nosotros somos sus herederos.
En el Evangelio que acabamos de escuchar se nos describía una situación bastante similar a la que estamos viviendo ahora. Al igual que esas cuatro mil personas, estamos nosotros queriendo escuchar la Palabra de Jesús y recibir su vida. Ellos ayer y nosotros hoy junto al Maestro, Pan de vida.
Me conmuevo cuando veo a muchas madres cargando a sus hijos en las espaldas. Como lo hacen aquí tantas de ustedes. Llevando sobre sí la vida y el futuro de su gente. Llevando sus motivos de alegría, sus esperanzas. Llevando la bendición de la tierra en los frutos. Llevando el trabajo realizado por sus manos. Manos que han labrado el presente y tejerán las ilusiones del mañana. Pero también cargando sobre sus hombros desilusiones, tristezas y amarguras, la injusticia que parece no detenerse y las cicatrices de una justicia no realizada. Cargando sobre sí el gozo y el dolor de una tierra. Ustedes llevan sobre sí la memoria de su pueblo. Porque los pueblos tienen memoria, una memoria que pasa de generación en generación, los pueblos tienen una memoria en camino.
Y no son pocas las veces que experimentamos el cansancio de este camino. No son pocas las veces que faltan las fuerzas para mantener viva la esperanza. Cuántas veces vivimos situaciones que pretenden anestesiarnos la memoria y así se debilita la esperanza y se van perdiendo los motivos de alegría. Y comienza a ganarnos una tristeza que se vuelve individualista, que nos hace perder la memoria de pueblo amado, de pueblo elegido. Y esa pérdida nos disgrega, hace que nos cerremos a los demás, especialmente a los más pobres.
A nosotros nos puede suceder lo que a los discípulos de ayer, cuando vieron esa la cantidad de gente que estaba ahí. Le piden a Jesús que los despida: “Mandálos a casa”, ya que es imposible alimentar a tanta gente. Frente a tantas situaciones de hambre en el mundo podemos decir: “Perdón, no nos dan los números, no nos cierran las cuentas”. Es imposible enfrentar estas situaciones, entonces la desesperación termina ganándonos el corazón.
En un corazón desesperado es muy fácil que gane espacio la lógica que pretende imponerse en el mundo, en todo el mundo, en nuestros días. Una lógica que busca transformar todo en objeto de cambio, todo en objeto de consumo, todo negociable. Una lógica que pretende dejar espacio a muy pocos, descartando a todos aquellos que no «producen», que no se los considera aptos o dignos porque aparentemente «no nos dan los números». Y Jesús, una vez más, vuelve a hablarnos y nos dice: “No, no, no es necesario excluirlos, no es necesario que se vayan, denles ustedes de comer”.
Es una invitación que resuena con fuerza para nosotros hoy: “No es necesario excluir a nadie. No es necesario que nadie se vaya, basta de descartes, denles ustedes de comer”. Jesús nos lo sigue diciendo en esta plaza. Sí, basta de descartes, denles ustedes de comer. La mirada de Jesús no acepta una lógica, una mirada que siempre “corta el hilo” por el más débil, por el más necesitado. Tomando “la posta” Él mismo nos da el ejemplo, nos muestra el camino. Una actitud en tres palabras, toma un poco de pan y unos peces, los bendice, los parte y entrega para que los discípulos lo compartan con los demás. Y este es el camino del milagro. Ciertamente no es magia o idolatría. Jesús, por medio de estas tres acciones, logra transformar una lógica del descarte, en una lógica de comunión, en una lógica de comunidad. Quisiera subrayar brevemente cada una de estas acciones.
Toma. El punto de partida, es tomar muy en serio la vida de los suyos. Los mira a los ojos y en ellos conoce su vivir, su sentir. Ve en esas miradas lo que late y lo que ha dejado de latir en la memoria y el corazón de su pueblo. Lo considera y lo valora. Valoriza todo lo bueno que pueden aportar, todo lo bueno desde donde se puede construir. Pero no habla de los objetos, o de los bienes culturales, o de las ideas; sino habla de las personas. La riqueza más plena de una sociedad se mide en la vida de su gente, se mide en sus ancianos que logran transmitir su sabiduría y la memoria de su pueblo a los más pequeños. Jesús nunca se saltea la dignidad de nadie, por más apariencia de no tener nada para aportar y o compartir. Toma todo como viene.
Bendice. Jesús toma sobre sí, y bendice al Padre que está en los cielos. Sabe que estos dones son un regalo de Dios. Por eso, no los trata como “cualquier cosa” ya que toda vida, toda esa vida, es fruto del amor misericordioso. Él lo reconoce. Va más allá de la simple apariencia, y en este gesto de bendecir y alabar, pide a su Padre el don del Espíritu Santo. El bendecir tiene esa doble mirada, por un lado agradecer y por el otro poder transformar. Es reconocer que la vida siempre es un don, un regalo que, puesto en las manos de Dios, adquiere una fuerza de multiplicación. Nuestro Padre no nos quita nada, todo lo multiplica.
Entrega. En Jesús, no existe un tomar que no sea una bendición, y no existe una bendición que no sea una entrega. La bendición siempre es misión, tiene un destino, compartir, el condividir lo que se ha recibido, ya que sólo en la entrega, en el com-partir es cuando las personas encontramos la fuente de la alegría y la experiencia de salvación. Una entrega que quiere reconstruir la memoria de pueblo santo, de pueblo invitado a ser y a llevar la alegría de la salvación. Las manos que Jesús levanta para bendecir al Dios del cielo son las mismas que distribuyen el pan a la multitud que tiene hambre. Y podemos imaginarnos, podemos imaginar ahora cómo iban pasando de mano en mano los panes y los peces hasta llegar a los más alejados. Jesús logra generar una corriente entre los suyos, todos iban compartiendo lo propio, convirtiéndolo en don para los demás y así fue como comieron hasta saciarse, increíblemente sobró: lo recogieron en siete canastas. Una memoria tomada, una memoria bendecida, una memoria entregada siempre sacia al pueblo.
La Eucaristía es el «Pan partido para la vida del mundo», como dice el lema del V Congreso Eucarístico que hoy inauguramos y tendrá lugar en Tarija. Es Sacramento de comunión, que nos hace salir del individualismo para vivir juntos el seguimiento y nos da la certeza de lo que tenemos, de lo que somos, que si es tomado, si es bendecido y si es entregado, con el poder de Dios, con el poder de su amor, se convierte en pan de vida para los demás.
Y la Iglesia celebra la Eucaristía, celebra la memoria del Señor, el sacrificio del Señor. Porque la Iglesia es comunidad memoriosa. Por eso fiel al mandato del Señor, dice una y otra vez: «Hagan esto en memoria mía» (Lc 22,19) Actualiza, hace real, generación tras generación, en los distintos rincones de nuestra tierra, el misterio del Pan de vida. Nos lo hace presente, nos lo entrega. Jesús quiere que participemos de su vida y a través nuestro se vaya multiplicando en nuestra sociedad. No somos personas aisladas, separadas, sino somos el Pueblo de la memoria actualizada y siempre entregada.
Una vida memoriosa necesita de los demás, del intercambio, del encuentro, de una solidaridad real que sea capaz de entrar en la lógica del tomar, bendecir y entregar, en la lógica del amor.
María, al igual que muchas de ustedes llevó sobre sí la memoria de su pueblo, la vida de su Hijo, y experimentó en sí misma la grandeza de Dios, proclamando con júbilo que Él «colma de bienes a los hambrientos» (Lc 1,53), que Ella sea hoy nuestro ejemplo para confiar en la bondad del Señor, que hace obras grandes con poca cosa, con la humildad de sus siervos. Que así sea.
[01173-ES.02] [Texto original: Español]
Traduzione in lingua italiana
Siamo venuti da diversi luoghi, regioni, paesi, per celebrare la presenza viva di Dio tra di noi. Siamo usciti da alcune ore dalle nostre case e comunità per poter stare insieme, come Popolo Santo di Dio. La croce e l’immagine della missione ci richiamano alla mente il ricordo di tutte le comunità che sono nate nel nome di Gesù in queste terre, delle quali noi siamo eredi.
Nel Vangelo che abbiamo appena ascoltato ci è stata descritta una situazione abbastanza simile rispetto a quella che stiamo ora vivendo. Come quelle quattromila persone, noi siamo desiderosi di ascoltare la Parola di Gesù e di ricevere la sua vita. Loro ieri e oggi noi, insieme al Maestro, Pane di vita.
Mi commuovo quando vedo molte madri con i loro figli sulle spalle. Come fanno qui molte di voi. Portano su di sé la vita, il futuro della loro gente. Portano le ragioni della loro gioia, delle loro speranze. Portano la benedizione della terra nei frutti. Portano il lavoro realizzato dalle loro mani. Mani che hanno plasmato il presente e che tesseranno le aspirazioni del domani. Ma portano sulle loro spalle anche disillusioni, tristezze e amarezze, l’ingiustizia che pare non avere fine e le cicatrici di una giustizia che non si realizza. Portano su di sé la gioia e il dolore della loro terra. Voi portate la memoria del vostro popolo. Perché i popoli hanno memoria, una memoria che si trasmette di generazione in generazione; i popoli hanno una memoria in cammino.
E non sono poche le volte in cui sperimentiamo la stanchezza di questo cammino. Non sono poche le volte in cui mancano le forze per mantenere viva la speranza. Quante volte viviamo situazioni che pretendono di anestetizzarci la memoria, e così si indebolisce la speranza e si vanno perdendo le ragioni della gioia. E comincia a prenderci una tristezza che diventa individualista, che ci fa perdere la memoria di essere popolo amato, popolo eletto. Questa perdita ci disgrega, fa sì che ci chiudiamo agli altri, specialmente ai più poveri.
Ci può accadere come ai discepoli di un tempo, quando videro la quantità di gente che stava là. Chiesero a Gesù che li congedasse, che li mandasse a casa, dal momento che era impossibile dar da mangiare a tutta quella gente. Di fronte a tante situazioni di fame nel mondo possiamo dire: “Scusate, non tornano i conti”; è impossibile affrontare queste situazioni; e allora la disperazione finisce per prenderci il cuore.
In un cuore disperato è molto facile che prenda spazio la logica che pretende di imporsi nel mondo, in tutto il mondo, ai nostri giorni. Una logica che cerca di trasformare tutto in oggetto di scambio, tutto in oggetto di consumo, tutto negoziabile. Una logica che pretende di lasciare spazio a pochi, scartando tutti quelli che non “producono”, che non sono considerati idonei e degni perché apparentemente “i conti non tornano”. Gesù ancora una altra volta ci parla e ci dice: “No, no, non è necessario escluderli, non è necessario che se ne vadano, date loro voi stessi da mangiare”.
E’ un invito che oggi risuona con forza per noi: “Non è necessario escludere nessuno, non è necessario che alcuno se ne vada; basta con gli scarti, date loro voi stessi da mangiare”. Gesù continua a dircelo in questa piazza. Sì, basta con gli scarti, date loro voi stessi da mangiare. La visione di Gesù non accetta una logica, una visione che sempre “taglia il filo” a chi è più debole, a chi ha più bisogno. Accettando la “scommessa”, Lui stesso ci dà l’esempio, ci indica la strada. Un’indicazione racchiusa in tre parole: prende un po’ di pane e qualche pesce, li benedice, li divide e li consegna perché i discepoli lo condividano con gli altri. E questa è la strada del miracolo. Certamente non si tratta di magia o idolatria. Gesù, per mezzo di queste tre azioni, riesce a trasformare una logica dello scarto in una logica di comunione, in una logica di comunità. Vorrei sottolineare brevemente ognuna di queste azioni.
Prende. Il punto di partenza è che prende molto seriamente la vita dei suoi. Li guarda negli occhi e in essi capisce la loro vita, i loro sentimenti. Vede in quegli sguardi quello che palpita e quello che ha smesso di palpitare nella memoria e nel cuore del suo popolo. Lo considera e lo valorizza. Valorizza tutto ciò che di buono possono offrire, tutto il bene sulla cui base si può costruire. Ma non parla degli oggetti o dei beni culturali, o delle idee, ma parla delle persone. L’autentica ricchezza di una società si misura nella vita della sua gente, si misura nei suoi anziani capaci di trasmettere la loro saggezza e la memoria del loro popolo ai più piccoli. Gesù non trascura la dignità di nessuno, con la scusa che non ha nulla da dare e da condividere. Prende tutto, come viene.
Benedice. Gesù prende su di sé, e benedice il Padre che è nei cieli. Sa che questi doni sono un regalo di Dio. Perciò non li tratta come “una cosa qualsiasi”, poiché ogni vita, tutta quella vita è frutto dell’amore misericordioso. Egli lo riconosce. Va oltre la semplice apparenza e nel gesto di benedire e lodare chiede al Padre suo il dono dello Spirito Santo. Benedire comporta questo duplice sguardo, da un lato ringraziare e dall’altro poter trasformare. Significa riconoscere che la vita è sempre un dono, un regalo che, posto nelle mani di Dio, acquisisce una forza che lo moltiplica. Il nostro Padre non toglie nulla, tutto moltiplica.
Dedizione. In Gesù non vi è un prendere che non sia una benedizione, e non esiste una benedizione che non sia una dedizione. La benedizione è sempre anche missione, ha una finalità, condividere, il dividere insieme quello che si è ricevuto, poiché solo nella dedizione, nel con-dividere troviamo, come persone umane, la fonte della gioia e facciamo esperienza della salvezza. Una dedizione che desidera ricostruire la memoria di essere popolo santo, popolo invitato ad essere e a portare la gioia della salvezza. Le mani che Gesù alza per benedire il Dio del cielo sono le stesse che distribuiscono il pane alla moltitudine che ha fame. Possiamo immaginare, possiamo immaginare adesso, come passavano di mano in mano i pani e i pesci fino a giungere a quelli più lontani. Gesù riesce a creare una corrente tra i suoi, tutti condividevano ciò che avevano, facendolo diventare dono per gli altri e fu così che mangiarono fino a saziarsi e incredibilmente ne avanzò: lo raccolsero in sette ceste. Una memoria presa tra le mani, una memoria benedetta, una memoria offerta sazia sempre il popolo.
L’Eucaristia è il «Pane spezzato per la vita del mondo», come dice il motto del V Congresso Eucaristico che oggi inauguriamo e che si svolgerà a Tarija. È Sacramento di comunione, che ci fa uscire dall’individualismo per vivere insieme la sequela e ci dà la certezza che ciò che possediamo e ciò che siamo, se è accolto, benedetto e offerto, mediante la potenza di Dio, con la potenza del suo amore, diventa pane di vita per gli altri.
E la Chiesa celebra l’Eucaristia, celebra la memoria del Signore, il sacrificio del Signore. Perché la Chiesa è una comunità che fa memoria. Per questo, fedele al mandato del Signore, ripete ogni volta: «Fate questo in memoria di me» (Lc 22,19). Attualizza, realizza di generazione in generazione, nei più diversi angoli della nostra terra, il mistero del Pane di Vita. Lo rende presente e ce lo offre. Gesù vuole che partecipiamo della sua vita e che, attraverso di noi, essa si vada moltiplicando nella nostra società. Non siamo persone isolate, separate, ma siamo il Popolo della memoria attualizzata e sempre offerta.
Una vita che fa memoria ha bisogno degli altri, delle relazioni, dell’incontro, di una solidarietà reale che sia capace di entrare nella logica dell’accogliere, benedire e offrire; nella logica dell’amore.
Maria, che come molte di voi, portò su di sé la memoria del suo popolo, la vita di suo Figlio, e sperimentò in sé stessa la grandezza di Dio, proclamando con giubilo che Egli “ricolma di beni gli affamati” (cfr Lc 1,53), sia oggi il nostro esempio per affidarci alla bontà del Signore, che compie opere grandi mediante piccole cose, mediante l’umiltà dei suoi servi. Così sia.
[01173-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]
Traduzione in lingua inglese
We have come from a variety of places, areas and villages, to celebrate the living presence of God among us. We have travelled from our homes and communities to be together as God’s holy People. The cross and the mission image remind us of all those communities which were born of the name of Jesus in these lands. We are their heirs.
The Gospel which we just heard speaks of a situation much like our own. Like those four thousand people who gathered to hear Jesus, we too want to listen to his words and to receive his life. Like them, we are in the presence of the Master, the Bread of Life.
I am moved when I see many mothers carrying their children on their shoulders. Like so many of you here! Carrying them, you bring your lives and the future of your people. You bring all your joys and hopes. You bring the blessing of the earth and all its fruits. You bring the work of your hands, hands which work today in order to weave tomorrow’s hopes and dreams. But those people’s shoulders were also weighed down by bitter disappointments and sorrows, scarred by experiences of injustice and of justice denied. They bore on their shoulders all the joy and pain of their land. You too bear the memory of your own people. Because every people has a memory, a memory which is passed on from generation to generation, all peoples have a memory which continues to move forward.
Frequently we tire of this journey. Frequently we lack the strength to keep hope alive. How often have we experienced situations which dull our memory, weaken our hope and make us lose our reason for rejoicing! And then a kind of sadness takes over. We think only of ourselves, we forget that we are a people which is loved, a chosen people. And the loss of that memory disorients us, it closes our heart to others, and especially to the poor.
We may feel the way the disciples did, when they saw those crowds of people gathered there. They begged Jesus to send them away - “send them home” - since it was impossible to provide food for so many people. Faced with so many kinds of hunger in our world, we can say to ourselves: “Sorry, but things don’t add up; we will never manage, there is nothing to be done”. And so our hearts yield to despair.
A despairing heart finds it easy to succumb to a way of thinking which is becoming ever more widespread in our world today. It is a mentality in which everything has a price, everything can be bought, everything is negotiable. This way of thinking has room only for a select few, while it discards all those who are “unproductive”, unsuitable or unworthy, since clearly those people don’t “add up”. But Jesus once more turns to us and says: “No, no, they don’t need to be excluded, they don’t need to go away; you yourselves, give them something to eat”.
Those words of Jesus have a particular resonance for us today: No one needs to go be excluded, no one has to be discarded; you yourselves, give them something to eat. Jesus speaks these words to us, here in this square. Yes, no one has to be discarded; you, give them something to eat. Jesus’ way of seeing things leaves no room for the mentality which would cut bait on the weak and those most in need. Taking the lead, he gives us his own example, he shows us the way forward. What he does can be summed up in three words. He takes a little bread and some fish, he blesses them and then gives them to his disciples to share with the crowd. And this is how the miracle takes place. It is not magic or sorcery. With these three gestures, Jesus is able to turn a mentality which discards others into a mindset of communion, a mindset of community. I would like briefly to look at each of these actions.
Taking. This is the starting-point: Jesus takes his own and their lives very seriously. He looks at them in the eye, and he knows what they are experiencing, what they are feeling. He sees in those eyes all that is present in the memory and the hearts of his people. He looks at it, he ponders it. He thinks of all the good which they can do, all the good upon which they can build. But he is not so much concerned about material objects, cultural treasures or lofty ideas. He is concerned with people. The greatest wealth of a society is measured by the lives of its people, it is gauged by its elderly, who pass on their knowledge and the memory of their people to the young. Jesus never detracts from the dignity of anyone, no matter how little they possess or seem capable of contributing. He takes everything as it comes.
Blessing. Jesus takes what is given him and blesses his heavenly Father. He knows that everything is God’s gift. So he does not treat things as “objects”, but as part of a life which is the fruit of God’s merciful love. He values them. He goes beyond mere appearances, and in this gesture of blessing and praise he asks the Father for the gift of the Holy Spirit. Blessing has this double aspect: thanksgiving and transformative power. It is a recognition that life is always a gift which, when placed in the hands of God, starts to multiply. Our Father never abandons us; he makes everything multiply.
Giving. With Jesus, there can be no “taking” which is not a “blessing”, and no blessing which is not also a “giving”. Blessing is always mission, its purpose is to share what we ourselves have received. For it is only in giving, in sharing, that we find the source of our joy and come to experience salvation. Giving makes it possible to refresh the memory of God’s holy people, who are invited to be and to bring the joy of salvation to others. The hands which Jesus lifts to bless God in heaven are the same hands which gave bread to the hungry crowd. We can imagine now how those people passed the loaves of bread and the fish from hand to hand, until they came to those farthest away. Jesus generated a kind of electrical current among his followers, as they shared what they had, made it a gift for others, and so ate their fill. Unbelievably, there were even leftovers: enough to fill seven baskets. A memory which is taken, a memory which is blessed and a memory which is given, always satisfies people’s hunger.
The Eucharist is the “bread broken for the life of the world”. That is the theme of the Fifth Eucharistic Congress to be held in Tarija, which today we inaugurate. The Eucharist is a sacrament of communion, which draws us out of our individualism in order to live together as disciples. It gives us the certainty that all that we have, all that we are, if it is taken, blessed and given, can, by God’s power, by the power of his love, become bread of life for all.
And the Church celebrates the Eucharist, she celebrates the memory of the Lord, the sacrifice of the Lord. Because the Church is a community of remembrance. Hence, in fidelity to the Lord’s command, she never ceases to say: “Do this in remembrance of me” (Lk 22:19). Generation after generation, throughout the world, she celebrates the mystery of the Bread of Life. She makes it present, truly real, and she gives it to us. Jesus asks us to share in his life, and through us he allows this gift to multiply in our world. We are not isolated individuals, separated from one another, but rather a people of remembrance, a remembrance ever renewed and ever shared with others.
A life of remembrance needs others. It demands exchange, encounter and a genuine solidarity capable of entering into the mindset of taking, blessing and giving. It demands the logic of love.
Mary, like many of you, bore in her heart the memory of her people. She pondered the life of her Son. She personally experienced God’s grandeur and joyfully proclaimed that he “fills the hungry with good things” (Lk 1:53). May she today be our model. Like her, may we trust in the goodness of the Lord, who does great things with smallness, with the lowliness of his servants.
[01173-EN.02] [Original text: Spanish]
Al termine della Celebrazione Eucaristica, dopo il ringraziamento dell’Arcivescovo di Santa Cruz de la Sierra, S.E. Mons, Sergio Alfredo Gualberti Calandrina, il Papa ha dichiarato aperto il V Congresso Eucaristico Nazionale e ha benedetto e consegnato le Croci missionarie in preparazione al V Congresso Americano Missionario (CAM 5) che l’Arcidiocesi di Santa Cruz de la Sierra ospiterà nel 2018.
[B0549-XX.02]