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INCONTRO DEL CARDINALE SEGRETARIO DI STATO TARCISIO BERTONE CON GLI STUDENTI DELLA SCUOLA LATINOAMERICANA DI MEDICINA DI LA HABANA (CUBA), 27.02.2008


INCONTRO DEL CARDINALE SEGRETARIO DI STATO TARCISIO BERTONE CON GLI STUDENTI DELLA SCUOLA LATINOAMERICANA DI MEDICINA DI LA HABANA (CUBA)

DISCORSO DEL CARDINALE TARCISIO BERTONE

TRADUZIONE IN LINGUA ITALIANA

Pubblichiamo di seguito il discorso che il Cardinale Segretario di Stato Tarcisio Bertone ha rivolto ieri mattina agli studenti della "Escuela Latinoamericana de Medicina" (ELAM) a La Habana (Cuba):

DISCORSO DEL CARDINALE TARCISIO BERTONE

Honorables Autoridades,

Señores de la Junta Rectora de esta insigne Institución,

Estimados Profesores,

Queridos alumnos y alumnas de la Escuela Latinoamericana de Medicina,

Señoras y Señores, amigos todos.

Es un inmenso honor hallarme en esta Ilustre Escuela Latinoamericana de Medicina. Correspondo a las atentas palabras de bienvenida que me han sido dirigidas con mi sincera gratitud y estima. Reciban todos Ustedes el afecto de Su Santidad Benedicto XVI, que me encargó encarecidamente que les transmitiera su cercanía espiritual y su cordial aprecio.

Han pasado ya diez años desde el memorable viaje del Santo Padre Juan Pablo II a esta tierra bendita de Cuba, que Cristóbal Colón consideró "la más hermosa que ojos humanos hayan visto jamás". Dios me concede seguir las huellas de quien vino como mensajero de la verdad y la esperanza –como decía el lema de su Visita pastoral–, porque fue servidor del Evangelio de Cristo. Este Evangelio, como él mismo precisó en su Homilía en La Habana, no es "en absoluto una ideología o un sistema económico o político nuevo, sino un camino de paz, justicia y libertad verdaderas" (25 de enero 1998, n. 3).

Al encontrar a la comunidad de la Escuela Latinoamericana de Medicina, me viene a la mente la atención que el Santo Padre dedicó al mundo del dolor en el Santuario de San Lázaro. Con las palabras que pronunció en aquella ocasión, los saludo hoy a todos Ustedes, "que con competencia y dedicación utilizan los recursos de la ciencia para aliviar el sufrimiento y el dolor. La Iglesia estima su labor pues, animada por el espíritu de servicio y solidaridad con el prójimo, recuerda la obra de Jesús que ‘curaba a los enfermos’ (Mt 8, 16). Conozco –continuó diciendo en esa misma circunstancia el venerado Pontífice– los grandes esfuerzos que se hacen en Cuba en el campo de la salud, a pesar de las limitaciones económicas que sufre el País" (24 de enero 1998, n.1). También yo quiero sumarme hoy a esos mismos sentimientos y expresar mi agradecimiento a la noble Nación cubana por este continuado esfuerzo académico, que permite a estudiantes de toda América Latina formarse en un campo tan fundamental para el desarrollo de los pueblos como es el de la salud.

Me dirijo ante todo a los estudiantes que frecuentan las aulas de esta prestigiosa entidad universitaria. Vuestra presencia me hace revivir gratísimos recuerdos personales. No puedo olvidar los años que dediqué a la enseñanza del Derecho público eclesiástico, de 1978 a 1991, ni los rostros de tantos jóvenes estudiantes que he tenido la oportunidad de encontrar en ambientes educativos y que, con el pasar del tiempo, han asumido relevantes responsabilidades en la vida social y eclesial. La formación adquirida en sus años de estudio e investigación los ha capacitado para ofrecer un cualificado servicio a pueblos de todo el mundo.

Hoy, gracias a la amable invitación de las autoridades académicas, vuelvo a estar entre jóvenes estudiantes que se preparan en esta Escuela Universitaria para servir a sus semejantes. Veo en este encuentro la realización de un deseo expresado por Juan Pablo II en la Universidad de La Habana: "La Iglesia y las instituciones culturales de la Nación deben encontrarse en el diálogo, y cooperar así al desarrollo de la cultura cubana. Ambas tienen un camino y una finalidad común: servir al hombre, cultivar todas las dimensiones de su espíritu y fecundar desde dentro todas sus relaciones comunitarias y sociales" (23.1.1998, n.6).

Distinguidos Señores, permítanme que hoy, como parte de este diálogo, les presente algunos aspectos del pensamiento de la Iglesia sobre la universidad y sobre la dimensión humanitaria de la medicina.

Es bien sabido que la Iglesia entiende la Universidad como una comunidad comprometida en la búsqueda de la verdad y en el servicio a los hombres y a sus derechos fundamentales. La centralidad de la persona y su dignidad inviolable reclaman de la Universidad una propuesta pedagógica integral. Esta perspectiva no debe quedar desatendida aunque el contexto contemporáneo parezca otorgar primacía absoluta a la técnica experimental, olvidando de este modo que toda ciencia debe defender siempre al hombre y promover su búsqueda del bien auténtico. "Conceder más valor al ‘hacer’ que al ‘ser’, ha dicho el Papa Benedicto XVI, no ayuda a restablecer el equilibrio fundamental que toda persona necesita para dar a su existencia un sólido fundamento y una finalidad válida. En efecto, todo hombre está llamado a dar sentido a su obrar sobre todo cuando se sitúa en el horizonte de un descubrimiento científico que va contra la esencia misma de la vida personal" (Discurso en la Pontificia Universidad Lateranense con motivo de la inauguración de año académico. 21.10.2006). Dejarse llevar por el gusto del descubrimiento sin salvaguardar los criterios que derivan de una visión más profunda induce a una engañosa ilusión que puede tener consecuencias desastrosas para nuestra vida y la de los demás.

Ustedes, queridos jóvenes, no sólo son estudiantes de medicina; son personas que se interrogan sobre el sentido de su existencia y de sus actos; también sobre el sentido de estos años de estudio y de esa ciencia adquirida, que en el futuro podrán usar para el bien o –Dios no lo quiera– en perjuicio de sus hermanos.

La dimensión integral de la formación universitaria y la búsqueda de la verdad se ve favorecida por el diálogo abierto entre las diversas disciplinas universitarias. Por eso, la necesaria especialización de los estudios superiores no debería fragmentar el saber, ni empobrecer otras vertientes de la formación intelectual, humana y religiosa. La apertura de la razón a todas sus dimensiones y a la fe, quedando a salvo siempre la debida especialización que requiere todo estudio universitario serio, aunque pueda ser facilitada por la organización universitaria misma, es tarea de cada profesor y estudiante. En este sentido, valoro los esfuerzos que se hacen con el fin de que los estudiantes tengan espacios para participar en las actividades pastorales, litúrgicas y catequéticas que la Iglesia católica y las demás Confesiones cristianas ofrecen en todo el País. De hecho, la mayor parte de sus estudiantes son católicos. Animo a los alumnos a integrarse en los diversos grupos de oración, en los grupos "pro-vida", con el fin de ayudar a las jóvenes que se encuentran en dificultad y piensan erróneamente en la solución del aborto cuando quedan embarazadas, así como a ser audaces testigos del Evangelio en medio de este ambiente educativo.

Como Ustedes bien saben, el estar lejos del propio país y de la familia provoca una sensación de soledad y desarraigo que puede ser muy dañina. En efecto, esto induce a veces a perder los propios valores y caer en una deriva existencial. Por eso es de suma importancia no olvidar los mandamientos de Dios ni las enseñanzas de la Iglesia. De este modo, mantendrán mejor una fuerza espiritual positiva, que les permitirá también ayudar a los demás. Para los que son católicos, un buen numero de Ustedes, he de añadir, además, la gracia inestimable que se recibe en el encuentro con la misericordia de Dios, especialmente mediante el Sacramento de la Penitencia.

La formación religiosa les facilitará madurar como personas y como médicos, sin que esto comporte detrimento alguno para su formación académica. De este modo, los años pasados en Cuba les servirán, no sólo para ser profesionales competentes, sino también para afianzar la amistad con Cristo, al que han conocido desde niños en sus familias y países de origen. Estos espacios de vida cristiana en la universidad son expresión del derecho inalienable a la libertad religiosa que toda persona tiene y que les invito a seguir cultivando (Cf. JUAN PABLO II, A los miembros de la Conferencia Episcopal Cubana recibidos en el Arzobispado de La Habana, 25.1.1988, n. 3).

Queridos estudiantes, en cuanto personas jóvenes, Ustedes están viviendo ese momento importante de la vida en el que someten a crítica las múltiples propuestas que se encuentran en el camino y escrutan las convicciones y pautas que orientan la vida. La libertad que les permite optar por la verdad, por el bien, por la justicia y, en definitiva, por la persona de Jesucristo, debe ser conquistada una y otra vez (Cf. BENEDICTO XVI, Encuentro con el mundo de la cultura en la Universidad de Ratisbona. 12.9.2006). No olviden que Cristo nunca los apartará de todo aquello que contribuya a su bien y los haga progresar en un conocimiento que los dignifique auténticamente. Antes bien, los impulsará a buscar las correctas relaciones entre teoría y praxis, es decir, entre conocimiento y acción. En nuestros días, sin embargo, el hombre corre el peligro de rendirse ante la cuestión de la verdad. Y eso conlleva que la razón, al final, se doblega ante la presión de los intereses y ante el atractivo de la utilidad, como si fuera ésta el criterio último. Para evitar este riesgo, el Papa trasmitía recientemente a la Universidad un mensaje en el que invitaba "a la razón a buscar la verdad, a buscar el bien, a buscar a Dios; y, en este camino, estimularla a descubrir las útiles luces que han surgido a lo largo de la historia de la fe cristiana y a percibir así a Jesucristo como la Luz que ilumina la historia y ayuda a encontrar el camino hacia el futuro" (Alocución preparada para la Universidad "La Sapienza" de Roma. 17.1.2008).

Quisiera concretar esta alta visión de la Universidad con relación a las aspiraciones de Ustedes como estudiantes de Medicina. Para ello, me remonto nuevamente a la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba y a aquella pregunta fundamental que Su Santidad planteó a los jóvenes reunidos en Camagüey, tomada de un versículo del Salmo 119: "¿Cómo podrá el joven llevar una vida limpia? ¡Viviendo de acuerdo con tu palabra!" (Homilía en la Eucaristía celebrada en la plaza Ignacio Agramonte. Camagüey. 23.1.1998, n.3).

El recordado Pontífice constataba que, por desgracia, muchos jóvenes caen fácilmente en un relativismo moral, víctimas de esquemas culturales vacíos de sentido o de ideologías que no ofrecen normas morales altas y precisas. Este relativismo moral sólo genera "egoísmo, división, marginación, discriminación, miedo y desconfianza hacia los otros" (Ibíd).

En el actual ambiente cultural e intelectual del relativismo, que consiste en no reconocer nada como definitivo y afirmar que no hay verdades o valores absolutos en materia moral, ¿dónde podrá un joven –cualquier joven, creyente o no en Jesucristo– encontrar verdades y valores perdurables? En la ley moral natural.

Esta ley muestra al hombre el camino que debe seguir para practicar el bien y alcanzar su fin y le indica los preceptos primeros y esenciales que rigen la vida moral. Se llama natural "no por referencia a la naturaleza de los seres irracionales, sino porque la razón que la proclama pertenece propiamente a la naturaleza humana" (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1955).

Su Santidad Benedicto XVI atribuye a esta doctrina una gran relevancia para el buen funcionamiento de la vida en sociedad, pues sobre la base de la ley natural, que puede ser descubierta por todos los hombres, es posible "entablar el diálogo de los creyentes con todos los hombres de buena voluntad y, más en general, con la sociedad civil y secular" (A la sesión plenaria de la Comisión Teológica Internacional. 5.10.2007). Esa ley señala el valor sagrado de la vida humana, desde su inicio hasta su término natural, y afirma el derecho de cada ser humano a que se respete totalmente este bien primario suyo. En el reconocimiento de este derecho se fundamenta la convivencia humana y la misma comunidad política (Cf. Evangelium vitae n. 2). Esa ley moral natural nos dice igualmente que "no todo lo que es científicamente factible es también éticamente lícito"; nos recuerda asimismo que el hombre no puede ser reducido a material biológico, que es "alguien" y no "algo" (BENEDICTO XVI, A los participantes en la Sesión plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe. 31.1.2008). "La técnica –enseña también el Papa Benedicto XVI–, cuando reduce al ser humano a objeto de experimentación, acaba por abandonar al débil al arbitrio del más fuerte. Fiarse ciegamente de la técnica como única garante de progreso, sin ofrecer al mismo tiempo un código ético que hunda sus raíces en la misma realidad que se estudia y desarrolla, equivaldría a hacer violencia a la naturaleza humana, con consecuencias devastadoras para todos" (A los participantes en el Congreso Internacional sobre la Ley Moral Natural organizado por la Pontificia Universidad Lateranense. 12.2.2007).

Esa ley puede ser conocida mejor por una conciencia educada y dispuesta para abrirse al bien y a la verdad. De ahí la importancia de la educación. Por el contrario, como dice el Papa, "si falta una formación continua y cualificada, resulta aún más problemática la capacidad de juicio en los problemas planteados por la biomedicina en materia de sexualidad, de vida naciente, de procreación, así como en el modo de tratar y curar a los enfermos y de atender a las clases débiles de la sociedad" (A los participantes en la Asamblea General de la Pontificia Academia de la Vida. 24.2.2007). Les invito, por tanto, a que se dejen interpelar por los criterios morales que conciernen a estos temas y elaboren un juicio recto de ellos en su conciencia.

Ustedes, conscientes de la grandeza y alcance de esta noble ciencia de la medicina, no ignoran que el servicio que prestan a la sociedad es un testimonio vital y elocuente de la trascendencia y valor de la persona humana. La solidaridad que Ustedes practican por profesión les ofrece una oportunidad, formidable y concreta a la vez, de reconocer en cada contacto con el paciente su dignidad humana y la posibilidad de crear una sociedad cada vez más justa y equitativa.

Hoy día aparece como un ideal dominante la adquisición de la felicidad permanente, entendida como exaltación del bienestar material y supresión del sufrimiento. El ejercicio de su profesión les permite, sin duda, comprender con mayor profundidad el dolor y el sufrimiento, que no son incompatibles con la dignidad de la persona humana. Les exhorto a que en su trato con los enfermos no sólo descubran los dolores físicos, sino además esos dolores espirituales que, con tacto y afecto, podrán también aliviar.

Aprendan, queridos jóvenes, a asistir al enfermo en esos momentos de crisis que la enfermedad conlleva inevitablemente. A Ustedes les corresponderá la gracia y el honor de acompañar con solicitud y amor a nuestros hermanos dolientes y afligidos. Estoy seguro que lo harán con todo esmero, con una gran rectitud de corazón y con una caridad que en ocasiones llegue hasta el heroísmo.

En esto les servirá de estímulo y ejemplo el modo en que Cristo amaba a los enfermos, recordándoles que los seres humanos precisan siempre algo más que una mera atención técnicamente correcta. Necesitan humanidad y trato cordial. Cuantos trabajan en las instituciones sanitarias, por tanto, están llamados a distinguirse por no limitarse a realizar con destreza lo más conveniente en cada momento, sino por su dedicación al otro con una atención que sale del corazón, para que el otro experimente su riqueza de humanidad. Por eso, se requiere, además de la preparación profesional, una "formación del corazón" (Cf. Deus Caritas est, n. 31).

El Papa Benedicto XVI, profundamente convencido de que la caridad de Cristo crea "humanidad" en los corazones, transmitió con vigor a los jóvenes esta persuasión al inicio de su pontificado, subrayando que el cristianismo no destruye nada de lo que hace la vida libre, bella y grande, sino que lleva lo verdaderamente humano a su plenitud. Y nada hay más humano que el amor. "Hoy –dijo en aquella ocasión–, yo quisiera, con gran fuerza y gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo" (Homilía en la Misa de inauguración del ministerio petrino como Obispo de Roma. 24.4.2005).

Al concluir este encuentro con todos Ustedes, deseo que estas sencillas reflexiones les sirvan para su vida, a la vez que "los aliento a seguir trabajando juntos, animados por los principios morales más elevados para que el conocido dinamismo que distingue a este pueblo produzca abundantes frutos de bienestar y prosperidad en beneficio de todos" (JUAN PABLO II, Discurso de despedida en el aeropuerto internacional José Martí de La Habana. 25.1.1998).

Dejo estas intenciones en manos de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre con la misma oración que le dirigió Juan Pablo II: "Haz de la nación cubana un hogar de hermanos y hermanas para que este pueblo abra de par en par su mente, su corazón y su vida a Cristo, único Salvador y Redentor" (Homilía en la Misa celebrada en la Plaza Antonio Maceo de Santiago de Cuba. 24.1.1998, n. 6).

Muchas gracias.

[00300-04.01] [Texto original: Español]

TRADUZIONE IN LINGUA ITALIANA

Onorevoli Autorità,

Signori della Giunta direttiva di questa insigne Istituzione,

Stimati Professori,

Cari studenti e studentesse della Scuola Latinoamericana di Medicina,

Signore e Signori, amici tutti.

È un immenso onore trovarmi in questa Illustre Scuola Latinoamericana di Medicina. Contraccambio le attente parole di benvenuto che mi avete rivolto con la mia sincera gratitudine e stima. Ricevete tutti l'affetto di Sua Santità Benedetto XVI, che mi ha incaricato vivamente di trasmettervi la sua vicinanza spirituale e la sua cordiale stima.

Sono passati già dieci anni dal memorabile viaggio del Santo Padre Giovanni Paolo II in questa terra benedetta di Cuba, che Cristoforo Colombo definì «la più bella che occhi umani abbiano mai visto». Dio ci concede di seguire le orme di colui che è venuto come messaggero della verità e della speranza - come diceva il motto della sua visita pastorale -, poiché è stato servitore del Vangelo di Cristo. Questo Vangelo, come egli stesso ha precisato nella sua omelia a La Habana, non è «né un'ideologia né un sistema economico o politico nuovo, ma un cammino di pace, giustizia e libertà autentiche» (25.1.1998, n. 3).

Nell'incontrare la comunità della Scuola Latinoamericana di Medicina, mi torna in mente l'attenzione che il Santo Padre ha rivolto al mondo del dolore nel Santuario di San Lázaro. Con le parole che ha pronunciato in quell'occasione, saluto oggi tutti voi che «con competenza e dedizione utilizzate le risorse della scienza per alleviare le sofferenze e il dolore. La Chiesa stima il vostro operato perché, animato dallo spirito di servizio e di solidarietà verso il prossimo, ricorda l'opera di Gesù che "guarì tutti i malati" (Mt 8, 16). Sono a conoscenza - ha continuato dicendo in quella stessa circostanza il venerato Pontefice - dei grandi sforzi che si compiono a Cuba nel campo della sanità, malgrado le limitazioni economiche a cui il Paese è sottoposto» (24.1.1998, n. 1). Anch'io desidero condividere oggi questi sentimenti ed esprimere il mio ringraziamento alla nobile Nazione cubana per questo costante sforzo accademico, che permette a studenti di tutta l'America Latina di formarsi in un campo così importante per lo sviluppo dei popoli qual è il campo della salute.

Mi rivolgo prima di tutti agli studenti che frequentano le lezioni di questo prestigioso ateneo. La vostra presenza mi fa rivivere gratissimi ricordi personali. Non posso infatti dimenticare gli anni che ho dedicato all'insegnamento del Diritto pubblico ecclesiastico, dal 1978 al 1991, né i volti di tanti giovani studenti che ho avuto l'opportunità di incontrare in ambienti educativi e che, con il passare del tempo, hanno assunto importanti responsabilità nella vita sociale ed ecclesiale. La formazione acquisita nei loro anni di studio e di ricerca li ha resi capaci di offrire un servizio qualificato a popoli di tutto il mondo.

Oggi, grazie al cordiale invito delle autorità accademiche, mi ritrovo nuovamente fra giovani studenti che si preparano in questa Scuola Universitaria a servire i propri simili. Vedo in questo incontro la realizzazione di un desiderio espresso da Giovanni Paolo II nell'Università di La Habana: «La Chiesa e le istituzioni culturali della Nazione devono incontrarsi nel dialogo e contribuire così allo sviluppo della cultura cubana. Entrambe hanno un cammino e una finalità in comune: servire l'uomo, coltivare tutte le dimensioni del suo spirito e rendere feconde tutte le sue relazioni comunitarie e sociali» (23.1.1998, n. 6).

Distinti Signori, permettetemi, come parte di questo dialogo, di presentarvi oggi alcuni aspetti del pensiero della Chiesa sull'università e sulla dimensione umanitaria della medicina.

È ben noto che la Chiesa intende l'Università come una comunità impegnata nella ricerca della verità e nel servizio all'uomo e ai suoi diritti fondamentali. La centralità della persona e la sua dignità inviolabile esigono dall'Università una proposta pedagogica integrale. Questa prospettiva non deve restare disattesa, sebbene il contesto contemporaneo sembri attribuire il primato assoluto alla tecnica sperimentale, dimenticando in tal modo che ogni scienza deve sempre difendere l'uomo e promuovere la sua ricerca del bene autentico. «Sopravvalutare il "fare" oscurando l'"essere" - ha detto Papa Benedetto XVI - non aiuta a ricomporre l'equilibrio fondamentale di cui ognuno ha bisogno per dare alla propria esistenza un solido fondamento e una valida finalità. Ogni uomo, infatti, è chiamato a dare senso al proprio agire soprattutto quando questo si pone nell'orizzonte di una scoperta scientifica che inficia l'essenza stessa della vita personale» (Discorso nella Pontificia Università Lateranense a motivo dell'inaugurazione dell'anno accademico, 21.10.2006). Lasciarsi dominare dal gusto della scoperta senza salvaguardare i criteri che derivano da una visione più profonda induce a un'illusione ingannevole che può avere conseguenze disastrose per la nostra vita e per quella degli altri.

Voi, cari giovani, non siete solo studenti di medicina, ma siete anche persone che s'interrogano sul significato della propria esistenza e dei propri atti; e anche sul significato di questi anni di studio e di questa scienza acquisita, che nel futuro potrete usare per il bene o - che Dio non voglia - a danno dei vostri fratelli.

La dimensione integrale della formazione universitaria e la ricerca della verità sono favorite dal dialogo aperto fra le diverse discipline universitarie. Per questo, la necessaria specializzazione degli studi superiori non dovrebbe frammentare il sapere, né impoverire altri ambiti della formazione intellettuale, umana e religiosa. L'apertura della ragione a tutte le dimensioni e alla fede, rispettando sempre la dovuta specializzazione che ogni studio universitario serio richiede, sebbene possa essere conferita dall'organizzazione universitaria stessa, è compito di ogni professore e di ogni studente. In tal senso, apprezzo gli sforzi che si compiono affinché gli studenti abbiano spazi per partecipare alle attività pastorali, liturgiche e catechetiche offerte dalla Chiesa cattolica e dalle altre Confessioni cristiane in tutto il Paese.. In effetti, la maggior parte degli studenti è cattolica. Li Incoraggio a integrarsi nei diversi gruppi di preghiera, nei gruppi «pro-vita», al fine di aiutare le giovani che si trovano in difficoltà e pensano purtroppo di abortire quando restano incinte, e anche di essere audaci testimoni del Vangelo nell’ ambito educativo.

Come voi sapete bene, lo stare lontani dal proprio Paese e dalla famiglia provoca una sensazione di solitudine e di sradicamento che può nuocere molto. In effetti, induce a volte a perdere i propri valori e a cadere in una deriva esistenziale. Per questo è di somma importanza non dimenticare i comandamenti di Dio e gli insegnamenti della Chiesa. In tal modo, conserverete meglio una forza spirituale positiva, che vi permetterà anche di aiutare gli altri. Per quelli fra voi che sono cattolici, che sono un buon numero di voi, devo aggiungere la grazia inestimabile che si riceve nell'incontro con la misericordia di Dio, soprattutto mediante il Sacramento della Penitenza.

La formazione religiosa vi aiuterà a maturare come persone e come medici, senza che ciò vada a detrimento della vostra formazione accademica. In tal modo, gli anni trascorsi a Cuba vi serviranno, non solo per essere professionisti competenti, ma anche per rafforzare l'amicizia con Cristo, che avete conosciuto fin da bambini nella vostra famiglia e nel vostro Paese d'origine. Gli spazi di vita cristiana nell'università sono espressione del diritto inalienabile alla libertà religiosa che ogni persona ha e che vi invito a continuare a coltivare (cfr Giovanni Paolo II, Ai membri della Conferenza Episcopale Cubana ricevuti nell'Arcivescovado di La Habana, 25.1.1998, n. 3).

Cari studenti, in quanto persone giovani, state vivendo quell'importante momento della vita in cui si esaminano le molteplici proposte che s'incontrano lungo il cammino e si scrutano le convinzioni e i modelli che orientano la vita. Quella libertà che vi permette di operare a favore della verità, del bene, della giustizia e, in definitiva, della persona di Gesù Cristo, deve essere continuamente conquistata (cfr Benedetto XVI, Incontro con il mondo della cultura nell'Università di Ratisbona, 12.0.2006). Non dimenticate che Cristo non vi allontanerà mai da ciò che contribuirà al vostro bene e vi farà progredire in una conoscenza che vi edificherà autenticamente. Egli anzi vi incoraggerà a ricercare i corretti rapporti fra teorie e prassi, ossia, fra conoscenza e azione. Ai nostri giorni, l'uomo corre però il rischio di arrendersi dinanzi alla questione della verità. E ciò fa sì che la ragione, alla fine, si pieghi dinanzi alla pressione degli interessi e all'attrazione dell'utilità, come se fosse questa il criterio ultimo. Per evitare questo rischio, il Papa ha di recente trasmesso all'Università un messaggio in cui invita «la ragione a mettersi alla ricerca del vero, del bene, di Dio e, su questo cammino, sollecitarla a scorgere le utili luci sorte lungo la storia della fede cristiana e a percepire così Gesù Cristo come la Luce che illumina la storia ed aiuta a trovare la via verso il futuro» (Allocuzione preparata per l'Università La Sapienza di Roma, 17.1.2008).

Vorrei concretizzare questa alta visione dell'Università collegandola alle vostre aspirazioni quali studenti di Medicina. A tal fine, ricordo nuovamente la visita di Papa Giovanni Paolo II a Cuba e la domanda fondamentale che Sua Santità ha posto ai giovani riuniti a Camagüey, tratta da un verso del salmo 119: «Come potrà un giovane tenere pura la sua vita? Custodendo le tue parole» (Omelia nell'Eucaristia celebrata nella Plaza Ignacio Agromonte, Camagüey, 23.1.1998, n. 3).

L'indimenticato Pontefice osservava che, purtroppo, molti giovani cedono facilmente al relativismo morale, vittime di schemi culturali privi di senso o di ideologie che non offrono norme morali alte e precise. Questo relativismo morale genera solo «egoismo, divisione, emarginazione, discriminazione, timore e sfiducia nei confronti degli altri» (Ibidem).

Nell'attuale contesto culturale e intellettuale del relativismo, che consiste nel non riconoscere nulla come definitivo e nell'affermare che non esistono verità o valori assoluti in materia morale, dove potrà un giovane - qualsiasi giovane, credente o non credente in Gesù Cristo - trovare verità e valori duraturi? Nella legge morale.

Questa legge mostra all'uomo il cammino che deve seguire per praticare il bene e raggiungere il suo fine e gli indica i precetti principali ed essenziali che reggono la vita morale. Si chiama naturale «non in rapporto alla natura degli esseri irrazionali, ma perché la ragione che la promulga è propria della natura umana» (Catechismo della Chiesa Cattolica, n. 1955).

Sua Santità Benedetto XVI attribuisce a questa dottrina una grande importanza per il buon funzionamento della vita sociale, poiché sulla base della legge naturale, che può essere scoperta da tutti gli uomini, è possibile per i credenti «entrare in dialogo con tutti gli uomini di buona volontà, e più in generale, con la società civile e secolare» (Alla sessione plenaria della Commissione Teologica Internazionale, 5.10.2007). Questa legge segnala il valore sacro della vita umana, dal suo inizio fino al suo termine naturale, e afferma il diritto di ogni essere umano a vedere rispettato questo suo bene essenziale. Il riconoscimento di questo diritto è alla base della convivenza umana e della stessa comunità politica (cfr Evangelium vitae, n, 2). La legge morale naturale ci dice anche che «non tutto ciò che è scientificamente fattibile è anche eticamente lecito»; ci ricorda altresì che l'uomo non può essere ridotto a materiale biologico, che è «qualcuno» e non «qualcosa» (Benedetto XVI, Ai partecipanti alla Sessione plenaria della Congregazione per la Dottrina della Fede, 31.1.2008). «La tecnica - insegna anche Papa Benedetto XVI -, quando riduce l'essere umano ad oggetto di sperimentazione, finisce per 'abbandonare il soggetto debole all'arbitrio del più forte. Affidarsi ciecamente alla tecnica come all'unica garante del progresso, senza offrire nello stesso tempo un codice etico che affondi le sue radici in quella stessa realtà che viene studiata e sviluppata, equivarrebbe a fare violenza sulla natura umana con conseguenze devastanti per tutti» (Ai partecipanti al Congresso Internazionale sulla Legge Morale Naturale promosso dalla Pontificia Università Lateranense, 12.2.2007).

Questa legge può essere conosciuta meglio da una coscienza educata e disposta ad aprirsi al bene e alla verità. Da qui l'importanza dell'educazione. Al contrario, come dice il Papa, «in mancanza di una formazione continua e qualificata, diventa ancora più problematica la capacità di giudizio nei problemi posti dalla biomedicina in materia di sessualità, di vita nascente, di procreazione, come anche nel modo di trattare e curare i pazienti e le fasce deboli della società» (Ai partecipanti all'Assemblea Generale della Pontificia Accademia per la Vita, 24.2.2007). Vi invito, pertanto, a lasciarvi interpellare dai criteri morali che concernono questi temi e a elaborare un giudizio retto su di essi nella vostra coscienza.

Consapevoli della grandezza e della portata della nobile scienza della medicina, non dovete ignorare che il servizio che prestate alla società è una testimonianza vitale ed eloquente della trascendenza e del valore della persona umana. La solidarietà che praticate per professione vi offre un'opportunità formidabile e insieme concreta di riconoscere in ogni contatto con il paziente la sua dignità umana e la possibilità di creare una società sempre più giusta ed equa.

Oggigiorno appare quale ideale dominante l'acquisizione di una felicità permanente, intesa come esaltazione del benessere materiale e soppressione della sofferenza. L'esercizio della vostra professione vi permette, senza dubbio, di comprendere con maggiore profondità il dolore e la sofferenza, che non sono incompatibili con la dignità della persona umana. Vi esorto affinché, nei vostri contatti con i malati, non solo scopriate i dolori fisici, ma anche quella sofferenza spirituale che, con tatto e affetto potrete alleviare.

Imparerete, cari giovani, ad assistere il malato in quei momenti di crisi che la malattia inevitabilmente comporta. A voi compete la grazia e l'onore di accompagnare con sollecitudine e con amore i nostri fratelli sofferenti e afflitti. Sono sicuro che lo facciate con accuratezza, con grande rettitudine di cuore e con una carità che a volte giunge fino all'eroismo.

Nel farlo vi serva da sprone e da esempio il modo icon cui Cristo amava i malati, tenendo presente che gli esseri umani hanno sempre bisogno di qualcosa di più di una mera attenzione tecnicamente corretta. Hanno bisogno di essere trattati con umanità e cordialità. Quanti lavorano negli organismi sanitari sono quindi chiamati a distinguersi per il fatto di non limitarsi a realizzare con competenza ciò che è opportuno in ogni momento, ma per la loro dedizione verso l'altro con un'attenzione che proviene dal cuore, affinché l'altro sperimenti la loro ricchezza in umanità. Per questo è necessaria, oltre alla preparazione professionale, una «formazione del cuore» (cfr Deus Caritas est, n. 31).

Papa Benedetto XVI, profondamente convinto che la carità di Cristo crei «umanità» nei cuori, ha trasmesso con vigore ai giovani questa convinzione all'inizio del suo Pontificato, sottolineando che il cristianesimo non distrugge nulla di ciò che rende la vita libera, bella e grande, bensì porta ciò che è veramente umano alla sua pienezza. E non vi è nulla di più umano dell'amore. «Oggi, ha detto in quella occasione - io vorrei, con grande forza e grande convinzione, a partire dall'esperienza di una lunga vita personale, dire a voi, cari giovani: non abbiate paura di Cristo! Egli non toglie nulla, e dona tutto» (Omelia nella Messa per l'inizio del Ministero Petrino del Vescovo di Roma, 24.4.2005).

Nel concludere questo incontro con tutti voi, auspico che queste semplici riflessioni vi servano per la vostra vita e nel contempo «vi incoraggio a continuare a lavorare insieme, animati dai principi morali più alti, affinché il noto dinamismo che contraddistingue questo nobile popolo produca abbondanti frutti di benessere e di prosperità spirituale e materiale a beneficio di tutti» (Giovanni Paolo II, Discorso di Congedo nell'aeroporto internazionale José Martí di La Habana, 25.1.1998).

Lascio queste intenzioni nelle mani di Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, con la stessa preghiera che Le ha rivolto Giovanni Paolo II: «Fai della nazione cubana una famiglia di fratelli e di sorelle affinché questo popolo spalanchi la sua mente, il suo cuore e la sua vita a Cristo, unico Salvatore e Redentore» (Omelia nella Messa celebrata in Plaza Antonio Maceo di Santiago de Cuba, 24.1,1998, n. 6).

Grazie.

[00300-01.01] [Testo originale: Spagnolo]

[B0134-XX.01]