Santa Messa nella festa di Nostra Signora di Guadalupe Omelia del Santo Padre
Traduzione in lingua italiana
Alle ore 18 di oggi, solennità liturgica della Beata Vergine Maria di Guadalupe, Patrona dell’America Latina, il Santo Padre Francesco ha celebrato la Santa Messa nella Basilica Vaticana. La Messa è stata accompagnata dai canti della "Missa Criolla" del compositore argentino Ariel Ramírez.
Pubblichiamo di seguito l’omelia che il Papa ha pronunciato nel corso della Celebrazione Eucaristica:
Omelia del Santo Padre
«Que te alaben, Señor, todos los pueblos.
Ten piedad de nosotros y bendícenos;
Vuelve, Señor, tus ojos a nosotros.
Que conozca la tierra tu bondad y los pueblos tu obra salvadora.
Las naciones con júbilo te canten,
Porque juzgas al mundo con justicia (…)» (Sal 66).
La plegaria del salmista, de súplica de perdón y bendición de pueblos y naciones y, a la vez, de jubilosa alabanza, ayuda a expresar el sentido espiritual de esta celebración. Son los pueblos y naciones de nuestra Patria Grande, Patria Grande latinoamericana los que hoy conmemoran con gratitud y alegría la festividad de su "patrona", Nuestra Señora de Guadalupe, cuya devoción se extiende desde Alaska a la Patagonia. Y con Gabriel Arcángel y santa Isabel hasta nosotros, se eleva nuestra oración filial: «Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor está contigo...» (Lc 1,28).
En esta festividad de Nuestra Señora de Guadalupe, hacemos en primer lugar memoria agradecida de su visitación y cercanía materna; cantamos con Ella su "magnificat"; y le confiamos la vida de nuestros pueblos y la misión continental de la Iglesia.
Cuando se apareció a San Juan Diego en el Tepeyac, se presentó como "la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios" (Nican Mopohua); y dio lugar a una nueva visitación. Corrió premurosa a abrazar también a los nuevos pueblos americanos, en dramática gestación. Fue como una «gran señal aparecida en el cielo … mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies» (Ap 12,1), que asume en sí la simbología cultural y religiosa de los pueblos originarios, anuncia y dona a su Hijo a todos esos otros nuevos pueblos de mestizaje desgarrado. Tantos saltaron de gozo y esperanza ante su visita y ante el don de su Hijo y la más perfecta discípula del Señor se convirtió en la «gran misionera que trajo el Evangelio a nuestra América» (Aparecida, 269). El Hijo de María Santísima, Inmaculada encinta, se revela así desde los orígenes de la historia de los nuevos pueblos como "el verdaderísimo Dios por quien se vive", buena nueva de la dignidad filial de todos sus habitantes. Ya nadie más es solamente siervo sino todos somos hijos de un mismo Padre hermanos entre nosotros, y siervos en el siervo.
La Santa Madre de Dios visitó a estos pueblos y quiso quedarse con ellos. Dejó estampada misteriosamente su imagen en la "tilma" de su mensajero para que la tuviéramos bien presente, convirtiéndose en símbolo de la alianza de María con estas gentes, a quienes confiere alma y ternura. Por su intercesión, la fe cristiana fue convirtiéndose en el más rico tesoro del alma de los pueblos americanos, cuya perla preciosa es Jesucristo: un patrimonio que se transmite y manifiesta hasta hoy en el bautismo de multitudes de personas, en la fe, esperanza y caridad de muchos, en la preciosidad de la piedad popular y también en ese ethos americano que se muestra en la conciencia de dignidad de la persona humana, en la pasión por la justicia, en la solidaridad con los más pobres y sufrientes, en la esperanza a veces contra toda esperanza.
De ahí que nosotros, hoy aquí, podemos continuar alabando a Dios por las maravillas que ha obrado en la vida de los pueblos latinoamericanos. Dios, según su estilo, "ha ocultado estas cosas a sabios y entendidos, dándolas a conocer a los pequeños, a los humildes, a los sencillos de corazón" (cf. Mt 11,21). En las maravillas que ha realizado el Señor en María, Ella reconoce el estilo y modo de actuar de su Hijo en la historia de salvación. Trastocando los juicios mundanos, destruyendo los ídolos del poder, de la riqueza, del éxito a todo precio, denunciando la autosuficiencia, la soberbia y los mesianismos secularizados que alejan de Dios, el cántico mariano confiesa que Dios se complace en subvertir las ideologías y jerarquías mundanas. Enaltece a los humildes, viene en auxilio de los pobres y pequeños, colma de bienes, bendiciones y esperanzas a los que confían en su misericordia de generación en generación, mientras derriba de sus tronos a los ricos, potentes y dominadores. El "Magnificat" así nos introduce en las "bienaventuranzas", síntesis y ley primordial del mensaje evangélico. A su luz, hoy, nos sentimos movidos a pedir una gracia. La gracia tan cristiana de que el futuro de América Latina sea forjado por los pobres y los que sufren, por los humildes, por los que tienen hambre y sed de justicia, por los compasivos, por los de corazón limpio, por los que trabajan por la paz, por los perseguidos a causa del nombre de Cristo, "porque de ellos es el Reino de los cielos" (cf. Mt 5,1-11). Sea la gracia de ser forjados por ellos a los cuales, hoy día, el sistema idolátrico de la cultura del descarte los relega a la categoría de esclavos, de objetos de aprovechamiento o simplemente desperdicio.
Y hacemos esta petición porque América Latina es el "continente de la esperanza"!, porque de ella se esperan nuevos modelos de desarrollo que conjuguen tradición cristiana y progreso civil, justicia y equidad con reconciliación, desarrollo científico y tecnológico con sabiduría humana, sufrimiento fecundo con alegría esperanzadora. Sólo es posible custodiar esa esperanza con grandes dosis de verdad y amor, fundamentos de toda la realidad, motores revolucionarios de auténtica vida nueva.
Ponemos estas realidades y estos deseos en la mesa del altar, como ofrenda agradable a Dios. Suplicando su perdón y confiando en su misericordia, celebramos el sacrificio y victoria pascual de Nuestro Señor Jesucristo. Él es el único Señor, el "libertador" de todas nuestras esclavitudes y miserias derivadas del pecado. Él es la piedra angular de la historia y fue el gran descartado. Él nos llama a vivir la verdadera vida, una vida humana, una convivencia de hijos y hermanos, abiertas ya las puertas de la «nueva tierra y los nuevos cielos» (Ap 21,1). Suplicamos a la Santísima Virgen María, en su advocación guadalupana –a la Madre de Dios, a la Reina y Señora mía, a mi jovencita, a mi pequeña, como la llamó san Juan Diego, y con todos los apelativos cariñosos con que se dirigen a Ella en la piedad popular–, le suplicamos que continúe acompañando, auxiliando y protegiendo a nuestros pueblos. Y que conduzca de la mano a todos los hijos que peregrinan en estas tierras al encuentro de su Hijo, Jesucristo, Nuestro Señor, presente en la Iglesia, en su sacramentalidad, especialmente en la Eucaristía, presente en el tesoro de su Palabra y enseñanzas, presente en el santo pueblo fiel de Dios, presente en los que sufren y en los humildes de corazón. Y si este programa tan audaz nos asusta o la pusilanimidad mundana nos amenaza que Ella nos vuelva a hablar al corazón y nos haga sentir su voz de madre, de madrecita, de madraza, ¿por qué tenés miedo, acaso no estoy yo aquí que soy tu madre?
[02055-04.02] [Texto original: Español]
Traduzione in lingua italiana
"Ti lodino, Signore, tutti i popoli.
Abbi pietà di noi e donaci la tua benedizione.
Rivolgi, Signore, i tuoi occhi verso di noi.
Conosca la terra la tua bontà e i popoli la tua salvezza.
Le nazioni con giubilo ti cantino,
perché giudichi il mondo con giustizia" (cfr Sal 66).
La preghiera del salmista, di supplica di perdono e di benedizione dei popoli e delle nazioni e, allo stesso tempo, di lode gioiosa, aiuta ad esprimere il senso spirituale di questa celebrazione. Sono i popoli e le nazioni della nostra grande Patria latinoamericana quelli che oggi commemorano con gratitudine e gioia la festività della loro Patrona, Nostra Signora di Guadalupe, la cui devozione si estende dall’Alaska fino alla Patagonia. E dall’Arcangelo Gabriele e santa Elisabetta fino a noi, si innalza la nostra preghiera filiale: "Ave, Maria, piena di grazia, il Signore è con te…" (Lc 1,28).
In questa festività di Nostra Signora di Guadalupe, facciamo prima di tutto grata memoria della sua visita e vicinanza materna; cantiamo con Lei il suo "magnificat"; e le affidiamo la vita dei nostri popoli e la missione continentale della Chiesa.
Quando apparve a san Juan Diego nel Tepeyac, si presentò come la "perfetta sempre Vergine Santa Maria, Madre del vero Dio" (Nican Mopohua); e diede luogo ad una nuova "visitazione". Corse premurosa ad abbracciare anche i nuovi popoli americani, in una drammatica gestazione. Fu come un "grande segno apparso nel cielo… una donna vestita di sole, con la luna sotto i suoi piedi" (cfr Ap 12,1), che assume in sé la simbologia culturale e religiosa dei popoli originari, e annuncia e dona suo Figlio a tutti questi altri nuovi popoli di meticciato lacerato.
Tanti saltarono di gioia e speranza davanti alla sua visita e davanti al dono di suo Figlio, e la perfetta discepola del Signore è diventata la "grande missionaria che portò il Vangelo alla nostra America" (Documento di Aparecida, 269). Il Figlio di Maria Santissima, Immacolata incinta, si rivela così dalle origini della storia dei nuovi popoli come "il verissimo Dio grazie al quale si vive", buona novella della dignità filiale di tutti suoi abitanti. Ormai più nessuno è solamente servo, ma tutti siamo figli di uno stesso Padre, fratelli tra di noi e servi nel Servo.
La Santa Madre di Dio ha visitato questi popoli e ha voluto rimanere con loro. Ha lasciato stampata misteriosamente la sua sacra immagine nella "tilma" del suo messaggero perché la avessimo ben presente, diventando così simbolo dell’alleanza di Maria con queste genti, a cui conferisce anima e tenerezza. Per sua intercessione la fede cristiana ha incominciato a diventare il più ricco tesoro dell’anima dei popoli americani, la cui perla preziosa è Gesù Cristo: un patrimonio che si trasmette e manifesta fino ad oggi nel battesimo di moltitudini di persone, nella fede, nella speranza e nella carità di molti, nella preziosità della pietà popolare e anche in quell’ethos americano che si mostra nella consapevolezza della dignità della persona umana, nella passione per la giustizia, nella solidarietà con i più poveri e sofferenti, nella speranza a volte contro ogni speranza.
Da qui noi, oggi, possiamo continuare a lodare Dio per le meraviglie che ha operato nella vita dei popoli latinoamericani. Dio, secondo il suo stile, "ha nascosto queste cose a saggi e colti, dandole a conoscere ai più piccoli e umili, ai semplici di cuore" (cfr Mt 11,21). Nelle meraviglie che il Signore ha realizzato in Maria, Ella riconosce lo stile e il modo di agire di suo Figlio nella storia della salvezza. Sconvolgendo i giudizi mondani, distruggendo gli idoli del potere, della ricchezza, del successo a tutti i costi, denunciando l’autosufficienza, la superbia e i messianismi secolarizzati che allontanano da Dio, il cantico mariano confessa che Dio si compiace nel sovvertire le ideologie e le gerarchie mondane. Innalza gli umili, viene in aiuto dei poveri e dei piccoli, colma di beni, di benedizioni e di speranze quelli che si fidano della sua misericordia di generazione in generazione, mentre abbatte i ricchi, i potenti ed i dominatori dai loro troni.
Il "Magnificat" così ci introduce nelle Beatitudini, sintesi e legge primordiale del messaggio evangelico. Alla sua luce, oggi, ci sentiamo spinti a chiedere una grazia, la grazia tanto cristiana che il futuro dell’America Latina sia forgiato dai poveri e da quelli che soffrono, dagli umili, da quelli che hanno fame e sete di giustizia, dai misericordiosi, dai puri di cuore, da quelli che lavorano per la pace, dai perseguitati a causa del nome di Cristo, "perché di loro sarà il Regno dei cieli" (cfr Mt 5,1-11). Sia la grazia di essere forgiati da quelli che oggi il sistema idolatrico della cultura dello scarto relega nella categoria di schiavi, di oggetti di cui servirsi o semplicemente da rifiutare.
E facciamo questa richiesta perché l’America Latina è il "continente della speranza"! Perché da essa si attendono nuovi modelli di sviluppo che coniughino tradizione cristiana e progresso civile, giustizia e equità con riconciliazione, sviluppo scientifico e tecnologico con saggezza umana, sofferenza feconda con gioia speranzosa. E’ possibile custodire questa speranza solo con grandi dosi di verità e di amore, fondamenti di tutta la realtà, motori rivoluzionari di un’autentica vita nuova.
Poniamo queste realtà e questi auspici sull’altare come dono gradito a Dio. Implorando il suo perdono e confidando nella sua misericordia, celebriamo il sacrificio e la vittoria pasquale di Nostro Signore Gesù Cristo. Lui è l’unico Signore, il "liberatore" di tutte le nostre schiavitù e miserie derivate dal peccato. Lui è la pietra angolare della storia ed è stato il grande scartato. Lui ci chiama a vivere la vera vita, una vita più umana, una convivenza come figli e fratelli, aperte ormai le porte della "nuova terra e dei nuovi cieli" (Ap 21,1). Imploriamo la Santissima Vergine Maria, nella sua vocazione guadalupana – la Madre di Dio, la Regina e mia Signora, "la mia giovinetta, la mia piccolina", come la chiamò san Juan Diego, e con tutti gli appellativi amorosi con i quali si rivolgono a Lei nella pietà popolare – la supplichiamo perché continui ad accompagnare, aiutare e proteggere i nostri popoli. E perché conduca per mano tutti i figli che vanno peregrinando in quelle terre incontro al suo Figlio, Gesù Cristo, Nostro Signore, presente nella Chiesa, nella sua sacramentalità, specialmente nell’ Eucaristia, presente nel tesoro della sua Parola e nei suoi insegnamenti, presente nel santo popolo fedele di Dio, presente in quelli che soffrono e negli umili di cuore. E se questo programma tanto audace ci spaventa o la pusillanimità mondana ci minaccia, che Lei torni a parlarci al cuore e ci faccia sentire la sua voce di Madre, di "buona Madre", di "grande Madre": "Perché hai paura? Non ci sono qui io, che sono tua Madre?"
[02055-01.02] [Testo originale: Spagnolo]
[B0951-XX.02]