MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DE LA ASOCIACIÓN INTERNACIONAL DE LAS CARIDADES (AIC)*
En este año 2017, celebráis los 400 años de las primeras Cofradías de la Caridad, fundadas por san Vicente de Paúl en Châtillon. Con alegría me uno espiritualmente a vosotros para celebrar este aniversario y os expreso mis mejores deseos para que esta buena obra continúe con su misión de llevar un auténtico testimonio de la misericordia de Dios a los más pobres. ¡Que este aniversario sea para vosotros una oportunidad para dar gracias a Dios por sus dones y para abriros a sus sorpresas, para discernir, bajo el soplo del Espíritu Santo, nuevos caminos para que el servicio de la caridad sea siempre más fecundo!
Las Caridades nacen de la ternura y de la compasión del corazón de san Vicente por los más pobres, a menudo marginados o abandonados en los campos y en las ciudades. Su trabajo, con ellos y por ellos, quería reflejar la bondad de Dios con sus criaturas. Veía a los pobres como representantes de Jesucristo, como miembros de su cuerpo sufriente; era consciente de que los pobres, también ellos, estaban llamados a construir la Iglesia y, a su vez, a convertirnos.
Siguiendo a Vicente de Paúl, que había confiado el cuidado de los pobres a los laicos, especialmente a las mujeres, vuestra Asociación quiere promover el desarrollo de los menos favorecidos y aliviar la pobreza y los sufrimientos materiales, físicos, morales y espirituales. Y en la Providencia de Dios, se asienta el fundamento de este compromiso. ¿Qué es la Providencia si no el amor de Dios, que actúa en el mundo y solicita nuestra cooperación? También hoy en día me gustaría animaros a acompañar a la persona en su integridad, prestando especial atención a las precarias condiciones de vida de muchas mujeres y niños. La vida de fe, la vida unida a Cristo, nos permite percibir la realidad de la persona, su dignidad incomparable, no como una realidad limitada a los bienes materiales, a los problemas sociales, económicos y políticos, sino verla como un ser creado a imagen y semejanza de Dios, como un hermano o una hermana, como nuestro prójimo del que somos responsables. Para "ver" estas pobrezas y acercarse a ellas, no basta seguir grandes ideas sino vivir el misterio de la Encarnación, ese misterio tan amado por san Vicente de Paúl, misterio de ese Dios que se abajó haciéndose hombre, que vivió entre nosotros y murió "para levantar al hombre y salvarlo". No son solo hermosas palabras ya que "se trata propio del ser y de la acción de Dios". Este es el realismo que estamos llamados a vivir como Iglesia. Este es el motivo por el cual no existen una promoción humana ni una liberación auténtica del hombre sin el anuncio del Evangelio "porque el aspecto más sublime de la dignidad humana se encuentra en esta vocación del ser humano a la comunión con Dios".
En la bula de convocación para la apertura del año jubilar, manifestaba el deseo de que «los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios! (n. 5)». Os invito a seguir este camino. La credibilidad de la Iglesia pasa por el camino del amor misericordioso y de la compasión abiertas a la esperanza. Esta credibilidad también depende de vuestro testimonio personal: no se trata solamente de reencontrar a Cristo en los pobres, sino de que los pobres perciban a Cristo en vosotros y en vuestro actuar. Si estáis enraizados en la experiencia personal de Cristo podréis contribuir también a una "cultura de la misericordia", que renueva profundamente los corazones y abre a una nueva realidad.
Por último, os invito a contemplar el carisma de santa Luisa de Marillach, a quien san Vicente confió la organización y la coordinación de las Caridades, y a encontrar en ella esa finura y esa delicadeza de la misericordia que nunca hiere ni humilla. sino que levanta y vuelve a dar valor y esperanza.
Confiándoos a la intercesión de la Virgen María, y a la protección de san Vicente de Paúl y de santa Luisa de Marillac, os envío mi bendición apostólica y os pido que recéis por mí.
Vaticano 22 de febrero de 2017.
Francisco
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