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VISITA PASTORAL DEL PAPA FRANCISCO
A LA COMUNIDAD DE NOMADELFIA, FUNDADA POR EL PADRE ZENO SALTINI
Y A LA CIUDADELA INTERNACIONAL DEL MOVIMIENTO DE LOS FOCOLARES DE LOPPIANO

ENCUENTRO CON LA COMUNIDAD DEL MOVIMIENTO DE LOS FOCOLARES

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Atrio del Santuario María Theotokos de Loppiano, Florencia
Jueves, 10 de mayo de 2018

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Queridos hermanos obispos,
autoridades y
todos vosotros:

¡Gracias por vuestra bienvenida! Os saludo a todos y a cada uno, y doy las gracias a María Voce por su presentación clara… ¡todo clarísimo! Se ve que tiene las ideas claras.

Estoy muy feliz de estar hoy entre vosotros, aquí en Loppiano, esta pequeña “ciudad” conocida en el mundo porque nació del Evangelio y del Evangelio quiere alimentarse. Y por eso es reconocida como ciudad propia de elección e inspiración por muchos que son discípulos de Jesús, incluso por hermanos y hermanas de otras religiones y convicciones. ¡En Loppiano todos se sienten como en casa!

He querido venir a visitarla porque, como subrayaba su inspiradora, la Sierva de Dios Chiara Lubich, quiere ser una ilustración de la misión de la Iglesia hoy, así como la trazó el Concilio Vaticano II. Y me alegra hablar con vosotros para centrar cada vez más, a la escucha del plan de Dios, el proyecto de Loppiano al servicio de la nueva etapa de testimonio y anuncio del Evangelio de Jesús al que nos llama hoy el Espíritu Santo.

Yo ya conocía las preguntas, se entiende. Y ahora contesto. Las he agregado todas aquí

Pregunta n. 1

Padre Santo, buenos días, acabamos de escuchar a María Voce hablar de una ley de Loppiano: el amor mutuo, el nuevo mandamiento del Evangelio. Y en estos años lo hemos tomado muy en serio y hemos tratado de garantizar que no fuera solo un compromiso privado, sino un compromiso colectivo, de todos. Que Loppiano se fundase en este compromiso de vivir el amor mutuo; tanto es así que, de nuevo en 1980, hace algunos años, cuando éramos un poco más jóvenes, y había tantas personas —y hoy están aquí— Chiara nos propuso hacer un verdadero pacto: es decir, escribir este compromiso y firmarlo. Y lo renovamos todos los días, y se lo proponemos a las personas que vienen, incluso por un solo día, porque solo de esta manera uno se convierte en ciudadano de Loppiano.

Santo Padre, vivir el mandamiento nuevo es el punto de partida de nuestra vida cristiana y, al mismo tiempo, es el punto de llegada: la meta a la que tendemos.

Después del período de la fundación vivido con Chiara, estamos viviendo una nueva fase. Quizás para alguno haya pasado el tiempo del entusiasmo y, sin lugar a dudas es más difícil identificar los caminos que hay que recorrer para encarnar la profecía del comienzo. ¿Cómo vivir, Santo Padre, este período?

Papa Francisco

La primera pregunta me la planteáis vosotros, “pioneros” de Loppiano, que fuisteis los primeros hace más de 50 años, y luego gradualmente en las décadas siguientes, en lanzaros a esta aventura, dejando vuestras tierras, vuestras casas y vuestros puestos de trabajo para venir aquí a pasar vuestra vida y realizar este sueño. Antes de todo, gracias. Gracias por lo que habéis hecho, gracias por vuestra fe en Jesús. Es Él quien ha hecho este milagro y vosotros [habéis puesto] la fe. Y la fe deja que Jesús actúe. Por eso la fe hace milagros, porque deja lugar a Jesús, y Él hace milagros uno detrás de otro. La vida es así.

A vosotros, “pioneros”, y a todos los habitantes de Loppiano, repito espontáneamente las palabras que la Carta a los Hebreos dirige a una comunidad cristiana que vivía una etapa de su camino similar a la vuestra. La Carta a los Hebreos dice: “Traed a la memoria los días pasados, en que después de ser iluminados, hubisteis de soportar un duro y doloroso combate [...]. Pues, [...] os dejasteis despojar con alegría de vuestros bienes, conscientes de que poseíais una riqueza mejor y más duradera. No perdáis vuestra franqueza, —vuestra parresia dice, a la que se reserva una gran recompensa. Solamente necesitáis perseverancia, —hypomoné, es la palabra que utiliza, es decir llevar sobre los hombros el peso de cada día— para cumplir la voluntad de Dios y conseguir así lo prometido” (10, 32-36).

Son dos palabras clave, pero en el marco de la memoria. Esa dimensión “deuteronómica” de la vida: la memoria. Cuando, no digo ya un cristiano, sino un hombre o una mujer cierra la llave de la memoria, empieza a morir. Por favor, memoria. Como dice el autor de la Carta a los Hebreos: “Traed a la memoria los días pasados”. Con este marco de memoria se puede vivir, se puede respirar, se puede salir adelante y dar fruto. Pero si no tienes memoria… Los frutos del árbol son posibles porque el árbol tiene raíces: no es un desenraizado. Pero si no tienes memoria, eres un desenraizado, una desenraizada, no habrá frutos. Memoria: este es el marco de la vida.

Hete aquí dos palabras clave del camino de la comunidad cristiana en todo esto: parresia e hypomoné. Valor, franqueza y soportar, perseverar, llevar el peso de cada día sobre los hombros.

Parresia en el Nuevo Testamento, dice cuál es el estilo de vida de los discípulos de Jesús: el valor y la sinceridad en dar testimonio de la verdad y, al mismo tiempo, la fe en Dios y en su misericordia. También la oración debe hacerse con parresia. Decir a Dios las cosas a la cara, con valor. Acordaos de cómo rezaba nuestro padre Abraham, cuando tuvo el valor de pedir a Dios, de “negociar” sobre el número de justos de Sodoma: “¿Y si fueran treinta?... ¿Y si fueran veinticinco? ¿Y si fueran quince?”. Ese valor de combatir con Dios. Y el valor de Moisés, el gran amigo de Dios, que le dice a la cara: “Si destruyes a este pueblo, me destruyes a mí” .Valor. Combatir con Dios en la oración. Hace falta parresia, parresia en la vida, en la acción, y también en la oración.

La parresia expresa las cualidades fundamentales de la vida cristiana: tener el corazón vuelto a Dios, creer en su amor (cf. 1Jn 4:16), porque su amor ahuyenta cualquier temor falso, cualquier tentación de esconderse en la vida tranquila, en la respetabilidad o incluso en una sutil hipocresía. Todas son polillas que arruinan el alma. Es necesario pedir al Espíritu Santo la franqueza, el valor, la parresia, siempre unidas con el respeto y la ternura, al dar testimonio de las grandes y bellas obras de Dios que él realiza en nosotros y en medio de nosotros. Y también en las relaciones dentro de la comunidad es necesario ser siempre sinceros, abiertos, francos, no miedosos, ni perezosos, ni hipócritas. No, abiertos. No estar aparte para sembrar cizaña, murmurar, sino esforzarse por vivir como discípulos sinceros y valientes en caridad y verdad. Este sembrar cizaña, destruye a la Iglesia, a la comunidad, destruye la propia vida, porque te envenena a ti también. Y los que viven de chismorreo, que van siempre murmurando uno del otro, a mí me gusta decir – yo lo veo así— que son “terroristas” porque hablan mal de los demás; pero hablar mal de alguno para destruirlo es hacer como los terroristas: va con la bomba, la tira, destruye y luego se va tranquilo. No. Abiertos, constructivos, valientes en caridad.

Y luego la otra palabra hypomoné, que podemos traducir como el asumir, el soportar, el permanecer, aprendiendo a habitar las situaciones trabajosas que la vida nos presenta. Con este término, el apóstol Pablo expresa constancia y firmeza en llevar adelante la elección de Dios y de una nueva vida en Cristo. Se trata de mantener firme esta decisión, incluso a costa de las dificultades y las contrariedades, sabiendo que esta constancia, esta firmeza y esta paciencia producen esperanza. Así dice Pablo. Y la esperanza no defrauda, (cf. Rm 5, 3-5).Esto hay que metérselo en la cabeza: ¡La esperanza no defrauda, nunca defrauda! Para el apóstol, el fundamento de la esperanza es el amor de Dios derramado en nuestros corazones con el don del Espíritu, un amor que nos precede y nos hace capaces de vivir con tenacidad, serenidad, positividad, fantasía... e incluso con algo de humorismo, incluso en los momentos más difíciles. Pedid la gracia del humorismo; es la actitud humana que más se acerca a la gracia de Dios, el humorismo. Conocí a un sacerdote, santo, lleno hasta arriba de trabajo –iba de aquí para allá— , pero nunca dejaba de sonreír. Y como tenía este sentido del humor, decían de él: “Este es capaz de reírse de los demás, de reírse de sí mismo y de reírse hasta de su sombra”. Así es el humorismo.

La Carta a los Hebreos nos invita además a “traer a la memoria los días pasados”, es decir, a reavivar en nuestro corazón y en nuestra mente el fuego de la experiencia de la cual todo nació.

Chiara Lubich sintió de Dios el impulso de dar vida a Loppiano — y luego a las otras ciudadelas que han surgido en varias partes del mundo – mientras contemplaba, un día, la abadía benedictina de Einsiedeln, con su iglesia y el claustro de los monjes, pero también con la biblioteca, la carpintería, los campos ... Allí, en la abadía, Dios es el centro de la vida, en la oración y en la celebración de la Eucaristía, de la que nace y se alimenta, de la fraternidad, el trabajo, la cultura, la irradiación en medio de la gente de la luz y la energía social del Evangelio. Y así Clara, contemplando la abadía se sintió empujada a crear algo similar, de una forma nueva y moderna, en sintonía con el Concilio Vaticano II, a partir del carisma de la unidad: un boceto de ciudad nueva en el espíritu del Evangelio.

Una ciudad en la que resaltase ante todo la belleza del Pueblo de Dios, en la riqueza y variedad de sus miembros, de las diferentes vocaciones, de las expresiones sociales y culturales, cada una en diálogo y al servicio de todos. Una ciudad que tiene su corazón en la Eucaristía, fuente de unidad y de vida siempre nueva, y que se presenta a los ojos de quienes la visitan también en su veste laica y laboriosa, inclusiva y abierta: con el trabajo de la tierra, la actividad de la empresa y de la industria, las escuelas de formación, los hogares para la hospitalidad y los ancianos, los talleres artísticos, los conjuntos musicales, los medios de comunicación modernos ...

Una familia en la que todos se reconocen hijos e hijas del único Padre, comprometidos a vivir entre ellos y con todos el mandamiento del amor mutuo. No para estar tranquilos fuera del mundo, sino para salir, para encontrar, para cuidar, para arrojar a manos llenas la levadura del Evangelio en la masa de la sociedad, especialmente donde más se necesita, donde la alegría del Evangelio se espera y se invoca: en la pobreza, en el sufrimiento, en la prueba, en la búsqueda, en la duda.

El carisma de la unidad es un estímulo providencial y una ayuda poderosa para vivir esta mística evangélica del nosotros, es decir, para caminar juntos en la historia de los hombres y mujeres de nuestro tiempo como “un solo corazón y un alma sola ” (cf. 4,32), descubriéndose y amándose mutuamente de manera concreta como “miembros los unos de los otros” (Rm 12, 5). Por eso, Jesús pidió al Padre: “Que todos sean uno, como tú y yo somos uno” (Jn 17,21), y nos mostró en sí mismo el camino hasta la entrega total de todo en el vaciamiento abismal de la cruz (cf. Mc 15,34, Flp 2, 6-8). Es esa espiritualidad del “nosotros”. Podéis haceros vosotros y a los demás también, para bromear, un test. Un sacerdote que está aquí, más o menos escondido, me lo hizo. Me dijo: “Dígame, Padre, ¿qué es lo contrario de 'yo', lo opuesto a 'yo'? Y caí en la trampa, e inmediatamente dije: 'Tú'. Y él me dijo: “No, lo contrario de cada individualismo, tanto del yo como del tú, es 'nosotros'. Lo opuesto es nosotros”. Es esta espiritualidad del nosotros, la que debéis llevar adelante, que nos salva de todo egoísmo e interés egoísta. La espiritualidad del nosotros.

No es solo un hecho espiritual, sino una realidad concreta con consecuencias formidables, si la vivimos y si declinamos con autenticidad y valentía sus diversas dimensiones —en un nivel social, cultural, político, económico— ... Jesús ha redimido no solamente la persona individual, sino también las relaciones sociales (cf. Evangelii gaudium, 178). Tomar en serio este hecho significa plasmar un nuevo rostro de la ciudad de los hombres de acuerdo con el plan de amor de Dios.

Loppiano está llamado a ser esto. Y puede intentar, con confianza y realismo, mejorar cada vez más. Esto es lo esencial. Y desde aquí siempre debemos comenzar de nuevo.

Esta es la respuesta a la primera pregunta: siempre comenzar de nuevo, pero desde esta realidad, que está viva. No de las teorías, no; de la realidad, de cómo vivimos. Y cuando la realidad se vive auténticamente, es precisamente un eslabón en esta cadena que nos ayuda a seguir adelante.

Pregunta n. 2

¡Buenos días, Papa Francisco! Soy Xavier y vengo de Colombia. En primer lugar, gracias por su amor concreto a nuestro pueblo que sufre y por la esperanza que nos da. Estoy estudiando para obtener un título universitario en Ciencias Económicas y Políticas en el Instituto de la Universidad de Sophia, que se encuentra aquí en Loppiano.

Querido Papa Francisco. En el saludo a la Asamblea General de los Focolares (2014) nos invitó a “hacer escuela” para “formar hombres y mujeres nuevos a medida de la humanidad de Jesús”. Loppiano quiere ser una “ciudad-escuela” donde no son los roles, ni las diferencias de edad o cultura, sino solamente el amor entre nosotros el que consigue edificar. Queremos que Jesús, Dios-con-su-pueblo, nos eduque y nos envíe al mundo ¿Qué contribución fresca y creativa piensa que puedan dar las escuelas de formación aquí presentes en Loppiano y una realidad académica como “Sophia” para construir un liderazgo que consiga abrir nuevos caminos?

Papa Francisco

En Loppiano se vive la experiencia de caminar juntos, con el estilo sinodal, como Pueblo de Dios, y esta es la base sólida e indispensable de todo: La escuela del pueblo de Dios donde el que enseña y guía es el único Maestro (cf. Mt 23,10) y donde la dinámica es la de la escucha mutua y del intercambio de dones entre todos.

De aquí se puede tomar un nuevo impulso, enriqueciéndose con la fantasía del amor y abriéndose a las solicitudes del Espíritu y de la historia, los itinerarios de formación que han florecido en Loppiano del carisma de la unidad: la formación espiritual de las diversas vocaciones; la formación laboral, a la acción económica y política; la formación al diálogo, en sus diversas expresiones ecuménicas e interreligiosas y con personas de convicciones diferentes; la formación eclesial y cultural. Y esto al servicio de todos, con la mirada que abraza a toda la humanidad, comenzando por aquellos que de cualquier manera quedan relegados a las periferias de la existencia. Loppiano ciudad abierta, Loppiano ciudad en salida. No hay periferias en Loppiano.

Es una gran riqueza poder disponer de todos estos centros de formación en Loppiano. Es una gran riqueza. Os sugiero que les deis un nuevo ímpetu, abriéndolos a horizontes más amplios y proyectándolos en las fronteras. En particular, es esencial poner a punto el proyecto de formación que conecta los caminos individuales que afectan más concretamente a los niños, los jóvenes, las familias, las personas de diversas vocaciones. Que la base y la clave de todo esto sea el “pacto formativo”, que está en el centro de cada uno de estos caminos y que tiene en la proximidad y en el diálogo su método privilegiado. Y aquí hay una palabra que para mí también es clave: “proximidad”. Uno no puede ser cristiano sin estar cerca, sin tener una actitud de proximidad, porque la proximidad es lo que Dios hizo cuando envió al Hijo. Dios lo había hecho antes cuando guiaba al pueblo de Israel y le preguntaba: “Dime, ¿has visto otro pueblo que tenga dioses tan cercanos como yo estoy cerca de ti?”. Así pregunta Dios: Proximidad, proximidad. Y luego, cuando envía al Hijo para acercarse todavía más, uno de nosotros, a acercarse todavía más. Esta palabra es clave en el cristianismo y en vuestro carisma. Proximidad.

Después, es necesario educarse para ejercitar los tres lenguajes juntos: el de la cabeza, el del corazón y el de las manos. Es necesario aprender a pensar bien, a sentir bien y a trabajar bien. Sí, incluso el trabajo, ya que —como escribía don Pasquale Foresi, que jugó un papel central en la realización del diseño de Loppiano— “no es sólo un medio de vida, sino algo inherente a nuestro ser humano, y por lo tanto, también es un medio para conocer la realidad, para comprender la vida: es una herramienta para la formación humana real y efectiva”. Esto es importante —los tres lenguajes— porque hemos heredado de la Ilustración esta idea —insana— de que la educación es llenar de conceptos la cabeza. Y cuanto más sepas, serás mejor. No. La educación debe tocar la cabeza, el corazón y las manos. Educar para pensar bien, no solo para aprender conceptos, sino para pensar bien; educar para sentir bien; educar para hacer bien las cosas. De modo que estos tres lenguajes estén interconectados: piensas lo que sientes y haces, sientes lo que piensas y haces, haces lo que sientes y piensas, en unidad. Esto es educar.

Dan fe de la relevancia y de ​​la proyección en vasta escala de este esfuerzo prometedor dos estructuras surgidas en Loppiano en los últimos años: el Polo empresarial “Lionello Bonfanti”, centro de formación y difusión de la economía civil y de comunión y la experiencia académica en la frontera del Instituto Universitario Sophia, erigido por la Santa Sede, del que una sede local – y me alegra — se activará pronto en América Latina.

Es importante que en Loppiano haya un centro universitario para aquellos que, como su nombre indica, busquen la Sabiduría y tengan como objetivo construir una cultura de la unidad. Cultura de la unidad. No he dicho de la uniformidad. No. La uniformidad es lo contrario de la unidad. Refleja, a partir de su inspiración fundacional, las líneas que tracé en la reciente Constitución Apostólica Veritatis gaudium, invitando a una renovación sabia y valiente de los estudios académicos. Y esto para ofrecer una contribución competente y profética a la transformación misionera de la Iglesia y a la visión de nuestro planeta como una sola patria y de la humanidad como un solo pueblo, compuesto de muchos pueblos, que viven en una casa común.

¡Adelante, adelante, así!

Pregunta n. 3

Loppiano no quiere permanecer encerrada en sí misma, quiere contribuir a construir un mundo más unido. Por eso, hoy aquí con nosotros, Santo Padre, hay algunos amigos migrantes que han tenido que abandonar sus hogares, sus países de origen, pero han encontrado su casa en Loppiano.

Buenos días Santo Padre, venimos de Costa de Marfil, de Mali, de Camerún, de Nigeria, y después de un largo viaje desde nuestros países, llegamos a Italia y luego fuimos trasladados a Loppiano. Durante más de un año hemos vivido codo con codo, somos de diferentes países, idiomas y tradiciones, religiones musulmanas y cristianas de diferentes iglesias. Uno puede imaginar que no haya sido fácil la vida en nuestra casa. La vida en Loppiano nos ha ayudado a superar las dificultades y vernos a nosotros mismos como hermanos. “Recomenzar” fue una palabra que nos ayudó mucho. Aprovecho esta oportunidad para dar las gracias a todas las autoridades italianas que nos han acogido. Para nosotros estar aquí y poder leer este saludo y darle las gracias es un gran honor. Usted está en nuestras oraciones.

Santo Padre, en más de los 50 años de vida de Loppiano, Chiara Lubich ha dado de ella varias definiciones: Ciudad del evangelio y Ciudad escuela, Ciudad en la montaña y Ciudad de la alegría, Ciudad del diálogo y Mariapolis, Ciudad de María: todas son expresiones que han acompañado y siguen acompañando nuestros pasos. Y, entonces, quisiéramos pedirle, Santo Padre, una palabra. Que nos diga cuál es nuestra “misión” en la etapa de la nueva evangelización, pero también que respuesta podemos dar a los retos de nuestro tiempo como ocasión de crecimiento para todos.

Papa Francisco

Quiero levantar la mirada hacia el horizonte e invitaros a que la levantéis conmigo, para mirar con fidelidad confiada y con creatividad generosa hacia el futuro que comienza hoy.

La historia de Loppiano está solamente empezando. Vosotros estáis empezando.

Es una pequeña semilla arrojada a los surcos de la historia y ya germinada con exuberancia, pero que debe echar raíces fuertes y dar frutos sustanciosos, al servicio de la misión del anuncio y la encarnación del Evangelio de Jesús que la Iglesia hoy está llamada a vivir. Y esto requiere humildad, apertura, sinergia, capacidad de arriesgar. Tenemos que utilizar todo esto: humildad y capacidad de arriesgar, al mismo tiempo, apertura y sinergia.

Las urgencias, a menudo dramáticas, que nos interpelan por todas partes no pueden dejarnos tranquilos, sino que nos piden el máximo, siempre confiando en la gracia de Dios.

En el cambio de época que estamos viviendo, — no es una época de cambios, sino un cambio de época— debemos comprometernos no solo con el encuentro entre personas, culturas y pueblos, sino también con una alianza entre civilizaciones, para vencer juntos el gran reto de construir una cultura compartida del encuentro y una civilización global de la alianza. ¡Como un arcoíris de colores en el que la luz blanca del amor de Dios se despliega en abanico! Y para lograrlo, necesitamos hombres y mujeres, —jóvenes, familias, personas de todas las vocaciones y profesiones— capaces de trazar nuevos caminos para recorrerlos juntos. El Evangelio es siempre nuevo, siempre. Y en este tiempo pascual la Iglesia ha repetido tantas veces que la Resurrección de Jesús nos trae juventud y hace que pidamos esta juventud renovada. Ir siempre adelante con creatividad.

El desafío es el de la fidelidad creativa: ser fieles a la inspiración original y, al mismo tiempo, estar abiertos al soplo del Espíritu Santo y emprender valientemente los nuevos caminos que Él sugiere. Para mí,— y os aconsejo que lo hagáis—, el mejor ejemplo es lo que podemos leer en el Libro de los Hechos de los Apóstoles: Ver cómo fueron capaces de permanecer fieles a la enseñanza de Jesús y tener el valor de hacer tantas “locuras”, porque las hicieron, yendo a todas partes. ¿Por qué? Sabían cómo conjugar esta fidelidad creativa. Leed este texto de la Escritura, no una vez: dos, tres, cuatro o cinco veces, porque allí encontraréis el camino de esta fidelidad creativa. El Espíritu Santo; no nuestro sentido común, no nuestras habilidades pragmáticas, no nuestras formas de ver siempre limitadas. No, ir adelante con el soplo del Espíritu Santo.

¿Pero cómo se puede conocer y seguir al Espíritu Santo? Practicando el discernimiento comunitario. Es decir, reuniéndose en asamblea alrededor de Jesús resucitado, el Señor y el Maestro, para escuchar lo que el Espíritu nos dice hoy como comunidad cristiana (cf. Ap 2, 7) y descubrir juntos, en esta atmósfera, la llamada que Dios nos hace escuchar en la situación histórica en la que nos encontramos viviendo el Evangelio.

Es necesario escuchar a Dios hasta que escuchemos con Él el grito del Pueblo, y es necesario escuchar al Pueblo hasta que respiremos la voluntad a la que Dios nos llama. Los discípulos de Jesús deben ser contemplativos de la Palabra y contemplativos del Pueblo de Dios. Todos estamos llamados a ser artesanos del discernimiento comunitario. No es fácil pero tenemos que hacerlo si queremos conseguir esa fidelidad creativa, si queremos ser dóciles al Espíritu. Y este es el camino para que también Loppiano descubra y siga paso a paso el camino de Dios al servicio de la Iglesia y de la sociedad.

* * * * *

Antes de concluir, ¡gracias de nuevo a todos vosotros por la acogida y la fiesta!

Y al mismo tiempo algo que me importa mucho deciros. Estamos reunidos aquí frente al Santuario de María Theotokos. Estamos bajo la mirada de María. También en esto hay una sintonía entre el Vaticano II y el carisma de los Focolares, cuyo nombre oficial para la Iglesia es Obra de María.

El 21 de noviembre de 1964, al finalizar la tercera sesión del Concilio, el beato Pablo VI proclamó a María “Madre de la Iglesia”. Yo mismo quise instituir este año la memoria litúrgica, que se celebrará por primera vez el próximo 21 de mayo, lunes después de Pentecostés.

María es la Madre de Jesús y es, en él, la Madre de todos nosotros: la Madre de la unidad. El Santuario dedicado a ella, aquí en Loppiano, es una invitación a seguir la escuela de María para aprender a conocer a Jesús, a vivir con Jesús y con Jesús presente en cada uno de nosotros y en medio de nosotros.

Y no olvidéis que María era laica, era una laica. La primera discípula de Jesús, su madre, era laica. Hay una gran inspiración aquí. Y un hermoso ejercicio que podemos hacer, os desafío a hacerlo, es tomar [en el Evangelio] los episodios más conflictivos de la vida de Jesús y ver, como —en Caná, por ejemplo—, cómo reacciona María. María toma la palabra e interviene. “Pero, padre, [estos episodios] no están todos en el Evangelio...”. E imagina , tu imagina que la Madre estaba allí, que vio aquello... ¿Cómo habría reaccionado María a esto? Esta es una verdadera escuela para ir adelante. Porque ella es la mujer de la fidelidad, la mujer de la creatividad, la mujer del valor, de la parresia, la mujer de la paciencia, la mujer que soporta las cosas. Mirad siempre esto, esta laica, primera discípula de Jesús, cómo reaccionó en todos los episodios conflictivos de la vida de su Hijo. Os ayudará mucho.

Y no os olvidéis de rezar por mí porque lo necesito. ¡Gracias!


Boletín diario de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 10 de mayo de 2018.

 



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