Messaggio del Santo Padre
Traduzione in lingua italiana
In occasione della Giornata Mondiale dell’Alimentazione, che quest’anno ha per tema Agricoltura familiare: "Nutrire il mondo, preservare il pianeta", il Santo Padre Francesco ha inviato al Direttore Generale dell’Organizzazione delle Nazioni Unite per l’Alimentazione e l’Agricoltura (F.A.O.), Signor José Graziano da Silva, il messaggio che riportiamo di seguito:
Messaggio del Santo Padre
Al Señor José Graziano da Silva
Director general de la FAO
1. Un año más, la Jornada Mundial de la Alimentación se hace eco del grito de tantos hermanos y hermanas nuestros que en diversas partes del mundo no tienen el pan de cada día. Por otra parte, nos hace pensar en la enorme cantidad de alimentos que se desperdician, en los productos que se destruyen, en la especulación con los precios en nombre del dios beneficio. Es una de las paradojas más dramáticas de nuestro tiempo, a la que asistimos con impotencia, pero a menudo también con indiferencia, «incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, [...] como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe» (Evangelii Gaudium, 54).
A pesar de los avances que se están realizando en muchos países, los últimos datos siguen presentando aún una situación inquietante, a la que ha contribuido la disminución general de la ayuda pública al desarrollo. Pero más allá de los datos, hay un aspecto importante del problema que no ha recibido todavía la debida consideración en las políticas y planes de acción: quienes sufren la inseguridad alimentaria y la desnutrición son personas y no números, y precisamente por su dignidad de personas, están por encima de cualquier cálculo o proyecto económico.
También el tema propuesto por la FAO para la presente Jornada –Agricultura familiar: Alimentar al mundo, cuidar el planeta– pone de relieve la necesidad de partir de las personas, como individuos o como grupos, a la hora de proponer nuevas formas y modos de gestión de los diferentes aspectos de la alimentación. En concreto, es necesario reconocer cada vez más el papel de la familia rural y desarrollar todas sus potencialidades. Este año dedicado a la agricultura familiar, que ahora concluye, ha servido para constatar de nuevo que la familia rural puede responder a la falta de alimentos sin destruir los recursos de la creación. Pero, para ello, hemos de estar atentos a sus necesidades, no sólo técnicas, sino también humanas, espirituales, sociales y, por otra parte, tenemos que aprender de su experiencia, de su capacidad de trabajo y, sobre todo, de ese vínculo de amor, solidaridad y generosidad, que hay entre sus miembros y que está llamado a convertirse en un modelo para la vida social.
La familia, de hecho, favorece el diálogo entre diversas generaciones y pone las bases para una verdadera integración social, además de representar esa deseada sinergia entre trabajo agrícola y sostenibilidad: ¿quién se preocupa más que la familia rural por preservar la naturaleza para las próximas generaciones? ¿y a quién le interesa más que a ella la cohesión entre las personas y los grupos sociales? Ciertamente las normas y las iniciativas en favor de la familia, en el ámbito local, nacional e internacional, distan mucho de colmar sus exigencias reales y esto es un déficit que hay que atajar. Está muy bien que se hable de la familia rural y que se celebren años internacionales para recordar su importancia, pero no es suficiente: esas reflexiones tienen que dar paso a iniciativas concretas.
2. Defender a las comunidades rurales frente a las graves amenazas de la acción humana y de los desastres naturales no debería ser sólo una estrategia, sino una acción permanente que favorezca su participación en la toma de decisiones, que ponga a su alcance tecnologías apropiadas y extienda su uso, respetando siempre el medio ambiente. Actuar así puede modificar la forma de llevar a cabo la cooperación internacional y de ayudar a los que pasan hambre o sufren desnutrición.
Nunca como en este momento ha necesitado el mundo que las personas y las naciones se unan para superar las divisiones y los conflictos existentes, y sobre todo para buscar vías concretas de salida de una crisis que es global, pero cuyo peso soportan mayormente los pobres. Lo demuestra precisamente la inseguridad alimentaria: si bien es cierto que, en diversa medida, afecta a todos los países, la parte más débil de la población mundial recibe sus efectos antes y con más fuerza. Pensemos en los hombres y mujeres, de cualquier edad y condición, que son víctimas de sangrientos conflictos y de sus consecuencias de destrucción y de miseria, entre ellas, la falta de casa, de atención médica, de educación. Llegan incluso a perder toda esperanza de una vida digna. Para con ellos tenemos la obligación, en primer lugar, de ser solidarios y de compartir. Esta obligación no puede limitarse a la distribución de alimentos, que puede quedarse sólo en un gesto "técnico", más o menos eficaz, pero que se termina cuando se acaban los suministros destinados a tal fin.
Compartir, en cambio, quiere decir hacerse prójimo de todos los hombres, reconocer la común dignidad, estar atentos a sus necesidades y ayudarlos a remediarlas, con el mismo espíritu de amor que se vive en una familia. Ese mismo amor nos lleva a preservar la creación como el bien común más precioso del que depende, no un abstracto futuro del planeta, sino la vida de la familia humana, a la que le ha sido confiada. Este cuidado requiere una educación y una formación capaces de integrar las diversas visiones culturales, los usos, los modos de trabajo de cada lugar sin sustituirlos en nombre de una presunta superioridad cultural o técnica.
3. Para vencer el hambre no basta paliar las carencias de los más desafortunados o socorrer con ayudas y donativos a aquellos que viven situaciones de emergencia. Es necesario, además, cambiar el paradigma de las políticas de ayuda y de desarrollo, modificar las reglas internacionales en materia de producción y comercialización de los productos agrarios, garantizando a los países en los que la agricultura representa la base de su economía y supervivencia la autodeterminación de su mercado agrícola.
¿Hasta cuándo se seguirán defendiendo sistemas de producción y de consumo que excluyen a la mayor parte de la población mundial, incluso de las migajas que caen de las mesas de los ricos? Ha llegado el momento de pensar y decidir a partir de cada persona y comunidad, y no desde la situación de los mercados. En consecuencia, debería cambiar también el modo de entender el trabajo, los objetivos y la actividad económica, la producción alimentaria y la protección del ambiente. Quizás ésta es la única posibilidad de construir un auténtico futuro de paz, que hoy se ve amenazado también por la inseguridad alimentaria.
Este enfoque, que deja ver una nueva idea de cooperación, debería interesar e implicar a los Estados, a las instituciones y a las organizaciones de la sociedad civil, así como a las comunidades de creyentes que, con múltiples iniciativas, viven a menudo con los últimos y comparten las mismas situaciones y privaciones, frustraciones y esperanzas.
Por su parte, la Iglesia católica, a la vez que continúa su actividad caritativa en los diversos continentes, está dispuesta a ofrecer, iluminar y acompañar tanto la elaboración de políticas como su actuación concreta, consciente de que la fe se hace visible poniendo en práctica el proyecto de Dios para la familia humana y para el mundo, mediante una profunda y real fraternidad, que no es exclusiva de los cristianos, sino que incluye a todos los pueblos.
Que Dios Omnipotente bendiga a la FAO, a sus Estados miembros y a cuantos dan lo mejor de sí para alimentar al mundo y cuidar el planeta en beneficio de todos.
Vaticano, 16 de octubre de 2014
FRANCISCUS
[01627-04.01] [Texto original: Español]
Traduzione in lingua italiana
Al Prof. José Graziano da Silva
Direttore Generale della FAO
1. Anche quest’anno, la Giornata Mondiale dell’Alimentazione si fa eco del grido di tanti nostri fratelli e sorelle che in diverse parti del mondo mancano del cibo quotidiano. D’altra parte, essa ci fa riflettere sull’enorme quantità di alimenti sprecati, sui prodotti distrutti, sulle speculazioni sui prezzi in nome del dio profitto. È questo, uno dei paradossi più drammatici del nostro tempo al quale assistiamo con impotenza, ma spesso anche con indifferenza, "incapaci di provare compassione dinanzi al grido di dolore degli altri, [... ] come se tutto fosse una responsabilità a noi estranea che non ci compete" (Evangelii Gaudium, 54).
Nonostante i progressi che si stanno realizzando in molti Paesi, i dati recenti continuano ancora a presentare una situazione inquietante, alla quale ha contribuito la generale diminuzione dell’aiuto pubblico allo sviluppo. Ma volgendo lo sguardo oltre quei dati, si nota un aspetto del problema che non ha ancora ricevuto tutta la dovuta considerazione quando si formulano politiche e piani d’azione: coloro che soffrono dell’insicurezza alimentare e della malnutrizione sono persone e non numeri, e proprio per la loro dignità di persone vengono prima di ogni calcolo o progetto economico.
Anche il tema proposto dalla FAO per la presente Giornata – Agricoltura familiare: Nutrire il mondo, preservare il pianeta –mette in risalto la necessità di partire dalle persone, come individui o come gruppi, per proporre nuove forme e modi di gestione dei differenti aspetti della nutrizione. Nello specifico, occorre riconoscere sempre di più il ruolo della famiglia rurale e sviluppare tutte le sue potenzialità. Quest’anno dedicato all’agricoltura familiare, che ormai volge al termine, è servito a constatare ancora una volta che la famiglia rurale è in grado di rispondere alla domanda di alimenti senza distruggere le risorse della creazione. Ma, a tal fine, dobbiamo porre attenzione alle sue necessità, non solo tecniche, ma anche umane, spirituali, sociali e, d’altra parte, dobbiamo apprendere dalla sua esperienza, dalla sua capacità di lavoro, e soprattutto da quel legame d’amore, di solidarietà e di generosità che esiste tra i suoi membri e che è chiamato a diventare un modello per la vita sociale.
La famiglia, infatti, favorisce il dialogo tra le diverse generazioni e pone le basi per una vera integrazione sociale, oltre a rappresentare quella auspicata sinergia tra il lavoro agricolo e la sostenibilità: chi più della famiglia rurale è preoccupato di preservare la natura per le generazioni che verranno? E chi più di essa ha a cuore la coesione tra le persone e i gruppi sociali? Certo, le normative e le iniziative a favore della famiglia, a livello locale, nazionale e internazionale sono molto lontane dalle sue esigenze reali e questa è una lacuna da colmare. È importante che si parli di famiglia rurale e che si celebrino anni internazionali per ricordarne la sua rilevanza, ma ciò non è sufficiente: queste riflessioni devono essere seguite da iniziative concrete.
2. Difendere le comunità rurali di fronte alle gravi minacce determinate dall’azione umana o dai disastri naturali non deve essere solo una strategia, ma un’azione permanente mirata a favorire la sua partecipazione nella presa di decisioni, a rendere accessibili tecnologie appropriate e ad estendere il loro uso, sempre nel rispetto dell’ambiente naturale. Agire in questo modo può modificare la forma di effettuare la cooperazione internazionale e di aiutare gli affamati e i malnutriti.
Mai come in questo momento il mondo ha bisogno di unità tra le persone e tra le Nazioni per superare le divisioni esistenti e i conflitti in atto, e soprattutto per cercare concrete vie d’uscita da una crisi che è globale, ma il cui peso ricade maggiormente sui poveri. Lo dimostra proprio l’insicurezza alimentare: se è vero che interessa in diversa misura tutti i Paesi, nondimeno essa colpisce prima e più di altre la parte più debole della popolazione mondiale. Pensiamo agli uomini e alle donne, di ogni età e condizione, che sono vittime di sanguinosi conflitti e del loro seguito di distruzione e di miseria, tra cui la mancanza di una casa, di cure mediche e di educazione. Fino a perdere ogni speranza di una vita dignitosa. Verso di loro abbiamo degli obblighi, anzitutto di solidarietà e di condivisione. Questi obblighi non possono limitarsi alla distribuzione di alimenti, che può rimanere solo un gesto "tecnico", più o meno efficace, ma che termina quando finisce ciò che è destinato a tal fine.
Condividere, invece, vuol dire farsi prossimo di tutti gli esseri umani, riconoscerne la comune dignità, capirne le necessità e sostenerli nel porvi rimedio, con lo stesso spirito di amore che si vive in famiglia. Questo stesso amore ci porta a preservare il creato come il bene comune più prezioso da cui dipende non un astratto futuro del pianeta ma la vita della famiglia umana a cui è stato affidato. Questa attenzione richiede un’educazione e una formazione capaci di integrare i diversi approcci culturali, le usanze, le modalità lavorative locali senza sostituirle in nome di una presunta superiorità culturale o tecnica.
3. Per sconfiggere la fame non basta superare le carenze di chi è più sfortunato o assistere con aiuti e donativi coloro che vivono situazioni di emergenza. Bisogna piuttosto cambiare il paradigma delle politiche di aiuto e di sviluppo, modificare le regole internazionali in materia di produzione e commercio dei prodotti agricoli, garantendo ai Paesi in cui l’agricoltura rappresenta la base dell’economia e della sopravvivenza un’autodeterminazione del proprio mercato agricolo.
Fino a quando si continuerà a difendere sistemi di produzione e di consumo che escludono la maggior parte della popolazione mondiale anche dalle briciole che cadono dalle mense dei ricchi? E’ arrivato il tempo di pensare e decidere partendo da ogni persona e comunità e non dall’andamento dei mercati. Per conseguenza, dovrebbe cambiare anche il modo di intendere il lavoro, gli obiettivi e l’attività economica, la produzione alimentare e la protezione dell’ambiente. Questa è forse l’unica possibilità per costruire un autentico futuro di pace, oggi minacciato pure dall’insicurezza alimentare.
Questo approccio, che lascia intravedere una nuova idea di cooperazione, dovrebbe interessare e coinvolgere gli Stati, le Istituzioni internazionali e le organizzazioni della società civile come pure le comunità di credenti che, con le loro molteplici opere, vivono insieme con gli ultimi e ne condividono le stesse situazioni e necessità, le frustrazioni e le speranze.
Da parte sua la Chiesa cattolica, mentre prosegue la sua attività caritativa nei diversi continenti, rimane disponibile ad offrire, illuminare e accompagnare sia l’elaborazione delle politiche sia la loro attuazione concreta, consapevole che la fede si rende visibile mettendo in pratica il progetto di Dio sulla famiglia umana e sul mondo attraverso quella profonda e reale fraternità che non è esclusiva dei cristiani, ma include tutti i popoli.
Possa l’Onnipotente benedire la FAO, i suoi Stati membri e quanti danno il meglio di sé per nutrire il mondo e preservare il pianeta a beneficio di tutti.
Dal Vaticano, 16 ottobre 2014
FRANCISCUS
[01627-01.01] [Testo originale: Spagnolo]