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SANTA MESSA NELLA PLAZA DE LA REVOLUCIÓN A LA HABANA (CUBA) OMELIA DEL SANTO PADRE
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TRADUZIONE IN LINGUA PORTOGHESE
Alle ore 9 di oggi (le 16, ora di Roma), il Santo Padre Benedetto XVI presiede in Plaza de la Revolución "José Martí" a La Habana la Santa Messa concelebrata con i Vescovi cubani.
La celebrazione è introdotta dall’indirizzo di saluto dell’Arcivescovo di La Habana, Card. Jaime Lucas Ortega y Alamino.
Dopo la proclamazione del Vangelo, il Papa pronuncia l’omelia che riportiamo di seguito:
OMELIA DEL SANTO PADRE
Queridos hermanos y hermanas:
«Bendito eres, Señor Dios…, bendito tu nombre santo y glorioso» (Dn 3,52). Este himno de bendición del libro de Daniel resuena hoy en nuestra liturgia invitándonos reiteradamente a bendecir y alabar a Dios. Somos parte de la multitud de ese coro que celebra al Señor sin cesar. Nos unimos a este concierto de acción de gracias, y ofrecemos nuestra voz alegre y confiada, que busca cimentar en el amor y la verdad el camino de la fe.
«Bendito sea Dios» que nos reúne en esta emblemática plaza, para que ahondemos más profundamente en su vida. Siento una gran alegría de encontrarme hoy entre ustedes y presidir esta Santa Misa en el corazón de este Año jubilar dedicado a la Virgen de la Caridad del Cobre.
Saludo cordialmente al Cardenal Jaime Ortega y Alamino, Arzobispo de La Habana, y le agradezco las corteses palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Extiendo mi saludo a los Señores Cardenales, a mis hermanos Obispos de Cuba y de otros países, que han querido participar en esta solemne celebración. Saludo también a los sacerdotes, seminaristas, religiosos y a todos los fieles aquí congregados, así como a las Autoridades que nos acompañan.
En la primera lectura proclamada, los tres jóvenes, perseguidos por el soberano babilonio, prefieren afrontar la muerte abrasados por el fuego antes que traicionar su conciencia y su fe. Ellos encontraron la fuerza de «alabar, glorificar y bendecir a Dios» en la convicción de que el Señor del cosmos y la historia no los abandonaría a la muerte y a la nada. En efecto, Dios nunca abandona a sus hijos, nunca los olvida. Él está por encima de nosotros y es capaz de salvarnos con su poder. Al mismo tiempo, es cercano a su pueblo y, por su Hijo Jesucristo, ha deseado poner su morada entre nosotros.
«Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Jn 8,31). En este texto del Evangelio que se ha proclamado, Jesús se revela como el Hijo de Dios Padre, el Salvador, el único que puede mostrar la verdad y dar la genuina libertad. Su enseñanza provoca resistencia e inquietud entre sus interlocutores, y Él los acusa de buscar su muerte, aludiendo al supremo sacrificio en la cruz, ya cercano. Aun así, los conmina a creer, a mantener la Palabra, para conocer la verdad que redime y dignifica.
En efecto, la verdad es un anhelo del ser humano, y buscarla siempre supone un ejercicio de auténtica libertad. Muchos, sin embargo, prefieren los atajos e intentan eludir esta tarea. Algunos, como Poncio Pilato, ironizan con la posibilidad de poder conocer la verdad (cf. Jn 18, 38), proclamando la incapacidad del hombre para alcanzarla o negando que exista una verdad para todos. Esta actitud, como en el caso del escepticismo y el relativismo, produce un cambio en el corazón, haciéndolos fríos, vacilantes, distantes de los demás y encerrados en sí mismos. Personas que se lavan las manos como el gobernador romano y dejan correr el agua de la historia sin comprometerse.
Por otra parte, hay otros que interpretan mal esta búsqueda de la verdad, llevándolos a la irracionalidad y al fanatismo, encerrándose en «su verdad» e intentando imponerla a los demás. Son como aquellos legalistas obcecados que, al ver a Jesús golpeado y sangrante, gritan enfurecidos: «¡Crucifícalo!» (cf. Jn 19, 6). Sin embargo, quien actúa irracionalmente no puede llegar a ser discípulo de Jesús. Fe y razón son necesarias y complementarias en la búsqueda de la verdad. Dios creó al hombre con una innata vocación a la verdad y para esto lo dotó de razón. No es ciertamente la irracionalidad, sino el afán de verdad, lo que promueve la fe cristiana. Todo ser humano ha de indagar la verdad y optar por ella cuando la encuentra, aun a riesgo de afrontar sacrificios.
Además, la verdad sobre el hombre es un presupuesto ineludible para alcanzar la libertad, pues en ella descubrimos los fundamentos de una ética con la que todos pueden confrontarse, y que contiene formulaciones claras y precisas sobre la vida y la muerte, los deberes y los derechos, el matrimonio, la familia y la sociedad, en definitiva, sobre la dignidad inviolable del ser humano. Este patrimonio ético es lo que puede acercar a todas las culturas, pueblos y religiones, las autoridades y los ciudadanos, y a los ciudadanos entre sí, a los creyentes en Cristo con quienes no creen en él.
El cristianismo, al resaltar los valores que sustentan la ética, no impone, sino que propone la invitación de Cristo a conocer la verdad que hace libres. El creyente está llamado a ofrecerla a sus contemporáneos, como lo hizo el Señor, incluso ante el sombrío presagio del rechazo y de la cruz. El encuentro personal con quien es la verdad en persona nos impulsa a compartir este tesoro con los demás, especialmente con el testimonio.
Queridos amigos, no vacilen en seguir a Jesucristo. En él hallamos la verdad sobre Dios y sobre el hombre. Él nos ayuda a derrotar nuestros egoísmos, a salir de nuestras ambiciones y a vencer lo que nos oprime. El que obra el mal, el que comete pecado, es esclavo del pecado y nunca alcanzará la libertad (cf. Jn 8,34). Sólo renunciando al odio y a nuestro corazón duro y ciego seremos libres, y una vida nueva brotará en nosotros.
Convencido de que Cristo es la verdadera medida del hombre, y sabiendo que en él se encuentra la fuerza necesaria para afrontar toda prueba, deseo anunciarles abiertamente al Señor Jesús como Camino, Verdad y Vida. En él todos hallarán la plena libertad, la luz para entender con hondura la realidad y transformarla con el poder renovador del amor.
La Iglesia vive para hacer partícipes a los demás de lo único que ella tiene, y que no es sino Cristo, esperanza de la gloria (cf. Col 1,27). Para poder ejercer esta tarea, ha de contar con la esencial libertad religiosa, que consiste en poder proclamar y celebrar la fe también públicamente, llevando el mensaje de amor, reconciliación y paz que Jesús trajo al mundo. Es de reconocer con alegría que en Cuba se han ido dando pasos para que la Iglesia lleve a cabo su misión insoslayable de expresar pública y abiertamente su fe. Sin embargo, es preciso seguir adelante, y deseo animar a las instancias gubernamentales de la Nación a reforzar lo ya alcanzado y a avanzar por este camino de genuino servicio al bien común de toda la sociedad cubana.
El derecho a la libertad religiosa, tanto en su dimensión individual como comunitaria, manifiesta la unidad de la persona humana, que es ciudadano y creyente a la vez. Legitima también que los creyentes ofrezcan una contribución a la edificación de la sociedad. Su refuerzo consolida la convivencia, alimenta la esperanza en un mundo mejor, crea condiciones propicias para la paz y el desarrollo armónico, al mismo tiempo que establece bases firmes para afianzar los derechos de las generaciones futuras.
Cuando la Iglesia pone de relieve este derecho, no está reclamando privilegio alguno. Pretende sólo ser fiel al mandato de su divino fundador, consciente de que donde Cristo se hace presente, el hombre crece en humanidad y encuentra su consistencia. Por eso, ella busca dar este testimonio en su predicación y enseñanza, tanto en la catequesis como en ámbitos escolares y universitarios. Es de esperar que pronto llegue aquí también el momento de que la Iglesia pueda llevar a los campos del saber los beneficios de la misión que su Señor le encomendó y que nunca puede descuidar.
Ejemplo preclaro de esta labor fue el insigne sacerdote Félix Varela, educador y maestro, hijo ilustre de esta ciudad de La Habana, que ha pasado a la historia de Cuba como el primero que enseñó a pensar a su pueblo. El Padre Varela nos presenta el camino para una verdadera transformación social: formar hombres virtuosos para forjar una nación digna y libre, ya que esta trasformación dependerá de la vida espiritual del hombre, pues «no hay patria sin virtud» (Cartas a Elpidio, carta sexta, Madrid 1836, 220). Cuba y el mundo necesitan cambios, pero éstos se darán sólo si cada uno está en condiciones de preguntarse por la verdad y se decide a tomar el camino del amor, sembrando reconciliación y fraternidad.
Invocando la materna protección de María Santísima, pidamos que cada vez que participemos en la Eucaristía nos hagamos también testigos de la caridad, que responde al mal con el bien (cf. Rm 12,21), ofreciéndonos como hostia viva a quien amorosamente se entregó por nosotros. Caminemos a la luz de Cristo, que es el que puede destruir la tiniebla del error. Supliquémosle que, con el valor y la reciedumbre de los santos, lleguemos a dar una respuesta libre, generosa y coherente a Dios, sin miedos ni rencores.
Amén.
[00410-04.01] [Texto original: Español]
TRADUZIONE IN LINGUA ITALIANA
Cari fratelli e sorelle!
«Benedetto sei tu, Signore Dio… Benedetto il tuo nome glorioso e santo» (Dn 3, 52). Questo inno di benedizione del Libro di Daniele risuona oggi nella nostra liturgia invitandoci ripetutamente a benedire e lodare Dio. Siamo parte della moltitudine di quel coro che celebra il Signore incessantemente. Ci uniamo a questo insieme di azioni di grazie, ed offriamo la nostra voce gioiosa e fiduciosa che cerca di consolidare nell'amore e nella verità il cammino della fede.
«Benedetto sia Dio» che ci riunisce in questa piazza emblematica, affinché ci immergiamo più profondamente nella sua vita. Provo una grande gioia nell’essere oggi tra voi e presiedere questa Santa Messa nel cuore di questo Anno giubilare dedicato alla Vergine della Carità del Cobre.
Saluto cordialmente il Cardinale Jaime Ortega y Alamino, Arcivescovo di L'Avana, e lo ringrazio per le cordiali parole che mi ha rivolto a nome di tutti. Estendo il mio saluto ai Signori Cardinali, ai miei fratelli Vescovi di Cuba e di altri Paesi che hanno voluto partecipare a questa solenne celebrazione. Saluto anche i sacerdoti, i seminaristi, i religiosi e tutti i fedeli qui convenuti, come pure le Autorità che ci accompagnano.
Nella prima lettura che è stata proclamata, i tre giovani, perseguitati dal sovrano babilonese, preferiscono affrontare la morte bruciati dal fuoco piuttosto che tradire la loro coscienza e la loro fede. Essi trovarono la forza di «lodare, glorificare e benedire Dio» nella convinzione che il Signore del cosmo e della storia non li avrebbe abbandonati alla morte ed al nulla. In effetti, Dio non abbandona mai i suoi figli, non li dimentica mai. Egli sta al di sopra di noi ed è capace di salvarci con il suo potere. Allo stesso tempo, è vicino al suo popolo, e per mezzo del suo Figlio Gesù Cristo ha voluto porre la sua dimora tra noi.
«Se rimanete nella mia parola, siete davvero miei discepoli; conoscerete la verità e la verità vi farà liberi» (Gv 8,31). Nel brano del Vangelo che è stato proclamato, Gesù si rivela come il Figlio di Dio Padre, il Salvatore, l'unico che può mostrare la verità e dare la vera libertà. Il suo insegnamento provoca resistenza ed inquietudine tra i suoi interlocutori, ed Egli li accusa di cercare la sua morte, alludendo al supremo sacrificio della Croce, ormai vicino. Ma li esorta a credere, a rimanere nella sua Parola, per conoscere la verità che redime ed onora.
In effetti, la verità è un anelito dell'essere umano, e cercarla suppone sempre un esercizio di autentica libertà. Molti, tuttavia, preferiscono le scorciatoie e cercano di evitare questo compito. Alcuni, come Ponzio Pilato, ironizzano sulla possibilità di poter conoscere la verità (cfr Gv 18,38), proclamando l'incapacità dell'uomo di raggiungerla o negando che esista una verità per tutti. Questo atteggiamento, come nel caso dello scetticismo e del relativismo, produce un cambiamento nel cuore, rendendo freddi, vacillanti, distanti dagli altri e rinchiusi in se stessi. Persone che si lavano le mani come il governatore romano e lasciano correre il fiume della storia senza compromettersi.
D'altra parte, ci sono altri che interpretano male questa ricerca della verità, portandoli all'irrazionalità e al fanatismo, per cui si rinchiudono nella «loro verità» e cercano di imporla agli altri. Sono come quei legalisti accecati che, vedendo Gesù colpito e sanguinante, gridano infuriati: «Crocifiggilo!» (cfr Gv 19,6). In realtà, chi agisce irrazionalmente non può arrivare ad essere discepolo di Gesù. Fede e ragione sono necessarie e complementari nella ricerca della verità. Dio ha creato l'uomo con un'innata vocazione alla verità e per questo lo ha dotato di ragione. Certamente non è l'irrazionalità, ma l’ansia della verità quello che promuove la fede cristiana. Ogni essere umano deve scrutare la verità ed optare per essa quando la trova, anche a rischio di affrontare sacrifici.
Inoltre, la verità sull'uomo è un presupposto ineludibile per raggiungere la libertà, perché in essa scopriamo i fondamenti di un'etica con la quale tutti possono confrontarsi e che contiene formulazioni chiare e precise sulla vita e la morte, i doveri ed i diritti, il matrimonio, la famiglia e la società, in definitiva, sulla dignità inviolabile dell'essere umano. Questo patrimonio etico è quello che può avvicinare tutte le culture, i popoli e le religioni, le autorità e i cittadini, e i cittadini tra loro, e i credenti in Cristo con coloro che non credono in Lui.
Il Cristianesimo, ponendo in risalto i valori che sostengono l'etica, non impone, ma propone l'invito di Cristo a conoscere la verità che rende liberi. Il credente è chiamato a rivolgerlo ai suoi contemporanei, come lo fece il Signore, anche davanti all’oscuro presagio del rifiuto e della Croce. L'incontro personale con Colui che è la verità in persona ci spinge a condividere questo tesoro con gli altri, specialmente con la testimonianza.
Cari amici, non esitate a seguire Gesù Cristo. In Lui troviamo la verità su Dio e sull'uomo. Egli ci aiuta a sconfiggere i nostri egoismi, ad uscire dalle nostre ambizioni e a vincere ciò che ci opprime. Colui che opera il male, colui che commette peccato, è schiavo del peccato e non raggiungerà mai la libertà (cfr Gv 8,34). Solo rinunciando all'odio e al nostro cuore indurito e cieco, saremo liberi, ed una nuova vita germoglierà in noi.
Con la ferma convinzione che Cristo è la vera misura dell'uomo, e sapendo che in Lui si trova la forza necessaria per affrontare ogni prova, desidero annunciarvi apertamente il Signore Gesù come Via, Verità e Vita. In Lui tutti troveranno la piena libertà, la luce per capire in profondità la realtà e trasformarla con il potere rinnovatore dell'amore.
La Chiesa vive per rendere partecipi gli altri dell’unica cosa che possiede, e che non è altro che Cristo stesso, speranza della gloria (cfr Col 1,27). Per poter svolgere questo compito, essa deve contare sull'essenziale libertà religiosa, che consiste nel poter proclamare e celebrare anche pubblicamente la fede, portando il messaggio di amore, di riconciliazione e di pace, che Gesù portò al mondo. E’ da riconoscere con gioia che sono stati fatti passi in Cuba affinché la Chiesa compia la sua ineludibile missione di annunciare pubblicamente ed apertamente la sua fede. Tuttavia, è necessario proseguire, e desidero incoraggiare le autorità governative della Nazione a rafforzare quanto già raggiunto ed a proseguire in questo cammino di genuino servizio al bene comune di tutta la società cubana.
Il diritto alla libertà religiosa, sia nella sua dimensione individuale sia in quella comunitaria, manifesta l'unità della persona umana che è, nel medesimo tempo, cittadino e credente. Legittima anche che i credenti offrano un contributo all'edificazione della società. Il suo rafforzamento consolida la convivenza, alimenta la speranza in un mondo migliore, crea condizioni propizie per la pace e per lo sviluppo armonioso e, contemporaneamente, stabilisce basi solide sulle quali assicurare i diritti delle generazioni future.
Quando la Chiesa mette in risalto questo diritto, non sta reclamando alcun privilegio. Pretende solo di essere fedele al mandato del suo divino Fondatore, cosciente che dove Cristo si rende presente, l'uomo cresce in umanità e trova la sua consistenza. Per questo, essa cerca di offrire questa testimonianza nella sua predicazione e nel suo insegnamento, sia nella catechesi come negli ambienti formativi ed universitari. È da sperare che presto giunga anche qui il momento in cui la Chiesa possa portare nei vari campi del sapere i benefici della missione che il suo Signore le ha affidato e che non può mai trascurare.
Esempio illustre di questo lavoro fu l'insigne sacerdote Félix Varela, educatore e maestro, figlio illustre di questa città di L'Avana che è passato alla storia di Cuba come il primo che ha insegnato al suo popolo a pensare. Il Padre Varela ci presenta la strada per una vera trasformazione sociale: formare uomini virtuosi per forgiare una nazione degna e libera, poiché questa trasformazione dipenderà dalla vita spirituale dell'uomo; infatti, «non c'è patria senza virtù» (Lettere ad Elpidio, lettera sesta, Madrid 1836, 220). Cuba ed il mondo hanno bisogno di cambiamenti, ma questi ci saranno solo se ognuno è nella condizione di interrogarsi sulla verità e si decide a intraprendere il cammino dell'amore, seminando riconciliazione e fraternità.
Invocando la materna protezione di Maria Santissima, chiediamo che ogni volta che partecipiamo all'Eucaristia diventiamo anche testimoni della carità che risponde al male con il bene (cfr Rm 12, 21), offrendoci come ostia viva a chi con amore offrì se stesso per noi. Camminiamo alla luce di Cristo, che può disperdere la tenebra dell'errore. Supplichiamolo che, con il valore e il vigore dei santi, giungiamo a dare una risposta libera, generosa e coerente a Dio, senza paure, né rancori. Amen.
[00410-01.01] [Testo originale: Spagnolo]
TRADUZIONE IN LINGUA FRANCESE
Chers frères et sœurs :
« Béni sois-tu, Seigneur, Dieu…, béni soit ton nom de gloire et de sainteté » (Dn 3, 52). Cet hymne de bénédiction du livre de Daniel résonne aujourd’hui dans notre liturgie, nous invitant à plusieurs reprises à bénir et à louer Dieu. Nous faisons partie de la multitude de ce chœur qui célèbre sans cesse le Seigneur. Nous nous unissons à ce concert d’action de grâces et nous offrons notre voix joyeuse et confiante, qui cherche à cimenter dans l’amour et la vérité le chemin de la foi.
« Béni sois-tu Dieu » qui nous réunit sur cette place emblématique pour que nous plongions davantage dans sa vie. Je suis très heureux de me trouver aujourd’hui parmi vous et de présider cette sainte messe au cœur de cette année jubilaire dédiée à la Vierge de la Charité de Cobre (Virgen de la Caridad del Cobre).
Je salue cordialement le Cardinal Jaime Ortega y Alamino, Archevêque de La Havane, et je le remercie pour les aimables paroles qu’il m’a adressées au nom de vous tous. Je salue aussi les Cardinaux, mes frères Évêques de Cuba et d’autres pays qui ont désiré participer à cette célébration solennelle. Je salue également les prêtres, les séminaristes, les religieux et tous les fidèles ici réunis, de même que les autorités qui nous accompagnent.
Dans la première lecture qui a été proclamée, les trois jeunes, poursuivis par le souverain babylonien, préfèrent affronter la mort dans le brasier que de trahir leur conscience et leur foi. Ils trouvèrent la force de « louer, de glorifier et de bénir Dieu » dans la conviction que le Seigneur du cosmos et de l’histoire ne les abandonnera pas à la mort et au néant. En effet, Dieu n’abandonne jamais ses enfants et ne les oublie jamais. Il est au-dessus de nous et il est capable de nous sauver par son pouvoir. En même temps, il demeure près de son peuple et par son Fils Jésus-Christ, il a désiré installer sa demeure parmi nous.
« Si vous demeurez dans ma parole, vous êtes vraiment mes disciples ; vous connaîtrez la vérité et la vérité vous affranchira » (Jn 8, 31). Dans ce texte de l’Évangile qui a été proclamé, Jésus se révèle comme le Fils de Dieu le Père, le Sauveur, le seul qui puisse dévoiler la vérité et donner l’authentique liberté. Son enseignement provoque résistance et inquiétude parmi ses interlocuteurs, et il les accuse de chercher sa mort, faisant référence au suprême sacrifice de la croix, déjà proche. Même ainsi, il les exhorte à croire, à demeurer dans sa Parole pour connaître la vérité qui libère et rend digne.
En effet, la vérité est un désir de l’être humain et la chercher suppose toujours un exercice d’authentique liberté. Nombreux sont ceux, en revanche, qui préfèrent les raccourcis et qui essaient d’échapper à cette tâche. Certains, comme Ponce Pilate, ironisent sur la possibilité de pouvoir connaître la vérité (cf. Jn 18, 38), proclamant l’incapacité de l’homme à l’atteindre ou niant qu’existe une vérité pour tous. Cette attitude, comme dans le cas du scepticisme ou du relativisme, provoque un changement dans le cœur, le rendant froid, hésitant, loin des autres et enfermé en soi-même. Des personnes qui se lavent les mains comme le gouverneur romain et laissent filer le cours de l’histoire sans se compromettre.
D’autre part, il y a les autres qui interprètent mal cette recherche de vérité les portant à l’irrationalité et au fanatisme, les enfermant dans « leur vérité », et qui entendent l’imposer aux autres. Ils sont comme ces légalistes aveuglés qui, en voyant Jésus frappé et en sang, crient, furieux : « Crucifie-le ! » (cf. Jn 19 , 6). Cependant, qui agit irrationnellement ne peut pas parvenir à être disciple de Jésus. Foi et raison sont nécessaires et complémentaires dans la recherche de la vérité. Dieu a créé l’homme avec une vocation innée à la vérité et pour cela, l’a doté de raison. Ce n’est certainement pas l’irrationalité, mais le désir de vérité qui promeut la foi chrétienne. Tout homme doit être chercheur de vérité et opter pour elle quand il la rencontre, même s’il risque d’affronter des sacrifices.
De plus, la vérité sur l’homme est un présupposé inévitable pour atteindre la liberté, car nous découvrons en elle les fondements d’une éthique avec laquelle tous peuvent se confronter, et qui contient des formulations claires et précises sur la vie et la mort, les droits et les devoirs, le mariage, la famille et la société, en définitif, sur la dignité inviolable de l’être humain. Ce patrimoine éthique est ce qui peut rapprocher toutes les cultures, tous les peuples et toutes les religions, les autorités et les citoyens, et les citoyens entre eux, les croyants dans le Christ et ceux qui ne croient pas en lui.
Le christianisme, mettant en évidence les valeurs qui sous-tendent l’éthique, n’impose pas mais propose l’invitation du Christ à connaître la vérité qui rend libre. Le croyant est appelé à l’offrir à ses contemporains, comme le fit le Seigneur, avant même le sombre présage du rejet et de la croix. La rencontre personnelle avec Celui qui est la vérité en personne nous pousse à partager ce trésor avec les autres, spécialement par le témoignage.
Chers amis, n’hésitez pas à suivre Jésus-Christ. Nous trouvons en lui la vérité sur Dieu et sur l’homme. Il nous aide à vaincre nos égoïsmes, à abandonner nos ambitions et à vaincre ce qui nous opprime. Celui qui fait le mal, celui qui commet un péché en est esclave et n’atteindra jamais la liberté (cf. Jn 8, 34). Ce n’est qu’en renonçant à la haine et à notre cœur dur et aveugle, que nous serons libres, qu’une nouvelle vie jaillira en nous.
Convaincu que le Christ est la vraie mesure de l’homme et sachant que c’est en lui que l’on trouve la force nécessaire pour affronter toutes les épreuves, je désire vous annoncer ouvertement que le Seigneur Jésus est le Chemin, la Vérité et la Vie. Vous trouverez tous en lui la pleine liberté, la lumière pour comprendre avec profondeur la réalité et la transformer par le pouvoir rénovateur de l’amour.
L’Église vit pour faire bénéficier les autres de l’unique chose qu’elle possède et qui n’est autre que le Christ, espérance de la gloire (cf. Col 1, 27). Pour pouvoir accomplir cette tâche, elle doit compter sur la liberté religieuse qui est essentielle, et qui consiste à pouvoir proclamer et célébrer la foi même publiquement, portant le message d’amour, de réconciliation et de paix que Jésus a apporté au monde. Il faut reconnaître avec joie qu’à Cuba des pas sont actuellement en train d’être accomplis pour que l’Eglise mène à bien son incontournable mission d’exprimer publiquement et ouvertement sa foi. Cependant, il est nécessaire d’aller de l’avant et je désire encourager les instances gouvernementales de la Nation à renforcer ce qui a déjà été obtenu et à avancer sur ce chemin d’un authentique service du bien commun de la société cubaine tout entière.
Le droit à la liberté religieuse, tant dans sa dimension individuelle que communautaire, manifeste l’unité de la personne humaine qui est à la fois citoyen et croyant. Il légitime aussi le fait que les croyants offrent une contribution à l’édification de la société. Son renforcement consolide la vie en commun, alimente l’espérance en un monde meilleur, crée les conditions propices à la paix et au développement harmonieux, en même qu’il établit des bases fermes pour consolider les droits des générations futures.
Quand l’Église souligne ce droit, elle ne réclame aucun privilège. Elle prétend seulement être fidèle au mandat de son divin fondateur, consciente que là où le Christ se manifeste, l’homme grandit en humanité et trouve sa consistance. C’est pourquoi elle cherche à donner ce témoignage dans sa prédication et son enseignement, tant dans la catéchèse que dans le milieu scolaire et universitaire. Il est à espérer qu’arrive bientôt ici également le moment où l’Église pourra apporter dans les divers champs du savoir les bénéfices de la mission que son Seigneur lui a confiée et qu’elle ne pourra jamais négliger.
Un exemple illustre de ce labeur fut le célèbre prêtre Félix Varela, éducateur et maître, illustre fils de cette ville de La Havane qui est passé à l’histoire de Cuba comme le premier qui enseigna à penser à son peuple. Le père Varela nous montre la voie pour une vraie transformation sociale : former des hommes vertueux pour forger une nation digne et libre, puisque cette transformation dépendra de la vie spirituelle de l’homme, car « il n’y a pas de patrie sans vertu » (Cartas a Elpidio, carta sesta Madrid 1836, 220). Cuba et le monde ont besoin de changements, mais ceux-ci n’auront lieu que si chacun se trouve dans les conditions de s’interroger sur la vérité et se décide à prendre la voie de l’amour, semant la réconciliation et la fraternité.
En invoquant la maternelle protection de la Très Sainte Marie, demandons que chaque fois que nous participons à l’Eucharistie nous devenions aussi les témoins de la charité qui répond au mal par le bien (cf. Rm 12, 21), nous offrant comme hostie vivante à celui qui par amour s’offrit lui-même pour nous. Marchons à la lumière du Christ, qui est celui qui peut détruire les ténèbres de l’erreur. Supplions-le qu’avec le courage et la force des saints, nous puissions donner une réponse libre, généreuse et cohérente à Dieu, sans peur ni rancœurs. Amen.
[00410-03.01] [Texte original: Espagnol]
TRADUZIONE IN LINGUA INGLESE
Dear Brothers and Sisters,
"Blessed are you, Lord God…, and blessed is your holy and glorious name" (Dan 3:52). This hymn of blessing from the Book of Daniel resounds today in our liturgy, inviting us repeatedly to bless and thank God. We are a part of that great chorus which praises the Lord without ceasing. We join in this concert of thanksgiving, and we offer our joyful and confident voice, which seeks to consolidate the journey of faith in love and truth.
"Blessed be God" who gathers us in this historic square so that we may more profoundly enter into his life. I feel great joy in being here with you today to celebrate Holy Mass during this Jubilee Year devoted to Our Lady of Charity of El Cobre.
I greet with cordial affection Cardinal Jaime Ortega y Alamino, Archbishop of Havana, and I thank him for the kind words which he has addressed to me on your behalf. I extend warm greetings to the Cardinals and to my brother Bishops of Cuba and other countries who wished to take part in this solemn celebration. I also greet the priests, seminarians, men and women religious, and all the lay faithful gathered here, as well as the civil authorities who join us.
In today’s first reading, the three young men persecuted by the Babylonian king preferred to face death by fire rather than betray their conscience and their faith. They experienced the strength to "give thanks, glorify and praise God" in the conviction that the Lord of the universe and of history would not abandon them to death and annihilation. Truly, God never abandons his children, he never forgets them. He is above us and is able to save us by his power. At the same time, he is near to his people, and through his Son Jesus Christ he has wished to make his dwelling place among us in.
"If you continue in my word, you are truly my disciples, and you will know the truth, and the truth will make you free" (Jn 8:31). In this text from today’s Gospel, Jesus reveals himself as the Son of God the Father, the Saviour, the one who alone can show us the truth and give genuine freedom. His teaching provokes resistance and disquiet among his hearers, and he accuses them of seeking to kill him, alluding to the supreme sacrifice of the Cross, already imminent. Even so, he exhorts them to believe, to keep his word, so as to know the truth which redeems and dignifies.
The truth is a desire of the human person, the search for which always supposes the exercise of authentic freedom. Many, however, prefer shortcuts, trying to avoid this task. Some, like Pontius Pilate, ironically question the possibility of even knowing what truth is (cf. Jn 18:38), proclaiming that man is incapable of knowing it or denying that there exists a truth valid for all. This attitude, as in the case of scepticism and relativism, changes hearts, making them cold, wavering, distant from others and closed. They, like the Roman governor, wash their hands and let the water of history drain away without taking a stand.
On the other hand, there are those who wrongly interpret this search for the truth, leading them to irrationality and fanaticism; they close themselves up in "their truth", and try to impose it on others. These are like the blind scribes who, upon seeing Jesus beaten and bloody, cry out furiously, "Crucify him!" (cf. Jn 19:6). Anyone who acts irrationally cannot become a disciple of Jesus. Faith and reason are necessary and complementary in the pursuit of truth. God created man with an innate vocation to the truth and he gave him reason for this purpose. Certainly, it is not irrationality but rather the yearning for truth which the Christian faith promotes. Each human being has to seek the truth and to choose it when he or she finds it, even at the risk of embracing sacrifices.
Furthermore, the truth which stands above humanity is an unavoidable condition for attaining freedom, since in it we discover the foundation of an ethics on which all can converge and which contains clear and precise indications concerning life and death, duties and rights, marriage, family and society, in short, regarding the inviolable dignity of the human person. This ethical patrimony can bring together different cultures, peoples and religions, authorities and citizens, citizens among themselves, and believers in Christ and non-believers.
Christianity, in highlighting those values which sustain ethics, does not impose, but rather proposes Christ’s invitation to know the truth which sets us free. The believer is called to offer that truth to his contemporaries, as did the Lord, even before the dark omen of rejection and the Cross. The personal encounter with the one who is Truth in person compels us to share this treasure with others, especially by our witness.
Dear friends, do not hesitate to follow Jesus Christ. In him we find the truth about God and about mankind. He helps us to overcome our selfishness, to rise above our ambitions and to conquer all that oppresses us. The one who does evil, who sins, becomes a slave of sin and will never attain freedom (cf. Jn 8:34). Only by renouncing hatred and our hard and blind hearts will we be free and a new life will well up in us.
Convinced that it is Christ who is the true measure of man, and knowing that in him we find the strength needed to face every trial, I wish to proclaim openly Jesus Christ as the way, the truth and the life. In him everyone will find complete freedom, the light to understand reality more deeply and to transform it by the renewing power of love.
The Church lives to make others sharers in the one thing she possesses, which is none other than Christ, our hope of glory (cf. Col 1:27). To carry out this duty, she must count on basic religious freedom, which consists in her being able to proclaim and to celebrate her faith also in public, bringing to others the message of love, reconciliation and peace which Jesus brought to the world. It must be said with joy that in Cuba steps have been taken to enable the Church to carry out her essential mission of expressing her faith openly and publicly. Nonetheless, this must continue forwards, and I wish to encourage the country’s Government authorities to strengthen what has already been achieved and advance along this path of genuine service to the true good of Cuban society as a whole.
The right to freedom of religion, both in its private and in its public dimension, manifests the unity of the human person, who is at once a citizen and a believer. It also legitimizes the fact that believers have a contribution to make to the building up of society. Strengthening religious freedom consolidates social bonds, nourishes the hope of a better world, creates favourable conditions for peace and harmonious development, while at the same time establishing solid foundations for securing the rights of future generations.
When the Church upholds this human right, she is not claiming any special privileges for herself. She wishes only to be faithful to the command of her divine founder, conscious that, where Christ is present, mankind becomes more human and founds its consistency. This is why the Church seeks to give witness by her preaching and teaching, both in catechesis and in schools and universities. It is greatly to be hoped that the moment will soon arrive when, here too, the Church can bring to the arenas of knowledge the benefits of the mission which the Lord entrusted to her and which she can never neglect.
A shining example of this commitment was the outstanding priest Félix Varela, educator and teacher, an illustrious son of this city of Havana, who has taken his place in Cuban history as the first one who taught his people how to think. Father Varela offers us a path to a true social transformation: to form virtuous men and women in order to forge a worthy and free nation, for this transformation depends on man’s spiritual life, in as much as "there is no authentic fatherland without virtue" (Letters to Elpidio, Letter 6, Madrid 1836, 220). Cuba and the world need change, but this will occur only if each one is in a position to seek the truth and chooses the way of love, sowing reconciliation and fraternity.
Invoking the maternal protection of Mary Most Holy, let us ask that each time we participate in the Eucharist we will also become witnesses to that charity which responds to evil with good (cf. Rom 12:51), offering ourselves as a living sacrifice to the one who lovingly gave himself up for our sake. Let us walk in the light of Christ who alone can destroy the darkness of error. And let us beg him that, with the courage and strength of the saints, we may be able, without fear or rancour but freely, generously and consistently, to respond to God. Amen.
[00410-02.01] [Original text: Spanish]
TRADUZIONE IN LINGUA TEDESCA
Liebe Brüder und Schwestern!
„Gepriesen bist du, Herr, du Gott unsrer Väter, gelobt und gerühmt in Ewigkeit" (Dan 3,52). Diesen Lobpreis, einen Hymnus aus dem Buch Daniel, haben wir heute in unserer Liturgie gehört, die uns immer wieder einlädt, Gott zu loben und zu preisen. Wir gehören zur Schar dieses Chores, der unablässig den Herrn feiert. Wir vereinen uns mit diesem Choral der Danksagung und bringen unsere fröhliche und zuversichtliche Stimme ein, die den Weg des Glaubens auf die Liebe und die Wahrheit zu gründen sucht.
„Gepriesen sei Gott", der uns auf diesem symbolträchtigen Platz zusammenführt, damit wir uns eingehender in sein Leben versenken. Ich empfinde es als eine große Freude, daß ich heute, unter euch weilen und mitten in diesem Jubiläumsjahr, das Unserer Lieben Frau von El Cobre geweiht ist, der Feier der heiligen Messe vorstehen darf.
Ich grüße herzlich den Erzbischof von Havanna Kardinal Jaime Ortega y Alamino und danke ihm für die freundlichen Worte, die er im Namen aller an mich gerichtet hat. Meine Grußworte gelten auch den Herren Kardinälen, meinen bischöflichen Mitbrüdern aus Kuba und den anderen Ländern, die an dieser feierlichen Meßfeier teilnehmen. Ich grüße auch die Priester, Seminaristen, Ordensleute und alle hier versammelten Gläubigen sowie die offiziellen Autoritäten, die uns begleiten.
In der ersten Lesung, die wir gehört haben, setzen sich die drei vom babylonischen Herrscher verfolgten Jünglinge lieber dem Tod durch Verbrennung im Feuerofen aus, als daß sie ihr Gewissen und ihren Glauben verraten. Sie finden die Kraft, „Gott zu loben, zu rühmen und zu preisen", in der Überzeugung, daß der Herr der Welt und der Geschichte sie nicht dem Tod und dem Nichts überlassen würde. Tatsächlich verläßt Gott zu keiner Zeit seine Kinder, er vergißt sie nie. Er steht über uns und vermag uns mit seiner Macht zu retten. Zugleich ist er seinem Volk nahe und wollte durch seinen Sohn Jesus Christus unter uns wohnen.
„Wenn ihr in meinem Wort bleibt, seid ihr wirklich meine Jünger. Dann werdet ihr die Wahrheit erkennen, und die Wahrheit wird euch befreien" (Joh 8,31). In diesem soeben vorgetragenen Abschnitt des Evangeliums offenbart sich Jesus als der Sohn Gott Vaters, der Erlöser, der Einzige, der uns die Wahrheit zeigen und die wahre Freiheit schenken kann. Seine Lehre ruft unter seinen Zuhörern Ablehnung und Unruhe hervor. Und er beschuldigt sie, zu versuchen, ihn zu töten, womit er auf das nahe, bevorstehende Opfer am Kreuz anspielt. Dennoch fordert er sie auf zu glauben, sich an das Wort zu halten, um die Wahrheit zu erkennen, die uns frei macht und Würde verleiht.
In der Tat hat der Mensch ein sehnliches Verlangen nach Wahrheit, und die Suche nach ihr setzt immer einen glaubwürdigen Umgang mit der Freiheit voraus. Zweifellos ziehen es viele vor, der Aufgabe aus dem Weg zu gehen bzw. Umwege einzuschlagen. Manche, wie Pontius Pilatus, treiben ihren Spott mit der Möglichkeit, die Wahrheit erkennen zu können (vgl. Joh 18,38), indem sie lautstark die Unfähigkeit des Menschen verkünden, zur Erkenntnis der Wahrheit gelangen zu können, oder überhaupt leugnen, daß eine für alle gültige Wahrheit existiert. Diese Haltung löst wie im Fall des Skeptizismus und des Relativismus einen Wandel im Herzen der Betroffenen aus, macht sie kalt, wankelmütig, läßt sie auf Distanz zu den anderen gehen und sich in sich selbst verschließen. Menschen, die sich die Hände in Unschuld waschen wie der römische Statthalter und, ohne sich zu kompromittieren, das Wasser der Geschichte darüber laufen lassen.
Es gibt allerdings auch andere, die diese Suche nach der Wahrheit falsch interpretieren. Sie werden zur Irrationalität und zum Fanatismus geführt und schließen sich in „ihre Wahrheit" mit der Absicht ein, sie den anderen aufzudrängen. Sie sind wie die verblendeten Gesetzestreuen, die beim Anblick des geschlagenen und blutenden Jesus wütend schreien „Ans Kreuz mit ihm!" (vgl. Joh 19,6). Wer jedoch unvernünftig handelt, kann nicht Jünger Jesu werden. Glaube und Vernunft sind beide erforderlich und ergänzen einander bei der Suche nach der Wahrheit. Gott schuf den Menschen mit einer natürlichen Berufung zur Wahrheit und stattete ihn dazu mit Vernunft aus. Es ist sicher nicht die Unvernunft, sondern das Streben nach der Wahrheit, welches der christliche Glaube fördert. Jeder Mensch muß die Wahrheit ergründen und, wenn er ihr begegnet, sich für sie entscheiden, auch auf wenn dies mit Opfern verbunden ist.
Zudem ist die Wahrheit über den Menschen eine unumgängliche Voraussetzung dafür, um die Freiheit zu erlangen, denn in ihr entdecken wir die Grundlagen einer Ethik, mit der sich alle auseinander setzen können und die klare und präzise Formulierungen über das Leben und den Tod enthält, über Pflichten und Rechte, über Ehe und Familie und die Gesellschaft, letztlich über die unverletzliche Würde des Menschen. Dieses sittliche Erbe kann alle Kulturen, Völker und Religionen einander näherbringen wie auch die Verantwortlichen der Politik und die Bürger, genauso wie die Bürger untereinander, und weiter auch die an Christus Glaubenden mit jenen, die nicht an ihn glauben.
Wenn das Christentum die Werte hervorhebt, welche die Ethik stützen, zwingt es damit den Anspruch Christi nicht auf, sondern bietet ihn an, das heißt, die Wahrheit zu erkennen, die uns frei macht. Der Glaubende ist berufen, sie seinen Zeitgenossen vorzulegen, wie es der Herr sogar angesichts des düsteren Vorzeichens der Ablehnung und des Kreuzes getan hat. Die Begegnung mit dem, der die Wahrheit in Person ist, gibt uns den Anstoß dazu, diesen Schatz besonders durch das Zeugnis mit den anderen zu teilen.
Liebe Freunde, zögert nicht, Jesus Christus zu folgen. In ihm finden wir die Wahrheit über Gott und über den Menschen. Er hilft uns, unsere Egoismen zu besiegen, unsere Ansprüche einzuschränken und das, was uns bedrückt, zu bewältigen. Wer Böses tut, wer sündigt, ist Sklave der Sünde und wird nie zur Freiheit gelangen (vgl. Joh 8,34). Nur wenn wir dem Haß und unserem verhärteten und blinden Herzen entsagen, werden wir frei sein und wird ein neues Leben in uns aufkeimen.
In der Überzeugung, daß Christus das wahre Maß des Menschen ist, und im Wissen darum, daß sich in ihm die erforderliche Kraft findet, um jeder Prüfung zu trotzen, möchte ich euch ganz offen den Herrn Jesus als den Weg, die Wahrheit und das Leben verkünden. In ihm werden alle die volle Freiheit, das heißt das Licht finden, um zutiefst die Wirklichkeit zu begreifen und sie durch die erneuernde Macht der Liebe umzugestalten.
Die Kirche lebt, um die anderen am einzigen, das sie besitzt, teilhaben zu lassen, und das ist nichts anderes als Christus selbst, die Hoffnung auf die Herrlichkeit (vgl. Kol 1,27). Um diese Aufgabe erfüllen zu können, muß sie auf die notwendige Religionsfreiheit zählen können, die darin besteht, daß sie den Glauben durch Weitergabe der Botschaft der Liebe, der Versöhnung und des Friedens, die Jesus der Welt überbracht hat, auch öffentlich verkünden und feiern kann. Es ist mit Freude anzuerkennen, daß in Kuba Schritte unternommen worden sind, damit die Kirche ihre unverzichtbare Sendung, ihren Glauben öffentlich zum Ausdruck zu bringen, erfüllen kann. Es ist jedoch notwendig, in dieser Richtung weiterzugehen, und ich möchte die verantwortlichen Stellen der Nation ermutigen, das bereits Erreichte festzumachen und auf diesem Weg des echten Dienstes am Gemeinwohl der ganzen kubanischen Gesellschaft weiter voranzugehen.
Das Recht auf die Religionsfreiheit sowohl für den Einzelnen als auch in ihrer auf die Gemeinschaft der Gläubigen bezogenen Dimension bekundet die Einheit der menschlichen Person, die zugleich Staatsbürger und gläubiger Christ ist. Die Religionsfreiheit berechtigt auch dazu, daß die Gläubigen einen Beitrag zum Aufbau der Gesellschaft leisten. Ihre Unterstützung stärkt das Zusammenleben, speist die Hoffnung auf eine bessere Welt, schafft günstige Voraussetzungen für den Frieden und die harmonische Entwicklung und legt gleichzeitig feste Grundlagen, um die Rechte der künftigen Generationen sicherzustellen.
Wenn die Kirche dieses Recht hervorhebt, beansprucht sie kein Privileg. Sie beansprucht nur, dem Auftrag ihres göttlichen Stifters treu zu sein, denn sie weiß, daß dort, wo Christus gegenwärtig ist, der Mensch in seiner Humanität wächst und seine Festigkeit findet. Deshalb sucht sie, in ihrer Verkündigung und Lehre, sowohl in der Katechese wie im Schul- und Universitätsbereich dieses Zeugnis zu geben. Es ist zu hoffen, daß hier auch bald der Augenblick kommt, wo die Kirche die Wissensbereiche der Sendung, die ihr der Herr anvertraut hat und die sie niemals vernachlässigen kann, zu erfüllen in der Lage ist.
Ein berühmtes Vorbild für dieses Bemühen war der vortreffliche Priester, Erzieher und Lehrer, Felix Varela, berühmter Sohn dieser Stadt Havanna, der für sein Volk als erster großer Lehrer des Denkens in die Geschichte Kubas getreten ist. Pater Varela zeigt uns den Weg zu einer echten gesellschaftlichen Umwandlung: tugendhafte Menschen auszubilden, um eine würdige und freie Nation aufzubauen, da ja diese Umwandlung vom geistlichen Leben des Menschen abhängen wird, denn „ohne Tugend gibt es keine Heimat" (vgl. Cartas al Elpidio, carta sesta, Madrid 1836, 220). Kuba und die Welt brauchen Veränderungen, aber diese wird es nur geben, wenn jeder Einzelne über die Voraussetzungen verfügt, um nach der Wahrheit zu fragen, und sich dazu entschließt, den Weg der Liebe einzuschlagen, indem er Versöhnung und Brüderlichkeit zeigt.
Indem wir nun die Allerseligste Jungfrau Maria um ihren mütterlichen Schutz anrufen, bitten wir darum, daß wir jedes Mal, wenn wir an der Eucharistie teilnehmen, auch zu Zeugen der Liebe werden, die das Böse durch das Gute besiegt (vgl. Röm 12,21), indem wir uns als lebende Hostie dem darbringen, der sich aus Liebe für uns hingegeben hat. Gehen wir auf das Licht Christi zu, das die Finsternis des Irrtums zerstören kann. Bitten wir darum, daß wir durch den Mut und die Kraft der Heiligen Gott ohne Furcht und Groll eine freie, hochherzige und konsequente Antwort geben können. Amen.
[00410-05.01] [Originalsprache: Spanisch]
TRADUZIONE IN LINGUA PORTOGHESE
Amados irmãos e irmãs!
«Bendito sejais, Senhor, Deus dos nossos pais (...). Bendito o vosso nome glorioso e santo» (Dn 3, 52). Este hino de bênção do livro de Daniel ressoa hoje na nossa liturgia, convidando-nos repetidamente a bendizer e louvar a Deus. Somos parte da multidão daquele coro que celebra o Senhor sem cessar. Unimo-nos a este concerto de ação de graças, oferecendo a nossa voz jubilosa e confiante, que procura fundar no amor e na verdade o caminho da fé.
«Bendito seja Deus» que nos reúne nesta praça emblemática, para mergulharmos mais profundamente na sua vida. Sinto uma grande alegria por estar hoje no vosso meio e presidir a Santa Missa no coração deste Ano Jubilar dedicado à Virgem da Caridade do Cobre.
Saúdo cordialmente o Cardeal Jaime Ortega y Alamino, Arcebispo de Havana, e agradeço-lhe as amáveis palavras que me dirigiu em nome de todos. Estendo a minha saudação aos Senhores Cardeais, aos meus irmãos Bispos de Cuba e doutros países que quiseram participar nesta solene celebração. Saúdo também os sacerdotes, os seminaristas, os religiosos e todos os fiéis aqui reunidos, bem como as autoridades que nos acompanham.
Na primeira leitura que foi proclamada, os três jovens, perseguidos pelo soberano babilonense, antes preferem morrer queimados pelo fogo que trair a sua consciência e a sua fé. Eles encontraram a força de «louvar, glorificar e bendizer a Deus» na convicção de que o Senhor do universo e da história não os abandonaria à morte e ao nada. De fato, Deus nunca abandona os seus filhos, nunca os esquece. Está acima de nós e é capaz de nos salvar com o seu poder; ao mesmo tempo, está perto do seu povo e, por meio do seu Filho Jesus Cristo, quis habitar entre nós.
«Se permanecerdes na minha palavra, sereis verdadeiramente meus discípulos, conhecereis a verdade e a verdade vos libertará» (Jo 8, 31). No texto do Evangelho que foi proclamado, Jesus revela-Se como o Filho de Deus Pai, o Salvador, o único que pode mostrar a verdade e dar a verdadeira liberdade. Mas o seu ensinamento gera resistência e inquietação entre os seus interlocutores, e Ele acusa-os de procurarem a sua morte, aludindo ao supremo sacrifício da Cruz, já próximo. Ainda assim, exorta-os a acreditar, a permanecer na sua Palavra para conhecerem a verdade que redime e dignifica.
Com efeito, a verdade é um anseio do ser humano, e procurá-la supõe sempre um exercício de liberdade autêntica. Muitos, todavia, preferem os atalhos e procuram evitar essa tarefa. Alguns, como Pôncio Pilatos, ironizam sobre a possibilidade de conhecer a verdade (cf. Jo 18, 38), proclamando a incapacidade do homem de alcançá-la ou negando que exista uma verdade para todos. Esta atitude, como no caso do ceticismo e do relativismo, produz uma transformação no coração, tornando as pessoas frias, vacilantes, distantes dos demais e fechadas em si mesmas. São pessoas que lavam as mãos, como o governador romano, e deixam correr o rio da história sem se comprometer.
Entretanto há outros que interpretam mal esta busca da verdade, levando-os à irracionalidade e ao fanatismo, pelo que se fecham na «sua verdade» e tentam impô-la aos outros. São como aqueles legalistas obcecados que, ao verem Jesus ferido e ensanguentado, exclamam enfurecidos: «Crucifica-o!» (cf. Jo 19, 6). Na realidade, quem age irracionalmente não pode chegar a ser discípulo de Jesus. Fé e razão são necessárias e complementares na busca da verdade. Deus criou o homem com uma vocação inata para a verdade e, por isso, dotou-o de razão. Certamente não é a irracionalidade que promove a fé cristã, mas a ânsia da verdade. Todo o ser humano deve perscrutar a verdade e optar por ela quando a encontra, mesmo correndo o risco de enfrentar sacrifícios.
Além disso, a verdade sobre o homem é um pressuposto imprescindível para alcançar a liberdade, porque nela descobrimos os fundamentos duma ética com que todos se podem confrontar, e que contém formulações claras e precisas sobre a vida e a morte, os deveres e direitos, o matrimônio, a família e a sociedade, enfim sobre a dignidade inviolável do ser humano. É este patrimônio ético que pode aproximar todas as culturas, povos e religiões, as autoridades e os cidadãos, os cidadãos entre si, os crentes em Cristo com aqueles que não crêem n’Ele.
Ao ressaltar os valores que sustentam a ética, o cristianismo não impõe mas propõe o convite de Cristo para conhecer a verdade que nos torna livres. O fiel é chamado a dirigir este convite aos seus contemporâneos, como fez o Senhor, mesmo perante o sombrio presságio da rejeição e da Cruz. O encontro pessoal com Aquele que é a verdade em pessoa impele-nos a partilhar este tesouro com os outros, especialmente através do testemunho.
Queridos amigos, não hesiteis em seguir Jesus Cristo. N’Ele encontramos a verdade sobre Deus e sobre o homem. Ajuda-nos a superar os nossos egoísmos, a sair das nossas ambições e a vencer o que nos oprime. Aquele que pratica o mal, aquele que comete pecado é escravo do pecado e nunca alcançará a liberdade (cf. Jo 8, 34). Somente renunciando ao ódio e ao nosso coração endurecido e cego é que seremos livres, e uma vida nova germinará em nós.
Com a firme convicção de que a verdadeira medida do homem é Cristo e sabendo que n’Ele se encontra a força necessária para enfrentar toda a provação, desejo anunciar-vos abertamente o Senhor Jesus como Caminho, Verdade e Vida. N’Ele todos encontrarão a liberdade plena, a luz para compreender profundamente a realidade e transformá-la com o poder renovador do amor.
A Igreja vive para partilhar com os outros a única coisa que possui: o próprio Cristo, esperança da glória (cf. Col 1, 27). Para realizar esta tarefa, é essencial que ela possa contar com a liberdade religiosa, que consiste em poder proclamar e celebrar mesmo publicamente a fé, comunicando a mensagem de amor, reconciliação e paz que Jesus trouxe ao mundo. Há que reconhecer, com alegria, os passos que se têm realizado em Cuba para que a Igreja cumpra a sua irrenunciável missão de anunciar, publica e abertamente, a sua fé. Mas é preciso avançar ulteriormente. E desejo encorajar as instâncias governamentais da Nação a reforçarem aquilo que já foi alcançado e a prosseguirem por este caminho de genuíno serviço ao bem comum de toda a sociedade cubana.
O direito à liberdade religiosa, tanto na sua dimensão individual como comunitária, manifesta a unidade da pessoa humana, que é simultaneamente cidadão e crente, e legitima também que os crentes prestem a sua contribuição para a construção da sociedade. O seu reforço consolida a convivência, alimenta a esperança de um mundo melhor, cria condições favoráveis para a paz e o desenvolvimento harmonioso, e ao mesmo tempo estabelece bases firmes para garantir os direitos das gerações futuras.
Quando a Igreja põe em relevo este direito, não está a reclamar qualquer privilégio. Pretende apenas ser fiel ao mandato do seu Fundador divino, consciente de que, onde se torna presente Cristo, o homem cresce em humanidade e encontra a sua consistência. Por isso, a Igreja procura dar este testemunho na sua pregação e no seu ensino, tanto na catequese como nos ambientes formativos e universitários. Esperemos que também aqui chegue brevemente o momento em que a Igreja possa levar aos diversos campos do saber os benefícios da missão que o seu Senhor lhe confiou e que ela não pode jamais negligenciar.
Ínclito exemplo deste trabalho foi o insigne sacerdote Félix Varela, educador e professor, filho ilustre desta cidade de Havana, que passou à história de Cuba como o primeiro que ensinou o seu povo a pensar. O padre Varela indica-nos o caminho para uma verdadeira transformação social: formar homens virtuosos para forjar uma nação digna e livre, já que esta transformação dependerá da vida espiritual do homem; de fato, «não há pátria sem virtude» (Cartas a Elpídio, carta sexta, Madrid 1836, 220). Cuba e o mundo precisam de mudanças, mas estas só terão lugar se cada um estiver em condições de se interrogar acerca da verdade e se decidir a enveredar pelo caminho do amor, semeando reconciliação e fraternidade.
Invocando a proteção maternal de Maria Santíssima, peçamos que, participando regularmente na Eucaristia, nos tornemos também testemunhas da caridade que responde ao mal com o bem (cf. Rm 12, 21), oferecendo-nos como hóstia viva a Quem amorosamente Se entregou por nós. Caminhemos na luz de Cristo, que pode dissipar as trevas do erro. Supliquemos-Lhe que, com o valor e o vigor dos santos, cheguemos a dar uma resposta livre, generosa e coerente a Deus, sem medos nem rancores. Amém.
[00410-06.01] [Texto original: Espanhol]
A conclusione della Santa Messa in Plaza de la Revolución, il Papa è rientrato alla Nunziatura Apostolica di La Habana.
Qui il Santo Padre Benedetto XVI ha incontrato Fidel Castro, già Presidente del Consiglio di Stato e del Consiglio dei Ministri della Repubblica di Cuba. Il colloquio, al quale ha assistito anche la consorte del Comandante Fidel, è durato oltre mezz’ora.
[B0184-XX.02]