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SANTA MESSA PRESIEDUTA DAL CARDINALE SEGRETARIO DI STATO TARCISIO BERTONE NELLA CATTEDRALE DE LA HABANA (CUBA), 22.02.2008


SANTA MESSA PRESIEDUTA DAL CARDINALE SEGRETARIO DI STATO TARCISIO BERTONE NELLA CATTEDRALE DE LA HABANA (CUBA)

OMELIA DEL CARDINALE TARCISIO BERTONE

TRADUZIONE IN LINGUA ITALIANA

Pubblichiamo di seguito l’omelia che il Cardinale Segretario di Stato Tarcisio Bertone ha pronunciato ieri sera nel corso della Celebrazione Eucaristica da lui presieduta nella Cattedrale de La Habana:

OMELIA DEL CARDINALE TARCISIO BERTONE

Señor Cardenal,

Queridos Hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,

Queridos Religiosos y Religiosas,

Honorables Autoridades,

Representantes del Cuerpo Diplomático,

Hermanas y Hermanos en el Señor.

Hoy celebramos de forma anticipada la fiesta de la Cátedra del Apóstol San Pedro y lo hacemos en una circunstancia ciertamente singular, pues recordamos el décimo aniversario de la visita que el amado Siervo de Dios, el Papa Juan Pablo II, realizara a Cuba. Él vino como

mensajero de la verdad y la esperanzacumpliendo así la misión que el Señor le había confiado: ser Pastor de la Iglesia universal.

En la primera lectura, tomada del libro del profeta Ezequiel, hemos escuchado cómo el Señor en persona se preocupa de guiar a su grey, haciendo volver al redil a las ovejas descarriadas, curando a las enfermas, guardando a las gordas y fuertes y apacentando a todas como es debido (cf. Ez 34, 11-16). Éste es el proyecto que Él tiene para toda la humanidad. En efecto, todas las naciones de la tierra han sido llamadas por Dios para formar un solo pueblo que se deje conducir por Él, como el rebaño por el Pastor. A la Iglesia se le ha encomendado esta tarea, para lo cual no se apoya en seguridades humanas o materiales, sino en la gracia divina, pues su quehacer consiste en conducir a los hombres y mujeres del mundo a Cristo, para que haya un solo rebaño y un solo Pastor.

El pasaje evangélico que hoy se ha proclamado nos describe el origen de esta misión y también cómo ha de ser llevada a término. Siempre nos impresionan las palabras con las que el apóstol Pedro profesa su fe: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo" (Mt16,16). Ante esta confesión del Príncipe de los Apóstoles, Cristo responde con una afirmación que resuena fuertemente en nuestra alma: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16,18). Con estas palabras, Jesús revela a Pedro la tarea que le confía, es decir, la de ser el fundamento que dará consistencia a todo el edificio espiritual de la Iglesia. Las tres metáforas a las que Cristo recurre para ello son muy claras en sí mismas: Pedro será el cimiento firme sobre el que se apoyará la construcción de la Iglesia; tendrá las llaves del Reino de los cielos y, por último, podrá atar o desatar, en el sentido de admitir o rehusar aquello que crea necesario para la vida de la Iglesia que, sin embargo, es y seguirá siendo siempre del Señor.

El ministerio eclesial confiado a Pedro y a sus Sucesores es garantía de la unidad de la Iglesia, de la integridad del depósito de la fe y principio de comunión de todos los miembros del pueblo de Dios. Por consiguiente, la cátedra de Pedro, que hoy celebramos, no se apoya en fuerzas humanas, en "la carne y la sangre", sino en Cristo, piedra angular. También nosotros, como Simón, nos sentimos felices porque sabemos que nuestra gloria no está en nosotros mismos, sino en el designio eterno y providente de Dios, que envió a su Hijo, el Buen Pastor, para apacentar el rebaño y congregar a los hijos de Dios dispersos, ofreciéndose a sí mismo en el altar de la cruz como Cordero humilde y víctima expiatoria.

Este modelo de Pastor, que los Apóstoles aprendieron a conocer e imitar estando con Jesús, queda reflejado en la segunda lectura, en la que Pedro se define como "testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que va a manifestarse" (1 Pe 1,5). Son palabras que incluso en su estructura esencial evocan el misterio pascual que ilumina nuestros corazones, especialmente en estos días cuaresmales. Pedro ha sido modelado como Pastor por Jesús, Buen Pastor, y por el dinamismo de su Pascua. Pedro escribió estas palabras ya anciano, sabiendo que se encaminaba hacia el ocaso de su vida, que terminó finalmente con el martirio. En esos momentos fue capaz de describir la verdadera alegría y de dónde procede: su fuente es Cristo, confesado y amado con nuestra fe débil pero sincera. Por este motivo pudo escribir a los cristianos de su comunidad y decirnos también a nosotros: "No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él, y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzado así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación" (1 Pe 1,8-9).

La Iglesia está fundada sobre la base firme de Pedro y su testimonio del mensaje de Cristo. La "cátedra" de Pedro es precisamente el símbolo de su misión, del lugar que ocupa y del papel que desempeña en el pueblo de Dios. A sus Sucesores corresponde transmitir y enseñar la verdad del Evangelio, vigilar por su integridad y pureza, así como proclamarla de manera auténtica. De este modo, los fieles tienen la seguridad de no desviarse del camino de salvación abierto por el Señor y estar en la verdadera senda que conduce a la plenitud del Reino de Dios.

Queridos hermanos y hermanas, el relato evangélico de hoy nos muestra el origen divino de la Iglesia y cómo ésta es esencialmente una comunidad de fe. A la profesión de fe del Príncipe de los Apóstoles, Jesús responde asegurando que el poder del infierno no derrotará a la Iglesia (cf. Mt 16,18). Ella nace, por tanto, de la voluntad de Dios y se mantiene viva y activa en el mundo gracias a su Espíritu. Esta verdad une a los católicos del mundo entero y alienta a todos los bautizados para que sean parte activa de esta gran familia, que tiene como fin vivir ella misma con gozo la gracia de haber encontrado al Señor y anunciar su Evangelio de salvación. Colocada como llama en el corazón de la humanidad, como levadura y sal entre los hombres de cualquier raza y cultura, la Iglesia pide ser reconocida y respetada en su misión, sin ánimo de imponer, sino de proponer el Evangelio a cuantos encuentra en su camino.

El mensaje de salvación que la Iglesia brinda hoy a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, mensaje de justicia y de paz, de verdad y libertad, de fraternidad y amor, es el mismo que viene anunciando a la humanidad desde que comenzó a dar sus primeros pasos, hace más de dos mil años, y que ha sido confirmado además con el testimonio de los mártires y de los santos.

Con la proclamación del Evangelio de Cristo, la Iglesia ha dado una gran aportación a este continente, y en particular a Cuba, alentando el respeto de la vida humana desde su concepción a su término natural, tutelando el valor de la familia fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer, defendiendo la libertad de conciencia y la libertad religiosa y promoviendo la inviolable dignidad de la persona humana. A lo largo de los siglos, esta verdad del Evangelio ha guiado los pasos de muchos cristianos en su tarea de ser sembradores de justicia y de paz. Más aún, los principios de libertad, igualdad y fraternidad, que en los últimos siglos se han afianzado fuertemente en la conciencia de los pueblos, tienen un cimiento sólido en el Evangelio y un desarrollo creciente en el pensamiento y en la conducta de los creyentes en Cristo. A este respecto, conviene recordar cómo ya en el siglo cuarto, San Agustín fue testigo de que la Palabra de Cristo era la respuesta al anhelo de libertad que hay en el corazón de cada hombre. San Francisco, el pobrecillo de Asís, se convirtió en el siglo trece en promotor infatigable de la fraternidad que brota del Evangelio y del amor de Cristo por los pobres. De la verdad evangélica que hace libres y del amor de Dios que convierte a todos los hombres en hermanos han sido testigos los miles y miles de hombres y mujeres que, a través de los siglos, han dedicado su vida por completo al servicio del necesitado, a la educación de la juventud, a la asistencia de los enfermos y encarcelados, dando así origen a iniciativas y obras de misericordia corporales y espirituales, movidos sólo por el amor a Dios y al prójimo.

Numerosos Institutos Religiosos y muchas otras personas se han dedicado con abnegación, y lo siguen haciendo, al servicio de los pobres, también aquí en Cuba. Es incalculable el bien que han hecho y hacen en esta hermosa Isla las religiosas y religiosos dedicados a cuidar a los ancianos, a los enfermos y a los menesterosos. Precisamente este año se espera la elevación a los altares del primer Beato cubano, el Padre Olallo Valdés. Este insigne hijo de su tierra, nacido en La Habana, fue abandonado en la casa de Beneficencia de esta ciudad y criado y educado por las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Siendo joven ingresó en la Orden de los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios y en ella se consagró durante más de cincuenta años a una hermosa labor asistencial en Camagüey, atendiendo a los leprosos y a los desvalidos, a los abandonados y despreciados por la sociedad.

Tampoco hemos de olvidar a tantas Congregaciones Religiosas que, sobre todo durante el siglo veinte, llevaron a cabo en Cuba una extraordinaria y hermosa labor educativa en centros de enseñanza y en humildes escuelas parroquiales, en talleres de aprendizaje y en hogares para niños y niñas sin amparo familiar. Muchos de Ustedes recuerdan esto con amor y gratitud.

La Iglesia, al cumplir esta misión de educar, responde a la instrucción de Cristo a sus discípulos para que se ocuparan de los pequeños, porque de ellos es el Reino de los cielos (cf. Mt 18,1-5; 19,13-15). Fieles a este encargo del Señor, en 1728, los Dominicos fundaron la Universidad Pontificia de San Jerónimo de La Habana, donde se formaron en filosofía, derecho, teología y otras disciplinas varias generaciones de cubanos ilustres. Con ese mismo espíritu, poco después, el Obispo Pedro Miguel Morell de Santa Cruz, en su visita pastoral a Cuba, creó escuelas en cada uno de los caseríos y poblados que visitaba. Y cabe destacar sobre todo el Colegio Seminario de San Carlos y San Ambrosio, en cuyas aulas enseñaron el Siervo de Dios, Padre Félix Varela, y el Padre José Agustín Caballero, y donde estudiaron los forjadores de la cultura cubana y, propiamente hablando, del pensamiento nacional cubano.

Queridos hermanos y hermanas, demos gracias a Dios porque la realidad de la Iglesia en Cuba a través de los siglos ha sido una presencia beneficiosa, marcada por una intensa acción educativa, de promoción humana y de respeto a la vida de toda persona. Ella, fiel a las enseñanzas de Cristo, aspira a estar cada vez más presente y activa en medio de la sociedad con las modalidades propias del mundo actual, llevando a cabo al mismo tiempo su apremiante misión de enseñar, sanar, asistir al pobre y promover la dignidad de todos los seres humanos en su dignidad, ya sean marginados, desplazados o encarcelados. En este sentido, quiero recordar con gozo el trabajo que "Caritas" cubana está realizando en favor de los ancianos, y sus esfuerzos por llegar hasta sus hogares y atenderlos, así como su afán por ayudar a las personas enfermas, solas o necesitadas. Todo ello es posible gracias a la cooperación de muchos voluntarios que, en los diez años desde que el Papa visitara Cuba, han ido creciendo en número, en generosidad y en compromiso solidario. La caridad cristiana y eclesial tiene también en Cuba algunas manifestaciones en la educación de niños y jóvenes con dificultades escolares, y se abriga la esperanza de que se pueda ensanchar sin reservas este importante campo de su misión.

A la vez que me alegro al ver todo este fervor pastoral y misionero, saludo con cordialidad y gratitud al Señor Cardenal Arzobispo de La Habana, que ha tenido la amabilidad de invitarme a presidir esta solemne Eucaristía. Saludo igualmente con afecto al Presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, a los demás Hermanos Obispos, a los Sacerdotes, a los Religiosos y Religiosas, así como a los seglares que colaboran en labores eclesiales, principalmente a los que desempeñan su apostolado con los jóvenes, que son la esperanza y el futuro de la Iglesia. Dirijo asimismo mi saludo a las Autoridades aquí presentes, a los representantes del Cuerpo Diplomático y a las personalidades que hoy nos han querido acompañar.

Tengo el honor y el gozo de transmitir a todos y cada uno de Ustedes la cercanía espiritual de Su Santidad Benedicto XVI, así como su aliento para proseguir en el camino que están recorriendo. El Sucesor de San Pedro sigue con paterna solicitud la vida y la actividad de la Iglesia en esta querida Nación y conoce los anhelos y preocupaciones de todos Ustedes. Así mismo, les asegura un recuerdo en su oración, para que Dios bendiga sus esfuerzos evangelizadores y despierte en sus parroquias muchas y santas vocaciones sacerdotales y religiosas para el servicio del pueblo de Dios.

El campo en el que la Iglesia está presente es muy vasto y son muchos los niños, adolescentes, jóvenes, enfermos, ancianos, personas que tienen sed de Dios y a los que ella se dirige como Madre, proponiéndoles a Cristo como Redentor del hombre y de todo hombre. Su Evangelio es fuente de la que brotan aquellos valores cristianos que son también profundamente humanos y humanizadores. La Iglesia desea poder ampliar sin límites el radio de su acción a otros ámbitos, para contribuir con tesón al bien común del pueblo cubano.

A María Santísima, venerada con mucha devoción por los cubanos bajo la advocación de la Caridad del Cobre, confío las aspiraciones que todos Ustedes llevan en el corazón, queridos hermanos y hermanas. Que Ella les ayude a colmarlas plenamente.

Con estos deseos, que son objeto de nuestras plegarias, nos disponemos a acoger a Jesús, que se va a hacer realmente presente entre nosotros en la Eucaristía. Su presencia nos colmará de

alegría y otorgará sentido y valor a vuestros anhelos de auténtico bien. Amén.

[00264-04.01] [Texto original: Español]

TRADUZIONE IN LINGUA ITALIANA

Signor Cardinale

Cari Fratelli nell'Episcopato e nel Sacerdozio,

Cari Religiosi e Religiose,

Onorevoli Autorità,

Rappresentanti del Corpo Diplomatico,

Fratelli e Sorelle nel Signore.

Oggi celebriamo con anticipo la festa della Cattedra dell'Apostolo San Pietro e lo facciamo in una circostanza certamente singolare, in quanto ricordiamo il decimo anniversario della visita che l'amato Servo di Dio, Papa Giovanni Paolo II, ha realizzato a Cuba. Egli è venuto come messaggero della verità e della speranza, compiendo così la missione che il Signore gli aveva affidato: essere Pastore della Chiesa universale.

Nella prima lettura, presa dal libro del profeta Ezechiele, abbiamo ascoltato come il Signore in persona si preoccupi di guidare il suo gregge, facendo tornare all'ovile le pecore disperse, curando quelle malate, avendo cura di quelle grasse e forti e facendole pascolare tutte con giustizia (cfr Ez 34, 11-16). Questo è il progetto che Egli ha per tutta l'umanità. In effetti, tutte le nazioni della terra sono state chiamate da Dio a formare un solo popolo che si lasci guidare da Lui, come il gregge dal Pastore. Alla Chiesa è stato affidato questo compito, per il quale non si appoggia a sicurezze umane o materiali, ma alla grazia divina, poiché il suo compito consiste nel guidare gli uomini e le donne del mondo a Cristo, affinché vi siano un solo gregge e un solo Pastore.

Il passaggio evangelico proclamato oggi ci descrive l'origine di questa missione e anche come debba essere portata a compimento. Ci colpiscono sempre le parole con cui l'apostolo Pietro professa la sua fede: «Tu sei il Cristo, il Figlio del Dio vivente» (Mt 16, 16). Di fronte a questa confessione del Principe degli Apostoli, Cristo risponde con un'affermazione che risuona fortemente nella nostra anima: «Tu sei Pietro e su questa pietra edificherò la mia Chiesa» (Mt 16, 18). Con queste parole, Gesù rivela a Pietro il compito che gli affida, ossia quello di essere il fondamento che darà consistenza a tutto l'edificio spirituale della Chiesa. Le tre metafore a cui Cristo ricorre a tal fine sono di per sé molto chiare: Pietro sarà il fondamento saldo su cui si baserà la costruzione della Chiesa; avrà le chiavi del Regno dei cieli e, infine, potrà legare e sciogliere, nel senso di ammettere o di rifiutare quello che riterrà necessario per la vita della Chiesa che, tuttavia, è, e continuerà a essere, sempre del Signore.

Il ministero ecclesiale affidato a Pietro e ai suoi Successori è garanzia dell'unità della Chiesa, dell'integrità del deposito della fede e principio di comunione di tutti i membri del popolo di Dio. Di conseguenza, la Cattedra di Pietro, che oggi celebriamo, non poggia su forze umane, su «la carne e lo spirito», ma su Cristo, pietra d'angolo. Anche noi, come Simone, ci sentiamo felici perché sappiamo che la nostra gloria sta non in noi stessi, ma nel disegno eterno e provvidente di Dio, che ha inviato suo Figlio, il Buon Pastore, per pascere il gregge e riunire i figli di Dio dispersi, offrendo se stesso sull'altare della croce come Agnello umile e vittima sacrificale.

Questo modello di Pastore, come gli Apostoli impararono a conoscere e a imitare stando con Gesù, è riflesso nella seconda lettura, nella quale Pietro si definisce «testimone delle sofferenze di Cristo e partecipe della gloria che deve manifestarsi» (1 Pt 5, 1). Sono parole che persino nella loro struttura essenziale evocano il mistero pasquale che illumina i nostri cuori, in particolare in questi giorni quaresimali. Pietro è stato modellato come Pastore da Gesù, Buon Pastore, e dal dinamismo della sua Pasqua. Pietro scrisse queste parole quando era già anziano, sapendo che si incamminava verso il tramonto della sua vita, che terminò infine con il martirio. In quei momenti fu capace di scoprire la vera gioia e da dove proviene: la sua fonte è Cristo, confessato e amato con la nostra fede debole ma sincera. Per questo motivo potè scrivere ai cristiani della sua comunità e dire anche a noi: «voi lo amate, pur senza averlo visto; e ora senza vederlo credete in lui. Perciò esultate di gioia indicibile e gloriosa, mentre conseguite la meta della vostra fede, cioè la salvezza delle anime» (1 Pt 1, 8-9).

La Chiesa è fondata sulla base salda di Pietro e sulla sua testimonianza del messaggio di Cristo. La «Cattedra» di Pietro è precisamente il simbolo della sua missione, del posto che occupa e del ruolo che svolge fra il popolo di Dio. Ai suoi Successori spetta trasmettere e insegnare la verità del Vangelo, vegliare sulla sua integrità e purezza, e anche proclamarla in maniera autentica. In tal modo, i fedeli hanno la sicurezza di non allontanarsi dal cammino della salvezza aperto dal Signore e di essere sul giusto sentiero che conduce alla pienezza del Regno di Dio.

Cari fratelli e sorelle, il racconto evangelico di oggi ci mostra l'origine divina della Chiesa e come questa è essenzialmente una comunità di fede. Alla professione di fede del Principe degli Apostoli, Gesù risponde assicurando che il potere dell'inferno non sconfiggerà la Chiesa (cfr Mt 16, 18). Essa nasce, pertanto, dalla volontà di Dio e si mantiene viva e attiva nel mondo grazie al suo Spirito. Questa verità unisce i cattolici di tutto il mondo e incoraggia tutti i battezzati a essere parte attiva di questa grande famiglia, che ha come fine quello di vivere essa stessa con gioia la grazia di aver incontrato il Signore e di annunciare il suo Vangelo di salvezza. Posta come fiamma luminosa nel cuore dell'umanità, come lievito e sale fra gli uomini di qualsiasi razza e cultura, la Chiesa chiede di essere riconosciuta e rispettata nella sua missione, non avendo alcuna volontà di imporsi, ma di proporre il Vangelo a quanti incontra lungo il suo cammino.

Il messaggio di salvezza che la Chiesa offre oggi agli uomini e alle donne del nostro tempo, messaggio di giustizia e di pace, di verità e di libertà, di fraternità e di amore, è lo stesso che viene annunciato all'umanità da quanto la Chiesa iniziò a compiere i suoi primi passi, più di duemila anni fa, ed è stato confermato anche dalla testimonianza dei martiri e dei santi.

Con la proclamazione del Vangelo di Cristo, la Chiesa ha dato un grande contributo a questo continente, e in particolare a Cuba, incoraggiando il rispetto della vita umana dal suo concepimento fino al suo termine naturale, tutelando il valore della famiglia fondata sul matrimonio di un uomo e una donna, difendendo la libertà di coscienza e la libertà religiosa e promuovendo l'inviolabile dignità della persona umana. Nel corso dei secoli, questa verità del Vangelo ha guidato i passi di molti cristiani nel loro compito di seminatori di giustizia e di pace. Inoltre, i principi di libertà, uguaglianza e fraternità, che negli ultimi secoli si sono rafforzati molto nella coscienza dei popoli, hanno un fondamento solido nel Vangelo e uno sviluppo crescente nel pensiero e nella condotta dei credenti in Cristo. A tale proposito, è opportuno ricordare come già nel quarto secolo, Sant'Agostino fu testimone che la Parola di Cristo era la risposta all'anelito di libertà che vi è nel cuore di ogni uomo. San Francesco, il poverello di Assisi, divenne nel tredicesimo secolo il promotore infaticabile della fraternità che nasce dal Vangelo e dell'amore di Cristo per i poveri. Della verità evangelica che rende liberi e dell'amore di Dio che trasforma tutti gli uomini in fratelli sono stati testimoni le migliaia di uomini e donne che, attraverso i secoli, hanno dedicato la loro vita completamente al servizio dei bisognosi, all'educazione dei giovani, all'assistenza dei malati e dei detenuti, dando così origine a iniziative e opere di misericordia corporali e spirituali, mossi solo dall'amore verso Dio e il prossimo.

Numerosi Istituti religiosi e molte altre persone si sono dedicati con generosità, e continuano a farlo, al servizio dei poveri, anche qui a Cuba. È incalcolabile il bene che hanno fatto e continuano a fare in questa bella Isola le religiose e i religiosi dediti ad assistere gli anziani, i malati e i bisognosi. Proprio quest'anno si attende l'elevazione agli onori degli altari del primo Beato cubano, Padre Olallo Valdés. Questo insigne figlio della sua terra, nato all'Avana, fu abbandonato nella casa di Beneficenza di questa città e allevato ed educato dalle Figlie della Carità di San Vincenzo de' Paoli. Da giovane entrò nell'Ordine Ospedaliero di San Giovanni di Dio e in esso si dedicò per oltre cinquant'anni a una bella opera assistenziale a Camagüey, aiutando i lebbrosi e gli inabili, le persone abbandonate e disprezzate dalla società.

Non dobbiamo neppure dimenticare le tante Congregazioni Religiose che, soprattutto durante il ventesimo secolo, hanno svolto a Cuba una straordinaria e bella opera educativa in centri di insegnamento e in umili scuole parrocchiali, in laboratori tecnici e in case per bambini e bambine senza famiglia. Molti di voi ricordano ciò con amore e gratitudine.

La Chiesa, nel compiere questa missione educativa, risponde al mandato di Cristo ai suoi discepoli di occuparsi dei piccoli, poiché di essi è il Regno dei cieli (cfr Mt 18, 1-5; 19, 13-15). Fedeli a questo mandato del Signore, nel 1728, i Domenicani fondarono la Pontificia Università di San Girolamo, all'Avana, dove si formarono in filosofia, diritto, teologia e altre discipline diverse generazioni di cubani illustri. Con questo stesso spirito, poco dopo, il Vescovo Pedro Miguel Morell de Santa Cruz, nella sua visita pastorale a Cuba, creò scuole in ogni borgo e villaggio che visitava. Bisogna citare in particolare il Collegio Seminario di San Carlo e di Sant'Ambrogio, nelle cui aule insegnarono il Servo di Dio, Padre Félix Varela e Padre José Agustín Caballero, e dove studiarono quanti forgiarono la cultura cubana, e, correttamente parlando, il pensiero nazionale cubano.

Cari fratelli e sorelle, rendiamo grazie a Dio perché la realtà della Chiesa a Cuba attraverso i secoli è stata una presenza benefica, caratterizzata da un'intensa azione educativa, di promozione umana e di rispetto della vita di ogni persona. Essa, fedele agli insegnamenti di Cristo, aspira a essere sempre più presente e attiva in mezzo alla società con le modalità proprie del mondo attuale, portando a termine allo stesso tempo la sua pressante missione di insegnare, di curare, di assistere il povero e di promuovere la dignità di tutti gli esseri umani nella loro dignità, specialmente emarginati, senza dimora o detenuti. In tal senso, desidero ricordare con gioia il lavoro che la «Caritas» cubana sta realizzando a favore degli anziani, e i suoi sforzi per giungere nelle loro case e per assisterli, e anche il suo impegno ad aiutare le persone malate, sole e bisognose. Tutto ciò è possibile grazie alla cooperazione di molti volontari che, in questi dieci anni da quando il Papa ha visitato Cuba, sono cresciuti in numero, generosità e impegno solidale. La carità cristiana ed ecclesiale si esprime altresì a Cuba nell'educazione dei bambini e dei giovani con difficoltà scolastiche, e si nutre la speranza che si possa ampliare senza riserve questo importante campo della sua missione.

Mentre mi rallegro nel vedere tutto questo fervore pastorale e missionario, saluto con cordialità e gratitudine il signor Cardinale Arcivescovo dell'Avana, che è stato così cortese da invitarmi a presiedere questa solenne Eucaristia. Saluto parimenti con affetto il Presidente della Conferenza dei Vescovi Cattolici di Cuba, gli altri Fratelli Vescovi, i Sacerdoti, i religiosi e le Religiose, e anche i laici che collaborano alle attività ecclesiali, soprattutto quelli che svolgono il loro apostolato fra i giovani, che sono la speranza e il futuro della Chiesa. Rivolgo il mio saluto anche alle Autorità qui presenti, ai rappresentanti del Corpo Diplomatico e alle personalità che oggi hanno voluto unirsi a noi.

Ho l'onore e la gioia di trasmettere a tutti e a ognuno di voi la vicinanza spirituale di Sua Santità Benedetto XVI, e il suo incoraggiamento a proseguire nel cammino che state percorrendo. Il Successore di San Pietro segue con paterna sollecitudine la vita e le attività della Chiesa in questa amata Nazione e conosce gli aneliti e le preoccupazioni di tutti voi. Vi assicura pertanto del suo ricordo nella preghiera, affinché Dio benedica i vostri sforzi tesi all’evangelizzazione, e susciti nelle vostre parrocchie numerose e sante vocazioni sacerdotali e religiose per il servizio al popolo di Dio.

Il campo in cui la Chiesa è presente è molto vasto e sono molti i bambini, gli adolescenti, i giovani, i malati, gli anziani, le persone che hanno sete di Dio e ai quali essa si rivolge come Madre, proponendo loro Cristo come redentore dell'uomo e di ogni uomo. Il suo Vangelo è la fonte dalla quale scaturiscono quei valori cristiani che sono anche profondamente umani e umanizzanti. La Chiesa desidera poter ampliare senza limiti il suo raggio di azione in altri ambiti, per contribuire con impegno al bene comune del popolo cubano.

A Maria Santissima, venerata con molta devozione dai cubani con il titolo di Virgen de la Caridad del Cobre, affido le aspirazioni che tutti voi serbate nel cuore, cari fratelli e sorelle. Che Ella vi aiuti a colmarle pienamente!

Con questi auspici, che sono oggetto delle nostre preghiere, ci disponiamo ad accogliere Gesù, che sarà realmente presente fra noi nell'Eucaristia. La sua presenza ci colmerà di gioia e conferirà senso e valore ai nostri aneliti di autentico bene. Amen.

[00264-01.01] [Testo originale: Spagnolo]

[B0108-XX.01]