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VIAGGIO APOSTOLICO DI SUA SANTITÀ BENEDETTO XVI IN MESSICO E NELLA REPUBBLICA DI CUBA (23 - 29 MARZO 2012) (VII), 25.03.2012


CELEBRAZIONE DEI VESPRI CON I VESCOVI DEL MESSICO E DELL’AMERICA LATINA E CARAIBI, NELLA CATTEDRALE DI LEÓN (MESSICO)

 OMELIA DEL SANTO PADRE

 TRADUZIONE IN LINGUA ITALIANA

 TRADUZIONE IN LINGUA FRANCESE

 TRADUZIONE IN LINGUA INGLESE

 TRADUZIONE IN LINGUA TEDESCA

 TRADUZIONE IN LINGUA PORTOGHESE

Alle ore 18 di questo pomeriggio (le 02.00 del 26 marzo, ora di Roma), lasciato il Colegio Miraflores il Santo Padre raggiunge in auto la Cattedrale di Nuestra Señora de la Luz a León, per la celebrazione dei Vespri.
Con i Vescovi del Messico sono presenti numerosi Presuli in rappresentanza delle Conferenze Episcopali dei Paesi dell’America Latina e dei Caraibi che commemorano i 200 anni dell’indipendenza.
Accolto al Suo arrivo dal Capitolo della Cattedrale, il Papa si sofferma in preghiera davanti al Santissimo.
Dopo il saluto di S.E. Mons. Carlos Aguiar Retes, Arcivescovo di Tlalnepantla, Presidente della Conferenza Episcopale Messicana e del Consiglio Episcopale Latinoamericano (C.E.L.AM.), inizia la recita dei Vespri.
Pubblichiamo l’omelia che il Papa pronuncia nel corso della celebrazione:

 OMELIA DEL SANTO PADRE

Señores Cardenales,
Queridos hermanos en el Episcopado

Es un gran gozo rezar con todos ustedes en esta Basílica-Catedral de León, dedicada a Nuestra Señora de la Luz. En la bella imagen que se venera en este templo, la Santísima Virgen tiene en una mano a su Hijo con gran ternura, y extiende la otra para socorrer a los pecadores. Así ve a María la Iglesia de todos los tiempos, que la alaba por habernos dado al Redentor, y se confía a ella por ser la Madre que su divino Hijo nos dejó desde la cruz. Por eso, nosotros la imploramos frecuentemente como «esperanza nuestra», porque nos ha mostrado a Jesús y transmitido las grandezas que Dios ha hecho y hace con la humanidad, de una manera sencilla, como explicándolas a los pequeños de la casa.

Un signo decisivo de estas grandezas nos la ofrece la lectura breve que hemos proclamado en estas Vísperas. Los habitantes de Jerusalén y sus jefes no reconocieron a Cristo, pero, al condenarlo a muerte, dieron cumplimiento de hecho a las palabras de los profetas (cf. Hch 13,27). Sí, la maldad y la ignorancia de los hombres no es capaz de frenar el plan divino de salvación, la redención. El mal no puede tanto.

Otra maravilla de Dios nos la recuerda el segundo salmo que acabamos de recitar: Las «peñas» se transforman «en estanques, el pedernal en manantiales de agua» (Sal 113,8). Lo que podría ser piedra de tropiezo y de escándalo, con el triunfo de Jesús sobre la muerte se convierte en piedra angular: «Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente» (Sal 117,23). No hay motivos, pues, para rendirse al despotismo del mal. Y pidamos al Señor Resucitado que manifieste su fuerza en nuestras debilidades y penurias.

Esperaba con gran ilusión este encuentro con ustedes, Pastores de la Iglesia de Cristo que peregrina en México y en los diversos países de este gran Continente, como una ocasión para mirar juntos a Cristo que les ha encomendado la hermosa tarea de anunciar el evangelio en estos pueblos de recia raigambre católica. La situación actual de sus diócesis plantea ciertamente retos y dificultades de muy diversa índole. Pero, sabiendo que el Señor ha resucitado, podemos proseguir confiados, con la convicción de que el mal no tiene la última palabra de la historia, y que Dios es capaz de abrir nuevos espacios a una esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5).

Agradezco el cordial saludo que me ha dirigido el Señor Arzobispo de Tlalnepantla y Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano y del Consejo Episcopal Latinoamericano, haciéndose intérprete y portavoz de todos. Y les ruego a ustedes, Pastores de las diversas Iglesias particulares, que, al regresar a sus sedes, trasmitan a sus fieles el afecto entrañable del Papa, que lleva muy dentro de su corazón todos sus sufrimientos y aspiraciones.

Al ver en sus rostros el reflejo de las preocupaciones de la grey que apacientan, me vienen a la mente las Asambleas del Sínodo de los Obispos, en las que los participantes aplauden cuando intervienen quienes ejercen su ministerio en situaciones particularmente dolorosas para la vida y la misión de la Iglesia. Ese gesto brota de la fe en el Señor, y significa fraternidad en los trabajos apostólicos, así como gratitud y admiración por los que siembran el evangelio entre espinas, unas en forma de persecución, otras de marginación o menosprecio. Tampoco faltan preocupaciones por la carencia de medios y recursos humanos, o las trabas impuestas a la libertad de la Iglesia en el cumplimiento de su misión.

El Sucesor de Pedro participa de estos sentimientos y agradece su solicitud pastoral paciente y humilde. Ustedes no están solos en los contratiempos, como tampoco lo están en los logros evangelizadores. Todos estamos unidos en los padecimientos y en la consolación (cf. 2 Co 1,5). Sepan que cuentan con un lugar destacado en la plegaria de quien recibió de Cristo el encargo de confirmar en la fe a sus hermanos (cf. Lc 22,31), que les anima también en la misión de hacer que nuestro Señor Jesucristo sea cada vez más conocido, amado y seguido en estas tierras, sin dejarse amedrentar por las contrariedades.

La fe católica ha marcado significativamente la vida, costumbres e historia de este Continente, en el que muchas de sus naciones están conmemorando el bicentenario de su independencia. Es un momento histórico en el que siguió brillando el nombre de Cristo, llegado aquí por obra de insignes y abnegados misioneros, que lo proclamaron con audacia y sabiduría. Ellos lo dieron todo por Cristo, mostrandoque el hombre encuentra en él su consistencia y la fuerza necesaria para vivir en plenitud y edificaruna sociedad digna del ser humano, como su Creador lo ha querido. Aquel ideal de no anteponer nada al Señor, y de hacer penetrante la Palabra de Dios en todos, sirviéndose de los propios signos y mejores tradiciones, sigue siendo una valiosa orientación para los Pastores de hoy.

Las iniciativas que se realicen con motivo del Año de la fe deben estar encaminadas a conducir a los hombres hacia Cristo, cuya gracia les permitirá dejar las cadenas del pecado que los esclaviza y avanzar hacia la libertad auténtica y responsable. A esto está ayudando también la Misión continental promovida en Aparecida, que tantos frutos de renovación eclesial está ya cosechando en las Iglesias particulares de América Latina y el Caribe. Entre ellos, el estudio, la difusión y meditación de la Sagrada Escritura, que anuncia el amor de Dios y nuestra salvación. En este sentido, los exhorto a seguir abriendo los tesoros del evangelio, a fin de que se conviertan en potencia de esperanza, libertad y salvación para todos los hombres (cf. Rm 1,16). Y sean también fieles testigos e intérpretes de la palabra del Hijo encarnado, que vivió para cumplir la voluntad del Padre y, siendo hombre con los hombres, se desvivió por ellos hasta la muerte.

Queridos hermanos en el Episcopado, en el horizonte pastoral y evangelizador que se abre ante nosotros, es de capital relevancia cuidar con gran esmero de los seminaristas, animándolos a que no se precien «de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado» (1 Co 2,2). No menos fundamental es la cercanía a los presbíteros, a los que nunca debe faltar la comprensión y el aliento de su Obispo y, si fuera necesario, también su paterna admonición sobre actitudes improcedentes. Son sus primeros colaboradores en la comunión sacramental del sacerdocio, a los que han de mostrar una constante y privilegiada cercanía. Igualmente cabe decir de las diversas formas de vida consagrada, cuyos carismas han de ser valorados con gratitud y acompañados con responsabilidad y respeto al don recibido. Y una atención cada vez más especial se debe a los laicos más comprometidos en la catequesis, la animación litúrgica, la acción caritativa y el compromiso social. Su formación en la fe es crucial para hacer presente y fecundo el evangelio en la sociedad de hoy. Y no es justo que se sientan tratados como quienes apenas cuentan en la Iglesia, no obstante la ilusión que ponen en trabajar en ella según su propia vocación, y el gran sacrificio que a veces les supone esta dedicación. En todo esto, es particularmente importante para los Pastores que reine un espíritu de comunión entre sacerdotes, religiosos y laicos,evitando divisiones estériles, críticas y recelos nocivos.

Con estos vivos deseos, les invito a ser vigías que proclamen día y noche la gloria de Dios, que es la vida del hombre. Estén del lado de quienes son  marginados por la fuerza, el poder o una riqueza que ignora a quienes carecen de casi todo. La Iglesia no puede separar la alabanza de Dios del servicio a los hombres. El único Dios Padre y Creador es el que nos ha constituido hermanos: ser hombre es ser hermano y guardián del prójimo. En este camino, junto a toda la humanidad, la Iglesia tiene que revivir y actualizar  lo que fue Jesús: el Buen Samaritano, que viniendo de lejos se insertó en la historia de los hombres, nos levantó y se ocupó de nuestra curación.

Queridos hermanos en el Episcopado, la Iglesia en América Latina, que muchas veces se ha unido a Jesucristo en su pasión, ha de seguir siendo semilla de esperanza, que permita ver a todos cómo los frutos de la resurrección alcanzan y enriquecen estas tierras.

Que la Madre de Dios, en su advocación de María Santísima de la Luz, disipe las tinieblas de nuestro mundo y alumbre nuestro camino, para que podamos confirmar en la fe al pueblo latinoamericano en sus fatigas y anhelos, con entereza, valentía y fe firme en quien todo lo puede y a todos ama hasta el extremo.

Amén.

[00405-04.01] [Texto original: Español]

 TRADUZIONE IN LINGUA ITALIANA

Signori Cardinali,
Cari Fratelli nell'Episcopato

È una grande gioia pregare con tutti voi in questa Basilica-Cattedrale di León, dedicata a Nostra Signora della Luce. Nella bella immagine che si venera in questo tempio, la Santissima Vergine tiene il suo Figlio in una mano con grande tenerezza, mentre stende l'altra per soccorrere i peccatori. Così vede Maria la Chiesa di tutti i tempi, che la loda per averci dato il Redentore ed a Lei si affida perché è la Madre che il suo divin Figlio ci ha affidato dalla croce. Per questo, noi l'imploriamo frequentemente come "speranza nostra", perché ci ha mostrato Gesù e trasmesso i prodigi che Dio ha fatto e fa per l'umanità, in maniera semplice, come spiegandoli ai piccoli della casa.

Un segno decisivo di questi prodigi ce lo offre la Lettura breve che è stata proclamata in questi Vespri. Gli abitanti di Gerusalemme ed i suoi capi non riconobbero Cristo, ma, condannandolo a morte, in realtà, diedero compimento alle parole dei profeti (cfr At 13,27). Sì, la malvagità e l'ignoranza degli uomini non è capace di frenare il piano divino della salvezza, la redenzione. Il male non può fare tanto.

Un'altra meraviglia di Dio ce la ricorda il secondo Salmo che abbiamo appena recitato: la "rupe" si trasforma "in un lago, la roccia in sorgenti d’ acqua" (Sal 113,8). Quello che potrebbe essere pietra di inciampo e di scandalo, col trionfo di Gesù sulla morte si trasforma in pietra angolare: "Questo è stato fatto dal Signore: una meraviglia ai nostri occhi" (Sal 117,23). Non ci sono motivi, dunque, per arrendersi alla prepotenza del male. E chiediamo al Signore Risorto che manifesti la sua forza nelle nostre debolezze e mancanze.

Attendevo con grande desiderio questo incontro con voi, Pastori della Chiesa di Cristo che peregrina in Messico e nei diversi Paesi di questo grande Continente, come un'occasione per guardare insieme Cristo, che vi ha affidato il prezioso compito di annunciare il Vangelo in questi Paesi di forte tradizione cattolica. La situazione attuale delle vostre diocesi presenta certamente sfide e difficoltà di origine molto diversa. Ma, sapendo che il Signore è risorto, possiamo proseguire fiduciosi, con la convinzione che il male non ha l'ultima parola della storia, e che Dio è capace di aprire nuovi spazi ad una speranza che non delude (cfr Rm 5,5).

Ringrazio per il cordiale saluto che mi ha rivolto l’Arcivescovo di Tlalnepantla, Presidente della Conferenza Episcopale Messicana e del Consiglio Episcopale Latinoamericano, facendosi interprete e portavoce di tutti. Chiedo a voi, Pastori delle varie Chiese particolari, che, ritornando alle vostre sedi, trasmettiate ai vostri fedeli l'affetto profondo del Papa, che porta nel suo cuore tutte le loro sofferenze e le loro attese.

Vedendo nei vostri volti il riflesso delle preoccupazioni del gregge di cui avete cura, mi vengono alla mente le Assemblee del Sinodo dei Vescovi, nelle quali i partecipanti applaudono quando intervengono coloro che esercitano il loro ministero in situazioni particolarmente dolorose per la vita e la missione della Chiesa. Questo gesto germoglia dalla fede nel Signore, e significa fraternità nel lavoro apostolico, come pure gratitudine ed ammirazione per coloro che seminano il Vangelo tra le spine, alcune in forma di persecuzione, altre di esclusione o di disprezzo. Non mancano neppure preoccupazioni per la mancanza di mezzi e risorse umane, o i limiti imposti alla libertà della Chiesa nell’adempimento della sua missione.

Il Successore di Pietro partecipa a questi sentimenti e ringrazia per la vostra sollecitudine pastorale paziente ed umile. Voi non siete soli nelle difficoltà, e neppure lo siete nei successi della evangelizzazione. Tutti siamo uniti nelle sofferenze e nella consolazione (cfr 2Co 1,5). Sappiate che avete un posto particolare nella preghiera di colui che ha ricevuto da Cristo l'incarico di confermare nella fede i suoi fratelli (cfr Lc 22,31), che li incoraggia anche nella missione di far sì che il Nostro Signore Gesù Cristo sia conosciuto sempre di più, amato e seguito in queste terre, senza lasciarsi spaventare dalle contrarietà.

La fede cattolica ha segnato in modo significativo la vita, i costumi e la storia di questo Continente, nel quale molte delle sue nazioni stanno commemorando il bicentenario della propria indipendenza. E’ un momento storico nel quale ha continuato a splendere il nome di Cristo, arrivato qui per opera di insigni e generosi missionari che lo proclamarono con coraggio e con sapienza. Essi donarono tutto per Cristo, mostrando che l'uomo trova in Lui la propria consistenza e la forza necessaria per vivere in pienezza ed edificare una società degna dell'essere umano, come il suo Creatore l'ha voluto. L'ideale di non anteporre nulla al Signore e di far penetrare la Parola di Dio in tutti, servendosi delle caratteristiche proprie e delle migliori tradizioni, continua ad essere un prezioso orientamento per i Pastori di oggi.

Le iniziative che vengono realizzate a motivo dell’"Anno della fede" devono essere finalizzate a condurre gli uomini a Cristo, la cui grazia permetterà loro di lasciare le catene del peccato che li rende schiavi e di avanzare verso la libertà autentica e responsabile. In questo un aiuto è dato anche dalla Misión continental, promossa in Aparecida, che sta già raccogliendo tanti frutti di rinnovamento ecclesiale nelle Chiese particolari dell'America Latina e dei Caraibi. Tra essi, lo studio, la diffusione e la meditazione della Sacra Scrittura, che annuncia l'amore di Dio e la nostra salvezza. In questo senso, vi esorto a continuare ad aprire i tesori del Vangelo, affinché si trasformino in forza di speranza, libertà e salvezza per tutti gli uomini (cfr Rm 1,16). E siate anche fedeli testimoni ed interpreti della parola del Figlio incarnato, che visse per compiere la volontà del Padre e, essendo uomo con gli uomini, si prodigò per essi fino alla morte.

Cari Fratelli nell'Episcopato, nell'orizzonte pastorale e di evangelizzazione che si apre davanti a noi, è di capitale rilevanza seguire con grande attenzione i seminaristi, incoraggiandoli affinché non si vantino "di sapere altro se non Gesù Cristo, e Cristo crocifisso" (1Co 2, 2). Non meno fondamentale è la vicinanza ai sacerdoti, ai quali non deve mancare mai la comprensione e l'incoraggiamento del loro Vescovo e, se fosse necessario, anche la sua paterna ammonizione su atteggiamenti inopportuni. Sono i vostri primi collaboratori nella comunione sacramentale del sacerdozio, ai quali dovete mostrare una costante e privilegiata vicinanza. Lo stesso si deve dire delle diverse forme di vita consacrata, i cui carismi devono essere stimati con gratitudine ed accompagnati con responsabilità e rispetto del dono ricevuto. Ed un'attenzione sempre più speciale si deve riservare ai laici maggiormente impegnati nella catechesi, nell'animazione liturgica o nell'azione caritativa e nell’impegno sociale. La loro formazione nella fede è cruciale per rendere presente e fecondo il Vangelo nella società di oggi. E non è giusto che si sentano considerati come persone di poco conto nella Chiesa, nonostante l'impegno che pongono nel lavorare in essa secondo la loro propria vocazione, ed il gran sacrificio che a volte richiede questa dedizione. In tutto ciò, è particolarmente importante per i Pastori che regni uno spirito di comunione tra sacerdoti, religiosi e laici, evitando divisioni sterili, critiche e diffidenze nocive.

Con questi fervidi auspici, vi invito ad essere sentinelle che proclamano giorno e notte la gloria di Dio, che è la vita dell'uomo. Siate dalla parte di coloro che sono emarginati dalla violenza, dal potere o da una ricchezza che ignora coloro ai quali manca quasi tutto. La Chiesa non può separare la lode a Dio dal servizio agli uomini. L'unico Dio Padre e Creatore è quello che ci ha costituiti fratelli: essere uomo è essere fratello e custode del prossimo. In questo cammino, unita a tutta l'umanità, la Chiesa deve rivivere ed attualizzare quello che è stato Gesù: il Buon Samaritano, che venendo da lontano si è inserito nella storia degli uomini, ci ha sollevati e si è prodigato per la nostra guarigione.

Cari Fratelli nell'Episcopato, la Chiesa in America Latina, che molte volte si è unita a Gesù Cristo nella sua passione, deve continuare ad essere seme di speranza, che permetta a tutti di vedere come i frutti della Risurrezione raggiungono ed arricchiscono queste terre.

Che la Madre di Dio, invocata con il titolo di Maria Santissima della Luce, dissipi le tenebre del nostro mondo e illumini il nostro cammino, affinché possiamo confermare nella fede il popolo latinoamericano nelle sue fatiche e speranze, con fermezza, con coraggio e con fede ferma in colui che tutto può e tutti ama fino all’estremo. Amen.

[00405-01.01] [Testo originale: Spagnolo]

 TRADUZIONE IN LINGUA FRANCESE

Messieurs les Cardinaux,
Chers frères dans l’Épiscopat,

C’est une grande joie de prier avec vous tous dans cette basilique-cathédrale de León, dédiée à Notre-Dame de la Lumière (Nuestra Señora de la Luz). Sur la belle image que l’on vénère dans ce temple, la Très Sainte Vierge tient avec une grande tendresse son Fils dans une main, et tend l’autre pour secourir les pêcheurs. C’est ainsi que l’Eglise de tous les temps voit Marie, qu’elle la loue pour nous avoir donné le Rédempteur, qu’elle se confie à elle pour être la Mère que son divin Enfant nous a laissé depuis la croix. C’est pourquoi nous l’implorons fréquemment comme « notre espérance » parce qu’elle nous a montré Jésus et transmis les grandeurs que Dieu a réalisées et réalise avec l’humanité, sensiblement, comme en les expliquant aux petits de la maison.

La brève lecture que nous avons proclamée durant ces Vêpres nous offre un signe décisif de ces grandeurs. Les habitants de Jérusalem et ses chefs ne reconnurent pas le Christ mais, en le condamnant à mort, ils accomplirent en réalité les paroles des prophètes (cf. Ha 13, 27). Oui, la méchanceté et l’ignorance des hommes ne sont pas capables de freiner le plan divin de salut, la rédemption. Le mal ne peut pas en faire tant.

Une autre merveille de Dieu nous est rappelée par le second psaume que nous venons de réciter. Les « rochers » sont transformés « en étangs, le roc en source d’eau » (Ps 114, 8). Ce qui pourrait être une pierre d’achoppement et de scandale se transforme avec le triomphe de Jésus sur la mort en pierre angulaire : « C’est là l’œuvre du Seigneur ; ce fut merveille à nos yeux » (Ps 118, 23). Il n’y a donc pas de motif pour succomber au despotisme du mal. Et demandons au Seigneur Ressuscité qu’il manifeste sa force dans nos faiblesses et nos manques.

J’attendais avec grande joie cette rencontre avec vous, pasteurs de l’Eglise du Christ qui est en pèlerinage au Mexique et dans les autres pays de ce grand continent, comme une occasion pour regarder ensemble le Christ qui vous a confié cette belle tâche d’annoncer l’Evangile à ces peuples de forte tradition catholique. La situation actuelle de vos diocèses présente certainement des défis et des difficultés de nature très différente. Mais, en sachant que le Seigneur est ressuscité, nous pouvons continuer, confiants, avec la conviction que le mal n’a pas le dernier mot de l’histoire et que Dieu est capable d’ouvrir de nouveaux espaces à une espérance qui ne déçoit pas (cf. Rm 5,5).

J’accueille avec gratitude le salut cordial que m’a adressé Mgr l’Archevêque de Tlalnepantla et Président de la Conférence de l’Épiscopat du Mexique et du Conseil épiscopal latino-américain, se faisant ainsi l’interprète et le porte-parole de tous. Et je vous prie tous, pasteurs des diverses Églises particulières, de transmettre à vos fidèles, après votre retour chez vous, l’affection profonde du Pape qui porte au fond de son cœur toutes leurs souffrances et leurs espoirs.

En voyant sur vos visages le reflet des préoccupations du troupeau dont vous avez la charge, me viennent à la pensée les assemblées du Synode des Évêques auxquelles les participants applaudissent quand interviennent ceux qui exercent leur ministère dans des situations particulièrement douloureuses pour la vie et la mission de l’Église. Ce geste jaillit de la foi dans le Seigneur et signifie la fraternité dans les travaux apostoliques, tout comme la gratitude et l’admiration pour ceux qui sèment l’Évangile dans les épines, certaines en forme de persécution, d’autres de marginalisation ou de mépris. Les préoccupations ne manquent pas également pour l’absence de moyens et de ressources humaines, ou les obstacles imposés à la liberté de l’Église pour l’accomplissement de sa mission.

Le Successeur de Pierre partage ces sentiments et est reconnaissant pour votre sollicitude pastorale patiente et humble. Vous n’êtes pas seuls face aux difficultés comme vous ne l’êtes pas dans les réussites de l’évangélisation. Nous sommes tous unis dans les souffrances et dans la consolation (cf. 2 Co 1, 5). Sachez que vous avez une place particulière dans la prière de celui qui a reçu du Christ la charge de confirmer ses frères dans la foi (cf. Lc 22,31), qui les encourage aussi dans la mission de faire que notre Seigneur Jésus Christ soit toujours plus connu, aimé et suivi sur ces terres, sans se laisser effrayer par les contrariétés.

La foi catholique a marqué significativement la vie, les coutumes et l’histoire de ce continent, où beaucoup de nations commémorent le bicentenaire de leur indépendance. C’est un moment historique où le nom du Christ continue de briller, arrivé ici grâce à des missionnaires éminents et dévoués qui le proclamèrent avec audace et sagesse. Ils donnèrent tout pour le Christ, montrant que l’homme rencontre en Lui sa consistance et la force nécessaire pour vivre en plénitude et édifier une société digne de l’être humain comme son Créateur l’a voulu. Cet idéal de ne rien faire passer avant le Seigneur et de faire pénétrer la Parole de Dieu en tous, en se servant de ses propres signes et de ses meilleures traditions, continue d’être une précieuse orientation pour les pasteurs d’aujourd’hui.

Les initiatives qui se réalisent dans le cadre de l’Année de la foi, doivent être orientées de manière à conduire les hommes vers le Christ dont la grâce leur permettra de laisser les chaînes du péché qui les asservit et d’avancer vers la liberté authentique et responsable. La Mission continentale promue à Aparecida aide également  en cela; le renouveau ecclésial donne déjà de nombreux fruits dans les Églises particulières d’Amérique latine et des Caraïbes. Parmi eux, l’étude, la diffusion et la méditation des Écritures Saintes qui annoncent l’amour de Dieu et notre salut. En ce sens, je vous exhorte à continuer d’ouvrir les trésors de l’Évangile afin qu’ils deviennent une puissance d’espérance, de liberté et de salut pour tous les hommes (cf. Rom 1, 16). Et soyez toujours de fidèles témoins et interprètes de la parole du Fils incarné, qui vécut pour accomplir la volonté du Père et, étant homme avec les hommes, s’est dévoué pour eux jusqu’à la mort.

Chers frères dans l’Épiscopat, dans l’horizon pastoral et évangélisateur qui s’ouvre devant nous, il est particulièrement important de porter une grande attention aux séminaristes, les encourageant à « ne rien vouloir savoir d’autre, sinon Jésus Christ, et Jésus Christ crucifié » (1 Co 2,2). La proximité avec les prêtres n’en est pas moins fondamentale, eux qui ne doivent jamais manquer de la compréhension et de l’encouragement de leur Évêque, et si c’est nécessaire, également de sa réprobation paternelle pour des attitudes incorrectes. Ce sont ses premiers collaborateurs dans la communion sacramentelle du sacerdoce, auxquels il doit montrer une proximité constante et privilégiée. Il en va de même des différentes formes de vie consacrée dont les charismes doivent être estimés avec gratitude et accompagnés avec responsabilité et respect du don reçu. Une attention toute particulière doit être apportée aux laïcs les plus engagés dans la catéchèse, l’animation liturgique, l’action caritative et l’engagement social. Leur formation à la foi est essentielle pour rendre présent et fécond l’Évangile dans la société d’aujourd’hui. Et ce n’est pas juste qu’ils aient l’impression de ne pas compter dans l’Église malgré l’enthousiasme qu’ils mettent en y travaillant selon leur propre vocation et le grand sacrifice que parfois demande ce dévouement. A ce sujet, il est particulièrement important pour les pasteurs que règne un esprit de communion entre les prêtres, les religieux et les laïcs, évitant les divisions stériles, les critiques et les méfiances nocives.

C’est avec ces vœux fervents que je vous invite à être des sentinelles qui proclament jour et nuit la gloire de Dieu qui est la vie de l’homme. Soyez du côté de ceux qui sont marginalisés par la force, le pouvoir ou une richesse qui ignore ceux qui manquent de presque tout. L’Église ne peut pas séparer la louange de Dieu du service des hommes. L’unique Dieu Père et Créateur est celui qui nous a constitués frères : être homme c’est être frère et gardien du prochain. Sur ce chemin, aux côtés de l’humanité, l’Église doit revivre et actualiser ce que fut Jésus : le Bon Samaritain qui, venant de loin, s’est inséré dans l’histoire des hommes, nous a relevé et s’est préoccupé de notre guérison.

Chers frères dans l’Épiscopat, l’Église en Amérique latine, qui tant de fois s’est unie à Jésus Christ dans sa passion, doit continuer à être semence de l’espérance qui permet à tous de voir comment les fruits de la résurrection atteignent et enrichissent ces terres.

Que la Mère de Dieu, invoquée sous son nom de Très Sainte Marie de la Lumière, dissipe les ténèbres de notre monde et éclaire notre chemin, pour que nous puissions confirmer dans la foi le peuple latino-américain dans ses difficultés et ses aspirations, avec fermeté, courage et une foi ferme en celui qui peut tout et aime tout le monde à l’extrême. Amen.

[00405-03.01] [Texte original: Espagnol]

 TRADUZIONE IN LINGUA INGLESE

Your Eminences,
Dear Brother Bishops,

It gives me great joy to be able to pray with all of you in this Basilica-Cathedral of León, dedicated to our Lady of Light. In the lovely painting venerated in this basilica, the Blessed Virgin holds her Son in one hand with immense tenderness while extending her other hand to succour sinners. This is how the Church in every age sees Mary. We praise her for giving us the Redeemer and we put our trust in her as the Mother whom her divine Son bequeathed to us from the Cross. For this reason, we invoke her frequently as "our hope" because she has shown us Jesus and passed down to us the great things which God constantly does for humanity. She does so simply, as a mother teaches her children at home.

A decisive sign of these great things is given to us in the reading just proclaimed at these Vespers. The people of Jerusalem and their leaders did not acknowledge Christ, yet, by condemning him to death, they fulfilled the words of the prophets (cf. Acts 13:27). Human evil and ignorance simply cannot thwart the divine plan of salvation and redemption. Evil is simply incapable of that.

Another of God’s great works is evoked in the second of the psalms which we recited: "the rock" turns into "a pool, and flint into a spring of water" (Ps 113:8). What might have been a stumbling block and a scandal has, by Jesus’ triumph over death, become a cornerstone: "This is the work of the Lord, a marvel in our eyes" (Ps 117:23). There is no reason, then, to give in to the despotism of evil. Let us instead ask the risen Lord to manifest his power in our weakness and need.

I have greatly looked forward to this meeting with you, the Pastors of Christ’s pilgrim Church in Mexico and in the different countries of this great continent. I see this meeting as an occasion to turn our gaze together to Christ, who has entrusted you with the splendid duty of preaching the Gospel among these peoples of sturdy and deep-rooted Catholic faith. Certainly your dioceses face a number of challenges and difficulties at the present moment. Yet, in the sure knowledge that the Lord is risen, we are able to move forward confidently, in the conviction that evil does not have the last word in human history, and that God is able to open up new horizons to a hope that does not disappoint (cf. Rom 5:5).

I thank the Archbishop of Tlalnepantla, President of the Mexican Bishops’ Conference and the Latin American Episcopal Council, for the cordial welcome offered me in your name. I ask you, the various Pastors of the local churches that, on returning to your Dioceses, you bring to your faithful the warm affection of the Pope, who holds all their sufferings and aspirations deep in his heart.

In you I see reflected the concerns of the flocks which you shepherd, and I am reminded of the Assemblies of the Synod of Bishops, where the participants applaud after an intervention by someone who exercises his ministry in particularly troubling situations for the Church’s life and mission. That applause is a sign of deep faith in the Lord and fraternity in the apostolate, as well as gratitude and admiration for those who sow the Gospel amid thorns, some in the form of persecution, others in the form of social exclusion or contempt. Neither are concerns lacking, for want of means and human resources, or for limitations imposed on the freedom of the Church in carrying out her mission.

The Successor of Peter shares these concerns and he is grateful for your patient and humble pastoral outreach. You are not alone amid your trials or in your successes in the work of evangelization. All of us are one in sufferings and in consolation (cf. 2 Cor 1:5). Know that you can count on a special place in the prayers of the one who has received from Christ the charge of confirming his brethren in faith (cf. Lk 22:31). He now encourages you in your mission of making our Lord Jesus Christ ever better known, loved and followed in these lands, and he urges you not to let yourselves be intimidated by obstacles along the way.

The Catholic faith has significantly marked the life, customs and history of this continent, in which many nations are commemorating the bicentennial of their independence. That was an historical moment in which the name of Christ continued to shine brightly. That name was brought here through the labours of outstanding and self-sacrificing missionaries who proclaimed it boldly and wisely. They gave their all for Christ, demonstrating that in him men and women encounter the truth of their being and the strength needed both to live fully and to build a truly humane society in accordance with the will of their Creator. This ideal of putting the Lord first and making God’s word effective in all, through the use of your own native expressions and best traditions, continues to provide outstanding inspiration for the Church’s Pastors today.

The initiatives planned for the Year of Faith must be aimed at guiding men and women to Christ; his grace will enable them to cast off the bonds of sin and slavery, and to progress along the path of authentic and responsible freedom. A great contribution will be made to this goal by the continental mission being launched from Aparecida, which is already reaping a harvest of ecclesial renewal in the particular Churches of Latin America and the Caribbean. This includes the study, dissemination and prayerful reading of sacred Scripture, which proclaims the love of God and our salvation. I encourage you to continue to share freely the treasures of the Gospel, so that they can become a powerful source of hope, freedom and salvation for everyone (cf. Rom 1:16). May you also be faithful witnesses and interpreters of the words of the incarnate Son, whose life was to do the will of the Father and who, as a man among men, gave himself up completely for our sake, even unto death.

Dear Brother Bishops, amid the challenges now facing us in our pastoral care and our preaching of the Gospel, it is essential to show great concern for your seminarians, encouraging them humbly "to know nothing … except Jesus Christ and him crucified" (1 Cor 2:2). No less fundamental is the need to remain close to your priests; they must never lack the understanding and encouragement of their Bishop, nor, if necessary, his paternal admonition in response to improper attitudes. Priests are your first co-workers in the sacramental communion of the priesthood, and you ought to show them a constant and privileged attention. The same should be said for the different forms of consecrated life, whose charisms need to be gratefully esteemed and responsibly encouraged, in a way respectful of the gift received. Greater attention is due to the members of the lay faithful most engaged in the fields of catechesis, liturgical animation, charitable activity and social commitment. Their faith formation is critical if the Gospel is to become present and fruitful in contemporary society. It is not right for them to feel treated like second-class citizens in the Church, despite the committed work which they carry out in accordance with their proper vocation, and the great sacrifice which this dedication at times demands of them. In all of this, it is particularly important for Pastors to ensure that a spirit of communion reigns among priests, religious and the lay faithful, and that sterile divisions, criticism and unhealthy mistrust are avoided.

With these heartfelt words of encouragement, I urge you to be vigilant in proclaiming day and night the glory of God, which is the life of mankind. Stand beside those who are marginalized as the result of force, power or a prosperity which is blind to the poorest of the poor. The Church cannot separate the praise of God from service to others. The one God, our Father and Creator, has made us brothers and sisters: to be human is to be a brother and guardian to our neighbour. Along this path, in union with the whole human family, the Church must relive and make present what Jesus was: the Good Samaritan who came from afar, entered our human history, lifted us up and sought to heal us.

Beloved Brother Bishops, the Church in Latin America, which has often been joined to Christ in his passion, must continue to be a seed of hope enabling the world to see how the fruits of the resurrection have come to enrich these lands.

May the Mother of God, invoked as Our Lady of Light, dispel the darkness of our world and illumine our path, so that we can confirm the faith of the people of Latin America amid their struggles and aspirations, with integrity, valour and firm faith in the One who can do all things and loves all men and women to the fullest. Amen.

[00405-02.01] [Original text: Spanish]

 TRADUZIONE IN LINGUA TEDESCA

Meine Herren Kardinäle,
liebe Mitbrüder im bischöflichen Dienst!

Es ist mir eine große Freude, mit euch allen in dieser Kathedrale von Léon zu beten, die Unserer Lieben Frau vom Licht geweiht ist. Auf dem schönen Bild, das in diesem Gotteshaus verehrt wird, hält die Heilige Jungfrau ihren Sohn mit großer Zärtlichkeit in der einen Hand, während sie die andere ausstreckt, um den Sündern zu helfen. So sieht die Kirche aller Zeiten Maria; sie preist sie, weil sie uns den Erlöser geschenkt hat, und vertraut sich ihr an, weil sie die Mutter ist, die ihr göttlicher Sohn uns vom Kreuz aus übergeben hat. Darum rufen wir sie oft als „unsere Hoffnung" an, weil sie uns Jesus gezeigt hat und die Wunder, die Gott für die Menschheit vollbracht hat und vollbringt, in einfacher Weise übermittelt hat, als würde sie diese den Kleinen im Haus erklären.

Ein entscheidendes Zeichen dieser Wunder bietet uns die Kurzlesung, die in dieser Vesper vorgetragen wurde. Die Einwohner von Jerusalem und ihre Führer haben Christus nicht erkannt, doch indem sie ihn zum Tode verurteilten, haben sie in Wirklichkeit die Worte der Propheten erfüllt (vgl. Apg 13,27). Ja, die Niedertracht und die Unwissenheit der Menschen vermag den göttlichen Heilsplan, die Erlösung, nicht aufzuhalten. Das Böse kann nicht viel ausrichten.

An ein anderes Wunder Gottes erinnert uns der zweite Psalm, den wir eben gebetet haben: Der „Fels" wird zur „Wasserflut" und „Kieselgestein zu quellendem Wasser" (Ps 114,8). Was ein Stein sein könnte, an dem man anstößt und zu Fall kommt, hat sich mit dem Triumph Christi über den Tod in einen Eckstein verwandelt: „Das hat der Herr vollbracht, vor unseren Augen geschah dieses Wunder" (Ps 118,23). Es gibt also keine Gründe, sich der Macht des Bösen zu beugen. Und bitten wir den auferstandenen Herrn, daß er seine Kraft in unseren Schwächen und Fehlern erweist.

Diese Begegnung mit euch Hirten der pilgernden Kirche Christi in Mexiko und in den verschiedenen Ländern dieses großen Kontinents habe ich sehnlich erwartet als eine Gelegenheit, gemeinsam auf Christus zu schauen, der euch die wunderbare Aufgabe anvertraut hat, das Evangelium in diesen Ländern starker katholischer Tradition zu verkünden. Die augenblickliche Situation eurer Diözesen weist sicherlich Herausforderungen und Schwierigkeiten verschiedenster Herkunft auf. Doch da wir wissen, daß der Herr auferstanden ist, können wir zuversichtlich voranschreiten, in der Überzeugung, daß das Böse in der Geschichte nicht das letzte Wort hat und daß Gott einer Hoffnung, die nicht zugrunde gehen läßt (vgl. Röm 5,5), neuen Raum geben kann.

Ich danke für den freundlichen Gruß, den der Erzbischof von Tlalnepantla, Präsident der Mexikanischen Bischofskonferenz und des Lateinamerikanischen Bischofsrats, im Namen aller an mich gerichtet hat. Ich bitte euch Hirten der verschiedenen Teilkirchen, bei der Heimkehr in eure Diözesen euren Gläubigen die tiefempfundene Liebe des Papstes zu überbringen, der all ihre Leiden und Erwartungen in seinem Herzen trägt.

Wenn ich sehe, wie sich in euren Gesichtern die Sorgen um die Herde widerspiegeln, um die ihr euch kümmert, kommen mir die Versammlungen der Bischofssynode in den Sinn, in denen die Teilnehmer applaudieren, wenn diejenigen das Wort ergreifen, die ihren Dienst in Situationen versehen, die für das Leben und die Sendung der Kirche besonders schmerzlich sind. Diese Geste entspringt aus dem Glauben an den Herrn und bedeutet Brüderlichkeit im apostolischen Einsatz sowie Dankbarkeit und Bewunderung für die, welche das Evangelium unter Dornen in Form von Verfolgungen, Ausgrenzung oder Verachtung aussäen. Auch fehlt es nicht an Sorgen wegen mangelnder Mittel und menschlicher Ressourcen oder wegen der Einschränkungen der Freiheit der Kirche in der Erfüllung ihrer Sendung.

Der Nachfolger Petri teilt diese Gefühle und dankt für euren geduldigen und demütigen pastoralen Eifer. Ihr seid nicht allein in den Schwierigkeiten, und seid es auch nicht in den Erfolgen der Evangelisierung. In den Leiden und im Trost sind wir alle miteinander vereint (vgl. 2 Kor 1,5). Ihr sollt wissen, daß ihr im Gebet dessen, der von Christus die Aufgabe empfangen hat, seine Brüder im Glauben zu stärken (vgl. Lk 22,32), einen besonderen Platz habt. Er ermutigt seine Brüder auch, sich nicht von Widrigkeiten abschrecken zu lassen, sondern dafür zu sorgen, daß in diesen Ländern immer mehr Menschen unseren Herrn Jesus Christus kennen, ihn lieben und ihm folgen.

Der katholische Glaube hat das Leben, die Gebräuche und die Geschichte dieses Kontinents, in dem viele seiner Nationen gerade das zweihundertjährige Jubiläum ihrer Unabhängigkeit feiern, deutlich geprägt. Es ist ein historischer Moment, in dem der Name Christi, der durch hervorragende und großherzige Missionare hierher gelangte, weiter seine Strahlkraft bewahrt. Sie verkündeten diesen Namen mit Mut und mit Weisheit; sie gaben alles für Christus hin und zeigten so, daß der Mensch in ihm seinen Halt und die nötige Kraft findet für ein erfülltes Leben und den Aufbau einer menschenwürdigen Gesellschaft, so wie sein Schöpfer es gewollt hat. Das Ideal, nichts dem Herrn vorzuziehen und unter Nutzung der charakteristischen Eigenschaften und der besten Traditionen der Bevölkerungen das Wort Gottes in die Herzen aller eindringen zu lassen, ist nach wie vor eine wertvolle Orientierungshilfe für die Hirten von heute.

Die Initiativen, die wegen des Jahres des Glaubens durchgeführt werden, müssen darauf ausgerichtet sein, die Menschen zu Christus zu führen, dessen Gnade ihnen ermöglichen wird, sich aus den Ketten der Sünde, die sie versklavt, zu befreien und auf eine authentische und verantwortungsvolle Freiheit zuzugehen. Eine Hilfe leistet dazu auch die in Aparecida geförderte Misión continental, die in den Teilkirchen Lateinamerikas und der Karibik bereits viele Früchte kirchlicher Erneuerung erntet. Unter anderem das Studium, die Verbreitung und die Meditation der Heiligen Schrift, welche die Liebe Gottes und unser Heil verkündet. In diesem Sinn rufe ich euch auf, weiterhin die Schätze des Evangeliums zu erschließen, damit sie sich in eine Kraft der Hoffnung, der Freiheit und des Heils für alle Menschen verwandeln (vgl. Röm 1,16). Und seid auch treue Zeugen und Ausleger des Wortes des menschgewordenen Sohnes, der lebte, um den Willen des Vaters zu erfüllen und der sich als Mensch unter den Menschen für sie aufopferte bis zum Tod.

Liebe Mitbrüder im bischöflichen Dienst, aus pastoraler Sicht und im Hinblick auf die Evangelisierung, die vor uns liegt, ist es von grundlegender Bedeutung, sich mit großer Aufmerksamkeit um die Seminaristen zu kümmern und sie darin zu ermutigen, sich nicht zu rühmen, etwas anderes zu wissen „außer Jesus Christus, und zwar als den Gekreuzigten" (1 Kor 2,2). Nicht weniger grundlegend ist die Nähe zu den Priestern, denen nie das Verständnis und die Ermutigung ihres Bischof und, falls nötig, auch die väterliche Ermahnung in bezug auf unangebrachtes Verhalten fehlen darf. Sie sind in der sakramentalen Gemeinschaft des Priestertums eure ersten Mitarbeiter, denen ihr beständig und in bevorzugter Weise nahe sein müßt. Dasselbe gilt für die verschiedenen Formen geweihten Lebens, deren Charismen dankbar geschätzt und mit Verantwortung und Achtung gegenüber der erhaltenen Gabe begleitet werden müssen. Und in zunehmendem Maß muß den Laien besondere Aufmerksamkeit geschenkt werden, die zumeist in der Katechese, in der liturgischen Gestaltung oder in karitativer Tätigkeit und sozialem Engagement beschäftigt sind. Ihre Bildung im Glauben ist ausschlaggebend, um das Evangelium in der Gesellschaft von heute gegenwärtig und fruchtbar werden zu lassen. Es ist nicht recht, daß sie das Gefühl haben, als Menschen von geringer Bedeutung in der Kirche angesehen zu werden, trotz des Eifers, mit dem sie entsprechend ihrer persönlichen Berufung in ihr arbeiten, und des großen Opfers, das dieser Einsatz manchmal verlangt. Bei alledem ist es für die Hirten besonders wichtig, daß unter den Priestern, Ordensleuten und Laien ein Gemeinschaftsgeist herrscht und unnütze Spaltungen, Kritiken und schädliches Mißtrauen vermieden werden.

Mit diesem innigen Wunsch lade ich euch ein, Wächter zu sein, die Tag und Nacht die Herrlichkeit Gottes verkünden, die das Leben des Menschen ist. Steht auf der Seite derer, die ausgegrenzt sind durch Gewalt, Macht oder einen Reichtum, der diejenigen ignoriert, denen es nahezu an allem fehlt. Die Kirche kann das Lob Gottes nicht vom Dienst an den Menschen trennen. Der eine Gott und Schöpfer ist es, der uns zu Geschwistern gemacht hat: Mensch zu sein bedeutet, Bruder und Hüter des Nächsten zu sein. Auf diesem Weg muß die Kirche in Einheit mit der gesamten Menschheit das nachleben und vergegenwärtigen, was Jesus war: der Barmherzige Samariter, der, aus der Ferne kommend, sich in die Geschichte der Menschen eingefügt hat, uns aufgerichtet und sich für unsere Heilung aufgeopfert hat.

Liebe Mitbrüder im bischöflichen Dienst, die Kirche in Lateinamerika, die sich viele Male mit Jesus Christus in seiner Passion verbunden hat, muß weiterhin ein Same der Hoffnung sein, der allen die Möglichkeit gibt zu sehen, wie die Früchte der Auferstehung diese Länder erreichen und bereichern.

Möge die Muttergottes, die unter dem Titel der Jungfrau Maria vom Licht angerufen wird, die Finsternis unserer Welt vertreiben und unseren Weg erleuchten, damit wir das lateinamerikanische Volk in seinen Mühen und Hoffnungen im Glauben stärken können, mit Festigkeit, Mut und dem unerschütterlichen Glauben an den, der alles vermag und alle bis zum Äußersten liebt. Amen

[00405-05.01] [Originalsprache: Spanisch]

 TRADUZIONE IN LINGUA PORTOGHESE

Senhores Cardeais,
Amados Irmãos no Episcopado!

Sinto uma grande alegria em rezar com todos vós nesta Basílica-Catedral de León, dedicada a Nossa Senhora da Luz. Na linda imagem que aqui se venera, a Virgem Santíssima segura o seu Filho com grande ternura numa mão, enquanto estende a outra para socorrer os pecadores. Assim contempla Maria a Igreja de todos os tempos, que A louva por nos ter dado o Redentor e se entrega a Ela por ser a Mãe que o seu divino Filho, pregado na cruz, nos deixou. Por isso, frequentemente A invocamos como «esperança nossa», porque nos mostrou Jesus e duma forma simples – como se as explicasse aos pequenitos de casa – nos transmitiu as maravilhas que Deus fez e continua a fazer pela humanidade.

Um sinal decisivo destas maravilhas no-lo oferece a Leitura Breve que foi proclamada nestas Vésperas. Os habitantes de Jerusalém e os seus chefes não reconheceram Cristo, mas, ao condená-Lo à morte, de facto cumpriram as palavras dos profetas (cf. Act 13, 27). É verdade! A maldade e a ignorância dos homens não é capaz de travar o plano divino de salvação, a redenção. O mal não tem poder para isso.

Outra maravilha de Deus é-nos recordada pelo segundo salmo que recitámos: o «rochedo» transforma-se «em lago e a pedra em fonte de água» (Sal 113, 8). O que poderia ser pedra de tropeço e de escândalo, com o triunfo de Jesus sobre a morte, convertera-se em pedra angular: «Tudo isto veio do Senhor, é admirável aos nossos olhos» (Sal 117, 23). Por isso não há motivos para render-se à prepotência do mal. E peçamos ao Senhor Ressuscitado que se manifeste a sua força nas nossas fraquezas e faltas.

Esperava ardentemente este encontro convosco, Pastores da Igreja de Cristo que peregrina no México e nos restantes países deste grande Continente, como uma ocasião para, juntos, contemplarmos Cristo que vos confiou a importante tarefa de anunciar o Evangelho no meio destes povos de forte tradição católica. Com certeza, a situação actual das vossas dioceses apresenta desafios e dificuldades de origem muito diversa. Mas, sabendo que o Senhor ressuscitou, podemos avançar confiadamente, seguros de que o mal não tem a última palavra na história e de que Deus é capaz de abrir novos espaços a uma esperança que não desilude (cf. Rm 5, 5).

Agradeço a cordial saudação que me dirigiu o Senhor Arcebispo de Tlalnepantla e Presidente da Conferência Episcopal Mexicana e do Conselho Episcopal Latino-Americano, fazendo-se intérprete e porta-voz de todos. E a vós, Pastores das diversas Igrejas particulares, peço que, ao regressar às vossas sedes, transmitais aos vossos fiéis o profundo afecto do Papa, que guarda no seu coração todos os seus sofrimentos e aspirações.

Ao ver espelhadas em vossos rostos as preocupações pela grei que apascentais, vêm-me à mente as Assembleias do Sínodo dos Bispos quando os participantes aplaudem a intervenção de alguém que exerce o seu ministério em situações particularmente dolorosas para a vida e a missão da Igreja. Este gesto brota da fé no Senhor, significando fraternidade nos trabalhos apostólicos, bem como gratidão e admiração pelos que semeiam o Evangelho entre espinhos, uns sob a forma de perseguição, outros sob a forma de marginalização ou desprezo. E não faltam preocupações também pela carência de meios e recursos humanos ou com as limitações impostas à liberdade da Igreja no cumprimento da sua missão.

O Sucessor de Pedro compartilha estes sentimentos e agradece a vossa solicitude pastoral paciente e humilde. Não estais sozinhos nem nas dificuldades, nem nos sucessos da evangelização; todos estamos unidos nos sofrimentos e na consolação (cf. 2 Cor 1, 5). Sabei que ocupais um lugar particular na oração daquele que recebeu de Cristo o encargo de confirmar na fé os seus irmãos (cf. Lc 22, 31), e que os encoraja na missão de fazerem com que Nosso Senhor Jesus Cristo seja cada vez mais conhecido, amado e seguido nestas terras, sem se deixarem atemorizar pelas contrariedades.

A fé católica marcou significativamente a vida, os costumes e a história deste Continente, onde muitas das suas nações estão a comemorar o bicentenário da independência. É um momento histórico sobre o qual continua a brilhar o nome de Cristo, trazido para aqui por insignes e generosos missionários, que O proclamaram com coragem e sabedoria. Eles arriscaram tudo por Cristo, mostrando que o homem encontra n’Ele a sua consistência e a força necessária para viver em plenitude e edificar uma sociedade digna do ser humano, como o quis o seu Criador. O ideal de não antepor nada ao Senhor e de fazer com que a Palavra de Deus chegue a todos, valendo-se das características próprias de cada um e das suas melhores tradições, continua a ser uma válida orientação para os Pastores de hoje.

As iniciativas que surgirem motivadas pelo Ano da Fé devem ter como finalidade conduzir os homens a Cristo, cuja graça lhes permitirá deixar as cadeias do pecado que os escraviza e avançar para a liberdade autêntica e responsável. Para isto mesmo contribui também a Missão Continental promovida na Conferência de Aparecida e que já tantos frutos de renovação eclesial está dando nas Igrejas particulares da América Latina e do Caribe. Entre eles, contam-se o estudo, a difusão e a meditação da Sagrada Escritura, que anuncia o amor de Deus e a nossa salvação. Neste sentido, exorto-vos a continuardes a abrir os tesouros do Evangelho, a fim de que se transformem em força de esperança, liberdade e salvação para todos os homens (cf. Rm 1, 16). E sede também testemunhas e intérpretes fiéis da palavra do Filho encarnado, que viveu para cumprir a vontade do Pai e, sendo homem com os homens, Se consumiu por eles até à morte.

Amados Irmãos no Episcopado, no horizonte pastoral e evangelizador que se abre diante de nós, é de capital importância cuidar com grande atenção dos seminaristas, encorajando-os a não se gloriarem de «saber outra coisa a não ser Jesus Cristo, e, Este, crucificado» (1 Cor 2, 2). Não menos fundamental se apresenta a solidariedade com os presbíteros, a quem nunca deve faltar a compreensão e o encorajamento do seu Bispo e, se necessária, também a sua paterna admoestação sobre atitudes contraproducentes. São os vossos primeiros colaboradores na comunhão sacramental do sacerdócio, aos quais deveis manifestar vossa proximidade constante e privilegiada. O mesmo se diga das diversas formas de vida consagrada, cujos carismas devem ser estimados com gratidão e acompanhados com responsabilidade e respeito pelo dom recebido. E uma atenção cada vez mais especial é devida aos leigos mais comprometidos na catequese, na animação litúrgica, na acção caritativa e no compromisso social. A sua formação na fé é crucial para tornar presente e fecundo o Evangelho na sociedade actual. E não é justo que se sintam tratados como quem pouco conta na Igreja, apesar do entusiasmo que sentem em trabalhar nela segundo a sua vocação própria, e o grande sacrifício que às vezes lhes requer esta dedicação. Em tudo isto, é particularmente importante para os Pastores que reine um espírito de comunhão entre sacerdotes, religiosos e leigos, evitando divisões estéreis, críticas e suspeitas nocivas.

Com estes ardentes desejos, convido-vos a ser sentinelas que proclamam dia e noite a glória de Deus, que é a vida do homem. Estai do lado de quem é marginalizado pela violência, pelo poder ou por uma riqueza que ignora quem carece de quase tudo. A Igreja não pode separar o louvor de Deus do serviço aos homens. O único Deus Pai e Criador é que nos constituiu irmãos: ser homem é ser irmão e guardião do próximo. Neste caminho com toda a humanidade, a Igreja deve reviver e actualizar o que foi Jesus: o Bom Samaritano que, vindo de longe, se integrou na história dos homens, nos levantou e se prodigalizou pela nossa cura.

Amados Irmãos no Episcopado, a Igreja na América Latina, que muitas vezes se uniu a Jesus Cristo na sua paixão, deve continuar a ser semente de esperança, que permita a todos ver como os frutos da Ressurreição alcançam e enriquecem estas terras.

Que a Mãe de Deus, invocada com o título de Maria Santíssima da Luz, dissipe as trevas do nosso mundo e ilumine o nosso caminho, para podermos confirmar na fé o povo latino-americano nas suas fadigas e aspirações, com fidelidade, valentia e fé firme n’Aquele que tudo pode e a todos ama sem medida. Amen.

[00405-06.01] [Texto original: Espanhol]

Conclusa la celebrazione dei Vespri, il Papa fa rientro in Sacrestia.

Successivamente ritorna nella Cattedrale di León per inaugurare il nuovo impianto di illuminazione del Santuario del Cristo Rey del Cubilete. Il Governatore di Guanajuato, Dr. Manuel Oliva Ramírez, porge al Santo Padre il dispositivo per l’accensione a distanza dell’impianto. L’evento è seguito in diretta all’interno della Cattedrale con schermi televisivi.

Al termine, il Papa rientra al Colegio Miraflores.

[B0175-XX.01]