Discorso del Santo Padre alla Conferenza Internazionale
Saluto del Santo Padre al Personale della FAO
Questa mattina il Santo Padre Francesco si è recato in visita alla sede della FAO in Roma in occasione della 2ª Conferenza Internazionale sulla Nutrizione (19-21 novembre 2014).
Alle 10.45 il Papa è giunto al Palazzo della sede romana dell’Organizzazione delle Nazioni Unite per l’Alimentazione e l’Agricoltura, accolto dal Direttore Generale della FAO, Prof. José Graziano da Silva, dal Vice Direttore Generale dell’OMS, dott. Oleg Chestnov e dall’Osservatore Permanente della Santa Sede, S.E. Mons. Luigi Travaglino.
Nella Sala Plenaria del Palazzo della FAO, dopo il saluto del Direttore Generale Prof. José Graziano da Silva, Papa Francesco ha rivolto ai presenti il seguente discorso:
Discorso del Santo Padre alla Conferenza Internazionale
Testo in lingua originale
Traduzione in lingua italiana
Traduzione in lingua inglese
Traduzione in lingua francese
Traduzione in lingua tedesca
Traduzione in lingua portoghese
Testo in lingua originale
Señor Presidente,
Señoras y Señores
Con sentido de respeto y aprecio, me presento hoy aquí, en la Segunda Conferencia Internacional sobre Nutrición. Le agradezco, señor Presidente, la calurosa acogida y las palabras de bienvenida. Saludo cordialmente al Director General de la FAO, el Prof. José Graziano da Silva, y a la Directora General de la OMS, la Dra. Margaret Chan, y me alegra su decisión de reunir en esta Conferencia a representantes de Estados, instituciones internacionales, organizaciones de la sociedad civil, del mundo de la agricultura y del sector privado, con el fin de estudiar juntos las formas de intervención para asegurar la nutrición, así como los cambios necesarios que se han de aportar a las estrategias actuales. La total unidad de propósitos y de obras, pero sobre todo el espíritu de hermandad, pueden ser decisivos para soluciones adecuadas. La Iglesia, como ustedes saben, siempre trata de estar atenta y solícita respecto a todo lo que se refiere al bienestar espiritual y material de las personas, ante todo de los que viven marginados y son excluidos, para que se garanticen su seguridad y su dignidad.
1. Los destinos de cada nación están más que nunca enlazados entre sí, al igual que los miembros de una misma familia, que dependen los unos de los otros. Pero vivimos en una época en la que las relaciones entre las naciones están demasiado a menudo dañadas por la sospecha recíproca, que a veces se convierte en formas de agresión bélica y económica, socava la amistad entre hermanos y rechaza o descarta al que ya está excluido. Lo sabe bien quien carece del pan cotidiano y de un trabajo decente. Este es el cuadro del mundo, en el que se han de reconocer los límites de planteamientos basados en la soberanía de cada uno de los Estados, entendida como absoluta, y en los intereses nacionales, condicionados frecuentemente por reducidos grupos de poder. Lo explica bien la lectura de la agenda de trabajo de ustedes para elaborar nuevas normas y mayores compromisos para nutrir al mundo. En esta perspectiva, espero que, en la formulación de dichos compromisos, los Estados se inspiren en la convicción de que el derecho a la alimentación sólo quedará garantizado si nos preocupamos por su sujeto real, es decir, la persona que sufre los efectos del hambre y la desnutrición.
Hoy día se habla mucho de derechos, olvidando con frecuencia los deberes; tal vez nos hemos preocupado demasiado poco de los que pasan hambre. Duele constatar además que la lucha contra el hambre y la desnutrición se ve obstaculizada por la «prioridad del mercado» y por la «preminencia de la ganancia», que han reducido los alimentos a una mercancía cualquiera, sujeta a especulación, incluso financiera. Y mientras se habla de nuevos derechos, el hambriento está ahí, en la esquina de la calle, y pide carta de ciudadanía, ser considerado en su condición, recibir una alimentación de base sana. Nos pide dignidad, no limosna.
2. Estos criterios no pueden permanecer en el limbo de la teoría. Las personas y los pueblos exigen que se ponga en práctica la justicia; no sólo la justicia legal, sino también la contributiva y la distributiva. Por tanto, los planes de desarrollo y la labor de las organizaciones internacionales deberían tener en cuenta el deseo, tan frecuente entre la gente común, de ver que se respetan en todas las circunstancias los derechos fundamentales de la persona humana y, en nuestro caso, la persona con hambre. Cuando eso suceda, también las intervenciones humanitarias, las operaciones urgentes de ayuda o de desarrollo – el verdadero, el integral desarrollo – tendrán mayor impulso y darán los frutos deseados.
3. El interés por la producción, la disponibilidad de alimentos y el acceso a ellos, el cambio climático, el comercio agrícola, deben ciertamente inspirar las reglas y las medidas técnicas, pero la primera preocupación debe ser la persona misma, aquellos que carecen del alimento diario y han dejado de pensar en la vida, en las relaciones familiares y sociales, y luchan sólo por la supervivencia. El santo Papa Juan Pablo II, en la inauguración en esta sala de la Primera Conferencia sobre Nutrición, en 1992, puso en guardia a la comunidad internacional ante el riesgo de la «paradoja de la abundancia»: hay comida para todos, pero no todos pueden comer, mientras que el derroche, el descarte, el consumo excesivo y el uso de alimentos para otros fines, están ante nuestros ojos. Esta es la paradoja. Por desgracia, esta «paradoja» sigue siendo actual. Hay pocos temas sobre los que se esgrimen tantos sofismas como los que se dicen sobre el hambre; pocos asuntos tan susceptibles de ser manipulados por los datos, las estadísticas, las exigencias de seguridad nacional, la corrupción o un reclamo lastimero a la crisis económica. Este es el primer reto que se ha de superar.
El segundo reto que se debe afrontar es la falta de solidaridad, una palabra que tenemos la sospecha que inconscientemente la queremos sacar del diccionario. Nuestras sociedades se caracterizan por un creciente individualismo y por la división; esto termina privando a los más débiles de una vida digna y provocando revueltas contra las instituciones. Cuando falta la solidaridad en un país, se resiente todo el mundo. En efecto, la solidaridad es la actitud que hace a las personas capaces de salir al encuentro del otro y fundar sus relaciones mutuas en ese sentimiento de hermandad que va más allá de las diferencias y los límites, e impulsa a buscar juntos el bien común.
Los seres humanos, en la medida en que toman conciencia de ser parte responsable del designio de la creación, se hacen capaces de respetarse recíprocamente, en lugar de combatir entre sí, dañando y empobreciendo el planeta. También a los Estados, concebidos como una comunidad de personas y de pueblos, se les pide que actúen de común acuerdo, que estén dispuestos a ayudarse unos a otros mediante los principios y normas que el derecho internacional pone a su disposición. Una fuente inagotable de inspiración es la ley natural, inscrita en el corazón humano, que habla un lenguaje que todos pueden entender: amor, justicia, paz, elementos inseparables entre sí. Como las personas, también los Estados y las instituciones internacionales están llamados a acoger y cultivar estos valores: amor, justicia, paz. Y hacerlo en un espíritu de diálogo y escucha recíproca. De este modo, el objetivo de nutrir a la familia humana se hace factible.
4. Cada mujer, hombre, niño, anciano, debe poder contar en todas partes con estas garantías. Y es deber de todo Estado, atento al bienestar de sus ciudadanos, suscribirlas sin reservas, y preocuparse de su aplicación. Esto requiere perseverancia y apoyo. La Iglesia Católica trata de ofrecer también en este campo su propia contribución, mediante una atención constante a la vida de los pobres, de los necesitados, en todas las partes del planeta; en esta misma línea se mueve la implicación activa de la Santa Sede en las organizaciones internacionales y con sus múltiples documentos y declaraciones. Se pretende de este modo contribuir a identificar y asumir los criterios que debe cumplir el desarrollo de un sistema internacional ecuánime. Son criterios que, en el plano ético, se basan en pilares como la verdad, la libertad, la justicia y la solidaridad; al mismo tiempo, en el campo jurídico, estos mismos criterios incluyen la relación entre el derecho a la alimentación y el derecho a la vida y a una existencia digna, el derecho a ser protegidos por la ley, no siempre cercana a la realidad de quien pasa hambre, y la obligación moral de compartir la riqueza económica del mundo.
Si se cree en el principio de la unidad de la familia humana, fundado en la paternidad de Dios Creador, y en la hermandad de los seres humanos, ninguna forma de presión política o económica que se sirva de la disponibilidad de alimentos puede ser aceptable. Presión política y económica, aquí pienso en nuestra hermana y madre tierra, en el planeta, si somos libres de presiones políticas y económicas para cuidarlo, para evitar que se autodestruya. Tenemos adelante Perú y Francia dos conferencias que nos desafían, cuidar el planeta. Recuerdo una frase que escuché de un anciano hace muchos años, Dios siempre perdona… las ofensas, los maltratos, Dios siempre perdona, los hombres perdonamos a veces, la tierra no perdona nunca. Cuidar a la hermana tierra, la madre tierra para que no responda con la destrucción. Pero, por encima de todo, ningún sistema de discriminación, de hecho o de derecho, vinculado a la capacidad de acceso al mercado de los alimentos, debe ser tomado como modelo de las actuaciones internacionales que se proponen eliminar el hambre.
Al compartir estas reflexiones con ustedes, pido al Todopoderoso, al Dios rico en misericordia, que bendiga a todos los que, con diferentes responsabilidades, se ponen al servicio de los que pasan hambre y saben atenderlos con gestos concretos de cercanía. Ruego también para que la comunidad internacional sepa escuchar el llamado de esta Conferencia y lo considere una expresión de la común conciencia de la humanidad: dar de comer a los hambrientos para salvar la vida en el planeta. Gracias.
[01861-04.02] [Texto original: Español]
Traduzione in lingua italiana
Signor Presidente,
Signore e Signori,
con sentimento di rispetto e apprezzamento mi presento oggi qui, alla Seconda Conferenza Internazionale sulla Nutrizione. La ringrazio, signor Presidente, per la calorosa accoglienza e per le parole di benvenuto. Saluto cordialmente il Direttore Generale della FAO, il professor José Graziano da Silva, e il Direttore Generale dell’OMS, la dottoressa Margaret Chan, e mi rallegro per la vostra decisione di riunire in questa Conferenza rappresentanti di Stati, istituzioni internazionali, organizzazioni della società civile, del mondo dell’agricoltura e del settore privato, al fine di studiare insieme le forme d’intervento per assicurare la nutrizione, così come i cambiamenti necessari che si devono apportare alle strategie attuali. La totale unità di propositi e di azioni, ma soprattutto lo spirito di fratellanza, possono essere decisivi per soluzioni adeguate. La Chiesa, come voi sapete, cerca sempre di essere attenta e sollecita nei confronti di tutto ciò che si riferisce al benessere spirituale e materiale delle persone, anzitutto di quanti vivono emarginati e sono esclusi, affinché siano garantite la loro sicurezza e la loro dignità.
1. I destini di ogni nazione sono più che mai collegati tra loro, come i membri di una stessa famiglia, che dipendono gli uni dagli altri. Ma viviamo in un’epoca in cui i rapporti tra le nazioni sono troppo spesso rovinati dal sospetto reciproco, che a volte si tramuta in forme di aggressione bellica ed economica, mina l’amicizia tra fratelli e rifiuta o scarta chi già è escluso. Lo sa bene chi manca del pane quotidiano e di un lavoro dignitoso. Questo è il quadro del mondo, in cui si devono riconoscere i limiti di impostazioni basate sulla sovranità di ognuno degli Stati, intesa come assoluta, e sugli interessi nazionali, condizionati spesso da ridotti gruppi di potere. Lo spiega bene la lettura della vostra agenda di lavoro volta a elaborare nuove norme, forme e maggiori impegni per nutrire il mondo. In questa prospettiva spero che, nella formulazione di tali impegni, gli Stati s’ispirino alla convinzione che il diritto all’alimentazione sarà garantito solo se ci preoccupiamo del suo soggetto reale, vale a dire la persona che patisce gli effetti della fame e della denutrizione. Il soggetto reale!
Oggi si parla molto di diritti, dimenticando spesso i doveri; forse ci siamo preoccupati troppo poco di quanti soffrono la fame. È inoltre doloroso constatare che la lotta contro la fame e la denutrizione viene ostacolata dalla "priorità del mercato", e dalla "preminenza del guadagno", che hanno ridotto gli alimenti a una merce qualsiasi, soggetta a speculazione, anche finanziaria. E mentre si parla di nuovi diritti, l’affamato è lì, all’angolo della strada, e chiede diritto di cittadinanza, chiede di essere considerato nella sua condizione, di ricevere una sana alimentazione di base. Ci chiede dignità, non elemosina.
2. Questi criteri non possono restare nel limbo della teoria. Le persone e i popoli esigono che si metta in pratica la giustizia; non solo la giustizia legale, ma anche quella contributiva e quella distributiva. Pertanto, i piani di sviluppo e il lavoro delle organizzazioni internazionali dovrebbero tener conto del desiderio, tanto frequente tra la gente comune, di vedere in ogni circostanza rispettati i diritti fondamentali della persona umana e, nel nostro caso, della persona che ha fame. Quando questo accadrà, anche gli interventi umanitari, le operazioni urgenti di aiuto e di sviluppo – quello vero, integrale – avranno maggiore impulso e daranno i frutti desiderati.
3. L’interesse per la produzione, la disponibilità di alimenti e l’accesso ad essi, il cambiamento climatico, il commercio agricolo devono indubbiamente ispirare le regole e le misure tecniche, ma la prima preoccupazione deve essere la persona stessa, quanti mancano del nutrimento quotidiano e hanno smesso di pensare alla vita, ai rapporti familiari e sociali, e lottano solo per la sopravvivenza. Il Santo Papa Giovanni Paolo II, nell’inaugurazione, in questa sala, della Prima Conferenza sulla Nutrizione, nel 1992, mise in guardia la comunità internazionale contro il rischio del "paradosso dell’abbondanza": c’è cibo per tutti, ma non tutti possono mangiare, mentre lo spreco, lo scarto, il consumo eccessivo e l’uso di alimenti per altri fini sono davanti ai nostri occhi. Questo è il paradosso! Purtroppo questo "paradosso" continua a essere attuale. Ci sono pochi temi sui quali si sfoderano tanti sofismi come su quello della fame; e pochi argomenti tanto suscettibili di essere manipolati dai dati, dalle statistiche, dalle esigenze di sicurezza nazionale, dalla corruzione o da un richiamo doloroso alla crisi economica. Questa è la prima sfida che bisogna superare.
La seconda sfida che si deve affrontare è la mancanza di solidarietà. Una parola che abbiamo inconsciamente il sospetto di dover togliere dal dizionario. Le nostre società sono caratterizzate da un crescente individualismo e dalla divisione; ciò finisce col privare i più deboli di una vita degna e con il provocare rivolte contro le istituzioni. Quando manca la solidarietà in un paese, ne risentono tutti. Di fatto, la solidarietà è l’atteggiamento che rende le persone capaci di andare incontro all’altro e di fondare i propri rapporti reciproci su quel sentimento di fratellanza che va al di là delle differenze e dei limiti, e spinge a cercare insieme il bene comune.
Gli esseri umani, nella misura in cui prendono coscienza di essere parte responsabile del disegno della creazione, diventano capaci di rispettarsi reciprocamente, invece di combattere tra loro, danneggiando e impoverendo il pianeta. Anche agli Stati, concepiti come comunità di persone e di popoli, viene chiesto di agire di comune accordo, di essere disposti ad aiutarsi gli uni gli altri mediante i principi e le norme che il diritto internazionale mette a loro disposizione. Una fonte inesauribile d’ispirazione è la legge naturale, iscritta nel cuore umano, che parla un linguaggio che tutti possono capire: amore, giustizia, pace, elementi inseparabili tra loro. Come le persone, anche gli Stati e le istituzioni internazionali sono chiamati ad accogliere e a coltivare questi valori, in uno spirito di dialogo e di ascolto reciproco. In tal modo, l’obiettivo di nutrire la famiglia umana diventa realizzabile.
4. Ogni donna, uomo, bambino, anziano deve poter contare su queste garanzie dovunque. Ed è dovere di ogni Stato, attento al benessere dei suoi cittadini, sottoscriverle senza riserve, e preoccuparsi della loro applicazione. Ciò richiede perseveranza e sostegno. La Chiesa cattolica cerca di offrire anche in questo campo il proprio contributo, mediante un’attenzione costante alla vita dei poveri, dei bisognosi in ogni parte del pianeta; su questa stessa linea si muove il coinvolgimento attivo della Santa Sede nelle organizzazioni internazionali e con i suoi molteplici documenti e dichiarazioni. S’intende in tal modo contribuire a identificare e adottare i criteri che lo sviluppo di un sistema internazionale equo devono soddisfare. Sono criteri che, sul piano etico, si basano su pilastri come la verità, la libertà, la giustizia e la solidarietà; allo stesso tempo, in campo giuridico, questi stessi criteri includono la relazione tra il diritto all’alimentazione e il diritto alla vita e a un’esistenza degna, il diritto a essere tutelati dalla legge, non sempre vicina alla realtà di chi soffre la fame, e l’obbligo morale di condividere la ricchezza economica del mondo.
Se si crede al principio dell’unità della famiglia umana, fondato sulla paternità di Dio Creatore, e alla fratellanza degli esseri umani, nessuna forma di pressione politica o economica che si serva della disponibilità di alimenti può essere accettabile. Pressione politica ed economica. E qui penso alla nostra sorella e madre terra, al Pianeta. Se siamo liberi da pressioni politiche ed economiche per custodirlo, per evitare che si autodistrugga. Abbiamo davanti Perù e Francia, due conferenze che ci lanciano una sfida. Custodire il Pianeta. Ricordo una frase che ho sentito da un anziano, molti anni fa: "Dio perdona sempre, le offese, gli abusi; Dio sempre perdona. Gli uomini perdonano a volte. La terra non perdona mai! Custodire la sorella terra, la madre terra, affinché non risponda con la distruzione. Ma, soprattutto, nessun sistema di discriminazione, di fatto o di diritto, vincolato alla capacità di accesso al mercato degli alimenti, deve essere preso come modello delle azioni internazionali che si propongono di eliminare la fame.
Nel condividere queste riflessioni con voi, chiedo all’Onnipotente, al Dio ricco di misericordia, di benedire tutti coloro che, con responsabilità diverse, si mettono al servizio di quanti soffrono la fame e sanno assisterli con gesti concreti di vicinanza. Prego anche affinché la comunità internazionale sappia ascoltare l’appello di questa Conferenza e lo consideri un’espressione della comune coscienza dell’umanità: dare da mangiare agli affamati per salvare la vita nel pianeta. Grazie.
[01861-01.02] [Testo originale: Spagnolo]
Traduzione in lingua inglese
Mr President
Ladies and Gentlemen
I am pleased and honoured to speak here today, at this Second International Conference on Nutrition. I wish to thank you, Mr. President, for your warm greeting and the words of welcome. I cordially greet the Director General of the World Health Organisation (WHO), Dr. Margaret Chan, and the Director General of the FAO, Professor José Graziano da Silva, and I rejoice in their decision to convene this conference of representatives of States, international institutions, and organisations of civil society, the world of agriculture and the private sector, with the aim of studying together the forms of intervention necessary in the fight against hunger and malnutrition, as well as the changes that must be made to existing strategies. The overall unity of purpose and of action, and above all the spirit of brotherhood, can be decisive in finding appropriate solutions. The Church, as you know, seeks always to be attentive and watchful regarding the spiritual and material welfare of the people, especially those who are marginalised or excluded, to ensure their safety and dignity.
1. The fates of nations are intertwined, more than ever before; they are like the members of one family who depend upon each other. However, we live in a time in which the relations between nations are too often damaged by mutual suspicion, that at times turns into forms of military and economic aggression, undermining friendship between brothers and rejecting or discarding what is already excluded. He who lacks his daily bread or a decent job is well aware of this. This is a picture of today’s world, in which it is necessary to recognise the limits of approaches based on the sovereignty of each State, intended as absolute, and national interest, frequently conditioned by small power groups. Your working agenda for developing new standards and greater commitments to feed the world shows this well. From this perspective, I hope that, in the formulation of these commitments, the States are inspired by the conviction that the right to food can only be ensured if we care about the actual subject, that is, the person who suffers the effects of hunger and malnutrition.
Nowadays there is much talk of rights, frequently neglecting duties; perhaps we have paid too little heed to those who are hungry. It is also painful to see that the struggle against hunger and malnutrition is hindered by "market priorities", the "primacy of profit", which have reduced foodstuffs to a commodity like any other, subject to speculation, also of a financial nature. And while we speak of new rights, the hungry remain, at the street corner, and ask to be recognised as citizens, to receive a healthy diet. We ask for dignity, not for charity.
2. These criteria cannot remain in the limbo of theory. Persons and peoples ask for justice to be put into practice: not only in a legal sense, but also in terms of contribution and distribution. Therefore, development plans and the work of international organisations must take into consideration the wish, so frequent among ordinary people, for respect for fundamental human rights and, in this case, the rights of the hungry. When this is achieved, then humanitarian intervention, emergency relief and development operations – in their truest, fullest sense – will attain greater momentum and bring the desired results.
3. Interest in the production, availability and accessibility of foodstuffs, climate change and agricultural trade should certainly inspire rules and technical measures, but the first concern must be the individual as a whole, who lacks daily nourishment and has given up thinking about life, family and social relationships, instead fighting for survival. St. John Paul II, in the inauguration in this hall of the First Conference on Nutrition in 1992, warned the international community against the risk of the "paradox of plenty", in which there is food for everyone, but not everyone can eat, while waste, excessive consumption and the use of food for other purposes is visible before our very eyes. Unfortunately, this "paradox" remains relevant. There are few subjects about which we find as many fallacies as those related to hunger; few topics as likely to be manipulated by data, statistics, the demands of national security, corruption, or futile lamentation about the economic crisis. This is the first challenge to be overcome.
The second challenge to be faced is the lack of solidarity; we suspect that subconsciously we would like to remove this word from the dictionary. Our societies are characterised by growing individualism and division: this ends up depriving the weakest of a decent life, and provokes revolts against institutions. When there is a lack of solidarity in a country, the effects are felt throughout the world. Indeed, solidarity is the attitude that makes people capable of reaching our to others and basing their mutual relations on this sense of brotherhood that overcomes differences and limits, and inspires us to seek the common good together.
Human beings, as they become aware of being partly responsible for the plan of creation, become capable of mutual respect, instead of fighting between themselves, damaging and impoverishing the planet. States, too, understood as a community of persons and peoples, are required to act concertedly, to be willing to help each other through the principles and norms offered by international law. A source of inspiration is natural law, inscribed in the human heart, that speaks a language that everyone can understand: love, justice, peace, elements that are inseparable from each other. Like people, States and international institutions are called to welcome and nurture these values – love, justice, peace – and this must be done with a spirit of dialogue and mutual listening. In this way, the aim of feeding the human family becomes feasible.
4. Every woman, man, child and elderly person everywhere should be able to count on these guarantees. It is the duty of every State that cares for the wellbeing of its citizens to subscribe to them unreservedly, and to take the necessary steps to ensure their implementation. This requires perseverance and support. The Catholic Church also offers her contribution in this field through constant attention to the life of the poor in all parts of the world; along the same lines, the Holy See is actively involved in international organisations and through numerous documents and statements. In this way, it contributes to identifying and assuming the criteria to be met in order to develop an equitable international system. These are criteria that, on the ethical plane, are based on the pillars of truth, freedom, justice and solidarity; at the same time, in the legal field, these same criteria include the relationship between rights and food, and the right to life and a dignified existence, the right to be protected by law, not always close to the reality of those who suffer from hunger, and the moral obligation to share the economic wealth of the world.
If we believe in the principle of the unity of the human family, based on the common paternity of God the Creator, and in the fraternity of human beings, no form of political or economic pressure that exploits the availability of foodstuffs can be considered acceptable. Political and economic pressure: here I think of our sister and mother, Earth, our planet, and of whether we are free of political and economic pressure and able to care for her, to avoid her destruction. We have two conferences ahead of us, in Perù and France, which pose the challenge to us of caring for our planet. I remember a phrase that I heard from an elderly man many years ago: God always forgives … our misdemeanours, our abuse, God always forgives; men forgive at times; but the Earth never forgives. We must care for our sister the Earth, our Mother Earth, so that she does not respond with destruction. But, above all, no system of discrimination, de facto or de jure, linked to the capacity of access to the market of foodstuffs, must be taken as a model for international efforts that aim to eliminate hunger.
By sharing these reflections with you, I ask that the Almighty, God rich in mercy, bless all those who, with different responsibilities, place themselves at the service of those who experience hunger and who assist them with concrete gestures of closeness. I also pray that the international community might hear the call of this Conference and consider it an expression of the common conscience of humanity: feed the hungry, save life on the planet. Thank you.
[01861-02.02] [Original text: Spanish - working translation]
Traduzione in lingua francese
Monsieur le Président,
Mesdames et Messieurs,
je suis heureux de pouvoir prendre part à cette seconde Conférence internationale sur l'alimentation. Merci de votre accueil. Je salue Madame Margaret Chan, Directrice générale de l'OMS, et Monsieur José Graziano da Silva, Directeur général de la FAO, et je me félicite de ce que des représentants d'états et d'organisations internationales, de la société civile, du monde agricole et de l'entreprise se rencontrent pour réfléchir aux moyens d'assurer à tous l'alimentation nécessaire, mais aussi aux changements à apporter aux politiques alimentaires. Une unité de principes et d'actions, envisagée dans un esprit de fraternité, devrait être décisive pour trouver de justes solutions. Pour sa part, l'Eglise est toujours attentive à tout ce qui touche au bien-être spirituel et matériel des personnes, en particulier des marginaux et exclus, dont on doit garantir sécurité et dignité.
1. A l'instar d'une famille, l'avenir de chaque peuple est plus que jamais lié à celui des autres. Or les relations entre pays sont trop souvent marquées par des préjugés réciproques, qui dégénèrent parfois en une agression économique qui mine les rapports amicaux et marginalise qui est déjà marginalisé dans sa recherche du pain quotidien ou d'un travail décent. C'est cela le quart-monde dans lequel on atteint les limites de mesures basées sur une souveraineté nationale considérée comme absolue, où les intérêts nationaux sont fréquemment conditionnés par quelque groupe de pouvoir. La lecture du document de travail destiné à mettre au point des normes plus efficaces dans l'alimentation du monde en témoigne. J'espère donc que, dans la formulation des propositions négociées, les états prennent en compte que le seul droit à l'alimentation ne peut la garantir si on ne tient pas compte du sujet réel, de la personne souffrant de la faim ou de malnutrition.
On parle beaucoup de droits tout en oubliant par trop les devoirs, sans se préoccuper vraiment de qui souffre de ces carences. Malheureusement, la lutte contre la faim et la malnutrition est souvent bloquée par la priorité du marché et la dictature du profit, qui réduisent les aliments à une marchandise sujette à la spéculation. Tandis qu'on parle de nouveaux droits, l'affamé est au coin de la rue à demander d'être inclus dans la société et d'avoir le pain quotidien. C'est la dignité qu'il demande, non l'aumône.
2. Ces principes ne peuvent rester théoriques. Les individus et les peuples attendent la mise en oeuvre d'une justice de partage et de distribution, d'une justice qui ne se limite pas à la loi. L'activité et les projets de développement des organisations internationales devraient tenir compte des attentes quotidiennes des gens, qui veulent le respect en toute circonstance des droits fondamentaux de la personne, et en l'occurrence de qui souffre de la faim. Cela permettrait aux interventions humanitaires d'urgence ou aux plans de développement -intégral et réel- de donner de bien meilleurs résultats.
3. Si l'attention à la production alimentaire, à la disponibilité des aliments et à leur accès, comme l'attention aux changements climatiques et au commerce agricole doivent certes répondre à des méthodes techniques, l'homme doit être prioritaire. La première préoccupation doit regarder les personnes qui manquent du pain quotidien, qui en sont réduits à lutter pour survivre au point de ne plus se préoccuper de vie sociale ni de rapports familiaux. Inaugurant ici-même en 1992 la première Conférence sur l'alimentation, Jean-Paul II avait mis en garde la communauté internationale contre le "paradoxe de l'abondance": Il y a de quoi nourrir tout le monde mais tous ne parviennent pas à manger, alors même que le surplus et le rebut, la surconsommation et l'usage détourné d'aliments sont monnaie courante. Malheureusement, ce paradoxe est plus que jamais actuel. Il y a peu de sujets comme la faim auxquels on applique tant de sophismes, dont on manipule les données et les statistique en fonction de la sécurité nationale, par corruption ou référence feinte à la crise. Tel est le premier obstacle à franchir.
Le second consiste à résoudre le manque de solidarité, un mot devenu presque suspect, qu'inconsciemment certains semblent vouloir gommer du dictionnaire. Nos sociétés souffrent d'un individualisme croissant mais aussi de division, ce qui conduit les plus faibles à perdre leur dignité de vie mais aussi à la manifestation de révoltes contre les institutions. Lorsque la solidarité fait défaut au sein d'une société, le monde entier s'en ressent. La solidarité rend les individus capables de rencontrer l'autre et de tisser des liens fraternels dépassant toutes les différences, et par conséquent de rechercher ensemble le bien commun.
Dans la mesure où ils sont conscients de leur responsabilité envers le dessein de la création, les hommes sont capables du respect des autres, plutôt que de se combattre au dam de la planète. Conçus comme communautés de personnes et de peuples, les états doivent être prêts à s'entraider sur la base des principes et des lois internationales. Gravée dans le coeur de l'homme, la loi naturelle constitue une source infinie d'inspiration. Son langage est universel car elle parle d'amour, de justice et de paix, toutes choses inséparables. A l'instar des personnes, les états et les institutions internationales sont appelés à adopter et à diffuser l'amour, la justice et la paix. Et ce dans un esprit d'écoute et de dialogue, qui est également indispensable à la perspective de nourrir la famille humaine toute entière.
4. Toute femme et tout homme, tout enfant comme toute personne âgée doivent partout disposer d'une alimentation correcte. Il est du devoir de tout état attentif au bien-être des citoyens de souscrire sans réserve aux principes que nous avons évoqués, et de s'engager à leur application pratique avec persévérance. L'Eglise catholique s'engage à offrir sa contribution par une attention constante envers les pauvres où qu'ils soient. C'est dans ce but que le Saint-Siège agit auprès des organisations internationales, et qu'il s'implique par le biais de documents et de déclarations. Il entend ainsi aider à retenir et adopter des critères en mesure de développer un système mondial juste. Au plan éthique, ces critères doivent être fondés sur la vérité, la liberté, la justice et la solidarité. Et au plan juridique, ils doivent lier entre eux droit à l'alimentation et droit à la vie, droit à une existence digne, droit à une protection légale qui n'est pas toujours adaptée aux personnes souffrant de la faim, mais aussi l'obligation morale du partage des richesses.
Si on croit dans le principe de l'unité de la famille humaine, fondée sur la paternité du Créateur, et dans la fraternité des êtres humains, on ne saurait admettre le moindre conditionnement politique ou économique en matière de disponibilité alimentaire. Et à propos de ce type de pressions, je pense à notre mère la terre: Si nous sommes libres de conditionnements politiques et économiques, nous éviterons sa destruction. Attention donc aux conférences qui se tiendront au Pérou et en France pour envisager une bonne gestion de la planète. Je me souviens d'un vieil homme que disait que Dieu pardonne toujours. Certes, il pardonne offenses et mauvaises actions, l'homme aussi pardonne parfois, mais la terre ne pardonne jamais. Nous devons choyer la terre afin d'éviter qu'elle anéantisse l'humanité. Plus encore, aucun système discriminatoire, de fait comme de droit, quant à l'accès au marché des aliments, ne devrait être pris comme modèle de modification des normes internationales destinées à l'élimination de la faim dans le monde.
Voulant partager avec vous ces réflexions, je demande au Tout Puissant, riche en miséricorde, de bénir, quelques soient les responsabilités, tous ceux qui se mettent au service de qui souffre de faim et de malnutrition, et qui savent leur manifester concrètement leur attention. Puisse aussi la communauté internationale entendre l'appel de cette conférence et y voir l'expression de la conscience commune de l'humanité. Il faut donner à manger aux affamés afin de sauver la vie sur cette planète. Je vous remercie.
[01861-03.02] [Texte original: Espagnol - version de travail]
Traduzione in lingua tedesca
Herr Präsident,
meine Damen und Herren,
es ist mit einem Gefühl des Respekts und der Wertschätzung, dass ich mich heute hier auf der II. Internationalen Konferenz über Ernährung an Sie wende. Ich danke Ihnen, Herr Präsident, für den warmen Empfang und die Willkommensworte, die Sie an mich gerichtet haben. Ich grüße herzlich den Generaldirektor der FAO, Herrn Professor José Graziano da Silva, sowie die Generaldirektorin der Weltgesundheitsbehörde, Frau Dr. Margaret Chan; und ich freue mich über Ihre Entscheidung, Vertreter von Staaten, internationalen Einrichtungen, Organisationen der Zivilgesellschaft, aus der Welt der Landwirtschaft und aus dem privaten Sektor zu dieser Konferenz zusammenzubringen, um gemeinsam Formen möglichen Eingreifens für Nahrungssicherheit sowie nötige Änderungen der derzeitigen Strategien zu untersuchen. Das völlige Übereinstimmen in Vorsätzen und Werken, vor allem aber der Geist der Brüderlichkeit, können entscheidend für adäquate Lösungen sein. Wie Sie wissen, bemüht sich die Kirche immer, für alles, was sich auf das geistliche und materielle Wohlergehen der Menschen, vor allem der an den Rand Gedrängten und Ausgeschlossenen, bezieht, aufmerksam zu sein und Respekt dafür zu erregen, damit ihre Sicherheit und ihre Würde gewährleistet werden mögen.
1. Die Geschicke aller Nationen sind mehr denn je miteinander verflochten, so wie die Mitglieder ein und derselben Familie voneinander abhängen. Doch leben wir in einer Epoche, in der die Beziehungen unter den Nationen zu sehr und zu schnell durch wechselseitiges Misstrauen Schaden erleiden, welches sich manchmal in Formen kriegerischer und wirtschaftlicher Auseinandersetzung verwandelt, die Freundschaft unter Brüdern untergräbt und denjenigen, der schon ausgeschlossen ist, zurück- oder ausweist. Jeder, dem das tägliche Brot und eine würdige Arbeit fehlen, weiß das gut. Das ist der Rahmen der Welt, in dem man die Grenzen aller Vorhaben anerkennen muss – Grenzen, die auf der Souveränität jedes einzelnen Staates, absolut verstanden, und auf den nationalen Interessen gründen, welche oft von kleinen Machtgruppen beeinflusst werden. Das zeigt deutlich die Lektüre Ihrer Arbeits-Agenda, um neue Normen und klarere Abkommen, um die Welt zu ernähren, zu erarbeiten. In dieser Perspektive hoffe ich, dass die Staaten sich bei der Formulierung der genannten Abkommen von der Überzeugung leiten lassen, dass das Recht auf Ernährung nur dann garantiert werden kann, wenn wir uns um sein tatsächliches Subjekt kümmern, das heißt um den Menschen, der unter Hunger und Mangelernährung leidet.
Heutzutage spricht man viel von Rechten, vergisst aber häufig die Pflichten; vielleicht haben wir uns zu wenig um die gekümmert, die Hunger haben. Man muss außerdem feststellen, dass der Kampf gegen Hunger und Unterernährung behindert wird durch die „Priorität des Marktes" und durch den „Primat des Profits", die Nahrungsmittel zu einem Handelsgut wie andere reduziert haben, das der Spekulation, sogar der finanziellen, unterworfen werden kann. Und während man von neuen Rechten spricht, ist der Hungernde dort, an der Straßenecke, und bittet um sein Bürgerrecht, darum, dass man seine Lage zur Kenntnis nimmt, darum, gesunde Ernährung zu bekommen. Er bittet uns um Würde, nicht um ein Almosen.
2. Diese Kriterien können nicht im Bereich der Theorie bleiben. Die Menschen und die Völker fordern, dass die Gerechtigkeit in die Praxis umgesetzt werde; nicht nur die legale Gerechtigkeit, sondern auch die Beitrags- und die Verteilungs-Gerechtigkeit. Die Entwicklungs- und Arbeitsprogramme der internationalen Organisationen müssten deshalb dem Wunsch, der bei einfachen Leuten so häufig ist, Rechnung tragen, dass in jedweden Umständen die Grundrechte der menschlichen Person und, in unserem Fall, die des hungernden Menschen respektiert werden. Wenn das geschieht, werden auch die humanitären Interventionen, die dringenden Operationen der Hilfe und der Entwicklung – der wahren, der integralen Entwicklung – mehr Erfolg haben und die gewünschten Früchte bringen.
3. Natürlich müssen das Interesse für Produktion, Verfügbarkeit von und Zugang zu Nahrungsmitteln, Klimawandel, Agrarhandel die Regeln und technischen Maßnahmen durchdringen; doch die erste Sorge muss der Mensch selbst sein, all jene, denen es an der täglichen Nahrung fehlt und die aufgehört haben, ans Leben und an die familiären und sozialen Beziehungen zu denken, weil sie nur noch ums Überleben kämpfen. Der heilige Papst Johannes Paul II. hat die internationale Gemeinschaft bei seiner Eröffnung der I. Konferenz über Ernährung 1992 in diesem Saal vor dem Risiko des „Paradoxes des Überflusses" gewarnt: Es gibt genug Nahrung für alle, aber nicht alle können essen, während die Verschwendung, die Vernichtung, der exzessive Konsum und der Gebrauch von Lebensmitteln zu anderen Zwecken uns allen vor Augen stehen. Das ist ein Paradox! Leider ist dieses „Paradox" heute immer noch aktuell. Es gibt wenig Themen, über die man so viele Falschheiten sagen hört wie über den Hunger; wenig Themen, die so anfällig dafür sind, manipuliert zu werden durch Daten, Statistiken, nationale Sicherheitsanforderungen, Korruption oder einen schulterzuckenden Verweis auf die Wirtschaftskrise. Das ist die erste Herausforderung, die es zu überwinden gilt.
Die zweite Herausforderung, die angegangen werden muss, ist der Mangel an Solidarität. Ein Wort, das wir unbewusst den Verdacht haben und deshalb aus dem Wörterbuch streichen wollen. Unsere Gesellschaften zeichnen sich durch einen wachsenden Individualismus und durch Spaltung aus; dies geht so weit, dass die Schwächsten eines würdigen Lebens beraubt werden und Unruhen gegen die Institutionen hervorbrechen. Wenn in einem Land die Solidarität fehlt, dann bekommt das die ganze Welt zu spüren. Tatsächlich ist Solidarität die Haltung, die dazu führt, dass Menschen fähig werden, hinaus- und auf den anderen zuzugehen, ihre gegenseitigen Beziehungen auf dieses Gefühl der Brüderlichkeit zu bauen, das die Unterschiede und Grenzen übersteigt, und die dazu bewegt, zusammen das Gemeinwohl zu suchen.
In dem Masse, in dem die Menschen sich bewusst werden, dass sie Mitverantwortliche des Schöpfungsplanes sind, werden sie auch fähig, sich gegenseitig zu respektieren, statt sich zu bekämpfen und dadurch den Planeten zu schädigen und ärmer zu machen. Auch die Staaten, die als eine Gemeinschaft von Menschen und Völkern konzipiert sind, sind dazu aufgerufen, gemeinsam zu handeln, dazu bereit zu sein, sich untereinander zu helfen durch die Prinzipien und Normen, die das Völkerrecht ihnen zur Verfügung stellt. Eine unerschöpfliche Quelle der Inspiration ist das Naturrecht, das in das menschliche Herz eingeschrieben ist und eine Sprache spricht, die alle verstehen können: Liebe, Gerechtigkeit, Friede, Elemente, die nicht voneinander zu trennen sind. Wie die Menschen sind auch die Staaten und die internationalen Institutionen aufgerufen, diese Werte in einem Geist des Dialogs und des gegenseitigen Zuhörens aufzunehmen und zu pflegen. Auf diese Weise wird das Ziel, die Menschheitsfamilie zu ernähren, erreichbar.
4. Jede Frau, jeder Mann, jedes Kind, jeder alte Mensch muss in jeder Situation auf diese Garantien zählen können. Und es ist die Pflicht jedes Staats, sie voll Aufmerksamkeit auf das Wohlergehen seiner Bürger ohne Reserven zu unterschreiben und sich um ihre Anwendung zu kümmern. Das verlangt Hartnäckigkeit und Mithilfe. Die katholische Kirche versucht ebenfalls, auf diesem Gebiet ihren eigenen Beitrag zu leisten, indem sie dem Leben der Armen in allen Teilen des Planeten konstante Aufmerksamkeit zukommen lässt; auf dieser Linie bewegt sich auch das aktive Engagement des Heiligen Stuhls in den internationalen Organisationen und mit ihren zahlreichen Dokumenten und Erklärungen. Auf diese Weise soll dazu beigetragen werden, die Kriterien zu identifizieren und zu übernehmen, die die Entwicklung eines nachhaltigen internationalen Systems erfüllen muss. Es sind Kriterien, deren tragende Säulen in ethischer Hinsicht Wahrheit, Freiheit, Gerechtigkeit und Solidarität sind; im juridischen Bereich schließen diese Kriterien zugleich die Beziehung zwischen dem Recht auf Ernährung und dem Recht auf Leben und auf eine würdige Existenz ein, das Recht, vom Gesetz beschützt zu werden – was nicht immer so ganz der Realität der Hungernden entspricht – und die moralische Verpflichtung, den wirtschaftlichen Reichtum der Welt zu teilen.
Wenn man an das Prinzip der Einheit der Menschheitsfamilie, gegründet auf die Vaterschaft des Schöpfergottes, glaubt, und an die Brüderlichkeit der Menschen untereinander, dann kann keine Form politischen oder wirtschaftlichen Drucks, der sich der Verfügbarkeit von Nahrungsmitteln bedient, akzeptabel erscheinen. Politischen und wirtschaftlichen Druck: und da denke ich an unsere Schwester und Mutter Erde, dem Planten, wenn wir von politischen und wirtschaftlichen Zwängen frei sind, um die Erde zu bewahren und zu verhindern, dass sie sich selber zerstört. Wir haben Peru und Frankreich vor uns, zwei Konferenzen, die eine Herausforderung hervorbringen: den Planeten zu schützen. Ich erinnere mich an einem Satz, den ich vor Jahren von einem älteren Herrn gehört habe: „Gott vergibt immer, sei es die Beleidigungen, sei es die Missbräuche; Gott vergibt immer. Die Menschen vergeben manchmal. Die Erde vergibt nie! Es geht darum, die Schwester Erde zu bewahren, die Mutter Erde, damit sie nicht mit Zerstörung antwortet! Vor allem aber darf kein System der – tatsächlichen oder rechtlichen – Diskriminierung, verbunden mit der Möglichkeit des Zugangs zu den Nahrungsmittelmärkten, zum Modell für die internationalen Aktivitäten werden, die sich ein Ende des Hungers zum Ziel setzen.
Indem ich diese Überlegungen mit Ihnen teile, bitte ich den allmächtigen Gott, der reich an Barmherzigkeit ist, alle zu segnen, die sich mit ihrer jeweiligen Verantwortung in den Dienst der Hungernden stellen und die sich mit konkreten Gesten der Nähe um sie zu kümmern vermögen. Ich bete auch darum, dass die internationale Gemeinschaft den Ruf dieser Konferenz hören und ihn als Ausdruck des gemeinsamen Gewissens der Menschheit ansehen möge: den Hungernden zu essen geben, um das Leben auf dem Planeten zu retten. Danke.
[01861-05.02] [Originalsprache: Spanisch - Arbeitsübersetzung]
Traduzione in lingua portoghese
Senhor Presidente,
Senhoras e Senhores,
Com sentimento de respeito e apreço, apresento-me hoje aqui, na Segunda Conferência Internacional sobre Nutrição. Agradeço-lhe, senhor Presidente, a calorosa acolhida e as palavras de boas-vindas. Saúdo cordialmente o Diretor-Geral da FAO, o Prof. José Graziano da Silva, e a Diretora-Geral da OMS, a Dra. Margaret Chan, e alegra-me a sua decisão de reunir nesta Conferência representantes de Estados, instituições internacionais, organizações da sociedade civil, do mundo da agricultura e do setor privado, com a finalidade de estudar juntos as formas de intervenção para garantir a nutrição, assim como as mudanças necessárias que devem ser acrescentadas às estratégias atuais. A total unidade de propósitos e de obras, mas, sobretudo, o espírito de fraternidade, podem ser decisivos para soluções adequadas. A Igreja, como vocês sabem, sempre procura estar atenta e solícita em relação a tudo o que se refere ao bem-estar espiritual e material das pessoas, primeiramente das que vivem marginalizadas e estão excluídas, para que sua segurança e dignidade sejam garantidas.
1. Os destinos de cada nação estão mais do que nunca entrelaçados entre si, como os membros de uma mesma família, que dependem uns dos outros. Porém, vivemos numa época em que as relações entre as nações estão demasiadas danificadas pela suspeita recíproca, que às vezes se converte em formas de agressão bélica e econômica, mina a amizade entre irmãos e rechaça ou descarta quem já está excluído. Conhece bem esta realidade quem carece do pão cotidiano e de um trabalho decente. Esta é a situação do mundo, em que é preciso reconhecer os limites de visões baseadas na soberania de cada um dos Estados, entendida como absoluta, e nos interesses nacionais, condicionados frequentemente por poucos grupos de poder. Isso está bem explicitado na leitura da agenda de trabalho dos senhores, para elaborar novas normas e maiores compromissos para alimentar o mundo. Nesta perspectiva, espero que, na formulação desses compromissos, os Estados se inspirem na convicção de que o direito à alimentação só será garantido se nos preocuparmos com o sujeito real, ou seja, com a pessoa que sofre os efeitos da fome e da desnutrição.
Hoje em dia se fala muito em direitos, esquecendo com frequência os deveres; talvez nos preocupemos muito pouco com os que passam fome. Além disso, dói constatar que a luta contra a fome e a desnutrição é dificultada pela «prioridade do mercado» e pela «preeminência da ganância», que reduziram os alimentos a uma mercadoria qualquer, sujeita à especulação, inclusive financeira. E enquanto se fala de novos direitos, o faminto está aí, na esquina da rua, e pede um documento de identidade, ser considerado em sua condição, receber uma alimentação de base saudável. Pede-nos dignidade, não esmola.
2. Estes critérios não podem permanecer no limbo da teoria. Pessoas e povos exigem que a justiça seja colocada em prática; não apenas a justiça legal, mas também a contributiva e a distributiva. Por isso, os planos de desenvolvimento e de trabalho das organizações internacionais deveriam levar em consideração o desejo, tão comum em meio às pessoas comuns, de ver que se respeitam em todas as circunstâncias, os direitos fundamentais da pessoa humana e, no nosso caso, da pessoa faminta. Quando isso acontecer, as intervenções humanitárias, as operações urgentes de ajuda ou de desenvolvimento – verdadeiro e integral – terão maior impulso e darão os frutos desejados.
3. O interesse pela produção, a disponibilidade de alimentos e o acesso a eles, as mudanças climáticas, o comércio agrícola, devem certamente inspirar regras e medidas técnicas, mas a primeira preocupação deve ser a própria pessoa, aquelas que carecem de alimento cotidiano e que deixaram de pensar na vida, nas relações familiares e sociais e lutam apenas pela sobrevivência. O Santo Papa João Paulo II, na inauguração desta sala na Primeira Conferência sobre Nutrição, em 1992, alertou a comunidade internacional para o risco do "paradoxo da abundância": existe comida para todos, mas nem todos podem comer, enquanto o desperdício, o descarte, o consumo excessivo e o uso de alimentos para outros fins estão sob nossos olhos. Infelizmente, este "paradoxo" continua sendo actual. Poucos temas apresentam tantos sofismas como os que se relacionam à fome; e poucos assuntos são tão suscetíveis de ser manipulados por dados, estatísticas, exigências de segurança nacional, a corrupção ou lamentos melancólicos sobre a crise econômica. Este é o primeiro desafio a ser superado.
O segundo desafio que se deve enfrentar é a falta de solidariedade, uma palavra que temos a suspeita que inconscientemente queremos cancelar do dicionário. Nossas sociedades se caracterizam por um crescente individualismo e pela fragmentação; isto termina privando os mais frágeis de uma vida digna e provocando revoltas contra as instituições.
Quando falta a solidariedade em um país, todos ressentem. Com efeito, a solidariedade é a atitude que torna as pessoas capazes de ir ao encontro do próximo e fundar suas relações mútuas neste sentimento de fraternidade que vai além das diferenças e dos limites, e encoraja a procurarmos, juntos, o bem comum.
Se tomassem consciência de ser parte responsável do desígnio da Criação, os seres humanos seriam capazes de se respeitar reciprocamente, ao invés de combater entre si, danificando e empobrecendo o planeta. Também os Estados, concebidos como uma comunidade de pessoas e de povos, se fossem exortados a atuar de comum acordo, estariam dispostos a ajudar-se uns aos outros, mediante princípios e normas que o direito internacional coloca à sua disposição. Uma fonte inesgotável de inspiração é a lei natural, inscrita no coração humano, que fala uma linguagem que todos podem entender: amor, justiça, paz, elementos inseparáveis entre si. Como as pessoas, também os Estados e as instituições internacionais são chamadas a acolher e cultivar estes valores: amor, justiça, paz. E fazê-lo, em um espírito de diálogo e escuta recíproca. Deste modo, o objetivo de nutrir a família humana se torna factível.
4. Cada mulher, homem, criança, idoso, deve poder contar em todas as partes com estas garantias. E é dever de todo Estado, atento ao bem-estar de seus cidadãos, subscrevê-las sem reservas, e preocupar-se com a sua aplicação. Isto requer perseverança e apoio. A Igreja Católica procura oferecer também neste campo sua contribuição, através de uma atenção constante à vida dos pobres em todos os lugares do planeta; nesta mesma linha se insere o envolvimento ativo da Santa Sé nas organizações internacionais e com seus múltiplos documentos e declarações. Pretende-se deste modo contribuir para identificar e assumir os critérios que o desenvolvimento de um sistema internacional equânime deve cumprir. São critérios que, no plano ético, se baseiam em pilares como a verdade, a liberdade, a justiça e a solidaridade; ao mesmo tempo, no campo jurídico, estes mesmos critérios incluem a relação entre o direito à alimentação e o direito à vida e a uma existência digna, o direito a ser protegidos pela lei, nem sempre próxima à realidade de quem passa fome, e a obrigação moral de partilhar a riqueza econômica do mundo.
Se se crê no princípio da unidade da familia humana, fundado na paternidade de Deus Criador, e na fraternidade dos seres humanos, nenhuma forma de pressão política ou econômica que se sirva da disponibilidade de alimentos pode ser aceitável. A pressão política e econômica, aqui eu penso em nossa irmã e Mãe Terra, no planeta, se estamos livres de pressões políticas e econômicas para cuidá-lo, para evitar que se autodestrua. Teremos mais adiante, Peru e França duas conferências que nos desafiam, cuidar do planeta. Recordo-me de uma frase que ouvi de um idoso há muitos anos, Deus sempre perdoa... as ofensas, os maus-tratos, Deus sempre perdoa, os homens às vezes, a terra não perdoa nunca. Cuidar da irmã da Terra, da Mãe Terra para não responda com a destruição. Mas, acima de tudo, nenhum sistema de discriminação, de fato ou de direito, vinculado à capacidade de acesso ao mercado dos alimentos, deve ser tomado como modelo das ações internacionais que se propõem a eliminar a fome.
Ao compartilhar estas reflexões com os senhores, peço ao Todo Poderoso, ao Deus rico em misericórdia, que abençoe todos aqueles que, com diferentes responsabilidades, se colocam a serviço dos que passam fome e sabem atendê-los com gestos concretos de proximidade. Peço também para que a comunidade internacional saiba escutar o chamado desta Conferência e o considere uma expressão da comum consciência da humanidade: dar de comer aos famintos para salvar a vida no planeta. Obrigado.
[01861-06.02] [Texto original: Espanhol - Tradução não oficial]
Saluto del Santo Padre al Personale della FAO
Terminato il discorso, il Santo Padre Francesco ha lasciato la Sala Plenaria e nella "Green Room" del Palazzo ha incontrato il Personale della FAO. Di seguito riportiamo il testo del saluto che il Papa ha rivolto ai presenti:
Cari fratelli e sorelle,
sono lieto di incontrarmi con voi, che svolgete la vostra opera al servizio della FAO, questa importante Organizzazione delle Nazioni Unite. Vi saluto tutti con affetto ed auguro a ciascuno di vivere in armonia con quanti vi sono accanto in famiglia, e in ogni ambito in cui si svolge la vostra vita quotidiana. Mediante il vostro lavoro, spesso nascosto ma prezioso, voi venite a contatto con i vari eventi ordinari e straordinari finalizzati alla promozione delle politiche produttive nel settore agricolo e alla lotta alla malnutrizione. In particolare, avete la possibilità di accostare le problematiche e le sofferenze di quelle popolazioni che hanno il diritto di veder migliorare le loro condizioni di vita.
Vi ringrazio per il vostro servizio in questa realtà internazionale, che si pone l’obiettivo di ridurre la fame cronica e sviluppare in tutto il mondo i settori dell’alimentazione e dell’agricoltura. So che avete uno spirito di solidarietà e di comprensione verso tutti e che sapete andare oltre le carte, per scorgere al di là di ogni pratica i volti spenti e le situazioni drammatiche di persone provate dalla fame e dalla sete. L’acqua non è gratis, come tante volte pensiamo. Sarà il grave problema che può portarci ad una guerra. In ogni ambiente pubblico e istituzionale, soprattutto nel vostro, c’è tanto bisogno di persone che si distinguano non soltanto per la professionalità, ma anche per un senso spiccato di umanità, di comprensione e di amore. Vi invito ad essere premurosi e solidali verso i più deboli, sull’esempio di Gesù che si è caricato delle sofferenze e dei mali dell’umanità, a non scoraggiarvi di fronte alle difficoltà, e ad essere sempre pronti a sostenervi gli uni gli altri e così guardare al futuro con speranza. Il vostro lavoro nascosto guarda alle persone - uomini, donne, bambini, nonni, nonne – persone affamate. E, come ho detto recentemente, queste persone non ci chiedono altro che dignità. Ci chiedono dignità, non elemosina! Questo è il vostro lavoro: aiutare perché arrivi loro la dignità. Vi assicuro la mia preghiera e chiedo a ciascuno di voi di pregare per me e per il mio servizio. Grazie!
[01863-01.01] [Testo originale: Italiano]
Al termine, verso le 11.30, congedatosi dalle personalità che lo avevano accolto all’arrivo, il Papa ha lasciato la sede della FAO ed è rientrato in Vaticano.
[B0864-XX.03]