MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO,
FIRMADO POR EL CARDENAL SECRETARIO DE ESTADO PIETRO PAROLIN,
CON OCASIÓN DEL XLII MEETING PARA LA AMISTAD ENTRE LOS PUEBLOS
[RÍMINI, 20-25 DE AGOSTO DE 2021]
Excelencia Reverendísima:
El Santo Padre se alegra de que el Meeting para la amistad entre los pueblos vuelva a realizarse “en presencia” y le dirige a usted, a los organizadores y a todos los participantes su saludo con un deseo de un desarrollo fructífero.
El título elegido —«La valentía de decir yo»—, extraído del Diario del filósofo danés Søren Kierkegaard, es muy significativo a la hora de empezar con el pie derecho, para no desaprovechar la oportunidad que da la crisis pandémica. “Volver a comenzar” es la palabra consigna. Pero esto no se realiza automáticamente, porque en toda iniciativa humana está implicada la libertad. Lo recordaba Benedicto XVI: «La libertad presupone que en las decisiones fundamentales cada hombre […] tenga un nuevo inicio. […] La libertad debe ser conquistada para el bien una y otra vez» (Enc. Spe salvi, 24). En este sentido, la valentía de arriesgar es en primer lugar un acto de la libertad.
Durante el primer confinamiento, el Papa Francisco recordó a todos el ejercicio de esta libertad: «Peor que esta crisis, es solamente el drama de desaprovecharla» (Homilía de Pentecostés, 31 mayo 2020).
Mientras ha impuesto el distanciamiento físico, la pandemia ha vuelto a poner en el centro a la persona, el yo de cada uno, provocando en muchos casos un despertar de las preguntas fundamentales sobre el significado de la existencia y sobre la utilidad del vivir que desde hace demasiado tiempo habían estado dormidas o, peor, censuradas. Y ha suscitado también el sentido de una responsabilidad personal. Muchos lo han testimoniado en diferentes situaciones. Ante la enfermedad y el dolor, frente al emerger de una necesidad, muchas personas no se echaron atrás y han dicho: «Aquí estoy».
La sociedad tiene necesidad vital de personas que sean presencias responsables. Sin persona no hay sociedad, sino agregación casual de seres que no saben por qué están juntos. Cómo único vínculo permanecería solo el egoísmo del cálculo y del interés particular que hace indiferentes a todo y a todos. Por otro lado, las idolatrías del poder y del dinero prefieren tener que ver con individuos más que con personas, es decir, con un “yo” concentrado sobre las propias necesidades y los propios derechos subjetivos más que con un “yo” abierto a los otros, destinado a formar el “nosotros” de la fraternidad y de la amistad social.
El Santo Padre no se cansa de advertir a aquellos que tienen responsabilidades públicas de la tentación de usar la persona y descartarla cuando ya no sirve, en vez de servirla. Después de lo que hemos vivido en este tiempo, quizá es más evidente para todos que precisamente la persona es el punto del que todo puede volver a comenzar. Ciertamente hay necesidad de encontrar recursos y medios para reiniciar la sociedad, pero antes que nada hay necesidad de alguien que tenga la valentía de decir “yo” con responsabilidad y no con egoísmo, comunicando con su propia vida que se puede empezar la jornada con una esperanza fiable.
Pero la valentía no es siempre un don espontáneo y nadie puede dárselo a sí mismo (como decía don Abbondio de Manzoni), sobre todo en una época como la nuestra, en la que el miedo —revelador de una profunda inseguridad existencial— juega un rol tan determinante para bloquear tantas energías e impulsos hacia el futuro, percibido cada vez más como incierto sobre todo por los jóvenes.
En este sentido, el Siervo de Dios Luigi Giussani advertía de un doble peligro: «El primer peligro […] es la duda. Kierkegaard señala: “Aristóteles dice que la filosofía comienza con el asombro y no como en nuestros tiempos con la duda”. La duda sistemática es, por así decirlo, el símbolo de nuestro tiempo. [...] La segunda objeción a la decisión del yo es la mezquindad. [...] Duda y comodidad, estos son nuestros dos enemigos, los enemigos del yo» (En camino 1992-1998, Milán 2014, 48˗ 49).
¿De dónde puede venir, entonces, la valentía de decir yo? Sucede gracias a ese fenómeno que se llama encuentro: «Solo en el fenómeno del encuentro se da la posibilidad al yo de decidir, de hacerse capaz de acoger, de reconocer y de acoger. La valentía de decir “yo” nace frente a la verdad, y la verdad es una presencia» (ibíd., 49). Desde el día en el que se ha hecho carne y ha venido a habitar en medio de nosotros, Dios ha dado al hombre la posibilidad de salir del miedo y de encontrar la energía del bien siguiendo a su Hijo, muerto y resucitado. Son iluminadoras las palabras de santo Tomás de Aquino cuando afirmaba que «la vida del hombre consiste en el afecto que principalmente le sostiene, y en el que encuentra su mayor satisfacción» (Summa Theologiae, ii -II, q. 179, a. 1 co.).
La relación filial con el Padre eterno, que se hace presente en personas alcanzadas y cambiadas por Cristo, da consistencia al yo, liberándolo del miedo y abriéndolo al mundo con actitud positiva. Genera una voluntad del bien: «Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza busca por sí misma su expansión, y cualquier persona que viva una profunda liberación adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás. Comunicándolo, el bien se arraiga y se desarrolla» (Francisco, Exhort. ap. Evangelii gaudium, 9).
Esta es la experiencia que infunde la valentía de la esperanza: «El encuentro con Cristo, el dejarse aferrar y guiar por su amor, amplía el horizonte de la existencia, le da una esperanza sólida que no defrauda. La fe no es un refugio para gente pusilánime, sino que ensancha la vida. Hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y asegura que este amor es digno de fe, que vale la pena ponerse en sus manos, porque está fundado en la fidelidad de Dios, más fuerte que todas nuestras debilidades» (Id., Enc. Lumen fidei, 53).
Pensemos en la figura de San Pedro: los Hechos de los Apóstoles hacen referencia a estas palabras suyas, después de que le habían prohibido severamente continuar hablando en nombre de Jesús: «Juzgad si es justo delante de Dios. No podemos nosotros dejar de hablar de los que hemos visto y oído» (4,19-20). ¿Pero de dónde le viene el coraje a «este cobarde que ha negado al Señor? ¿Qué ha pasado en el corazón de este hombre? El don del Espíritu Santo» (Francisco, Homilía de la Misa en la Casa S. Marta, 18 de abril de 2020).
La razón profunda de la valentía del cristiano es Cristo. Es el Señor resucitado nuestra seguridad, que nos hace experimentar una paz profunda también en medio de las tempestades de la vida. El Santo Padre desea que en la semana del Meeting organizadores e invitados den testimonio vivo de ello, haciendo propia la tarea indicada en el documento programático de su pontificado: «Muchos […] buscan a Dios secretamente, movidos por la nostalgia de su rostro, aun en países de antigua tradición cristiana. […] Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 14).
La alegría del Evangelio infunde la audacia para recorrer caminos nuevos: «Hay que atreverse a encontrar los nuevos signos, los nuevos símbolos, una nueva carne, […] particularmente atractivos para otros» (ibíd., 167). Es la contribución que el Santo Padre se espera que el Meeting dé al volver a comenzar, en la conciencia de que «la seguridad de la fe nos pone en camino y hace posible el testimonio y el diálogo con todos» (Enc. Lumen fidei, 34), nadie excluido, porque el horizonte de la fe en Cristo es el mundo entero.
En el encomendarle a usted, querida Excelencia, este mensaje, el Papa Francisco pide el recuerdo en la oración y de corazón le bendice y bendice a los responsables, los voluntarios y los participantes del Meeting 2021.
Formulo también yo los mejores deseos por el éxito del evento y aprovecho la circunstancia para confirmarme con un sentido de distinguido respeto.
De Vuestra Excelencia Reverendísima
dev.mo
Pietro Card. Parolin
Secretario de Estado
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