VIDEOMENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
CON MOTIVO DEL MUNDIAL DE FÚTBOL 2014 EN BRASIL
Queridos amigos:
Con gran alegría me dirijo a todos vosotros, amantes del fútbol, con ocasión de la apertura de la Copa del mundo de 2014 en Brasil. Deseo enviar un cordial saludo a los organizadores y a los participantes; a cada deportista y a cada aficionado, así como también a todos los espectadores que, en los estadios o por televisión, radio e internet, siguen este acontecimiento que supera las fronteras de lengua, cultura y nación.
Mi esperanza es que, además de ser una fiesta deportiva, esta Copa del mundo se convierta también en una fiesta de solidaridad entre los pueblos. Esto presupone, sin embargo, que los encuentros de fútbol se consideren por lo que son en el fondo: un juego y al mismo tiempo una ocasión de diálogo, comprensión y enriquecimiento humano recíproco. El deporte no es sólo una forma de entretenimiento, sino también —y diría sobre todo— un instrumento para comunicar valores que promueven el bien de la persona humana y contribuyen a la construcción de una sociedad más pacífica y fraterna. Pensemos en la lealtad, la perseverancia, la amistad, el compartir, la solidaridad. De hecho, son muchos los valores y las actitudes que promueve el fútbol y que se revelan importantes no sólo en el campo de juego, sino en todos los ámbitos de la existencia, y en concreto en la construcción de la paz. El deporte es escuela de paz, nos enseña a construir la paz.
En este sentido, quisiera destacar tres lecciones de la práctica deportiva, tres actitudes fundamentales para la causa de la paz: la necesidad de «entrenarse», el «fair play» y el respeto entre adversarios. En primer lugar el deporte nos enseña que, para ganar, es necesario entrenarse. En esta práctica deportiva podemos ver una metáfora de nuestra vida. En la vida es necesario luchar, «entrenarse», esforzarse para obtener resultados importantes. El espíritu deportivo se convierte así en una imagen de los sacrificios necesarios para crecer en las virtudes que forman el carácter de una persona. Si, para que una persona mejore, es necesario un «entrenamiento» grande y constante, cuánto mayor esfuerzo se necesitará para lograr el encuentro y la paz entre las personas y entre los pueblos «mejorados». Es necesario «entrenarse» mucho....
El fútbol puede y debe ser una escuela para la construcción de una «cultura del encuentro», que permita la paz y la armonía entre los pueblos. Y aquí viene en nuestra ayuda una segunda lección de la práctica deportiva: aprendamos lo que el «fair play» del fútbol puede enseñarnos. En el juego de equipo es necesario pensar en primer lugar en el bien del grupo, y no en sí mismos. Para ganar, es necesario superar el individualismo, el egoísmo, todas las formas de racismo, intolerancia e instrumentalización de la persona humana. No es sólo en el fútbol que ser «individualista» constituye un obstáculo para el buen resultado del equipo; porque, cuando en la vida somos «individualistas», ignorando a las personas que nos rodean, se daña a toda la sociedad.
La última lección del deporte proficua para la paz es el respeto debido entre adversarios. El secreto de la victoria, en el campo de juego, pero también en la vida, está en saber respetar a mi compañero de equipo, pero también a mi adversario. Nadie gana solo, ni en el campo de juego ni en la vida. Que nadie se aísle y se sienta excluido. ¡Atención! No a la segregación, no al racismo. Y, si es verdad que, al término de este Mundial, una sola selección nacional podrá elevar la copa como ganadora, es verdad también que aprendiendo las lecciones que el deporte nos enseña, todos saldremos de él ganadores, reforzando los vínculos que nos unen.
Queridos amigos, agradezco la oportunidad que se me ha dado de dirigiros estas palabras en este momento —de modo particular a la presidenta de Brasil, la señora Dilma Rousseff, a quien saludo— y prometo rezar a fin de que no falten las bendiciones celestiales para todos. Que esta Copa del mundo se pueda realizar con toda serenidad y tranquilidad, siempre en el respeto mutuo, en la solidaridad y en la fraternidad entre hombres y mujeres que se reconocen miembros de una única familia. ¡Gracias!
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