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VIAGGIO APOSTOLICO DI SUA SANTITÀ FRANCESCO A RIO DE JANEIRO (BRASILE) IN OCCASIONE DELLA XXVIII GIORNATA MONDIALE DELLA GIOVENTÙ (22-29 LUGLIO 2013) (XIV), 27.07.2013


VIAGGIO APOSTOLICO DI SUA SANTITÀ FRANCESCO A RIO DE JANEIRO (BRASILE) IN OCCASIONE DELLA XXVIII GIORNATA MONDIALE DELLA GIOVENTÙ (22-29 LUGLIO 2013) (XIV)

INCONTRO E PRANZO CON L’EPISCOPATO BRASILIANO PRESSO L’ARCIVESCOVADO DI RIO DE JANEIRO

VISITA ALLA RÁDIO CATEDRAL DELL’ARCIDIOCESI DI RIO DE JANEIRO

INCONTRO E PRANZO CON L’EPISCOPATO BRASILIANO PRESSO L’ARCIVESCOVADO DI RIO DE JANEIRO

 DISCORSO DEL SANTO PADRE

 TRADUZIONE IN LINGUA PORTOGHESE

 TRADUZIONE IN LINGUA SPAGNOLA

 TRADUZIONE IN LINGUA ITALIANA

 TRADUZIONE IN LINGUA INGLESE

 TRADUZIONE IN LINGUA FRANCESE

 TRADUZIONE IN LINGUA TEDESCA 

 TRADUZIONE IN LINGUA POLACCA 

Alle ore 13 di oggi, nell’edificio João Paulo II presso l’Arcivescovado di Rio de Janeiro, il Santo Padre Francesco ha incontrato i Cardinali del Brasile, la Presidenza della Conferenza Episcopale del Brasile (C.N.B.B.) e i Presuli brasiliani, e pranzato con loro.
L’incontro si è aperto con il saluto del Presidente della C.N.B.B., Card. Raymundo Damasceno Assis, Arcivescovo di Aparecida.
Quindi il Santo Padre ha pronunciato il discorso che riportiamo di seguito:

 DISCORSO DEL SANTO PADRE

Queridos Irmãos!

Como é bom e agradável encontrar-me aqui com vocês, Bispos do Brasil! Obrigado por terem vindo, e permitam que lhes fale como amigos, pelo que prefiro usar o castelhano, para poder expressar melhor aquilo que levo no coração. Peço-lhes que me perdoem!

[en español]

Estamos reunidos aquí, un poco apartados, en este lugar preparado por nuestro hermano Dom Orani, para estar solos y poder hablar de corazón a corazón, como pastores a los que Dios ha confiado su rebaño. En las calles de Río, jóvenes de todo el mundo y muchas otras multitudes nos esperan, necesitados de ser alcanzados por la mirada misericordiosa de Cristo, el Buen Pastor, al que estamos llamados a hacer presente. Gustemos, pues, este momento de descanso, de compartir, de verdadera fraternidad.

Deseo abrazar a todos y a cada uno, comenzando por el Presidente de la Conferencia Episcopal y el Arzobispo de Río de Janeiro, y especialmente a los obispos eméritos.

Más que un discurso formal, quisiera compartir con ustedes algunas reflexiones.

La primera me ha venido otra vez a la mente cuando he visitado el santuario de Aparecida. Allí, a los pies de la imagen de la Inmaculada Concepción, he rezado por Ustedes, por sus Iglesias, por los sacerdotes, religiosos y religiosas, por los seminaristas, por los laicos y sus familias y, en particular, por los jóvenes y los ancianos; ambos son la esperanza de un pueblo: los jóvenes, porque llevan la fuerza, la ilusión, la esperanza del futuro; los ancianos, porque son la memoria, la sabiduría de un pueblo.1

1. Aparecida: clave de lectura para la misión de la Iglesia

En Aparecida, Dios ha ofrecido su propia Madre al Brasil. Pero Dios ha dado también en Aparecida una lección sobre sí mismo, sobre su forma de ser y de actuar. Una lección de esa humildad que pertenece a Dios como un rasgo esencial, y que está en el adn de Dios. En Aparecida hay algo perenne que aprender sobre Dios y sobre la Iglesia; una enseñanza que ni la Iglesia en Brasil, ni Brasil mismo deben olvidar.

En el origen del evento de Aparecida está la búsqueda de unos pobres pescadores. Mucha hambre y pocos recursos. La gente siempre necesita pan. Los hombres comienzan siempre por sus necesidades, también hoy.

Tienen una barca frágil, inadecuada; tienen redes viejas, tal vez también deterioradas, insuficientes.

En primer lugar aparece el esfuerzo, quizás el cansancio de la pesca, y, sin embargo, el resultado es escaso: un revés, un fracaso. A pesar del sacrificio, las redes están vacías.

Después, cuando Dios quiere, él mismo aparece en su misterio. Las aguas son profundas y, sin embargo, siempre esconden la posibilidad de Dios; y él llegó por sorpresa, quizás cuando ya no se lo esperaba. Siempre se pone a prueba la paciencia de los que le esperan. Y Dios llegó de un modo nuevo, porque siempre Dios es sorpresa: una imagen de frágil arcilla, ennegrecida por las aguas del río, y también envejecida por el tiempo. Dios aparece siempre con aspecto de pequeñez.

Así apareció entonces la imagen de la Inmaculada Concepción. Primero el cuerpo, luego la cabeza, después cuerpo y cabeza juntos: unidad. Lo que estaba separado recobra la unidad. El Brasil colonial estaba dividido por el vergonzoso muro de la esclavitud. La Virgen de Aparecida se presenta con el rostro negro, primero dividida y después unida en manos de los pescadores.

Hay aquí una enseñanza que Dios nos quiere ofrecer. Su belleza reflejada en la Madre, concebida sin pecado original, emerge de la oscuridad del río. En Aparecida, desde el principio, Dios nos da un mensaje de recomposición de lo que está separado, de reunión de lo que está dividido. Los muros, barrancos y distancias, que también hoy existen, están destinados a desaparecer. La Iglesia no puede desatender esta lección: ser instrumento de reconciliación.

Los pescadores no desprecian el misterio encontrado en el río, aun cuando es un misterio que aparece incompleto. No tiran las partes del misterio. Esperan la plenitud. Y ésta no tarda en llegar. Hay algo sabio que hemos de aprender. Hay piezas de un misterio, como partes de un mosaico, que vamos encontrando. Nosotros queremos ver el todo con demasiada prisa, mientras que Dios se hace ver poco a poco. También la Iglesia debe aprender esta espera.

Después, los pescadores llevan a casa el misterio. La gente sencilla siempre tiene espacio para albergar el misterio. Tal vez hemos reducido nuestro hablar del misterio a una explicación racional; pero en la gente, el misterio entra por el corazón. En la casa de los pobres, Dios siempre encuentra sitio.

Los pescadores «agasalham»: arropan el misterio de la Virgen que han pescado, como si tuviera frío y necesitara calor. Dios pide que se le resguarde en la parte más cálida de nosotros mismos: el corazón. Después será Dios quien irradie el calor que necesitamos, pero primero entra con la astucia de quien mendiga. Los pescadores cubren el misterio de la Virgen con el pobre manto de su fe. Llaman a los vecinos para que vean la belleza encontrada, se reúnen en torno a ella, cuentan sus penas en su presencia y le encomiendan sus preocupaciones. Hacen posible así que las intenciones de Dios se realicen: una gracia, y luego otra; una gracia que abre a otra; una gracia que prepara a otra. Dios va desplegando gradualmente la humildad misteriosa de su fuerza.

Hay mucho que aprender de esta actitud de los pescadores. Una iglesia que da espacio al misterio de Dios; una iglesia que alberga en sí misma este misterio, de manera que pueda maravillar a la gente, atraerla. Sólo la belleza de Dios puede atraer. El camino de Dios es el de la atracción. A Dios, uno se lo lleva a casa. Él despierta en el hombre el deseo de tenerlo en su propia vida, en su propio hogar, en el propio corazón. Él despierta en nosotros el deseo de llamar a los vecinos para dar a conocer su belleza. La misión nace precisamente de este hechizo divino, de este estupor del encuentro. Hablamos de la misión, de Iglesia misionera. Pienso en los pescadores que llaman a sus vecinos para que vean el misterio de la Virgen. Sin la sencillez de su actitud, nuestra misión está condenada al fracaso.

La Iglesia siempre tiene necesidad apremiante de no olvidar la lección de Aparecida, no la puede desatender. Las redes de la Iglesia son frágiles, quizás remendadas; la barca de la Iglesia no tiene la potencia de los grandes transatlánticos que surcan los océanos. Y, sin embargo, Dios quiere manifestarse precisamente a través de nuestros medios, medios pobres, porque siempre es él quien actúa.

Queridos hermanos, el resultado del trabajo pastoral no se basa en la riqueza de los recursos, sino en la creatividad del amor. Ciertamente es necesaria la tenacidad, el esfuerzo, el trabajo, la planificación, la organización, pero hay que saber ante todo que la fuerza de la Iglesia no reside en sí misma sino que está escondida en las aguas profundas de Dios, en las que ella está llamada a echar las redes.

Otra lección que la Iglesia ha de recordar siempre es que no puede alejarse de la sencillez, de lo contrario olvida el lenguaje del misterio, y se queda fuera, a las puertas del misterio, y, por supuesto, no consigue entrar en aquellos que pretenden de la Iglesia lo que no pueden darse por sí mismos, es decir, Dios. A veces perdemos a quienes no nos entienden porque hemos olvidado la sencillez, importando de fuera también una racionalidad ajena a nuestra gente. Sin la gramática de la simplicidad, la Iglesia se ve privada de las condiciones que hacen posible «pescar» a Dios en las aguas profundas de su misterio.

Una última anotación: Aparecida se hizo presente en un cruce de caminos. La vía que unía Río de Janeiro, la capital, con San Pablo, la provincia emprendedora que estaba naciendo, y Minas Gerais, las minas tan codiciadas por las Cortes europeas: una encrucijada del Brasil colonial. Dios aparece en los cruces. La Iglesia en Brasil no puede olvidar esta vocación inscrita en ella desde su primer aliento: ser capaz de sístole y diástole, de recoger y difundir.

2. Aprecio por la trayectoria de la Iglesia en Brasil

Los obispos de Roma han llevado siempre en su corazón a Brasil y a su Iglesia. Se ha logrado un maravilloso recorrido. De 12 diócesis durante el Concilio Vaticano I a las actuales 275 circunscripciones. No ha sido la expansión de un aparato o de una empresa, sino más bien el dinamismo de los «cinco panes y dos peces» evangélicos, que, en contacto con la bondad del Padre, en manos encallecidas, han sido fecundos.

Hoy deseo reconocer el trabajo sin reservas de Ustedes, Pastores, en sus Iglesias. Pienso en los obispos que están en la selva subiendo y bajando por los ríos, en las zonas semiáridas, en el Pantanal, en la pampa, en las junglas urbanas de las megalópolis. Amen siempre con una dedicación total a su grey. Pero pienso también en tantos nombres y tantos rostros que han dejado una huella indeleble en el camino de la Iglesia en Brasil, haciendo palpable la gran bondad de Dios para con esta iglesia.2

Los obispos de Roma siempre han estado cerca; han seguido, animado, acompañado. En las últimas décadas, el beato Juan XXIII invitó con insistencia a los obispos brasileños a preparar su primer plan pastoral y, desde entonces, se ha desarrollado una verdadera tradición pastoral en Brasil, logrando que la Iglesia no fuera un trasatlántico a la deriva, sino que tuviera siempre una brújula. El Siervo de Dios Pablo VI, además de alentar la recepción del Concilio Vaticano II con fidelidad, pero también con rasgos originales (cf. Asamblea General del celam en Medellín), influyó decisivamente en la autoconciencia de la Iglesia en Brasil mediante el Sínodo sobre la evangelización y el texto fundamental de referencia, que sigue siendo de actualidad: la Evangelii nuntiandi. El beato Juan Pablo II visitó Brasil en tres ocasiones, recorriéndolo «de cabo a rabo», de norte a sur, insistiendo en la misión pastoral de la Iglesia, en la comunión y la participación, en la preparación del Gran Jubileo, en la nueva evangelización. Benedicto XVI eligió Aparecida para celebrar la V Asamblea General del celam, y esto ha dejado una huella profunda en la Iglesia de todo el continente.

La Iglesia en Brasil ha recibido y aplicado con originalidad el Concilio Vaticano II y el camino recorrido, aunque ha debido superar algunas enfermedades infantiles, ha llevado gradualmente a una Iglesia más madura, generosa y misionera.

Hoy nos encontramos en un nuevo momento. Como ha expresado bien el Documento de Aparecida, no es una época de cambios, sino un cambio de época. Entonces, también hoy es urgente preguntarse: ¿Qué nos pide Dios? Quisiera intentar ofrecer algunas líneas de respuesta a esta pregunta.

3. El icono de Emaús como clave de lectura del presente y del futuro.

Ante todo, no hemos de ceder al miedo del que hablaba el Beato John Henry Newman: «El mundo cristiano se está haciendo estéril, y se agota como una tierra sobreexplotada, que se convierte en arena».3 No hay que ceder al desencanto, al desánimo, a las lamentaciones. Hemos trabajado mucho, y a veces nos parece que hemos fracasado, y tenemos el sentimiento de quien debe hacer balance de una temporada ya perdida, viendo a los que se han marchado o ya no nos consideran creíbles, relevantes.

Releamos una vez más el episodio de Emaús desde este punto de vista (Lc 24, 13-15). Los dos discípulos huyen de Jerusalén. Se alejan de la «desnudez» de Dios. Están escandalizados por el fracaso del Mesías en quien habían esperado y que ahora aparece irremediablemente derrotado, humillado, incluso después del tercer día (vv. 24,17-21). Es el misterio difícil de quien abandona la Iglesia; de aquellos que, tras haberse dejado seducir por otras propuestas, creen que la Iglesia —su Jerusalén— ya no puede ofrecer algo significativo e importante. Y, entonces, van solos por el camino con su propia desilusión. Tal vez la Iglesia se ha mostrado demasiado débil, demasiado lejana de sus necesidades, demasiado pobre para responder a sus inquietudes, demasiado fría para con ellos, demasiado autorreferencial, prisionera de su propio lenguaje rígido; tal vez el mundo parece haber convertido a la Iglesia en una reliquia del pasado, insuficiente para las nuevas cuestiones; quizás la Iglesia tenía respuestas para la infancia del hombre, pero no para su edad adulta.4 El hecho es que actualmente hay muchos como los dos discípulos de Emaús; no sólo los que buscan respuestas en los nuevos y difusos grupos religiosos, sino también aquellos que parecen vivir ya sin Dios, tanto en la teoría como en la práctica.

Ante esta situación, ¿qué hacer?

Hace falta una Iglesia que no tenga miedo a entrar en la noche de ellos. Necesitamos una Iglesia capaz de encontrarlos en su camino. Necesitamos una Iglesia capaz de entrar en su conversación. Necesitamos una Iglesia que sepa dialogar con aquellos discípulos que, huyendo de Jerusalén, vagan sin una meta, solos, con su propio desencanto, con la decepción de un cristianismo considerado ya estéril, infecundo, impotente para generar sentido.

La globalización implacable y la intensa urbanización, a menudo salvajes, prometían mucho. Muchos se han enamorado de sus posibilidades, y en ellas hay algo realmente positivo, como por ejemplo, la disminución de las distancias, el acercamiento entre las personas y culturas, la difusión de la información y los servicios. Pero, por otro lado, muchos vivencian sus efectos negativos sin darse cuenta de cómo ellos comprometen su visión del hombre y del mundo, generando más desorientación y un vacío que no logran explicar. Algunos de estos efectos son la confusión del sentido de la vida, la desintegración personal, la pérdida de la experiencia de pertenecer a un "nido", la falta de hogar y vínculos profundos.

Y como no hay quien los acompañe y muestre con su vida el verdadero camino, muchos han buscado atajos, porque la «medida» de la gran Iglesia parece demasiado alta. Hay aún los que reconocen el ideal del hombre y de la vida propuesto por la Iglesia, pero no se atreven a abrazarlo. Piensan que el ideal es demasiado grande para ellos, está fuera de sus posibilidades, la meta a perseguir es inalcanzable. Sin embargo no pueden vivir sin tener al menos algo, aunque sea una caricatura, de eso que les parece demasiado alto y lejano. Con la desilusión en el corazón, van en busca de algo que les ilusione de nuevo o se resignan a una adhesión parcial, que en definitiva no alcanza a dar plenitud a sus vidas.

La sensación de abandono y soledad, de no pertenecerse ni siquiera a sí mismos, que surge a menudo en esta situación, es demasiado dolorosa para acallarla. Hace falta un desahogo y, entonces, queda la vía del lamento. Pero incluso el lamento se convierte a su vez en un boomerang que vuelve y termina por aumentar la infelicidad. Hay pocos que todavía saben escuchar el dolor; al menos, hay que anestesiarlo.

Ante este panorama hace falta una Iglesia capaz de acompañar, de ir más allá del mero escuchar; una Iglesia que acompañe en el camino poniéndose en marcha con la gente; una Iglesia que pueda descifrar esa noche que entraña la fuga de Jerusalén de tantos hermanos y hermanas; una Iglesia que se dé cuenta de que las razones por las que hay gente que se aleja, contienen ya en sí mismas también los motivos para un posible retorno, pero es necesario saber leer el todo con valentía. Jesús le dio calor al corazón de los discípulos de Emaús.

Quisiera que hoy nos preguntáramos todos: ¿Somos aún una Iglesia capaz de inflamar el corazón? ¿Una Iglesia que pueda hacer volver a Jerusalén? ¿De acompañar a casa? En Jerusalén residen nuestras fuentes: Escritura, catequesis, sacramentos, comunidad, la amistad del Señor, María y los Apóstoles... ¿Somos capaces todavía de presentar estas fuentes, de modo que se despierte la fascinación por su belleza?

Muchos se han ido porque se les ha prometido algo más alto, algo más fuerte, algo más veloz.

Pero, ¿hay algo más alto que el amor revelado en Jerusalén? Nada es más alto que el abajamiento de la cruz, porque allí se alcanza verdaderamente la altura del amor. ¿Somos aún capaces de mostrar esta verdad a quienes piensan que la verdadera altura de la vida está en otra parte?

¿Alguien conoce algo de más fuerte que el poder escondido en la fragilidad del amor, de la bondad, de la verdad, de la belleza?

La búsqueda de lo que cada vez es más veloz atrae al hombre de hoy: internet veloz, coches y aviones rápidos, relaciones inmediatas... Y, sin embargo, se nota una necesidad desesperada de calma, diría de lentitud. La Iglesia, ¿sabe todavía ser lenta: en el tiempo, para escuchar, en la paciencia, para reparar y reconstruir? ¿O acaso también la Iglesia se ve arrastrada por el frenesí de la eficiencia? Recuperemos, queridos hermanos, la calma de saber ajustar el paso a las posibilidades de los peregrinos, al ritmo de su caminar, la capacidad de estar siempre cerca para que puedan abrir un resquicio en el desencanto que hay en su corazón, y así poder entrar en él. Quieren olvidarse de Jerusalén, donde están sus fuentes, pero terminan por sentirse sedientos. Hace falta una Iglesia capaz de acompañar también hoy el retorno a Jerusalén. Una Iglesia que pueda hacer redescubrir las cosas gloriosas y gozosas que se dicen en Jerusalén, de hacer entender que ella es mi Madre, nuestra Madre, y que no están huérfanos. En ella hemos nacido. ¿Dónde está nuestra Jerusalén, donde hemos nacido? En el bautismo, en el primer encuentro de amor, en la llamada, en la vocación.5 Se necesita una Iglesia que vuelva a traer calor, a encender el corazón.

Se necesita una Iglesia que también hoy pueda devolver la ciudadanía a tantos de sus hijos que caminan como en un éxodo.

4. Los desafíos de la Iglesia en Brasil

A la luz de lo dicho, quisiera señalar algunos desafíos de la amada Iglesia en Brasil.

La prioridad de la formación: obispos, sacerdotes, religiosos y laicos

Queridos hermanos, si no formamos ministros capaces de enardecer el corazón de la gente, de caminar con ellos en la noche, de entrar en diálogo con sus ilusiones y desilusiones, de recomponer su fragmentación, ¿qué podemos esperar para el camino presente y futuro? No es cierto que Dios se haya apagado en ellos. Aprendamos a mirar más profundo: no hay quien inflame su corazón como a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 32).

Por esto es importante promover y cuidar una formación de calidad, que cree personas capaces de bajar en la noche sin verse dominadas por la oscuridad y perderse; de escuchar la ilusión de tantos, sin dejarse seducir; de acoger las desilusiones, sin desesperarse y caer en la amargura; de tocar la desintegración del otro, sin dejarse diluir y descomponerse en su propia identidad.

Se necesita una solidez humana, cultural, afectiva, espiritual y doctrinal.6 Queridos hermanos en el episcopado, hay que tener el valor de una revisión a fondo de las estructuras de formación y preparación del clero y del laicado de la Iglesia en Brasil. No es suficiente una vaga prioridad de formación, ni los documentos o las reuniones. Hace falta la sabiduría práctica de establecer estructuras duraderas de preparación en el ámbito local, regional, nacional, y que sean el verdadero corazón para el episcopado, sin escatimar esfuerzos, atenciones y acompañamiento. La situación actual exige una formación de calidad a todos los niveles. Los obispos no pueden delegar este cometido. Ustedes no pueden delegar esta tarea, sino asumirla como algo fundamental para el camino de sus Iglesias.

Colegialidad y solidaridad de la Conferencia Episcopal

A la Iglesia en Brasil no le basta un líder nacional, necesita una red de «testimonios» regionales que, hablando el mismo lenguaje, aseguren por doquier no la unanimidad, sino la verdadera unidad en la riqueza de la diversidad.

La comunión es un lienzo que se debe tejer con paciencia y perseverancia, que va gradualmente «juntando los puntos» para lograr una textura cada vez más amplia y espesa. Una manta con pocas hebras de lana no calienta.

Es importante recordar Aparecida, el método de recoger la diversidad. No tanto diversidad de ideas para elaborar un documento, sino variedad de experiencias de Dios para poner en marcha una dinámica vital.

Los discípulos de Emaús regresaron a Jerusalén contando la experiencia que habían tenido en el encuentro con el Cristo resucitado. Y allí se enteraron de las otras manifestaciones del Señor y de las experiencias de sus hermanos. La Conferencia Episcopal es precisamente un ámbito vital para posibilitar el intercambio de testimonios sobre los encuentros con el Resucitado, en el norte, en el sur, en el oeste... Se necesita, pues, una valorización creciente del elemento local y regional. No es suficiente una burocracia central, sino que es preciso hacer crecer la colegialidad y la solidaridad: será una verdadera riqueza para todos.7

Estado permanente de misión y conversión pastoral

Aparecida habló de estado permanente de misión8 y de la necesidad de una conversión pastoral.9 Son dos resultados importantes de aquella Asamblea para el conjunto de la Iglesia de la zona, y el camino recorrido en Brasil en estos dos puntos es significativo.

Sobre la misión se ha de recordar que su urgencia proviene de su motivación interna: la de transmitir un legado; y, sobre el método, es decisivo recordar que un legado es como el testigo, la posta en la carrera de relevos: no se lanza al aire y quien consigue agarrarlo, bien, y quien no, se queda sin él. Para transmitir el legado hay que entregarlo personalmente, tocar a quien se le quiere dar, transmitir este patrimonio.

Sobre la conversión pastoral, quisiera recordar que «pastoral» no es otra cosa que el ejercicio de la maternidad de la Iglesia. La Iglesia da a luz, amamanta, hace crecer, corrige, alimenta, lleva de la mano... Se requiere, pues, una Iglesia capaz de redescubrir las entrañas maternas de la misericordia. Sin la misericordia, poco se puede hacer hoy para insertarse en un mundo de «heridos», que necesitan comprensión, perdón y amor.

En la misión, también en la continental,10 es muy importante reforzar la familia, que sigue siendo la célula esencial para la sociedad y para la Iglesia; los jóvenes, que son el rostro futuro de la Iglesia; las mujeres, que tienen un papel fundamental en la transmisión de la fe y constituyen esa fuerza cotidiana en una sociedad que la lleve adelante y la renueve. No reduzcamos el compromiso de las mujeres en la Iglesia, sino que promovamos su participación activa en la comunidad eclesial. Si la Iglesia pierde a las mujeres en su total y real dimensión, la Iglesia se expone a la esterilidad. Aparecida destaca también la vocación y misión del varón en la familia, la Iglesia y la sociedad, como padres, trabajadores y ciudadanos11. ¡Ténganlo en cuenta!

La tarea de la Iglesia en la sociedad

En el ámbito social, sólo hay una cosa que la Iglesia pide con particular claridad: la libertad de anunciar el Evangelio de modo integral, aun cuando esté en contraste con el mundo, cuando vaya contracorriente, defendiendo el tesoro del cual es solamente guardiana, y los valores de los que no dispone, pero que ha recibido y a los cuales debe ser fiel.

La Iglesia sostiene el derecho de servir al hombre en su totalidad, diciéndole lo que Dios ha revelado sobre el hombre y su realización y ella quiere hacer presente ese patrimonio inmaterial sin el cual la sociedad se desmorona, las ciudades se verían arrasadas por sus propios muros, barrancos y barreras. La Iglesia tiene el derecho y el deber de mantener encendida la llama de la libertad y de la unidad del hombre.

Las urgencias de Brasil son la educación, la salud, la paz social. La Iglesia tiene una palabra que decir sobre estos temas, porque para responder adecuadamente a estos desafíos no bastan soluciones meramente técnicas, sino que hay que tener una visión subyacente del hombre, de su libertad, de su valor, de su apertura a la trascendencia. Y Ustedes, queridos hermanos, no tengan miedo de ofrecer esta contribución de la Iglesia, que es por el bien de toda la sociedad, y ofrecer esta palabra "encarnada" también en el testimonio.

La Amazonia como tornasol, banco de pruebas para la Iglesia y la sociedad brasileña

Hay un último punto al que quisiera referirme, y que considero relevante para el camino actual y futuro, no solamente de la Iglesia en Brasil, sino también de todo el conjunto social: la Amazonia. La Iglesia no está en la Amazonia como quien tiene hechas las maletas para marcharse después de haberla explotado todo lo que ha podido. La Iglesia está presente en la Amazonia desde el principio con misioneros, congregaciones religiosas, sacerdotes, laicos y obispos y todavía hoy está presente y es determinante para el futuro de la zona. Pienso en la acogida que la Iglesia en la Amazonia ofrece hoy a los inmigrantes haitianos después del terrible terremoto que devastó su país.

Quisiera invitar a todos a reflexionar sobre lo que Aparecida dijo sobre la Amazonia,12 y también el vigoroso llamamiento al respeto y la custodia de toda la creación, que Dios ha confiado al hombre, no para explotarla salvajemente, sino para que la convierta en un jardín. En el desafío pastoral que representa la Amazonia no puedo dejar de agradecer lo que la Iglesia en Brasil está haciendo: la Comisión Episcopal para la Amazonia, creada en 1997, ha dado ya mucho fruto, y muchas diócesis han respondido con prontitud y generosidad a la solicitud de solidaridad, enviando misioneros laicos y sacerdotes. Doy gracias a Monseñor Jaime Chemelo, pionero en este trabajo, y al Cardenal Hummes, actual Presidente de la Comisión. Pero quisiera añadir que la obra de la Iglesia ha de ser ulteriormente incentivada y relanzada. Se necesitan instructores cualificados, sobre todo formadores y profesores de teología, para consolidar los resultados alcanzados en el campo de la formación de un clero autóctono, para tener también sacerdotes adaptados a las condiciones locales y fortalecer, por decirlo así, el «rostro amazónico» de la Iglesia. En esto, por favor, les pido que sean valientes, que tengan parresia. En lenguaje porteño les diría que sea corajudos.

Queridos hermanos, he tratado de ofrecer de una manera fraterna algunas reflexiones y líneas de trabajo en una Iglesia como la que está en Brasil, que es un gran mosaico de piedritas, de imágenes, de formas, problemas y retos, pero que precisamente por eso constituye una enorme riqueza. La Iglesia nunca es uniformidad, sino diversidad que se armoniza en la unidad, y esto vale para toda realidad eclesial.

Que la Virgen Inmaculada de Aparecida sea la estrella que ilumine el compromiso de Ustedes y su camino para llevar a Cristo, como ella lo ha hecho, a todo hombre y a toda mujer de este inmenso país. Será Él, como lo hizo con los dos discípulos confusos y desilusionados de Emaús, quien haga arder el corazón y dé nueva y segura esperanza.

________________________

1 El Documento de Aparecida subraya cómo los niños, los jóvenes y los ancianos construyen el futuro de los pueblos (cf. n. 447).

2 Pienso en tantas figuras como, por citar sólo algunas, Lorscheider, Mendes de Almeida, Sales, Vital, Camara, Macedo..., junto al primer obispo brasileño Pero Fernandes Sardinha (1551-1556), asesinado por belicosas tribus locales.

3 Letter of 26 January 1833, in: The Letters and Diaries of John Henry Newman, vol. III, Oxford 1979, p. 204.

4 En el Documento de Aparecida se presentan sintéticamente las razones de fondo de este fenómeno (cf. n. 225).

5 Cf. también los cuatro puntos indicados por Aparecida (ibíd., n. 226).

6 En el Documento de Aparecida se pone gran atención a la formación del clero, y también de los laicos (cf. nn. 316-325; 212).

7 También el Documento de Aparecida ofrece líneas importantes de camino sobre este aspecto (cf. nn. 181-183; 189).

8 Cf. n. 216.

9 Cf. nn. 365-372.

10 Las conclusiones de la Conferencia de Aparecida insisten en el rostro de una Iglesia que por su misma naturaleza es evangelizadora, que existe para evangelizar, con audacia y libertad, a todos los niveles (cf. nn.547-554).

11 Cf. nn. 459-463.

12 Cf. particularmente los nn. 83-87 y, desde el punto de vista de una pastoral unitaria, el n. 475.

[01091-XX.02] [Testo originale: Plurilingue]

 TRADUZIONE IN LINGUA PORTOGHESE

Queridos Irmãos!

Como é bom e agradável encontrar-me aqui com vocês, Bispos do Brasil!

Obrigado por terem vindo, e permitam que lhes fale como amigos, pelo que prefiro usar o castelhano, para poder expressar melhor aquilo que levo no coração. Peço-lhes que me perdoem!

Retiramo-nos um pouco, neste lugar preparado por nosso irmão Dom Orani, para estar sozinhos e poder falar de coração a coração como Pastores a quem Deus confiou o seu Rebanho. Nas ruas do Rio, jovens de todo o mundo e muitas outras multidões estão esperando por nós, necessitados de serem envolvidos pelo olhar misericordioso de Cristo Bom Pastor, que nós somos chamados a tornar presente. Por isso, gozemos deste momento de descanso, de partilha, de verdadeira fraternidade.

Começando pela Presidência da Conferência Episcopal e do Arcebispo do Rio de Janeiro, quero abraçar a todos e cada um, especialmente aos Bispos eméritos.

Mais do que um discurso formal, quero compartilhar algumas reflexões com vocês.

A primeira veio à minha mente, quando da outra vez visitei o Santuário de Aparecida. Lá, ao pé da imagem da Imaculada Conceição, eu rezei por vocês, por suas Igrejas, por seus presbíteros, religiosos e religiosas, por seus seminaristas, pelos leigos e as suas famílias, em particular pelos jovens e os idosos, já que ambos constituem a esperança de um povo: os jovens, porque eles carregam a força, o sonho, a esperança do futuro, e os idosos, porque eles são a memória, a sabedoria de um povo.1

1. Aparecida: chave de leitura para a missão da Igreja

Em Aparecida, Deus ofereceu ao Brasil a sua própria Mãe. Mas, em Aparecida, Deus deu também uma lição sobre Si mesmo, sobre o seu modo de ser e agir. Uma lição sobre a humildade que pertence a Deus como traço essencial e que está no DNA de Deus. Há algo de perene para aprender sobre Deus e sobre a Igreja, em Aparecida; um ensinamento, que nem a Igreja no Brasil nem o próprio Brasil devem esquecer.

No início do evento que é Aparecida, está a busca dos pescadores pobres. Tanta fome e poucos recursos. As pessoas sempre precisam de pão. Os homens partem sempre das suas carências, mesmo hoje.

Possuem um barco frágil, inadequado; têm redes decadentes, talvez mesmo danificadas, insuficientes.

Primeiro, há a labuta, talvez o cansaço, pela pesca, mas o resultado é escasso: um falimento, um insucesso. Apesar dos esforços, as redes estão vazias.

Depois, quando foi da vontade de Deus, comparece Ele mesmo no seu Mistério. As águas são profundas e, todavia, encerram sempre a possibilidade de Deus; e Ele chegou de surpresa, quem sabe quando já não o esperávamos. A paciência dos que esperam por Ele é sempre posta à prova. E Deus chegou de uma maneira nova, porque Deus é surpresa: uma imagem de barro frágil, escurecida pelas águas do rio, envelhecida também pelo tempo. Deus entra sempre nas vestes da pequenez.

Veem então a imagem da Imaculada Conceição. Primeiro o corpo, depois a cabeça, em seguida a unificação de corpo e cabeça: a unidade. Aquilo que estava quebrado retoma a unidade. O Brasil colonial estava dividido pelo muro vergonhoso da escravatura. Nossa Senhora Aparecida se apresenta com a face negra, primeiro dividida mas depois unida, nas mãos dos pescadores.

Há aqui um ensinamento que Deus quer nos oferecer. Sua beleza refletida na Mãe, concebida sem pecado original, emerge da obscuridade do rio. Em Aparecida, logo desde o início, Deus dá uma mensagem de recomposição do que está fraturado, de compactação do que está dividido. Muros, abismos, distâncias ainda hoje existentes estão destinados a desaparecer. A Igreja não pode descurar esta lição: ser instrumento de reconciliação.

Os pescadores não desprezam o mistério encontrado no rio, embora seja um mistério que aparece incompleto. Não jogam fora os pedaços do mistério. Esperam a plenitude. E esta não demora a chegar. Há aqui algo de sabedoria que devemos aprender. Há pedaços de um mistério, como partes de um mosaico, que vamos encontrando. Nós queremos ver muito rápido a totalidade; Deus, pelo contrário, Se faz ver pouco a pouco. Também a Igreja deve aprender esta expectativa.

Depois, os pescadores trazem para casa o mistério. O povo simples tem sempre espaço para albergar o mistério. Talvez nós tenhamos reduzido a nossa exposição do mistério a uma explicação racional; no povo, pelo contrário, o mistério entra pelo coração. Na casa dos pobres, Deus encontra sempre lugar.

Os pescadores agasalham: revestem o mistério da Virgem pescada, como se Ela tivesse frio e precisasse ser aquecida. Deus pede para ficar abrigado na parte mais quente de nós mesmos: o coração. Depois é Deus que irradia o calor de que precisamos, mas primeiro entra com o subterfúgio de quem mendiga. Os pescadores cobrem o mistério da Virgem com o manto pobre da sua fé. Chamam os vizinhos para verem a beleza encontrada; eles se reúnem à volta dela; contam as suas penas em sua presença e lhe confiam as suas causas. Permitem assim que possam implementar-se as intenções de Deus: uma graça, depois a outra; uma graça que abre para outra; uma graça que prepara outra. Gradualmente Deus vai desdobrando a humildade misteriosa de sua força.

Há muito para aprender nessa atitude dos pescadores. Uma Igreja que dá espaço ao mistério de Deus; uma Igreja que alberga de tal modo em si mesma esse mistério, que ele possa encantar as pessoas, atraí-las. Somente a beleza de Deus pode atrair. O caminho de Deus é o encanto que atrai. Deus faz-se levar para casa. Ele desperta no homem o desejo de guardá-lo em sua própria vida, na própria casa, em seu coração. Ele desperta em nós o desejo de chamar os vizinhos, para dar-lhes a conhecer a sua beleza. A missão nasce precisamente dessa fascinação divina, dessa maravilha do encontro. Falamos de missão, de Igreja missionária. Penso nos pescadores que chamam seus vizinhos para verem o mistério da Virgem. Sem a simplicidade do seu comportamento, a nossa missão está fadada ao fracasso.

A Igreja tem sempre a necessidade urgente de não desaprender a lição de Aparecida; não a pode esquecer. As redes da Igreja são frágeis, talvez remendadas; a barca da Igreja não tem a força dos grandes transatlânticos que cruzam os oceanos. E, contudo, Deus quer se manifestar justamente através dos nossos meios, meios pobres, porque é sempre Ele que está agindo.

Queridos irmãos, o resultado do trabalho pastoral não assenta na riqueza dos recursos, mas na criatividade do amor. Fazem falta certamente a tenacidade, a fadiga, o trabalho, o planejamento, a organização, mas, antes de tudo, você deve saber que a força da Igreja não reside nela própria, mas se esconde nas águas profundas de Deus, nas quais ela é chamada a lançar as redes.

Outra lição que a Igreja deve sempre lembrar é que não pode afastar-se da simplicidade; caso contrário, desaprende a linguagem do Mistério. E não só ela fica fora da porta do Mistério, mas, obviamente, não consegue entrar naqueles que pretendem da Igreja aquilo que não podem dar-se por si mesmos: Deus. Às vezes, perdemos aqueles que não nos entendem, porque desaprendemos a simplicidade, inclusive importando de fora uma racionalidade alheia ao nosso povo. Sem a gramática da simplicidade, a Igreja se priva das condições que tornam possível «pescar» Deus nas águas profundas do seu Mistério.

Uma última lembrança: Aparecida surgiu em um lugar de cruzamento. A estrada que ligava Rio, a capital, com São Paulo, a província empreendedora que estava nascendo, e Minas Gerais, as minas muito cobiçadas pelas cortes europeias: uma encruzilhada do Brasil colonial. Deus aparece nos cruzamentos. A Igreja no Brasil não pode esquecer esta vocação inscrita em si mesma desde a sua primeira respiração: ser capaz de sístole e diástole, de recolher e divulgar.

2. Apreço pelo percurso da Igreja no Brasil

Os Bispos de Roma tiveram sempre o Brasil e sua Igreja em seu coração. Um maravilhoso percurso foi realizado. Passou-se das 12 dioceses durante o Concílio Vaticano I para as atuais 275 circunscrições. Não teve início a expansão de um aparato governamental ou de uma empresa, mas sim o dinamismo dos «cinco pães e dois peixes» – de que fala o Evangelho – que, entrando em contato com a bondade do Pai, em mãos calejadas, tornaram-se fecundos.

Hoje, queria agradecer o trabalho sem parcimônia de vocês, Pastores, em suas Igrejas. Penso nos Bispos nas florestas, subindo e descendo os rios, nas regiões semiáridas, no Pantanal, na pampa, nas selvas urbanas das megalópoles. Amem sempre, com total dedicação, o seu rebanho! Mas penso também em tantos nomes e tantas faces, que deixaram marcas indeléveis no caminho da Igreja no Brasil, fazendo palpar com a mão a grande bondade de Deus por esta Igreja1.

Os Bispos de Roma nunca lhes deixaram sós; seguiram de perto, encorajaram, acompanharam. Nas últimas décadas, o Beato João XXIII convidou com insistência os Bispos brasileiros a prepararem o seu primeiro plano pastoral e, daquele início, cresceu uma verdadeira tradição pastoral no Brasil, que fez com que a Igreja não fosse um transatlântico à deriva, mas tivesse sempre uma bússola. O Servo de Deus Paulo VI, para além de encorajar a recepção do Concílio Vaticano II, com fidelidade mas também com traços originais (veja-se a Assembleia Geral do CELAM, em Medellín), influiu decisivamente sobre a autoconsciência da Igreja no Brasil através do Sínodo sobre a evangelização e de um texto fundamental de referência que continua atual: a Evangelii nuntiandi. O Beato João Paulo II visitou o Brasil três vezes, percorrendo-o de cabo a rabo, de norte a sul, insistindo sobre a missão pastoral da Igreja, a comunhão e participação, a preparação do Grande Jubileu, a nova evangelização. Bento XVI escolheu Aparecida para realizar a V Assembleia Geral do CELAM e isso deixou uma grande marca na Igreja de todo o Continente.

A Igreja no Brasil recebeu e aplicou com originalidade o Concílio Vaticano II e o percurso realizado, embora tenha tido de superar determinadas doenças infantis, levou a uma Igreja gradualmente mais madura, aberta, generosa, missionária.

Hoje estamos em um novo momento. Segundo a feliz expressão do Documento de Aparecida, não é uma época de mudança, mas uma mudança de época. Sendo assim, hoje é cada vez mais urgente nos perguntarmos: O que Deus pede a nós? A esta pergunta, queria tentar oferecer qualquer linha de resposta.

3. O ícone de Emaús como chave de leitura do presente e do futuro

Antes de mais nada, não devemos ceder ao medo, de que falava o Beato John Henry Newman: «O mundo cristão está gradualmente se tornando estéril, e esgota-se como uma terra profundamente explorada que se torna areia».2 Não devemos ceder ao desencanto, ao desânimo, às lamentações. Nós trabalhamos duro e, às vezes, nos parece acabar derrotados : apodera-se de nós o sentimento de quem tem de fazer o balanço de uma estação já perdida, olhando para aqueles que nos deixam ou já não nos consideram credíveis, relevantes.

Vamos ler a esta luz, mais uma vez, o episódio de Emaús (cf. Lc 24, 13-15). Os dois discípulos escapam de Jerusalém. Eles se afastam da «nudez» de Deus. Estão escandalizados com o falimento do Messias, em quem haviam esperado e que agora aparece irremediavelmente derrotado, humilhado, mesmo após o terceiro dia (cf. vv. 17-21). O mistério difícil das pessoas que abandonam a Igreja; de pessoas que, após deixar-se iludir por outras propostas, consideram que a Igreja – a sua Jerusalém – nada mais possa lhes oferecer de significativo e importante. E assim seguem pelo caminho sozinhos, com a sua desilusão. Talvez a Igreja lhes apareça demasiado frágil, talvez demasiado longe das suas necessidades, talvez demasiado pobre para dar resposta às suas inquietações, talvez demasiado fria para com elas, talvez demasiado auto-referencial, talvez prisioneira da própria linguagem rígida, talvez lhes pareça que o mundo fez da Igreja uma relíquia do passado, insuficiente para as novas questões; talvez a Igreja tenha respostas para a infância do homem, mas não para a sua idade adulta.3 O fato é que hoje há muitos que são como os dois discípulos de Emaús; e não apenas aqueles que buscam respostas nos novos e difusos grupos religiosos, mas também aqueles que parecem já viver sem Deus tanto em teoria como na prática.

Perante esta situação, o que fazer?

Faz falta uma Igreja que não tenha medo de entrar na noite deles. Precisamos de uma Igreja capaz de encontrá-los no seu caminho. Precisamos de uma Igreja capaz de inserir-se na sua conversa. Precisamos de uma Igreja que saiba dialogar com aqueles discípulos, que, fugindo de Jerusalém, vagam sem meta, sozinhos, com o seu próprio desencanto, com a desilusão de um cristianismo considerado hoje um terreno estéril, infecundo, incapaz de gerar sentido.

A globalização implacável e a intensa urbanização, freqüentemente selvagem, prometeram muito. Muitos se enamoraram das suas potencialidades e, nelas, existe algo de verdadeiramente positivo, como, por exemplo, a diminuição das distâncias, a aproximação das pessoas à cultura, a difusão da informação e dos serviços. Mas, por outro lado, muitos vivem os seus efeitos negativos sem dar-se conta de quanto esses prejudicam a própria visão do homem e do mundo, gerando maior desorientação e um vazio que não conseguem explicar. Alguns destes efeitos são a confusão acerca do sentido da vida, a desintegração pessoal, a perda da experiência de pertencer a um «ninho», a carência de um lugar e de laços profundos. E, como não há quem lhes faça companhia e mostre com a própria vida o caminho verdadeiro, muitos buscaram atalhos, porque se apresenta demasiado alta a «medida» da Grande Igreja. Também existem aqueles que reconhecem o ideal do homem e de vida proposto pela Igreja, mas não têm a audácia de abraçá-lo. Pensam que este ideal seja grande demais para eles, esteja fora das suas possibilidades; a meta a alcançar é inatingível. Todavia não podem viver sem ter pelo menos alguma coisa – nem que seja uma caricatura – daquilo que parece demasiado alto e distante. Com a desilusão no coração, partem à procura de qualquer coisa que lhes iludirá uma vez mais, ou resignam-se a uma adesão parcial que, em última análise, não consegue dar plenitude à sua vida.

A grande sensação de abandono e solidão, de não pertencerem sequer a si mesmos que muitas vezes surge dessa situação, é dolorosa demais para ser silenciada. Há necessidade de desabafar, restando-lhes então a via da lamentação. Mas a própria lamentação torna-se, por sua vez, como um bumerangue que regressa e acaba aumentando a infelicidade. Ainda poucas pessoas são capazes de ouvir a dor: é preciso pelo menos anestesiá-lo.

Perante este panorama, precisamos de uma Igreja capaz de fazer companhia, de ir para além da simples escuta; uma Igreja, que acompanha o caminho pondo-se em viagem com as pessoas; uma Igreja capaz de decifrar a noite contida na fuga de tantos irmãos e irmãs de Jerusalém; uma Igreja que se dê conta de como as razões, pelas quais há pessoas que se afastam, contém já em si mesmas também as razões para um possível retorno, mas é necessário saber ler a totalidade com coragem. Jesus deu calor ao coração dos discípulos de Emaús.

Eu gostaria que hoje nos perguntássemos todos: Somos ainda uma Igreja capaz de aquecer o coração? Uma Igreja capaz de reconduzir a Jerusalém? Capaz de acompanhar de novo a casa? Em Jerusalém, residem as nossas fontes: Escritura, Catequese, Sacramentos, Comunidade, amizade do Senhor, Maria e os Apóstolos... Somos ainda capazes de contar de tal modo essas fontes, que despertem o encanto pela sua beleza?

Muitos se foram, porque lhes foi prometido algo de mais alto, algo de mais forte, algo de mais rápido.

Mas haverá algo de mais alto que o amor revelado em Jerusalém? Nada é mais alto do que o abaixamento da Cruz, porque lá se atinge verdadeiramente a altura do amor! Somos ainda capazes de mostrar esta verdade para aqueles que pensam que a verdadeira altura da vida esteja em outro lugar?

Porventura se conhece algo de mais forte que a força escondida na fragilidade do amor, do bem, da verdade, da beleza?

A busca do que é cada vez mais rápido atrai o homem de hoje: internet rápida, carros velozes, aviões rápidos, relatórios rápidos... E, todavia, se sente uma necessidade desesperada de calma, quero dizer , de lentidão. A Igreja sabe ainda ser lenta: no tempo para ouvir, na paciência para costurar novamente e reconstruir? Ou a própria Igreja já se deixa arrastar pelo frenesi da eficiência? Recuperemos, queridos Irmãos, a calma de saber sintonizar o passo com as possibilidades dos peregrinos, com os seus ritmos de caminhada, recuperemos a capacidade de estar lhes sempre perto para permitir a eles abrirem uma brecha no desencanto que existe nos corações, para que possam entrar. Eles querem esquecer Jerusalém onde residem as suas fontes, mas assim acabarão por sentir sede. Faz falta uma Igreja ainda capaz de acompanhar o regresso a Jerusalém! Uma Igreja, que seja capaz de fazer descobrir as coisas gloriosas e estupendas que se dizem de Jerusalém, de fazer entender que ela é minha Mãe, nossa Mãe, e não somos órfãos! Nela nascemos. Onde está a nossa Jerusalém em que nascemos? No Batismo, no primeiro encontro de amor, na chamada, na vocação!4 Precisamos de uma Igreja que volte a dar calor, a inflamar o coração.

Serve Precisamos de uma Igreja capaz ainda de devolver a cidadania a muitos de seus filhos que caminham como em um êxodo.

4. Os desafios da Igreja no Brasil

À luz do que eu disse, quero sublinhar alguns desafios da amada Igreja que está no Brasil.

A prioridade da formação: Bispos, sacerdotes, religiosos, leigos

Queridos irmãos, senão formarmos ministros capazes de aquecer o coração das pessoas, de caminhar na noite com elas, de dialogarem com as suas ilusões e desilusões, de recompor as suas desintegrações, o que poderemos esperar para o caminho presente e futuro? Não é verdade que Deus se tenha obscurecido nelas. Aprendamos a olhar mais profundamente: falta quem lhes aqueça o coração, como sucedeu com os discípulos de Emaús (cf. Lc 24,32).

Por isso, é importante promover e cuidar uma formação qualificada que crie pessoas capazes de descer na noite sem ser invadidas pela escuridão e perder-se; capazes de ouvir a ilusão de muitos, sem se deixar seduzir; capazes de acolher as desilusões, sem desesperar-se nem precipitar na amargura; capazes de tocar a desintegração alheia, sem se deixar dissolver e decompor na sua própria identidade.

Precisamos de uma solidez humana, cultural, afetiva, espiritual, doutrinal.5

Queridos Irmãos no Episcopado, é preciso ter a coragem de levar a fundo uma revisão das estruturas de formação e preparação do clero e do laicato da Igreja que está no Brasil. Não é suficiente uma vaga prioridade da formação, nem documentos ou encontros. Faz falta a sabedoria prática de levantar estruturas duradouras de preparação em âmbito local, regional, nacional e que sejam o verdadeiro coração para o Episcopado, sem poupar forças, solicitude e assistência. A situação atual exige uma formação qualificada em todos os níveis. Vocês, Bispos, não podem delegar este dever, mas devem assumi-lo como algo de fundamental para o caminho das suas Igrejas.

Colegialidade e solidariedade da Conferência Episcopal

Para a Igreja no Brasil, não basta um líder nacional; precisa de uma rede de «testemunhos» regionais, que, falando a mesma linguagem, assegurem em todos os lugares, não a unanimidade, mas a verdadeira unidade na riqueza da diversidade.

A comunhão é uma teia que deve ser tecida com paciência e perseverança, que vai gradualmente «aproximando os pontos» para permitir uma cobertura cada vez mais ampla e densa. Um cobertor só com poucos fios de lã não aquece.

É importante lembrar Aparecida, o método de congregar a diversidade; não tanto a diversidade de ideias para produzir um documento, mas a variedade de experiências de Deus para pôr em movimento uma dinâmica vital.

Os discípulos de Emaús voltaram para Jerusalém, contando a experiência que tinham feito no encontro com o Cristo Ressuscitado (cf. Lc 24, 33-35). E lá tomaram conhecimento das outras manifestações do Senhor e das experiências dos seus irmãos. A Conferência Episcopal é justamente um espaço vital para permitir tal permuta de testemunhos sobre os encontros com o Ressuscitado, no norte, no sul, no oeste... Faz falta, pois, uma progressiva valorização do elemento local e regional. Não é suficiente a burocracia central, mas é preciso fazer crescer a colegialidade e a solidariedade; será uma verdadeira riqueza para todos.6

Estado permanente de missão e conversão pastoral

Aparecida falou de estado permanente de missão7 e da necessidade de uma conversão pastoral.8 São dois resultados importantes daquela Assembleia para a Igreja inteira da região, e o caminho realizado no Brasil a propósito destes dois pontos é significativo.

Quanto à missão, há que lembrar que a urgência deriva de sua motivação interna, isto é, trata-se de transmitir uma herança, e, quanto ao método, é decisivo lembrar que uma herança sucede como na passagem do testemunho, do bastão, na corrida de estafeta: não se joga ao ar e quem consegue apanhá-lo tem sorte, e quem não consegue fica sem nada. Para transmitir a herança é preciso entregá-la pessoalmente, tocar a pessoa para quem você quer doar, transmitir essa herança.

Quanto à conversão pastoral, quero lembrar que «pastoral» nada mais é que o exercício da maternidade da Igreja. Ela gera, amamenta, faz crescer, corrige, alimenta, conduz pela mão... Por isso, faz falta uma Igreja capaz de redescobrir as entranhas maternas da misericórdia. Sem a misericórdia, poucas possibilidades temos hoje de inserir-nos em um mundo de «feridos», que têm necessidade de compreensão, de perdão, de amor.

Na missão, mesmo continental,9 é muito importante reforçar a família, que permanece célula essencial para a sociedade e para a Igreja; os jovens, que são o rosto futuro da Igreja; as mulheres, que têm um papel fundamental na transmissão da fé e constituem uma força quotidiana que faz evoluir uma sociedade e a renova. Não reduzamos o empenho das mulheres na Igreja; antes, pelo contrário, promovamos o seu papel ativo na comunidade eclesial. Se a Igreja perde as mulheres, na sua dimensão global e real, ela corre o risco da esterilidade. Aparecida põe em evidência também a vocação e a missão do homem na família, na Igreja e na sociedade, como pais, trabalhadores e cidadãos.11 Tende isso em séria consideração!

A função da Igreja na sociedade

No âmbito da sociedade, há somente uma coisa que a Igreja pede com particular clareza: a liberdade de anunciar o Evangelho de modo integral, mesmo quando ele está em contraste com o mundo, mesmo quando vai contra a corrente, defendendo o tesouro de que é somente guardiã, e os valores dos quais não pode livremente dispor, mas que recebeu e deve ser-lhes fiel.

A Igreja afirma o direito de servir o homem na sua totalidade, dizendo-lhe o que Deus revelou sobre o homem e sua realização, e ela deseja tornar presente aquele patrimônio imaterial, sem o qual a sociedade se desintegra, as cidades seriam arrasadas por seus próprios muros, abismos e barreiras. A Igreja tem o direito e o dever de manter acesa a chama da liberdade e da unidade do homem.

Educação, saúde, paz social são as urgências no Brasil. A Igreja tem uma palavra a dizer sobre estes temas, porque, para responder adequadamente a esses desafios, não são suficientes soluções meramente técnicas, mas é preciso ter uma visão subjacente do homem, da sua liberdade, do seu valor, da sua abertura ao transcendente. E vocês, queridos Irmãos, não tenham medo de oferecer esta contribuição da Igreja que é para bem da sociedade inteira e de oferecer esta palavra «encarnada» também com o testemunho.

A Amazônia como teste decisivo, banco de prova para a Igreja e a sociedade brasileiras

Há um último ponto sobre o qual gostava de deter-me e que considero relevante para o caminho atual e futuro não só da Igreja no Brasil, mas também de toda a estrutura social: a Amazônia. A Igreja está na Amazônia , não como aqueles que têm as malas na mão para partir depois de terem explorado tudo o que puderam. Desde o início que a Igreja está presente na Amazônia com missionários, congregações religiosas, sacerdotes, leigos e bispos, e lá continua presente e determinante no futuro daquela área. Penso no acolhimento que a Igreja na Amazônia oferece hoje aos imigrantes haitianos depois do terrível terremoto que devastou o seu país.

Queria convidar todos a refletirem sobre o que Aparecida disse a propósito da Amazônia,12 incluindo o forte apelo ao respeito e à salvaguarda de toda a criação que Deus confiou ao homem, não para que a explorasse rudemente, mas para que tornasse ela um jardim. No desafio pastoral que representa a Amazônia, não posso deixar de agradecer o que a Igreja no Brasil está fazendo: a Comissão Episcopal para a Amazônia, criada em 1997, já deu muitos frutos e tantas dioceses responderam pronta e generosamente ao pedido de solidariedade, enviando missionários, leigos e sacerdotes. Agradeço a Dom Jaime Chemelo, pioneiro deste trabalho, e ao Cardeal Hummes, atual presidente da Comissão. Mas eu gostava de acrescentar que deveria ser mais incentivada e relançada a obra da Igreja. Fazem falta formadores qualificados, especialmente formadores e professores de teologia, para consolidar os resultados alcançados no campo da formação de um clero autóctone, inclusive para se ter sacerdotes adaptados às condições locais e consolidar por assim dizer o «rosto amazônico» da Igreja. Nisto lhes peço, por favor, para serem corajosos, para terem parresia! No modo «porteño» [de Buenos Aires] de falar, lhes diria para serem destemidos.

Queridos Irmãos, procurei oferecer-lhes fraternalmente reflexões e linhas de ação em uma Igreja como a que está no Brasil, que é um grande mosaico de pequeninas pedras, de imagens, de formas, de problemas, de desafios, mas que por isso mesmo é uma enorme riqueza. A Igreja não é jamais uniformidade, mas diversidades que se harmonizam na unidade, e isso é válido em toda a realidade eclesial.

Que a Virgem Imaculada Aparecida seja a estrela que ilumina o compromisso e o caminho de vocês levarem Cristo, como Ela o fez, a cada homem e cada mulher de seu imenso país. Será Ele, como fez com os dois discípulos extraviados e desiludidos de Emaús, a aquecer o coração e a dar nova e segura esperança.

________________________

1 O Documento de Aparecida sublinha como as crianças, os jovens e os idosos constituem o futuro dos povos (cf. n. 447).

2 Penso em tantas figuras como – somente para citar algumas – Lorscheider, Mendes de Almeida, Sales, Vital, Câmara, Macedo... juntamente com o primeiro Bispo brasileiro, Pero Fernandes Sardinha (1551/1556), assassinado por belicosas tribos locais.

3 Letter of 26 january 1833, in: The letters and Diaries of John Henry Newman, vol. III, Oxford 1979, p. 204

4 No Documento de Aparecida, são apresentadas sinteticamente as razões de fundo deste fenómeno (cf. n. 225).

5 Cf. Também os quatro pontos indicados por Aparecida (ibid., n. 226).

6 No Documento de Aparecida é prestada grande atenção à formação do Clero, bem como dos leigos (cf. nn. 316-325; 212).

7 Também sobre este aspecto o Documento de Aparecida oferece directrizes importantes de caminho (cf. nn. 181-183; 189).

8 Cf. n. 216.

9 Cf. nn. 365-372.

10 As conclusões da Conferência de Aparecida insistem sobre o rosto de uma Igreja que é, por sua natureza, evangelizadora; que existe para evangelizar, com audácia e liberdade, a todos os níveis (cf. nn.547-554).

11 Cf. nn. 459-463.
12
Cf. em particular os nn. 83-87 e, do ponto de vista de uma pastoral unitária, o n. 475.

[01091-06.02] [Texto original: Espanhol]

 TRADUZIONE IN LINGUA SPAGNOLA

Queridos hermanos

¡Qué bueno y hermoso encontrarme aquí con ustedes, obispos de Brasil!

Gracias por haber venido, y permítanme que les hable como amigos; por eso prefiero hablarles en español, para poder expresar mejor lo que llevo en el corazón. Les pido disculpas.

Estamos reunidos aquí, un poco apartados, en este lugar preparado por nuestro hermano Dom Orani, para estar solos y poder hablar de corazón a corazón, como pastores a los que Dios ha confiado su rebaño. En las calles de Río, jóvenes de todo el mundo y muchas otras multitudes nos esperan, necesitados de ser alcanzados por la mirada misericordiosa de Cristo, el Buen Pastor, al que estamos llamados a hacer presente. Gustemos, pues, este momento de descanso, de compartir, de verdadera fraternidad.

Deseo abrazar a todos y a cada uno, comenzando por el Presidente de la Conferencia Episcopal y el Arzobispo de Río de Janeiro, y especialmente a los obispos eméritos.

Más que un discurso formal, quisiera compartir con ustedes algunas reflexiones.

La primera me ha venido otra vez a la mente cuando he visitado el santuario de Aparecida. Allí, a los pies de la imagen de la Inmaculada Concepción, he rezado por Ustedes, por sus Iglesias, por los sacerdotes, religiosos y religiosas, por los seminaristas, por los laicos y sus familias y, en particular, por los jóvenes y los ancianos; ambos son la esperanza de un pueblo: los jóvenes, porque llevan la fuerza, la ilusión, la esperanza del futuro; los ancianos, porque son la memoria, la sabiduría de un pueblo.1

1. Aparecida: clave de lectura para la misión de la Iglesia

En Aparecida, Dios ha ofrecido su propia Madre al Brasil. Pero Dios ha dado también en Aparecida una lección sobre sí mismo, sobre su forma de ser y de actuar. Una lección de esa humildad que pertenece a Dios como un rasgo esencial, y que está en el adn de Dios. En Aparecida hay algo perenne que aprender sobre Dios y sobre la Iglesia; una enseñanza que ni la Iglesia en Brasil, ni Brasil mismo deben olvidar.

En el origen del evento de Aparecida está la búsqueda de unos pobres pescadores. Mucha hambre y pocos recursos. La gente siempre necesita pan. Los hombres comienzan siempre por sus necesidades, también hoy.

Tienen una barca frágil, inadecuada; tienen redes viejas, tal vez también deterioradas, insuficientes.

En primer lugar aparece el esfuerzo, quizás el cansancio de la pesca, y, sin embargo, el resultado es escaso: un revés, un fracaso. A pesar del sacrificio, las redes están vacías.

Después, cuando Dios quiere, él mismo aparece en su misterio. Las aguas son profundas y, sin embargo, siempre esconden la posibilidad de Dios; y él llegó por sorpresa, quizás cuando ya no se lo esperaba. Siempre se pone a prueba la paciencia de los que le esperan. Y Dios llegó de un modo nuevo, porque siempre Dios es sorpresa: una imagen de frágil arcilla, ennegrecida por las aguas del río, y también envejecida por el tiempo. Dios aparece siempre con aspecto de pequeñez.

Así apareció entonces la imagen de la Inmaculada Concepción. Primero el cuerpo, luego la cabeza, después cuerpo y cabeza juntos: unidad. Lo que estaba separado recobra la unidad. El Brasil colonial estaba dividido por el vergonzoso muro de la esclavitud. La Virgen de Aparecida se presenta con el rostro negro, primero dividida y después unida en manos de los pescadores.

Hay aquí una enseñanza que Dios nos quiere ofrecer. Su belleza reflejada en la Madre, concebida sin pecado original, emerge de la oscuridad del río. En Aparecida, desde el principio, Dios nos da un mensaje de recomposición de lo que está separado, de reunión de lo que está dividido. Los muros, barrancos y distancias, que también hoy existen, están destinados a desaparecer. La Iglesia no puede desatender esta lección: ser instrumento de reconciliación.

Los pescadores no desprecian el misterio encontrado en el río, aun cuando es un misterio que aparece incompleto. No tiran las partes del misterio. Esperan la plenitud. Y ésta no tarda en llegar. Hay algo sabio que hemos de aprender. Hay piezas de un misterio, como partes de un mosaico, que vamos encontrando. Nosotros queremos ver el todo con demasiada prisa, mientras que Dios se hace ver poco a poco. También la Iglesia debe aprender esta espera.

Después, los pescadores llevan a casa el misterio. La gente sencilla siempre tiene espacio para albergar el misterio. Tal vez hemos reducido nuestro hablar del misterio a una explicación racional; pero en la gente, el misterio entra por el corazón. En la casa de los pobres, Dios siempre encuentra sitio.

Los pescadores «agasalham»: arropan el misterio de la Virgen que han pescado, como si tuviera frío y necesitara calor. Dios pide que se le resguarde en la parte más cálida de nosotros mismos: el corazón. Después será Dios quien irradie el calor que necesitamos, pero primero entra con la astucia de quien mendiga. Los pescadores cubren el misterio de la Virgen con el pobre manto de su fe. Llaman a los vecinos para que vean la belleza encontrada, se reúnen en torno a ella, cuentan sus penas en su presencia y le encomiendan sus preocupaciones. Hacen posible así que las intenciones de Dios se realicen: una gracia, y luego otra; una gracia que abre a otra; una gracia que prepara a otra. Dios va desplegando gradualmente la humildad misteriosa de su fuerza.

Hay mucho que aprender de esta actitud de los pescadores. Una iglesia que da espacio al misterio de Dios; una iglesia que alberga en sí misma este misterio, de manera que pueda maravillar a la gente, atraerla. Sólo la belleza de Dios puede atraer. El camino de Dios es el de la atracción. A Dios, uno se lo lleva a casa. Él despierta en el hombre el deseo de tenerlo en su propia vida, en su propio hogar, en el propio corazón. Él despierta en nosotros el deseo de llamar a los vecinos para dar a conocer su belleza. La misión nace precisamente de este hechizo divino, de este estupor del encuentro. Hablamos de la misión, de Iglesia misionera. Pienso en los pescadores que llaman a sus vecinos para que vean el misterio de la Virgen. Sin la sencillez de su actitud, nuestra misión está condenada al fracaso.

La Iglesia siempre tiene necesidad apremiante de no olvidar la lección de Aparecida, no la puede desatender. Las redes de la Iglesia son frágiles, quizás remendadas; la barca de la Iglesia no tiene la potencia de los grandes transatlánticos que surcan los océanos. Y, sin embargo, Dios quiere manifestarse precisamente a través de nuestros medios, medios pobres, porque siempre es él quien actúa.

Queridos hermanos, el resultado del trabajo pastoral no se basa en la riqueza de los recursos, sino en la creatividad del amor. Ciertamente es necesaria la tenacidad, el esfuerzo, el trabajo, la planificación, la organización, pero hay que saber ante todo que la fuerza de la Iglesia no reside en sí misma sino que está escondida en las aguas profundas de Dios, en las que ella está llamada a echar las redes.

Otra lección que la Iglesia ha de recordar siempre es que no puede alejarse de la sencillez, de lo contrario olvida el lenguaje del misterio, y se queda fuera, a las puertas del misterio, y, por supuesto, no consigue entrar en aquellos que pretenden de la Iglesia lo que no pueden darse por sí mismos, es decir, Dios. A veces perdemos a quienes no nos entienden porque hemos olvidado la sencillez, importando de fuera también una racionalidad ajena a nuestra gente. Sin la gramática de la simplicidad, la Iglesia se ve privada de las condiciones que hacen posible «pescar» a Dios en las aguas profundas de su misterio.

Una última anotación: Aparecida se hizo presente en un cruce de caminos. La vía que unía Río de Janeiro, la capital, con San Pablo, la provincia emprendedora que estaba naciendo, y Minas Gerais, las minas tan codiciadas por las Cortes europeas: una encrucijada del Brasil colonial. Dios aparece en los cruces. La Iglesia en Brasil no puede olvidar esta vocación inscrita en ella desde su primer aliento: ser capaz de sístole y diástole, de recoger y difundir.

2. Aprecio por la trayectoria de la Iglesia en Brasil

Los obispos de Roma han llevado siempre en su corazón a Brasil y a su Iglesia. Se ha logrado un maravilloso recorrido. De 12 diócesis durante el Concilio Vaticano I a las actuales 275 circunscripciones. No ha sido la expansión de un aparato o de una empresa, sino más bien el dinamismo de los «cinco panes y dos peces» evangélicos, que, en contacto con la bondad del Padre, en manos encallecidas, han sido fecundos.

Hoy deseo reconocer el trabajo sin reservas de Ustedes, Pastores, en sus Iglesias. Pienso en los obispos que están en la selva subiendo y bajando por los ríos, en las zonas semiáridas, en el Pantanal, en la pampa, en las junglas urbanas de las megalópolis. Amen siempre con una dedicación total a su grey. Pero pienso también en tantos nombres y tantos rostros que han dejado una huella indeleble en el camino de la Iglesia en Brasil, haciendo palpable la gran bondad de Dios para con esta iglesia.2

Los obispos de Roma siempre han estado cerca; han seguido, animado, acompañado. En las últimas décadas, el beato Juan XXIII invitó con insistencia a los obispos brasileños a preparar su primer plan pastoral y, desde entonces, se ha desarrollado una verdadera tradición pastoral en Brasil, logrando que la Iglesia no fuera un trasatlántico a la deriva, sino que tuviera siempre una brújula. El Siervo de Dios Pablo VI, además de alentar la recepción del Concilio Vaticano II con fidelidad, pero también con rasgos originales (cf. Asamblea General del celam en Medellín), influyó decisivamente en la autoconciencia de la Iglesia en Brasil mediante el Sínodo sobre la evangelización y el texto fundamental de referencia, que sigue siendo de actualidad: la Evangelii nuntiandi. El beato Juan Pablo II visitó Brasil en tres ocasiones, recorriéndolo «de cabo a rabo», de norte a sur, insistiendo en la misión pastoral de la Iglesia, en la comunión y la participación, en la preparación del Gran Jubileo, en la nueva evangelización. Benedicto XVI eligió Aparecida para celebrar la V Asamblea General del celam, y esto ha dejado una huella profunda en la Iglesia de todo el continente.

La Iglesia en Brasil ha recibido y aplicado con originalidad el Concilio Vaticano II y el camino recorrido, aunque ha debido superar algunas enfermedades infantiles, ha llevado gradualmente a una Iglesia más madura, generosa y misionera.

Hoy nos encontramos en un nuevo momento. Como ha expresado bien el Documento de Aparecida, no es una época de cambios, sino un cambio de época. Entonces, también hoy es urgente preguntarse: ¿Qué nos pide Dios? Quisiera intentar ofrecer algunas líneas de respuesta a esta pregunta.

3. El icono de Emaús como clave de lectura del presente y del futuro.

Ante todo, no hemos de ceder al miedo del que hablaba el Beato John Henry Newman: «El mundo cristiano se está haciendo estéril, y se agota como una tierra sobreexplotada, que se convierte en arena».3 No hay que ceder al desencanto, al desánimo, a las lamentaciones. Hemos trabajado mucho, y a veces nos parece que hemos fracasado, y tenemos el sentimiento de quien debe hacer balance de una temporada ya perdida, viendo a los que se han marchado o ya no nos consideran creíbles, relevantes.

Releamos una vez más el episodio de Emaús desde este punto de vista (Lc 24, 13-15). Los dos discípulos huyen de Jerusalén. Se alejan de la «desnudez» de Dios. Están escandalizados por el fracaso del Mesías en quien habían esperado y que ahora aparece irremediablemente derrotado, humillado, incluso después del tercer día (vv. 24,17-21). Es el misterio difícil de quien abandona la Iglesia; de aquellos que, tras haberse dejado seducir por otras propuestas, creen que la Iglesia —su Jerusalén— ya no puede ofrecer algo significativo e importante. Y, entonces, van solos por el camino con su propia desilusión. Tal vez la Iglesia se ha mostrado demasiado débil, demasiado lejana de sus necesidades, demasiado pobre para responder a sus inquietudes, demasiado fría para con ellos, demasiado autorreferencial, prisionera de su propio lenguaje rígido; tal vez el mundo parece haber convertido a la Iglesia en una reliquia del pasado, insuficiente para las nuevas cuestiones; quizás la Iglesia tenía respuestas para la infancia del hombre, pero no para su edad adulta.4 El hecho es que actualmente hay muchos como los dos discípulos de Emaús; no sólo los que buscan respuestas en los nuevos y difusos grupos religiosos, sino también aquellos que parecen vivir ya sin Dios, tanto en la teoría como en la práctica.

Ante esta situación, ¿qué hacer?

Hace falta una Iglesia que no tenga miedo a entrar en la noche de ellos. Necesitamos una Iglesia capaz de encontrarlos en su camino. Necesitamos una Iglesia capaz de entrar en su conversación. Necesitamos una Iglesia que sepa dialogar con aquellos discípulos que, huyendo de Jerusalén, vagan sin una meta, solos, con su propio desencanto, con la decepción de un cristianismo considerado ya estéril, infecundo, impotente para generar sentido.

La globalización implacable y la intensa urbanización, a menudo salvajes, prometían mucho. Muchos se han enamorado de sus posibilidades, y en ellas hay algo realmente positivo, como por ejemplo, la disminución de las distancias, el acercamiento entre las personas y culturas, la difusión de la información y los servicios. Pero, por otro lado, muchos vivencian sus efectos negativos sin darse cuenta de cómo ellos comprometen su visión del hombre y del mundo, generando más desorientación y un vacío que no logran explicar. Algunos de estos efectos son la confusión del sentido de la vida, la desintegración personal, la pérdida de la experiencia de pertenecer a un "nido", la falta de hogar y vínculos profundos.

Y como no hay quien los acompañe y muestre con su vida el verdadero camino, muchos han buscado atajos, porque la «medida» de la gran Iglesia parece demasiado alta. Hay aún los que reconocen el ideal del hombre y de la vida propuesto por la Iglesia, pero no se atreven a abrazarlo. Piensan que el ideal es demasiado grande para ellos, está fuera de sus posibilidades, la meta a perseguir es inalcanzable. Sin embargo, no pueden vivir sin tener al menos algo, aunque sea una caricatura, de eso que les parece demasiado alto y lejano. Con la desilusión en el corazón, van en busca de algo que les ilusione de nuevo o se resignan a una adhesión parcial, que en definitiva no alcanza a dar plenitud a sus vidas.

La sensación de abandono y soledad, de no pertenecerse ni siquiera a sí mismos, que surge a menudo en esta situación, es demasiado dolorosa para acallarla. Hace falta un desahogo y, entonces, queda la vía del lamento. Pero incluso el lamento se convierte a su vez en un boomerang que vuelve y termina por aumentar la infelicidad. Hay pocos que todavía saben escuchar el dolor; al menos, hay que anestesiarlo.

Ante este panorama hace falta una Iglesia capaz de acompañar, de ir más allá del mero escuchar; una Iglesia que acompañe en el camino poniéndose en marcha con la gente; una Iglesia que pueda descifrar esa noche que entraña la fuga de Jerusalén de tantos hermanos y hermanas; una Iglesia que se dé cuenta de que las razones por las que hay gente que se aleja, contienen ya en sí mismas también los motivos para un posible retorno, pero es necesario saber leer el todo con valentía. Jesús le dio calor al corazón de los discípulos de Emaús.

Quisiera que hoy nos preguntáramos todos: ¿Somos aún una Iglesia capaz de inflamar el corazón? ¿Una Iglesia que pueda hacer volver a Jerusalén? ¿De acompañar a casa? En Jerusalén residen nuestras fuentes: Escritura, catequesis, sacramentos, comunidad, la amistad del Señor, María y los Apóstoles... ¿Somos capaces todavía de presentar estas fuentes, de modo que se despierte la fascinación por su belleza?

Muchos se han ido porque se les ha prometido algo más alto, algo más fuerte, algo más veloz.

Pero, ¿hay algo más alto que el amor revelado en Jerusalén? Nada es más alto que el abajamiento de la cruz, porque allí se alcanza verdaderamente la altura del amor. ¿Somos aún capaces de mostrar esta verdad a quienes piensan que la verdadera altura de la vida está en otra parte?

¿Alguien conoce algo de más fuerte que el poder escondido en la fragilidad del amor, de la bondad, de la verdad, de la belleza?

La búsqueda de lo que cada vez es más veloz atrae al hombre de hoy: internet veloz, coches y aviones rápidos, relaciones inmediatas... Y, sin embargo, se nota una necesidad desesperada de calma, diría de lentitud. La Iglesia, ¿sabe todavía ser lenta: en el tiempo, para escuchar, en la paciencia, para reparar y reconstruir? ¿O acaso también la Iglesia se ve arrastrada por el frenesí de la eficiencia? Recuperemos, queridos hermanos, la calma de saber ajustar el paso a las posibilidades de los peregrinos, al ritmo de su caminar, la capacidad de estar siempre cerca para que puedan abrir un resquicio en el desencanto que hay en su corazón, y así poder entrar en él. Quieren olvidarse de Jerusalén, donde están sus fuentes, pero terminan por sentirse sedientos. Hace falta una Iglesia capaz de acompañar también hoy el retorno a Jerusalén. Una Iglesia que pueda hacer redescubrir las cosas gloriosas y gozosas que se dicen en Jerusalén, de hacer entender que ella es mi Madre, nuestra Madre, y que no están huérfanos. En ella hemos nacido. ¿Dónde está nuestra Jerusalén, donde hemos nacido? En el bautismo, en el primer encuentro de amor, en la llamada, en la vocación.5 Se necesita una Iglesia que vuelva a traer calor, a encender el corazón.

Se necesita una Iglesia que también hoy pueda devolver la ciudadanía a tantos de sus hijos que caminan como en un éxodo.

4. Los desafíos de la Iglesia en Brasil

A la luz de lo dicho, quisiera señalar algunos desafíos de la amada Iglesia en Brasil.

La prioridad de la formación: obispos, sacerdotes, religiosos y laicos

Queridos hermanos, si no formamos ministros capaces de enardecer el corazón de la gente, de caminar con ellos en la noche, de entrar en diálogo con sus ilusiones y desilusiones, de recomponer su fragmentación, ¿qué podemos esperar para el camino presente y futuro? No es cierto que Dios se haya apagado en ellos. Aprendamos a mirar más profundo: no hay quien inflame su corazón como a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 32).

Por esto es importante promover y cuidar una formación de calidad, que cree personas capaces de bajar en la noche sin verse dominadas por la oscuridad y perderse; de escuchar la ilusión de tantos, sin dejarse seducir; de acoger las desilusiones, sin desesperarse y caer en la amargura; de tocar la desintegración del otro, sin dejarse diluir y descomponerse en su propia identidad.

Se necesita una solidez humana, cultural, afectiva, espiritual y doctrinal.6 Queridos hermanos en el episcopado, hay que tener el valor de una revisión a fondo de las estructuras de formación y preparación del clero y del laicado de la Iglesia en Brasil. No es suficiente una vaga prioridad de formación, ni los documentos o las reuniones. Hace falta la sabiduría práctica de establecer estructuras duraderas de preparación en el ámbito local, regional, nacional, y que sean el verdadero corazón para el episcopado, sin escatimar esfuerzos, atenciones y acompañamiento. La situación actual exige una formación de calidad a todos los niveles. Los obispos no pueden delegar este cometido. Ustedes no pueden delegar esta tarea, sino asumirla como algo fundamental para el camino de sus Iglesias.

Colegialidad y solidaridad de la Conferencia Episcopal

A la Iglesia en Brasil no le basta un líder nacional, necesita una red de «testimonios» regionales que, hablando el mismo lenguaje, aseguren por doquier no la unanimidad, sino la verdadera unidad en la riqueza de la diversidad.

La comunión es un lienzo que se debe tejer con paciencia y perseverancia, que va gradualmente «juntando los puntos» para lograr una textura cada vez más amplia y espesa. Una manta con pocas hebras de lana no calienta.

Es importante recordar Aparecida, el método de recoger la diversidad. No tanto diversidad de ideas para elaborar un documento, sino variedad de experiencias de Dios para poner en marcha una dinámica vital.

Los discípulos de Emaús regresaron a Jerusalén contando la experiencia que habían tenido en el encuentro con el Cristo resucitado. Y allí se enteraron de las otras manifestaciones del Señor y de las experiencias de sus hermanos. La Conferencia Episcopal es precisamente un ámbito vital para posibilitar el intercambio de testimonios sobre los encuentros con el Resucitado, en el norte, en el sur, en el oeste... Se necesita, pues, una valorización creciente del elemento local y regional. No es suficiente una burocracia central, sino que es preciso hacer crecer la colegialidad y la solidaridad: será una verdadera riqueza para todos.7

Estado permanente de misión y conversión pastoral

Aparecida habló de estado permanente de misión8 y de la necesidad de una conversión pastoral.9 Son dos resultados importantes de aquella Asamblea para el conjunto de la Iglesia de la zona, y el camino recorrido en Brasil en estos dos puntos es significativo.

Sobre la misión se ha de recordar que su urgencia proviene de su motivación interna: la de transmitir un legado; y, sobre el método, es decisivo recordar que un legado es como el testigo, la posta en la carrera de relevos: no se lanza al aire y quien consigue agarrarlo, bien, y quien no, se queda sin él. Para transmitir el legado hay que entregarlo personalmente, tocar a quien se le quiere dar, transmitir este patrimonio.

Sobre la conversión pastoral, quisiera recordar que «pastoral» no es otra cosa que el ejercicio de la maternidad de la Iglesia. La Iglesia da a luz, amamanta, hace crecer, corrige, alimenta, lleva de la mano... Se requiere, pues, una Iglesia capaz de redescubrir las entrañas maternas de la misericordia. Sin la misericordia, poco se puede hacer hoy para insertarse en un mundo de «heridos», que necesitan comprensión, perdón y amor.

En la misión, también en la continental,10 es muy importante reforzar la familia, que sigue siendo la célula esencial para la sociedad y para la Iglesia; los jóvenes, que son el rostro futuro de la Iglesia; las mujeres, que tienen un papel fundamental en la transmisión de la fe y constituyen esa fuerza cotidiana lleva adelante la sociedad y la renueva. No reduzcamos el compromiso de las mujeres en la Iglesia, sino que promovamos su participación activa en la comunidad eclesial. Si la Iglesia pierde a las mujeres en su total y real dimensión, la Iglesia se expone a la esterilidad. Aparecida destaca también la vocación y misión del varón en la familia, la Iglesia y la sociedad, como padres, trabajadores y ciudadanos11. ¡Ténganlo en cuenta!

La tarea de la Iglesia en la sociedad

En el ámbito social, sólo hay una cosa que la Iglesia pide con particular claridad: la libertad de anunciar el Evangelio de modo integral, aun cuando esté en contraste con el mundo, cuando vaya contracorriente, defendiendo el tesoro del cual es solamente guardiana, y los valores de los que no dispone, pero que ha recibido y a los cuales debe ser fiel.

La Iglesia sostiene el derecho de servir al hombre en su totalidad, diciéndole lo que Dios ha revelado sobre el hombre y su realización y ella quiere hacer presente ese patrimonio inmaterial sin el cual la sociedad se desmorona, las ciudades se verían arrasadas por sus propios muros, barrancos y barreras. La Iglesia tiene el derecho y el deber de mantener encendida la llama de la libertad y de la unidad del hombre.

Las urgencias de Brasil son la educación, la salud, la paz social. La Iglesia tiene una palabra que decir sobre estos temas, porque para responder adecuadamente a estos desafíos no bastan soluciones meramente técnicas, sino que hay que tener una visión subyacente del hombre, de su libertad, de su valor, de su apertura a la trascendencia. Y Ustedes, queridos hermanos, no tengan miedo de ofrecer esta contribución de la Iglesia, que es por el bien de toda la sociedad, y ofrecer esta palabra "encarnada" también en el testimonio.

La Amazonia como tornasol, banco de pruebas para la Iglesia y la sociedad brasileña

Hay un último punto al que quisiera referirme, y que considero relevante para el camino actual y futuro, no solamente de la Iglesia en Brasil, sino también de todo el conjunto social: la Amazonia. La Iglesia no está en la Amazonia como quien tiene hechas las maletas para marcharse después de haberla explotado todo lo que ha podido. La Iglesia está presente en la Amazonia desde el principio con misioneros, congregaciones religiosas, sacerdotes, laicos y obispos y todavía hoy está presente y es determinante para el futuro de la zona. Pienso en la acogida que la Iglesia en la Amazonia ofrece hoy a los inmigrantes haitianos después del terrible terremoto que devastó su país.

Quisiera invitar a todos a reflexionar sobre lo que Aparecida dijo sobre la Amazonia,12 y también el vigoroso llamamiento al respeto y la custodia de toda la creación, que Dios ha confiado al hombre, no para explotarla salvajemente, sino para que la convierta en un jardín. En el desafío pastoral que representa la Amazonia no puedo dejar de agradecer lo que la Iglesia en Brasil está haciendo: la Comisión Episcopal para la Amazonia, creada en 1997, ha dado ya mucho fruto, y muchas diócesis han respondido con prontitud y generosidad a la solicitud de solidaridad, enviando misioneros laicos y sacerdotes. Doy gracias a Monseñor Jaime Chemelo, pionero en este trabajo, y al Cardenal Hummes, actual Presidente de la Comisión. Pero quisiera añadir que la obra de la Iglesia ha de ser ulteriormente incentivada y relanzada. Se necesitan instructores cualificados, sobre todo formadores y profesores de teología, para consolidar los resultados alcanzados en el campo de la formación de un clero autóctono, para tener también sacerdotes adaptados a las condiciones locales y fortalecer, por decirlo así, el «rostro amazónico» de la Iglesia. En esto, por favor, les pido que sean valientes, que tengan parresia. En lenguaje porteño les diría que sea corajudos.

Queridos hermanos, he tratado de ofrecer de una manera fraterna algunas reflexiones y líneas de trabajo en una Iglesia como la que está en Brasil, que es un gran mosaico de piedritas, de imágenes, de formas, problemas y retos, pero que precisamente por eso constituye una enorme riqueza. La Iglesia nunca es uniformidad, sino diversidad que se armoniza en la unidad, y esto vale para toda realidad eclesial.

Que la Virgen Inmaculada de Aparecida sea la estrella que ilumine el compromiso de Ustedes y su camino para llevar a Cristo, como ella lo ha hecho, a todo hombre y a toda mujer de este inmenso país. Será Él, como lo hizo con los dos discípulos confusos y desilusionados de Emaús, quien haga arder el corazón y dé nueva y segura esperanza.

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1 El Documento de Aparecida subraya cómo los niños, los jóvenes y los ancianos construyen el futuro de los pueblos (cf. n. 447).

2 Pienso en tantas figuras como, por citar sólo algunas, Lorscheider, Mendes de Almeida, Sales, Vital, Camara, Macedo..., junto al primer obispo brasileño Pero Fernandes Sardinha (1551-1556), asesinado por belicosas tribus locales.

3 Letter of 26 January 1833, in: The Letters and Diaries of John Henry Newman, vol. III, Oxford 1979, p. 204.

4 En el Documento de Aparecida se presentan sintéticamente las razones de fondo de este fenómeno (cf. n. 225).

5 Cf. también los cuatro puntos indicados por Aparecida (ibíd., n. 226).

6 En el Documento de Aparecida se pone gran atención a la formación del clero, y también de los laicos (cf. nn. 316-325; 212).

7 También el Documento de Aparecida ofrece líneas importantes de camino sobre este aspecto (cf. nn. 181-183; 189).

8 Cf. n. 216.

9 Cf. nn. 365-372.

10 Las conclusiones de la Conferencia de Aparecida insisten en el rostro de una Iglesia que por su misma naturaleza es evangelizadora, que existe para evangelizar, con audacia y libertad, a todos los niveles (cf. nn.547-554).

11 Cf. nn. 459-463.

12 Cf. particularmente los nn. 83-87 y, desde el punto de vista de una pastoral unitaria, el n. 475.

[01091-04.02] [Texto original: Plurilingüe]

 TRADUZIONE IN LINGUA ITALIANA

Cari fratelli,

Com’è buono e bello trovarmi qui con voi, Vescovi del Brasile!

Grazie per essere venuti, e permettetemi di parlavi come ad amici, perciò preferisco parlarvi in spagnolo per poter esprimere meglio quello che ho nel cuore. Vi chiedo di scusarmi!

Siamo riuniti un po’ in disparte, in questo posto preparato dal nostro fratello Mons. Orani, per rimanere da soli e poter parlare da cuore a cuore, come Pastori ai quali Dio ha affidato il suo Gregge. Nelle strade di Rio, giovani di tutto il mondo e tante altre moltitudini ci aspettano, bisognosi di essere raggiunti dello sguardo misericordioso di Cristo Buon Pastore, che siamo chiamati a rendere presente. Godiamo, quindi, di questo momento di riposo, di condivisione, di vera fraternità.

Cominciando dalla Presidenza della Conferenza Episcopale e dall’Arcivescovo di Rio de Janeiro, voglio abbracciare tutti e ciascuno, specialmente i Vescovi emeriti.

Più che un discorso formale, voglio condividere con voi alcune riflessioni.

La prima mi è venuta in mente un’altra volta quando ho visitato il santuario di Aparecida. Lì, ai piedi della statua dell’Immacolata Concezione, ho pregato per voi, per le vostre Chiese, per i vostri presbiteri, religiosi e religiose, per i vostri seminaristi, per i laici e le loro famiglie e, in modo particolare, per i giovani e per gli anziani, entrambi sono la speranza di un popolo; i giovani, perché portano la forza, l’illusione, la speranza del futuro; gli anziani, perché sono la memoria, la saggezza di un popolo.1

1. Aparecida: chiave di lettura per la missione della Chiesa

In Aparecida, Dio ha offerto al Brasile la sua propria Madre. Ma, in Aparecida, Dio ha dato anche una lezione su Se stesso, circa il suo modo di essere e di agire. Una lezione sull’umiltà che appartiene a Dio come tratto essenziale, e che è nel DNA di Dio. C’è qualcosa di perenne da imparare su Dio e sulla Chiesa in Aparecida; un insegnamento che né la Chiesa in Brasile, né il Brasile stesso devono dimenticare.

All’inizio dell’evento di Aparecida c’è la ricerca dei poveri pescatori. Tanta fame e poche risorse. La gente ha sempre bisogno di pane. Gli uomini partono sempre dei loro bisogni, anche oggi.

Hanno una barca fragile, inadatta; hanno reti scadenti, forse anche danneggiate, insufficienti.

Prima c’è la fatica, forse la stanchezza, per la pesca, e tuttavia il risultato è scarso: un fallimento, un insuccesso. Nonostante gli sforzi, le reti sono vuote.

Poi, quando vuole Dio, Egli stesso subentra nel suo Mistero. Le acque sono profonde e tuttavia nascondono sempre la possibilità di Dio; e Lui è arrivato di sorpresa, chissà quando non Lo si aspettava più. La pazienza di coloro che lo attendono è sempre messa alla prova. E Dio è arrivato in modo nuovo, perché Dio è sorpresa: un’immagine di fragile argilla, oscurata dalle acque del fiume, anche invecchiata dal tempo. Dio entra sempre nelle vesti della pochezza.

Ecco allora l’immagine dell’Immacolata Concezione. Prima il corpo, poi la testa, poi il ricongiungimento di corpo e testa: unità. Quello che era spezzato riprende l’unità. Il Brasile coloniale era diviso dal muro vergognoso della schiavitù. La Madonna Aparecida si presenta con il volto negro, prima divisa, poi unita nelle mani dei pescatori.

C’è qui un insegnamento che Dio ci vuole offrire. La sua bellezza riflessa nella Madre, concepita senza peccato originale, emerge dall’oscurità del fiume. In Aparecida, sin dall’inizio, Dio dona un messaggio di ricomposizione di ciò che è fratturato, di compattazione di ciò che è diviso. Muri, abissi, distanze presenti anche oggi sono destinati a scomparire. La Chiesa non può trascurare questa lezione: essere strumento di riconciliazione.

I pescatori non disprezzano il mistero incontrato nel fiume, anche se è un mistero che appare incompleto. Non buttano via i pezzi del mistero. Attendono la pienezza. E questa non tarda ad arrivare. C’è qualcosa di saggio che dobbiamo imparare. Ci sono pezzi di un mistero, come parti di un mosaico, che andiamo incontrando. Noi vogliamo vedere troppo in fretta il tutto e Dio invece si fa vedere pian piano. Anche la Chiesa deve imparare questa attesa.

Poi, i pescatori portano a casa il mistero. La gente semplice ha sempre spazio per far albergare il mistero. Forse abbiamo ridotto il nostro parlare del mistero ad una spiegazione razionale; nella gente, invece, il mistero entra dal cuore. Nella casa dei poveri Dio trova sempre posto.

I pescatori "agasalham": rivestono il mistero della Vergine pescata, come se lei avesse freddo e avesse bisogno di essere riscaldata. Dio chiede di essere messo al riparo nella parte più calda di noi stessi: il cuore. Poi è Dio a sprigionare il calore di cui abbiamo bisogno, ma prima entra con l’astuzia di colui che mendica. I pescatori coprono quel mistero della Vergine con il manto povero della loro fede. Chiamano i vicini per vedere la bellezza trovata; si riuniscono intorno ad essa; raccontano le loro pene in sua presenza e le affidano le loro cause. Consentono così che le intenzioni di Dio si possano attuare: una grazia, poi l’altra; una grazia che apre ad un’altra; una grazia che prepara un’altra. Dio va gradualmente dispiegando l’umiltà misteriosa della sua forza.

C’è da imparare tanto da questo atteggiamento dei pescatori. Una Chiesa che fa spazio al mistero di Dio; una Chiesa che alberga in se stessa tale mistero, in modo che esso possa incantare la gente, attirarla. Solo la bellezza di Dio può attrarre. La via di Dio è l’incanto che attrae. Dio si fa portare a casa. Egli risveglia nell’uomo il desiderio di custodirlo nella propria vita, nella propria casa, nel proprio cuore. Egli risveglia in noi il desiderio di chiamare i vicini per far conoscere la sua bellezza. La missione nasce proprio da questo fascino divino, da questo stupore dell’incontro. Parliamo di missione, di Chiesa missionaria. Penso ai pescatori che chiamano i loro vicini per vedere il mistero della Vergine. Senza la semplicità del loro atteggiamento, la nostra missione è destinata al fallimento.

La Chiesa ha sempre l’urgente bisogno di non disimparare la lezione di Aparecida, non la può dimenticare. Le reti della Chiesa sono fragili, forse rammendate; la barca della Chiesa non ha la potenza dei grandi transatlantici che varcano gli oceani. E tuttavia Dio vuole manifestarsi proprio attraverso i nostri mezzi, mezzi poveri, perché sempre è Lui che agisce.

Cari Fratelli, il risultato del lavoro pastorale non si appoggia sulla ricchezza delle risorse, ma sulla creatività dell’amore. Servono certamente la tenacia, la fatica, il lavoro, la programmazione, l’organizzazione, ma prima di tutto bisogna sapere che la forza della Chiesa non abita in se stessa, bensì si nasconde nelle acque profonde di Dio, nelle quali essa è chiamata a gettare le reti.

Un’altra lezione che la Chiesa deve ricordare sempre è che non può allontanarsi dalla semplicità, altrimenti disimpara il linguaggio del Mistero e resta fuori dalla porta del Mistero, e, ovviamente, non riesce ad entrare in coloro che pretendono dalla Chiesa quello che non possono darsi da sé, cioè Dio. A volte, perdiamo coloro che non ci capiscono perché abbiamo disimparato la semplicità, importando dal di fuori anche una razionalità aliena alla nostra gente. Senza la grammatica della semplicità, la Chiesa si priva delle condizioni che rendono possibile "pescare" Dio nelle acque profonde del suo Mistero.

Un ultimo ricordo: Aparecida è comparsa in un luogo di incrocio. La strada che univa Rio, la capitale, con San Paolo, la provincia intraprendente che stava nascendo, e Minas Gerais, le miniere molto ambite dalle Corti europee: un crocevia del Brasile Coloniale. Dio appare negli incroci. La Chiesa in Brasile non può dimenticare tale vocazione inscritta in sé fin dal suo primo respiro: essere capace di sistole e diastole, di raccogliere e diffondere.

2. L’apprezzamento per il percorso della Chiesa in Brasile

I Vescovi di Roma hanno avuto sempre il Brasile e la sua Chiesa nel loro cuore. Un meraviglioso percorso è stato compiuto. Dalle 12 diocesi durante il Concilio Vaticano I alle attuali 275 circoscrizioni. Non si è avviata l’espansione di un apparato o di un’impresa, ma piuttosto il dinamismo dei "cinque pani e due pesci" evangelici, che, messi a contatto con la bontà del Padre, in mani callose sono diventati fecondi.

Oggi, vorrei riconoscere il lavoro senza risparmio di voi Pastori, nelle vostre Chiese. Penso ai Vescovi nelle foreste, salendo e scendendo i fiumi, nelle aree semiaride, nel Pantanal, nella pampa, nelle giungle urbane delle megalopoli. Amate sempre, con totale dedizione il vostro gregge! Ma penso anche a tanti nomi e tanti volti, che hanno lasciato impronte incancellabili nel cammino della Chiesa in Brasile, Facendo toccare con mano la grande bontà del Signore verso questa Chiesa2.

I Vescovi di Roma non sono mai stati lontani; hanno seguito, incoraggiato, accompagnato. Negli ultimi decenni, il beato Giovanni XXIII ha invitato con insistenza i Vescovi brasiliani a predisporre il loro primo piano pastorale, e, da quell’inizio, è cresciuta una vera tradizione pastorale in Brasile, che ha fatto sì che la Chiesa non fosse un transatlantico alla deriva, ma avesse sempre una bussola. Il Servo di Dio Paolo VI, oltre ad incoraggiare la ricezione del Concilio Vaticano II, con fedeltà, ma anche con tratti originali (cfr l’Assemblea Generale del CELAM a Medellin), ha influito in modo decisivo sull’autocoscienza della Chiesa in Brasile attraverso il Sinodo sull’evangelizzazione e quel testo fondamentale di riferimento che rimane attuale: l’Evangelii nuntiandi. Il beato Giovanni Paolo II ha visitato il Brasile per tre volte, percorrendolo da "cabo a rabo", dal nord al sud, insistendo sulla missione pastorale della Chiesa, sulla comunione e partecipazione, sulla preparazione al Grande Giubileo, sulla nuova evangelizzazione. Benedetto XVI ha scelto Aparecida per realizzare la V Assemblea Generale del CELAM e questo ha lasciato una grande impronta nella Chiesa dell’intero Continente.

La Chiesa in Brasile ha ricevuto e applicato con originalità il Concilio Vaticano II e il percorso realizzato, pur avendo dovuto superare certe malattie infantili, ha portato ad una Chiesa gradualmente più matura, aperta, generosa, missionaria.

Oggi siamo in un momento nuovo. Come si è bene espresso il Documento di Aparecida: non è un’epoca di cambiamento, ma è un cambiamento d’epoca. Allora, oggi è sempre urgente domandarci: che cosa chiede Dio a noi? A questa domanda vorrei tentare di offrire qualche linea di risposta.

3. L’icona di Emmaus come chiave di lettura del presente e del futuro

Anzitutto non bisogna cedere alla paura di cui parlava il beato John Henry Newman: «Il mondo cristiano sta gradualmente diventando sterile, e si esaurisce come una terra sfruttata a fondo che diviene sabbia».3 Non bisogna cedere al disincanto, allo scoraggiamento, alle lamentele. Abbiamo lavorato molto e, a volte, ci sembra di essere degli sconfitti, e abbiamo il sentimento di chi deve fare il bilancio di una stagione ormai persa, guardando a coloro che ci lasciano o non ci ritengono più credibili, rilevanti.

Rileggiamo in questa luce, ancora una volta, l’episodio di Emmaus (cfr Lc 24, 13-15). I due discepoli scappano da Gerusalemme. Si allontano dalla "nudità" di Dio. Sono scandalizzati dal fallimento del Messia nel quale avevano sperato e che ora appare irrimediabilmente sconfitto, umiliato, anche dopo il terzo giorno (vv. 17-21). Il mistero difficile della gente che lascia la Chiesa; di persone che, dopo essersi lasciate illudere da altre proposte, ritengono che ormai la Chiesa - la loro Gerusalemme - non possa offrire più qualcosa di significativo e importante. E allora vanno per la strada da soli, con la loro delusione. Forse la Chiesa è apparsa troppo debole, forse troppo lontana dai loro bisogni, forse troppo povera per rispondere alle loro inquietudini, forse troppo fredda nei loro confronti, forse troppo autoreferenziale, forse prigioniera dei propri rigidi linguaggi, forse il mondo sembra aver reso la Chiesa un relitto del passato, insufficiente per le nuove domande; forse la Chiesa aveva risposte per l’infanzia dell’uomo ma non per la sua età adulta4. Il fatto è che oggi ci sono molti che sono come i due discepoli di Emmaus; non solo coloro che cercano risposte nei nuovi e diffusi gruppi religiosi, ma anche coloro che sembrano ormai senza Dio sia nella teoria che nella pratica.

Di fronte a questa situazione che cosa fare?

Serve una Chiesa che non abbia paura di entrare nella loro notte. Serve una Chiesa capace di incontrarli nella loro strada. Serve una Chiesa in grado di inserirsi nella loro conversazione. Serve una Chiesa che sappia dialogare con quei discepoli, i quali, scappando da Gerusalemme, vagano senza meta, da soli, con il proprio disincanto, con la delusione di un Cristianesimo ritenuto ormai terreno sterile, infecondo, incapace di generare senso.

La globalizzazione implacabile e l’intensa urbanizzazione spesso selvagge, hanno promesso molto. Tanti si sono innamorati delle loro potenzialità e in esse c’è qualcosa di veramente positivo, come, per esempio, la diminuzione delle distanze, l’avvicinamento tra le persone e le culture, la diffusione dell’informazione e dei servizi. Ma, dall’altro lato, molti vivevano i loro effetti negativi senza rendersi conto di come essi pregiudicano la propria visione dell’uomo e del mondo, generando maggiore disorientamento, e un vuoto che non riescono a spiegare. Alcuni di questi effetti sono la confusione circa il senso della vita, la disintegrazione personale, la perdita dell’esperienza di appartenere a un "nido", la mancanza di un luogo e di legami profondi.

E siccome non c’è chi li accompagni e mostri con la propria vita il vero cammino, molti hanno cercato scorciatoie, perché appare troppo alta la "misura" della Grande Chiesa. Ci sono anche quelli che riconoscono l’ideale dell’uomo e di vita proposto dalla Chiesa, ma non hanno l’audacia di abbracciarlo. Pensano che questo ideale sia troppo grande per loro, sia fuori delle loro possibilità; la meta a cui tendere è irraggiungibile. Tuttavia non possono vivere senza avere almeno qualcosa, sia pure una caricatura, di quello che sembra troppo alto e lontano. Con la disillusione nel cuore, vanno alla ricerca di qualcosa che li illuda ancora una volta, o si rassegnano ad una adesione parziale, che, in definitiva, non riesce a dare pienezza alla loro vita.

Il grande senso di abbandono e di solitudine, di non appartenenza neanche a se stessi che spesso emerge da questa situazione, è troppo doloroso per essere messo a tacere. C’è bisogno di uno sfogo e allora resta la via del lamento. Ma anche il lamento diventa a sua volta come un boomerang che torna indietro e finisce per aumentare l’infelicità. Poca gente è ancora capace di ascoltare il dolore; bisogna almeno anestetizzarlo.

Davanti a questo panorama, serve una Chiesa in grado di far compagnia, di andare al di là del semplice ascolto; una Chiesa che accompagna il cammino mettendosi in cammino con la gente; una Chiesa capace di decifrare la notte contenuta nella fuga di tanti fratelli e sorelle da Gerusalemme; una Chiesa che si renda conto di come le ragioni per le quali c’è gente che si allontana contengono già in se stesse anche le ragioni per un possibile ritorno, ma è necessario saper leggere il tutto con coraggio. Gesù diede calore al cuore dei discepoli di Emmaus.

Vorrei che ci domandassimo tutti, oggi: siamo ancora una Chiesa capace di riscaldare il cuore? Una Chiesa capace di ricondurre a Gerusalemme? Di riaccompagnare a casa? In Gerusalemme abitano le nostre sorgenti: Scrittura, Catechesi, Sacramenti, Comunità, amicizia del Signore, Maria e gli Apostoli... Siamo ancora in grado di raccontare queste fonti così da risvegliare l’incanto per la loro bellezza?

Tanti se ne sono andati poiché è stato loro promesso qualcosa di più alto, qualcosa di più forte, qualcosa di più veloce.

Ma c’è qualcosa di più alto dell’amore rivelato a Gerusalemme? Nulla è più alto dell’abbassamento della Croce, poiché lì si raggiunge veramente l’altezza dell’amore! Siamo ancora in grado di mostrare questa verità a coloro che pensano che la vera altezza della vita sia altrove?

Si conosce qualcosa di più forte della potenza nascosta nella fragilità dell’amore, del bene, della verità, della bellezza?

La ricerca di ciò che è sempre più veloce attira l’uomo d’oggi: Internet veloce, auto veloci, aerei veloci, rapporti veloci... E tuttavia si avverte una disperata necessità di calma, vorrei dire di lentezza. La Chiesa, sa ancora essere lenta: nel tempo, per ascoltare, nella pazienza, per ricucire e ricomporre? O anche la Chiesa è ormai travolta della frenesia dell’efficienza? Recuperiamo, cari Fratelli, la calma di saper accordare il passo con le possibilità dei pellegrini, con i loro ritmi di cammino, la capacità di essere sempre vicini per consentire loro di aprire un varco nel disincanto che c’è nei cuori, così da potervi entrare. Essi vogliono dimenticare Gerusalemme nella quale abitano le loro sorgenti, ma allora finiranno per sentire sete. Serve una Chiesa capace ancora di accompagnare il ritorno a Gerusalemme! Una Chiesa che sia in grado di far riscoprire le cose gloriose e gioiose che si dicono di Gerusalemme, di far capire che essa è mia Madre, nostra Madre e non siano orfani! In essa siamo nati. Dov’è la nostra Gerusalemme, dove siamo nati? Nel Battesimo, nel primo incontro di amore, nella chiamata, nella vocazione!5 Serve una Chiesa che torni a portare calore, ad accendere il cuore.

Serve una Chiesa capace ancora di ridare cittadinanza a tanti dei suoi figli che camminano come in un esodo.

4. Le sfide della Chiesa in Brasile

Alla luce di quanto ho detto, vorrei sottolineare alcune sfide dell’amata Chiesa che è in Brasile.

La priorità della formazione: Vescovi, sacerdoti, religiosi, laici

Cari Fratelli, se non formeremo ministri capaci di riscaldare il cuore alla gente, di camminare nella notte con loro, di dialogare con le loro illusioni e delusioni, di ricomporre le loro disintegrazioni, che cosa potremo sperare per il cammino presente e futuro? Non è vero che Dio sia oscurato in loro. Impariamo a guardare più in profondità: manca chi riscaldi loro il cuore, come con i discepoli di Emmaus (cfr Lc 24,32).

Per questo è importante promuovere e curare una formazione qualificata che crei persone capaci di scendere nella notte senza essere invase dal buio e perdersi; di ascoltare l’illusione di tanti, senza lasciarsi sedurre; di accogliere le delusioni, senza disperarsi e precipitare nell’amarezza; di toccare la disintegrazione altrui, senza lasciarsi sciogliere e scomporsi nella propria identità.

Serve una solidità umana, culturale, affettiva, spirituale, dottrinale.6 Cari Fratelli nell’Episcopato, bisogna avere il coraggio di una revisione a fondo delle strutture di formazione e di preparazione del clero e del laicato della Chiesa che è in Brasile. Non è sufficiente una vaga priorità della formazione, né di documenti o di convegni. Serve la saggezza pratica di mettere in piedi strutture durevoli di preparazione in ambito locale, regionale, nazionale e che siano il vero cuore per l’Episcopato, senza risparmiare forze, attenzione e accompagnamento. La situazione attuale esige una formazione qualificata a tutti i livelli. I Vescovi non possono delegare tale compito. Voi non potete delegare tale compito, ma assumerlo come qualcosa di fondamentale per il cammino delle vostre Chiese.

Collegialità e solidarietà della Conferenza Episcopale

Alla Chiesa in Brasile non basta un leader nazionale, serve una rete di "testimonianze" regionali, che, parlando lo stesso linguaggio, assicurino dappertutto non l’unanimità, ma la vera unità nella ricchezza della diversità.

La comunione è una tela da tessere con pazienza e perseveranza che va gradualmente "avvicinando i punti" per consentire una copertura sempre più estesa e densa. Una coperta con pochi fili di lana non riscalda.

E’ importante ricordare Aparecida, il metodo di raccogliere la diversità. Non tanto diversità di idee per produrre un documento, ma varietà di esperienze di Dio per mettere in moto una dinamica vitale.

I discepoli di Emmaus sono tornati a Gerusalemme raccontando l’esperienza che avevano fatto nell’incontro con il Cristo Risorto (cfr Lc 24,33-35). E là sono venuti a conoscenza delle altre manifestazione del Signore e delle esperienze dei loro fratelli. La Conferenza Episcopale è proprio un spazio vitale per consentire tale interscambio di testimonianze circa gli incontri con il Risorto, nel nord, nel sud, nell’ovest... Serve, allora, una valorizzazione crescente dell’elemento locale e regionale. Non è sufficiente la burocrazia centrale, ma bisogna far crescere la collegialità e la solidarietà, sarà una vera ricchezza per tutti.7

Stato permanente di missione e conversione pastorale

Aparecida ha parlato di stato permanente di missione8 e della necessità di una conversione pastorale.9 Sono due risultati importanti di quell’Assemblea per l’intera Chiesa dell’area, e il cammino fatto in Brasile su questi due punti è significativo.

Sulla missione è da ricordare che l’urgenza deriva dalla sua motivazione interna, si tratta cioè di trasmettere un’eredità, e sul metodo è decisivo ricordare che un’eredità è come il testimone, il bastone, nella corsa a staffetta: non si butta per aria e chi riesce a prenderlo, bene, e chi non ci riesce rimane senza. Per trasmettere l’eredità bisogna consegnarla personalmente, toccare colui al quale si vuole donare, trasmettere, tale eredità.

Sulla conversione pastorale vorrei ricordare che "pastorale" non è altra cosa che l’esercizio della maternità della Chiesa. Essa genera, allatta, fa crescere, corregge, alimenta, conduce per mano ... Serve, allora, una Chiesa capace di riscoprire le viscere materne della misericordia. Senza la misericordia c’è poco da fare oggi per inserirsi in un mondo di "feriti", che hanno bisogno di comprensione, di perdono, di amore.

Nella missione, anche continentale,10 è molto importante rinforzare la famiglia, che rimane cellula essenziale per la società e per la Chiesa; i giovani, che sono il volto futuro della Chiesa; le donne, che hanno un ruolo fondamentale nel trasmettere la fede e costituiscono una forza quotidiana in una società che la porti avanti e la rinnovi. Non riduciamo l’impegno delle donne nella Chiesa, bensì promuoviamo il loro ruolo attivo nella comunità ecclesiale. Se la Chiesa perde le donne, nella sua dimensione totale e reale, la Chiesa rischia la sterilità. Aparecida sottolinea anche la vocazione e la missione dell’uomo nella famiglia, nella Chiesa e nella società, come padri, lavoratori e cittadini11. Tenetelo in seria considerazione!

Il compito della Chiesa nella società

Nell’ambito della società c’è una sola cosa che la Chiesa chiede con particolare chiarezza: la libertà di annunciare il Vangelo in modo integrale, anche quando si pone in contrasto con il mondo, anche quando va controcorrente, difendendo il tesoro di cui è solo custode, e i valori dei quali non dispone, ma che ha ricevuto e ai quali deve essere fedele.

La Chiesa afferma il diritto di servire l’uomo nella sua interezza, dicendogli quello che Dio ha rivelato circa l’uomo e la sua realizzazione, ed essa desidera rendere presente quel patrimonio immateriale senza il quale la società si sfalda, le città sarebbero travolte dai propri muri, abissi e barriere. La Chiesa ha il diritto e il dovere di mantenere accesa la fiamma della liberta e dell’unità dell’uomo.

Educazione, salute, pace sociale sono le urgenze brasiliane. La Chiesa ha una parola da dire su questi temi, perché per rispondere adeguatamente a tali sfide non sono sufficienti soluzioni meramente tecniche, ma bisogna avere una sottostante visione dell’uomo, della sua libertà, del suo valore, della sua apertura al trascendente. E voi, cari Confratelli, non abbiate timore di offrire questo contributo della Chiesa che è per il bene dell’intera società e di offrire questa parola "incarnata" anche con la testimonianza.

L’Amazzonia come cartina di tornasole, banco di prova per la Chiesa e la società brasiliane

C’è un ultimo punto sul quale vorrei soffermarmi, e che ritengo rilevante per il cammino attuale e futuro non solo della Chiesa in Brasile, ma anche dell’intera compagine sociale: l’Amazzonia. La Chiesa è in Amazzonia non come chi ha le valigie in mano per partire dopo aver sfruttato tutto ciò che ha potuto. La Chiesa è presente in Amazzonia sin dall’inizio con missionari, congregazioni religiose, sacerdoti, laici e vescovi, e tuttora è presente e determinante per il futuro dell’area. Penso all’accoglienza che la Chiesa in Amazzonia offre oggi agli immigrati haitiani dopo il terribile terremoto, che ha sconvolto il loro Paese.

Vorrei invitare tutti a riflettere su quello che Aparecida ha detto sull’Amazzonia,12 anche il forte richiamo al rispetto e alla custodia del intera creazione che Dio ha affidato all’uomo non perché lo sfrutti selvaggiamente, ma perché lo renda un giardino. Nella sfida pastorale che rappresenta l’Amazzonia non posso non ringraziare ciò che la Chiesa in Brasile sta facendo: la Commissione Episcopale per l’Amazzonia creata nel 1997 ha già dato molti frutti e tante diocesi hanno risposto in modo pronto e generoso alla richiesta di solidarietà, inviando missionari laici e sacerdoti. Ringrazio Mons. Jaime Chemelo pioniere di questo lavoro e il Card. Hummes attuale Presidente della Commissione. Ma vorrei aggiungere che va ulteriormente incentivata e rilanciata l’opera della Chiesa. Servono formatori qualificati, soprattutto formatori e professori di teologia, per consolidare i risultati ottenuti nel campo della formazione di un clero autoctono, anche per avere sacerdoti adattati alle condizioni locali e consolidare, per così dire, il "volto amazzonico" della Chiesa. In questo, per favore, vi chiedo di essere coraggiosi, di avere parresia! Nel linguaggio "porteño" [di Buenos Aires] vi direi di essere intrepidi.

Cari Confratelli, ho cercato di offrivi in modo fraterno delle riflessioni e delle linee di lavoro in una Chiesa come quella in Brasile che è un grande mosaico di piccole pietre, di immagini, di forme, di problemi, di sfide, ma che proprio per questo è una enorme ricchezza. La Chiesa non è mai uniformità, ma diversità che si armonizzano nell’unità e questo vale in ogni realtà ecclesiale.

La Vergine Immacolata di Aparecida sia la stella che illumina il vostro impegno e il vostro cammino per portare, come Lei lo ha fatto, il Cristo ad ogni uomo e ad ogni donna del vostro immenso Paese. Sarà Lui, come ha fatto con i due discepoli smarriti e delusi di Emmaus, a scaldare il cuore e donare nuova e sicura speranza.

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1 Il Documento di Aparecida sottolinea come i bambini, i giovani e gli anziani costruiscono il futuro dei popoli (cfr n. 4347).

2 Il Documento di Aparecida sottolinea come i bambini, i giovani e gli anziani costruiscono il futuro dei popoli (cfr n. 447).

3 Letter of 26 January 1833, in: The Letters and Diaries of John Henry Newman, vol. III, Oxford 1979, p. 204.

4 Nel Documento di Aparecida vengono presentate sinteticamente le ragioni di fondo di questo fenomeno (cfr n. 225).

5 Cfr anche i quattro punti indicati da Aparecida (n. 226).

6 Nel Documento di Aparecida grande attenzione è riservata alla formazione del Clero, come pure dei laici (cfr nn. 316-325; 212).

7 Anche su questo aspetto il Documento di Aparecida offre linee di cammino importanti (cfr nn. 181-183; 189).

8 Cfr n. 216.

9 Cfr nn. 365-372.

10 Le conclusioni della Conferenza di Aparecida insistono sul volto di una Chiesa che è per sua stessa natura evangelizzatrice, che esiste per evangelizzare, con audacia e libertà, a tutti i livelli (cfr nn.547-554).

11 Cf. nn. 459-463.

12 Cfr in particolare i nn.83-87 e da un punto di vista di una pastorale unitaria il n. 475.

[01091-01.02] [Testo originale: Plurilingue]

TRADUZIONE IN LINGUA INGLESE

Dear Brothers,

How good it is to be here with you, the Bishops of Brazil!

Thank you for coming, and please allow me to speak with you as one among friends. That’s why I prefer to speak to you in Spanish, so as to express better what I carry in my heart. I ask you to forgive me.

We are meeting somewhat apart, in this place prepared by our brother, Archbishop Orani Tempesta, so that we can be alone and speak to one another from the heart, as pastors to whom God has entrusted his flock. On the streets of Rio, young people from all over the world and countless others await us, needing to be reached by the merciful gaze of Christ the Good Shepherd, whom we are called to make present. So let us enjoy this moment of repose, exchange of ideas and authentic fraternity.

Beginning with the President of the Episcopal Conference and the Archbishop of Rio de Janeiro, I want to embrace each and every one of you, and in a particular way the Emeritus Bishops.

More than a formal address, I would like to share some reflections with you.

The first came to mind again when I visited the shrine of Aparecida. There, at the foot of the statue of the Immaculate Conception, I prayed for you, your Churches, your priests, men and women religious, seminarians, laity and their families and, in a particular way, the young people and the elderly: these last are the hope of a nation; the young, because they bring strength, idealism and hope for the future; the elderly because they represent the memory, the wisdom of the people.1

1. Aparecida: a key for interpreting the Church’s mission

In Aparecida God gave Brazil his own Mother. But in Aparecida God also offered a lesson about himself, about his way of being and acting. A lesson about the humility which is one of God’s essential features, and which is part of God’s DNA. Aparecida offers us a perennial teaching about God and about the Church; a teaching which neither the Church in Brazil nor the nation itself must forget.

At the beginning of the Aparecida event, there were poor fishermen looking for food. So much hunger and so few resources. People always need bread. People always start with their needs, even today.

They have a dilapidated, ill-fitted boat; their nets are old and perhaps torn, insufficient.

First comes the effort, perhaps the weariness, of the catch, yet the results are negligible: a failure, time wasted. For all their work, the nets are empty.

Then, when God wills it, he mysteriously enters the scene. The waters are deep and yet they always conceal the possibility of a revelation of God. He appeared out of the blue, who knows for how long, when he was no longer expected. The patience of those who await him is always tested. And God arrived in a novel fashion, since God is wonder: as a fragile clay statue, darkened by the waters of the river and aged by the passage of time. God always enters clothed in poverty, littleness.

Then there is the statue itself of the Immaculate Conception. First, the body appeared, then the head, then the head was joined to the body: unity. What had been broken is restored and becomes one. Colonial Brazil had been divided by the shameful wall of slavery. Our Lady of Aparecida appears with a black face, first separated, and then united in the hands of the fishermen.

Here there is a message which God wants to teach us. His own beauty, reflected in his Mother conceived without original sin, emerges from the darkness of the river. In Aparecida, from the beginning, God’s message was one of restoring what was broken, reuniting what had been divided. Walls, chasms, differences which still exist today are destined to disappear. The Church cannot neglect this lesson: she is called to be a means of reconciliation.

The fishermen do not dismiss the mystery encountered in the river, even if it is a mystery which seems incomplete. They do not throw away the pieces of the mystery. They await its completion. And this does not take long to come. There is a wisdom here that we need to learn. There are pieces of the mystery, like the stones of a mosaic, which we encounter. We are impatient, anxious to see the whole picture, but God lets us see things slowly, quietly. The Church also has to learn how to wait.

Then the fishermen bring the mystery home. Ordinary people always have room to take in the mystery. Perhaps we have reduced our way of speaking about mystery to rational explanations; but for ordinary people the mystery enters through the heart. In the homes of the poor, God always finds a place.

The fishermen "bundle up" the mystery, they clothe the Virgin drawn from the waters as if she were cold and needed to be warmed. God asks for shelter in the warmest part of ourselves: our heart. God himself releases the heat we need, but first he enters like a shrewd beggar. The fishermen wrap the mystery of the Virgin with the lowly mantle of their faith. They call their neighbours to see its rediscovered beauty; they all gather around and relate their troubles in its presence and they entrust their causes to it. In this way they enable God’s plan to be accomplished: first comes one grace, then another; one grace leads to another; one grace prepares for another. God gradually unfolds the mysterious humility of his power.

There is much we can learn from the approach of the fishermen. About a Church which makes room for God’s mystery; a Church which harbours that mystery in such a way that it can entice people, attract them. Only the beauty of God can attract. God’s way is through enticement which attracts us. God lets himself be brought home. He awakens in us a desire to keep him and his life in our homes, in our hearts. He reawakens in us a desire to call our neighbours in order to make known his beauty. Mission is born precisely from this divine allure, by this amazement born of encounter. We speak about mission, about a missionary Church. I think of those fishermen calling their neighbours to see the mystery of the Virgin. Without the simplicity of their approach, our mission is doomed to failure.

The Church needs constantly to relearn the lesson of Aparecida; she must not lose sight of it. The Church’s nets are weak, perhaps patched; the Church’s barque is not as powerful as the great transatlantic liners which cross the ocean. And yet God wants to be seen precisely through our resources, scanty resources, because he is always the one who acts.

Dear brothers, the results of our pastoral work do not depend on a wealth of resources, but on the creativity of love. To be sure, perseverance, effort, hard work, planning and organization all have their place, but first and foremost we need to realize that the Church’s power does not reside in herself; it is hidden in the deep waters of God, into which she is called to cast her nets.

Another lesson which the Church must constantly recall is that she cannot leave simplicity behind; otherwise she forgets how to speak the language of Mystery, and she herself remains outside the door of the mystery, and obviously, she proves incapable of approaching those who look to the Church for something which they themselves cannot provide, namely, God himself. At times we lose people because they don’t understand what we are saying, because we have forgotten the language of simplicity and import an intellectualism foreign to our people. Without the grammar of simplicity, the Church loses the very conditions which make it possible "to fish" for God in the deep waters of his Mystery.

A final thought: Aparecida took place at a crossroads. The road which linked Rio, the capital, with São Paulo, the resourceful province then being born, and Minas Gerais, the mines coveted by the courts of Europe, was a major intersection in colonial Brazil. God appears at the crossroads. The Church in Brazil cannot forget this calling which was present from the moment of her birth: to be a beating heart, to gather and to spread.

2. Appreciation for the path taken by the Church in Brazil

The Bishops of Rome have always had a special place in their heart for Brazil and its Church. A marvellous journey has been accomplished. From twelve dioceses during the First Vatican Council, it now numbers 275 circumscriptions. This was not the expansion of an organization or a business enterprise, but rather the dynamism of the Gospel story of the "five loaves and two fish" which, through the bounty of the Father and through tireless labour, bore abundant fruit.

Today I would like to acknowledge your unsparing work as pastors in your local Churches. I think of Bishops in the forests, travelling up and down rivers, in semiarid places, in the Pantanal, in the pampas, in the urban jungles of your sprawling cities. Always love your flock with complete devotion! I also think of all those names and faces which have indelibly marked the journey of the Church in Brazil, making palpable the Lord’s immense bounty towards this Church.2

The Bishops of Rome were never distant; they followed, encouraged and supported this journey. In recent decades, Blessed John XXIII urged the Brazilian Bishops to draw up their first pastoral plan and, from that beginning a genuine pastoral tradition arose in Brazil, one which prevented the Church from drifting and provided it with a sure compass. The Servant of God Paul VI encouraged the reception of the Second Vatican Council not only in fidelity but also in creativity (cf. the CELAM General Assembly in Medellin), and decisively influenced the self-identity of the Church in Brazil through the Synod on evangelization and that basic point of reference which remains relevant is the Evangelii Nuntiandi. Blessed John Paul II visited Brazil three times, going up and down the country, from north to south, emphasizing the Church’s pastoral mission, communion and participation, preparation for the Great Jubilee and the new evangelization. Benedict XVI chose Aparecida as the site of the Fifth CELAM General Assembly and this left a profound mark on the Church of the whole continent.

The Church in Brazil welcomed and creatively applied the Second Vatican Council, and the course it has taken, though needing to overcome some teething problems, has led to a Church gradually more mature, open, generous and missionary.

Today, times have changed. As the Aparecida document nicely put it: ours is not an age of change, but a change of age. So today we urgently need to keep putting the question: what is it that God is asking of us? I would now like to sketch a few ideas by way of a response.

3. The icon of Emmaus as a key for interpreting the present and the future

Before all else, we must not yield to the fear once expressed by Blessed John Henry Newman: "… the Christian world is gradually becoming barren and effete, as land which has been worked out and is become sand".3 We must not yield to disillusionment, discouragement and complaint. We have laboured greatly and, at times, we see what appear to be failures. We feel like those who must tally up a losing season as we consider those who have left us or no longer consider us credible or relevant.

Let us read once again, in this light, the story of Emmaus (cf. Lk 24:13-15). The two disciples have left Jerusalem. They are leaving behind the "nakedness" of God. They are scandalized by the failure of the Messiah in whom they had hoped and who now appeared utterly vanquished, humiliated, even after the third day (vv. 17-21). Here we have to face the difficult mystery of those people who leave the Church, who, under the illusion of alternative ideas, now think that the Church – their Jerusalem – can no longer offer them anything meaningful and important. So they set off on the road alone, with their disappointment. Perhaps the Church appeared too weak, perhaps too distant from their needs, perhaps too poor to respond to their concerns, perhaps too cold, perhaps too caught up with itself, perhaps a prisoner of its own rigid formulas, perhaps the world seems to have made the Church a relic of the past, unfit for new questions; perhaps the Church could speak to people in their infancy but not to those come of age.4 It is a fact that nowadays there are many people like the two disciples of Emmaus; not only those looking for answers in the new religious groups that are sprouting up, but also those who already seem godless, both in theory and in practice.

Faced with this situation, what are we to do?

We need a Church unafraid of going forth into their night. We need a Church capable of meeting them on their way. We need a Church capable of entering into their conversation. We need a Church able to dialogue with those disciples who, having left Jerusalem behind, are wandering aimlessly, alone, with their own disappointment, disillusioned by a Christianity now considered barren, fruitless soil, incapable of generating meaning.

A relentless process of globalization, an often uncontrolled process of intense urbanization, has promised great things. Many people have been captivated by their potential, which of course contains positive elements as, for example, the shortening of distance, the drawing closer of peoples and cultures, the diffusion of information and of services. On the other hand, however, many are living the negative effects of these realities without realizing how they affect a proper vision of man and of the world. This generates enormous confusion and an emptiness which people are unable to explain, regarding the purpose of life, personal disintegration, the loss of the experience of belonging to a "home" and the absence of personal space and strong personal ties.

And since there is no one to accompany them or to show them with his or her own life the true way, many have sought shortcuts, because the standards set by Mother Church seem to be asking too much. There are also those who recognize the ideal of man and of life as proposed by the Church, but they do not have the audacity to embrace it. They think that this ideal is too lofty for them, that it is beyond their abilities, and that the goal the Church sets is unattainable. Nonetheless they cannot live without having at least something, even a poor imitation of what seems too grand and distant. With disappointed hearts, they then go off in search of something which will lead them even further astray, or which brings them to a partial belonging that, ultimately, does not fulfill their lives.

The great sense of abandonment and solitude, of not even belonging to oneself, which often results from this situation, is too painful to hide. Some kind of release is necessary. There is always the option of complaining. But even complaint acts like a boomerang; it comes back and ends up increasing one’s unhappiness. Few people are still capable of hearing the voice of pain; the best we can do is to anaesthetize it.

From this point of view, we need a Church capable of walking at people’s side, of doing more than simply listening to them; a Church which accompanies them on their journey; a Church able to make sense of the "night" contained in the flight of so many of our brothers and sisters from Jerusalem; a Church which realizes that the reasons why people leave also contain reasons why they can eventually return. But we need to know how to interpret, with courage, the larger picture. Jesus warmed the hearts of the disciples of Emmaus.

I would like all of us to ask ourselves today: are we still a Church capable of warming hearts? A Church capable of leading people back to Jerusalem? Of bringing them home? Jerusalem is where our roots are: Scripture, catechesis, sacraments, community, friendship with the Lord, Mary and the apostles… Are we still able to speak of these roots in a way that will revive a sense of wonder at their beauty?

Many people have left because they were promised something more lofty, more powerful, and faster.

But what is more lofty than the love revealed in Jerusalem? Nothing is more lofty than the abasement of the Cross, since there we truly approach the height of love! Are we still capable of demonstrating this truth to those who think that the apex of life is to be found elsewhere?

Do we know anything more powerful than the strength hidden within the weakness of love, goodness, truth and beauty?

People today are attracted by things that are faster and faster: rapid Internet connections, speedy cars and planes, instant relationships. But at the same time we see a desperate need for calmness, I would even say slowness. Is the Church still able to move slowly: to take the time to listen, to have the patience to mend and reassemble? Or is the Church herself caught up in the frantic pursuit of efficiency? Dear brothers, let us recover the calm to be able to walk at the same pace as our pilgrims, keeping alongside them, remaining close to them, enabling them to speak of the disappointments present in their hearts and to let us address them. They want to forget Jerusalem, where they have their sources, but eventually they will experience thirst. We need a Church capable of accompanying them on the road back to Jerusalem! A Church capable of helping them to rediscover the glorious and joyful things that are spoken of Jerusalem, and to understand that she is my Mother, our Mother, and that we are not orphans! We were born in her. Where is our Jerusalem, where were we born? In Baptism, in the first encounter of love, in our calling, in vocation.5 We need a Church that kindles hearts and warms them.

We need a Church capable of restoring citizenship to her many children who are journeying, as it were, in an exodus.

4. Challenges facing the Church in Brazil

In the light of what I have said above, I would like to emphasize several challenges facing the beloved Church in Brazil.

Formation as a priority: Bishops, priests, religious, laity

Dear brothers, unless we train ministers capable of warming people’s hearts, of walking with them in the night, of dialoguing with their hopes and disappointments, of mending their brokenness, what hope can we have for our present and future journey? It isn’t true that God’s presence has been dimmed in them. Let us learn to look at things more deeply. What is missing is someone to warm their heart, as was the case with the disciples of Emmaus (cf. Lk 24:32).

That is why it is important to devise and ensure a suitable formation, one which will provide persons able to step into the night without being overcome by the darkness and losing their bearings; able to listen to people’s dreams without being seduced and to share their disappointments without losing hope and becoming bitter; able to sympathize with the brokenness of others without losing their own strength and identity.

What is needed is a solid human, cultural, effective, spiritual and doctrinal formation.6 Dear brother Bishops, courage is needed to undertake a thorough review of the structures in place for the formation and preparation of the clergy and the laity of the Church in Brazil. It is not enough that formation be considered a vague priority, either in documents or at meetings. What is needed is the practical wisdom to set up lasting educational structures on the local, regional and national levels and to take them to heart as Bishops, without sparing energy, concern and personal interest. The present situation calls for quality formation at every level. Bishops may not delegate this task. You cannot delegate this task, but must embrace it as something fundamental for the journey of your Churches.

Collegiality and solidarity in the Episcopal Conference

The Church in Brazil needs more than a national leader; it needs a network of regional "testimonies" which speak the same language and in every place ensure not unanimity, but true unity in the richness of diversity.

Communion is a fabric to be woven with patience and perseverance, one which gradually "draws together the stitches" to make a more extensive and thick cover. A threadbare cover will not provide warmth.

It is important to remember Aparecida, the method of gathering diversity together. Not so much a diversity of ideas in order to produce a document, but a variety of experiences of God, in order to set a vital process in motion.

The disciples of Emmaus returned to Jerusalem, recounting their experience of meeting the risen Christ. There they came to know other manifestations of the Lord and the experiences of their brothers and sisters. The Episcopal Conference is precisely a vital space for enabling such an exchange of testimonies about encounters with the Risen One, in the north, in the south, in the west… There is need, then, for a greater appreciation of local and regional elements. Central bureaucracy is not sufficient; there is also a need for increased collegiality and solidarity. This will be a source of true enrichment for all.7

Permanent state of mission and pastoral conversion

Aparecida spoke about a permanent state of mission8 and of the need for pastoral conversion.9 These are two important results of that Assembly for the entire Church in the area, and the progress made in Brazil on these two points has been significant.

Concerning mission, we need to remember that its urgency derives from its inner motivation; in other words, it is about handing on a legacy. As for method, it is essential to realize that a legacy is about witness, it is like the baton in a relay race: you don’t throw it up in the air for whoever is able to catch it, so that anyone who doesn’t catch it has to manage without. In order to transmit a legacy, one needs to hand it over personally, to touch the one to whom one wants to give, to relay, this inheritance.

Concerning pastoral conversion, I would like to recall that "pastoral care" is nothing other than the exercise of the Church’s motherhood. She gives birth, suckles, gives growth, corrects, nourishes and leads by the hand … So we need a Church capable of rediscovering the maternal womb of mercy. Without mercy we have little chance nowadays of becoming part of a world of "wounded" persons in need of understanding, forgiveness, love.

In mission, also on a continental level,10 it is very important to reaffirm the family, which remains the essential cell of society and the Church; young people, who are the face of the Church’s future; women, who play a fundamental role in passing on the faith and who are a daily source of strength in a society that carries this faith forward and renews it. Let us not reduce the involvement of women in the Church, but instead promote their active role in the ecclesial community. If the Church, in her complete and real dimension, loses women, she risks becoming sterile. Aparecida also highlights the vocation and mission of the man in the family, in the Church and in society, as fathers, workers and citizens11. Let us take this seriously!

The task of the Church in society

In the context of society, there is only one thing which the Church quite clearly demands: the freedom to proclaim the Gospel in its entirety, even when it runs counter to the world, even when it goes against the tide. In so doing, she defends treasures of which she is merely the custodian, and values which she does not create but rather receives, to which she must remain faithful.

The Church affirms claims the right to serve man in his wholeness, and to speak of what God has revealed about human beings and their fulfilment. The Church wants to make present that spiritual patrimony without which society falls apart and cities are overwhelmed by their own walls, pits and barriers. The Church has the right and the duty to keep alive the flame of human freedom and unity.

Education, health, social harmony are pressing concerns in Brazil. The Church has a word to say on these issues, because any adequate response to these challenges calls for more than merely technical solutions; there has to be an underlying view of man, his freedom, his value, his openness to the transcendent. Dear brother Bishops, do not be afraid to offer this contribution of the Church, which benefits society as a whole and to offer this word "incarnate" also through witness.

The Amazon Basin as a litmus test for Church and society in Brazil

There is one final point on which I would like to dwell, which I consider relevant for the present and future journey not only of the Brazilian Church but of the whole society, namely, the Amazon Basin. The Church’s presence in the Amazon Basin is not that of someone with bags packed and ready to leave after having exploited everything possible. The Church has been present in the Amazon Basin from the beginning, in her missionaries, religious congregations, priests, laity and Bishops and she is still present and critical to the area’s future. I think of the welcome which the Church in the Amazon Basin is offering today to Haitian immigrants following the terrible earthquake which shook their country.

I would like to invite everyone to reflect on what Aparecida said about the Amazon Basin,12 its forceful appeal for respect and protection of the entire creation which God has entrusted to man, not so that it be indiscriminately exploited, but rather made into a garden. In considering the pastoral challenge represented by the Amazon Basin, I have to express my thanks for all that the Church in Brazil is doing: the Episcopal Commission for the Amazon Basin established in 1997 has already proved its effectiveness and many dioceses have responded readily and generously to the appeal for solidarity by sending lay and priestly missionaries. I think Archbishop Jaime Chemelo, a pioneer in this effort, and Cardinal Hummes, the current President of the Commission. But I would add that the Church’s work needs to be further encouraged and launched afresh. There is a need for quality formators, especially formators and professors of theology, for consolidating the results achieved in the area of training a native clergy and providing priests suited to local conditions and committed to consolidating, as it were, the Church’s "Amazonian face". In this, please, I ask you, be courageous, and have parrhesia! In the "porteño" language [of Buenos Aires], be fearless.

Dear brother Bishops, I have attempted to offer you in a fraternal spirit some reflections and approaches for a Church like that of Brazil, which is a great mosaic made up of small stones, images, forms, problems and challenges, but which for this very reason is an enormous treasure. The Church is never uniformity, but diversities harmonized in unity, and this is true for every ecclesial reality.

May the Virgin of Aparecida be the star which illumines your task and your journey of bringing Christ, as she did, to all the men and women of your immense country. Just as he did for the two lost and disillusioned disciples of Emmaus, he will warm your hearts and give you new and certain hope.

________________________

1 The Aparecida Document stresses how children, young people and the elderly build the future of peoples (cf. No. 447).

2 I recall for example, to cite only a few: Lorscheider, Mendes de Almeida, Sales, Vital, Camara, Macedo... as well as the first Bishop in Brazil, Pero Fernandes Sardinha (1551/1556), killed by hostile local tribes.

3 Letter of 26 January 1833 to his mother, The Letters and Diaries of John Henry Newman, vol. III (Oxford, 1979), p. 204.

4 The Aparecida Document provides a synthetic presentation of the deeper reasons behind this phenomenon (cf. No. 225).

5 Cf. also the four points mentioned by Aparecida (No. 226).

6 The Aparecida Document gives great attention to the formation both of the clergy and the laity (cf. Nos, 316-325; 212).

7 Also for this aspect the Aparecida Document offers important lines of approach (cf. Nos 181-183; 189).

8 Cf. No. 216.

9 Cf. Nos. 365-372.

10 The conclusions of the Aparecida Conference insist on the countenance of a Church which is by her very nature evangelizing, which exists for evangelization, with boldness and freedom, at all levels (cf. Nos. 547-554).

11 Cf. nn. 459-463.

12 Cf. especially Nos. 83-87 and from the standpoint of a unitary pastoral plan, No. 475.

[01091-02.02] [Original text: Plurilingual]

 TRADUZIONE IN LINGUA FRANCESE

Chers frères,

Comme il est bon et beau de me trouver ici avec vous, Évêques du Brésil !

Merci d’être venus, et permettez-moi de vous parler comme à des amis, c’est pourquoi je préfère vous parler en espagnol pour pouvoir mieux exprimer ce j’ai dans mon cœur. Je vous prie de m’en excuser !

Nous sommes réunis un peu à l’écart, dans ce lieu préparé par notre frère Mgr Orani, pour demeurer seuls et pouvoir parler cœur à cœur, comme Pasteurs auxquels Dieu a confié son Troupeau. Dans les rues de Rio, des jeunes du monde entier et tant d’autres multitudes nous attendent, ayant besoin d’être rejoints par le regard miséricordieux du Christ Bon Pasteur, que nous sommes appelés à rendre présent. Réjouissons-nous donc de ce moment de repos, de partage, de vraie fraternité.

En commençant par la Présidence de la Conférence épiscopale et par l’Archevêque de Rio de Janeiro, je veux vous embrasser tous et chacun, spécialement les évêques émérites.

Plus qu’un discours formel, je veux partager avec vous quelques réflexions.

La première m’est venue à l’esprit, encore, quand j’ai visité le sanctuaire d’Aparecida. Là, aux pieds de la statue de l’Immaculée Conception, j’ai prié pour vous, pour vos Églises, pour vos prêtres, religieux et religieuses, pour vos séminaristes, pour les laïcs et leurs familles et, de manière particulière pour les jeunes et les anciens, les deux sont l’espérance d’un peuple ; les jeunes, parce qu’ils portent la force, l’illusion, l’espérance de l’avenir ; les anciens, parce qu’ils sont la mémoire, la sagesse d’un peuple1.

1. Aparecida : clé de lecture pour la mission de l’Église

À Aparecida, Dieu a offert au Brésil sa propre Mère. Mais, à Aparecida, Dieu a aussi donné une leçon sur lui-même, à propos de sa façon d’être et d’agir. Une leçon sur l’humilité qui appartient à Dieu comme trait essentiel, et qui est dans l’ADN de Dieu. Il y a quelque chose de pérenne à apprendre sur Dieu et sur l’Église à Aparecida ; un enseignement que ni l’Église au Brésil, ni le Brésil lui-même ne doivent oublier.

Au commencement de l’événement d’Aparecida il y a la recherche des pauvres pêcheurs. Beaucoup de faim et peu de ressources. Les gens ont toujours besoin de pain. Les hommes partent toujours de leurs besoins, même aujourd’hui.

Ils ont une barque fragile, inappropriée ; ils ont des filets de mauvaise qualité, peut-être même endommagés, insuffisants.

D’abord il y a la fatigue, peut-être la lassitude, pour la pêche, et toutefois le résultat est maigre : un échec, un insuccès. Malgré les efforts, les filets sont vides.

Ensuite, quand Dieu le veut, lui-même surgit dans son Mystère. Les eaux sont profondes et toutefois elles cachent toujours la possibilité de Dieu ; et lui est arrivé par surprise, qui sait, quand on ne l’attendait plus. La patience de ceux qui l’attendent est toujours mise à l’épreuve. Et Dieu est arrivé de façon nouvelle, parce que Dieu est surprise: une image d’argile fragile, obscurcie par les eaux du fleuve, même vieillie par le temps. Dieu entre toujours dans les vêtements de la pauvreté.

Voici alors l’image de l’Immaculée Conception. D’abord le corps, puis la tête, puis le regroupement du corps et de la tête : unité. Ce qui était brisé retrouve l’unité. Le Brésil colonial était divisé par le mur honteux de l’esclavage. La Vierge d’Aparecida se présente avec le visage noir, d’abord divisée, puis unie dans les mains des pêcheurs.

Il y a ici un enseignement que Dieu veut nous offrir. Sa beauté se reflète dans la Mère, conçue sans le péché originel, émerge de l’obscurité du fleuve. À Aparecida, depuis le commencement, Dieu donne un message de recomposition de ce qui est fracturé, de consolidation de ce qui est divisé. Murs, abîmes, distances encore présents aujourd’hui, sont destinés à disparaître. L’Église ne peut négliger cette leçon : être un instrument de réconciliation.

Les pêcheurs ne méprisent pas le mystère rencontré dans le fleuve, même si c’est un mystère qui apparaît incomplet. Ils ne jettent pas les morceaux du mystère. Ils attendent la plénitude. Et cela ne tarde pas à arriver. Il y a quelque chose de sage que nous devons apprendre. Il y a des morceaux d’un mystère, comme des pièces d’une mosaïque, que nous rencontrons progressivement. Nous voulons voir trop rapidement le tout et Dieu au contraire se fait voir petit à petit. L’Église aussi doit apprendre cette attente.

Puis les pêcheurs portent ce mystère chez eux. Les gens simples ont toujours un endroit pour faire loger le mystère. Nous avons peut-être réduit notre façon de parler du mystère à une explication rationnelle ; chez les gens, au contraire, le mystère entre par le cœur. Dans la maison des pauvres Dieu trouve toujours une place.

Les pêcheurs ‘agasalham’ : ils revêtent le mystère de la Vierge pêchée, comme si elle avait froid et avait besoin d’être réchauffée. Dieu demande d’être mis à l’abri dans la partie la plus chaude de nous-mêmes : le cœur. Puis c’est Dieu qui dégage la chaleur dont nous avons besoin, mais d’abord il entre par la ruse de celui qui mendie. Les pêcheurs couvrent ce mystère de la Vierge du pauvre manteau de leur foi. Ils appellent les voisins pour voir la beauté qu’ils ont trouvée ; ils se réunissent autour d’elle ; ils racontent leurs peines en sa présence et lui confient leurs causes. Ils permettent ainsi que les intentions de Dieu puissent se réaliser : une grâce, puis l’autre ; une grâce qui ouvre à une autre ; une grâce qui prépare une autre. Dieu va graduellement en déployant l’humilité mystérieuse de sa force.

Il y a beaucoup à apprendre de cette attitude des pêcheurs. Une Église qui fait de la place au mystère de Dieu ; une Église qui héberge en elle-même ce mystère, de façon qu’elle puisse fasciner les gens, les attirer. Seule la beauté de Dieu peut attirer. Le chemin de Dieu est le charme qui attire l’attrait. Dieu se fait emmener chez soi. Il réveille dans l’homme le désir de le garder dans sa vie, dans sa maison, dans son cœur. Il réveille en nous le désir d’appeler les proches pour faire connaître sa beauté. La mission naît justement de cet attrait divin, de cet étonnement de la rencontre. Nous parlons de mission, d’Église missionnaire. Je pense aux pêcheurs qui appellent leurs proches pour voir le mystère de la Vierge. Sans la simplicité de leur attitude, notre mission est destinée à l’échec.

L’Église a toujours l’urgent besoin de ne pas oublier la leçon d’Aparecida, elle ne peut pas l’oublier. Les filets de l’Église sont fragiles, peut-être raccommodés ; la barque de l’Église n’a pas la puissance des grands transatlantiques qui franchissent les océans. Et toutefois Dieu veut justement se manifester à travers nos moyens, de pauvres moyens, parce que c’est toujours lui qui agit.

Chers frères, le résultat du travail pastoral ne s’appuie pas sur la richesse des ressources, mais sur la créativité de l’amour. La ténacité, l’effort, le travail, la programmation, l’organisation servent certainement, mais avant tout il faut savoir que la force de l’Église n’habite pas en elle-même, mais elle se cache dans les eaux profondes de Dieu, dans lesquelles elle est appelée à jeter ses filets.

Une autre leçon que l’Église doit toujours se rappeler est qu’elle ne peut pas s’éloigner de la simplicité, autrement elle oublie le langage du Mystère, elle reste hors de la porte du Mystère, et, évidemment, elle ne réussit pas à entrer en ceux qui prétendent de l’Église ce qu’ils ne peuvent se donner par eux-mêmes, c’est-à-dire Dieu. Parfois, nous perdons ceux qui ne nous comprennent pas parce que nous avons oublié la simplicité, important de l’extérieur aussi une rationalité étrangère à nos gens. Sans la grammaire de la simplicité, l’Église se prive des conditions qui rendent possible le fait de « pêcher » Dieu dans les eaux profondes de son Mystère.

Un dernier souvenir : Aparecida est une apparition dans un lieu de carrefour. La route qui unissait Rio, la capitale, avec São Paulo, la province entreprenante qui était en train de naître, et Minas Gerais, les mines très convoitées par les Cours européennes : un carrefour du Brésil colonial. Dieu apparaît dans les carrefours. L’Église au Brésil ne peut oublier cette vocation inscrite en elle depuis son premier souffle : être capable de systole et diastole, de recueillir et de répandre.

2. L’appréciation pour le parcours de l’Église au Brésil

Les Évêques de Rome ont toujours eu le Brésil et son Église dans leur cœur. Un merveilleux parcours a été accompli. Des 12 diocèses durant le Concile Vatican I aux 275 circonscriptions actuelles. Ne s’est pas mise en route l’expansion d’un appareil ou d’une entreprise, mais plutôt le dynamisme des « cinq pains et deux poissons » évangéliques, qui, mis en contact avec la bonté du Père, dans des mains rugueuses, sont devenus féconds.

Aujourd’hui, je voudrais reconnaître votre travail généreux à vous Pasteurs, dans vos Églises. Je pense aux évêques dans les forêts, montant et descendant les fleuves, dans les régions semi-arides, dans le Pantanal, dans la pampa, dans les jungles urbaines des mégapoles. Aimez toujours votre troupeau avec un dévouement total ! Mais je pense aussi à tant de noms et à tant de visages, qui ont laissé des empreintes ineffaçables sur le chemin de l’Église au Brésil, faisant toucher de la main la grande bonté du Seigneur envers cette Église2.

Les Évêques de Rome n’ont jamais été loin ; ils ont suivi, encouragé, accompagné. Dans les dernières décennies, le bienheureux Jean XXIII a invité avec insistance les évêques brésiliens à préparer leur premier plan pastoral, et, depuis ce commencement, a grandi une vraie tradition pastorale au Brésil, qui a fait en sorte que l’Église ne soit pas un transatlantique à la dérive, mais ait toujours une boussole. Le Serviteur de Dieu Paul VI, en plus d’encourager la réception du Concile Vatican II, avec fidélité, mais aussi avec des traits originaux (cf. l’Assemblée générale du CELAM à Medellin), a influé de façon décisive sur l’auto-conscience de l’Église au Brésil à travers le Synode sur l’évangélisation et ce texte fondamental de référence que demeure actuel : l’Evangelii nuntiandi. Le bienheureux Jean-Paul II a visité le Brésil trois fois, le parcourant de « cabo a rabo », du nord au sud, insistant sur la mission pastorale de l’Église, sur la communion et la participation, sur la préparation au grand Jubilé, sur la nouvelle évangélisation. Benoît XVI a choisi Aparecida pour réaliser la 5ème Assemblée générale du CELAM et cela a laissé une grande empreinte dans l’Église du continent tout entier.

L’Église au Brésil a reçu et appliqué avec originalité le Concile Vatican II et le parcours réalisé, tout en ayant dû dépasser certaines maladies infantiles, a conduit à une Église graduellement plus mûre, ouverte, généreuse, missionnaire.

Aujourd’hui nous sommes à une période nouvelle. Comme c’est bien exprimé dans le Document d’Aparecida : ce n’est pas une époque de changement, mais c’est un changement d’époque. Alors, aujourd’hui il est toujours urgent de nous demander : qu’est-ce que Dieu nous demande ? À cette question, je voudrais tenter d’offrir quelques lignes de réponse.

3. L’icône d’Emmaüs comme clé de lecture du présent et de l’avenir

Avant tout, il ne faut pas céder à la peur dont parlait le bienheureux John Henry Newman : « Le monde chrétien est en train de devenir graduellement stérile, et s’épuise comme une terre exploitée à fond qui devient du sable »3. Il ne faut pas céder au désenchantement, au découragement, aux lamentations. Nous avons beaucoup travaillé et, parfois, il nous semble être des vaincus, et nous avons le sentiment de celui qui doit faire le bilan d’une période désormais perdue, regardant ceux qui nous laissent ou ne nous considèrent plus comme crédibles, importants.

Relisons à cette lumière encore une fois l’épisode d’Emmaüs (cf. Lc 24, 13-15). Les deux disciples s’enfuient de Jérusalem. Ils s’éloignent de la "nudité" de Dieu. Ils sont scandalisés par l’échec du Messie en qui ils avaient espéré et qui maintenant apparaît irrémédiablement vaincu, humilié, même après le troisième jour (vv. 17-21). Le mystère difficile de ceux qui quittent l’Église ; des personnes qui, après s’être laissées illusionner par d’autres propositions, retiennent que désormais l’Église – leur Jérusalem – ne peut plus offrir quelque chose de significatif et d’important. Et alors ils s’en vont par les chemins seuls avec leur désillusion. Peut-être l’Église est-elle apparue trop faible, peut-être trop éloignée de leurs besoins, peut-être trop pauvre pour répondre à leurs inquiétudes, peut-être trop froide dans leurs contacts, peut-être trop autoréférentielle, peut-être prisonnière de ses langages rigides, peut-être le monde semble avoir fait de l’Église comme une survivance du passé, insuffisante pour les questions nouvelles ; peut-être l’Église avait-elle des réponses pour l’enfance de l’homme mais non pour son âge adulte4. Le fait est qu’aujourd’hui, il y en a beaucoup qui sont comme les deux disciples d’Emmaüs ; non seulement ceux qui cherchent des réponses dans les nouveaux et répandus groupes religieux, mais aussi ceux qui semblent désormais sans Dieu que ce soit en théorie ou en pratique.

Face à cette situation, que faire ?

Il faut une Église qui n’a pas peur d’entrer dans leur nuit. Il faut une Église capable de les rencontrer sur leur route. Il faut une Église en mesure de s’insérer dans leurs conversations. Il faut une Église qui sait dialoguer avec ces disciples, qui, en s’enfuyant de Jérusalem, errent sans but, seuls, avec leur désenchantement, avec la désillusion d’un Christianisme considéré désormais comme un terrain stérile, infécond, incapable de générer du sens.

La mondialisation implacable et l’urbanisation intense souvent sauvages ont promis beaucoup. Nombreux sont ceux qui se sont épris de leurs puissances et en elles il y a quelque chose de vraiment positif, comme par exemple, la réduction des distances, le rapprochement entre les personnes et les cultures, la diffusion de l’information et des services. Mais, d’autre part, beaucoup vivent leurs effets négatifs sans se rendre compte de comment ils compromettent leur vision de l’homme et du monde, provoquant une plus grande désorientation, et un vide qu’ils ne réussissent pas à expliquer. Certains de ces effets sont la confusion sur le sens de la vie, la désintégration personnelle, la perte de l’expérience d’appartenir à un « nid », le manque d’un lieu et de liens profonds.

Et comme il n’y a personne pour les accompagner et leur montrer par sa propre vie le vrai chemin, beaucoup ont cherché des faux-fuyants parce que la "mesure" de la Grande Église apparaît trop haute. Il y a aussi ceux qui reconnaissent l’idéal de l’homme et de vie proposé par l’Église, mais ils n’ont pas l’audace de l’embrasser. Ils pensent que cet idéal soit trop grand pour eux, en dehors de de leurs possibilités; le but à atteindre est inaccessible. Toutefois, ils ne peuvent pas vivre sans avoir au moins quelque chose, même si c’est une caricature, de ce qui semble trop haut et éloigné. Avec la désillusion dans le cœur, ils vont à la recherche de quelque chose qui les illusionne encore une fois, ou bien ils se résignent à une adhésion partielle, qui, en définitive, n’arrive à combler leur vie.

Le sens profond d’abandon et de solitude, de non appartenance non plus à soi-même qui émerge souvent de cette situation est trop douloureux pour être passé sous silence. Il faut un exutoire et alors reste la voie de la lamentation.  Mais la lamentation devient aussi à son tour comme un boomerang qui revient en arrière et finit par augmenter le malheur. Peu de personnes sont encore capables d’écouter leur douleur ; il faut au moins l’anesthésier.

Face à ce panorama, il faut une Église en mesure de tenir compagnie, d’aller au-delà de la simple écoute ; une Église qui accompagne le chemin en se mettant en chemin avec les personnes, une Église capable de déchiffrer la nuit contenue dans la fuite de tant de frères et sœurs de Jérusalem ; une Église qui se rend compte que les raisons pour lesquelles des personnes se sont éloignées contiennent déjà en elles-mêmes aussi les raisons d’un possible retour, mais il est nécessaire de savoir lire le tout avec courage. Jésus réchauffe le cœur des disciples d’Emmaüs.

Je voudrais que nous nous demandions tous aujourd’hui : sommes-nous encore une Église capable de réchauffer le cœur ? Une Église capable de reconduire à Jérusalem ? De réaccompagner à la maison ? Dans Jérusalem habitent nos sources : Écriture, Catéchèses, Sacrements, Communauté, amitié du Seigneur, Marie et les Apôtres… Sommes-nous encore en mesure de raconter ces sources de façon à réveiller l’enchantement pour leur beauté ?

Beaucoup sont partis parce qu’on leur a promis quelque chose de plus haut, quelque chose de plus fort, quelque chose de plus rapide.

Mais y-a-t-il quelque chose de plus haut que l’amour révélé à Jérusalem ? Rien n’est plus haut que l’abaissement de la Croix, puisque là est vraiment atteint le sommet de l’amour ! Sommes-nous encore capables de montrer cette vérité à ceux qui pensent que la vraie grandeur de la vie se trouve ailleurs ?

Connaissons-nous quelque chose de plus fort que la puissance cachée dans la fragilité de l’amour, du bien, de la vérité, de la beauté ?

La recherche de ce qui est toujours plus rapide attire l’homme d’aujourd’hui : Internet rapide, voitures rapides, avions rapides, rapports rapides… Et cependant on perçoit un besoin désespéré de calme, je veux dire de lenteur. L’Église sait-elle encore être lente : dans le temps, pour écouter ; dans la patience, pour recoudre et recomposer ? Ou bien aussi l’Église est-elle désormais emportée par la frénésie de l’efficacité ? Retrouvons, chers frères, le calme de savoir accorder le pas avec les possibilités des pèlerins, avec leurs rythmes de marche, la capacité d’être toujours plus proches, pour leur permettre d’ouvrir un passage dans le désenchantement qu’il y a dans leurs cœurs, de manière à pouvoir y entrer. Ils veulent oublier Jérusalem en laquelle se trouvent leurs sources, mais ils finiront par avoir soif. Il faut une Église encore capable d’accompagner le retour à Jérusalem ! Une Église qui soit capable de faire redécouvrir les choses glorieuses et joyeuses qui se disent de Jérusalem, de faire comprendre qu’elle est ma Mère, notre Mère et que nous ne sommes pas orphelins ! Nous sommes nés en elle. Où est-elle notre Jérusalem, en laquelle nous sommes nés ? Dans le Baptême, dans la première rencontre avec l’amour, dans l’appel, dans la vocation5 ! Il faut une Église qui redonne de la chaleur, et enflamme de nouveau les cœurs.

Il faut une Église encore capable de redonner droit de cité à tant de ses fils qui marchent comme s’ils étaient en exode.

4. Les défis de l’Église au Brésil

À la lumière de ce que je viens de dire, je voudrais souligner quelques défis de l’Église bien-aimée qui est au Brésil.

La priorité de la formation : Évêques, prêtres, religieux, laïcs.

Chers frères, si nous ne formons pas des ministres capables de réchauffer le cœur des gens, de marcher dans la nuit avec eux, de dialoguer avec leurs illusions et leurs désillusions, de recomposer ce qui a été détruit en eux, que pouvons-nous espérer pour la route présente et future ? Il n’est pas vrai que Dieu soit obscurci en eux. Apprenons à regarder plus en profondeur : il manque celui qui réchauffe leur cœur, comme avec les disciples d’Emmaüs.

Pour cette raison, il est important de promouvoir et de soigner une formation qualifiée qui fasse des personnes capables de descendre dans la nuit sans être envahies par l’obscurité ni se perdre ; d’écouter les illusions d’un grand nombre, sans se laisser séduire ; d’accueillir les désillusions, sans se désespérer ni tomber dans l’amertume ; de toucher ce qui a été détruit chez les autres, sans se laisser dissoudre ni décomposer dans sa propre identité.

Il faut une solidité humaine, culturelle, affective, spirituelle, doctrinale6. Chers frères dans l’épiscopat, il faut avoir le courage d’une révision, à fond, des structures de formation et de préparation des clercs et des laïcs de l’Église au Brésil. Une vague priorité donnée à la formation n’est pas suffisante, pas plus que des documents ou des congrès. Il faut avoir la sagesse pratique de mettre sur pied des structures durables de préparation dans le milieu local, régional et national, qui soient vraiment prises à cœur par l’épiscopat, sans épargner forces, attention et accompagnement. La situation actuelle exige une formation qualifiée à tous les niveaux. Les évêques ne peuvent pas déléguer cette tâche. Vous ne pouvez pas déléguer cette tâche, mais vous devez l’assumer comme quelque chose de fondamental pour la marche de vos Églises.

Collégialité et solidarité de la Conférence épiscopale

Il ne suffit pas, pour l’Église au Brésil, d’avoir un leader national ; il faut un réseau de « témoignages » régionaux, qui, parlant le même langage, font partout non pas l’unanimité, mais la véritable unité dans la richesse de la diversité.

La communion est une toile qui doit être tissée avec patience et persévérance, qui progressivement « resserre les points » pour obtenir une couverture toujours plus étendue et plus dense. Une couverture qui a peu de fils de laine ne réchauffe pas.

Il est important de rappeler Aparecida, la méthode de rassembler la diversité. Pas tant la diversité des idées pour produire un document, mais la variété des expériences de Dieu pour mettre en mouvement une dynamique vitale.

Les disciples d’Emmaüs sont retournés à Jérusalem en racontant l’expérience qu’ils avaient faite dans la rencontre avec le Christ Ressuscité. Et là ils ont pris connaissance des autres manifestations du Seigneur, et des expériences de leurs frères. La Conférence épiscopale est justement un espace vital pour permettre un tel échange de témoignages sur les rencontres avec le Ressuscité, au Nord, au Sud, à l’Ouest… Il faut alors une valorisation grandissante de l’élément local et régional. La bureaucratie centrale n’est pas suffisante, mais il faut faire grandir la collégialité et la solidarité ; ce sera une vraie richesse pour tous7.

État permanent de mission et conversion pastorale

Aparecida a parlé d’un état permanent de mission8 et de la nécessité d’une conversion pastorale9. Ce sont deux résultats importants de cette assemblée pour toute l’Église de la région, et le chemin parcouru au Brésil sur ces deux points est significatif.

À propos de la mission, il faut rappeler que son urgence provient de sa motivation interne ; c'est-à-dire qu’il s’agit de transmettre un héritage. Et, concernant la méthode, il est décisif de rappeler qu’un héritage est comme le témoin, le bâton dans la course de relais : on ne le jette pas en l’air, celui qui réussit à la prendre, c’est bien, celui qui ne réussit pas tant pis. Pour transmettre l’héritage, il faut le remettre personnellement, toucher celui à qui on veut donner, transmettre, cet héritage.

À propos de la conversion pastorale je voudrais rappeler que « pastoral » n’est pas autre chose que l’exercice de la maternité de l’Église. Celle-ci engendre, allaite, fait grandir, corrige, alimente, conduit par la main… Il faut alors une Église capable de redécouvrir les entrailles maternelles de la miséricorde. Sans la miséricorde il est difficile aujourd’hui de s’introduire dans un monde de « blessés » qui ont besoin de compréhension, de pardon, d’amour.

Dans la mission, également continentale10, il est très important de renforcer la famille, qui reste la cellule essentielle pour la société et pour l’Église ; les jeunes, qui sont le visage futur de l’Église ; les femmes, qui ont un rôle fondamental dans la transmission de la foi et constituent une force quotidienne dans une société qui la fasse progresser et la renouvelle. Ne réduisons pas l’engagement des femmes dans l’Église, mais promouvons leur rôle actif dans la communauté ecclésiale. Si l’Église perd les femmes, dans sa dimension totale et réelle, elle risque la stérilité. Aparecida souligne aussi la vocation et la mission de l’homme dans la famille, dans l’Église et dans la société, comme père, travailleur et citoyen11. Prenez-le sérieusement en considération !

La mission de l’Église dans la société

Dans la société, l’Église demande une seule chose avec une clarté particulière : la liberté d’annoncer l’Évangile de manière intégrale, même quand elle est en opposition avec le monde, même quand elle va à contre-courant, en défendant le trésor dont elle est seulement la gardienne, et les valeurs dont elle ne dispose pas, mais qu’elle a reçues et auxquelles elle doit être fidèle.

L’Église affirme le droit de pouvoir servir l’homme dans son intégralité, en lui disant ce que Dieu a révélé au sujet de l’homme et de sa réalisation, et elle désire rendre présent ce patrimoine immatériel sans lequel la société s’effrite, les villes seraient englouties par leurs murs, leurs gouffres et leurs barrières. L’Église a le droit et le devoir de maintenir allumée la flamme de la liberté et de l’unité de l’homme.

Éducation, santé, paix sociale sont les urgences brésiliennes. L’Église a une parole à dire sur ces thèmes, car, pour répondre convenablement à ces défis, les solutions purement techniques ne suffisent pas, mais il faut avoir une vision sous-jacente de l’homme, de sa liberté, de sa valeur, de son ouverture au transcendant. Et vous, chers confrères, ne craignez pas d’offrir cette contribution de l’Église qui est pour le bien de toute la société et d’offrir cette parole « incarnée » par votre témoignage aussi.

L’Amazonie comme un papier tournesol, banc d’épreuve pour l’Église et la société brésiliennes

Il y a un dernier point sur lequel j’aimerais m’arrêter, et que je retiens important pour la marche actuelle et future non seulement de l’Église au Brésil, mais aussi de toute la structure sociale : l’Amazonie. L’Église est en Amazonie non comme celui qui a les valises en main pour partir, après avoir exploité tout ce qu’il a pu. L’Église est présente en Amazonie depuis le début avec des missionnaires, des congrégations religieuses, prêtres, laïcs et évêques, et elle y est encore présente et déterminante pour l’avenir de cette région. Je pense à l’accueil que l’Église en Amazonie offre aujourd’hui aux immigrés haïtiens après le terrible tremblement de terre qui a dévasté leur pays.

Je voudrais vous inviter tous à réfléchir sur ce que Aparecida a dit sur l’Amazonie12, ainsi que sur le fort appel au respect et à la protection de toute la création que Dieu a confiée à l’homme, non pas pour qu’il l’exploite sauvagement, mais pour qu’il la fasse devenir un jardin. Dans le défi pastoral que représente l’Amazonie, je ne peux pas ne pas remercier l’Église au Brésil pour ce qu’elle fait : la Commission épiscopale pour l’Amazonie, créée en 1997, a déjà donné beaucoup de fruits et de nombreux diocèses ont répondu avec promptitude et générosité à la demande de solidarité, en y envoyant des missionnaires laïcs et prêtres. Je remercie Mgr Jaime Chemelo, pionnier de ce travail, et le Cardinal Hummes, actuel Président de cette Commission. Mais je voudrais ajouter que l’œuvre de l’Église doit être stimulée et relancée davantage. Il faut des formateurs qualifiés, surtout des formateurs et des professeurs de théologie, pour consolider les résultats obtenus dans le domaine de la formation d’un clergé autochtone, aussi pour avoir des prêtres qui s’adaptent aux conditions locales, et consolider, pour ainsi dire, le « visage amazonien » de l’Église. En cela, s’il vous plaît, je vous demande d’être courageux, d’avoir de la parresia ! Dans le langage « porten:o » [de Buenos Aires], je vous dirais d’être intrépides.

Chers confrères, j’ai essayé de vous offrir de manière fraternelle des réflexions et des lignes de travail dans une Église comme celle qui est au Brésil qui est un grand mosaïques de petites pierres, d’images, de formes, de problèmes, de défis, mais qui, justement pour cela, est une énorme richesse. L’Église n’est jamais uniformité, mais diversités qui s’harmonisent dans l’unité et cela vaut pour toutes les réalités ecclésiales.

Que la Vierge Immaculée d’Aparecida soit l’étoile qui illumine votre engagement et votre marche pour porter, comme elle l’a fait, le Christ à tout homme et toute femme de votre immense pays. Comme il l’a fait avec les disciples d’Emmaüs perdus et déçus, lui vous réchauffera le cœur et vous donnera une espérance nouvelle et sûre.

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1 Le Document d’Aparecida souligne comment les enfants, les jeunes et les anciens construisent l’avenir des peuples (cf. n. 447).

2 Je pense à de nombreuses figures comme, pour en citer seulement quelques-unes : Lorscheider, Mendes de Almeida, Sales, Vital, Camara, Macedo… avec le premier Évêque brésilien Pero Fernandes Sardinha (1551/1556) tué par de belliqueuses tribus locales.

3 Letter of 26 January 1833, in The Letters and Diaries of John Henry Newman, vol. III, Oxford 1979, p. 204.

4 Dans le document d’Aparecida sont présentées de façon synthétique les raisons de fond de ce phénomène (cf. n. 225)

5 Cf. aussi les quatre points indiqués par Aparecida (n. 226)

6 Dans le Document d’Aparecida une grande attention est réservée à la formation du Clerc, comme aussi des laïcs (Cf nn. 316-325 ; 212).

7 Sur cet aspect aussi le Document d’Aparecida ouvre des perspectives importantes (Cf. nn. 181-183 ; 189).

8 Cf. n. 216.

9 Cf. nn. 365-372.

10 Les conclusions de la Conférence d’Aparecida insistent sur le visage d’une Église qui est de sa nature évangélisatrice, qui existe pour évangéliser, avec audace et liberté, à tous les niveaux (Cf. nn. 547-554).

11 Cf. nn. 459-463.

12 Voir surtout les nn. 83-87, et en ce qui concerne la pastorale unitaire le n. 475.

[01091-03.02] [Texte original: Plurilingue]

 TRADUZIONE IN LINGUA TEDESCA 

Liebe Mitbrüder,

wie gut und schön ist es, hier mit euch zusammen zu sein, liebe Bischöfe von Brasilien!

Danke, dass ihr gekommen seid; gestattet mir, mit euch wie mit Freunden zu reden. Darum ziehe ich vor, Spanisch zu sprechen, um besser ausdrücken zu können, was mir am Herzen liegt. Ich bitte euch, mir zu verzeihen!

Wir sind ein wenig abseits versammelt, an diesem von unserem Mitbruder Erzbischof Orani vorbereiteten Ort, um allein zu bleiben und von Herz zu Herz sprechen zu können, als Hirten, denen Gott seine Herde anvertraut hat. Auf den Straßen Rios erwarten uns Jugendliche aus aller Welt und unzählige andere Menschen, die es nötig haben, dem barmherzigen Blick Christi, des Guten Hirten, zu begegnen, und wir sind berufen, diesen zu vergegenwärtigen. Genießen wir also diesen Moment der Ruhe, des Miteinanders und der echten Brüderlichkeit.

Angefangen mit dem Präsidium der Bischofskonferenz und dem Erzbischof von Rio de Janeiro, möchte ich alle und jeden in die Arme schließen, besonders die emeritierten Bischöfe.

Anstelle einer formellen Rede möchte ich vielmehr einige Gedanken mit euch teilen.

Der erste kam mir erneut beim Besuch des Wallfahrtsortes Aparecida in den Sinn. Dort, zu Füßen der Statue der Unbefleckten Empfängnis, habe ich für euch gebetet, für eure Kirchen, für eure Priester und Ordensleute, für eure Seminaristen, für die Laien und ihre Familien und in besonderer Weise für die Jugendlichen und die alten Menschen; beide sind die Hoffnung eines Volkes: die Jugendlichen, weil sie die Kraft, die Wunschträume, die Zukunftshoffnung einbringen; die alten Menschen, weil sie das Gedächtnis, die Weisheit eines Volkes sind.1

1. Aparecida: Schlüssel zum Verständnis der Sendung der Kirche

In Aparecida hat Gott Brasilien seine eigene Mutter geschenkt. Aber in Aparecida hat Gott auch eine Lehre über sich selber erteilt, über sein Sein und Handeln. Eine Lehre über die Demut, die als ein wesentliches Merkmal zu Gott gehört und die in der DNA Gottes verankert ist. Es gibt etwas Immerwährendes, das man in Aparecida über Gott und über die Kirche lernen kann; eine Lehre, die weder die Kirche in Brasilien, noch Brasilien selbst vergessen dürfen.

Am Anfang des Geschehens von Aparecida steht die Suche der armen Fischer. Viel Hunger und wenig Ressourcen. Das Volk braucht immer Brot. Die Menschen gehen immer von ihren Bedürfnissen aus, auch heute.

Sie haben ein brüchiges, ungeeignetes Boot; sie haben schlechte, vielleicht auch beschädigte, unzureichende Netze.

Zuerst ist da die Mühe, vielleicht die Müdigkeit aufgrund des Fischens, und doch ist das Ergebnis dürftig: Ein Scheitern, ein Misserfolg. Trotz der Anstrengungen sind die Netze leer.

Und dann, wann Gott will, ist er selbst in seinem Geheimnis plötzlich da. Die Wasser sind tief, und doch bergen sie immer die Möglichkeit Gottes in sich; und er ist überraschend angekommen, möglicherweise als man nicht mehr auf ihn wartete. Die Geduld derer, die auf ihn warten, wird stets auf die Probe gestellt. Und Gott ist auf neue Weise gekommen, denn Gott ist Überraschung: ein Bild aus zerbrechlichem Ton, eingedunkelt von den Wassern des Flusses, gealtert auch durch die Zeit. Gott tritt immer im Gewand der Spärlichkeit herein.

Da ist also das Bild der Unbefleckten Empfängnis. Zuerst der Leib, dann der Kopf und dann das Wieder-Zusammenfügen von Leib und Kopf: Einheit. Was auseinandergebrochen war, wird wieder eins. Das koloniale Brasilien war geteilt durch die schändliche Mauer der Sklaverei. Die Muttergottes von Aparecida zeigt sich mit dem schwarzen Gesicht, zuerst geteilt, dann geeint in den Händen der Fischer.

Hierin liegt eine Lehre, die Gott uns erteilen will. Seine in der ohne Erbsünde empfangenen Mutter widergespiegelte Schönheit taucht aus der Dunkelheit des Flusses auf. In Aparecida schenkt Gott von Anfang an eine Botschaft der Wiederzusammensetzung dessen, was zerbrochen ist, der Festigung dessen, was auseinandergefallen ist. Mauern, Abgründe und Entfernungen, die es auch heute gibt, sind zum Verschwinden verurteilt. Die Kirche darf diese Lektion nicht vernachlässigen: Werkzeug der Versöhnung zu sein.

Die Fischer schätzen das Geheimnis, das ihnen im Fluss begegnet ist, nicht gering, auch wenn es ein Geheimnis ist, das unvollständig erscheint. Sie werfen seine Bruchstücke nicht weg. Sie warten auf die Fülle. Und diese zögert ihr Eintreffen nicht hinaus. Darin liegt eine Weisheit, die wir erlernen müssen. Es gibt Teile eines Geheimnisses, gleichsam Stücke eines Mosaiks, denen wir überall begegnen. Dann wollen wir viel zu eilig das Ganze sehen, Gott aber zeigt sich nur ganz allmählich. Auch die Kirche muss dieses Abwarten lernen.

Dann bringen die Fischer das Geheimnis nach Hause. Die einfachen Leute haben immer Platz, um dem Geheimnis Raum zu geben. Wir haben vielleicht unser Sprechen über das Geheimnis auf eine rationale Erklärung verkürzt; bei den Leuten, hingegen, kehrt das Geheimnis über das Herz ein. Im Haus der Armen findet Gott immer einen Platz.

Die Fischer „agasalham": Sie bekleiden die geheimnisvolle, beim Fischfang gefundene Jungfrau, als friere sie und habe es nötig, gewärmt zu werden. Gott bittet, dass wir ihm an unserem wärmsten Ort Unterschlupf gewähren: im Herzen. Danach ist er es, der die Wärme ausströmt, deren wir bedürfen, doch zuvor kommt er mit der List des Bettlers herein. Die Fischer umhüllen jenes Geheimnis der Jungfrau mit dem ärmlichen Mantel ihres Glaubens. Sie rufen die Nachbarn, die gefundene Schönheit zu betrachten; sie versammeln sich um sie; sie erzählen in ihrer Gegenwart von ihren Mühen und Leiden und vertrauen ihr ihre Angelegenheiten an. Auf diese Weise erlauben sie, dass die Absichten Gottes sich verwirklichen können: eine Gnade, dann die andere; eine Gnade, die einer weiteren die Tür öffnet; eine Gnade die eine andere vorbereitet. Gott entfaltet stufenweise die geheimnisvolle Demut seiner Kraft.

Es gibt viel zu lernen aus diesem Verhalten der Fischer. Eine Kirche, die dem Geheimnis Gottes Raum gibt; eine Kirche, die dieses Geheimnis in sich selbst beherbergt, so dass es die Leute entzücken und sie anziehen kann. Allein die Schönheit Gottes kann eine Anziehungskraft ausüben. Der Weg Gottes ist der Zauber, der fasziniert. Gott lässt sich nach Hause tragen. Er erweckt im Menschen den Wunsch, ihn in seinem Leben, in seinem Haus, in seinem Herzen zu bewahren. Er erweckt in uns den Wunsch, die Nachbarn zu rufen, um seine Schönheit bekannt zu machen. Die Mission geht genau aus dieser göttlichen Faszination hervor, aus diesem Staunen der Begegnung. Wir sprechen von Mission, von einer missionarischen Kirche. Ich denke an die Fischer, die ihre Nachbarn rufen, um das Geheimnis der Jungfrau zu betrachten. Ohne die Einfachheit ihres Verhaltens ist unsere Mission zum Scheitern verurteilt.

Die Kirche hat es immer dringend nötig, die Lektion von Aparecida nicht zu verlernen; sie darf sie nicht vergessen. Die Netze der Kirche sind brüchig, vielleicht sind sie geflickt; das Boot der Kirche hat nicht die Kraft der großen Überseeschiffe, die die Ozeane überqueren. Und doch will Gott sich gerade durch unsere Mittel, durch unsere ärmlichen Mittel zeigen, denn immer ist er der Handelnde.

Liebe Mitbrüder, das Ergebnis der pastoralen Arbeit stützt sich nicht auf den Reichtum der Mittel, sondern auf die Kreativität der Liebe. Sicher sind auch Zähigkeit, Mühe, Arbeit, Planung, Organisation nützlich, allem voran aber muss man wissen, dass die Kraft der Kirche nicht in ihr selbst liegt, sondern sich in den tiefen Wassern Gottes verbirgt, in die ihre Netze auszuwerfen sie berufen ist.

Eine andere Lektion muss die Kirche immer in Erinnerung behalten: Sie darf sich nicht von der Einfachheit entfernen, andernfalls verlernt sie die Sprache des Mysteriums und bleibt außerhalb der Tür zum Mysterium und kann offensichtlich nicht Zugang zu denen gewinnen, die von der Kirche das verlangen, was sie sich selber nicht geben können, nämlich Gott. Manchmal verlieren wir diejenigen, die uns nicht verstehen, weil wir die Einfachheit verlernt haben, da wir von außerhalb auch eine Rationalität einführen, die unseren Leuten fremd ist. Ohne die Grammatik der Einfachheit beraubt sich die Kirche der Bedingungen, die es ermöglichen, Gott in den tiefen Wassern seines Mysteriums zu „fischen".

Ein letzter Gedanke: Aparecida ist an einem Ort der Wegkreuzung erschienen. Die Straße, die Rio, die Hauptstadt, mit São Paulo, der damals aufstrebenden Provinz, und Minas Gerais, den von den europäischen Höfen sehr begehrten Bergwerken verband: ein Kreuzungspunkt des kolonialen Brasilien. Gott erscheint an den Wegkreuzungen. Die Kirche in Brasilien darf diese in sie von Anfang an eingeschriebene Berufung nicht vergessen: fähig zu sein zur Systole und zur Diastole, zum Einsammeln und zum Verbreiten.

2. Die Wertschätzung für den Weg der Kirche in Brasilien

Die Bischöfe von Rom haben Brasilien und seine Kirche immer in ihrem Herzen getragen. Ein wunderbarer Weg ist zurückgelegt worden. Von den 12 Diözesen während des Ersten Vatikanischen Konzils zu den augenblicklich 275 kirchlichen Verwaltungsbezirken. Nicht die Expansion eines Apparates oder eines Unternehmens wurde eingeleitet, sondern vielmehr die Dynamik der „fünf Brote und zwei Fische" aus dem Evangelium, die durch den Kontakt mit der Güte des himmlischen Vaters in schwieligen Händen fruchtbar wurden.

Heute möchte Euch Hirten meine Anerkennung aussprechen für die Arbeit in euren Kirchen unter Einsatz aller Kräfte. Ich denke an die Bischöfe in den Wäldern, flussaufwärts und flussabwärts, in den Halbwüsten, im Pantanal, in der Pampa, im Großstadt-Dschungel der Megalopolen. Liebt eure Herde immer mit ganzer Hingabe! Aber ich denke auch an viele Namen und viele Gesichter, die unauslöschliche Spuren auf dem Weg der Kirche in Brasilien hinterlassen haben, indem sie die Güte des Herrn gegenüber dieser Kirche greifbar werden ließen.2

Die Bischöfe von Rom sind niemals fern gewesen; sie haben sich gekümmert, haben ermutigt, begleitet. In den letzten Jahrzehnten hat der selige Johannes XXIII. die brasilianischen Bischöfe mit Nachdruck aufgefordert, ihren ersten Pastoralplan aufzustellen, und aus diesem Anfang ist eine wahre pastorale Tradition in Brasilien hervorgegangen, die bewirkt hat, dass die Kirche nicht ein abdriftendes Überseeschiff ist, sondern immer einen „Kompass" hat. Der Diener Gottes Paul VI. hat nicht nur zur Rezeption des Zweiten Vatikanischen Konzils in Treue, aber auch mit ganz eigenen Zügen ermutigt (vgl. Vollversammlung des CELAM in Medellin), sondern auch das Selbstbewusstsein der Kirche in Brasilien entscheidend beeinflusst durch die Synode über die Evangelisierung und jenen grundlegenden Referenztext Evangelii nuntiandi, der immer aktuell bleibt. Der selige Johannes Paul II. hat Brasilien drei Mal besucht, es von „cabo a rabo" – von Nord bis Süd – durchstreift und dabei mit Nachdruck auf die pastorale Aufgabe der Kirche, auf Gemeinschaft und Teilhabe, auf die Vorbereitung auf das Große Jubiläum und auf die neue Evangelisierung hingewiesen. Benedikt XVI. hat Aparecida gewählt, um die V. Generalversammlung des CELAM durchzuführen, und das hat eine bedeutende Spur in der Kirche des ganzen Kontinents hinterlassen.

Die Kirche in Brasilien hat das Zweite Vatikanische Konzil in authentischer Weise aufgenommen und angewendet, und der zurückgelegte Weg hat, auch wenn gewisse Kinderkrankheiten überwunden werden mussten, zu einer allmählich immer reiferen, offeneren, großherzigeren und missionarischeren Kirche geführt.

Heute befinden wir uns in einer neuen Epoche. Wie das Dokument von Aparecida gut ausgedrückt hat, handelt es sich nicht um eine Zeit des Wechsels, sondern um einen Wechsel der Zeit. So müssen wir uns heute immer dringend fragen: Was verlangt Gott von uns? Ich möchte versuchen, einige richtungweisende Antworten auf diese Frage zu geben.

3. Das Bild von Emmaus als Schlüssel zum Verständnis von Gegenwart und Zukunft

Vor allem darf man nicht der Angst nachgeben, von der der selige John Henry Newman sprach: „Die christliche Welt wird schrittweise unfruchtbar und erschöpft sich wie ein gründlich ausgelaugter Boden, der zu Sand wird." 3 Man darf sich nicht der Ernüchterung, der Entmutigung, dem Gejammer überlassen. Wir haben viel gearbeitet, und manchmal, wenn wir auf die schauen, die uns verlassen oder die uns nicht mehr für glaubwürdig, für relevant halten, scheint es uns, als seien wir Verlierer, und manchmal haben wir den Eindruck, jemand zu sein, der die Bilanz einer bereits verlorenen Zeit ziehen muss.

Lesen wir in diesem Licht noch einmal die Geschichte von Emmaus (vgl. Lk 24,13-35). Die beiden Jünger laufen aus Jerusalem fort. Sie distanzieren sich von der „Nacktheit" Gottes. Sie sind schockiert über das Scheitern des Messias, auf den sie gehofft hatten und der nun, auch nachdem drei Tage vergangen sind, hoffnungslos besiegt, gedemütigt scheint (V. 17-21) – das schwierige Geheimnis der Leute, die die Kirche verlassen; der Menschen, die sich von anderen Angeboten haben täuschen lassen und dann meinen, die Kirche – ihr Jerusalem – habe mittlerweile nichts Bedeutendes, nichts Wichtiges mehr zu bieten. Und dann ziehen sie allein des Wegs, mit ihrer Enttäuschung. Vielleicht ist die Kirche zu schwach erschienen, vielleicht zu fern von ihren Bedürfnissen, vielleicht zu arm, um auf ihre Beunruhigungen zu antworten, vielleicht zu kalt ihnen gegenüber, vielleicht zu selbstbezogen, vielleicht eine Gefangene ihrer eigenen steifen Ausdrucksweisen, vielleicht scheint es, als habe die Welt die Kirche zu einem Überbleibsel aus der Vergangenheit gemacht, unzureichend für die neuen Fragen; vielleicht hatte die Kirche Antworten für die Kindheit des Menschen, nicht aber für sein Erwachsenenalter.4 Tatsache ist, dass es heute viele gibt, die wie die Emmaus-Jünger sind; nicht allein die, welche Antworten in den neuen und verbreiteten religiösen Gruppierungen suchen, sondern auch die, welche bereits gottlos scheinen, sowohl in der Theorie als auch in der Praxis.

Was ist zu tun angesichts dieser Situation?

Es braucht eine Kirche, die keine Angst hat, in die Nacht dieser Menschen hinein zu gehen. Es braucht eine Kirche, die fähig ist, ihnen auf ihren Wegen zu begegnen. Es braucht eine Kirche, die sich in ihr Gespräch einzuschalten vermag. Es braucht eine Kirche, die mit jenen Jüngern zu dialogisieren versteht, die aus Jerusalem fortlaufen und ziellos allein mit ihrer Ernüchterung umherziehen, mit der Enttäuschung über ein Christentum, das mittlerweile als steriler, unfruchtbarer Boden angesehen wird, der unfähig ist, Sinn zu zeugen.

Die unnachsichtige Globalisierung und die intensive Verstädterung, die häufig wild wachsen, haben viel verheißen. Viele haben sich in ihre Möglichkeiten verliebt, und es liegt in ihnen etwas wirklich Positives, wie z.B. die Verringerung der Entfernungen, die Annäherung zwischen den Menschen und den Kulturen. Aber andererseits lebten viele unter den negativen Wirkungen dieser Erscheinungen, ohne sich bewusst zu machen, wie diese die eigene Sicht des Menschen und der Welt beeinträchtigen und eine größere Orientierungslosigkeit schaffen sowie ein Vakuum, das sie sich nicht zu erklären vermögen. Einige dieser Wirkungen sind die Verwirrung hinsichtlich des Lebenssinns, die persönliche Desintegration, der Verlust der Erfahrung, zu irgendeinem „Nest" zu gehören, das Fehlen eines Bezugspunktes oder tiefer Bindungen.

Und da es keinen gibt, der sie begleitet und mit dem eigenen Leben den Weg zeigt, haben viele Menschen Abkürzungen gesucht, weil der „Maßstab" der Großen Kirche zu hoch erscheint. Es gibt auch Personen, die das von der Kirche empfohlene Ideal des Menschen und des Lebens anerkennen, aber nicht den Mut haben, es sich zu eigen zu machen. Sie meinen, dieses Ideal sei zu groß für sie, es sei außerhalb ihrer Möglichkeiten; das Ziel, das man anstreben muss, sei unerreichbar oberhalb meiner Reichweite. Und doch – sie können nicht leben, ohne wenigstens etwas – und sei es auch nur eine Karikatur – von dem zu haben, was zu hoch und zu fern scheint. Mit der Ernüchterung im Herzen haben begeben sie sich auf die Suche nach etwas, das sie nochmals enttäuscht, oder sie finden sich mit einer teilweisen Zustimmung ab, die ihnen letztendlich eine Erfüllung ihres Lebens nicht zu geben vermag.

Das starke Gefühl der Verlassenheit und der Einsamkeit, des Fehlens einer Zugehörigkeit sogar zu sich selbst, das häufig aus dieser Situation hervorgeht, ist zu schmerzlich, um verschwiegen zu werden. Es braucht ein Ventil, und dann bleibt der Weg der Klage. Doch auch die Klage wird ihrerseits wie ein Bumerang, der zurückkommt und schließlich das Unglück noch vergrößert. Nur wenige sind noch imstande, auf den Schmerz zu hören; man muss ihn wenigstens betäuben.

Vor diesem Hintergrund braucht es eine Kirche, die fähig ist, Gesellschaft zu leisten, über das einfache Zuhören hinauszugehen; eine Kirche, die den Weg begleitet, indem sie sich mit den Menschen auf den Weg macht; eine Kirche, welche die Nacht, die sich in der Flucht aus Jerusalem von so vielen Brüdern und Schwestern verbirgt, zu entziffern vermag; eine Kirche, die sich bewusst wird, inwiefern die Gründe der Menschen, die weggehen, bereits in sich selbst auch die Gründe für eine mögliche Rückkehr enthalten, doch dafür bedarf es einer mutigen Analyse. Jesus setzt die Herzen der Emmaus-Jünger in Brand.

Ich möchte, dass wir heute uns alle fragen: Sind wir noch eine Kirche, die imstande ist, die Herzen zu erwärmen? Eine Kirche, die fähig ist, nach Jerusalem zurückzuführen? Wieder nach Hause zu begleiten? In Jerusalem wohnen unsere Quellen: Schrift, Katechese, Sakramente, Gemeinschaft, Freundschaft des Herrn, Maria und die Apostel… Sind wir noch fähig, von diesen Quellen so zu erzählen, dass wir die Begeisterung für ihre Schönheit wiedererwecken?

Viele sind gegangen, weil ihnen etwas Höheres, etwas Stärkeres, etwas Schnelleres versprochen wurde.

Aber gibt es etwas Höheres als die in Jerusalem geoffenbarte Liebe? Nichts ist höher als die Erniedrigung des Kreuzes, denn dort wird wirklich die Höhe der Liebe erreicht! Sind wir noch imstande, diese Wahrheit denen zu zeigen, die meinen, die wahre Höhe des Lebens sei woanders?

Kennt man etwas Stärkeres als die in der Schwäche der Liebe, des Guten, der Wahrheit, der Schönheit verborgene Macht der Liebe?

Die Suche nach dem immer Schnelleren zieht den Menschen von heute an: schnelles Internet, schnelle Autos, schnelle Flugzeuge, schnelle Beziehungen… Und doch spürt man ein verzweifeltes Bedürfnis nach Ruhe, ich möchte sagen nach Langsamkeit. Versteht die Kirche noch, langsam zu sein: in der Zeit, zuzuhören, in der Geduld, [Wunden] zu vernähen und [Getrenntes] wieder zusammenzufügen? Oder ist mittlerweile auch die Kirche von der Hektik des Leistungsdrucks fortgerissen? Lasst uns, liebe Mitbrüder, die Ruhe zurückgewinnen, um zu verstehen, den Schritt auf die Möglichkeiten der Pilger, auf den Rhythmus ihres Gehens abzustimmen, lasst uns die Fähigkeit zurückgewinnen, immer in der Nähe zu sein, um ihnen zu erlauben, in der Ernüchterung, die in ihren Herzen herrscht, einen Durchschlupf zu öffnen, durch den man eintreten kann. Sie wollen Jerusalem vergessen, in dem ihre Quellen wohnen, doch dann spüren sie schließlich den Durst. Es braucht eine Kirche, die noch fähig ist, den Rückweg nach Jerusalem zu begleiten! Eine Kirche, die imstande ist, das Herrliche und Freudige, das von Jerusalem gesagt wird, wiederentdecken zu lassen; begreifen zu lassen, dass es meine Mutter, unsere Mutter ist und wir nicht Waisen sind! In Jerusalem sind wir geboren. Wo ist unser Jerusalem, wo sind wir geboren? In der Taufe, in der ersten liebenden Begegnung, im Ruf, in der Berufung!5 Es braucht eine Kirche, die wieder das Feuer bringt, um die Herzen in Brand zu setzen.

Es braucht eine Kirche, die noch fähig ist, vielen ihrer Kinder, die wie in einem Exodus umherziehen, ihr Bürgerrecht zurückzugeben.

4. Die Herausforderungen für die Kirche in Brasilien

Im Licht des Gesagten möchte ich einige Herausforderungen für die geliebte Kirche in Brasilien hervorheben.

Die Priorität der Ausbildung: Bischöfe, Priester, Ordensleute, Laien.

Liebe Mitbrüder, wenn wir keine Priester ausbilden, die fähig sind, das Herz der Menschen zu erwärmen, mit ihnen durch die Nacht zu gehen, mit ihren falschen Hoffnungen und Enttäuschungen ins Gespräch zu kommen, ihre Desintegrationen in den sozialen Zusammenhalt zurückzuführen, was können wir dann für den gegenwärtigen und den zukünftigen Weg erhoffen? Es ist nicht wahr, dass Gott in ihnen verdunkelt ist. Lernen wir, mehr in die Tiefe zu blicken: Es fehlen diejenigen, die ihnen das Herz erwärmen wie bei den Emmaus-Jüngern (vgl. Lk 24,32).

Darum ist es wichtig, eine qualifizierte Ausbildung zu fördern und zu pflegen, die Menschen heranbildet, die fähig sind, in die Nacht hinabzusteigen, ohne vom Dunkel durchdrungen zu werden und sich zu verlieren; die falsche Hoffnung vieler anzuhören, ohne sich verführen zu lassen; die Enttäuschungen aufzunehmen, ohne zu verzweifeln und in der Bitterkeit zu versinken; die Desintegration anderer zu berühren, ohne sich in der eigenen Identität auflösen zu lassen und die innere Einheit zu verlieren.

Es braucht eine menschliche, kulturelle, affektive, spirituelle und doktrinelle Standfestigkeit.6 Liebe Mitbrüder im bischöflichen Dienst, man muss den Mut zu einer tiefgreifenden Revision der Einrichtungen für die Ausbildung und die Vorbereitung des Klerus und des Laientums der Kirche in Brasilien haben. Es reicht nicht, der Ausbildung eine vage Priorität zu geben, sei es durch Dokumente oder durch Priesterfortbildungen. Es bedarf der praktischen Weisheit, im lokalen, regionalen und nationalen Bereich dauerhafte Einrichtungen zur Vorbereitung aufzubauen, die das wahre Herz für den Episkopat sind, unter Einsatz aller Kräfte und ohne es an Aufmerksamkeit und Begleitung fehlen zu lassen. Die augenblickliche Situation verlangt eine qualifizierte Ausbildung auf allen Ebenen. Die Bischöfe können diese Aufgabe nicht delegieren. Ihr dürft diese Aufgabe nicht delegieren, sondern müsst sie übernehmen als etwas Grundlegendes für den Weg eurer Kirchen.

Kollegialität und Solidarität der Bischofskonferenz

Für die Kirche in Brasilien genügt nicht ein nationaler Leader, sondern es braucht ein Netzwerk regionaler „Zeugnisse", die die gleiche Sprache sprechen und so nicht etwa Einstimmigkeit überall, sondern vielmehr die wahre Einheit in der Vielfalt gewährleisten.

Die Gemeinschaft ist ein Tuch, das mit Geduld und Ausdauer zu weben ist und stufenweise die „Fäden zusammenrückt", um eine immer ausgedehntere und dichtere Abdeckung zu erlauben. Eine Decke aus wenigen Wollfäden wärmt nicht.

Es ist wichtig, sich an Aparecida zu erinnern, an die Methode, die Verschiedenheit aufzunehmen. Nicht so sehr eine Unterschiedlichkeit der Ideen, um ein Dokument zu erstellen, sondern die Vielfalt der Gotteserfahrungen, um eine lebendige Dynamik in Gang zu bringen.

Die Emmaus-Jünger sind nach Jerusalem zurückgekehrt und haben von der Erfahrung erzählt, die sie in der Begegnung mit dem auferstandenen Christus gemacht hatten. Und dort haben sie Kenntnis erhalten von den anderen Erscheinungen des Herrn und von den Erfahrungen ihrer Brüder. Die Bischofskonferenz ist wirklich ein lebenswichtiger Raum, um solchen Austausch von Zeugnissen über die Begegnungen mit dem Auferstandenen im Norden, im Süden, im Westen… zu ermöglichen. Es ist also nützlich, das lokale und regionale Element in zunehmendem Maße zur Geltung zu bringen. Die zentrale Bürokratie reicht nicht aus: Ein Zuwachs an Kollegialität und an Solidarität ist nötig, und das wird ein wahrer Reichtum für alle sein.7

Ein Dauerzustand von Mission und Umkehr in der Pastoral

Aparecida hat von einem Dauerzustand der Mission8 und von der Notwendigkeit einer Umkehr in der Pastoral gesprochen.9 Das sind zwei wichtige Ergebnisse jener Versammlung für die gesamte Kirche des Gebietes, und der Weg Brasiliens unter diesen beiden Aspekten ist bedeutungsvoll.

In Bezug auf die Mission ist daran zu erinnern, dass die Dringlichkeit sich aus ihrer inneren Motivation ergibt, das heißt es handelt sich darum, ein Erbe weiterzugeben. Und bezüglich der Methode ist es entscheidend, daran zu erinnern, dass eine Erbschaft so etwas ist wie der Zeuge, so etwas wie der Stab im Staffellauf: Man wirft ihn nicht in die Luft, und wer ihn auffangen kann, gut, und wem es nicht gelingt, der bleibt eben ohne. Um das Erbe weiterzugeben, muss man es persönlich aushändigen und denjenigen, dem man dieses Erbe schenken, an den man es weitergeben will, berühren.

In Bezug auf die Umkehr in der Pastoral möchte ich daran erinnern, dass „Pastoral" nichts anderes ist als die Ausübung der Mutterschaft der Kirche. Sie gebiert, stillt, lässt wachsen, korrigiert, ernährt, führt bei der Hand… Es braucht also eine Kirche, die fähig ist, den Mutterschoß der Barmherzigkeit wiederzuentdecken. Ohne Barmherzigkeit ist es heute kaum möglich, in eine Welt von „Verletzten" einzudringen, die Verständnis, Vergebung und Liebe brauchen.

In der Mission, auch in der kontinentalen,10 ist es sehr wichtig, die Familie zu stärken, die eine wesentliche Zelle für die Gesellschaft und für die Kirche bleibt; die Jugendlichen zu stärken, die das zukünftige Gesicht der Kirche darstellen; die Frauen zu stärken, die eine grundlegende Rolle bei der Weitergabe des Glaubens spielen und die in ihrem täglichen Einsatz eine Kraft für die Gesellschaft bilden, die diese voranbringt und erneuert. Schränken wir den Einsatz der Frauen in der Kirche nicht ein, sondern fördern wir ihre aktive Rolle in der kirchlichen Gemeinschaft. Wenn die Kirche die Frauen verliert, in ihrer totalen und realen Dimension, riskiert sie, unfruchtbar zu werden. Aparecida unterstreicht auch die Berufung und die Mission der Männer in der Familie, in der Kirche und in der Gesellschaft – als Familienväter, als Arbeiter und als Bürger11. Zieht diese Ausführungen ernsthaft in Betracht!

Die Aufgabe der Kirche in der Gesellschaft

Im Bereich der Gesellschaft gibt es nur eines, was die Kirche mit besonderer Deutlichkeit verlangt: die Freiheit, das Evangelium unverkürzt zu verkünden, auch dann, wenn es sich der Welt entgegenstellt, auch dann, wenn es unkonventionell ist. Sie verteidigt damit den Schatz, für den sie nur Hüterin ist, und die Werte, über die sie nicht verfügt, sondern die sie empfangen hat und denen sie treu sein muss.

Die Kirche macht ihr Recht geltend, dem Menschen in seiner Ganzheit zu dienen indem sie ihm sagt, was Gott über den Menschen und seine Verwirklichung offenbart hat, und sie möchte jenes immaterielle Erbe vergegenwärtigen, ohne das die Gesellschaft auseinander fällt und die Städte von ihren eigenen Mauern, Abgründen und Barrieren zugrunde gerichtet würden. Die Kirche hat das Recht und die Pflicht, die Flamme der Freiheit und der Einheit des Menschen nicht verlöschen zu lassen.

Bildung, Gesundheit und sozialer Frieden sind die Dringlichkeiten Brasiliens. Die Kirche hat zu diesen Themen ein Wort mitzureden, denn um diesen Herausforderungen in angemessener Weise zu begegnen, reichen rein technische Lösungen nicht aus, sondern es bedarf einer grundlegenden Sicht des Menschen, seiner Freiheit, seines Wertes und seiner Öffnung für das Transzendente. Und ihr, liebe Mitbrüder, fürchtet euch nicht, diesen Beitrag der Kirche zu leisten, der der gesamten Gesellschaft zugute kommt, und dieses „Mensch gewordene" Wort auch mit dem persönlichen Zeugnis anzubieten.

Amazonien als Nachweis, als Bewährungsprobe für die brasilianische Kirche und Gesellschaft

Es gibt einen letzten Punkt, auf den ich näher eingehen möchte und den ich als bedeutend ansehe für den augenblicklichen wie den zukünftigen Weg nicht nur der Kirche in Brasilien, sondern auch für das gesamte gesellschaftliche Gefüge: Amazonien. Die Kirche ist in Amazonien nicht wie jemand, der die Koffer in der Hand hat, um abzureisen, nachdem er alles ausgebeutet hat, was er konnte. Von Anfang an ist die Kirche in Amazonien mit Missionaren und Ordenskongregationen, Priestern, Laien und Bischöfen zugegen, und immer noch ist sie anwesend und bestimmend für die Zukunft des Gebietes. Ich denke an die Aufnahme, welche die Kirche in Amazonien heute den haitischen Einwanderern nach dem schrecklichen Erdbeben gewährt, das ihr Land verwüstet hat.

Ich möchte alle einladen, über das nachzudenken, was Aparecida über Amazonien gesagt hat,12 auch über die nachdrückliche Ermahnung zur Achtung und Bewahrung der gesamten Schöpfung, die Gott dem Menschen anvertraut hat, nicht damit er sie ungezügelt ausbeutet, sondern damit er sie zu einem Garten macht. In der pastoralen Herausforderung, die Amazonien darstellt, kann ich nur danken für das, was die Kirche in Brasilien tut: Die 1997 geschaffene Bischofskommission für Amazonien hat bereits reiche Frucht gebracht, und viele Diözesen haben schnell und großherzig auf die Bitte um Solidarität geantwortet, indem sie Laien und Priester als Missionare entsandt haben. Ich danke Bischof Jayme Chemello, dem Pionier dieser Arbeit, und Kardinal Hummes, dem augenblicklichen Präsidenten der Kommission. Doch ich möchte hinzufügen, dass das Werk der Kirche weiter gefördert und lanciert werden muss. Es werden qualifizierte Ausbilder gebraucht, vor allem geistliche Begleiter und Theologie-Professoren, um die auf dem Gebiet der Ausbildung eines einheimischen Klerus erzielten Ergebnisse zu festigen, auch um Priester zu haben, die für die örtlichen Bedingungen geeignet sind, und sozusagen das „amazonische Gesicht" der Kirche zu stärken. Für dieses Anliegen bitte ich euch, mutig zu sein, parrhesia – Freimut – zu haben! In der Mundart „porteño" [von Buenos Aires] würde ich euch sagen, corajudos – unerschrocken – zu sein.

Liebe Mitbrüder, ich habe versucht, euch in brüderlicher Weise Überlegungen und Leitlinien für die Arbeit in einer Kirche wie der in Brasilien zu geben, die ein großes Mosaik aus kleinen Steinchen, Bildern, Formen, Problemen und Herausforderungen ist, die aber gerade deshalb einen großen Reichtum in sich birgt. Die Kirche ist niemals Uniformität, sondern umfasst Verschiedenheiten, die in der Einheit miteinander harmonieren, und das gilt für jede kirchliche Wirklichkeit.

Möge die Unbefleckte Jungfrau von Aparecida der Stern sein, der euren Einsatz und euren Weg erleuchtet, um, wie sie es gemacht hat, Christus zu jedem Mann und jeder Frau eures riesigen Kontinents zu bringen. Er selbst wird wie bei den beiden verlorenen und enttäuschten Jüngern von Emmaus die Herzen erwärmen und neue, sichere Hoffnung schenken.

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1 Das Dokument von Aparecida hebt hervor, dass die Kinder, die Jugendlichen und die alten Menschen die Zukunft der Völker aufbauen (vgl. Nr. 447).

2 Ich denke an viele Gestalten wie – um nur einige von ihnen zu nennen – Lorscheider, Mendes de Almeida, Sales, Vital, Camara, Macedo… zusammen mit dem ersten brasilianischen Bischof Pero Fernandes Sardinha (1551/1556), der von kriegerischen örtlichen Stämmen ermordet wurde

3 Letter of 26 January 1833, in: The letters and Diaries of John Henry Newman, Bd. III, Oxford 1979, S. 204.

4 Im Dokument von Aparecida werden die Grundmotive dieses Phänomens zusammenfassend dargestellt (vgl. Nr. 225).

5 Vgl. auch die vier vom Aparecida-Dokument angegebenen Punkte (Nr. 226).

6 Im Dokument von Aparecida wird der Ausbildung des Klerus wie auch der Laien eine große Beachtung geschenkt (vgl. Nrn. 316-325; 212).

7 Auch zu diesem Aspekt bietet das Dokument von Aparecida wichtige Wegweisungen (vgl. Nrn. 181-183; 189).

8 Vgl. Nr. 216.

9 Vgl. Nrn. 365-372.

10 Die Schlussfolgerungen der Konferenz von Aparecida beharren auf dem Gesicht einer Kirche, die von Natur aus missionarisch ist, die existiert, um kühn und frei auf allen Ebenen das Evangelium zu verkünden.

11 Vgl. Nrn. 459-463.

12 Vgl. besonders die Nrn. 83-87 und unter dem Gesichtspunkt einer einheitlichen Pastoral die Nr. 475.

[01091-05.02] [Originalsprache: Mehrsprachig]

TRADUZIONE IN LINGUA POLACCA

Drodzy Bracia!

Jak dobrze i miło mi, że jestem tutaj z wami, biskupami Brazylii! Dziękuję wam za przybycie; pozwólcie, że będę mówił do was jak do przyjaciół; dlatego wolę przemawiać do was po hiszpańsku, abym mógł lepiej wyrazić to, co leży mi na sercu. Proszę, wybaczcie mi!

Zebraliśmy się trochę na uboczu, w tym miejscu przygotowanym przez naszego brata arcybiskupa Oraniego, abyśmy mogli być sami i porozmawiać mówiąc szczerze od serca, jako pasterze, którym Bóg powierzył swoją owczarnię. Na ulicach Rio oczekują na nas młodzi ludzie z całego świata oraz liczne rzesze innych ludzi. Odczuwają potrzebę, by objęło ich miłosierne spojrzenie Chrystusa Dobrego Pasterza, którego mamy uobecniać na mocy powołania. Cieszmy się zatem tą chwilą odpoczynku, wymiany zdań, prawdziwego braterstwa.

Poczynając od przewodniczącego Konferencji Episkopatu, arcybiskupa Rio de Janeiro, pragnę uściskać wszystkich i każdego, a zwłaszcza biskupów seniorów. Chcę nie tyle wygłosić do was formalne przemówienie, ile podzielić się z wami pewnymi refleksjami.

Pierwsza nasunęła mi się na myśl, kiedy ponownie odwiedzałem sanktuarium w Aparecidzie. Tam, u stóp figury Niepokalanie Poczętej, modliłem się za was, za wasze Kościoły, za waszych kapłanów, zakonników i zakonnice, za waszych kleryków, osoby świeckie i ich rodziny, a w szczególności za ludzi młodych i za starszych, ponieważ jedni i drudzy są nadzieją narodu. Młodzi – gdyż mają w sobie siłę, marzenia, nadzieję na przyszłość. Osoby starsze, ponieważ są pamięcią, mądrością narodu 1.

1. Aparecida kluczem do odczytania misji Kościoła

W Aparecidzie Bóg dał Brazylii swoją Matkę. Ale w Aparecidzie Bóg pouczył też o samym sobie, o swoim sposobie bycia i działania. Dał lekcję pokory, która jest istotną cechą Boga, i która należy do DNA Boga. W Aparecidzie jest coś trwałego, czego trzeba się nauczyć o Bogu i o Kościele. Jest to nauka, której ani Kościół w Brazylii, ani też sama Brazylia nie mogą zapomnieć.

U początku wydarzenia w Aparecidzie jest połów ubogich rybaków. Wielki głód, a mało zasobów. Ludzie zawsze potrzebują chleba. Pobudką dla ludzi są zawsze ich potrzeby, także i dziś.

Mają słabą, nieodpowiednią do potrzeb łódkę, przestarzałe, może nawet uszkodzone, za słabe sieci.

Najpierw jest trud, może zmęczenie połowem, a mimo to rezultat jest nikły: zawód, niepowodzenie. Pomimo wysiłków sieci są puste.

Później, kiedy Bóg zechce, sam interweniuje w swojej tajemnicy. Wody są głębokie, a jednak zawsze skrywają możliwość Boga. I On przybył niespodziewanie, kto wie, może kiedy nie był już oczekiwany. Cierpliwość tych, którzy na Niego czekają, zawsze jest wystawiana na próbę. A Bóg przybył w nowy sposób, ponieważ Bóg jest niespodzianką: wizerunek z kruchej gliny, pociemniały od wód rzeki, pokryty także patyną czasu. Bóg zawsze przychodzi w skromnej szacie.

Tak oto figurka Niepokalanie Poczętej. Najpierw tułów, a potem głowa, później połączenie tułowia z głową: jedność. To, co było rozdzielone, staje się na nowo jednością. Brazylia kolonialna była podzielona haniebnym murem niewolnictwa. Matka Boża z Aparecidy ukazuje się z czarnym obliczem, najpierw podzielona, a następnie zostaje scalona w rękach rybaków.

Jest tu pewna nauka, jaką chce dać nam Bóg. Jej piękno, odzwierciedlone w Matce poczętej bez zmazy pierworodnej, wyłania się z ciemnych wód. W Aparecidzie od samego początku Bóg daje przesłanie o poskładaniu tego, co jest połamane, spojeniu tego, co jest rozdzielone. Mury, otchłanie, dystanse istniejące również dziś powinny zniknąć. Kościół nie może nie brać pod uwagę tej lekcji: ma być narzędziem pojednania.

Rybacy nie zlekceważyli tajemnicy, na którą natknęli się w rzece, choć tajemnica ta ukazała się niekompletna. Nie wyrzucili fragmentów tajemnicy. Czekali na pełnię. A ta niebawem się pojawiła. Jest w tym pewna mądrość, której powinniśmy się nauczyć. Istnieją fragmenty tajemnicy, jak kawałki mozaiki, które stopniowo napotykamy. Zbyt szybko chcemy zobaczyć całość, tymczasem Bóg ukazuje się stopniowo. Także Kościół musi nauczyć się tego oczekiwania.

Następnie rybacy zabrali tajemnicę do domu. Prosty lud ma zawsze miejsce, by dać schronienie tajemnicy. Może my mówiąc o tajemnicy, ograniczyliśmy się do wyjaśniania racjonalnego. Natomiast u ludu tajemnica wchodzi przez serce. W domu biednych Bóg zawsze znajduje miejsce.

Rybacy „agasalham" – odziewają w szaty tajemnicę, jaką jest wyłowiona Dziewica, tak jakby było Jej zimno i potrzebowała ogrzania. Bóg chce znaleźć schronienie w najcieplejszej części nas samych: w sercu. Później to Bóg wyzwala ciepło, którego potrzebujemy, ale najpierw przychodzi pod pozorem żebraka. Rybacy okrywają tę tajemniczą Dziewicę ubogim płaszczem swojej wiary. Wołają sąsiadów, by zobaczyli znalezione piękno. Gromadzą się wokół figurki; opowiadają o swoich cierpieniach w Jej obecności i powierzają Jej swoje sprawy. Pozwalają w ten sposób, aby realizowały się Boże zamiary: jedna łaska, a później następna; jedna łaska otwiera na inną; jedna łaska przygotowuje kolejną. Bóg działa stopniowo, ukazując tajemniczą pokorę swojej mocy.

Ta postawa rybaków może nas tak wiele nauczyć. Kościół, który robi miejsce tajemnicy Boga. Kościół, który przechowuje w sobie tę tajemnicę, tak aby mogła ona zachwycać ludzi, przyciągać ich. Tylko piękno Boga może przyciągnąć. Drogą Boga jest zachwyt, który przyciąga. Bóg pozwala się zabrać do domu. Rozbudza On w człowieku pragnienie, by strzegł Go w swoim życiu, w swoim domu, w swoim sercu. Rozbudza On w nas pragnienie, aby zawołać sąsiadów, pokazać im Jego piękno. Misja rodzi się właśnie z tej fascynacji Bogiem, z tego zdumienia spotkaniem. Mówimy o misji, o Kościele misyjnym. Myślę o rybakach przywołujących sąsiadów, aby zobaczyli tajemnicę Maryi. Jeżeli nie mamy w sobie prostoty ich postawy nasza misja skazana jest na niepowodzenie.

Dla Kościoła zawsze jest rzeczą pilną, aby pamiętał lekcję Aparecidy, nie może jej zapomnieć. Sieci Kościoła są słabe, może połatane. Łódź Kościoła nie ma mocy wielkich transatlantyków przemierzających oceany. A jednak Bóg chce się objawiać właśnie poprzez nasze środki, środki ubogie, bo to On zawsze działa.

Drodzy bracia, rezultat pracy duszpasterskiej nie opiera się na bogactwie zasobów, ale na kreatywności miłości. Z pewnością potrzebne są wytrwałość, trud, praca, planowanie, organizowanie, ale przede wszystkim trzeba wiedzieć, że siła Kościoła nie tkwi w nim samym, ale kryje się w głębokich wodach Boga, w które on ma zarzucać sieci.

Inną lekcją, którą Kościół musi zawsze pamiętać, jest to, że nie może odchodzić od prostoty, w przeciwnym razie zapomina on język Tajemnicy i pozostaje poza zasięgiem Tajemnicy, i, oczywiście, nie potrafi dotrzeć do tych, którzy domagają się od Kościoła tego, czego nie mogą dać sobie sami, to znaczy Boga. Czasami tracimy tych, którzy nas nie rozumieją, bo oduczyliśmy się prostoty, czerpiąc z zewnątrz również pewną racjonalność obcą naszym ludziom. Rezygnując z języka prostoty, Kościół pozbawia się warunków, które umożliwiają „łowienie" Boga w głębokich wodach Jego tajemnicy.

Ostatnie przypomnienie: Aparecida pojawiła się w miejscu, gdzie krzyżowały się drogi. Drogi łączące stolicę Rio z San Paolo – rodzącą się przedsiębiorczą prowincją – i Minas Gerais, kopalnie bardzo pożądane przez dwory europejskie: na skrzyżowaniu dróg kolonialnej Brazylii. Bóg objawia się na skrzyżowaniach. Kościół w Brazylii nie może zapominać o tym powołaniu, które jest weń wpisane od pierwszego tchnienia – ma być zdolny do skurczów i rozkurczów, do zbierania i upowszechniania.

2. Uznanie dla drogi przebytej przez Kościół w Brazylii

Brazylia i jej Kościół zawsze były w sercach Biskupów Rzymu. Dokonał się wspaniały rozwój. Od 12 diecezji w czasie Soboru Watykańskiego I do obecnych 275. Nie było ekspansji biurokracji czy przedsiębiorczości, ale raczej był to dynamizm ewangelicznych „pięciu chlebów i dwóch ryb", które w zetknięciu z dobrocią Ojca, zaowocowały w spracowanych rękach.

Dzisiaj chciałbym wyrazić uznanie dla waszej pracy, pasterzy, bez szczędzenia sił, w waszych Kościołach. Myślę o biskupach pełniących posługę w puszczach, przemieszczających się wzdłuż rzek, na terenach półpustynnych, w Pantanal, w pampasach, w miejskich dżunglach wielkich aglomeracji. Kochajcie zawsze z całkowitym oddaniem swoją owczarnię! Myślę również o tak wielu nazwiskach i twarzach, które pozostawiły niezatarte ślady na drodze Kościoła w Brazylii, sprawiając, że można było namacalnie dotknąć wielkiej dobroci Pana wobec tego Kościoła2.

Biskupi Rzymu nigdy nie byli daleko. Interesowali się, zachęcali, towarzyszyli. W ostatnich dekadach bł. Jan XXIII zachęcał usilnie biskupów brazylijskich do przygotowania swego pierwszego planu duszpasterskiego, i od tamtej pory rozwijała się w Brazylii prawdziwa tradycja duszpasterska, dzięki której Kościół nie był dryfującym transatlantykiem, ale zawsze miał kompas. Sługa Boży Paweł VI nie tylko zachęcał do wiernej recepcji Soboru Watykańskiego II, ale także do wprowadzania go w życie z elementami oryginalnymi (por. Zgromadzenie Ogólne CELAM w Medellin); wywarł on decydujący wpływ na samoświadomość Kościoła w Brazylii przez Synod poświęcony ewangelizacji oraz ów tekst będący fundamentalnym punktem odniesienia, jakim jest nadal aktualna Evangelii nuntiandi. Bł. Jan Paweł II odwiedził Brazylię trzy razy, przemierzając ją „de cabo a rabo", od północy po południe, kładąc nacisk na duszpasterską misję Kościoła, na komunię i uczestnictwo, na przygotowanie do Wielkiego Jubileuszu, na nową ewangelizację. Benedykt XVI wybrał Aparecidę na miejsce V Zgromadzenia Ogólnego CELAM, które pozostawiło wielki ślad na Kościele całego kontynentu.

Kościół w Brazylii przyjął i oryginalnie wprowadzał w życie wskazania Soboru Watykańskiego II, a przebyta droga, choć trzeba było pokonać pewne choroby dzieciństwa, doprowadziła do Kościoła, który stopniowo stawał się coraz bardziej dojrzały, otwarty, wielkoduszny, misyjny.

Dziś znajdujemy się na nowym etapie. Jak to dobrze wyraził dokument z Aparecidy: nie jest to epoka zmian, ale zmiana epoki. Tak więc trzeba dziś coraz pilniej zapytywać się: czego oczekuje od nas Bóg? Chciałbym spróbować wskazać w odpowiedzi na to pytanie pewne wytyczne.

3. Ikona Emaus jako klucz do zrozumienia teraźniejszości i przyszłości

Przede wszystkim nie możemy poddawać się lękowi, o którym mówił bł. John Henry Newman: „Świat chrześcijański stopniowo się wyjaławia i wyczerpuje, jak ziemia dogłębnie wyeksploatowana, która staje się piaskiem"3. Nie możemy poddawać się rozczarowaniu, zniechęceniu, narzekaniom. Pracowaliśmy wiele, a czasami wydaje się nam, że ponieśliśmy porażkę, i czujemy się jak ktoś, kto musi dokonać bilansu straconego sezonu, gdy patrzymy na opuszczających nas lub na tych, którzy nie uważają nas już za wiarygodnych, znaczących.

Odczytajmy w tym świetle, po raz kolejny, wydarzenie z Emaus (por. Łk 24, 13-15). Dwaj uczniowie uciekają z Jerozolimy. Oddalają się od „nagości" Boga. Są zgorszeni klęską Mesjasza, w którym pokładali nadzieję, a który teraz wydaje się definitywnie pokonany, upokorzony, nawet po trzecim dniu (ww. 17-21). Jest to trudna tajemnica ludzi opuszczających Kościół. Osób, które dały się omamić innymi propozycjami i twierdzą, że Kościół – ich Jerozolima – nie może im już dać nic znaczącego i ważnego. A więc idą drogą samotnie, ze swoim rozczarowaniem. Być może Kościół wydał się zbyt słaby, zbyt daleki od ich potrzeb, może zbyt ubogi, by odpowiedzieć na ich niepokoje, może zbyt zimny w stosunku do nich, może zbyt skoncentrowany na samym sobie, może jako więzień swojego zbyt surowego języka, może świat, jak się zdaje, uczynił Kościół reliktem przeszłości, niezdolnym do odpowiadania na nowe pytania. Być może Kościół miał odpowiedzi na czas dzieciństwa człowieka, ale nie na okres jego dorosłości4. Faktem jest, że dzisiaj wielu ludzi przypomina tych dwóch uczniów z Emaus. Nie tylko ci, którzy szukają odpowiedzi w nowych i rozpowszechnionych grupach religijnych, ale także ci, którzy zdają się być już bez Boga, czy to w teorii, czy w praktyce.

Co robić w tej sytuacji?

Potrzebny jest Kościół, który nie lękałby się wejść w ich noc. Potrzeba Kościoła zdolnego ich spotkać na ich drodze. Potrzeba Kościoła, który potrafi włączyć się w ich rozmowę. Potrzeba Kościoła, który potrafi prowadzić dialog z tymi uczniami, którzy uciekając z Jerozolimy, błąkają się bez celu, sami ze swoim zawodem, rozczarowaniem chrześcijaństwem, uważanym już za ziemię jałową, bezowocną, niezdolną do dania sensu.

Bezlitosna globalizacja i intensywna urbanizacja, często gwałtowne, wiele obiecywały. Wiele osób zafascynowały ich możliwości, i jest w nich rzeczywiście coś pozytywnego, jak na przykład zmniejszenie odległości, zbliżenie się do siebie osób i kultur, upowszechnienie informacji i usług. Z drugiej strony jednak wielu ludzi doświadczało ich negatywnych skutków, nie zdając sobie sprawy z tego, że wpływają one na ich wizję człowieka i świata, powodując większą dezorientację i pustkę, której nie potrafią wytłumaczyć. Skutkami tymi są między innymi: zamieszanie co do sensu życia, dezintegracja osoby, utrata poczucia przynależności do jakiegoś „gniazda", brak głębokich więzi i miejsca.

A ponieważ nie ma nikogo, kto by im towarzyszył i własnym życiem ukazywał prawdziwą drogę, wielu szukało skrótów, bo zbyt wzniosła wydaje się im „miara" Wielkiego Kościoła. Są również osoby, które uznają ideał człowieka i życia, proponowany przez Kościół, ale nie mają odwagi go przyjąć. Myślą, że ten ideał jest dla nich zbyt wielki, przekracza ich możliwości; cel, do którego należy dążyć, jest nieosiągalny. Jednak nie mogą żyć, nie mając czegoś, choćby przynajmniej karykatury tego, co wydaje się zbyt wzniosłe i dalekie. Z rozczarowaniem w sercu wyruszają na poszukiwanie czegoś, co po raz kolejny ich zawiedzie, lub decydują się na przylgnięcie częściowe, które ostatecznie nie może dać pełni ich życia.

Wielkie poczucie opuszczenia i samotności, braku przynależności, nawet do samych siebie, wynikające często z tej sytuacji, jest zbyt bolesne, by je przemilczeć. Trzeba dać temu upust, i wtedy pozostaje droga narzekania. Ale również narzekanie staje się jak bumerang, który powraca, i w ostateczności powiększa nieszczęście. Niewielu ludzi jest jeszcze w stanie słuchać bólu; trzeba przynajmniej go znieczulić.

W obliczu tej sytuacji potrzebny jest Kościół, który byłby w stanie towarzyszyć, wyjść poza zwyczajne słuchanie; Kościół, który towarzyszy w drodze, idąc razem z ludźmi; Kościół zdolny dostrzec „noc", jaka kryje się w ucieczce tak wielu braci i sióstr z Jerozolimy; Kościół, zdający sobie sprawę, że powody, dla których ludzie się oddalają, zawierają już w sobie motywy możliwego powrotu, ale trzeba umieć całość odważnie odczytać. Jezus rozpalił serca uczniów z Emaus.

Chciałbym, abyśmy wszyscy postawili sobie dziś pytanie: czy jesteśmy jeszcze Kościołem potrafiącym rozgrzać serce? Kościołem potrafiącym doprowadzić z powrotem do Jerozolimy? Doprowadzić z powrotem do domu? W Jerozolimie są nasze źródła: Pismo Święte, katecheza, sakramenty, wspólnota, przyjaźń Pana, Maryja i apostołowie... Czy potrafimy nadal przedstawiać te źródła tak, aby budzić zachwyt ich pięknem? Wielu odeszło, bo obiecano im coś bardziej wzniosłego, mocniejszego, coś szybszego. Czyż jednak jest coś bardziej wzniosłego niż miłość objawiona w Jerozolimie? Nie ma nic wznioślejszego od uniżenia krzyża, bo tam naprawdę sięga się szczytów miłości! Czy potrafimy jeszcze ukazywać tę prawdę ludziom, którzy myślą, że prawdziwa wzniosłość życia jest gdzie indziej?

Czy jest coś mocniejszego od mocy ukrytej w kruchości miłości, dobra, prawdy, piękna? Dzisiejszego człowieka pociąga poszukiwanie tego, co jest coraz szybsze: szybki internet, szybkie samochody, szybkie samoloty, szybkie relacje... A jednak odczuwamy rozpaczliwą potrzebę spokoju, powiedziałbym, powolności. Czy Kościół potrafi być jeszcze powolny: w zakresie czasu – aby słuchać, w cierpliwości – aby scalać i uporządkować? Czy też może również Kościół uległ już gorączce skuteczności? Drodzy bracia, odzyskajmy spokój, abyśmy umieli dostosować krok do możliwości pielgrzymów, do ich tempa marszu; umiejętność bycia zawsze blisko, aby im umożliwić otwarcie furtki w rozczarowaniu, jakie jest w ich sercach, abyśmy mogli do nich dotrzeć. Oni chcą zapomnieć Jerozolimę, w której znajdują się ich źródła, ale wówczas odczują pragnienie. Potrzebny jest Kościół, który będzie jeszcze zdolny towarzyszyć w powrocie do Jerozolimy! Kościół potrafiący na nowo ukazać rzeczy wspaniałe i radosne, o których mówi się w odniesieniu do Jerozolimy, uzmysłowić, że jest on moją Matką, naszą Matką, i że nie jesteśmy sierotami! W nim się urodziliśmy. Gdzie jest nasza Jerozolima, gdzie się urodziliśmy? W chrzcie, w pierwszym spotkaniu miłości, w wezwaniu, w powołaniu!5

Potrzebny jest Kościół, który znów będzie rozgrzewał, rozpalał serca. Potrzebny jest Kościół, który potrafi jeszcze przywrócić obywatelstwo wielu swoim dzieciom, które podążają jakby w exodusie.

4. Wyzwania stojące przed Kościołem w Brazylii

W świetle tego, co powiedziałem, chciałbym zwrócić uwagę na niektóre wyzwania, stojące przed umiłowanym Kościołem w Brazylii.

Priorytet formacji: biskupi, kapłani, zakonnicy i świeccy

Drodzy bracia, jeśli nie będziemy formować kapłanów zdolnych do rozpalania ludzkich serc, podążania z nimi pośród nocy, prowadzenia dialogu z ich złudzeniami i rozczarowaniami, integrowania na nowo tego, co w nich rozbite, to czego możemy się spodziewać w obecnej i przyszłej drodze? Nie jest prawdą, że Bóg jest w nich przysłonięty. Nauczymy się patrzeć głębiej: brakuje tych, którzy rozpalą ich serce, jak miało to miejsce w przypadku uczniów z Emaus (por. Łk 24, 32).

Dlatego ważne jest prowadzenie starannej formacji na dobrym poziomie, która kształtowałaby osoby potrafiące wchodzić w noc, nie pogrążając się w ciemnościach i nie gubiąc; wysłuchiwać złudzeń tak wielu ludzi, nie dając się uwieść; zaakceptować rozczarowania bez rozpaczy i popadania w gorycz; dotknąć dezintegracji innych, nie dopuszczając, by ich własna tożsamość uległa rozmyciu i rozkładowi.

Potrzeba rzetelności ludzkiej, kulturowej, uczuciowej, duchowej, doktrynalnej6. Drodzy bracia w biskupstwie, trzeba odważnie dokonać gruntownej rewizji struktur formacji oraz przygotowania duchowieństwa i świeckich Kościoła w Brazylii. Nie wystarczy ogólnikowy priorytet formacji, ani też dokumenty czy sympozja. Potrzebna jest praktyczna mądrość tworzenia trwałych struktur kształcących na poziomie lokalnym, regionalnym, krajowym i powinny być one prawdziwym centrum zainteresowania episkopatu, który nie będzie szczędził sił, uwagi i wsparcia. Obecna sytuacja wymaga znakomitej formacji na wszystkich poziomach. Biskupi nie mogą powierzać tego zadania innym. Nie możecie uchylać się od tego zadania, ale musicie podjąć je jako sprawę podstawową dla drogi waszych Kościołów.

Kolegialność i solidarność Konferencji Episkopatu

Kościołowi w Brazylii nie wystarcza lider ogólnokrajowy. Potrzebna jest sieć „świadectw" regionalnych, które posługując się tym samym językiem, zapewnią wszędzie nie tyle jednomyślność, ile prawdziwą jedność w bogactwie różnorodności.

Jedność jest płótnem, które trzeba tkać cierpliwie i wytrwale, stopniowo „zbliżając punkty", żeby umożliwić pokrycie coraz szersze i gęstsze. Koc z niewielu włókien wełny nie rozgrzewa.

Trzeba pamiętać o Aparecidzie, o metodzie zbierania różnorodności. Nie tyle różnorodności idei, by wypracować dokument, ale różnorodności doświadczeń Boga, by uruchomić życiodajne siły.

Uczniowie z Emaus wrócili do Jerozolimy i opowiadali o swoim doświadczeniu spotkania ze zmartwychwstałym Chrystusem (por. Łk 24, 33-35). A tam dowiedzieli się o innych objawieniach się Pana i doświadczeniach swoich braci. Konferencja Episkopatu jest właśnie przestrzenią życiową, umożliwiającą taką wymianę świadectw o spotkaniu ze Zmartwychwstałym, na północy, na południu, na zachodzie... Potrzebne jest więc coraz większe dowartościowywanie elementu lokalnego i regionalnego. Nie wystarcza biurokracja centralna, ale trzeba rozwijać kolegialność i solidarność. Będzie to dla wszystkich prawdziwym bogactwem7.

Permanentny stan misji i duszpasterskie nawrócenie

Konferencja w Aparecidie mówiła o misji permanentnej8 i potrzebie nawrócenia duszpasterskiego9. Są to dwa ważne rezultaty tego zgromadzenia dla całego Kościoła w tym regionie, a Brazylia w kwestii tych dwóch punktów przebyła znaczącą drogę.

Co do misji trzeba przypomnieć, że jej pilność wynika z jej motywacji wewnętrznej, chodzi bowiem o przekazywanie dziedzictwa. Natomiast co do metody, ważne jest, by pamiętać, że dziedzictwo jest jak pałeczka w sztafecie – nie rzuca się jej na chybił trafił, i jeśli komuś uda się ją przechwycić, to dobrze, a jeśli nie – pozostaje z niczym. Aby przekazać dziedzictwo, trzeba to uczynić osobiście, dotknąć osoby, której pragnie się je dać, przekazać to dziedzictwo.

W kwestii nawrócenia duszpasterskiego, chciałbym przypomnieć, że „duszpasterstwo" to nic innego, jak realizowanie macierzyństwa Kościoła. Rodzi on, wykarmia, wychowuje, koryguje, żywi, prowadzi za rękę... Potrzebny jest więc Kościół zdolny odkrywać na nowo macierzyńskie miłosierdzie. Bez miłosierdzia nie da się wejść w świat „poranionych", potrzebujących zrozumienia, przebaczenia i miłości.

W misji, także kontynentalnej10, bardzo ważne jest umacnianie rodziny, która pozostaje istotną komórką społeczeństwa i Kościoła; młodzieży, która jest przyszłym obliczem Kościoła; kobiet, które odgrywają kluczową rolę w przekazywaniu wiary i stanowią codzienną siłę w społeczeństwie, aby ją przekazywało i odnawiało. Nie ograniczajmy zaangażowania kobiet w Kościele, ale promujmy ich aktywną rolę we wspólnocie kościelnej. Jeśli Kościół utraci kobiety, w swoim pełnym i rzeczywistym wymiarze, grozi mu bezpłodność. Dokument z Aparecidy zwraca także uwagę na powołanie i misję mężczyzn w rodzinie, w Kościele i społeczeństwie, jako ojców, pracowników i obywateli11. Weźcie to poważnie pod uwagę!

Zadanie Kościoła w społeczeństwie

W dziedzinie życia społecznego jest tylko jedna rzecz, której Kościół domaga się ze szczególną jasnością: wolności głoszenia Ewangelii w sposób integralny, także wówczas, gdy jest ona sprzeczna ze światem, nawet gdy sprzeciwia się panującym tendencjom, broniąc skarbu, którego jest jedynie strażnikiem, i wartości, którymi nie dysponuje, ale które otrzymał i którym musi być wierny.

Kościół potwierdza prawo do służenia człowiekowi w jego integralności, mówiąc mu to, co Bóg objawił o człowieku i jego realizowaniu się, i pragnie uobecniać to dziedzictwo niematerialne, bez którego społeczeństwo się rozpada, miasta ulegają zniszczeniu na skutek własnych murów, otchłani i barier. Kościół ma prawo i obowiązek podtrzymywać płomień wolności i jedności człowieka.

Pilnymi potrzebami Brazylii są edukacja, ochrona zdrowia i pokój społeczny. Kościół winien wypowiadać się w tych kwestiach, ponieważ aby należycie odpowiedzieć na te wyzwania, nie wystarczają jedynie rozwiązania techniczne, ale potrzebna jest podstawowa wizja człowieka, jego wolności, jego wartości, jego otwartości na transcendencję. A wy, drodzy współbracia, nie obawiajcie się wnosić tego wkładu do Kościoła, który służy dobru całego społeczeństwa, i obdarzać tym słowem „wcielonym", również poprzez świadectwo.

Amazonia jako papierek lakmusowy i sprawdzian dla Kościoła oraz społeczeństwa brazylijskiego

Jest jeszcze jedna, ostatnia sprawa, o której chciałbym powiedzieć, a którą uważam za istotną dla obecnej i przyszłej drogi nie tylko Kościoła w Brazylii, ale także całego społeczeństwa: Amazonia. Kościół w Amazonii nie jest jak ktoś ze spakowaną walizką w ręku, gotowy do wyjazdu po wyeksploatowaniu wszystkiego, co się dało. Kościół jest obecny w Amazonii od początku – poprzez misjonarzy, zgromadzenia zakonne, kapłanów, świeckich i biskupów – i nadal jest obecny, odgrywając decydującą rolę dla przyszłości tego obszaru. Mam na myśli gościnę, jakiej Kościół w Amazonii udziela dzisiaj imigrantom z Haiti, po straszliwym trzęsieniu ziemi, które zniszczyło ich ojczyznę.

Chciałbym zachęcić wszystkich do przemyślenia tego, co zostało powiedziane w Aparecidzie o Amazonii12, także w kwestii konieczności poszanowania i strzeżenia całego stworzenia, które Bóg powierzył człowiekowi nie po to, aby je eksploatował rabunkowo, ale aby uczynił je ogrodem. W odniesieniu do wyzwania duszpasterskiego, jakie stanowi Amazonia, muszę podziękować za to, co czyni Kościół w Brazylii: obfite są już owoce pracy utworzonej w 1997 r. Komisji Episkopatu ds. Amazonii, a wiele diecezji ochoczo i wielkodusznie zareagowało na prośbę o solidarność, wysyłając misjonarzy świeckich i księży. Dziękuję pionierowi tej pracy abpowi Jaime Chemelowi oraz obecnemu przewodniczącemu Komisji, kard. Hummesowi. Chciałbym jednak dodać, że należy nadal promować i podejmować na nowo dzieło Kościoła. Potrzebni są wykwalifikowani formatorzy, zwłaszcza formatorzy, i profesorowie teologii, by umacniać rezultaty osiągnięte w zakresie formacji rodzimego duchowieństwa, także aby mieć księży dostosowanych do warunków lokalnych i ugruntowywać w ten sposób, że tak powiem, „amazońskie oblicze" Kościoła. Proszę, abyście byli w tym odważni, aby was cechowała parrezja!W języku porteño [z Buenos Aires] powiedziałbym, abyście byli nieustraszeni.

Drodzy współbracia, starałem się przedstawić wam po bratersku refleksje i wytyczne dla Kościoła takiego, jak brazylijski, który jest wielką mozaiką małych kamieni, obrazów, form, problemów, wyzwań, a który właśnie dlatego jest ogromnym bogactwem. Kościół nigdy nie jest jednolitością, ale tworzą go różnorodności, które zgodnie łączą się w jedność, i odnosi się do każdej rzeczywistości kościelnej.

Niech Niepokalana Dziewica z Aparecidy będzie gwiazdą, oświecającą wasz trud i waszą drogę, abyście nieśli, tak jak Ona to czyniła, Chrystusa każdemu mężczyźnie i każdej kobiecie w waszej ogromnej ojczyźnie. A On, tak jak to uczynił w przypadku dwóch zagubionych i rozczarowanych uczniów z Emaus, rozpali serce i da nową, niezawodną nadzieję.

_______________________

1 Dokument z Aparecidy stwierdza,że dzieci, młodzież i osoby starsze stanowią przyszłość narodów (por. n. 447).
2
Myślę o wielu postaciach, a wymienię tylko niektóre, jak: Lorscheider, Mendes de Almeida, Sales, Vital, Camara, Macedo... a także pierwszy biskup brazylijski Pero Fernandes Sardinha (1551/1556), zabity przez wojownicze plemiona lokalne.
3
Letter of 26 January 1833, w: The Letters and Diaries of John Henry Newman, vol. III, Oxford 1979, p. 204.
4
  W Dokumencie z Aparecidy zostały syntetycznie przedstawione zasadnicze przyczyny tego zjawiska (por. n. 225).
5
Por. także cztery punkty wskazane przez Dokument z Aparecidy (n. 226).
6
W Dokumencie z Aparecidy wiele uwagi poświęcono formacji duchowieństwa, a także świeckich (por. nn. 316-325; 212).
7
Także w tym względzie Dokument z Aparecidy daje ważne wskazówki (por. nn. 181-183; 189).
8
  Por. n. 216.
9
  Por. nn. 365-372.
10
Wnioski Konferencji w Aparecidzie podkreślają, że Kościół, który ze swej natury jest ewangelizatorem, istnieje by ewangelizować, śmiało i swobodnie, na wszystkich poziomach (por. nn. 547-554).
11  Por. nn. 459-463.
12
Por. zw
łaszcza nn. 83-87, a z punktu widzenia jednolitego duszpasterstwa n. 475.

[01091-09.01] [Testo originale: Spagnolo]

VISITA ALLA RÁDIO CATEDRAL DELL’ARCIDIOCESI DI RIO DE JANEIRO

 PAROLE DEL SANTO PADRE

 TRADUZIONE PORTOGHESE

 TRADUZIONE ITALIANA

 TRADUZIONE INGLESE

TRADUZIONE FRANCESE

 TRADUZIONE TEDESCA

 TRADUZIONE POLACCA

Dopo il pranzo con i Vescovi brasiliani, Papa Francesco ha visitato gli studi di "Rádio Catedral", emittente dell’Arcidiocesi di Rio de Janeiro, e dai microfoni della radio ha pronunciato le seguenti parole:

 PAROLE DEL SANTO PADRE

Buenos días, buenas tardes, a todos que están escuchando. Les agradezco la atención  y agradezco aquí a los integrantes de la radio la amabilidad de darme el micrófono. Les agradezco y estoy mirando la radio y veo que es tan importante, hoy día, los medios de comunicación. Yo diría, una radio, una radio católica, hoy día es el púlpito más cercano que tenemos. Es donde podemos anunciar a través de la radio, los valores humanos, los valores religiosos, y sobre todo, anunciar a Jesucristo, al Señor. Darle al Señor esa gracia de darle sitio en nuestras cosas. Así que los saludo y agradezco todo el esfuerzo que hace esta arquidiócesis por tener una radio y por mantener una radio y con una red tan grande. A todos los que me están escuchando, les pido que recen por mi, que recen por esta radio, que recen por el obispo, que recen por la arquidiócesis, que todos nos unamos en la oración y que todos trabajemos, como decía recién aquí el padre, por una cultura más humanista, más llena de valores y que no dejemos a nadie afuera. Que todos trabajemos por esa palabra que hoy día no gusta: solidaridad. Es una palabra que tratan de dejarla de lado, siempre, porque es molesta y, sin embargo, es una palabra que refleja los valores humanos y cristianos que hoy se nos piden para ir contra -como repitió el padre recién-, de la cultura del descarte, todo es descartable. Una cultura que siempre deja afuera la gente: deja afuera a los niños, deja afuera a los jóvenes, deja afuera a los ancianos, deja afuera a los que no sirven, a los que no producen, y eso no puede ser. En vez, la solidaridad, pone a todos adentro. Deben seguir trabajando por esta cultura de la solidaridad y por el Evangelio.

[Rispondendo a una domanda sull’importanza della famiglia...]
Non sólo diría que la familia es importante para la evangelización del nuevo mundo. La familia es importante, es necesaria para la supervivencia de la humanidad. Si no hay familia corre peligro la supervivencia cultural de la humanidad. Es la base, nos guste o no nos guste: la familia.

[01132-04.01] [Texto original: Español]

 TRADUZIONE PORTOGHESE

Bom dia, boa tarde, a todos que estão ouvindo. Agradeço a atenção e agradeço aqui aos integrantes da rádio pela amabilidade por me darem o microfone. Agradeço e estou olhando para o rádio e vejo que, hoje em dia, os meios de comunicação são muito importantes.

Eu diria que, uma rádio católica, hoje em dia, é o púlpito mas próximo que temos de onde podemos anunciar os valores humanos, os valores religiosos e, sobretudo, anunciar a Jesus Cristo, ao Senhor. Dar ao Senhor essa graça de colocá-lo en nossas coisas.

Assim, saúdo a todos e agradeço todo o esforço que faz esta arquidiocese para ter e manter uma rádio que tem uma rede tão grande. A todos que estão me escutando, peço que rezem por mim, que rezem por esta rádio, que rezem pelo bispo, que rezem pela arquidiocese, que todos possamos nos unir na oração e que todos trabalhemos por uma cultura mais humanista, mais repleta de valores e que não deixemos ninguém de fora.

Que todos trabalhemos por esta palavra que hoje em dia não é bem aceita: solidariedade. É uma palavra que procuram deixar de lado, sempre, porquê incômoda. Todavia, é uma palavra que reflete os valores humanos e cristãos que hoje nos pedem para ir contra; da cultura do descartável, de que tudo é descartável.

Uma cultura que sempre deixa as pessoas de fora: deixa à margem as crianças, deixa à margem os jovens, deixa à margem os idosos, deixa a fora aos que não servem, aos que não produzem, e isso não pode acontecer. Invés, a solidariedade, coloca todos dentro. Devem seguir trabalhando por esta cultura da solidariedade e pelo Evangelho".

[Ao responder sobre a importância da família,..]
Não somente diria que a família é importante para a evangelização do novo mundo. A família é importante, é necessária para a sobrevivência da humanidade. Se não existe a família, a sobrevivência cultural da humanidade corre perigo. É a base, nos apeteça ou não: a família". 

[01132-06.01] [Texto original: Espanhol]

 TRADUZIONE ITALIANA

Buongiorno, buonasera a tutti gli ascoltatori. Vi ringrazio per l’attenzione e ringrazio qui i Membri della Radio per la gentilezza di darmi il microfono. Li ringrazio e sto guardando la Radio e vedo che i mezzi di comunicazione oggi sono molto importanti. Io direi che una Radio, una Radio cattolica oggi è il pulpito più vicino che abbiamo. E’ da dove possiamo annunciare, attraverso la radio, i valori umani, i valori religiosi, e soprattutto annunciare Gesù Cristo, il Signore; dare al Signore la grazia di farGli posto tra le nostre cose. Così vi saluto e ringrazio per tutto lo sforzo di questa arcidiocesi per avere una Radio e per mantenerla, con un

network così grande. A tutti gli ascoltatori chiedo di pregare per me, di pregare per questa Radio, di pregare per il vescovo, di pregare per l’arcidiocesi, affinché tutti noi ci uniamo nella preghiera e lavoriamo, come diceva poco fa il sacerdote, per una cultura più umanista, più ricca di valori, e non escludiamo nessuno. Che tutti lavoriamo per quella parola che oggi non piace: solidarietà. E’ una parola che si tenta di mettere da parte, sempre, perché è fastidiosa e tuttavia è una parola che riflette i valori umani e cristiani che oggi ci vengono richiesti per andare contro – come ha ripetuto il sacerdote poco fa – la cultura dello scarto, secondo cui tutto è scartabile. Una cultura che sempre lascia fuori la gente: lascia fuori i bambini, lascia fuori i giovani, lascia fuori gli anziani, lascia fuori tutti coloro che non servono, che non producono e questo non può essere! Al contrario, la solidarietà include tutti. Dovete continuare a lavorare per questa cultura della solidarietà e per il Vangelo.

[Rispondendo a una domanda sull’importanza della famiglia:]
Non solo direi che la famiglia è importante per l’evangelizzazione del nuovo mondo. La famiglia è importante, è necessaria per la sopravvivenza dell’umanità. Se non c’è la famiglia, è a rischio la sopravvivenza culturale dell’umanità. La famiglia, ci piaccia o no, è la base.

[01132-01.01] [Testo originale: Spagnolo]

TRADUZIONE INGLESE

Hello and good afternoon to all the listeners. Thank you for listening, and thank you to the staff of the radio station for their kindness in inviting me to speak on air. I thank them and I am looking around at this radio station, and I see that means of communication today are very important. I would say that a radio station, a Catholic radio station today is the most immediate pulpit we have. Here, through the radio, we can proclaim human values, religious values, and especially we can proclaim Jesus Christ, the Lord; we can graciously make room for the Lord among our affairs. So I greet you and I thank you for all the effort this archdiocese is making to have and maintain a radio station, with such a large network. I ask all the listeners to pray for me, to pray for this radio station, to pray for the bishop, to pray for the archdiocese, so that all of us can join in prayer and can work, as the priest said a moment ago, for a more humane culture, richer in values, excluding no one. Let us all work for that word which is unpopular today: solidarity. It is a word that people always try to put aside, because it is irksome, and yet it is a word that reflects the human and Christian values that are required of us today, as the priest said a moment ago, so as to counter the throwaway culture, according to which everything is disposable. A culture that always leaves people out of the equation: it leaves children out, it leaves young people out, it leaves the elderly out, it leaves out all who are of no use, who do not produce, and this must not be! On the contrary, solidarity includes everyone. You must continue to work for this culture of solidarity and for the Gospel.

[Question on the importance of the family:]
Not only would I say that the family is important for the evangelization of the new world. The family is important, and it is necessary for the survival of humanity. Without the family, the cultural survival of the human race would be at risk. The family, whether we like it or not, is the foundation.

[01132-02.01] [Original text: Spanish]

 TRADUZIONE FRANCESE

Bonjour, bonsoir à tous les auditeurs. Je vous remercie pour votre attention et je remercie ici les membres de la radio pour leur gentillesse de me donner le micro. Je les remercie et je suis en train de regarder la radio et je vois que les moyens de communication sont aujourd’hui très importants. Je dirais qu’une radio, une radio catholique, est aujourd’hui la chaire la plus proche que nous ayons. C’est de là que nous pouvons annoncer, à travers la radio, les valeurs humaines, les valeurs religieuses et surtout annoncer Jésus-Christ, le Seigneur ; faire au Seigneur la grâce de lui donner une place dans nos affaires. Ainsi, je vous salue et je remercie cet archidiocèse pour tout l’effort accompli afin d’avoir une radio et de la maintenir, avec un réseau aussi grand. Je demande à tous les auditeurs de prier pour moi, de prier pour cette radio, de prier pour l’évêque, de prier pour l’archidiocèse, afin que nous soyons tous unis dans la prière et que nous travaillions, comme le disait il y a peu le prêtre, pour une culture plus humaniste, plus riche de valeurs et que personne n’en soit exclu. Que nous travaillions tous pour ce mot qui aujourd’hui ne plaît pas : solidarité. C’est un mot que l’on tente toujours de mettre de côté, parce qu’il est gênant et pourtant c’est un mot qui reflète les valeurs humaines et chrétiennes qui sont demandées pour aller contre la culture du rebut pour laquelle tout est éliminable – comme l’a répété le prêtre tout à l’heure. Une culture qui laisse toujours les gens dehors : qui laisse dehors les enfants, qui laisse dehors les jeunes, qui laisse dehors les personnes âgées, qui laisse dehors tous ceux qui ne servent pas, qui ne produisent pas, et cela ne peut pas exister ! Au contraire, la solidarité inclut tout le monde. Vous devez continuer à travailler pour cette culture de la solidarité et pour l’Évangile.

[Question sur l’importance de la famille :]
Je ne dirais pas seulement que la famille est importante pour l’évangélisation du nouveau monde. La famille est importante, est nécessaire pour la survie de l’humanité. S’il n’y a pas la famille, la survie culturelle de l’humanité est en danger. Que cela nous plaise ou non, la famille est la base.

[01132-03.01] [Texte original: Espagnol]

 TRADUZIONE TEDESCA

Guten Tag, guten Abend an alle Hörer. Ich danke euch für eure Aufmerksamkeit, und ich danke hier den Mitgliedern des Radios für die Freundlichkeit, mir das Mikrophon zu überlassen. Ich danke ihnen und schaue mir gerade die Rundfunkanstalt an; ich sehe, dass den Kommunikationsmitteln heute eine große Bedeutung zukommt. Ich würde sagen, dass der Rundfunk, ein katholischer Rundfunk, heute die nächstliegende Kanzel ist, die wir haben. Es ist der Ort, von dem aus wir über Radio die menschlichen Werte, die religiösen Werte und vor allem Jesus Christus, den Herrn, verkünden können; dem Herrn den Gefallen tun, ihm inmitten unserer Dinge Platz zu machen. So grüße ich euch und danke für all die Anstrengung dieser Erzdiözese, um eine Rundfunkanstalt zu haben und zu unterhalten mit einem so großen Netzwerk. Alle Hörer bitte ich, für mich zu beten, für dieses Radio zu beten, für den Bischof und für die Erzdiözese zu beten, damit wir uns alle im Gebet vereinen und uns – wie eben der Priester sagte – für eine Kultur einsetzen, die menschlicher und reicher an Werten ist, und niemanden ausschließen. Dass wir uns alle für dieses Wort einsetzen, das heute wenig Gefallen findet: für die Solidarität. Es ist ein Wort, das man immer beiseite zu schieben versucht, weil es störend ist; und doch ist es ein Wort, das die menschlichen und christlichen Werte widerspiegelt, die von uns verlangt werden, um – wie der Priester vorhin wiederholte – gegen die Wegwerfmentalität anzugehen, der zufolge man alles wegwerfen kann. Eine Mentalität, die ständig Menschen aussondert: Sie sondert die Kinder, die Jugendlichen, die alten Menschen aus, alle, die nicht nützlich sind, die nichts produzieren, und das darf nicht sein! Im Gegensatz dazu schließt die Solidarität alle ein. Ihr müsst weiter für diese Kultur der Solidarität und für das Evangelium arbeiten.

[Auf eine Frage über die Bedeutung der Familie:]
Ich würde nicht nur sagen, dass die Familie für die Evangelisierung der neuen Welt wichtig ist. Die Familie ist wichtig, ist notwendig für das Überleben der Menschheit. Wenn es keine Familie gibt, ist das kulturelle Überleben der Menschheit in Gefahr. Ob wir es mögen oder nicht: Die Familie ist die Grundlage.

[01132-05.01] [Originalsprache: Spanisch]

TRADUZIONE POLACCA

Dzień dobry, dobry wieczór wszystkim słuchaczom. Dziękuję im za uwagę i dziękuję redakcji radia, że była tak uprzejma i przekazała mi mikrofon. Dziękuję im, a patrząc na radio widzę, że środki przekazu są dziś tak bardzo ważne. Chciałbym powiedzieć, że radio, radio katolickie jest dziś amboną najbliższą ludziom. Z niej właśnie, poprzez radio możemy głosić wartości humanistyczne, religijne, a przede wszystkim Jezusa Chrystusa, Pana, dać Panu tę łaskę, aby miał On miejsce pośród naszych spraw. Tak więc pozdrawiam was i dziękuję za cały wysiłek, jaki podejmuje ta archidiecezja, aby posiadać radio i je utrzymać, z tak wielką siecią. Proszę wszystkich słuchaczy o modlitwę za mnie, o modlitwę za to radio, za biskupa, módlcie się za archidiecezję, abyśmy wszyscy jednoczyli się na modlitwie i pracowali na rzecz kultury bardziej humanistycznej, bardziej bogatej w wartości i abyśmy nikogo nie wykluczali. Abyśmy wszyscy działali na rzecz tego słowa, które dziś się nie podoba: solidarność. Jest to słowo, które usiłuje się dziś usunąć, nieustannie, ponieważ jest uciążliwe, a mimo jest to słowo, które odzwierciedla wartości humanistyczne i chrześcijańskie, które są dziś potrzebne, aby przeciwstawić się kulturze odrzucenia, według której wszystko można odrzucić. Jest to kultury, która zawsze porzuca ludzi: porzuca dzieci, młodzież, osoby starsze, tych wszystkich, którzy są uważani za niepotrzebnych, nie produkują. To jest niedopuszczalne. Natomiast solidarność obejmuje wszystkich. Musicie nadal działać na rzecz tej kultury solidarności i na rzecz Ewangelii.

[Pytanie: Ojcze Święty, jak ważna jest dzisiaj rodzina w ewangelizacji "nowego świata"?]
Odp. - Powiedziałbym, że jest nie tylko ważna dla ewangelizacji nowego świata. Rodzina jest ważna, jest niezbędna dla przetrwania ludzkości. Jeśli nie ma rodziny, zagrożone jest kulturowe przetrwanie ludzkości. Czy nam się to podoba, czy też nie rodzina jest podstawą.

[01132-09.01] [Testo originale: Spagnolo]

[B0497-XX.02]