CONFERENCIA DE PRENSA CON MOTIVO DE LA PRESENTACIÓN
I) Introducción «Como el Padre me envió a mí, también yo os envío a vosotros» (Jn 20, 21). Con estas palabras, Jesucristo resucitado, vencedor del pecado y de la muerte, envió a sus discípulos al mundo entero a proclamar la Buena Nueva, después de derramar sobre ellos el Espíritu Santo para el perdón de los pecados. También los Sinópticos reafirman esa misión en la conclusión de sus Evangelios: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16, 15); «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 18-19). En el nombre del Señor resucitado «se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén» (Lc 24, 47). La Iglesia, congregada por el Espíritu Santo, trata de cumplir fielmente ese mandato durante su peregrinación terrena. Con la fuerza de la compañía del Señor glorioso, que prometió su presencia «hasta el fin de los tiempos» (Mt 28, 21), la Iglesia desea continuar, con renovado entusiasmo, esa misión también en el tiempo presente. Por esa razón, el Santo Padre Benedicto XVI, obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, convocó la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que se celebrará del 7 al 28 de octubre de 2012 sobre el tema: «La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana». Según el Santo Padre, que quiso anunciar personalmente la convocación de ese importante acontecimiento eclesial en la solemne concelebración de la Eucaristía de clausura de la Asamblea especial para Oriente Medio del Sínodo de los obispos, debería ser un momento de verificación del camino recorrido, para reemprender con nuevo impulso la urgente obra de la evangelización del mundo contemporáneo. La decisión del Sumo Pontífice estuvo precedida por dos importantes acontecimientos. En primer lugar, según la praxis ya establecida, el Secretario General del Sínodo de los Obispos pidió, en nombre del Santo Padre, a los 13 Sínodos de las Iglesias orientales católicas sui iuris, a las 113 Conferencias Episcopales, a los 25 dicasterios de la Curia Romana y a la Unión de Superiores Generales, que indicaran por escrito tres temas que podrían tomarse en consideración para una reflexión sinodal, es decir, que deberían tener una notable importancia pastoral, interesar a la Iglesia universal y ser adecuados para el debate sinodal. Una vez obtenidas las respuestas de los organismos señalados, con los que el Sínodo de los Obispos mantiene una colaboración institucional, fueron comunicadas al Santo Padre después de una atenta evaluación por parte del Consejo Ordinario de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, compuesto por quince miembros, doce de los cuales fueron elegidos durante la XII Asamblea general ordinaria, celebrada del 5 al 26 de octubre de 2008, y tres fueron nombrados por el Sumo Pontífice. En sus respuestas, la mayoría de los Episcopados había propuesto para la próxima Asamblea sinodal la cuestión de la transmisión de la fe, proceso que en los tiempos recientes ha experimentado no pocas dificultades, debidas a los grandes cambios de orden social, cultural y religioso. El segundo acontecimiento que influyó en la elección definitiva del tema sinodal fue la decisión del Santo Padre de crear el Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización. Este nuevo dicasterio fue creado el 21 de septiembre de 2010, con el motu proprio Ubicumque et semper del Santo Padre. Por tanto, ha sido un acierto la decisión del Papa Benedicto XVI de enmarcar la citada inquietud pastoral sobre la transmisión de la fe en la reflexión sobre la nueva evangelización que se impone, aunque de maneras diversas, en toda la Iglesia. II) Procedimiento sinodal Los Lineamenta que se presentan hoy constituyen una etapa importante en la preparación de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. Los preparó el Consejo Ordinario de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, con la ayuda de algunos expertos. En la redacción se tuvieron en cuenta las razones con las que los organismos interesados motivaron la propuesta de los respectivos temas sinodales. Una vez publicado el Documento con el que el Santo Padre creó el Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización, el Consejo lo ha tenido en gran consideración, así como las demás intervenciones del Sumo Pontífice sobre el tema. Los Lineamenta tienen por finalidad suscitar el debate sobre el tema sinodal en el ámbito de la Iglesia universal. Por ese motivo, los Lineamenta se publican en ocho lenguas: latín, francés, inglés, italiano, polaco, portugués, español y alemán. La versión electrónica del documento se puede encontrar en el portal del Sínodo de los Obispos. Además, cada capítulo va acompañado por varias preguntas precisas, que deberían facilitar la reflexión de las Iglesias particulares y de los organismos respectivos. El Cuestionario consta en total de 71 preguntas. La Secretaría General del Sínodo de los Obispos ya ha distribuido el Documento a los organismos implicados, para que puedan promover la reflexión en los distintos países (diócesis, parroquias, congregaciones, movimientos, asociaciones, grupos de fieles, etc.), sintetizar sus aportaciones y enviar las respuestas a la Secretaría General del Sínodo de los Obispos a más tardar el 1 de noviembre de 2011, solemnidad de Todos los Santos. El Consejo Ordinario de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos estudiará las respuestas enviadas, que se sintetizarán en el Instrumentum laboris, Documento de trabajo de la XIII Asamblea General Ordinaria. III) Estructura de los «Lineamenta» Los Lineamenta se dividen en tres capítulos, que desarrollan el tema de la Asamblea sinodal: 1) Tiempo de nueva evangelización; 2) Proclamar el Evangelio de Jesucristo; 3) Iniciar a la experiencia cristiana. Obviamente, hay una Introducción, precedida por un Prefacio. El Documento termina con una breve Conclusión. En el Prefacio se exponen algunas ideas prácticas sobre el procedimiento sinodal y el significado de los Lineamenta. Además, se pone de relieve la distinción teórica entre la evangelización como actividad regular de la Iglesia, el primer anuncio ad gentes, a quienes aún no conocen a Jesucristo, y la nueva evangelización, que se dirige principalmente a quienes se han alejado de la Iglesia, a las personas bautizadas pero no suficientemente evangelizadas. En la praxis eclesial, las tres categorías a menudo conviven en el mismo territorio, por lo cual las Iglesias locales las deben practicar simultáneamente, sobre todo a causa del fenómeno de la globalización y del desplazamiento de la población por la emigración y la inmigración. En la Introducción se subraya que la XIII Asamblea sinodal se sitúa en el renovado compromiso de la evangelización que la Iglesia ha emprendido después del Concilio Ecuménico Vaticano II. Con esa obra, impulsada por los Pontífices Pablo VI, Juan Pablo II y actualmente Benedicto XVI, la Iglesia anhela vivir la alegría de ser comunidad congregada por Jesucristo, para alabar a Dios Padre, por medio del Espíritu, y volver a proponer esa alegría a los cercanos y a los lejanos. Al mismo tiempo, con la nueva evangelización se desea responder a los grandes desafíos del mundo en acelerada transformación. Al respecto, se ofrecen razones teológicas y eclesiales de esa acción. Los motivos teológicos proceden del misterio de Dios trino y uno. «La Iglesia, que anuncia y transmite la fe, imita el modo de actuar del mismo Dios, el cual se manifiesta a la humanidad ofreciendo al Hijo, vive en la comunión trinitaria, infunde el Espíritu Santo para comunicarse con la humanidad» (Lineamenta, 2). La evangelización debería ser el eco de la comunicación divina. Por tanto, la Iglesia, fundada para difundir el Evangelio, debe dejarse plasmar por la acción del Espíritu para conformarse a Cristo crucificado y resucitado. Redescubre su misión materna, Ecclesia mater, de engendrar los hijos para el Señor, es decir, el deber de evangelizar. Desde el punto de vista eclesiológico, es preciso reafirmar que la evangelización atañe a la naturaleza misma de la Iglesia, así como a toda su actividad. Por lo tanto, el anuncio del Evangelio no es cuestión de estrategias de comunicación o de elección de destinatarios prioritarios, como podrían ser los jóvenes. Concierne a la capacidad de la Iglesia de configurarse «como real comunidad, como verdadera fraternidad, como un cuerpo y no como una máquina o una empresa» (ib.). De hecho, toda la Iglesia es misionera por naturaleza. Existe para evangelizar. Para cumplir esa tarea de modo adecuado, la Iglesia comienza evangelizándose a sí misma. No sólo se reconoce como agente, sino también como fruto de la evangelización, convencida de que el protagonista principal es Dios, que la guía en la historia por medio del Espíritu de su Hijo unigénito Jesucristo. La evangelización, por tanto, requiere una acción de discernimiento. La Iglesia, en su conjunto, está llamada a la escucha, a la comprensión, a la revisión y a la revitalización de su mandato evangelizador, especialmente frente a los grandes cambios del mundo contemporáneo. Para esa obra está preparada. Basta pensar en las exhortaciones apostólicas Evangelii nuntiandi y Catechesi tradendae, resultado de las Asambleas sinodales de 1974 y 1977, que afrontaron esas cuestiones, ofreciendo a la Iglesia itinerarios y modos aún válidos. IV) Capítulo primero: Tiempo de «nueva evangelización» En el capítulo primero se describe el nacimiento del concepto de nueva evangelización y su difusión durante los pontificados del siervo de Dios Juan Pablo II y del Papa Benedicto XVI. Por primera vez, Juan Pablo II usó el término el 9 de junio de 1979 durante la homilía en el santuario de la Santa Cruz, en Mogila, Polonia: «Se ha dado comienzo a una nueva evangelización, como si se tratara de un segundo anuncio, aunque en realidad es siempre el mismo» (ib., 5). La expresión se afirmó después en el discurso a los participantes en la XIX Asamblea del C.E.L.AM., en Puerto Príncipe, Haití, el 9 de marzo de 1983, en el que Juan Pablo II precisó que no se trata de una reevangelización, sino de «una nueva evangelización. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión» (ib., 5). Ese concepto se inspira en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi del siervo de Dios Pablo VI, que se cita con frecuencia en los Lineamenta. Aunque no se encuentra la expresión literal, la Evangelii nuntiandi habla de «nuevos tiempos de evangelización» (n. 2), de un nuevo impulso (cf. nn. 2 y 5), mientras que el número 24 del Documento lleva por título: «Impulso nuevo al apostolado». Esas referencias se explican también por el hecho de que Karol Wojtyła, como arzobispo de Cracovia, fue nombrado relator para la conclusión general del Sínodo de 1974 sobre la Evangelización en el mundo moderno. El término nueva evangelización se encuentra muchísimas veces en los documentos de su pontificado y los Lineamenta citan los más significativos, sin pretender hacer una enumeración definitiva. Los Lineamenta quieren suscitar un debate sobre el significado del concepto mismo, el cual, por ejemplo, se encuentra muy presente en las exhortaciones apostólicas postsinodales de las Asambleas continentales, celebradas en preparación del gran jubileo del año 2000. En efecto, con la nueva evangelización, a menudo se ha entendido el funcionamiento dinámico, «el esfuerzo de renovación que la Iglesia está llamada a hacer para estar a la altura de los desafíos que el contexto sociocultural actual pone a la fe cristiana» (Lineamenta, 5). Esos desafíos se indican con seis escenarios que en los últimos decenios interpelan a la Iglesia y exigen una respuesta adecuada para que también ellos se conviertan en lugares de testimonio de los cristianos, que están llamados a transformarlos con el anuncio del Evangelio. 1) El escenario de la secularización ocupa el primer lugar y a él se dedica amplio espacio. Afecta principalmente al mundo occidental, pero desde éste se difunde al mundo entero. Aunque a veces emplea tonos anticristianos y antirreligiosos, la secularización ha asumido, por lo general, un tono neutro que ha invadido la vida diaria de las personas, desarrollando una mentalidad en la que Dios de hecho está ausente. Se trata de la cultura del relativismo, con graves implicaciones antropológicas que influyen también en la vida de la Iglesia. Por otra parte, además de la secularización, en el mundo se está produciendo un despertar religioso. Por desgracia, muchos aspectos positivos de la búsqueda de Dios y del redescubrimiento de lo sagrado en varias religiones, «se encuentran oscurecidos por fenómenos de fundamentalismo, que no pocas veces manipula la religión para justificar la violencia e incluso el terrorismo» (ib., 6). 2) El segundo escenario indicado es el fenómeno migratorio que está modificando «la geografía étnica de nuestras ciudades, de nuestras naciones y de nuestros continentes» (ib.). Ese fenómeno se debe a varias causas y está relacionado con el fenómeno de la globalización, que tiene aspectos positivos pero también problemáticos y, por consiguiente, requiere un trabajo esmerado de discernimiento. 3) Los medios de comunicación, la revolución informática, constituyen uno de los grandes desafíos de la Iglesia. La cultura mediática y digital conlleva muchos beneficios pero también riesgos, cuyo punto final podría ser «la cultura de lo efímero, de lo inmediato, de la apariencia, es decir, una sociedad incapaz de memoria y de futuro» (ib., 5). 4) La evangelización de la Iglesia está marcada también por el escenario económico, por la crisis económica, por los crecientes desequilibrios entre Norte y Sur del mundo, «en el acceso y en la distribución de los recursos, así como también en el daño a la creación» (ib., 6). 5) La investigación científica y tecnológica es otro escenario que interpela la acción evangelizadora de la Iglesia. En efecto, la ciencia y la técnica corren el riesgo de convertirse en los nuevos ídolos del presente, en una nueva religión, favoreciendo «nuevas formas de gnosis, que asumen la técnica como una forma de sabiduría, en búsqueda de una organización mágica de la existencia que funcione como el saber y el sentido de la vida» (ib., 6). Además, asistimos al nacimiento de nuevos cultos que orientan las prácticas religiosas a fines terapéuticos prometiendo la prosperidad y la gratificación instantánea. 6) También es preciso tomar en consideración el escenario político, los cambios de época de los últimos decenios: la caída de la ideología comunista y el fin de la división en el mundo occidental en dos bloques, que favoreció la libertad religiosa y la reorganización de las Iglesias locales. Además, se está creando una situación mundial con nuevos protagonistas políticos, económicos y religiosos, como el mundo asiático e islámico. Ante estos nuevos escenarios, los cristianos, además de realizar una labor de discernimiento, están llamados a llevar la pregunta sobre Dios dentro de los mismos, iluminándolos con la luz del Evangelio y aportándoles su propio testimonio. En ese nuevo contexto están llamados a dar sabor evangélico a los grandes valores de la paz, la justicia, el desarrollo, la liberación de los pueblos, el respeto de los derechos humanos y de los pueblos, sobre todo de las minorías, así como a la salvaguardia de la creación y del futuro de nuestro planeta. Se trata de la martiría cristiana en el mundo de hoy. Esa tarea brinda grandes posibilidades al diálogo ecuménico con los miembros de otras Iglesias y comunidades eclesiales. Por tanto, la nueva evangelización debería responder a la demanda de espiritualidad que emerge con renovado vigor también en el mundo actual. En ese contexto, puede ser de gran ayuda el diálogo interreligioso con confesiones no cristianas, sobre todo con las grandes religiones orientales. Frente a esos desafíos, la Iglesia debería buscar nuevas expresiones de la evangelización, adecuadas a los contextos sociales y a las culturas actuales en fase de gran cambio. Conservando su naturaleza misionera, la Iglesia debería mantener su dimensión popular, doméstica, también en contextos de minoría o de discriminación. Está llamada a ampliar los horizontes, a rebasar los confines, puesto que «la nueva evangelización es lo contrario a la autosuficiencia y al repliegue sobre sí mismo, a la mentalidad del status quo y a una concepción pastoral que considera suficiente seguir haciendo las cosas como siempre se han hecho» (ib., 10). V) Capítulo segundo: Proclamar el Evangelio de Jesucristo La finalidad de la evangelización, y con mayor razón de la nueva evangelización, es el anuncio del Evangelio y la transmisión de la fe. El Evangelio no se debe entender como un libro o una doctrina, sino como una persona: Jesucristo, Palabra definitiva de Dios que se hizo hombre. Los cristianos estamos invitados a entablar una relación personal con el Señor Jesús, en la comunidad de los fieles, en la Iglesia. Él nos lleva al Padre por el Espíritu Santo. «El objetivo de la transmisión de la fe es la realización de este encuentro con Jesucristo, en el Espíritu, para llegar a vivir la experiencia del Padre suyo y nuestro» (ib., 11). La Iglesia transmite la fe que ella misma vive y que constituye su anuncio, su testimonio y su caridad. La transmisión de la fe como encuentro de los fieles con Jesucristo está dirigida por el Espíritu Santo y se realiza mediante la Sagrada Escritura y la Tradición viva de la Iglesia. La Iglesia, regenerada continuamente por el Espíritu, es el Cuerpo de Cristo, cuya expresión por excelencia consiste en la celebración del sacramento de la Eucaristía. A esos fundamentos de la Iglesia —la Eucaristía y la Palabra de Dios— se han dedicado las dos últimas Asambleas generales del Sínodo de los obispos, respectivamente en 2005 y 2008. La transmisión de la fe se realiza a través de la oración, que es la fe en acto. La liturgia es su lugar privilegiado, con un papel pedagógico insustituible, «en el cual el sujeto educador es Dios mismo y el verdadero maestro en la oración es el Espíritu Santo» (ib., 14). Acerca de la transmisión de la fe la Iglesia ya ha reflexionado en el Sínodo sobre La catequesis en nuestro tiempo, que tuvo lugar en 1977. Los resultados de los trabajos sinodales se presentaron en la exhortación apostólica Catechesi tradendae, documento publicado en 1979, frecuentemente citado en estos Lineamenta. Además, los Lineamenta hacen continua referencia al Directorio general para la catequesis, publicado por la Congregación para el Clero en 1997. Retomando sus temas principales, los Lineamenta tratan de aplicarlos a las actuales situaciones sociales y eclesiales. La exhortación apostólica Catechesi tradendae presentó la expresión pedagogía de la fe, que incluye dos instrumentos fundamentales para la transmisión de la fe: la catequesis y el catecumenado. La catequesis se entiende como «el proceso de transmisión del Evangelio tal como la comunidad cristiana lo ha recibido, lo comprende, lo celebra, lo vive y lo comunica» (ib.). El catecumenado, por su parte, es el modelo que la Iglesia recibió del Concilio Vaticano II «para dar forma a sus procesos de transmisión de la fe» (ib.). El catecumenado bautismal, es decir, «la formación específica que conduce al adulto convertido a la profesión de su fe bautismal en la noche pascual» (Directorio general para la catequesis, 59; cf. Lineamenta, 14), debe inspirar las demás formas de catequesis por lo que atañe tanto a los objetivos como al dinamismo. El sujeto de la transmisión de la fe es la Iglesia universal, que «está verdaderamente presente en todas las legítimas reuniones locales de los fieles» (Lumen gentium, 26). En las últimas décadas, las Iglesias locales se han prodigado en este campo. Basta pensar en el número de cristianos, sacerdotes, religiosos, laicos, catequistas, familias y comunidades, grupos y movimientos eclesiales, que se han comprometido de modo espontáneo y gratuito en el anuncio y en la transmisión de la fe. Sin embargo, «el clima cultural y la situación de cansancio en la cual se encuentran varias comunidades cristianas conducen al riesgo de hacer débil la capacidad de nuestras Iglesias locales de anunciar, transmitir y educar en la fe» (Lineamenta, 15). Esa situación requiere un nuevo impulso, un celo renovado, don del Espíritu Santo, para volver a proponer con alegría y fervor el anuncio de la Buena Nueva. Es una tarea que corresponde a toda la Iglesia y a todos sus miembros. Una tarea que resulta aún más urgente si se tienen presentes los desafíos de la sociedad actual. Los cristianos están llamados, también hoy, a dar razón de su esperanza (cf. 1 P 3, 15) con un nuevo estilo comunitario y personal, respondiendo «“con dulzura y respeto, con buena consciencia” (1 P 3, 16), con la fuerza humilde que proviene de la unión con Cristo en el Espíritu y con la determinación de quien tiene como meta el encuentro con Dios Padre en su Reino» (Lineamenta, 16). El testimonio cristiano debe ser privado y público, abarcar el pensamiento y la acción, la vida interna de las comunidades cristianas y su impulso misionero, su acción educativa, su actividad caritativa, su presencia en la sociedad contemporánea, para comunicarle el don de la esperanza cristiana. «El fruto de todo el proceso de transmisión de la fe es la edificación de la Iglesia como comunidad de testigos del Evangelio» (ib., 17). Para poderlo hacer según la voluntad del Señor Jesús, la Iglesia misma «tiene necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el Evangelio» (Evangelii nuntiandi, 46; Lineamenta, 17). Los Lineamenta quieren ayudar a las Iglesias locales a reflexionar sobre los aspectos positivos, pero también sobre los mencionados desafíos y dificultades en la transmisión de la fe. VI) Capítulo tercero: Iniciar a la experiencia cristiana El capítulo tercero vuelve a proponer la reflexión sobre los instrumentos de la Iglesia para introducir en la fe y, en particular, sobre la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Esos sacramentos se perciben «como etapas de un camino de engendramiento a la vida cristiana adulta, dentro de un proceso orgánico de iniciación a la fe» (ib., 18). La reflexión sobre la iniciación cristiana ha experimentado un desarrollo prometedor en los últimos decenios, pero también ha abierto el debate sobre varios aspectos que conviene profundizar. Gracias a la aportación de las Iglesias jóvenes, en ese proceso de introducción a la fe con frecuencia se toma como modelo al adulto y no al niño. Además, se ha dado de nuevo importancia al sacramento del Bautismo, asumiendo la estructura del antiguo catecumenado para favorecer una celebración más consciente y, por tanto, más capaz de garantizar la vida cristiana de los bautizandos. En el caso del Bautismo de los niños, se trata de implicar más a los padres y a la comunidad. También se recurre a la mistagogia para asegurar itinerarios de iniciación que continúan también después de la administración del sacramento. Con todo, la praxis de las comunidades eclesiales ha suscitado varias cuestiones, entre las cuales los Lineamenta mencionan las siguientes. En la revisión de la administración de los sacramentos de la iniciación cristiana, se ha planteado la cuestión del orden de los sacramentos, sobre todo de la Confirmación. Al respecto, en la Iglesia existe una variedad de tradiciones y de ritos. Por lo que atañe al orden de los sacramentos de iniciación de adultos, las costumbres de Oriente coinciden con las de Occidente. La diferencia concierne a la administración de la Confirmación a los jóvenes. Encontrar una colocación compartida del sacramento de la Confirmación sigue siendo un desafío para la Iglesia, sobre el que es preciso reflexionar. Por lo demás, el Santo Padre Benedicto XVI ya mencionó esa cuestión en la exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis (n. 18). Además, conviene volver a dar contenido y energía a la dimensión mistagógica de la iniciación cristiana. No basta delegar la educación en la fe posiblemente a la enseñanza de la religión en las escuelas, dado que la Iglesia tiene como misión anunciar el Evangelio y engendrar a la fe, sobre todo a los jóvenes y a los adolescentes, a través del catecumenado y la catequesis. Frente a los desafíos actuales, la nueva evangelización debería permitir a los fieles vencer los temores y confiar más en el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia en la historia, para percibir con mayor lucidez los lugares y entender los modos más apropiados para poner la cuestión de Dios en el centro de la vida de los hombres de hoy, respondiendo a sus expectativas y anhelos. En esa obra es indispensable la catequesis que atañe a los que ya han recibido el primer anuncio del Evangelio y creen en Dios revelado por el Señor Jesús. La catequesis hace madurar esa conversión, educa en la fe al creyente, insertándolo en la Iglesia, comunidad de los cristianos. La iniciación a la fe está fuertemente unida a la educación que la Iglesia realiza como su servicio al hombre y al mundo. En la sociedad actual, cualquier acción educativa resulta muy difícil, hasta el punto de que el Santo Padre Benedicto XVI ha hablado de emergencia educativa. Es cada vez más arduo transmitir a las nuevas generaciones los valores de fondo y un comportamiento recto. Lo experimentan los padres, pero también los organismos educativos, especialmente la escuela. Esa dificultad es consecuencia del relativismo generalizado, que hace que se pierda la luz de la verdad. En ese contexto, el compromiso de la Iglesia en la educación en la fe resulta hoy más que nunca una valiosa contribución para ayudar a la sociedad a salir de la crisis educativa. La Iglesia posee al respecto una gran tradición de escuelas, instituciones educativas, recursos pedagógicos, personas especializadas, varias Órdenes religiosas masculinas y femeninas, capaces de ofrecer una presencia significativa en el mundo de la escuela y de la educación. Tras un adecuado discernimiento de esa realidad, sometida también a cambios significativos en las transformaciones sociales y culturales, la Iglesia podrá aportar como don a la sociedad su tradición educativa, encontrando su lugar en el espacio público, volviendo a proponer en él la cuestión de Dios, fundamento de toda educación cristiana. Se podría afirmar que el objetivo de la Iglesia en materia educativa es la denominada ecología de la persona humana, según la expresión del Papa Benedicto XVI (cf. Caritas in veritate, 51; Lineamenta, 21), que forma una unidad con la ecología humana y la del medio ambiente. La nueva evangelización también está llamada a ocuparse del compromiso cultural y educativo de la Iglesia. En cualquier caso, necesita más testigos que maestros. «Cualquier proyecto de “nueva evangelización”, cualquier proyecto de anuncio y de transmisión de la fe no puede prescindir de esta necesidad: disponer de hombres y mujeres que con la propia conducta de vida sostengan el compromiso evangelizador que viven» (ib., 22). La actual emergencia educativa hace crecer la demanda de educadores que sepan ser testigos creíbles de valores en los que se puede fundar la existencia personal y el proyecto de la sociedad humana por el que vale la pena comprometerse. En los Lineamenta se indican algunos testigos ilustres de la historia de la Iglesia, en el campo de la educación, comenzando por san Pablo, san Patricio, san Bonifacio, san Francisco Javier, los santos Cirilo y Metodio, san Toribio de Mogrovejo, san Damián de Veuster, la beata madre Teresa de Calcuta. Gracias a Dios, su número podría ampliarse mucho más. Su ejemplo sirve para subrayar que la nueva evangelización es sobre todo una tarea espiritual de cristianos que buscan la santidad. Ese recorrido presupone la gracia de Dios y exige educación, esfuerzo, perseverancia y oración. Los testigos, entendidos en este sentido, sabrán emplear un lenguaje comprensible también para el hombre contemporáneo, predicando sobre todo con el ejemplo de una vida plenamente dedicada a Dios y al prójimo. VII) Conclusión En la parte conclusiva, los Lineamenta recogen algunas descripciones de la «nueva evangelización», sin afán de proponer una definición precisa y exhaustiva, sino para facilitar la reflexión sobre ese tema. Se reafirma que el fundamento de la nueva evangelización es el Espíritu Santo que el Señor resucitado derramó sobre los discípulos en Pentecostés. En medio de ellos, en el Cenáculo de Jerusalén, también se hallaba presente María, la Madre de Jesús y Madre nuestra. Ella, «llena de gracia», es el icono de la Iglesia, la Madre que la acompaña en la evangelización durante su historia bimilenaria. La nueva evangelización debería ser un nuevo cenáculo, un lugar donde, bajo la gracia del Espíritu Santo, la Iglesia encuentre no un nuevo Evangelio, sino «una respuesta adecuada a los signos de los tiempos, a las necesidades de los hombres y de los pueblos de hoy, a los nuevos escenarios que diseñan la cultura a través de la cual contamos nuestras identidades y buscamos el sentido de nuestra vida» (ib., 23). La nueva evangelización debería volver a encender en los cristianos el impulso de los orígenes, un nuevo espíritu misionero que implique a todos los miembros del pueblo de Dios, «un nuevo impulso apostólico que se viva como compromiso cotidiano de las comunidades y de los grupos cristianos» (Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 40; Lineamenta, 24). Pidamos al Señor, por medio de la santísima Virgen María, Estrella de la nueva evangelización, que la próxima Asamblea sinodal ayude a la Iglesia a retomar con renovado vigor la obra de evangelización, anunciando con alegría a los cercanos y a los lejanos el Evangelio de Jesucristo, «fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree» (Rm 1, 16).
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