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Viaggio Apostolico di Sua Santità Francesco in Ecuador, Bolivia e Paraguay (5-13 luglio 2015) – Visita al Santuario della Divina Misericordia e Santa Messa a Guayaquil (Ecuador), 06.07.2015


Visita al Santuario della Divina Misericordia a Guayaquil

Santa Messa al Parque de Los Samanes di Guayaquil

Pranzo con la Comunità del Collegio Javier a Guayaquil

Visita al Santuario della Divina Misericordia a Guayaquil

Questa mattina il Santo Padre Francesco ha lasciato la Nunziatura Apostolica di Quito ed ha raggiunto l’aeroporto internazionale da dove, alle ore 9, è partito a bordo di un A330 dell’Alitalia alla volta di Guayaquil.

Al Suo arrivo all’aeroporto internazionale “José J. de Olmedo” di Guayaquil dopo 50 minuti di volo, è stato accolto dall’Arcivescovo, S.E. Mons. Antonio Arregui Yarza, e dalle Autorità locali.

Il Papa si è quindi recato in auto al moderno Santuario Nazionale della Divina Misericordia di Guayaquil. Nel corso della visita, il Santo Padre ha rivolto ai malati e agli anziani presenti nel Santuario le parole che riportiamo di seguito:

 

Parole del Santo Padre

 

¡Buenos días! Los invito, todos juntos, a rezar a la Virgen:
Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo…..
Ahora voy a celebrar misa y los llevo a todos ustedes en el corazón. Voy a pedir por cada uno de ustedes, le voy a decir al Señor, Vos conocéis el nombre de los que estaban ahí. Le voy a pedir a Jesús para cada uno de ustedes mucha misericordia, que los cubra con su misericordia, que los cuide. Y a la Virgen que esté siempre al lado de ustedes.
Y ahora antes de irme -porque esto es de paso- para la misa donde me dice el señor arzobispo que nos corre el tiempo, les doy la bendición, pero ..no, no les voy a cobrar nada…pero les pido por favor que recen por mi. ¿Me lo prometen?
Los bendiga Dios todopoderoso, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Gracias por el testimonio cristiano.

[01187-IT.01] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua italiana

Buongiorno! Vi invito a recitare insieme l’Ave Maria…
Adesso vado a celebrare la messa e porto tutti voi nel cuore! Chiederò per ciascuno di voi, dirò al Signore: ‘Tu conosci il nome di quelli che stavano lì’. Chiederò a Gesù, per ciascuno di voi, tanta misericordia: che vi ricopra con la sua misericordia, che abbia cura di voi. E alla Vergine che sia sempre accanto a voi.
E ora, prima di andare, perché sono di passaggio – per la Messa mi dice il Signor Arcivescovo che il tempo corre, vi do la benedizione, ma .. no, non vi faccio pagare nulla … però vi chiedo per favore di pregare per me. Me lo promettete?
Vi benedica Dio Onnipotente, Padre, Figlio e Spirito Santo. Grazie per la testimonianza cristiana.

[01187-IT.01] [Testo originale: Spagnolo - Traduzione di lavoro]

Traduzione in lingua inglese

 

Good morning! Let us pray to Our Lady, together:
Hail Mary, full of grace, The Lord is with thee…
Now I will celebrate Mass, and I hold you all in my heart. I will ask for each one of you, I will say to the Lord, “You know the names of those who were there”. I will ask Jesus for great mercy for every one of you; I will ask Him to care for you and to cover you with His mercy. May Our Lady always be by your side.
And now, before I leave – because I am on my way to Mass, and the archbishop tells me we are running out of time – I give you my blessing … I am not asking you to give me anything! But I ask you, please, to pray for me. Will you promise me?
May God Almighty, the Father, the Son and the Holy Spirit, bless you. Thank you for your Christian witness.

[01187-EN.01] [Original text: Spanish - working translation]

Santa Messa al Parque de Los Samanes di Guayaquil

Omelia del Santo Padre

Traduzione in lingua italiana

Traduzione in lingua inglese

Conclusa la visita al Santuario della Divina Misericordia di Guayaquil, poco dopo mezzogiorno il Santo Padre Francesco ha presieduto al Parque de Los Samanes la Celebrazione Eucaristica per i fedeli della città più popolosa dell’Ecuador.

Nel corso della Santa Messa, dedicata al tema della famiglia, dopo la proclamazione del Vangelo il Papa ha pronunciato l’omelia che riportiamo di seguito:

Omelia del Santo Padre

El pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar es el primer signo portentoso que se realiza en la narración del Evangelio de Juan. La preocupación de María, convertida en súplica a Jesús: «No tienen vino» - Le dijo - y la referencia a «la hora» se comprenderá después, en los relatos de la Pasión.

Y está bien que sea así, porque eso nos permite ver el afán de Jesús por enseñar, acompañar, sanar y alegrar desde ese clamor de su madre: «No tienen vino».

Las bodas de Caná se repiten con cada generación, con cada familia, con cada uno de nosotros y nuestros intentos por hacer que nuestro corazón logre asentarse en amores duraderos, en amores fecundos, en amores alegres. Demos un lugar a María, «la madre» como lo dice el evangelista. Y hagamos con ella ahora el itinerario de Caná.

María está atenta, está atenta en esas bodas ya comenzadas, es solícita a las necesidades de los novios. No se ensimisma, no se enfrasca en su mundo, su amor la hace «ser hacia» los otros. Tampoco busca a las amigas para comentar lo que está pasando y criticar la mala preparación de las bodas. Y como está atenta, con su discreción, se da cuenta de que falta el vino. El vino es signo de alegría, de amor, de abundancia. Cuántos de nuestros adolescentes y jóvenes perciben que en sus casas hace rato que ya no hay de ese vino. Cuánta mujer sola y entristecida se pregunta cuándo el amor se fue, cuándo el amor se escurrió de su vida. Cuántos ancianos se sienten dejados fuera de la fiesta de sus familias, arrinconados y ya sin beber del amor cotidiano, de sus hijos, de sus nietos, de sus bisnietos. También la carencia de ese vino puede ser el efecto de la falta de trabajo, de las enfermedades, situaciones problemáticas que nuestras familias en todo el mundo atraviesan. María no es una madre «reclamadora», tampoco es una suegra que vigila para solazarse de nuestras impericias, de nuestros errores o desatenciones. ¡María, simplemente, es madre!: Ahí está, atenta y solícita. Es lindo escuchar esto: ¡María es madre! ¿Se animan a decirlo todos juntos conmigo? Vamos: ¡María es madre! Otra vez: ¡María es madre! Otra vez: ¡María es madre!

Pero María, en ese momento que se percata que falta el vino, acude con confianza a Jesús: esto significa que María reza. Va a Jesús, reza. No va al mayordomo; directamente le presenta la dificultad de los esposos a su Hijo. La respuesta que recibe parece desalentadora: «¿Y qué podemos hacer tú y yo? Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2,4). Pero, entre tanto, ya ha dejado el problema en las manos de Dios. Su apuro por las necesidades de los demás apresura la «hora» de Jesús. Y María es parte de esa hora, desde el pesebre a la cruz. Ella que supo «transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura» (Evangelii gaudium, 286) y nos recibió como hijos cuando una espada le atravesaba el corazón. Ella nos enseña a dejar nuestras familias en manos de Dios; nos enseña a rezar, encendiendo la esperanza que nos indica que nuestras preocupaciones son también son preocupaciones de Dios.

Y rezar siempre nos saca del perímetro de nuestros desvelos, nos hace trascender lo que nos duele, lo que nos agita o lo que nos falta a nosotros mismos y nos ayuda a ponernos en la piel de los otros, a ponernos en sus zapatos. La familia es una escuela donde la oración también nos recuerda que hay un nosotros, que hay un prójimo cercano, patente: que vive bajo el mismo techo, que comparte la vida y está necesitado.

Y finalmente, María actúa. Las palabras «Hagan lo que Él les diga» (v. 5), dirigidas a los que servían, son una invitación también a nosotros, a ponernos a disposición de Jesús, que vino a servir y no a ser servido. El servicio es el criterio del verdadero amor. El que ama sirve, se pone al servicio de los demás. Y esto se aprende especialmente en la familia, donde nos hacemos por amor servidores unos de otros. En el seno de la familia, nadie es descartado; todos valen lo mismo. Me acuerdo que una vez a mi mamá le preguntaron a cuál de sus cinco hijos - nosotros somos cinco hermanos - a cuál de sus cinco hijos quería más. Y ella dijo [muestra la mano]: como los dedos, si me pinchan éste me duele lo mismo que si me pinchan éste. Una madre quiere a sus hijos como son. Y en una familia los hermanos se quieren como son. Nadie es descartado.

Allí en la familia «se aprende a pedir permiso sin avasallar, a decir “gracias” como expresión de una sentida valoración de las cosas que recibimos, a dominar la agresividad o la voracidad, y allí se aprende también a pedir perdón cuando hacemos algún daño, cuando nos peleamos. Porque en toda familia hay peleas. El problema es después, pedir perdón. Estos pequeños gestos de sincera cortesía ayudan a construir una cultura de la vida compartida y del respeto a lo que nos rodea» (Enc. Laudato si’, 213). La familia es el hospital más cercano, cuando uno está enfermo lo cuidan ahí, mientras se puede. La familia es la primera escuela de los niños, es el grupo de referencia imprescindible para los jóvenes, es el mejor asilo para los ancianos. La familia constituye la gran «riqueza social», que otras instituciones no pueden sustituir, que debe ser ayudada y potenciada, para no perder nunca el justo sentido de los servicios que la sociedad presta a sus ciudadanos. En efecto, estos servicios que la sociedad presta a los ciudadanos no son una forma de limosna, sino una verdadera «deuda social» respecto a la institución familiar, que es la base y la que tanto aporta al bien común de todos.

La familia también forma una pequeña Iglesia, la llamamos «Iglesia doméstica», que, junto con la vida, encauza la ternura y la misericordia divina. En la familia la fe se mezcla con la leche materna: experimentando el amor de los padres se siente más cercano el amor de Dios.

Y en la familia - de esto todos somos testigos - los milagros se hacen con lo que hay, con lo que somos, con lo que uno tiene a mano… y muchas veces no es el ideal, no es lo que soñamos, ni lo que «debería ser». Hay un detalle que nos tiene que hacer pensar: el vino nuevo, ese vino tan bueno que dice el mayordomo en las bodas de Caná, nace de las tinajas de purificación, es decir, del lugar donde todos habían dejado su pecado… Nace de lo ‘peorcito’ porque «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rom 5,20). Y en la familia de cada uno de nosotros y en la familia común que formamos todos, nada se descarta, nada es inútil. Poco antes de comenzar el Año Jubilar de la Misericordia, la Iglesia celebrará el Sínodo Ordinario dedicado a las familias, para madurar un verdadero discernimiento espiritual y encontrar soluciones y ayudas concretas a las muchas dificultades e importantes desafíos que la familia hoy debe afrontar. Los invito a intensificar su oración por esta intención, para que aun aquello que nos parezca impuro, como el agua de las tinajas nos escandalice o nos espante, Dios –haciéndolo pasar por su «hora»– lo pueda transformar en milagro. La familia hoy necesita de este milagro.

Y toda esta historia comenzó porque «no tenían vino», y todo se pudo hacer porque una mujer –la Virgen– estuvo atenta, supo poner en manos de Dios sus preocupaciones, y actuó con sensatez y coraje. Pero hay un detalle, no es menor el dato final: gustaron el mejor de los vinos. Y esa es la buena noticia: el mejor de los vinos está por ser tomado, lo más lindo, lo más profundo y lo más bello para la familia está por venir. Está por venir el tiempo donde gustamos el amor cotidiano, donde nuestros hijos redescubren el espacio que compartimos, y los mayores están presentes en el gozo de cada día. El mejor de los vinos está en esperanza, está por venir para cada persona que se arriesga al amor. Y en la familia hay que arriesgarse al amor, hay que arriesgarse a amar. Y el mejor de los vinos está por venir, aunque todas las variables y estadísticas digan lo contrario. El mejor vino está por venir en aquellos que hoy ven derrumbarse todo. Murmúrenlo hasta creérselo: el mejor vino está por venir. Murmúrenselo cada uno en su corazón: el mejor vino está por venir. Y susúrrenselo a los desesperados o a los desamorados: Tened paciencia, tened esperanza, haced como María, rezad, actuad, abrid el corazón, porque el mejor de los vinos va a venir. Dios siempre se acerca a las periferias de los que se han quedado sin vino, los que sólo tienen para beber desalientos; Jesús siente debilidad por derrochar el mejor de los vinos con aquellos a los que por una u otra razón, ya sienten que se les han roto todas las tinajas.

Como María nos invita, hagamos «lo que el Señor nos diga». Hagan lo que Él les diga. Y agradezcamos que en este nuestro tiempo y nuestra hora, el vino nuevo, el mejor, nos haga recuperar el gozo de la familia, el gozo de vivir en familia. Que así sea.

[01165-ES.02] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua italiana

Il brano del Vangelo che abbiamo ora ascoltato (Gv 2,1-11) rappresenta il primo segno prodigioso che si realizza nella narrazione del Vangelo di Giovanni. La preoccupazione di Maria, divenuta supplica a Gesù: “Non hanno più vino” – Gli dice –, e il riferimento a “l’ora” si comprenderanno dopo, nei racconti della Passione.

Ed è bene che sia così, perché questo ci permette di scorgere l’ansia di Gesù di insegnare, accompagnare, guarire e rallegrare a partire da quell’appello di sua madre: “Non hanno più vino”.

Le nozze di Cana si rinnovano in ogni generazione, in ogni famiglia, in ognuno di noi e nei nostri sforzi perché il nostro cuore riesca a trovare stabilità in amori duraturi, in amori fecondi, in amori gioiosi. Facciamo spazio a Maria, “la madre”, come afferma l’Evangelista. E facciamo ora insieme a lei l’itinerario di Cana.

Maria è attenta, è attenta in quelle nozze già iniziate, è sollecita verso le necessità degli sposi. Non si isola in sé stessa, centrata nel proprio mondo, al contrario, l’amore la fa “essere verso” gli altri. Nemmeno cerca le amiche per commentando quello che sta succedendo e criticare la cattiva preparazione delle nozze. E perché sta attenta, con la sua discrezione, si rende conto che manca il vino. Il vino è segno di gioia, di amore, di abbondanza. Quanti adolescenti e giovani percepiscono che nelle loro case ormai da tempo non c’è più di quel vino! Quante donne sole e rattristate si domandano quando l’amore se n’è andato, quando l’amore è colato via dalla loro vita! Quanti anziani si sentono lasciati fuori dalle feste delle loro famiglie, abbandonati in un angolo e ormai senza il nutrimento dell’amore quotidiano dei loro figli, dei loro nipoti, pronipoti! La mancanza di quel vino può essere anche la conseguenza della mancanza di lavoro, delle malattie, delle situazioni problematiche che le nostre famiglie in tutto il mondo attraversano. Maria non è una madre che “pretende”, nemmeno è una suocera che vigila per divertirsi delle nostre inesperienze, dei nostri errori o delle disattenzioni. Maria, semplicemente, è madre! È presente, attenta e premurosa. E’ bello ascoltare questo: Maria è Madre. Provate a dirlo tutti insieme con me? Forza: Maria è Madre! Ancora: Maria è Madre! Ancora: Maria è Madre!

Maria però, in quel momento in cui si accorge che manca il vino, si rivolge con fiducia a Gesù. Questo significa che Maria prega. Non va dal maggiordomo, ma presenta direttamente la difficoltà degli sposi a suo Figlio. La risposta che riceve sembra scoraggiante: «Che ho da fare con te, o donna? Non è ancora giunta la mia ora». (v. 4). Ma intanto lei ha posto il problema nelle mani di Dio. La sua premura per le necessità degli altri anticipa “l’ora” di Dio. E Maria è parte di quell’ora, dal presepe fino alla croce. Lei, che seppe «trasformare una grotta per animali nella casa di Gesù, con alcune povere fasce e una montagna di tenerezza» (Esort. ap. Evangelii gaudium, 286), e ci ricevette come figli quando una spada le trafiggeva il cuore. Ella ci insegna a porre le nostre famiglie nelle mani di Dio; ci insegna a pregare, alimentando la speranza che ci indica che le nostre preoccupazioni sono anche preoccupazioni di Dio.

E pregare ci fa sempre uscire dal recinto delle nostre preoccupazioni, ci fa andare oltre quello che ci fa soffrire, quello che ci agita o che ci manca, e ci aiuta a metterci nei panni degli altri. La famiglia è una scuola dove il pregare ci ricorda anche che c’è un “noi”, che esiste un prossimo vicino, evidente, che vive sotto lo stesso tetto, che condivide con noi la vita e ha delle necessità.

E, alla fine, Maria agisce. Le parole: “Fate quello che vi dirà” (v. 5), rivolte a quelli che servivano, sono un invito rivolto anche a noi, a metterci a disposizione di Gesù, che è venuto per servire e non per essere servito. Il servizio è il criterio del vero amore. Chi ama serve, si mette al servizio degli altri. E questo si impara specialmente nella famiglia, dove ci facciamo per amore servitori gli uni degli altri. In seno alla famiglia, nessuno è escluso, tutti valgono lo stesso. Mi ricordo che una volta chiesero a mia mamma quale dei suoi cinque figli – perché noi siamo cinque fratelli – quale dei suoi cinque figli amava di più. E lei disse [mostra la mano]: “Come le dita, se mi pungono questo mi fa male lo stesso come se mi pungono questo”. Una madre ama i suoi figli come sono. E in una famiglia i fratelli si amano come sono. Nessuno è scartato.

Lì nella famiglia «si impara a chiedere permesso senza prepotenza, a dire “grazie” come espressione di sentito apprezzamento per le cose che riceviamo, a dominare l’aggressività o l’avidità, e lì si impara anche a chiedere scusa quando facciamo qualcosa di male, quando litighiamo. Perché in ogni famiglia ci sono litigi. Il problema è dopo, chiedere perdono. Questi piccoli gesti di sincera cortesia aiutano a costruire una cultura della vita condivisa e del rispetto per quanto ci circonda» (Enc. Laudato si’, 213). La famiglia è l’ospedale più vicino: quando uno è malato lo curano lì, finché si può. La famiglia è la prima scuola dei bambini, è il punto di riferimento imprescindibile per i giovani, è il miglior asilo gli anziani. La famiglia costituisce la grande ricchezza sociale, che altre istituzioni non possono sostituire, che dev’essere aiutata e potenziata, per non perdere mai il giusto senso dei servizi che la società presta ai suoi cittadini. In effetti, questi servizi che la società presta ai suoi cittadini non sono una forma di elemosina, ma un autentico “debito sociale” nei confronti dell’istituzione familiare, che è la base e che tanto apporta al bene comune.

La famiglia forma anche una piccola Chiesa, la chiamiamo “Chiesa domestica”, che, oltre a dare la vita, trasmette la tenerezza e la misericordia divina. Nella famiglia la fede si mescola al latte materno: sperimentando l’amore dei genitori si sente più vicino l’amore di Dio.

E nella famiglia – di questo siamo tutti testimoni – i miracoli si fanno con quello che c’è, con quello che siamo, con quello che uno ha a disposizione; e molte volte non è l’ideale, non è quello che sogniamo e neppure quello che “dovrebbe essere”. C’è un particolare che ci deve far pensare: il vino nuovo, quel vino così buono come dice il maestro di tavola alle nozze di Cana, nasce dalle giare della purificazione, vale a dire, dal luogo dove tutti avevano lasciato il loro peccato; nasce dal peggio: «dove abbondò il peccato, ha sovrabbondato la grazia» (Rm 5,20). In ciascuna delle nostre famiglie e nella famiglia comune che formiano tutti, nulla si scarta, niente è inutile. Poco prima di cominciare l’Anno Giubilare della Misericordia, la Chiesa celebrerà il Sinodo Ordinario dedicato alle famiglie, per maturare un vero discernimento spirituale e trovare soluzioni e aiuti concreti alle molte difficoltà e importanti sfide che la famiglia oggi deve affrontare. Vi invito ad intensificare le vostre preghiere per questa intenzione, perché persino quello che a noi sembra impuro – come l’acqua delle giare –, che ci scandalizza o ci spaventa, Dio – facendolo passare attraverso la sua “ora” – lo possa trasformare in miracolo. La famiglia oggi ha bisogno di questo miracolo.

Tutta questa storia ebbe inizio perché “non avevano più vino”, e tutto si è potuto compiere perché una donna – la Vergine – è stata attenta, ha saputo porre nelle mani di Dio le sue preoccupazioni, ed ha agito saggiamente e con coraggio. Però c’è un particolare, non è da meno il dato finale: hanno gustato il vino migliore. E questa è la buona notizia: il vino migliore è quello che sta per essere bevuto, la realtà più amabile, la più profonda e la più bella per la famiglia deve ancora arrivare. Viene il tempo in cui gustiamo l’amore quotidiano, in cui i nostri figli riscoprono lo spazio che condividiamo e gli anziani sono presenti nella letizia di ogni giorno. Il vino migliore è ‘in speranza’, sta per venire per ogni persona che accetta il rischio di amare. E nella famiglia bisogna correre il rischio dell’amore, bisogna arrischiarsi ad amare. E il migliore dei vini sta per venire, anche se tutte le possibili variabili e le statistiche dicessero il contrario. Il vino migliore sta per venire per quelli che oggi vedono crollare tutto. Sussurratevelo fino a crederci: il vino migliore sta per arrivare. Sussurratevelo ciascuno nel suo cuore: il vino migliore sta per venire. E sussurratelo ai disperati e a quelli con poco amore: abbiate pazienza, abbiate speranza, fate come Maria, pregate, agite, aprite il cuore, perché il migliore dei vini sta per venire. Dio si avvicina sempre alle periferie di coloro che sono rimasti senza vino, di quelli che hanno da bere solo lo scoraggiamento; Gesù ha una preferenza per versare il migliore dei vini a quelli che per una ragione o per l’altra ormai sentono di avere rotto tutte le anfore.

Come ci invita a fare Maria, facciamo “quello che Dio ci dice” (cfr Gv 2,5). Fate quello che Lui vi dice. E siamo grati perché in questo nostro tempo e in questa nostra ora, il vino nuovo, il migliore, ci fa recuperare la gioia della famiglia, la gioia di vivere in famiglia. Così sia.

[01165-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua inglese

The Gospel passage which we have just heard is the first momentous sign in the Gospel according to John. Mary’s maternal concern is seen in her plea to Jesus: “They have no wine”, and Jesus’ reference to “his hour” will be more fully understood later, in the story of his Passion.

And this is good, because it allows us to see Jesus’ eagerness to teach, to accompany, to heal and to give joy, thanks to the words of his Mother: “They have no wine”.

The wedding at Cana is repeated in every generation, in every family, in every one of us and our efforts to let our hearts find rest in strong love, fruitful love and joyful love. Let us make room for Mary, “the Mother” as the evangelist calls her. Let us journey with her now to Cana.

Mary is attentive, she is attentive in the course of this wedding feast, she is concerned for the needs of the newlyweds. She is not closed in on herself, worried only about her little world. Her love makes her “outgoing” towards others. She does not seek her friends to say what is happening, to criticize the poor organization of the wedding feast. And since she is attentive, she discretely notices that the wine has run out. Wine is a sign of happiness, love and plenty. How many of our adolescents and young people sense that these is no longer any of that wine to be found in their homes? How many women, sad and lonely, wonder when love left, when it slipped away from their lives? How many elderly people feel left out of family celebrations, cast aside and longing each day for a little love, from their sons and daughters, their grandchildren, their great grandchildren? This lack of this “wine” can also be due to unemployment, illness and difficult situations which our families around the world may experience. Mary is not a “demanding” mother, nor a mother-in-law who revels in our lack of experience, our mistakes and the things we forget to do. Mary, quite simply, is a Mother! She is there, attentive and concerned. It is gratifying to hear this: Mary is a Mother! I invite you to repeat this with me: Mary is a Mother! Once again: Mary is a Mother! And once more: Mary is a Mother!

But Mary, at the very moment she perceives that there is no wine, approaches Jesus with confidence: this means that Mary prays. She goes to Jesus, she prays. She does not go to the steward, she immediately tells her Son of the newlyweds’ problem. The response she receives seems disheartening: “What does it have to do with you and me? My hour has not yet come” (v. 4). But she nonetheless places the problem in God’s hands. Her deep concern to meet the needs of others hastens Jesus’ hour. And Mary was a part of that hour, from the cradle to the cross. She was able “to turn a stable into a home for Jesus, with poor swaddling clothes and an abundance of love” (Evangelii Gaudium, 286). She accepted us as her sons and daughters when the sword pierced her heart. She teaches us to put our families in God’s hands; she teaches us to pray, to kindle the hope which shows us that our concerns are also God’s concerns.

Praying always lifts us out of our worries and concerns. It makes us rise above everything that hurts, upsets or disappoints us, and helps to put ourselves in the place of others, in their shoes. The family is a school where prayer also reminds us that we are not isolated individuals; we are one and we have a neighbor close at hand: he or she is living under the same roof, is a part of our life, and is in need.

And finally, Mary acts. Her words, “Do whatever he tells you” (v. 5), addressed to the attendants, are also an invitation to us to open our hearts to Jesus, who came to serve and not to be served. Service is the sign of true love. Those who love know how to serve others. We learn this especially in the family, where we become servants out of love for one another. In the heart of the family, no one is rejected; all have the same value. I remember once how my mother was asked which of her five children – we are five brothers – did she love the most. And she said: it is like the fingers on my hand, if I prick one of them, then it is as if the others are pricked also. A mother loves her children as they are. And in the family, children are loved as they are. None are rejected. “In the family we learn how to ask without demanding, to say ‘thank you’ as an expression of genuine gratitude for what we have been given, to control our aggressivity and greed, and to ask forgiveness when we have caused harm, when we quarrel, because in all families there are quarrels. The challenge is to then ask for forgiveness. These simple gestures of heartfelt courtesy help to create a culture of shared life and respect for our surroundings” (Laudato Si’, 213). The family is the nearest hospital; when a family member is ill, it is in the home that they are cared for as long as possible. The family is the first school for the young, the best home for the elderly. The family constitutes the best “social capital”. It cannot be replaced by other institutions. It needs to be helped and strengthened, lest we lose our proper sense of the services which society as a whole provides. Those services which society offers to its citizens are not a type of alms, but rather a genuine “social debt” with respect to the institution of the family, which is foundational and which contributes to the common good.

The family is also a small Church, called a “domestic Church” which, along with life, also mediates God’s tenderness and mercy. In the family, we imbibe faith with our mother’s milk. When we experience the love of our parents, we feel the closeness of God’s love.

In the family, and we are all witnesses of this, miracles are performed with what little we have, with what we are, with what is at hand… and many times, it is not ideal, it is not what we dreamt of, nor what “should have been”. There is one detail that makes us think: the new wine, that good wine mentioned by the steward at the wedding feast of Cana, came from the water jars, the jars used for ablutions, we might even say from the place where everyone had left their sins…it came from the “worst” because “where sin increased, grace abounded all the more” (Rom 5:20). In our own families and in the greater family to which we all belong, nothing is thrown away, nothing is useless. Shortly before the opening of the Jubilee Year of Mercy, the Church will celebrate the Ordinary Synod devoted to the family, deepen her spiritual discernment and consider concrete solutions and help to the many difficult and significant challenges facing families today. I ask you to pray fervently for this intention, so that Christ can take even what might seem to us impure, like the water in the jars scandalizing or threatening us, and turn it – by making it part of his “hour” – into a miracle. The family today needs this miracle.

All this began because “they had no wine”. It could all be done because a woman – the Virgin Mary – was attentive, left her concerns in God’s hands and acted sensibly and courageously. But there is a further detail, the best was to come: everyone went on to enjoy the finest of wines. And this is the good news: the finest wines are yet to be tasted; for families, the richest, deepest and most beautiful things are yet to come. The time is coming when we will taste love daily, when our children will come to appreciate the home we share, and our elderly will be present each day in the joys of life. The finest of wines is expressed by hope, this wine will come for every person who stakes everything on love. And the best wine is yet to come, in spite of all the variables and statistics which say otherwise. The best wine will come to those who today feel hopelessly lost. Say it to yourselves until you are convinced of it. Say it to yourselves, in your hearts: the best wine is yet to come. Whisper it to the hopeless and the loveless. Have patience, hope, and follow Mary’s example, pray, open your heart, because the best wine is yet to come. God always seeks out the peripheries, those who have run out of wine, those who drink only of discouragement. Jesus feels their weakness, in order to pour out the best wines for those who, for whatever reason, feel that all their jars have been broken.

As Mary bids us, let us “do what the Lord tells us”. Do what he tells you. And let us be thankful that in this, our time and our hour, the new wine, the finest wine, will make us recover the joy of families, the joy of living in a family. Let it be so.

[01165-EN.02] [Original text: Spanish]

Al termine della Santa Messa, l’Arcivescovo di Guayaquil, S.E. Mons. Antonio Arregui Yarza, ha rivolto al Papa un indirizzo di saluto e ringraziamento.

Quindi il Papa ha pronunciato a braccio le parole che seguono:

Que Dios los bendiga, los acompañe. Rezo por la familia de cada uno de ustedes, y ustedes hagan lo mismo como hizo María. Y, por favor, les pido que no se olviden de rezar por mí. ¡Hasta la vuelta!

[Che Dio vi benedica, vi accompagni. Prego per la famiglia di ognuno di voi, e voi fate lo stesso come fece Maria. E, per favore, vi chiedo di non dimenticarvi di pregare per me. Arrivederci!]

[May God bless you and accompany you. I pray for each of your families and I ask you to follow Mary’s example. Please do not forget to pray for me. Until we meet again!]

Pranzo con la Comunità del Collegio Javier a Guayaquil

Conclusa la Celebrazione Eucaristica al Parque de Los Samanes a Guayaquil, il Santo Padre Francesco ha raggiunto il Collegio Javier della Compagnia di Gesù e si è trattenuto a pranzo con i gesuiti della Comunità e con il seguito papale.

Nel pomeriggio, il Papa si è trasferito in auto all’aeroporto internazionale di Guayaquil da dove è decollato per rientrare a Quito.

[01188-IT.01]

[B0537-XX.02]