Udienza ai Membri del Consiglio dei Capi Esecutivi per il Coordinamento delle Nazioni Unite
Testo in lingua spagnola
Testo in lingua inglese
Testo in lingua italiana
Alle ore 11 di questa mattina, nella Sala del Concistoro del Palazzo Apostolico, il Santo Padre Francesco ha ricevuto in Udienza i Membri del Consiglio dei Capi Esecutivi per il Coordinamento delle Nazioni Unite [UN System Chief Executives Board for Coordination (JJE/CEB)] riuniti a Roma per l’incontro semestrale di coordinamento strategico.
Pubblichiamo di seguito il discorso che il Papa ha rivolto al Segretario Generale delle Nazioni Unite, Ban Ki-moon e agli alti Dirigenti presenti all’incontro:
Testo in lingua spagnola
Señor Secretario General,
Señoras y Señores,
Tengo el agrado de recibirles, Señor Secretario General y altos ejecutivos de los organismos, fondos y programas de las Naciones Unidas y de las Organizaciones especializadas, reunidos en Roma para el encuentro semestral de coordinación estratégica de la Junta de los jefes ejecutivos del sistema de las Naciones Unidas.
No deja de ser significativo que este encuentro se realice pocos días después de la solemne canonización de mis predecesores, los Papas santos Juan XXIII y Juan Pablo II. Ellos nos inspiran con su pasión por el desarrollo integral de la persona humana y por el entendimiento entre los pueblos, concretado también en las muchas visitas de Juan Pablo II a las Organizaciones de Roma y en sus viajes a Nueva York, Ginebra, Viena, Nairobi, París y La Haya.
Gracias, Señor Secretario General, por sus cordiales palabras de presentación. Gracias a todos ustedes, que son los principales responsables del sistema internacional, por los grandes esfuerzos realizados por la paz mundial y por el respeto de la dignidad humana, por la protección de las personas, especialmente de los más pobres o débiles, y por el desarrollo económico y social armonioso.
Los resultados de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, especialmente en términos de educación y disminución de la pobreza extrema, son también una confirmación de la validez del trabajo de coordinación de esta Junta de jefes ejecutivos, pero no se debe perder de vista, en el mismo tiempo, que los pueblos merecen y esperan frutos aún mayores.
Es propio de la función directiva no conformarse nunca con los resultados obtenidos sino empeñarse cada vez más, porque lo conseguido solo se asegura buscando obtener lo que aún falta. Y, en el caso de la organización política y económica mundial, lo que falta es mucho, ya que una parte importante de la humanidad continúa excluída de los beneficios del progreso y relegada, de hecho, a seres de segunda categoría. Los futuros Objetivos de Desarrollo Sostenible, por tanto, deben ser formulados y ejecutados con magnanimidad y valentía, de modo que efectivamente lleguen a incidir sobre las causas estructurales de la pobreza y del hambre, consigan mejoras sustanciales en materia de preservación del ambiente, garanticen un trabajo decente y útil para todos y den una protección adecuada a la familia, elemento esencial de cualquier desarrollo económico y social sostenibles. Se trata, en particular, de desafiar todas las formas de injusticia, oponiéndose a la "economía de la exclusión", a la "cultura del descarte" y a la "cultura de la muerte", que, por desgracia, podrían llegar a convertirse en una mentalidad pasivamente aceptada .
Por esta razón, a ustedes, que representan las más altas instancias de cooperación mundial, quisiera recordarles un episodio de hace 2000 años contado por el Evangelio de san Lucas (19,1-10): el encuentro de Jesucristo con el rico publicano Zaqueo, que tomó una decisión radical de condivisión y de justicia cuando su conciencia fue despertada por la mirada de Jesús. Este es el espíritu que debería estar en el origen y en el fin de toda acción política y económica. La mirada, muchas veces sin voz, de esa parte de la humanidad descartada, dejada atrás, tiene que remover la conciencia de los operadores políticos y económicos y llevarles a decisiones magnánimas y valientes, que tengan resultados inmediatos, como aquella decisión de Zaqueo. Guía este espíritu de solidaridad y condivisión todos nuestros pensamientos y acciones? Me pregunto.
Hoy, en concreto, la conciencia de la dignidad de cada hermano, cuya vida es sagrada e inviolable desde su concepción hasta el fin natural, debe llevarnos a compartir, con gratuidad total, los bienes que la providencia divina ha puesto en nuestras manos, tanto las riquezas materiales como las de la inteligencia y del espíritu, y a restituir con generosidad y abundancia lo que injustamente podemos haber antes negado a los demás.
El episodio de Jesucristo y de Zaqueo nos enseña que por encima de los sistemas y teorías económicas y sociales, se debe promover siempre una apertura generosa, eficaz y concreta a las necesidades de los demás. Jesús no pide a Zaqueo que cambie de trabajo ni denuncia su actividad comercial, solo lo mueve a poner todo, libremente, pero inmediatamente y sin discusiones, al servicio de los hombres. Por eso, me atrevo a afirmar, siguiendo a mis predecesores (cfr Juan Pablo II, Enc. Sollicitudo rei socialis, 42-43; Enc. Centesimus annus, 43; Benedicto XVI, Enc. Caritas in veritate, 6; 24-40), que el progreso económico y social equitativo solo se puede obtener uniendo las capacidades científicas y técnicas con un empeño solidario constante, acompañado de una gratuidad generosa y desinteresada a todos los niveles. A este desarrollo equitativo contribuirán así tanto la acción internacional encaminada a conseguir un desarrollo humano integral en favor de todos los habitantes del planeta, como la legítima redistribución de los beneficios económicos por parte del Estado y la también indispensable colaboración de la actividad económica privada y de la sociedad civil.
Por eso, mientras les aliento a continuar en este trabajo de coordinación de la actividad de los Organismos internacionales, que es un servicio a todos los hombres, les invito a promover juntos una verdadera movilización ética mundial que, más allá de cualquier diferencia de credo o de opiniones políticas, difunda y aplique un ideal común de fraternidad y solidaridad, especialmente con los más pobres y excluidos.
Invocando la guía divina sobre los trabajos de vuestra Junta, pido también una especial bendición de Dios para Usted, Señor Secretario General, para todos los Presidentes, Directores y Secretarios Generales aquí reunidos, y para todo el personal de las Naciones Unidas y demás Agencias y Organismos internacionales y sus respectivas familias. Muchas gracias.
[00735-04.02] [Texto original: Español]
Testo in lingua inglese
Mr Secretary General,
Ladies and Gentlemen,
I am pleased to welcome you, Mr Secretary-General and the leading executive officers of the Agencies, Funds and Programmes of the United Nations and specialized Organizations, as you gather in Rome for the biannual meeting for strategic coordination of the United Nations System Chief Executives Board.
It is significant that today’s meeting takes place shortly after the solemn canonization of my predecessors, Popes John XXIII and John Paul II. The new saints inspire us by their passionate concern for integral human development and for understanding between peoples. This concern was concretely expressed by the numerous visits of John Paul II to the Organizations headquartered in Rome and by his travels to New York, Geneva, Vienna, Nairobi, Paris and The Hague.
I thank you, Mr Secretary-General, for your cordial words of introduction. I thank all of you, who are primarily responsible for the international system, for the great efforts being made to ensure world peace, respect for human dignity, the protection of persons, especially the poorest and most vulnerable, and harmonious economic and social development.
The results of the Millennium Development Goals, especially in terms of education and the decrease in extreme poverty, confirm the value of the work of coordination carried out by this Chief Executives Board. At the same time, it must be kept in mind that the world’s peoples deserve and expect even greater results.
An essential principle of management is the refusal to be satisfied with current results and to press forward, in the conviction that those gains are only consolidated by working to achieve even more. In the case of global political and economic organization, much more needs to be achieved, since an important part of humanity does not share in the benefits of progress and is in fact relegated to the status of second-class citizens. Future Sustainable Development Goals must therefore be formulated and carried out with generosity and courage, so that they can have a real impact on the structural causes of poverty and hunger, attain more substantial results in protecting the environment, ensure dignified and productive labor for all, and provide appropriate protection for the family, which is an essential element in sustainable human and social development. Specifically, this involves challenging all forms of injustice and resisting the "economy of exclusion", the "throwaway culture" and the "culture of death" which nowadays sadly risk becoming passively accepted.
With this in mind, I would like to remind you, as representatives of the chief agencies of global cooperation, of an incident which took place two thousand years ago and is recounted in the Gospel of Saint Luke (19:1-10). It is the encounter between Jesus Christ and the rich tax collector Zacchaeus, as a result of which Zacchaeus made a radical decision of sharing and justice, because his conscience had been awakened by the gaze of Jesus. This same spirit should be at the beginning and end of all political and economic activity. The gaze, often silent, of that part of the human family which is cast off, left behind, ought to awaken the conscience of political and economic agents and lead them to generous and courageous decisions with immediate results, like the decision of Zacchaeus. Does this spirit of solidarity and sharing guide all our thoughts and actions, I ask myself?
Today, in concrete terms, an awareness of the dignity of each of our brothers and sisters whose life is sacred and inviolable from conception to natural death must lead us to share with complete freedom the goods which God’s providence has placed in our hands, material goods but also intellectual and spiritual ones, and to give back generously and lavishly whatever we may have earlier unjustly refused to others.
The account of Jesus and Zacchaeus teaches us that above and beyond economic and social systems and theories, there will always be a need to promote generous, effective and practical openness to the needs of others. Jesus does not ask Zacchaeus to change jobs nor does he condemn his financial activity; he simply inspires him to put everything, freely yet immediately and indisputably, at the service of others. Consequently, I do not hesitate to state, as did my predecessors (cf. JOHN PAUL II, Sollicitudo Rei Socialis, 42-43; Centesimus Annus, 43; BENEDICT XVI, Caritas in Veritate, 6; 24-40), that equitable economic and social progress can only be attained by joining scientific and technical abilities with an unfailing commitment to solidarity accompanied by a generous and disinterested spirit of gratuitousness at every level. A contribution to this equitable development will also be made both by international activity aimed at the integral human development of all the world’s peoples and by the legitimate redistribution of economic benefits by the State, as well as indispensable cooperation between the private sector and civil society.
Consequently, while encouraging you in your continuing efforts to coordinate the activity of the international agencies, which represents a service to all humanity, I urge you to work together in promoting a true, worldwide ethical mobilization which, beyond all differences of religious or political convictions, will spread and put into practice a shared ideal of fraternity and solidarity, especially with regard to the poorest and those most excluded.
Invoking divine guidance on the work of your Board, I also implore God’s special blessing for you, Mr Secretary-General, for the Presidents, Directors and Secretaries General present among us, and for all the personnel of the United Nations and the other international Agencies and Bodies, and their respective families. Thank you very much.
[00735-02.02] [Original text: English]
Testo in lingua italiana
Signor Segretario Generale,
Signore e Signori,
Ho il piacere di darvi il benvenuto, Signor Segretario generale e alti dirigenti degli Organismi, dei Fondi e dei Programmi dell’ONU e delle Organizzazioni specializzate, riuniti a Roma per l’incontro semestrale di coordinamento strategico del "Consiglio dei Capi Esecutivi del sistema delle Nazioni Unite".
E’ significativo che questo incontro si realizzi pochi giorni dopo la solenne canonizzazione dei miei predecessori, i Papi San Giovanni XXIII e San Giovanni Paolo II. Essi ci ispirano con la loro passione verso lo sviluppo integrale della persona umana e verso la comprensione tra i popoli, evidenziata anche attraverso le molte visite di Giovanni Paolo II alle Organizzazioni di Roma e i suoi viaggi a New York, Ginevra, Vienna, Nairobi, Parigi e L’Aia.
Grazie, Signor Segretario generale, per le sue cordiali parole di presentazione. Grazie a tutti voi, che siete i principali responsabili del sistema internazionale, per i grandi sforzi realizzati a favore della pace mondiale e del rispetto della dignità umana, della protezione della persona, specialmente dei più poveri o più deboli, e dello sviluppo economico e sociale armonioso.
I risultati degli Obiettivi di Sviluppo del Millennio, specialmente nel campo dell’educazione e della diminuzione della povertà estrema, rappresentano anche una conferma della validità del lavoro di coordinamento di questo Consiglio di Capi Esecutivi. Non si deve, tuttavia, perdere di vista - al tempo stesso - che i popoli meritano e sperano frutti ancor migliori.
E’ proprio della funzione direttiva non conformarsi mai ai risultati acquisiti, ma impegnarsi ogni volta di più, poiché ciò che è stato conseguito si assicura soltanto cercando di ottenere ciò che ancora manca. Nel caso dell’organizzazione politica ed economica mondiale, quello che manca è molto, visto che una parte importante dell’umanità continua ad essere esclusa dai benefici del progresso e, di fatto, relegata a esseri umani di seconda categoria. I futuri Obiettivi dello sviluppo sostenibile dovrebbero, quindi, essere formulati con generosità e coraggio, affinché arrivino effettivamente a incidere sulle cause strutturali della povertà e della fame, a conseguire ulteriori risultati sostanziali a favore della preservazione dell’ambiente, a garantire un lavoro decente per tutti e a dare una protezione adeguata alla famiglia, elemento essenziale di qualsiasi sviluppo economico e sociale sostenibile. Si tratta, in particolare, di sfidare tutte le forme di ingiustizia, opponendosi alla "economia dell’esclusione", alla "cultura dello scarto" e alla "cultura della morte", che, purtroppo, potrebbero arrivare a diventare una mentalità accettata passivamente.
Per questa ragione, a voi, che rappresentate le più alte istanze della cooperazione mondiale, vorrei ricordare un episodio di circa 2000 anni fa, raccontato nel Vangelo di San Luca:1 l’incontro di Gesù Cristo con il ricco pubblicano Zaccheo, che prese una decisione radicale di condivisione e di giustizia quando la sua coscienza è stata risvegliata dallo sguardo di Gesù. Questo è lo spirito che dovrebbe essere all’origine e al termine di ogni azione politica ed economica. Lo sguardo, spesso senza voce, di quella parte di umanità scartata, lasciata alle spalle, deve smuovere la coscienza degli operatori politici ed economici e portare a scelte generose e coraggiose, che abbiano risultati immediati, come quella decisione di Zaccheo. Questo spirito di solidarietà e di condivisione guida tutti i nostri pensieri e tutte le nostre azioni? Mi domando.
Oggi, in particolare, la coscienza della dignità di ogni fratello, la cui vita è sacra e inviolabile dal suo concepimento alla fine naturale, deve portarci a condividere, con totale gratuità, i beni che la provvidenza ha posto nelle nostre mani, siano essi ricchezze materiali che opere di intelligenza e di spirito, e a restituire con generosità e abbondanza ciò che ingiustamente possiamo aver negato agli altri.
L’episodio di Gesù Cristo e Zaccheo ci insegna che la promozione di un’apertura generosa, efficace e concreta alle necessità degli altri deve essere sempre al di sopra dei sistemi e delle teorie economiche e sociali. Gesù non chiede a Zaccheo di cambiare il proprio lavoro, né di denunciare la propria attività commerciale; lo induce solo a porre tutto, liberamente ma immediatamente e senza discussione, al servizio degli uomini. Tutto ciò mi permette di affermare, seguendo i miei predecessori,2 che il progresso economico e sociale equo si può ottenere solo congiungendo le capacità scientifiche e tecniche a un impegno di solidarietà costante, accompagnato da una gratuità generosa e disinteressata a tutti i livelli. A questo sviluppo equo contribuiranno, pertanto, sia l’azione internazionale, impegnata a conseguire uno sviluppo umano integrale a favore di tutti gli abitanti del pianeta, sia la legittima redistribuzione dei benefici economici da parte dello Stato, sia l’indispensabile collaborazione dell’attività economica privata e della società civile.
Così, mentre vi incoraggio a proseguire in questo lavoro di coordinamento delle attività degli Organismi internazionali, che è un servizio a tutti gli uomini, vi invito a promuovere insieme una vera mobilitazione etica mondiale che, al di là di ogni differenza di credo o di opinione politica, diffonda e applichi un ideale comune di fraternità e di solidarietà, specialmente verso i più poveri e gli esclusi.
Invocando la guida divina sul lavoro del vostro Consiglio, chiedo anche una benedizione speciale di Dio per Lei, Signor Segretario generale, per tutti i Presidenti, i Direttori e i Segretari generali qui riuniti e per tutto il personale delle Nazioni Unite e delle altre Agenzie e Organizzazioni internazionali insieme alle loro rispettive famiglie. Tante grazie.
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1 Luca, 19, 1-10.
2 Cf. Benedetto XVI, Caritas in veritate, 6, 24-40, etc.; San Giovanni Paolo II, Sollicitudo rei socialis, 42-43 e Centesimus annus, 43.
[00735-01.02] [Testo originale: Italiano]
[B0333-XX.03]