SÍNODO DE LOS OBISPOS
XII ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA
LA PALABRA DE DIOS
INSTRUMENTUM LABORIS
ÍNDICE I. Un anuncio esperado y bien recibido II. El Instrumentum laboris y su uso PREMISA: Itinerario histórico PRIMERA PARTE A. Dios, Aquel que nos habla. Identidad de la Palabra de Dios B. Al centro, el misterio de Cristo y de la Iglesia A. La Biblia como Palabra de Dios inspirada y su verdad B. Como interpretar la Biblia según la fe de la Iglesia Actitud requerida a quien escucha la Palabra SEGUNDA PARTE La Palabra de Dios vivifica la Iglesia La Palabra de Dios en los diversos servicios de la Iglesia TERCERA PARTE La misión de la Iglesia Para un «fácil acceso a la Sagrada Escritura» (DV 22) La Palabra de Dios en los servicios y en la formación del pueblo de Dios La Palabra de Dios, gracia de comunión La Palabra de Dios, don a la Iglesia XII ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA
LA PALABRA DE DIOS
INSTRUMENTUM LABORIS
La Palabra de Dios por excelencia es Jesucristo, hombre y Dios. El Hijo eterno es la Palabra que desde siempre existe en Dios, porque ella misma es Dios: «En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios» (Jn 1, 1). La Palabra revela el misterio de Dios Uno y Trino. Desde siempre pronunciada por Dios en el amor del Espíritu Santo, la Palabra significa diálogo, describe comunión e introduce en la profundidad de la vida beata de la Santísima Trinidad. En Jesucristo, Verbo eterno, Dios nos ha elegido antes de la fundación del mundo, predestinándonos a ser sus hijos adoptivos (cf. Ef 1, 4-5). Mientras el Espíritu aleteaba sobre las aguas y las tinieblas cubrían el abismo (cf. Gn 1, 2), Dios Padre decidió crear el cielo y la tierra a través de la Palabra, por medio de la cual fue hecho todo lo que existe (cf. Jn 1, 3). Por lo tanto, las huellas de la Palabra se encuentran también en el mundo creado: «los cielos cuentan la gloria de Dios, la obra de sus manos anuncia el firmamento» (Sal 18, 2). La obra maestra de la creación es el hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26-27), capaz de entrar en diálogo con el Creador así como también de percibir en la creación la impronta de su Autor, el Verbo creador, y por medio del Espíritu vivir en la comunión con Aquel que es (cf. Ex 3, 14), con el Dios vivo y verdadero (cf. Jr 10, 10). Tal amistad fue interrumpida con el pecado de los progenitores (cf. Gn 3, 1-24) que ofuscó también el acceso a Dios por medio de la creación. Dios, clemente y misericordioso (cf. 2 Cro 30, 9), en su bondad no abandonó a los hombres. Eligió un pueblo en favor de todas las naciones (cf. Gen 22, 18) y continuó hablándoles durante siglos por medio de patriarcas y profetas elegidos para mantener viva la esperanza que ofrecía consolación también en los acontecimientos dramáticos de la historia de salvación. Sus palabras inspiradas se encuentran recogidas en los libros del Antiguo Testamento. Ellas han mantenido viva la esperanza en la venida del Mesías, hijo de David (cf. Mt 22, 42), retoño de la raíz de Jesé (cf. Is 11, 1). Cuando luego en la plenitud de los tiempos (cf. Ga 4, 4) Dios quiso revelar a los hombres el misterio de su vida, escondido durante siglos y generaciones (cf. Col 1, 26), el Hijo Unigénito de Dios se encarnó, «la Palabra se hizo carne , y puso su Morada entre nosotros» (Jn 1, 14). En todo similar a nosotros excepto en el pecado (cf. Hb 2, 17; 4, 15), el Verbo de Dios debió expresarse en modo humano a través de palabras y gestos que se encuentran narrados en el Nuevo Testamento y especialmente en los Evangelios. Se trata de un lenguaje del todo similar al usado por los hombres, excepto en el error. Con los ojos de la fe, en la fragilidad de la naturaleza humana de Jesucristo, el creyente descubre el esplendor de su gloria «que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1, 14). Analógicamente, por medio de las palabras de la Sagrada Escritura, el cristiano es invitado a descubrir la Palabra de Dios, el resplandor del glorioso evangelio de Cristo que es imagen de Dios (cf. 2 Co 4, 4). Se trata de un proceso exigente, paciente y constante que supone un estudio histórico y crítico (también diacrónico) y la aplicación de todos los posibles métodos científicos y literarios (orientados a la comprensión sincrónica) a los cuales está sometida toda investigación sobre escritos de los hombres. Iluminados por el Espíritu Santo, don del Señor resucitado, y bajo la guía del Magisterio, los fieles escrutan las Escrituras y se acercan a su pleno significado encontrando la Palabra de Dios, la persona del Señor Jesús, aquel que tiene palabras de vida eterna (cf. Jn 6, 68). Por lo tanto el tema de la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia, podía ser entendido en sentido cristológico: Jesucristo en la vida y en la misión de la Iglesia. El enfoque cristológico está necesariamente acompañado por el pneumatológico y ambos, conjuntamente, llevan al descubrimiento de la dimensión trinitaria de la revelación. Esta lectura asegura, por una parte, la unidad de la revelación en cuanto el Señor Jesús, Palabra de Dios, reúne todas las palabras y los gestos trasmitidos por la Sagrada Escritura, a través de autores inspirados, y fielmente custodiados en la Tradición. Esto vale no solo para el Nuevo Testamento, que narra y proclama el misterio de la muerte, de la resurrección y de la presencia del Señor Jesús en medio a la Iglesia, comunidad de sus discípulos convocados para celebrar los santos misterios. Ellos, permitiendo que la gracia destruya el pecado (cf. Rm 6, 6), buscan conformarse a su Maestro para que en cada uno de ellos pueda vivir Cristo (cf. Ga 2, 20). Esta lectura se refiere igualmente al Antiguo Testamento, el cual también, según la palabra de Jesús, le da testimonio (cf. Jn 5, 39; Lc 24, 27). Por otra parte, la lectura cristológica de la Escritura, junto con la pneumatológica, permite la ascensión de la letra al espíritu, de las palabras a la Palabra de Dios. En efecto, las palabras no pocas veces esconden el verdadero significado, precisamente de los géneros literarios, de la cultura de los escritores inspirados, del modo de concebir el mundo y sus leyes. Por lo tanto, es necesario redescubrir en la multiplicidad de las palabras la unidad de la Palabra de Dios, que después de un camino arduo pero inevitable resplandece con un esplendor inesperado que supera en larga medida la fatiga de la búsqueda. Este doble y complementario acceso a la Palabra de Dios es asumido por el Instrumentum laboris, documento de trabajo de la próxima Asamblea sinodal. Él es el resultado de las respuestas a los Lineamenta, documento de reflexión de parte de los Sínodos de las Iglesias Orientales Católicas sui iuris, de las Conferencias Episcopales, de los Dicasterios de la Curia Romana, de la Unión de los Superiores Generales, así como también de personas que han querido aportar sus contribuciones a la reflexión eclesial sobre tan importante argumento. La reflexión ha sido guiada por el Santo Padre Benedicto XVI, Pastor universal de la Iglesia, quien se ha referido en numerosas ocasiones al tema del sínodo, con la esperanza, entre otras cosas, que a partir del redescubrimiento de la Palabra de Dios, que es siempre actual y no envejece jamás, la Iglesia pueda rejuvenecerse y conocer una nueve primavera. De esta manera ella podrá desarrollar con renovado dinamismo su misión de evangelización y de promoción humana en el mundo contemporáneo, que tiene sed de Dios y de su palabra de fe, de esperanza y de caridad. El texto del Instrumentum laboris contiene un mosaico en el cual prevalecen aspectos positivos en lo que se refiere la consciencia difundida de la importancia de la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia. Se señalan también aspectos que deberían ser mejorados e integrados, sobre todo en relación a un mayor acceso a la Escritura y una mejor comprensión eclesial de la misma, que no podrán no desembocar en un renovado celo apostólico y pastoral, en el anuncio de la Buena Noticia a los que están cerca y a los lejanos, y en la animación de las realidades terrenas, contribuyendo a la construcción de un mundo más justo y pacífico. Se espera que el Instrumentum laboris, redactado por el XI Consejo Ordinario de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, con la ayuda de algunos expertos, pueda representar un válido documento de reflexión sinodal. Dicho documento podrá guiar a los padres sinodales en la vía descendente y ascendente en el redescubrimiento de la Palabra de Dios, es decir, de Jesucristo, hombre y Dios. Esto sucede en modo particular en las celebraciones litúrgicas que alcanzan su punto culminante en la Eucaristía, donde la palabra demuestra su milagrosa eficacia. En efecto, por expresa voluntad de Jesucristo «haced esto en recuerdo mío» (Lc 22, 19), las palabras pronunciadas por el sacerdote in persona Christi capitis: «Tomad, este es mi cuerpo» (Mc 14, 22), «esta es mi sangre» (Mc 14, 24) transforman, por la acción del Espíritu Santo, donado por el Padre, el pan en el cuerpo y el vino en la sangre del Señor resucitado. De esta perpetua fuente de gracia y de caridad, la Iglesia recibe constantemente la linfa vital y el arrojo para su misión en el mundo contemporáneo, cuyos habitantes están llamados a descubrir en la persona de Jesucristo la Palabra de Dios que es «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 6) para cada uno y para toda la humanidad. Nikola Eterović
Vaticano, en la Solemnidad de Pentecostés, 11 de mayo de 2008 «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, — pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba con el Padre y que se nos manifestó — lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto para que nuestro gozo sea completo» (1 Jn 1, 1-4). I. Un anuncio esperado y bien recibido Duodécima Asamblea General Ordinaria del Sínodo 1. La próxima XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que se celebrará desde el 5 al 26 de octubre de 2008, tiene como tema La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia. El argumento elegido por Su Santidad Benedicto XVI el 6 de octubre de 2006, ha sido acogido con amplio consenso de parte del Episcopado y del pueblo de Dios. En vista de la preparación específica han sido preparados los Lineamenta, con la intensión de reflexionar, a la luz del Concilio Ecuménico Vaticano II, sobre la experiencia actual de la Iglesia respecto de la Palabra en la variedad de las tradiciones y de los ritos, con referencia a las motivaciones de la fe y estimulando una reflexión articulada sobre diversos aspectos del encuentro con la Palabra de Dios. En relación a los Lineamenta y al relativo Cuestionario han llegado respuestas de las Iglesias Orientales Católicas sui iuris, de las Conferencias Episcopales, de los Dicasterios de la Curia Romana y de la Unión de los Superiores Generales, y observaciones de parte de Obispos, sacerdotes, personas consagradas, teólogos y fieles laicos. Puede afirmarse que la participación ha sido grande y diligente de parte de las Iglesias particulares en todos los continentes, testimoniando que verdaderamente la Palabra de Dios se extiende en todo el mundo. Las diversas opiniones han sido recogidas y oportunamente sintetizadas en este Instrumentum laboris. II. El Instrumentum laboris y su uso Puntos de referencia 2. La escucha obediente de la Palabra de Dios es reafirmada en comunión con toda la Tradición de la Iglesia, en modo particular con el Concilio Vaticano II, y más precisamente con la Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación Dei Verbum (DV), en sintonía con los otros documentos conciliares, principalmente con las Constituciones Dogmáticas sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium (SC) y sobre la Iglesia Lumen gentium (LG), y con la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et spes (GS)[1]. Están directamente relacionadas con el tema sinodal las dos Notas de la Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia y El pueblo judío y sus Escrituras Sagradas en la Biblia cristiana. Se agregan, con la propia autoridad, el Catecismo de la Iglesia Católica y el Compendio del mismo, así como también el Directorio General para la Catequesis. Una especial atención debe darse al magisterio sobre la Palabra de Dios de parte de los Papas Pío XII, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, así como a los documentos de los Dicasterios de la Curia Romana en estos cuarenta años post-conciliares. También existen textos sobre la Palabra de Dios en las Iglesias particulares y en otros organismos eclesiales continentales, regionales y nacionales. Pero el Sínodo tiene otros dos puntos de referencia. El primero está dado por el precedente Sínodo sobre la Eucaristía, a la cual la Palabra de Dios se une constituyendo una única mesa del Pan de vida (cf. DV 21). También hay otro importante evento de gracia que anima los trabajos del Sínodo: éste, en efecto, se desarrolla durante el Año Paulino, en la viva memoria del Apóstol que fue testigo de la Palabra de Dios y anunciador ejemplar de la misma, maestro permanente en la Iglesia. Expectativas comunes 3. Los aportes de los Pastores se denotan muchos puntos en común que expresan lo que se espera del Sínodo. Entre los aspectos comunes emergen:
La finalidad del Sínodo 4. El objetivo primario del Sínodo es dedicarse al tema de la Palabra con la cual «Dios invisible (cf. Col 1, 15; 1 Tim 1, 17) movido de amor, habla a los hombres como amigos (cf. Ex 33, 11; Jn 15, 14-15), trata con ellos (cf. Ba 3, 38) para invitarlos y recibirlos en su compañía» (DV 2). Esto implica la escucha y el amor a la Palabra del Señor, que está en consonancia con la vida concreta de las personas de nuestro tiempo. La Palabra de Dios determina una vocación, crea comunión, manda en misión, para que lo que se ha recibido para sí se transforme en un don para los otros. Se trata, por lo tanto, de una finalidad eminentemente pastoral y misionera: profundizar las razones doctrinales y dejarse iluminar por tales razones significa extender y reforzar la práctica del encuentro con la Palabra de Dios como fuente de vida en los diversos ámbitos de la experiencia y así, a través de caminos adecuados y fáciles, poder escuchar a Dios y hablar con Él. a) Concretamente, el Sínodo se propone, entre sus objetivos, clarificar mayormente aquellos aspectos fundamentales de la verdad sobre la Revelación, como: la Palabra de Dios, la fe, la Tradición, la Biblia, el Magisterio, que garantizan y mueven a un válido y eficaz camino de fe; la estimulación del amor profundo por la Sagrada Escritura, pues «los fieles han de tener fácil acceso» a ella (cf. DV 22), relevando la unidad entre el pan de la Palabra y del Cuerpo de Cristo, para nutrir plenamente la vida de los cristianos[2]. Además, es necesario recordar la indisoluble y recíproca interrelación entre Palabra de Dios y liturgia; estimular en todos los ambientes la práctica de la Lectio Divina, debidamente adaptada a las diversas circunstancias; ofrecer al mundo de los pobres una palabra de consolación y de esperanza. Este Sínodo, en consecuencia, se propone cooperar a un correcto ejercicio hermenéutico de la Escritura, orientando bien el necesario proceso de evangelización y de inculturación; desea promover el diálogo ecuménico, estrechamente vinculado a la escucha de la Palabra de Dios; quiere favorecer el diálogo judaico-cristiano, más ampliamente el diálogo interreligioso y intercultural. b) Un deseo de muchos Pastores es que la contribución final del Sínodo no sea sólo informativa, sino que llegue a la vida, provoque aquella participación, según la cual la Palabra de Dios se hace viva, eficaz, penetrante (cf. Hb 4, 12) a través de un lenguaje esencial y comprensible a la gente. A este propósito conviene tener presente que los términos Biblia, Sagrada Escritura, Libro Sagrado tienen el mismo significado y del contexto se comprenderá cuándo la expresión “Palabra de Dios” asume el sentido de “Sagrada Escritura”.
Itinerario histórico “Signos de los tiempos”. Después de cuarenta años del Concilio Una buena época de frutos 5. La Palabra de Dios ha producido varios resultados positivos en la comunidad cristiana. En el plano objetivo y general emergen estos aspectos:
Dudas y preguntas 6. Pero otros aspectos permanecen todavía abiertos y problemáticos. Siempre en un plano objetivo de datos se registran un poco en todas partes en las Iglesias locales las siguientes lagunas:
Una condición de fe variada y exigente 7. Dirigiendo una mirada a la condición de fe dentro de este panorama de luces y sombras, de las contribuciones de los Pastores se evidencian notables puntos de reflexión, que pueden ser agrupados en tres niveles: personal, comunitario y social. a. A nivel de las personas. Es necesario tener en cuenta que muchos fieles dudan de abrir la Biblia por varias razones, especialmente porque piensan que es un Libro difícil de comprender. En tantos cristianos el deseo intenso de escuchar la Palabra de Dios se realiza en una experiencia más emotiva que convencida, a causa del escaso conocimiento de la doctrina. Esta fractura entre la verdad de fe y la experiencia de vida se advierte sobre todo en el encuentro litúrgico con la Palabra de Dios. A esto se agrega una cierta separación de los estudiosos con respecto a los Pastores y a la gente simple de las comunidades cristianas. En segundo lugar se debe reconocer que la relación directa con la Escritura es vivida por muchos de manera inicial. A este respecto, un peculiar testimonio es dado por los movimientos, mientras un papel importante es reconocido a las personas consagradas. b. A nivel comunitario. No debe olvidarse que, si bien la Palabra de Dios tiene oyentes apasionados en todo el mundo, son significativas las diferencias dentro de la Iglesia. Se podría afirmar que en las Iglesias locales de origen más reciente o en situación de minoría numérica el uso de la Biblia entre los fieles es más amplio que en otros lugares. Además, son diversas las formas de aproximación según los contextos, de tal manera que hoy podemos hablar de un modo de acercarse a la Biblia diferenciado en Europa, en África, en América, en Oceanía. Luego, permanece siempre la diferencia complementaria del uso de la Palabra de Dios en las Iglesias latina y oriental y en relación a las otras Iglesias y comunidades eclesiales. c. A nivel social. El proceso de globalización, extendiéndose rápidamente, involucra también a la Iglesia. Tres factores, ampliamente citados en las respuestas, definen el contexto del encuentro con la Sagrada Escritura:
En el contexto de la nueva evangelización, la transmisión de la fe debe conjugarse con el descubrimiento en profundidad de la Palabra de Dios. Es deseable que la Palabra de Dios sea presentada como el sostén de la fe de la Iglesia a través de los siglos. La estructura del Instrumentum laboris 8. La estructura se articula en tres partes: la primera parte se concentra sobre la identidad de la Palabra de Dios según la fe de la Iglesia; la segunda parte considera la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia; la tercera parte reflexiona sobre la Palabra de Dios en la misión de la Iglesia. Cada parte está dividida en capítulos que hacen más fluida y clara la lectura. En síntesis, el Sínodo desea meditar, proponer y agradecer este misterio grande de la Palabra de Dios, que su don supremo. EL MISTERIO DE DIOS QUE NOS HABLA «Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas. En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo el universo» (Hb 1, 1-2). De las contribuciones de los Pastores se evidencian algunos temas teológicos significativos para la acción pastoral, como la identidad de la Palabra de Dios; el misterio de Cristo y de la Iglesia, centro de la Palabra de Dios; la Biblia como Palabra inspirada y su verdad; la interpretación de la Biblia según la fe de la Iglesia; la debida actitud en la escucha de la Palabra de Dios. A. Dios, Aquel que nos habla. Identidad de la Palabra de Dios La Dei Verbum propone una teología dialógica de la revelación. En este diálogo hay tres aspectos estrechamente vinculados: la amplitud de significado que en la Revelación divina asume el término “Palabra de Dios”; el misterio de Cristo, expresión plena y perfecta de la Palabra de Dios; el misterio de la Iglesia, sacramento de la Palabra de Dios. La Palabra de Dios como un canto a varias voces 9. La Palabra de Dios es como un canto a varias voces, en cuanto Dios la pronuncia en muchas formas y en diversos modos (cf. Hb 1, 1), dentro de una larga historia y con diversidad de anunciadores, pero donde aparece una jerarquía de significados y de funciones. a. La Palabra de Dios tiene su patria en la Trinidad, de la cual proviene, por la cual es sostenida y a la cual retorna, testimonio permanente del amor del Padre, de la obra de salvación del Hijo Jesucristo, de la acción fecunda del Espíritu Santo. A la luz de la Revelación, la Palabra es el Verbo eterno de Dios, la segunda persona de la Santísima Trinidad, el Hijo del Padre, fundamento de la comunicación intratrinitaria y ad extra: «En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio junto a Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada» (Jn 1, 1-3; cf. Col 1, 16). b. Por lo tanto, el mundo creado narra la gloria de Dios (cf. Sal 19, 1). Al inicio del tiempo, con su Palabra Dios crea el cosmos (cf. Gn 1, 1), poniendo en la creación un sello de su sabiduría, por lo cual todo hace resonar su voz (cf. Si 46, 17; Sal 68, 34). Es la persona humana en particular, en cuanto creada a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26), que permanece para siempre como signo inviolable e intérprete inteligente de su Palabra. De la Palabra de Dios, en efecto, la persona recibe la capacidad de entrar en diálogo con Él y con la creación. De este modo, Dios ha hecho de toda la creación, y de la persona in primis, «un testimonio perenne de sí mismo» (DV 3). Dado que «todo fue creado por él y para él [...] y todo tiene en él su consistencia» (Col 1, 16-17), «“semillas de la Palabra” (AG 11.15), “destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres” (NA 2) [...] se encuentran en las personas y en las tradiciones religiosas de la humanidad»[3]. c. «La Palabra se hizo carne» (Jn 1, 14): Palabra de Dios, última y definitiva es Jesucristo, su persona, su misión, su historia, íntimamente unidas, según el plan del Padre, que culmina en la Pascua y que se cumple cuando Jesús entrega el Reino al Padre (cf. 1 Cor 15, 24). Él es el Evangelio de Dios para cada persona humana (cf. Mc 1, 1). d. En vista de la Palabra de Dios que es el Hijo encarnado, el Padre habló en tiempos antiguos por medio de los profetas (cf. Hb 1, 1) y a través del Espíritu los Apóstoles continúan el anuncio de Jesús y de su Evangelio. Así la Palabra de Dios se expresa con palabras humanas en el anuncio de los profetas y de los Apóstoles. e. La Sagrada Escritura, fijando por divina inspiración los contenidos revelados, atestigua, de manera auténtica, que ella es verdaderamente Palabra de Dios (cf. DV 24), del todo orientada a Jesús, porque «ellas [las Escrituras] son las que dan testimonio de mí» (Jn 5, 39). Por el carisma de la inspiración los libros de la Sagrada Escritura tienen una fuerza de llamada directa y concreta, que no tienen otros textos o intervenciones humanas. f. Pero la Palabra de Dios no queda encerrada en la escritura. Si bien la Revelación se ha concluido con la muerte del último apóstol (cf. DV 4), la Palabra revelada continúa siendo anunciada y escuchada en la historia de la Iglesia, que se compromete a proclamarla al mundo entero para responder a su necesidad de salvación. Así, la Palabra continúa su curso en la predicación viva, que abraza las diversas formas de evangelización, entre las cuales sobresalen el anuncio y la catequesis, la celebración litúrgica y el servicio de la caridad. La predicación, en este sentido, con la fuerza del Espíritu Santo, es Palabra del Dios vivo comunicada a personas vivas. g. Entran en el ámbito de la Palabra de Dios, como el fruto de las raíces, las verdades de fe de la Iglesia en campo dogmático y moral. De este cuadro se puede comprender que cuando se anuncia en la fe la revelación de Dios se cumple un evento revelador, que se puede llamar verdaderamente Palabra de Dios en la Iglesia. Incidencias pastorales 10. Aquí se recuerdan tantas incidencias pastorales, con las cuales se relacionan muchas respuestas provenientes de las Iglesias particulares. — A la Palabra de Dios se le reconocen todas las cualidades de una verdadera comunicación interpersonal, en la Biblia frecuentemente designada como diálogo de alianza, en el cual Dios y la persona hablan como miembros de la misma familia. — En esta visión la religión cristiana no se puede definir “religión del Libro” en términos absolutos, en cuanto el Libro inspirado pertenece vitalmente a todo el cuerpo de la Revelación [4]. — El mundo creado es manifestación de la Palabra de Dios y la vida y la historia humana la contienen como en germen. En esta óptica emergen cuestiones, hoy relevantes, recordadas en muchos aportes de Pastores sobre la ley natural, sobre el origen del mundo, sobre la cuestión ecológica. — Conviene ciertamente retomar la hermosa noción de “historia de la salvación” (historia salutis), tan apreciada por los Padres de la Iglesia y transformada tradicionalmente en “Historia sagrada”. Es necesario hacer comprender todo lo que implica la “religión del Verbo encarnado”, es decir la Palabra de Dios que no se cristaliza en fórmulas abstractas y estáticas, sino que conoce una historia dinámica hecha de personas y de acontecimientos, de palabras y de acciones, de progresos y tensiones, como aparece claramente en la Biblia. La historia salutis, concluida en lo que se refiere a la fase constitutiva, continúa su eficacia ahora en el tiempo de la Iglesia. — La totalidad de la Palabra de Dios está asegurada por todos los actos que la expresan, según el papel de cada uno. Resulta espontáneo pensar, a causa de su misma fuerza, que la Sagrada Escritura es el ámbito vital de la Iglesia. Por otra parte, es necesario que todos los momentos del ministerio de la Palabra de Dios estén en recíproca y armónica interacción. Entre estos signos tienen un papel fundamental el anuncio, la catequesis, la liturgia y la diaconía. — Será deber de los Pastores ayudar a los fieles a tener esta visión armónica de la Palabra, evitando formas erróneas, reductivas o ambiguas de comprensión, capacitándolos para ser atentos oyentes de la Palabra, donde sea que resuene, y estimulándolos a gustar también las palabras más simples de la Biblia. B. En el Centro, el Misterio de Cristo y de la Iglesia En el corazón de la Palabra de Dios, el misterio de Cristo 11. Los cristianos en general advierten la centralidad de la persona de Jesucristo en la Revelación de Dios. Pero no siempre saben apreciar las razones de tal importancia, ni entienden en qué sentido Jesús es el corazón de la Palabra de Dios y, por lo tanto, también tienen dificultad para leer cristianamente la Biblia. A esto se refieren casi todas las respuestas de los Organismos consultados, impulsados por la doble preocupación de evitar los equívocos de una lectura superficial y fragmentada de la Escritura, pero sobre todo de indicar el camino seguro para entrar en el Reino de Dios y heredar la vida eterna. En efecto, «ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tu has enviado, Jesucristo» (Jn 17, 3). Esta relación sustancial entre la Palabra de Dios y el misterio de Cristo se configura, de este modo, en la Revelación como anuncio y en la historia de la Iglesia como profundización inagotable. Respecto a la mencionada relación se citan solamente algunas referencias teológicas esenciales de evidente incidencia pastoral. — Siempre a la luz de la Dei Verbum, se recuerda que Dios ha realizado un plan completamente gratuito: «envió a su Hijo, [...] para que habitara entre los hombres y les contara la intimidad de Dios (cf. Jn 1, 1-18). Jesucristo, Palabra hecha carne [...] “habla las palabras de Dios” (Jn 3, 34) y realiza la obra de salvación que el Padre le encomendó (cf. Jn 5, 36; 17, 4)» (DV 4). De este modo, Jesús en su vida terrena, y ahora en su vida celeste, asume y realiza todo el fin, el sentido, la historia y el proyecto de la Palabra de Dios porque, como afirma San Ireneo, Cristo « nos ha traído la gran novedad viniendo él mismo hacia nosotros»[5]. — El proyecto de Dios prevé una historia en la revelación. Como afirma el autor de la Carta a los Hebreos: «Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas. En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo» (Hb 1, 1-2). Quiere decir que en Jesús la Palabra de Dios asume los significados que Él ha dado a su misión: tiene como finalidad hacer entrar en el Reino de Dios (cf. Mt 13, 1-9); se manifiesta en sus palabras y obras; expresa la fuerza en los milagros; tiene el objetivo de animar la misión de los discípulos, sosteniéndolos en el amor a Dios y al prójimo y en la cura de los pobres; revela su plena verdad en el misterio pascual, en la espera del desvelamiento total; y ahora guía la vida de la Iglesia en el tiempo. — Pero también es verdad que la Palabra de Dios deber ser comprendida, como Él mismo decía, según las Escrituras (cf. Lc 24, 44-49), es decir, en la historia del pueblo de Dios del Antiguo Testamento, que lo ha esperado como Mesías, y ahora en la historia de la comunidad cristiana, que lo anuncia con la predicación, lo medita con la Biblia y experimenta su amistad y su guía. San Bernardo afirma que en el plan de la Encarnación de la Palabra, Cristo es el centro de todas las Escrituras. La Palabra de Dios, ya audible en la primera alianza, se hizo visible en Cristo[6]. — No puede olvidarse que «todo fue creado por él y para él» (Col 1, 16). Jesús asume una centralidad cósmica, es el rey del universo, Aquel que da el último sentido a toda la realidad. Si la Palabra de Dios es como un canto a varias voces, su clave de interpretación, por la inspiración del Espíritu Santo, es Cristo en la globalidad de su misterio. «La Palabra de Dios, que estaba en el principio junto a Dios, no es, en su plenitud, una multitud de palabras; ella no es muchas palabras, sino una sola Palabra que abraza un gran número de ideas de las cuales cada una es una parte de la Palabra en su totalidad [...]. Si Cristo nos indica las “Escrituras”, como aquellas que dan testimonio de Él, es porque considera los libros de la Escritura como un único rollo, puesto que todo lo que ha sido escrito de Él está recapitulado en un todo único»[7]. En el corazón de la Palabra de Dios, el misterio de la Iglesia 12. La Iglesia en cuanto misterio del Cuerpo de Jesús encuentra en la Palabra el anuncio de su identidad, la gracia de su conversión, el mandato de su misión, la fuente de su profecía y la razón de su esperanza. Ella está interiormente constituida por el diálogo con el Esposo y es hecha destinataria y testigo privilegiado de la Palabra amorosa y salvadora de Dios. Pertenecer cada vez más a este “misterio” que constituye la Iglesia es la consecuencia lógica de la escucha de la Palabra de Dios, por ello el encuentro continuo con ella es causa de renovación y fuente de «una nueva primavera espiritual»[8]. Por otra parte, la viva consciencia de pertenecer a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, será efectiva en la medida en que se puedan articular en manera coherente las diversas relaciones con la Palabra de Dios: una Palabra anunciada, una Palabra meditada y estudiada, una Palabra rezada y celebrada, una Palabra vivida y propagada. Por esta razón en la Iglesia la Palabra de Dios no es un depósito inerte, sino que es regla suprema de la fe y potencia de vida, progresa con la ayuda del Espíritu Santo y crece con la contemplación y el estudio de los creyentes, la experiencia personal de vida espiritual y la predicación de los Obispos (cf. DV 8; 21). Lo atestiguan en particular, los hombres de Dios, que han vivido la Palabra[9]. Es evidente que la primera misión de la Iglesia es transmitir la Palabra divina a todos los hombres. La historia atestigua que ello ha tenido lugar y continúa sucediendo hoy, después de tantos siglos, entre obstáculos, pero con fecunda vitalidad. Objeto de permanente reflexión y de fiel aplicación son las palabras iniciales de la Dei Verbum: «La Palabra de Dios la escucha con devoción y la proclama con valentía el Santo Concilio» (DV 1). Estas palabras resumen en sí la esencia de la Iglesia en su doble dimensión de escucha y de proclamación de la Palabra de Dios. No cabe ninguna duda: a la Palabra de Dios corresponde el primer lugar. Solamente a través de ella podemos comprender la Iglesia. Ella se define como Iglesia que escucha. Es en la medida en que escucha que ella puede ser también Iglesia que proclama. Afirma el Santo Padre Benedicto XVI: «La Iglesia no vive de sí misma, sino del Evangelio, y en el Evangelio encuentra siempre de nuevo orientación para su camino»[10]. Incidencias pastorales 13. La comunidad cristiana se siente engendrada y renovada por la Palabra de Dios para descubrir el rostro de Cristo. La afirmación de San Jerónimo es clara y perentoria: «Ignoratio enim Scripturarum, ignoratio Christi est»[11] (quien desconoce las Escrituras no conoce a Cristo). Aquí se recuerdan algunas urgencias pastorales que emergen de las respuestas a los Lineamenta: — desarrollar líneas orgánicas de reflexión sobre la relación de Jesús con la Sagrada Escritura, sobre cómo Él la lee y cómo ella ayuda a comprenderlo; — presentar de manera simple los criterios de lectura cristiana de la Biblia, resolviendo en esa óptica elementos difíciles del Antiguo Testamento; — ayudar a los fieles a reconocer en la Iglesia, guiada por el Magisterio, el lugar vital y continuo del anuncio de la Palabra de Dios; — instruir a aquellos cristianos que dicen que no leen la Biblia porque prefieren establecer con Jesús una relación directa y personal; — gracias a la realidad de Jesús, Señor resucitado y presente en los signos sacramentales, la liturgia ha de ser considerada como lugar primario del encuentro con la Palabra de Dios; — en la comunicación catequística, no se ha de olvidar que los Evangelios deben ser elegidos como lectura prioritaria, pero al mismo tiempo deben ser leídos en relación a los otros libros del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento y con los documentos del Magisterio de la Iglesia. A. La Biblia como Palabra de Dios inspirada y su verdad Las preguntas 14. Según los Pastores uno de los problemas más importantes es la relación de la Sagrada Escritura con la Palabra de Dios, en particular su inspiración y su verdad. Se distinguen tres niveles de preguntas:
La Sagrada Escritura, Palabra de Dios inspirada 15. Muchas respuestas a los Lineamenta señalan cuestiones relativas al modo de explicar a los fieles el carisma de la inspiración y de la verdad de las Escrituras. A este propósito es necesario, ante todo, precisar la relación entre la Biblia y la Palabra de Dios; aclarar la acción del Espíritu Santo; especificar algunos puntos sobre la identidad de la Biblia. a. Se ha de reconocer la relación de distinción y comunión entre la Biblia y la Palabra de Dios. Es la misma Biblia que atestigua la no coincidencia material entre Palabra de Dios y Escritura. La Palabra de Dios es una realidad viva, eficaz (cf. Hb 4, 12-13), eterna (cf. Is 40, 8), «omnipotente» (Sb 18, 15), creadora (cf. Gn 1, 3ss.) e instauradora de historia. En el Nuevo Testamento esta Palabra es el mismo Hijo de Dios, el Verbo hecho carne (cf. Jn 1, 1ss.; Hb 1, 2). La Escritura, en cambio, es testimonio de esta relación entre Dios y el hombre, la ilumina y la orienta de manera cierta. Por lo tanto, la Palabra de Dios, excede el Libro, y alcanza al hombre también a través de la vía de la Iglesia, Tradición viviente. Esto implica la superación de una interpretación subjetiva y cerrada de la Escritura, por lo cual ella ha de ser leída dentro de un proceso de la Palabra de Dios más amplio, y sobre todo inagotable, como demuestra el hecho que la Palabra continúa alimentando la vida de generaciones en tiempos siempre nuevos y diversos. La comunidad cristiana es, por lo tanto, el sujeto de trasmisión de la Palabra de Dios, y al mismo tiempo es sujeto privilegiado para comprender el sentido profundo de la Sagrada Escritura, el progreso de la fe y el desarrollo del dogma. A raíz de esta prerrogativa, que es propia de la Iglesia, ella desde el comienzo ha manifestado una veneración por los libros bíblicos y ha establecido, por regla o canon de la fe en la revelación divina, un elenco cierto y definitivo de los mismos: 73 libros, de los cuales 46 son el Antiguo Testamento y 27 del Nuevo Testamento[12]. b. El Espíritu da respiro a la palabra escrita y coloca el Libro en el misterio más amplio de la encarnación y de la Iglesia. Por lo tanto, gracias al Espíritu, la Palabra de Dios es una realidad litúrgica y profética, es anuncio (kerygma) antes de ser libro, es atestiguación del Espíritu Santo sobre la presencia de Cristo. c. En síntesis se puede afirmar que:
Tradición, Escritura y Magisterio 16. El Concilio Vaticano II insiste sobre la unidad de origen y sobre las diversas conexiones entre Tradición y Escritura, que la Iglesia recibe «con el mismo espíritu de devoción» (DV 9). A este respecto recordamos que la Palabra de Dios, hecha Evangelio o Buena Noticia en Cristo (cf. Rm 1,16) y, como tal, consignada a la predicación apostólica, continúa su curso a través de:
Finalmente, al Magisterio de la Iglesia, que no es superior a la Palabra de Dios, corresponde «interpretar auténticamente la Palabra de Dios, oral o escrita», en cuanto lo trasmitido «por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente» (DV 10). En síntesis, una verdadera lectura de la Escritura como Palabra de Dios no puede hacerse sino in Ecclesia, según su enseñanza. Antiguo y Nuevo Testamento, una sola economía de la salvación 17. Un problema actual entre los católicos se refiere al conocimiento del Antiguo Testamento como Palabra de Dios y en particular su relación con el misterio de Cristo y de la Iglesia. A causa de dificultades exegéticas no resueltas, se asiste a una cierta resistencia frente a páginas del Antiguo Testamento que parecen incomprensibles, y por lo tanto expuestas a la selección arbitraria, al rechazo. Según la fe de la Iglesia, el Antiguo Testamento ha de ser considerado como parte de la única Biblia de los cristianos, parte constitutiva de la Revelación y, por ello mismo, de la Palabra de Dios. De todo esto deriva la necesidad de una urgente formación para una lectura cristiana del Antiguo Testamento, reconociendo la relación que vincula los dos Testamentos y los valores permanentes del Antiguo (cf. DV 15-16)[14]. A esto ayuda la praxis litúrgica, que siempre proclama el Texto Sagrado del Antiguo Testamento como página esencial para una comprensión completa del Nuevo Testamento, según la atestación de Jesús mismo en el episodio de Emaús, en el cual el Maestro «empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre Él en todas las Escrituras» (Lc 24, 27). Justa es la afirmación agustiniana «Novum in Vetere latet et in Novo Vetus patet»[15] (el Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo y el Antiguo está desvelado en el Nuevo Testamento). Afirma San Gregorio Magno: «Lo que el Antiguo Testamento ha prometido, el Nuevo Testamento lo ha hecho ver; lo que aquel anuncia de manera oculta, éste lo proclama abiertamente como presente. Por lo tanto, el Antiguo Testamento es profecía del Nuevo Testamento; y el mejor comentario al Antiguo Testamento es el Nuevo Testamento»[16]. Las implicancias prácticas de esta doctrina son numerosas y vitales. Incidencias pastorales 18. Se advierte cada vez con más consciencia que no basta una lectura superficial de la Biblia. Se constata además que diversos grupos bíblicos, habiendo comenzado con entusiasmo el descubrimiento del Libro Sagrado, después progresivamente se extinguen por la falta de un buen terreno —es decir, la Palabra de Dios percibida en su misterio de gracia— como dice Jesús en la parábola del sembrador (cf. Mt 13, 20-21). En esta óptica se proponen aquí las siguientes implicancias: a. Por el hecho que la Escritura está íntimamente unida a la Iglesia, ésta tiene un papel esencial para acceder a la Palabra en su carácter genuino original, constituyendo así criterio para la recta comprensión de la Tradición, puesto que, de hecho, tanto la liturgia como la catequesis se alimentan de la Biblia. Como ya se ha dicho, los libros de la Sagrada Escritura tienen una fuerza de interpelación directa y concreta que no tienen otros textos o intervenciones eclesiásticas. b. Además, ha de ser considerada en sus efectos prácticos, la distinción entre la Tradición apostólica y las tradiciones eclesiales. En efecto, mientras la primera proviene de los apóstoles y transmite cuanto ellos han recibido de Jesús y del mismo Espíritu Santo, las tradiciones eclesiales han nacido en el curso del tiempo en las Iglesias locales y son formas de adaptación de la «gran Tradición»[17]. También ha de ser evaluado el peso decisivo del reconocimiento canónico, que la Iglesia ha definido a propósito de las Escrituras garantizando la autenticidad de las mismas, frente a la proliferación de libros no auténticos o apócrifos. Las interpretaciones gnósticas, hoy muy difundidas, acerca de la verdad sobre los orígenes cristianos obligan a explicar en qué consiste el Canon de los Libros sagrados y cómo éste ha surgido. De este modo se orienta adecuadamente la traducción y la difusión de la Escritura y se justifica el indispensable reconocimiento de parte de la Iglesia. Queda por reconsiderar la relación entre Escritura, Tradición y los signos de la Palabra de Dios en el mundo creado, especialmente con el hombre y su historia, puesto que toda creatura es palabra de Dios, en cuanto proclama Dios[18]. c. La intención del Magisterio, cuando ofrece orientaciones o proclama definiciones, no es limitar la lectura personal de la Escritura. Por el contrario, propone un cuadro de referencia seguro en el cual la investigación se realiza. Lamentablemente, la enseñanza del Magisterio y el valor de los diversos niveles de pronunciamiento no son siempre bien conocidos y aceptados. En ocasión del Sínodo se descubre una vez más la Dei Verbum y los documentos pontificios posteriores. En particular, merece ser señalada la orientación para la comprensión y el uso de la Palabra de Dios en la Biblia dada por el Santo Padre Benedicto XVI en diversas intervenciones magisteriales. d. En el surco de la Tradición viviente, y por lo tanto, como servicio genuino a la Palabra de Dios, ha de ser considerado también el instrumento del Catecismo, comenzando por el primer Símbolo de la fe, núcleo de todo Catecismo, hasta las diversas exposiciones promovidas a lo largo de los siglos en la Iglesia. El Catecismo de la Iglesia Católica y en las Iglesias locales los respectivos Catecismos son las atestaciones más recientes de las mencionadas exposiciones. e. En este sentido es necesario retener fundamental una distinción que tendrá tantas repercusiones en la praxis pastoral: existe el encuentro con la Escritura en las grandes acciones de la Iglesia, como la liturgia y la catequesis, donde la Biblia se coloca en un contexto público ministerial; existe también el encuentro inmediato, como la Lectio Divina, el curso bíblico, el grupo bíblico. Se ha de promover hoy esta vía a causa de un cierto alejamiento del pueblo de Dios del uso directo y personal de la Escritura. f. En cuanto al Antiguo Testamento, el mismo ha de ser entendido como una etapa en el desarrollo de la fe y de la comprensión de Dios. Su carácter figurado, su relación con la mentalidad científica e histórica de nuestro tiempo, tienen necesidad de ser aclarados. Por otra parte, numerosos pasajes del mismo custodian una fuerza espiritual, sapiencial y cultural única, constituyendo una rica catequesis sobre las realidades humanas y manifiestan las etapas del camino de fe de un pueblo. El conocimiento y la lectura de los Evangelios no excluyen que la profundización del Antiguo Testamento ofrezca a la lectura e inteligencia del Nuevo Testamento una profundidad siempre más grande. g. Finalmente, según una óptica pastoral bastante concreta, merecen ser señaladas algunas observaciones que ayudan a discernir mejor la relación de los fieles con la doctrina de la fe. Los fieles, en general, distinguen la Biblia de otros textos religiosos y la retienen más importante en la vida de fe, sin embargo, no pocos en la práctica prefieren textos espirituales más simples de entender, mensajes y escritos edificantes o diversas manifestaciones de la piedad popular. Se podría decir que el pueblo encuentra la Palabra de Dios a través de la vía práctica, viviéndola más que conociendo el origen y las motivaciones de la misma. Es una situación positiva y al mismo tiempo de fragilidad. Es necesario saber hablar a la gente reconociendo su modo de comprender. Ayudar a los fieles a saber qué es la Biblia, porqué existe, qué ofrece a la fe, cómo se usa, constituye una tarea necesaria en la actividad pastoral. B. Como interpretar la Biblia según la fe de la Iglesia El problema hermenéutico en perspectiva pastoral 19. El problema hermenéutico, dentro del cual se colocan la actualización de la Palabra de Dios y al mismo tiempo la inculturación[19], es una cuestión delicada e importante. Dios, en efecto, propone a la persona no una información más o menos curiosa y ni siquiera de orden puramente humano, científico, sino que le comunica su Palabra de verdad y de salvación, y esto requiere en quien la escucha una comprensión inteligente, vital, responsable y además actual. Todo esto implica reconocer el sentido verdadero de la Palabra pronunciada o escrita, así como la comunica el Señor a través de los autores sagrados, y al mismo tiempo exige que la Palabra sea significativa también para quien la escucha hoy. A la escucha de la experiencia 20. De las respuestas de los Obispos se deduce que la interpretación de la Palabra, no obstante las apariencias contrarias, resulta accesible. Tantos cristianos, en comunidad o singularmente, escrutan la Palabra de Dios con disponibilidad para comprender lo que Dios dice y para obedecerle. Ahora bien, esta disponibilidad de la fe es considerada por la Iglesia como una valiosa posibilidad que habilita para una correcta comprensión y actualización del Testo Sagrado. Hoy esta oportunidad (kairòs) vale, en cierto modo aún más, porque se abre una nueva relación entre la Palabra de Dios y las ciencias del hombre, en particular en el ámbito de la investigación filosófica, científica e histórica. Una grande riqueza de verdades y de valores sobre Dios, sobre el hombre y sobre las cosas proviene de este contacto entre Palabra y cultura. La razón, por lo tanto, interpela a la fe y ésta, a su vez, invita a la razón a colaborar para una verdad y una vida consonantes con la Revelación de Dios y las expectativas de la humanidad. Pero no faltan tampoco los riesgos de una interpretación arbitraria y reductiva, debidos especialmente al fundamentalismo, de tal modo que, por una parte se manifiesta el deseo de permanecer fiel al Texto, y por otra parte se desconoce la naturaleza misma de los textos, incurriendo en graves errores y generando también inútiles conflictos[20]. Existen además las llamadas lecturas ideológicas de la Biblia, según precomprensiones rígidas de orden espiritual o social y político, o simplemente humanas, sin el soporte de la fe (cf. 2 Pt 1, 19-20; 3, 16), hasta formas de contraposición y de separación entre la forma escrita, atestiguada sobre todo en la Biblia, la forma viva del anuncio y la experiencia de vida de los creyentes. En general, se nota un escaso o impreciso conocimiento de las reglas hermenéuticas de la Palabra. El sentido de la Palabra de Dios y el camino para encontrarlo 21. A la luz del Concilio Vaticano II y del Magisterio sucesivo[21], algunos aspectos necesitan hoy una atención y una reflexión específica, en vista de una adecuada comunicación pastoral: la Biblia, el libro de Dios y del hombre, ha de ser leída unificando correctamente el sentido histórico-literario y el sentido teológico-espiritual, o más simplemente el sentido espiritual[22]. La citada Nota de la Pontificia Comisión Bíblica ofrece al respecto esta definición: «Como regla general, se puede definir el sentido espiritual comprendido según la fe cristiana, como el sentido expresado por los textos bíblicos, cuando se los lee bajo la influencia del Espíritu Santo en el contexto del misterio pascual de Cristo y de la vida nueva que proviene de Él. Este contexto existe efectivamente. El Nuevo Testamento reconoce en Él el cumplimiento de las Escrituras. Es, pues, normal releer las Escrituras a la luz de este nuevo contexto, que es el de la vida en el Espíritu»[23]. Esto significa que el método histórico-crítico es necesario para una correcta exégesis, convenientemente enriquecido con otras formas de estudio[24], pero para alcanzar el sentido total de la Escritura es necesario valerse de los criterios teológicos, propuestos por la Dei Verbum: «el contenido y la unidad de toda la Escritura, la Tradición viva de toda la Iglesia, la analogía de la fe» (DV 12)[25]. Hoy, sobre este punto, se advierte la necesidad de una profunda reflexión teológica y pastoral para formar nuestras comunidades según una recta y fructuosa comprensión. Afirma el Santo Padre Benedicto XVI: «me interesa mucho que los teólogos aprendan a leer y amar la Escritura tal como lo quiso el Concilio en la Dei Verbum: que vean la unidad interior de la Escritura —hoy se cuenta con la ayuda de la “exégesis canónica” (que sin duda se encuentra aún en una tímida fase inicial)— y que después hagan una lectura espiritual de ella, la cual no es algo exterior de carácter edificante, sino un sumergirse interiormente en la presencia de la Palabra. Me parece que es muy importante hacer algo en este sentido, contribuir a que, juntamente con la exégesis histórico-crítica, con ella y en ella, se dé verdaderamente una introducción a la Escritura viva como palabra de Dios actual»[26]. Incidencias pastorales 22. El pueblo de Dios ha de ser educado para que pueda descubrir este gran horizonte de la Palabra de Dios, evitando hacer complicada la lectura de la Biblia. Vale la verdad que las cosas más importantes en la Biblia son también las que más directamente se vinculan con la existencia, como lo es la vida de Jesús. Recordamos algunos puntos esenciales para una recta interpretación del Libro sagrado. a. En primer lugar se recuerda la interpretación de la Palabra de Dios que se cumple cada vez que la Iglesia se reúne para celebrar los divinos misterios. A este respecto, la introducción del Leccionario, que es proclamado en la Eucaristía, recuerda: «Por voluntad del mismo Cristo, el nuevo pueblo de Dios se halla diversificado en una admirable variedad de miembros, por lo cual son también varios los oficios y funciones que corresponden a cada uno, en lo que atañe a la Palabra de Dios; según esto, los fieles escuchan y meditan la Palabra, y la explican únicamente aquellos a quienes, por la sagrada ordenación, corresponde la función del magisterio, o aquellos a quienes se encomienda este ministerio. Así, la Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto, perpetúa y transmite a todas las generaciones, todo lo que ella es, todo lo que cree, de modo que, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina hasta que en ella tenga su plena realización la palabra de Dios»[27]. b. Conviene aclarar que «el sentido espiritual no se debe confundir con las interpretaciones subjetivas dictadas por la imaginación o la especulación intelectual». El sentido espiritual proviene de «tres niveles de realidad: el texto bíblico (en su sentido literal), el misterio pascual y las circunstancias presentes de vida en el Espíritu»[28]. Es necesario partir en cada caso del texto bíblico como primario e insustituible también en la acción pastoral. c. Considerando que la Nota de la Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, en general, no ha superado el círculo de los expertos, será necesario comprometerse a ayudar a los lectores creyentes a conocer las leyes elementales de una aproximación al texto bíblico. De gran valor son los subsidios elaborados con este objetivo. d. En esta perspectiva han de ser consideradas, rectamente comprendidas y recuperadas la extraordinaria exégesis de los Padres[29] y la gran intuición medieval de los “cuatro sentidos de la Escritura”, puesto que no han perdido interés; no han de ser descuidadas las diversas resonancias y tradiciones que la Biblia suscita en la vida del pueblo de Dios, en las figuras de los santos, de los maestros espirituales y de los testigos. Asimismo, ha de ser considerada la contribución de las ciencias teológicas y humanas; la “historia de los efectos” (Wirkungsgeschichte), especialmente en el arte, puede ser un fecundo testimonio de lectura espiritual. Puesto que la Biblia es leída también por los no creyentes, que evidencian el valor antropológico, puede ser enriquecedora una correcta interpretación de este aspecto. La Sagrada Escritura se debe leer en comunión con la Iglesia de todos los lugares y de todos los tiempos, con los grandes testigos de la Palabra, desde los primeros Padres hasta los santos e incluyendo el Magisterio actual[30]. e. Hay que subrayar el pedido hecho al Sínodo no solo de afrontar los clásicos problemas de la Biblia, sino también de poner en relación con ella los problemas actuales, como la bioética y la inculturación. Podemos decir esto con una expresión frecuente en los grupos bíblicos: “¿Cómo se va desde la vida al texto y del texto a la vida?”, o también “¿cómo leer la Biblia con la vida y la vida con la Biblia?” f. Se ha de señalar, desde el punto de vista de la comunicación de la fe, un nuevo problema de la hermenéutica bíblica. Dicho problema no se relaciona solamente con la comprensión del lenguaje bíblico, sino también con el conocimiento de la cultura actual, que está siempre menos vinculada a la palabra oral o escrita, y más orientada hacia una cultura electrónica, por lo cual la proclamación tradicional de la palabra puede resultar tediosa a los oyentes, invadidos por las técnicas informáticas. Actitud requerida a quien escucha la Palabra De las respuestas de los Obispos a los Lineamenta resulta que es necesario cultivar en el pueblo una relación orante, personal y comunitaria, con la Palabra de Dios, la cual suscita y nutre la respuesta de fe. Una palabra eficaz 23. Los sujetos del evento de la Palabra son Dios, que la anuncia, y el destinatario, persona individual o comunidad. Dios habla, pero sin la escucha del creyente la Palabra se muestra dicha, pero no recibida. Por ello se puede decir que la revelación bíblica es el encuentro entre Dios y el pueblo en la experiencia de la única Palabra y que entre ambos hacen la Palabra. La fe obra, la Palabra crea. El texto de Hb 4, 12-13, junto con el de Is 55, 9-11 y tantos otros textos, afirma la inefable eficacia de la Palabra de Dios. ¿Cómo entender tal eficacia? La pregunta se hace aún más necesaria por un hecho propuesto por diversas contribuciones de los Obispos, según el cual algunos cristianos neófitos dan a la lectura del Libro Sagrado un valor casi mágico, sin un personal y específico empeño de responsabilidad. En realidad, la Palabra de Dios despliega su eficacia, como afirma el sembrador (cf. Mc 4, 1-20), cuando se quitan los obstáculos y se ponen las condiciones para que la semilla de la Palabra dé frutos. En cuanto al tipo de eficacia propio de la Palabra de Dios, es iluminador otro texto evangélico, que utiliza la imagen de la semilla que debe morir para dar fruto: Cristo habla de la necesidad de su muerte para cumplir el plan de salvación. La cruz es directamente potencia y sabiduría de Dios; el evangelio es la «predicación de la cruz», escribe S. Pablo a los cristianos de Corinto (1 Cor 1, 18). La eficacia de la Palabra es, por lo tanto, del orden de la cruz. Palabra y cruz son dos realidades que se colocan en el mismo nivel. En ellas toda la potencia está en el dinamismo del amor divino que las atraviesa: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito» (Jn 3, 16; cf. Rm 5, 8). Encuentra el fruto de la Palabra quien cree en el amor de Dios que la pronuncia. Entonces la potencialidad de la Palabra de Dios se hace concreta, se realiza, se hace verdaderamente personal. El creyente: aquel que escucha la Palabra de Dios en la fe 24. «Cuando Dios se revela, el hombre tiene que someterse con la fe». A Él, que hablando se dona, el hombre escuchándolo «se entrega entera y libremente» (DV 5). El hombre que, también en virtud de la íntima estructura de la persona es oyente de la Palabra, recibe de Dios la gracia de responder en la fe. Ello implica, de parte de la comunidad y de cada creyente, una actitud de plena adhesión a una propuesta de total comunión con Dios y de entrega a su voluntad (cf. DV 2). Esta actitud de fe comunional se manifestará en cada encuentro con la Palabra de Dios, en la predicación viva y en la lectura de la Biblia. No es casual que la Dei Verbum aplique al Libro Sagrado cuanto afirma globalmente de la Palabra de Dios: «Dios invisible (cf. Col 1,15; 1 Tim 1,17), movido por amor, habla a los hombres como a amigos (cf. Ex 33, 11 ; Jn 15,14-15), trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía» (DV 2). «En los Libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos» (DV 21). La Revelación es comunión de amor, que la Escritura frecuentemente expresa con el término alianza. En síntesis, se trata de una actitud de oración: «diálogo de Dios con el hombre, pues “a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras”[31] » (DV 25). La Palabra de Dios transforma la vida de aquellos que se acercan a ella con fe. La Palabra no se extingue nunca, es nueva cada día. Mas para que esto suceda es necesaria una fe que escucha. La Escritura atestigua en varias ocasiones que la escucha es lo que hace de Israel el pueblo de Dios: «Si de veras me obedecéis y guardáis mi alianza, seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos» (Ex 19, 5; cf. Jr 11, 4). La escucha crea una pertenencia, un vínculo, hace entrar en la alianza. En el Nuevo Testamento la escucha es directa con respecto a la persona de Jesús, el Hijo de Dios: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (Mt 17, 5 e par.). El creyente es uno que escucha. El que escucha confiesa la presencia de aquel que habla y desea comprometerse con él; quien escucha busca en sí mismo un espacio para que el otro pueda habitar en él; aquel que escucha se abre con confianza al otro que habla. Por ello los evangelios piden el discernimiento de aquello que se escucha (cf. Mc 4, 24) y llaman la atención sobre cómo se escucha (cf. Lc 8, 18); en efecto: ¡nosotros somos aquello che escuchamos! La figura antropológica que la Biblia desea construir es aquella del hombre capaz de escuchar, dotado de un corazón que escucha (cf. 1 Re 3, 9). Siendo esta escucha no una mera audición de frases bíblicas sino un discernimiento pneumático de la Palabra de Dios, esto exige la fe y debe acontecer en el Espíritu Santo. María, modelo de recepción de la Palabra para el creyente 25. En la historia de la salvación emergen grandes figuras de oyentes y de evangelizadores de la Palabra de Dios: Abraham, Moisés, los profetas, los Santos Pedro y Pablo, los otros apóstoles, los evangelistas. Ellos escuchando fielmente la Palabra del Señor y comunicándola han hecho espacio al Reino de Dios. En esta perspectiva, un papel central asume la figura de la Virgen María, la cual ha vivido en modo incomparable el encuentro con la Palabra de Dios, que es el mismo Jesús. Por este motivo, ella es un modelo providencial de toda escucha y anuncio. Educada en la familiaridad con la Palabra de Dios en la experiencia intensa de las Escrituras del pueblo al cual ella pertenecía, María de Nazaret, desde el evento de la Anunciación hasta la Cruz, y aún hasta Pentecostés, recibe la Palabra en la fe, la medita, la interioriza y la vive intensamente (cf. Lc 1, 38; 2, 19.51; Hch 17, 11). En virtud de su “sí”, dado inicialmente, y nunca interrumpido, a la Palabra de Dios, ella sabe observar en torno a sí y vive las urgencias del cotidiano, siendo consciente que lo que recibe como don del Hijo es don para todos: en el servicio a Isabel, en Caná y junto a la cruz (cf. Lc 1, 39; Jn 2, 1-12; 19, 25-27). Por lo tanto, a ella se aplica cuanto ha dicho Jesús en su presencia: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 8, 21). «Al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada»[32]. En particular, debe considerarse su modo de escuchar la Palabra. El texto evangélico «María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19) significa que ella escuchaba y conocía las Escrituras, las meditaba en su corazón a través de un proceso interior de maduración, donde la inteligencia no está separada del corazón. María buscaba el sentido espiritual de la Escritura y lo encontraba relacionándolo (symballousa) con las palabras, con la vida de Jesús y con los acontecimientos que ella iba descubriendo en la historia personal. María es nuestro modelo tanto para acoger la fe, la Palabra, como para estudiarla. A ella no le basta recibirla, la medita atentamente. No solamente la posee, sino que al mismo tiempo la valoriza. Le da su consentimiento, pero también la pone en práctica. Así María se transforma en un símbolo para nosotros, para la fe de las personas simples y para aquella de los doctores de la Iglesia, que buscan, sopesan, definen cómo profesar el Evangelio. Recibiendo la Buena Noticia, María se presenta como el tipo ideal de la obediencia de la fe y se transforma en ícono viviente de la Iglesia al servicio de la Palabra. Afirma Isaac de la Estrella: «En las Escrituras, divinamente inspiradas, aquello que es dicho en general de la virgen madre Iglesia se entiende singularmente de la virgen madre María [...]. Heredad del Señor en modo universal es la Iglesia, en modo especial es María, en modo particular el alma de cada fiel. En el tabernáculo del vientre de María Cristo habitó nueve meses, en el tabernáculo de la fe de la Iglesia hasta el fin del mundo, en el conocimiento y en el amor del alma fiel para la eternidad»[33]. María enseña a no permanecer como extraños espectadores ante una Palabra de vida, sino a transformarse en participantes, haciendo propio el “heme aquí” de los profetas (cf. Is 6, 8) y dejándose conducir por el Espíritu Santo que habita en nosotros. Ella “magnifica” el Señor descubriendo en su vida la misericordia de Dios, que la hace “beata” porque «ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor» (Lc 1, 45). Dice San Ambrosio que todo cristiano que cree, concibe y genera el Verbo de Dios. Si hay una sola madre de Cristo según la carne, según la fe, en cambio, Cristo es el fruto de todos[34]. Incidencias pastorales 26. Las incidencias pastorales en relación a la fe en la Palabra de Dios son notables. a. Se puede leer la Biblia sin fe, pero sin fe no se puede escuchar la Palabra de Dios. Un grupo bíblico es válido si, mientras lee la Biblia, se educa en la fe, conformando la vida cristiana según las indicaciones que ofrece la Biblia e iluminando con la fe los momentos difíciles. b. Al hombre de hoy se le debe hablar de manera positiva y alentadora, ofreciéndole sugerencias múltiples para acercarse al texto, a la lectura espiritual, a la oración, a la posibilidad de compartir la Palabra. Se trata principalmente de aproximarse a la Palabra, no tanto como depósito de referencias dogmáticas pastorales, sino como fuente de agua viva, en la sorpresa gozosa de escuchar al Señor en el propio contexto de vida. Se trata de poner en acto el círculo hermenéutico completo: creer para comprender, comprender para creer; la fe busca la inteligencia, la inteligencia se abre a la fe. El relato de Emaús es un modelo ejemplar de encuentro del creyente con la misma Palabra encarnada (cf. Lc 24, 13-35). c. «Escucha, Israel», «Shemà Israel», es el mandamiento primario del pueblo de Dios (Dt 6, 4). «Escucha» es también la primera palabra de la Regla de San Benito. Dios invita al fiel a escuchar con el oído del corazón. El corazón en la Biblia no es solo la sede de los sentimientos o de la emoción, sino el centro más profundo de la persona donde se toman las decisiones. Por ello es necesario el silencio que se prolonga más allá de las palabras. El Espíritu Santo hace entender y comprender la Palabra de Dios, uniéndose silenciosamente a nuestro espíritu (cf. Rm 8, 26-27). d. Es necesario escuchar como María y con María, madre y educadora de la Palabra de Dios. Existe la forma simple y universal de escucha orante de la Palabra que son los misterios del Rosario. El Papa Juan Pablo II ha puesto en luz la riqueza bíblica del mismo, definiéndolo «compendio del Evangelio», en el cual la enunciación del misterio «deja hablar a Dios», permite «contemplar a Cristo con María»[35]. Más aún, como la Virgen María, templo del Espíritu, en una vida silenciosa, humilde y escondida, así la Iglesia toda ha de ser educada para testimoniar este estrecho vínculo entre Palabra y Silencio, Palabra y Espíritu de Dios. La escucha de la Palabra en la fe se transforma luego en el creyente en comprensión, meditación, comunión, participación, actuación: se perciben aquí los lineamientos de la Lectio Divina, como la vía privilegiada del acercamiento del creyente a la Biblia. e. Es justo recordar que la actitud de fe se refiere a la Palabra de Dios en todos sus signos y lenguajes. Es una fe que recibe de la Palabra una comunicación de verdad a través del relato o la fórmula doctrinal; una fe que reconoce la Palabra de Dios como estímulo primario para una conversión eficaz, luz para responder a tantas preguntas del creyente, guía para un discernimiento sapiencial de la realidad, solicitación a actuar la Palabra (cf. Lc 8, 21), y no solo a leerla o a decirla, y finalmente fuente permanente de consolación y esperanza. De ahí se sigue el deber de reconocer y asegurar el primado a la Palabra de Dios en la propia vida de los creyentes, acogiéndola así como la Iglesia la anuncia, la comprende y la vive. f. Finalmente, para muchas personas que no saben leer es necesario proponer adecuados servicios de comunicación de la Palabra traducida en las lenguas correspondientes. LA PALABRA DE DIOS EN LA VIDA DE LA IGLESIA «Porque cuanto aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los vuestros y mis pensamientos a los vuestros. Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié» (Is 55, 9-11). La Palabra de Dios vivifica la Iglesia Cuando el Espíritu Santo inicia a mover la vida del pueblo, uno de los primeros y más fuertes signos es el amor a la Palabra de Dios en la Escritura y el deseo de conocerla mejor. Esto acontece porque la Palabra de la Escritura es una palabra que Dios dirige a cada uno personalmente como una carta en las concretas circunstancias de la vida. Tiene una inmediatez extraordinaria y el poder de penetrar en lo íntimo del ser humano. En efecto:
La Iglesia nace y vive de la Palabra de Dios 27. En los Hechos de los Apóstoles se lee acerca de Pablo y Bernabé que en Antioquía «A su llegada reunieron a la iglesia y se pusieron a contar todo cuanto Dios había hecho juntamente con ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe» (Hch 14, 27). El Sínodo es el lugar en el cual se podrán ciertamente sentir «los signos y prodigios» de la Palabra de Dios, como ya sucedió en Antioquía y en la asamblea de Jerusalén que escuchaba a Bernabé y Pablo (cf. Hch 15, 12). En efecto, en todas las Iglesias particulares se hacen múltiples experiencias de la Palabra de Dios: en la Eucaristía, en la Lectio Divina, comunitaria y personal, en la jornada de la Biblia, en los cursos bíblicos, en los grupos de Evangelio o de escucha de la Palabra de Dios, en el camino bíblico diocesano, en los ejercicios espirituales, en las peregrinaciones a Tierra Santa, en las celebraciones de la Palabra, en las expresiones de la música, de las artes plásticas, de la literatura y del cine. Múltiples constataciones emergen de las respuestas a los Lineamenta:
La Palabra de Dios sostiene la Iglesia a lo largo de la historia 28. Es un dato constante en la vida del pueblo de Dios, la cual no es estática, sino que se propaga (cf. 2 Ts 3, 1) y desciende, como una lluvia fecunda desde el cielo (cf. Is 55, 10-11). Esto acontece desde cuando hablaban los profetas al pueblo, Jesús a la gente y a los discípulos, los apóstoles a la primera comunidad, y hasta en nuestros días. Podemos bien decir que el servicio de la Palabra de Dios caracteriza las diversas épocas dentro del mismo mundo bíblico y después en la historia de la Iglesia. Así en el tiempo de los Padres, la Escritura se encuentra en el centro, como una fuente, de la cual se nutren la teología, la espiritualidad y la orientación pastoral. Los Padres son los maestros insuperables de aquella lectura espiritual de la Escritura que, cuando es genuina, no descuida la letra, es decir, el correcto sentido histórico, pero es capaz de leer la letra en el Espíritu. En el Medioevo, la Sagrada Página constituye la base de la reflexión teológica; para encontrarla adecuadamente se elabora la doctrina de los cuatro sentidos: literal, alegórico, tropológico y anagógico[38]. En el período antiguo la Palabra de Dios en la Lectio Divina constituye la forma monástica de la oración; es fuente de inspiración artística; se transmite al pueblo en tantas formas de predicación y de piedad popular. En la edad moderna, el surgimiento del espíritu crítico, el progreso científico, la división entre los cristianos y el consiguiente empeño ecuménico, estimulan, no sin dificultad y contrastes, un estudio más correcto y al mismo tiempo una mejor comprensión del misterio de la Escritura en el seno de la Tradición. En la época contemporánea se desarrolla el proyecto de renovación basado en la centralidad de la Palabra de Dios, que a través del Concilio Vaticano II continúa hasta el presente Sínodo. En el cuadro de la grande Tradición, cada Iglesia particular se desarrolla en el tiempo con características y modos propios. Sobre todo, como enseña aún la historia, es posible ver conexiones, influencias e intercambios recíprocos. Mientras tanto, es necesario registrar una doble noticia: por una parte, se puede constatar que la Palabra de Dios se difunde y evangeliza las diversas Iglesias particulares de los cinco continentes: en ellas se encarna progresivamente, transformándose en alma vivificadora de la fe de tantos pueblos, fundamental factor de comunión, fuente de inspiración y de transformación de las culturas y de la sociedad; por otra parte, parece que la pastoral bíblica sufre por razones históricas, vinculadas al momento de la evangelización, pero también por problemas reales de fe en el diverso contexto de vida o por carencias económicas. La Palabra de Dios penetra y anima, con la potencia del Espíritu Santo, toda la vida de la Iglesia 29. Existe una correlación entre el uso de la Biblia, la concepción de la Iglesia y la praxis pastoral. La adecuada relación se realiza cuando el Espíritu Santo crea armonía entre Escritura y Comunidad. Por lo tanto será importante respetar la necesidad interior que estimula la comunidad al encuentro con la Palabra de Dios, pero se cuidará también de controlar aquella sensibilidad que exalta la espontaneidad, la experiencia estrictamente subjetiva y la sed de lo prodigioso. Así también se prestará atención a lo que dice el texto de la Escritura, tratando de meditarlo para comprender el sentido literal, antes de aplicarlo a la vida. No es una cosa siempre fácil. Se señala el riesgo del fundamentalismo, fenómeno que tiene amplios matices antropológicos, sociológicos y psicológicos, pero que se aplica en modo particular a la lectura bíblica y a la consiguiente interpretación del mundo. A nivel de lectura bíblica, el fundamentalismo se refugia en el literalismo y rechaza tener cuenta de la dimensión histórica de la revelación bíblica y así no logra aceptar plenamente la misma Encarnación. «Este género de lectura encuentra cada vez más adeptos [...] también entre los católicos [...] el fundamentalismo [...] exige una adhesión incondicionada a actitudes doctrinarias rígidas e impone, como fuente única de enseñanza sobre la vida cristiana y la salvación, una lectura de la Biblia que rehúsa todo cuestionamiento y toda investigación crítica»[39]. La forma extrema de este tipo de tendencia es la secta. Aquí la Escritura ya no cuenta con la acción dinámica y vivificadora del Espíritu y la comunidad se atrofia, como un cuerpo inerte, transformándose en un grupo cerrado, que no admite diferencias ni pluralidad en el propio seno y muestra una actitud agresiva hacia otros modos de pensar[40]. En cambio, urge mantener viva en la comunidad la docilidad al Espíritu Santo, superando el riesgo de apagar el Espíritu con el excesivo activismo y la exterioridad de la vida de fe, evitando el peligro de la burocratización de la Iglesia, de la acción pastoral limitada a sus aspectos institucionales y de la reducción de la lectura bíblica a una actividad más entre otras. 30. Es necesario tener presente que, como afirma Jesús, el Espíritu guía a la Iglesia hacia la verdad entera (cf. Jn 16, 13), por lo tanto hace comprender el verdadero sentido de la Palabra de Dios, conduciendo finalmente al encuentro con el Verbo mismo, el Hijo de Dios, Jesús de Nazaret. El Espíritu es el alma y el exégeta de la Sagrada Escritura. Por este motivo, no solo «se ha de leer [la Escritura] con el mismo Espíritu con que fue escrita» (DV 12), sino que la misma Iglesia, guiada por el Espíritu, trata de alcanzar una comprensión cada vez más profunda de la Escritura para alimentar a sus hijos, valiéndose en particular del estudio de los Padres de Oriente y de Occidente (cf. DV 23), de la investigación exegética y teológica, de la vida de los testigos y de los santos. A este respecto, es muy valiosa la línea trazada en los Praenotanda del Leccionario, donde se afirma: «Para que la Palabra de Dios realice efectivamente en los corazones lo que suena en los oídos, se requiere la acción del Espíritu Santo, con cuya inspiración y ayuda la Palabra de Dios se convierte en fundamento de la acción litúrgica y en norma y ayuda de toda la vida. Por consiguiente, la actuación del Espíritu no sólo precede, acompaña y sigue a toda acción litúrgica, sino que también va recordando, en el corazón de cada uno (cf. Jn 14, 15-17.25-26; 15, 26 - 16, 15) , aquellas cosas que, en la proclamación de la Palabra de Dios, son leídas para toda la asamblea de los fieles, y, consolidando la unidad de todos, fomenta asimismo la diversidad de carismas y proporciona la multiplicidad de actuaciones»[41]. La comunidad cristiana, por lo tanto, se construye cada día dejándose guiar por la Palabra de Dios, bajo la acción del Espíritu Santo, que ilumina, convierte y consuela. En efecto, «todo cuanto fue escrito en el pasado, se escribió para enseñanza nuestra, para que con la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza» (Rm 15, 4). Es un deber primario de los Pastores ayudar a los fieles a comprender qué significa encontrar la Palabra de Dios bajo la guía del Espíritu, cómo en particular tal encuentro tiene lugar en la lectura espiritual de la Biblia, en la actitud de la escucha y de la oración. A este propósito afirma Pedro Damasceno: «Aquel que tiene experiencia del sentido espiritual de las Escrituras sabe que el sentido de la palabra más simple de la Escritura y el de aquella excepcionalmente sapiente son una sola cosa y están orientadas a la salvación del hombre»[42]. Incidencias pastorales 31. Si la Palabra de Dios es fuente de vida para la Iglesia, resulta esencial considerar la Sagrada Escritura como alimento vital. Esto implica:
La Palabra de Dios en los diversos servicios de la Iglesia Ministerio de la Palabra 32. «La predicación de la Iglesia, como toda la religión cristiana, se ha de alimentar y regir con la Sagrada Escritura» (DV 21). Con esta afirmación el Concilio Vaticano II indica empeños específicos que requieren intervenciones concretas. Nótese que el servicio de la Palabra en las Iglesias particulares se está realizando en los diversos ámbitos y expresiones de vida, con un programa que lleva a reconocer al momento litúrgico de la Eucaristía y de cada sacramento el aspecto primario de la experiencia de la Palabra de Dios. Se advierte la necesidad de considerar la lectura orante en la forma de la Lectio Divina, a nivel comunitario y personal, como la meta alta y común, así como también la necesidad de promover una catequesis que sea una iniciación a la Sagrada Escritura, vivificando con ella los programas catequísticos y los mismos catecismos, la predicación y la piedad popular. Es conveniente además estimular el encuentro con la Palabra de Dios a través del Apostolado bíblico, preocupándose por el nacimiento y la guía de los grupos bíblicos y haciendo que la Palabra, pan de vida, se transforme también en pan material, es decir, conduzca a ayudar a los pobres y a los que sufren. Se retiene urgente valorizar la Palabra también con estudios y encuentros que pongan de relieve sus relaciones con la cultura y con el espíritu humano, en un contexto interreligioso e intercultural. Para realizar estos objetivos, se exige una fe atenta, dedicación apostólica, preocupación pastoral inteligente, creativa y continua, en un ejercicio que favorezca el espíritu de comunión. En ningún otro ámbito como en éste, emerge la exigencia de una pastoral continuamente animada por la Biblia. En esta perspectiva de unidad y de interacción, ha de ser reconocido y estimulado plenamente el dinamismo según el cual la Palabra de Dios encuentra al hombre, dinamismo que está en la base de toda la acción pastoral de la Iglesia: la Palabra anunciada y escuchada quiere hacerse Palabra celebrada a través de la Liturgia y de los sacramentos, para promover una vida según la Palabra, a través de la experiencia de la comunión, de la caridad y de la misión[43]. La experiencia en la liturgia y en la oración 33. De la experiencia de las Iglesias particulares emergen algunos puntos comunes: el encuentro con la Palabra de Dios acontece, para una gran mayoría de los cristianos en todas partes del mundo, solamente en la celebración eucarística dominical; crece la consciencia en el pueblo de Dios acerca de la importancia de la liturgia de la Palabra de Dios gracias también a la renovación de la ordenación de la misma en el nuevo Leccionario; algunos esperan sin embargo una revisión del Leccionario en vista de una mejor sintonía entre las tres lecturas, además de una mayor fidelidad a los textos originales; acerca de la homilía, se espera un neto mejoramiento; algunas veces se configura la liturgia de la Palabra como una forma de Lectio Divina; el Oficio Divino, finalmente, no ha logrado una amplia difusión entre el pueblo. Por otra parte, se nota que el pueblo de Dios no ha sido verdaderamente introducido a la teología de la Palabra de Dios en la liturgia, la vive aún pasivamente, sin advertir en ella el carácter sacramental, ignorando las ricas Introducciones de los libros litúrgicos porque los Pastores no siempre parecen interesarse en ellas; el vasto mundo de los signos propios de la liturgia de la Palabra aparece con frecuencia reducido a formalidades rituales sin una comprensión interior; la relación entre Palabra de Dios y sacramentos, en particular el sacramento de la reconciliación, aparece escasamente valorizada. La motivación teológico-pastoral: Palabra, Espíritu, Liturgia, Iglesia 34. A todos los niveles de la vida eclesial es necesario madurar la comprensión de la liturgia como lugar privilegiado de la Palabra de Dios, que edifica la Iglesia. Es importante, por lo tanto, hacer algunas afirmaciones basilares. — La Biblia es el libro de un pueblo para un pueblo. Ella es una herencia, un testamento consignado a lectores, para que realicen en sus vidas la historia de la salvación atestiguada en lo que está escrito. Existe, por lo tanto, una relación de recíproca vital pertenencia entre pueblo y Libro: la Biblia continúa siendo un Libro vivo con el pueblo que la lee; el pueblo no subsiste sin el Libro, porque en éste encuentra su razón de ser, su vocación y su identidad. — Esta mutua pertenencia entre pueblo y Sagrada Escritura es celebrada en la asamblea litúrgica, que es el lugar en el cual acontece la obra de recepción de la Biblia. El discurso de Jesús en la Sinagoga de Nazaret (cf. Lc 4, 16—21) es significativo en este sentido. Aquello que sucedió entonces, sucede también hoy cada vez que hay una proclamación de la Palabra de Dios en una liturgia. — La proclamación de la Palabra de Dios contenida en la Escritura, es acción del Espíritu: así como ha obrado para que la Palabra se transformase en Libro, ahora en la liturgia transforma el Libro en Palabra. En la tradición alejandrina hay una doble epíclesis, es decir una invocación del Espíritu antes de la proclamación de las lecturas y una segunda después de la homilía[44]: es el Espíritu que guía el presidente en la misión profética de comprender, proclamar y explicar adecuadamente la Palabra de Dios a la asamblea y, paralelamente, lo lleva a invocar una justa y digna recepción de la Palabra de parte de la comunidad reunida. — La asamblea litúrgica, gracias al Espíritu Santo, escucha a Cristo, «pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla» (SC 7) y acepta la alianza que Dios renueva con su pueblo. Escritura y liturgia convergen, por lo tanto, en el único fin de llevar al pueblo al diálogo con el Señor. La Palabra que sale de la boca de Dios y es atestiguada en las Escrituras vuelve a Él en forma de respuesta orante del pueblo (cf. Is 55, 10-11). — En la liturgia, y principalmente en la asamblea eucarística, tiene lugar la proclamación de la Escritura en Palabra, caracterizada por un dinamismo dialógico profundo. Desde el comienzo, en la historia del pueblo de Dios, tanto en el tiempo bíblico como en el post-bíblico, la Biblia ha sido siempre el Libro destinado a regir la relación entre Dios y su pueblo; es decir, el libro para el culto y la oración. En efecto, la liturgia de la Palabra «no es tanto un momento de meditación y de catequesis, sino que es el diálogo de Dios con su pueblo, en el cual son proclamadas las maravillas de la salvación y propuestas siempre de nuevo las exigencias de la alianza»[45]. — Importante para toda la Iglesia, pero sobre todo para la vida consagrada, es, dentro de la relación Palabra-liturgia, la oración del Oficio Divino. La Liturgia de las Horas ha de ser asumida como lugar privilegiado de formación a la oración, especialmente gracias a los Salmos, en los cuales se manifiesta en modo evidente el carácter divino-humano de la Escritura. Los Salmos enseñan a rezar conduciendo quien los canta o recita a escuchar, interiorizar e interpretar la Palabra de Dios. — Acoger la Palabra de Dios en la oración litúrgica, además de hacerlo en la oración personal y comunitaria, es un objetivo ineludible para todos los cristianos, por lo cual ellos están llamados a tener una nueva visión de la Sagrada Escritura. Más que un Libro escrito, ha de ser considerada como una proclamación y una atestiguación del Espíritu Santo sobre la persona de Cristo, según la afirmación conciliar ya citada, «presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla» (SC 7). De ello se deriva que «en la celebración litúrgica, la importancia de la Sagrada Escritura es sumamente grande» (SC 24). Palabra de Dios y Eucaristía 35. Mientras en la praxis la liturgia de la Palabra aparece con frecuencia improvisada y a veces no suficientemente conectada con la Liturgia Eucarística, la íntima unidad entre Palabra y Eucaristía tiene su raíz en el testimonio de la Escritura (cf. Jn 6), según lo atestiguan los Padres de la Iglesia y confirma el Concilio Vaticano II (cf. SC 48.51.56; DV 21.26; AG 6.15; PO 18; PC 6). En la grande Tradición de la Iglesia encontramos expresiones significativas como: «Corpus Christi intelligitur etiam [...] Scriptura Dei» (también la Escritura de Dios se considera Cuerpo de Cristo)[46], «ego Corpus Iesu Evangelium puto» (considero el Evangelio Cuerpo de Jesús)[47]. La creciente consciencia de la presencia de Cristo en la Palabra favorece tanto la preparación inmediata a la celebración eucarística como la unión con el Señor en las celebraciones de la Palabra. Por lo tanto, este Sínodo se ubica en relación de continuidad con el precedente sobre la Eucaristía e invita a una reflexión específica sobre la relación entre Palabra de Dios y Eucaristía[48]. Afirma San Jerónimo: «la carne del Señor, verdadero alimento, y su sangre, verdadera bebida, constituyen el verdadero bien que nos está reservado en la vida presente: nutrirse de su carne y beber su sangre, no solo en la Eucaristía, sino también en la lectura de la Sagrada Escritura. En efecto, la Palabra de Dios es verdadero alimento y verdadera bebida, que se alcanza a través del conocimiento de las Escrituras»[49]. Palabra y economía sacramental 36. La Palabra debe ser vivida en la economía sacramental, como recepción de potencia y de gracia, no solo como comunicación de verdad, de doctrina y de precepto ético. Ella suscita un encuentro en quien escucha con fe, que se transforma en celebración de la alianza. La misma atención deberá prestarse a toda forma de encuentro con la Palabra en la acción litúrgica: en los sacramentos, en la celebración del Año Litúrgico, en la Liturgia de las Horas, en los sacramentales. En particular, se ha de prestar atención a la Liturgia de la Palabra en la celebración de los tres sacramentos de la Iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Se pide una nueva consciencia acerca del anuncio de la Palabra de Dios en la celebración, especialmente en la individual, del sacramento de la Penitencia. La Palabra de Dios debe ser también valorizada en la diversas formas de la predicación y de la piedad popular. Incidencias pastorales 37. El primer lugar en la atención pastoral corresponde a la Eucaristía, en cuanto «mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo» íntimamente unidos (DV 21), principalmente en el Día del Señor. La Eucaristía «es el lugar privilegiado donde la comunión es anunciada y cultivada constantemente»[50]. Si se considera además que para la mayoría de los cristianos la Misa dominical es actualmente el único momento de encuentro sacramental con el Señor, ella debe ser vista como un don y una tarea que se ha de promover, con pasión pastoral, con celebraciones auténticas y gozosas. La Eucaristía celebrada según esta íntima fusión de Palabra, sacrificio y comunión constituye un objetivo primario del anuncio y de la vida cristiana. Se ha de dedicar especial empeño en favor de un desarrollo armónico de las diversas partes de la liturgia de la Palabra: anuncio de las lecturas, homilía, profesión de fe y oración de los fieles, enfatizando la íntima conexión con la liturgia eucarística[51] Aquel de quien hablan los textos se hace presente en el sacrificio total de sí mismo al Padre. Es necesario valorizar las Introducciones, que explican el contenido de la liturgia, en particular los Praenotanda del Misal Romano, las Anáforas orientales, el Ordo Lectionum Missae, los Leccionarios, el Oficio Divino, y hacer de todo ello el objeto de formación litúrgica de los Pastores y de los fieles, junto con la Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II. También sobre la traducción se exige una menor fragmentación de los pasajes y más fidelidad al texto original. Se recuerda que en la liturgia, rito y palabra deben permanecer íntimamente vinculados (cf. SC 35). Por ello, el encuentro con la Palabra de Dios ha de tener lugar en la especificidad de los signos que corresponden a la celebración litúrgica. Tal es el caso, por ejemplo, de la colocación del ambón, el cuidado por los libros litúrgicos, un estilo adecuado de lectura, la procesión e incensación del Evangelio. Además, se prestará la máxima atención a la liturgia de la Palabra con la proclamación clara y comprensible de los textos, con la homilía que de la Palabra se hace resonancia[52]. Esto implica disponer de lectores capaces, preparados. Con esta finalidad sirven escuelas, también diocesanas para la formación de lectores. Según esta óptica, orientada siempre a una mejor comprensión de la Palabra de Dios en la Misa, resultan útiles breves admoniciones que presentan el sentido de las lecturas que se proclaman. Sobre la homilía se espera un mayor empeño en la fidelidad a la palabra bíblica y a la condición de los fieles, ayudándolos a interpretar los eventos de la vida y de la historia a la luz de la fe. La homilía no debería limitarse exclusivamente al aspecto bíblico, sino que sería oportuno que incluyese también temas dogmáticos y morales fundamentales. Con esta finalidad resulta indispensable una adecuada formación de los futuros ministros. Se recomienda que la comunicación de la Palabra de Dios tenga lugar junto con el canto y la música, valorizando palabras y silencio; fuera de la liturgia son posibles formas de dramatización de la Palabra de Dios con la ayuda de escritos e imágenes y también de obras artísticamente decorosas como, por ejemplo, el teatro. Es deseable que las comunidades religiosas, especialmente las monásticas, ayuden a las comunidades parroquiales a descubrir y a gustar la Palabra de Dios en la celebración litúrgica. Acerca del Oficio Divino con la Liturgia de las Horas, a la cual el pueblo se muestra dispuesto a participar, hoy es indispensable reflexionar sobre el modo de hacer pastoralmente más adecuado y accesible a los fieles este excelente canal de la Palabra de Dios. La Lectio Divina 38. El encuentro orante con la Palabra de Dios dispone de una experiencia privilegiada, tradicionalmente llamada Lectio Divina. «La Lectio Divina es una lectura, individual o comunitaria, de un pasaje más o menos largo de la Escritura, acogida como Palabra de Dios, y que se desarrolla bajo la moción del Espíritu en meditación, oración y contemplación»[53]. Puede decirse que en todas la Iglesias se constata una nueva y específica atención a la Lectio Divina. En algunos lugares es una tradición secular. En ciertas diócesis, después del Concilio Vaticano II se fue afirmando progresivamente. En tantas comunidades se está transformando en una nueva forma de oración y de espiritualidad cristiana, con notables ventajas ecuménicas. Se advierte, por otra parte, la necesidad de una adecuación de la forma clásica a las diversas situaciones, teniendo en cuenta las posibilidades reales de los fieles, en modo de conservar la esencia de esta lectura orante, pero al mismo tiempo favorecer su calidad de alimento nutriente para la fe de todos. Vale la pena recordar que la Lectio Divina es una lectura de la Biblia, que se remonta a los orígenes cristianos y que ha acompañado la Iglesia en su historia. Permanece viva en la experiencia monástica, pero hoy el Espíritu, a través del Magisterio, la propone como elemento pastoralmente significativo y que ha se ser valorizada en la vida de la Iglesia, para la educación y la formación espiritual de los presbíteros, para la vida cotidiana de las personas consagradas, para las comunidades parroquiales, para las familias, para asociaciones y movimientos, para los fieles en general, adultos y jóvenes, que pueden encontrar en esta forma de lectura un medio accesible y practicable para entrar personal y comunitariamente en la Palabra de Dios (cf. OT 4)[54]. Escribe el Papa Juan Pablo II: «Es necesario, en particular, que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la Lectio Divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia»[55]. El Santo Padre Benedicto XVI explica que esto ha de realizarse «mediante la utilización de métodos nuevos, adecuados a nuestro tiempo y ponderados atentamente»[56]. En particular el Sumo Pontífice recuerda a los jóvenes que «siempre es importante leer la Biblia de un modo muy personal, en una conversación personal con Dios, pero al mismo tiempo es importante leerla en compañía de las personas con quienes se camina»[57]. Exhorta «a adquirir intimidad con la Biblia, a tenerla a mano, para que sea [...] como una brújula que indica el camino a seguir»[58]. El Santo Padre Benedicto XVI tiene en especial consideración la difusión de la Lectio Divina y para él es el punto decisivo en vista de una renovación de la fe hoy. Ello aparece claramente en el mensaje dirigido a diversas categorías de personas, especialmente a los jóvenes, a quienes sugiere: «quisiera recordar y recomendar sobre todo la antigua tradición de la Lectio Divina: la lectura asidua de la sagrada Escritura acompañada por la oración realiza el coloquio íntimo en el que, leyendo, se escucha a Dios que habla y, orando, se le responde con confiada apertura del corazón (cf. DV 25). Estoy convencido de que, si esta práctica se promueve eficazmente, producirá en la Iglesia una nueva primavera espiritual. Por eso, es preciso impulsar ulteriormente, como elemento fundamental de la pastoral bíblica, la Lectio Divina, también mediante la utilización de métodos nuevos, adecuados a nuestro tiempo y ponderados atentamente. Jamás se debe olvidar que la Palabra de Dios es lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro sendero (cf. Sal 119, 105)»[59]. La novedad de la Lectio Divina en el pueblo de Dios exige una oportuna pedagogía de iniciación, que ayude a comprender bien de qué se trata y contribuya a aclarar el sentido de los diversos grados y su aplicación fiel y sabiamente creativa. De hecho, existen diversos procedimientos, como el llamado de los Siete Pasos (Seven Steps), practicado en muchas Iglesias particulares en África. Se llama así porque el encuentro con la Biblia es como un camino constituido por siete momentos: presencia de Dios, lectura, meditación, pausa reflexiva, comunicación, coloquio, oración común. El mismo nombre de Lectio Divina es en diversos lugares modificado, por ejemplo, en Escuela de la Palabra o bien Lectura orante. Principalmente, se ha de tener presente que el oyente / lector de hoy es diverso de aquel del pasado, vive una situación de rapidez y de fragmentación. Esto exige una formación preclara, paciente y continua, entre los presbíteros, las personas de vida consagrada y los laicos. Objetivos útiles ya puestos en práctica, pueden ser el compartir experiencias, motivadas por la Palabra escuchada (collatio)[60], o las decisiones prácticas, especialmente aquellas que se refieren a la caridad (actio). La Lectio Divina debe poder transformarse en fuente que inspira las diversas prácticas de la comunidad cristiana, como ejercicios espirituales, retiros, devociones y experiencias religiosas. Un objetivo importante es hacer madurar la persona en la lectura de la Palabra, hacerla capaz de un discernimiento sapiencial de la realidad. La Lectio Divina no es una práctica para ser reservada a algunos fieles muy empeñados o a un grupo dedicado a la oración. Ella es una realidad sin la cual no seremos auténticos cristianos en un mundo secularizado. Este mundo exige personalidades contemplativas, atentas, críticas y valientes. Ello supone en cada circunstancia opciones nuevas e inéditas. Requerirá también intervenciones particulares que no vienen del simple modo habitual de proceder ni de la opinión común, sino de la escucha de la Palabra del Señor y de la percepción misteriosa del Espíritu Santo en el corazón. La Palabra de Dios y el servicio de la caridad 39. La diakonia o servicio de la caridad es una vocación de la Iglesia de Jesucristo, en correspondencia con la caridad que el Verbo de Dios ha manifestado con sus palabras y con sus obras. Es necesario que la Palabra de Dios lleve al amor del prójimo. En muchas comunidades se afirma que el encuentro con la Palabra no se agota en la escucha y en la celebración en sí misma, sino que está orientado al empeño concreto, personal y comunitario, hacia el mundo de los pobres, en cuanto signo de la presencia del Señor. En esta óptica, se alude a la visión liberacionista de la Biblia, para cuyo ulterior desarrollo y fecundidad en la Iglesia «un factor decisivo será poner en claro los presupuestos hermenéuticos, sus métodos y su coherencia con la fe y la tradición del conjunto de la Iglesia»[61]. Urge iluminar esta relación entre Palabra de Dios y caridad, en cuanto la caridad, para los creyentes y también para los no creyentes, contiene una potente tensión hacia la Palabra de Dios. Esta relación es afirmada en la Encíclica del Santo Padre Benedicto XVI Deus caritas est, que presenta unidos los tres elementos que constituyen la naturaleza profunda de la Iglesia: proclamación de la Palabra de Dios (kerygma-martyria), celebración de los sacramentos (leitourgia) y ejercicio del ministerio de la caridad (diakonia). Escribe Su Santidad: «La Iglesia no puede descuidar el servicio de la caridad, como no puede omitir los Sacramentos y la Palabra»[62]. La Encíclica Spe salvi afirma que «el mensaje cristiano no es sólo “ informativo”, sino “performativo”. Eso significa que el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida»[63]. Claramente en la base de esta relación entre Palabra y caridad está la misma Palabra hecha carne, Jesús de Nazaret que «pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hch 10, 38). Dado que tantas páginas de la Sagrada Escritura no solo sugieren, sino que ordenan el respeto de la justicia hacia el prójimo (cf. Dt 24, 14-15; Am 2, 6-7; Jer 22, 13; St 5, 4), habrá fidelidad a la Palabra cuando la primera forma de caridad se realice en el respeto de los derechos de la persona humana, en la defensa de los oprimidos y de los que sufren. A este propósito se tenga presente la importancia de las comunidades de fe, formadas también por pobres y animadas por la lectura de la Biblia. Es necesario dar consolación y esperanza a los pobres del mundo. El Señor, que ama la vida, con su Palabra desea iluminar, guiar y confortar toda la vida de los creyentes en cada circunstancia, en el trabajo y en la fiesta, en el sufrimiento, en el tiempo libre, en los empeños familiares y sociales, y en cada situación de la vida, de modo que cada uno pueda discernir en cada caso y optar por lo que es bueno (cf. 1 Tes 5, 21), reconociendo así la voluntad de Dios y poniéndola en práctica (cf. Mt 7, 21). La exégesis de la Sagrada Escritura y la teología 40. «La Escritura debe ser el alma de la teología» (DV 24). Indudablemente los frutos alcanzados en este ámbito, después del Concilio Vaticano II, nos llevan a alabar al Señor. Hoy emerge como un punto relevante el empeño de un gran número de exégetas y teólogos que estudian y explican las Escrituras “según el sentido de la Iglesia”, interpretando y proponiendo la Palabra escrita de la Biblia en el contexto de la Tradición viva, valorizando de este modo la heredad de los Padres, teniendo en cuenta las indicaciones del Magisterio (cf. DV 12) y colaborando solícitamente con el servicio de los Pastores, mereciendo así una palabra de agradecimiento y estímulo[64]. Por una parte, dado que la Palabra de Dios ha plantado su tienda en medio a nosotros (cf. Jn 1, 14), es indudable que el Espíritu nos impulsa a meditar sobre los nuevos itinerarios que ella quiere cumplir entre los hombres de nuestro tiempo, mientras, por otra parte, el mismo Espíritu invita a dar respuesta a las esperanzas y desafíos que la humanidad de hoy pone a la Palabra. De todo ello se derivan algunos nuevos empeños tanto a nivel de estudio, como a nivel de servicio a la comunidad. Resulta indispensable articular el estudio según las indicaciones del Magisterio, ya sea en cuanto al conocimiento y el uso del método de investigación, ya sea en cuanto al proceso interpretativo, que debe culminar en la plenitud dada por el sentido espiritual del Texto sagrado[65]. Se pide que sea superada la distancia que se advierte entre la investigación exegética y la elaboración teológica, en favor de una recíproca colaboración: el teólogo debe usar el dato bíblico sin instrumentalizarlo, mientras el exégeta no debe limitar su investigación solamente a los datos literarios sino que debería empeñarse en reconocer y comunicar los contenidos teológicos presentes en el texto inspirado. En particular, se pide al teólogo que se dedique a una teología de la Sagrada Escritura, que ayude a comprender y a valorizar la verdad de la Biblia en la vida de fe y en el diálogo con las culturas, reflexionando sobre las actuales tendencias antropológicas, sobre las instancias morales, sobre la relación entre razón y fe y sobre el diálogo con las grandes religiones. Entre los puntos de referencia del trabajo exegético y teológico han de ser valorizados los testigos de la Sagrada Tradición, como la liturgia y los Padres de la Iglesia. De los estudiosos la comunidad cristiana espera “adecuados subsidios”, que ayuden a los ministros de la divina Palabra a ofrecer al pueblo de Dios «el alimento de las Escrituras, que alumbre el entendimiento, confirme la voluntad, encienda el corazón en amor a Dios» (DV 23). Con esta finalidad se espera un intenso y constructivo diálogo entre exégetas, teólogos y pastores. Este diálogo permitiría traducir la reflexión teológica en propuestas de evangelización más incisivas. En esta óptica global se llama la atención sobre las líneas ya trazadas por el Decreto del Concilio Vaticano II Optatam totius, a propósito de la enseñanza de la teología y de la exégesis bíblica y del reflejo de la metodología útil para formar a los futuros pastores. Las orientaciones propuestas en este documento todavía esperan en gran parte ser aplicadas. La Palabra de Dios en la vida del creyente 41. Aceptar conscientemente que la Palabra de Dios es un don de inestimable valor determina la responsabilidad de la recepción de la fe. Dado que la escucha de la Palabra se orienta —como dice Jesús— a actuar la Palabra (cf. Mt 7, 21), la Iglesia ha siempre propuesto una conducta de vida coherente, en vista de la formación de una espiritualidad bíblica. El tipo de relación con la Palabra de Dios es claramente determinado por una visión de la fe. Del análisis de la experiencia se nota cómo la Biblia, para algunos, corre el riesgo de ser vista como un mero objeto cultural, sin incidencia en la vida, para otros, en cambio, la Biblia es un libro que aman, sin saber el motivo. Existe, además, como en relación a los diversos terrenos de la parábola del sembrador, quien da fruto, unos treinta, otros sesenta, otros ciento (cf. Mc 4, 20). Tiene fundamento afirmar que el progreso espiritual, junto con el catequístico, constituye uno de los aspectos más bellos y prometedores del encuentro de la Palabra de Dios con su pueblo. Las razones de una relación vital con la Biblia fueron sintetizadas por la Dei Verbum, según la cual es necesario leer y estudiar asiduamente la Escritura (cf. DV 25), porque la Biblia es «fuente límpida y perenne de vida espiritual» (DV 21). Para una genuina espiritualidad de la Palabra, ha de recordarse que «a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues “a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras”[66]» (DV 25). Confirma San Agustín: «Tu oración es tu palabra dirigida a Dios. Cuando lees la Biblia es Dios quien te habla; cuando oras eres tu quien hablas con Dios»[67]. Es necesario iluminar a los fieles acerca de lo que ofrece la lectura de la Biblia hecha con fe en la vida del cristiano, si él mismo sabrá hacer de su corazón una biblioteca de la Palabra[68]. La Palabra de Dios ayuda a la vida de fe, no en cuanto expone primariamente un compendio de cuestiones doctrinales o una serie de principios éticos, sino en cuanto expresa fundamentalmente el amor de Dios, que invita al encuentro personal con él y manifiesta su inexpresable grandeza en el evento pascual. La Palabra de Dios propone un proyecto de salvación del Padre para cada persona y para cada pueblo. Ella interpela, exhorta, estimula a un camino de discipulado y de seguimiento, dispone a aceptar la acción transformadora del Espíritu, favorece ampliamente la fraternidad creando vínculos profundos, lleva a un empeño evangelizador. Todo esto vale en particular para las personas consagradas. Esto lleva a prestar una atenta consideración a algunas actitudes. En primer lugar, la Palabra de Dios ha de ser encontrada con el ánimo del pobre, interior y también exteriormente, como «nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de enriqueceros con su pobreza» (2 Co 8, 9), con un modo de ser, basado en el de Jesús que escucha la Palabra del Padre y la anuncia a los pobres (cf. Lc 4, 18). Hay personas, en particular mujeres, que trabajan en condiciones difíciles, se dedican al hogar, se preocupan por los hijos, sirven de diversas maneras a sus vecinos, y todo lo hacen con una fe viva y una referencia espontánea a los salmos y a los Evangelios. Es un modo de dar un testimonio de vida que da credibilidad a la lectura de la Biblia. Los maestros espirituales recuerdan las condiciones, gracias a las cuales la Palabra nutre la vida del creyente, generando la espiritualidad bíblica: la interiorización profunda de la Palabra; la perseverancia en las pruebas, suscitada por la Palabra; finalmente la lucha espiritual contra las palabras, los pensamientos, las conductas falsas u hostiles. También la Biblia se despliega bajo el signo de la cruz, es morada del Crucifijo. Estas actitudes son atestiguadas por las comunidades religiosas y por los centros de espiritualidad, que son una válida ayuda para una experiencia profunda de la Palabra de Dios. LA PALABRA DE DIOS EN LA MISIÓN DE LA IGLESIA «Vino a Nazará, donde se había criado, entró, según su costumbre, en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías, desenrolló el volumen y halló el pasaje donde está escrito:“El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”. Enrolló el volumen, lo devolvió al ministro y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. Comenzó, pues, a decirles: “Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy”» (Lc 4, 16-21). La misión de la Iglesia 42. Al anunciar la Buena Noticia la misión de la Iglesia está estrechamente vinculada a la experiencia de la Palabra de Dios en la vida. En la escuela de la misma Palabra encarnada la Iglesia tiene consciencia que la frecuentación de Cristo es, por mandato del mismo Señor, una palabra, una experiencia de vida que se ha de comunicar a todos. Hoy la misión de la Iglesia, al servicio de la Palabra de Dios, está orientada a diversos ámbitos: pueblos y grupos humanos, contextos socio-culturales en los cuales Cristo y su Evangelio no son conocidos o todavía no se encuentran bien enraizados; comunidades cristianas fervientes de fe y de vida; situaciones de enteros grupos de bautizados que no se reconocen miembros de la Iglesia, conduciendo una existencia lejana de Cristo y de su Evangelio[69]. Es necesario, por lo tanto, reflexionar adecuadamente sobre este diversificado dinamismo misionario de la Palabra de Dios en la Iglesia. Para un «fácil acceso a la Sagrada Escritura» (DV 22) La misión de la Iglesia es proclamar la Palabra y construir el Reino de Dios 43. La misión de la Iglesia al comienzo de este nuevo milenio es nutrirse de la Palabra, para ser sierva de la Palabra en el empeño de la evangelización[70]. El anuncio del Evangelio es, sin lugar a dudas, la razón de ser de la Iglesia y de su misión. Esto implica que ella vive lo que predica. Esta es la vía decisiva para que aparezca creíble aquello que proclama, a pesar de las debilidades y de la pobreza. El pueblo de Israel, cuando respondía a la Palabra de Dios, decía: «Obedeceremos y haremos todo cuanto ha dicho Yahvé» (Ex 24, 7); también Jesús invitaba a esta respuesta a sus discípulos al concluir el Discurso de la Montaña (cf. Mt 7, 21-27). El anuncio de la Palabra de Dios, en la escuela de Jesús, tiene como fuerza intima y contenido el Reino de Dios (cf. Mc 1, 14-15). El Reino de Dios es la misma Persona de Jesús, que con las palabras y las obras ofrece a todos los hombres la salvación. Predicando a Jesucristo, la Iglesia participa, por lo tanto, en la construcción del Reino de Dios, ilumina el dinamismo de la semilla del Reino que germina (cf. Mc 4, 27) e invita a todos a recibirlo. El «¡Ay de mí si no predico el Evangelio!» (1 Co 9, 16) de San Pablo resuena también hoy en la Iglesia con urgencia y es para todos los cristianos no en una simple información, sino una llamada al servicio del Evangelio para el mundo. En efecto, como dice Jesús, «la mies es mucha» (Mt 9, 37) y diversificada: existen muchos que no han jamás recibido el Evangelio y están a la espera del primer anuncio, especialmente en los continentes de África y de Asia; hay también otros que se han olvidado del Evangelio y esperan una nueva evangelización. Dar un testimonio claro y compartido sobre una vida según la Palabra de Dios, atestiguada por Jesucristo, constituye un criterio indispensable para verificar la misión de la Iglesia. En verdad no faltan las dificultades que impiden el camino en el anuncio del Evangelio y en la escucha del Señor. Varios son los motivos: la cultura actual, llevada por diversas razones al relativismo y al secularismo; las múltiples solicitaciones del mundo y el activismo de la vida que sofocan el espíritu, por lo cual se nota una cierta dificultad para vivir interiormente el mensaje evangélico; la falta de subsidios bíblicos que no permite en tantas regiones el uso del Texto bíblico, su traducción y su difusión. Se encuentran además, en particular, obstáculos, como las sectas y el fundamentalismo, que impiden una correcta interpretación de la Biblia. Anunciar la Palabra de Dios es una misión importante que implica un sentir cum Ecclesia, profundo y convencido. Uno de los primeros requisitos para un eficaz anuncio evangélico es la confianza en la potencia transformante de la Palabra en el corazón de quien la escucha. En efecto, «viva es la Palabra de Dios y eficaz [...] discierne sentimientos y pensamientos del corazón» (Hb 4, 12). Un segundo requisito, hoy particularmente necesario y creíble, es anunciar la Palabra de Dios como fuente de conversión, de justicia, de esperanza, de fraternidad y de paz. Otros requisitos son la franqueza, el coraje, el espíritu de pobreza, la humildad, la coherencia y la cordialidad de quien sirve a la Palabra de Dios. Escribe San Agustín: «Es fundamental comprender que la plenitud de la Ley, como también de todas las divinas Escrituras, es el amor [...] por lo tanto, quien cree haber comprendido las Escrituras, o al menos una parte cualquiera de ellas, sin empeñarse a construir, con el entendimiento de las mismas, este doble amor a Dios y al prójimo, demuestra no haberlas aún comprendido»[71]. En síntesis, como afirma el Santo Padre Benedicto XVI, recibiendo la Palabra de Dios, que es amor, se sigue que no se puede verdaderamente anunciar al Señor sin una práctica del amor, en el ejercicio de la justicia y de la caridad[72]. La misión de la Iglesia se cumple en la evangelización y en la catequesis 44. Desde siempre en la historia del pueblo de Dios el anuncio de la Palabra tiene lugar a través de la evangelización y de la catequesis. A partir del Concilio Vaticano II, es evidente que entre la Biblia y la evangelización en sus diversas formas, desde el primer anuncio hasta la catequesis, existe una relación muy estrecha. Por ello, los Catecismos nacionales y los Directorios que los inspiran son bíblicamente cualificados y muestran en el primer lugar la Palabra de Dios tomada de la Escritura. Se piden aclaraciones especialmente en relación a un punto central: la integración de la comprensión de la fe, propuesta por la Tradición y por el Magisterio, con el Texto bíblico. En principio, se ha de recordar en su nitidez la afirmación conciliar: «El ministerio de la Palabra, que incluye la predicación pastoral, la catequesis, toda la instrucción cristiana y en puesto privilegiado la homilía, recibe de la palabra de la Escritura alimento saludable y por ella da frutos de santidad» (DV 24). El Papa Juan Pablo II ha afirmado que «con esta atención a la palabra de Dios se está revitalizando principalmente la tarea de la evangelización y la catequesis»[73]. El Directorio General para la Catequesis indica el exacto sentido de la “Palabra de Dios, fuente de la catequesis” afirmando: «La catequesis extraerá siempre su contenido de la fuente viva de la Palabra de Dios, transmitida mediante la Tradición y la Escritura»[74]. Es importante recomendar que en la catequesis la Palabra de Dios no sea reducida a un objeto de conocimiento como una materia escolástica. A la luz de la Revelación se deberá recordar que la Escritura ha de ser encontrada en la catequesis como acto con el cual Dios mismo se dirige a las personas, análogamente a lo que acontece en la celebración litúrgica. Se trata, gracias a los textos bíblicos, de hacer sentir la presencia fiel y benévola de Dios que no cesa de manifestarse a los hombres. Desde este punto de vista la catequesis está estrechamente vinculada con la Lectio Divina, en cuanto es experiencia de escucha y de oración de la Palabra de Dios, desde la juventud. 45. Operativamente, se han de tener presentes las formas de comunicación de la Palabra de Dios y al mismo tiempo las exigencias siempre nuevas de los fieles en las diversas edades y condiciones espirituales, culturales y sociales, como indican el Directorio General para la Catequesis y los Directorios catequísticos de las Iglesias particulares[75]. La evangelización tiene como canales privilegiados el ciclo del Año litúrgico, el camino de la iniciación cristiana y la formación permanente[76]. La catequesis catecumenal y mistagógica conduce a una fecunda mentalidad bíblica, que permite también alumbrar eficazmente la religiosidad popular a través de la Palabra de Dios, de la cual ella frecuentemente se nutre. Un papel importante reviste el encuentro directo con la Sagrada Escritura. Esto es un objetivo primario. La catequesis «ha de estar totalmente impregnada por el pensamiento, el espíritu y las actitudes bíblicas y evangélicas, a través de un contacto asiduo con los mismos textos»[77]. Por su peculiar importancia cultural ha de ser valorizada la enseñanza de la Biblia en la escuela y especialmente en la enseñanza de la religión, para proponer un camino completo de búsqueda de los grandes textos bíblicos y de los métodos de interpretación adoptados en la Iglesia. Con tal finalidad el Catecismo de la Iglesia Católica es «un instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial, y una regla segura para la enseñanza de la fe»[78]. No se pretende con esto sustituir la catequesis bíblica, sino integrarla en la visión completa de la Iglesia. Dados los fuertes cambio culturales y sociales que se han verificado, es necesaria una catequesis que ayude a explicar las “páginas difíciles” de la Biblia. Estas dificultades se detectan en el orden de la historia, de la ciencia y de la vida moral, en particular, con respecto a ciertos modos de representación de Dios y de comportamiento ético del hombre, especialmente en el Antiguo Testamento. La búsqueda de una solución exige una reflexión orgánica de carácter exegético-teológico, pero también antropológico y pedagógico. Finalmente, la predicación en las formas más variadas continúa siendo uno de los medios preeminentes de comunicación de la fe en la Iglesia, aún cuando es también la forma más expuesta al juicio de los fieles. Es necesario pensar en un proyecto estratégico de formación en vista de la predicación de la Palabra (cf. DV 25). En cuanto al proceso de comunicación la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi del Papa Pablo VI, conserva plena actualidad, en particular cuando declara que ha de ser reconocido el primado del testimonio personal en el anuncio de la Palabra de Dios y de su transmisión en estructuras familiares o en los ambientes habitualmente frecuentados por cada uno. La Palabra de Dios en los servicios y en la formación del pueblo de Dios Un empeño pastoral esencial se refiere a la formación de los fieles para recibir y dar la Palabra de Dios. Es lo que se lee claramente en la Dei Verbum, que recuerda el múltiple valor de la Palabra de Dios e indica con precisión las tareas, los responsables y el camino formativo. El hambre y la sed de la Palabra de Dios (cf. Am 8, 11): atención a las necesidades del pueblo de Dios 46. Tales necesidades se pueden identificar como conocimiento, comprensión y práctica de la Palabra. En cuanto al conocimiento, la necesidad se refiere a la verdadera naturaleza de la Palabra y de sus canales, Escritura y Tradición, con el servicio que el Magisterio está llamado a prestar. Mucho ha sido hecho después del Concilio Vaticano II, pero es verdaderamente grande la necesidad de iluminación y de certeza sobre lo que la Revelación ofrece. En cuanto a la comprensión, es central el problema de la interpretación y de la inculturación de la Palabra de Dios, como ha sido afirmado anteriormente. Dificultades se encuentran acerca de la práctica de la Biblia. Tantos fieles no tienen todavía entre sus manos una traducción del texto bíblico. Hoy, se perfilan otros problemas, que se han de tener presentes: la dificultad de leer, puesto que persiste el analfabetismo en varios lugares; el aprendizaje para muchos tiene lugar en la mayoría de los casos a través de canales visivos y auditivos, y por lo tanto, veloces y fragmentarios; en ciertas partes del mundo, la cultura religiosa dominante no tiene como referencia inmediata el Libro sagrado. «La Sagrada Escritura nos muestra la admirable 47. En este sentido es posible decir que el Espíritu sugiere a las Iglesias particulares retomar los documentos del Concilio Vaticano II, especialmente las cuatro Constituciones, con la Dei Verbum al centro, y hacer de ellos el objeto de la catequesis para todo el pueblo de Dios en las modalidades más adecuadas a las personas. Teología de la revelación, teología de la Escritura, relación entre Antiguo Testamento y Nuevo Testamento, pedagogía de Dios, son temas sustanciales, que solo una catequesis orgánica y cursos bíblicos estructurados pueden ilustrar. Se tendrá presente también la necesidad de metodologías y subsidios. Existen muchas posibilidades de oír la Palabra de Dios. Lo esencial es que ella llegue a tocar verdaderamente los corazones, se transforme en una Palabra viviente y no sea solo una Palabra escuchada o conocida. Por ello nada puede reemplazar el trabajo personal, regular y paciente en la oración. Conviene estimular, adoptar subsidios simples y accesibles a todos. Diversos movimientos, entre los cuales la Acción Católica, proponen medios para unir la vida y la Palabra de Dios. Hoy son muchos, y generalmente bien pensados, los instrumentos y las técnicas para entrar en contacto con la Biblia: comentarios, introducciones a la Biblia, Biblias para niños y adolescentes, libros espirituales, revistas científicas y de divulgación, sin considerar el vastísimo campo de los medios, simples y complejos, al servicio de la comunicación de la Biblia. Es necesario hacerse entender y ofrecer a los hermanos y hermanas en la fe el pan de la Palabra. Con tal finalidad se advierte la necesidad de una solidaridad también en el plano material entre las Iglesias. Aquí aparece la necesidad de pensar en modo nuevo y más correcto todo lo que se refiere a las nuevas formas de comunicación. La familiaridad con la Sagrada Escritura no es fácil. Como el ministro de la reina de Etiopía, para comprender lo que dice el texto es necesaria una pedagogía que, partiendo de la Escritura, abra la mente para comprender y aceptar la buena noticia de Jesús (cf. Hch 8, 26-40). Se hace necesario comenzar un camino y, sobre todo, inspirar formas creativas y evangélicas de actualización de la enseñanza de la Dei Verbum, que, a su vez, permita el acceso desde la fe, cuantitativa y cualitativamente, a la Palabra de Dios consignada en las Escrituras. Los Obispos en el ministerio de la Palabra 48. El Concilio Vaticano II enseña que «los Obispos [...] deben instruir a sus fieles en el uso recto de los libros sagrados» (DV 25). Por lo tanto, esta tarea corresponde a los Obispos directamente en primera persona, ya sea como los que escuchan la Palabra, ya sea como servidores de la misma, según el propio munus docendi[79]. El Obispo, en el mundo de comunicaciones, debe ser un comunicador dotado de sabiduría bíblica, no tanto por su erudición, sino más bien por su contacto frecuente con los libros sagrados, transformandose en un guía para todos aquellos que cotidianamente abren la Biblia. Haciendo de la Palabra de Dios y de la Sagrada Escritura el alma de la pastoral, el Obispo será capaz de llevar a los fieles al encuentro con Cristo, fuente viva. El Santo Padre Benedicto XVI ha relevado la necesidad de «educar al pueblo en la lectura y meditación de la Palabra de Dios», de modo que «ella se convierta en su alimento para que, por propia experiencia, vean que las palabras de Jesús son espíritu y vida (cf. Jn 6, 63) [...]. Hemos de fundamentar nuestro compromiso misionero y toda nuestra vida en la roca de la Palabra de Dios. Para ello, animo a los pastores a esforzarse en darla a conocer»[80]. Por lo tanto, el mejor modo para favorecer el gusto por la Sagrada Escritura es la misma persona del Obispo compenetrado de la Palabra de Dios. Él tiene la posibilidad continua de ayudar a los fieles a saborear la Escritura. Todas las veces que se dirige a los fieles, y en particular a los sacerdotes, puede dar algún ejemplo y prueba de Lectio Divina. Si él ha aprendido a hacerla correctamente y la presenta de manera simple, los fieles aprenderán. He aquí un objetivo cierto del ministerio de los Pastores: la práctica de la Biblia y todas las iniciativas que la promueven han de ser consideradas como camino eclesial y base de todas las devociones. La tarea de los presbíteros y de los diáconos 49. También para los presbíteros y los diáconos el conocimiento y la familiaridad con la Palabra de Dios reviste un aspecto de primaria importancia en vista de la evangelización, a la que ellos están llamados en el propio ministerio. El Concilio Vaticano II afirma que necesariamente todos los clérigos, en primer lugar los presbíteros y los diáconos, deben mantener un contacto continuo con las Escrituras, mediante la sagrada lectura asidua y el estudio atento, de modo que no se transforme exteriormente en vano predicador de la Palabra de Dios quien no la escucha interiormente. (cf. DV 25; PO 4). Corresponde a esta doctrina conciliar la disposición canónica acerca el ministerio de la Palabra confiado a los presbíteros y a los diáconos como colaboradores del Obispo[81]. De la frecuentación cotidiana de la Palabra ellos toman la luz necesaria para no conformarse con la mentalidad del mundo y para poder realizar un sano discernimiento personal y comunitario, de manera que puedan guiar con solicitud al pueblo de Dios en la acción apostólica según los caminos del Señor. Todo esto hace necesaria una educación y una formación pastoral iluminada por la Palabra. El desarrollo de las ciencias bíblicas junto con la variedad de las necesidades y la evolución de la situaciones pastorales exigen una actualización permanente. La misión del anuncio determina el uso de iniciativas específicas, como por ejemplo, la valorización plena de la Biblia en los proyectos pastorales. En cada Diócesis un proyecto de pastoral bíblica, bajo la guía del Obispo, resulta útil para hacer entrar la Biblia en las actividades importantes de la Iglesia, en la evangelización y en la catequesis. De este modo se prestará atención para que sobre la Palabra de Dios se fundamente y se manifieste la comunión entre clérigos y laicos, y por lo tanto, entre parroquias, comunidades de vida consagrada y movimientos eclesiales. En esta línea de servicio presbiteral, la formación en los seminarios requiere cada vez más un conocimiento vasto y actualizado, en exégesis y en teología, una formación no superficial en el uso pastoral de la Biblia, una verdadera iniciación a la espiritualidad bíblica, sin descuidar una educación orientada a promover una gran pasión por la Palabra al servicio del Pueblo de Dios. Es deseable, por lo tanto, que muchos clérigos se dediquen también a estudios académicos en Sagrada Escritura. Los diversos ministros de la Palabra de Dios 50. La renovación bíblica y litúrgica ha revelado la necesidad de servidores de la Palabra de Dios, principalmente en la acción litúrgica y después en cada una de las otras formas de comunicación de la Biblia. En lo que se refiere al servicio litúrgico, el ministerio de la Palabra de Dios se desarrolla mediante la proclamación de las lecturas y sobre todo mediante la homilía. Ésta última corresponde solo al ministro ordenado, la proclamación en la liturgia es oficio propio del lector, que es un ministerio instituido, y en su ausencia es desarrollada por laicos, hombres y mujeres[82]. En ciertos casos canónicamente previstos los laicos pueden ser admitidos a predicar en una iglesia u oratorio[83]. Entre los servidores de la Palabra han de ser contados los catequistas, los animadores de grupos bíblicos y cuantos tienen una misión formativa de los fieles en la liturgia, en la caridad, en la enseñanza religiosa de la escuela. El Directorio General para la catequesis establece las funciones correspondientes. Pero esta atención a los cooperadores pastorales permanece viva en todas las Iglesias particulares, porque se advierte, por una parte la adhesión a la Escritura y por otra la dificultad de prestar este servicio. La tarea de los laicos 51. Hechos miembros de la Iglesia por el bautismo y investidos de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, los fieles laicos comparten la misión salvífica que el Padre ha confiado a su Hijo para la salvación de todos los pueblos (LG 34-36)[84]. Para ejercer su misión «los fieles laicos son hechos partícipes tanto del sobrenatural sentido de fe de la Iglesia, que “no puede equivocarse cuando cree” (LG 12), cuanto de la gracia de la palabra (cf. Hch 2, 17-18; Ap 19, 10). Son igualmente llamados a hacer que resplandezca la novedad y la fuerza del Evangelio en su vida cotidiana, familiar y social»[85]. De este modo ellos dan su contribución a la construcción del Reino de Dios con la fidelidad a su Palabra. Corresponde a los laicos, para desarrollar su misión en el mundo, proclamar la Buena Noticia a los hombres en sus diversas situaciones de vida. En el estilo profético de Jesús de Nazaret, el anuncio de la Palabra «como una abertura a sus problemas, una contestación a sus preguntas, una ampliación de sus valores, al mismo tiempo que la satisfacción aportada a sus aspiraciones más profundas»[86]. El laico en el camino con la Palabra de Dios no debe ser solamente un oyente pasivo, sino que debe participar activamente, en todos los campos donde entra la Biblia: en el estudio científico, en el servicio de la Palabra en ámbito litúrgico o catequístico y en la animación bíblica en los diversos grupos. El servicio de los laicos exige capacidades diversificadas que suponen una formación bíblica específica. Vale la pena recordar como tareas prioritarias: la Biblia en la iniciación cristiana de los niños, la Biblia para el mundo de los jóvenes, por ejemplo en las Jornadas Mundiales de la Juventud, la Biblia para los enfermos, para los soldados y para los encarcelados. Un medio privilegiado para el encuentro con Dios que nos habla es la catequesis dentro de las familias con la profundización de alguna página bíblica y la preparación de la liturgia dominical. Continúa siendo válida la tarea de la familia de iniciar a los hijos en la Sagrada Escritura con la narración de las grandes historias bíblicas, especialmente de la vida de Jesús, y con la oración inspirada en los Salmos u otros libros revelados. También a los movimientos o a los grupos, como asociaciones, agregaciones y nuevas comunidades, se ha de prestar gran atención. En efecto, aún siendo muy distintos entre ellos por los métodos y los campos de acción, todos ellos tienen como característica común el redescubrimiento de la Palabra de Dios y su colocación privilegiada en el proyecto espiritual- pedagógico para suscitar y nutrir la vida espiritual. Disponen de caminos formativos eficaces centrados en la asimilación existencial de la Palabra de Dios. Enseñan a vivir la liturgia y la oración personal dando grande atención a la Palabra, privilegiando la liturgia de la Iglesia. También la oración del Oficio y la Lectio Divina son practicadas como momentos de alimentación espiritual. Se ha de verificar que en este fervoroso encuentro con la Palabra de Dios se exprese y se viva la comunión eclesial y la caridad hacia los fieles que no pertenecen a las agregaciones. El servicio de las personas consagradas 52. En este camino de la Palabra de Dios en el pueblo cristiano tienen un papel específico las personas de vida consagrada. Ellas, como subraya el Concilio Vaticano II, «tengan, ante todo, diariamente en las manos la Sagrada Escritura, a fin de adquirir, por la lectura y la meditación de los sagrados Libros, “el sublime conocimiento de Jesucristo” (Flp 3, 8)» (PC 6) y para encontrar renovado impulso en sus actividades de educación y de evangelización, especialmente de los pobres, de los pequeños y de los últimos, a través de los escritos del Nuevo Testamento «sobre todo los Evangelios, que son “el corazón de todas las Escrituras” [...], promoviendo del modo más acorde al propio carisma escuelas de oración, de espiritualidad y de lectura orante de la Escritura»[87]. Para las personas consagradas el Texto bíblico debe ser objeto de una cotidiana ruminatio y de confrontación para un discernimiento personal y comunitario en vista de la evangelización. Cuando el hombre comienza a leer las divinas Escrituras —afirmaba San Ambrosio— Dios vuelve a pasear con él en el paraíso terrestre[88]. La lectura orante de la Palabra, hecha junto con jóvenes, es el camino para un renovado crecimiento vocacional y para un fecundo retorno al Evangelio y al espíritu de los fundadores, tanto auspiciado por el Concilio Vaticano II y recientemente repropuesto por el Santo Padre Benedicto XVI a las personas de vida consagrada[89]. En particular, las personas consagradas han de valorizar la evaluación de la vida comunitaria a la luz de la Palabra de Dios, que llevará a la comunión fraterna, al gozoso compartir de las experiencias de Dios en sus vidas y facilitará el crecimiento en la vida espiritual[90]. El Papa Juan Pablo II afirmaba: «La Palabra de Dios es la primera fuente de toda espiritualidad cristiana. Ella alimenta una relación personal con el Dios vivo y con su voluntad salvífica y santificadora. Por este motivo la Lectio Divina ha sido tenida en la más alta estima desde el nacimiento de los Institutos de vida consagrada, y de manera particular en el monacato. Gracias a ella, la Palabra de Dios llega a la vida, sobre la cual proyecta la luz de la sabiduría que es don del Espíritu»[91]. La Palabra de Dios debe estar siempre a disposición de todos 53. La Iglesia considera que «los fieles han de tener fácil acceso a la Sagrada Escritura» (DV 22)[92], porque las personas tienen derecho a encontrar la verdad[93]. Hoy es un requisito indispensable para la misión. Dado que no raramente el encuentro con la Escritura corre el riesgo de no ser un hecho de Iglesia, sino que resulta expuesto al subjetivismo y a la arbitrariedad, es indispensable una promoción pastoral, consistente y creíble, sobre la Sagrada Escritura para anunciar, celebrar y vivir la Palabra en la comunidad cristiana, dialogando con las culturas de nuestro tiempo, poniéndose al servicio de la verdad, y no de las ideologías corrientes, e incrementando el diálogo que Dios quiere tener con todos los hombres (cf. DV 21). Con tal finalidad, es necesario difundir la práctica bíblica con oportunos subsidios, suscitar el movimiento bíblico entre los laicos, cuidar la formación de los animadores de los grupos, con particular atención a los jóvenes[94], proponiendo el conocimiento de la fe a través de la Palabra también a los inmigrantes y a cuantos buscan el sentido de la vida. Dado que «El primer areópago del tiempo moderno es el mundo de la comunicación, que está unificando a la humanidad [...] la utilización de los mass media ha llegado a ser esencial para la evangelización y la catequesis [...] la Iglesia se sentiría culpable ante su Señor si no emplease esos poderosos medios [...] en ellos la Iglesia encuentra una versión moderna y eficaz del púlpito. Gracias a ellos puede hablar a las masas»[95] (cf. IM 11). Se ha de dar amplio espacio, con sapiente equilibrio, a los métodos y a las nuevas formas de lenguaje y comunicación en la transmisión de la Palabra de Dios, como son: radio, TV, teatro, cine, música y canciones, incluyendo los nuevos medios como CD, DVD, internet, etc. No debe olvidarse que el buen uso de los medios de comunicación requiere un serio empeño y capacidad de parte de los operadores pastorales. Es necesario integrar el mensaje mismo en la “nueva cultura” creada por la comunicación moderna, con nuevos lenguajes, nuevas técnicas y nuevas actitudes psicológicas[96]. Es también conveniente recordar que desde 1968 existe y actúa la Federación Bíblica Católica mundial (CBF), instituida por el Papa Pablo VI al servicio de la difusión de las orientaciones del Concilio Vaticano II sobre la Palabra de Dios. La Palabra de Dios, gracia de comunión La Palabra de Dios, vínculo ecuménico 54. La plena y visible unidad de todos los discípulos de Jesucristo es considerada por el Santo Padre Benedicto XVI una cuestión de primaria importancia que incide sobre el testimonio evangélico[97]. Dos son las realidades que unen a los cristianos entre sí: la Palabra de Dios y el Bautismo. Acogiendo estos dones el camino ecuménico podrá encontrar su realización. El discurso de despedida de Jesús en el cenáculo pone en evidencia que esta unidad se manifiesta a través del común testimonio de la Palabra del Padre, ofrecida por el Señor (cf. Jn 17, 8). Afirma el Santo Padre Benedicto XVI: «La escucha de la Palabra de Dios es lo primero en nuestro compromiso ecuménico. En efecto, no somos nosotros quienes hacemos u organizamos la unidad de la Iglesia. La Iglesia no se hace a sí misma y no vive de sí misma, sino de la Palabra creadora que sale de la boca de Dios. Escuchar juntos la Palabra de Dios; practicar la Lectio Divina de la Biblia, es decir, la lectura unida a la oración; dejarse sorprender por la novedad de la Palabra de Dios, que nunca envejece y nunca se agota; superar nuestra sordera para escuchar las palabras que no coinciden con nuestros prejuicios y nuestras opiniones; escuchar y estudiar, en la comunión de los creyentes de todos los tiempos, todo lo que constituye un camino que es preciso recorrer para alcanzar la unidad en la fe, como respuesta a la escucha de la Palabra»[98]. En general, se nota con satisfacción que la Biblia es hoy el mayor punto de encuentro para la oración y el diálogo entre las Iglesias y comunidades eclesiales. Se ha tomado consciencia que la fe que nos une y los diversos acentos en la interpretación de la misma Palabra son una invitación a redescubrir juntos los motivos que han creado la división. Permanece, sin embargo, la convicción que los progresos alcanzados en el diálogo ecuménico con la Palabra de Dios pueden producir otros efectos benéficos. Una experiencia válida ha se ser subrayada en relación a los últimos decenios, es decir, el influjo positivo y reconocido de la Traduction oecuménique de la Bible (TOB), y la colaboración entre las diversas Asociaciones bíblicas cristianas, que han favorecido las buenas relaciones y el diálogo con diversas confesiones. Pero el hilo conductor que une el camino ecuménico desde el comienzo del siglo hasta nuestros días es la oración común de invocación a Dios, sostenida por el Espíritu Santo, que promueve entre los cristianos aquel ecumenismo espiritual, del cual el Concilio Vaticano II afirmaba: «Esta conversión del corazón y santidad de vida, junto con las oraciones públicas y privadas por la unidad de los cristianos, han de considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico» (UR 8). La Palabra de Dios, fuente del diálogo entre cristianos y judíos 55. Una peculiar atención deber prestarse a las relaciones con el pueblo judío. Cristianos y judíos son juntos los hijos de Abraham, enraizados en la misma alianza, puesto que Dios, fiel a sus promesas, no ha revocado la primera alianza (cf. Rm 9, 4; 11, 29)[99]. Confirma el Papa Juan Pablo II: «Este pueblo es convocado y guiado por Dios, creador del cielo y la tierra. Por consiguiente, su existencia no es meramente un hecho natural o cultural, en el sentido de que, por la cultura, el hombre desarrolla los recursos de su propia naturaleza. Más bien, se trata de un hecho sobrenatural. Este pueblo persevera a pesar de todo, porque es el pueblo de la alianza y porque, no obstante las infidelidades de los hombres, el Señor es fiel a su Alianza»[100]. Cristianos y judíos comparten gran parte del canon bíblico, aquellas “Sagradas Escrituras” (cf. Rm 1, 2) que los cristianos llaman Antiguo Testamento. Esta estrecha relación bíblicamente fundada ofrece al diálogo entre cristianos y judíos un carácter singular. A este respecto el importante documento de la Pontificia Comisión Bíblica: El pueblo judío y sus Escrituras Sagradas en la Biblia cristiana[101] induce a reflexionar sobre la estrecha conexión de fe, ya indicada por la Dei Verbum (cf. DV 14-16). Para comprender en modo adecuado la persona de Jesús de Nazaret es necesario reconocerlo como «hijo de ese pueblo»[102]; Jesús es judío y lo es para siempre. Además, dos aspectos han de ser especialmente considerados. En primer lugar, la comprensión hebraica de la Biblia puede ser de ayuda para la comprensión y el estudio de parte de los cristianos[103]. A veces, se han desarrollado —y se pueden aún desarrollar ulteriormente— modos de estudiar las Sagradas Escrituras junto a los judíos y aprender los unos de los otros, en el riguroso respeto de las diversidades. En segundo lugar, es necesario superar toda forma de posible antisemitismo. El mismo Concilio Vaticano II ha subrayado que «no se ha de señalar a los judíos como réprobos de Dios y malditos, como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras» (NA 4). Al contrario, siguiendo las huellas de Abraham podemos y debemos ser fuente de bendición los unos para los otros y para el mundo, como tantas veces ha subrayado el Papa Juan Pablo II[104]. El diálogo interreligioso 56. Haciendo referencia a cuanto ha expresado hasta hoy el Magisterio de la Iglesia (cf. AG 11; NA 2-4)[105], y a las diversas contribuciones recibidas, se indican los siguientes puntos para una reflexión y evaluación. La Iglesia, enviada a llevar el Evangelio a todas las criaturas (cf. Mc 16, 15), encuentra el gran número de adherentes a otras religiones, ya sea las llamadas religiones tradicionales, ya sea aquellas que poseen libros sagrados con un propio modo de entenderlos; encuentra en todas partes personas en un camino de búsqueda o simplemente en espera de la Buena Noticia. A todos la Iglesia se siente deudora de la Palabra que salva (cf. Rm 1, 14). Desde un punto de vista positivo, se prestará atención a discernir las “semillas evangélicas”(semina Verbi) difundidas entre los pueblos, que pueden constituir una auténtica preparación evangélica[106]. Especialmente las religiones y las tradiciones espirituales que se imponen a la atención mundial por su antigüedad y difusión, como el hinduismo, el budismo, el jansenismo, el taoísmo, deben ser objeto de estudio de parte de los católicos, en vista de un diálogo respetuoso y leal. En particular «la Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes, que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres» (NA 3). Como los cristianos y los judíos, también ellos se refieren a Abraham buscando imitarlo en su sumisión a Dios, al cual rinden culto sobre todo con la oración, la limosna y el ayuno. Aunque ellos no reconozcan a Jesús como Dios, lo veneran como profeta y honran a María su madre virginal (cf. NA 3). Esperan el día del juicio y aprecian la vida moral. El diálogo de los cristianos con los musulmanes y con los miembros de otras religiones es una urgencia y permite conocerse mejor y colaborar en la promoción de los valores religiosos, éticos y morales, contribuyendo en la construcción de un mundo mejor. El encuentro de Asís en 1986 recuerda que la escucha de Dios debe llevar a superar toda forma de violencia, para que tal escucha se mantenga activa en el corazón y en las obras para la promoción de la justicia y de la paz[107]. Como ha dicho el Santo Padre Benedicto XVI «nosotros queremos buscar las vías de la reconciliación y aprender a vivir respetando cada uno la identidad del otro»[108]. Además, en las ocasiones, en que se trata de proceder a una comparación de la Biblia con los textos sagrados de las otras religiones, sería lamentable caer en sincretismos, paralelismos superficiales y deformaciones de la verdad, a causa de las diversas concepciones sobre la inspiración de tales textos sagrados. Una especial atención ha de prestarse a las numerosas sectas, que actúan en diferentes continentes y se sirven de la Biblia para alcanzar objetivos desviados con métodos extraños a la Iglesia. La Biblia no pertenece solamente a los cristianos, sino que es un tesoro para toda la humanidad. A través de un contacto fraterno y personal, ella puede ser fuente de inspiración para aquellos que no creen en Cristo. La Palabra de Dios, fermento de las culturas modernas 57. En el curso de los siglos el libro de la Biblia ha entrado en las culturas, llegando a inspirar varios ámbitos del saber filosófico, pedagógico, científico, artístico y literario. El pensamiento bíblico ha penetrado tanto, que ha llegado a ser síntesis y alma de la misma cultura. Como afirmaba el entonces Cardenal Ratzinger en un comentario a la Encíclica Fides et Ratio: «Ya en la misma Biblia se encuentra un patrimonio de pensamiento religioso y filosófico pluralístico derivado de diversos mundos culturales. La Palabra de Dios se desarrolla en el contexto de una serie de encuentros mientras el hombre busca dar una respuesta a sus preguntas últimas. La Biblia no cayó directamente desde el cielo, sino que es verdaderamente una síntesis de las culturas»[109]. Las influencias económicas y tecnológicas de inspiración secularista, potenciadas por el amplio servicio de los mass media, requieren un diálogo más intenso entre Biblia y cultura, diálogo a veces dialéctico, pero pleno de potencialidad para el anuncio, pues es rico de preguntas con sentido, que encuentran en la Palabra del Señor una respuesta liberadora. Esto significa que la Palabra de Dios tiene que entrar como fermento en un mundo pluralista y secularizado, en los areópagos modernos, llevando «la fuerza del evangelio al corazón de la cultura y de las culturas»[110] para purificarlas, elevarlas y transformarlas en instrumentos del Reino de Dios. Esto requiere una inculturación de la Palabra de Dios, realizada no con superficialidad, sino con una adecuada preparación en relación con las otras situaciones, de manera que aparezca la identidad del misterio cristiano y su benéfica eficacia hacia cada persona. En este contexto ha de ser atentamente estudiada la investigación de la llamada “historia de los efectos” (Wirkungsgeschichte) de la Biblia en la cultura y en el ethos común, por lo cual la Biblia justamente es llamada y considerada como “gran código”, especialmente en Occidente. El Santo Padre Benedicto XVI ha afirmado: «Hoy, más que nunca, la apertura recíproca entre las culturas es un terreno privilegiado para el diálogo entre hombres comprometidos en la búsqueda de un humanismo auténtico, por encima de las divergencias que los separan. También en el campo cultural el cristianismo ha de ofrecer a todos la fuerza de renovación y de elevación más poderosa, es decir, el amor de Dios que se hace amor humano»[111]. De todo esto se hacen cargo con gran empeño y mérito muchos centros culturales esparcidos en el mundo. La Palabra de Dios y la historia de los hombres 58. Durante el Concilio Vaticano II el Papa Pablo VI describió a la Iglesia como «servidora de la humanidad»[112] para orientar el mundo hacia el Reino de Dios, según la medida de Jesucristo, el Hombre perfecto (GS 22). La Iglesia, por lo tanto, reconoce el signo de Dios en la historia construida a partir de la libertad de los hombres y sostenida por la gracia divina. En este contexto, la Iglesia es consciente que la Palabra de Dios debe ser leída teniendo presente los eventos y los signos de los tiempos con los cuales Dios se manifiesta en la historia. Afirma el Concilio Vaticano II «Para cumplir esta misión [de servir al mundo], es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas» (GS 4). Ella, por lo tanto, inmersa en las vicisitudes humanas, debe «discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos, de los cuales participa juntamente con sus contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios» (GS 11). De este modo, desarrollando a través de todos sus miembros su misión profética, podrá ayudar a la humanidad a encontrar en la historia el camino que la aleja de la muerte y la lleva a la vida. Con esta finalidad el Espíritu Santo llama a la Iglesia a anunciar la Palabra de Dios como fuente de gracia, de libertad, de justicia, de paz y de salvaguardia de la creación, poniendo en práctica la Palabra del Señor, según las diversas funciones, en colaboración con personas de buena voluntad. Estimulan y son un punto de referencia las primeras palabras de Dios en la Biblia respecto de la creación del mundo y de la persona humana: «Vio Dios que [...] estaba bien [...] todo estaba muy bien»(Gn 1, 4.31), y sobre todo las palabras y los ejemplos de Jesús. De la Biblia, por consiguiente, reciben inspiración y motivación, no sin una necesaria mediación cultural, el real empeño en favor de la justicia y de los derechos humanos, la participación en la vida pública, el cuidado del ambiente como casa de todos. De esta manera, la Palabra que Jesús ha sembrado como semilla del Reino, continúa su camino en la historia de los hombres (cf. 2 Ts 3, 1) y cuando Jesús retornará en la gloria resonará como invitación a participar plenamente en la alegría del Reino (cf. Mt 25, 24). A esta segura promesa, la Iglesia responde con la ferviente oración: «Marana tha» (1 Cor 16, 22), «Ven, Señor Jesús» (Ap 22, 20). «La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantando a Dios, de corazón y agradecidos, salmos, himnos y cánticos inspirados. Todo cuanto hagáis, de palabra y de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él» (Col 3, 16-17). La Palabra de Dios , don a la Iglesia 59. En su gran bondad Dios Uno y Trino ha querido comunicar al hombre el misterio de su vida escondido desde siglos (cf. Ef 3, 9). En su Hijo Unigénito Jesucristo, Dios Padre ha pronunciado, en la gracia del Espíritu, su Palabra definitiva que interpela a cada hombre que viene a este mundo. Una condición fundamental para que el hombre se encuentre con Dios es la escucha religiosa de la Palabra. Se vive la vida según el Espíritu en la medida de la propia capacidad de hacer espacio a la Palabra, de hacer nacer el Verbo de Dios en el corazón humano. En efecto, no es el hombre que puede penetrar la Palabra de Dios, sino solo ésta que puede conquistarlo y convertirlo, haciéndole descubrir sus riquezas y sus secretos y abriéndole horizontes llenos de sentido, propuestas de libertad y de plena madurez humana (cf. Ef 4, 13). El conocimiento de la Sagrada Escritura es obra de un carisma eclesial, que es puesto en las manos de los creyentes, abiertos al Espíritu. Afirma San Máximo el Confesor: «Las palabras de Dios, si son simplemente pronunciadas, no son escuchadas, porque no tienen como voz la praxis de aquellos que las dicen. Si, por el contrario, son pronunciadas junto con la práctica de los mandamientos, entonces tienen el poder con esta voz de hacer desaparecer los demonios y de impulsar a los hombres a edificar el templo divino del corazón con el progreso en las obras de justicia»[113]. Se trata de abandonarse a la alabanza silenciosa del corazón en un clima de simplicidad y de oración contemplativa come María, la Virgen de la escucha, porque todas las Palabras de Dios se reasumen y han de ser vividas en el amor (cf. Dt 6, 5; Jn 13, 34-35). 60. La Iglesia, como comunidad de creyentes, es convocada por la Palabra de Dios. Ella es el ámbito privilegiado en el cual los creyentes se encuentran con Dios, que continúa hablando en la liturgia, en la oración, en el servicio de la caridad. Por medio de la Palabra celebrada, en modo particular en la Eucaristía, los fieles se insieren cada vez más en la Iglesia-comunión, que tiene su origen en la Trinidad, misterio de la comunión infinita. El Padre, que en el amor del Espíritu Santo crea todo lo que existe por medio del Hijo y en vista de Él (cf. Col 1, 16), prosigue su obra originaria en lo que el Hijo mismo realiza (cf. Jn 5, 17) sobre la tierra, su obra es su Iglesia, Iglesia del Verbo encarnado, vía, por una parte, descendiente de Dios al hombre y, por otra parte, ascendiente del hombre a Dios (cf. Jn 3, 13). En esta Palabra viva y eficaz (cf. Hb 4, 12) la Iglesia nace, se edifica (cf. Jn 15, 16; Hch 2, 41s.) y encuentra vida plena (cf. Jn 10, 10). Por mandato del Señor Jesús resucitado la Iglesia, comunidad de sus discípulos, guiada por los Apóstoles, es enviada a anunciar la salvación siempre y en todo lugar, en la fidelidad a la Palabra al Maestro: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16, 15). Notas [1] Cf. Synodus Episcoporum, Relatio finalis Synodi episcoporum Exeunte coetu secundo: Ecclesia sub verbo Dei mysteria Christi celebrans pro salute mundi (7.12.1985), B, a), 1-4: Enchiridion del Sinodo dei Vescovi 1, EDB, Bologna 2005, pp. 2316-2320. [2] Benedictus XVI, Adhort. Apost. post-syn. Sacramentum caritatis (22.2.2007), 6; 52: AAS 99 (2007) 109-110; 145. [3] Ioannes Paulus II, Litt. Enc. Redemptoris missio (7.12.1990), 56: AAS 83 (1991) 304. [4] Cf. Benedictus XVI, Litt. Enc. Deus caritas est (25.12.2005), 1: AAS 98 (2006) 217. [5] S. Irenaeus, Adversus Haereses IV, 34, 1: SChr 100, 847. [6] Cf. S. Bernardus, Super Missus est, Homilia IV, 11: PL 183, 86. [7] Origenes, In Johannem V, 5-6: SChr 120, 380-384. [8] Benedictus XVI, Ad Conventum Internationalem La Sacra Scrittura nella vita della Chiesa (16.9.2005): AAS 97 (2005) 957. Cf. Paulus VI, Epist. Apost. Summi Dei Verbum (4.11.1963): AAS 55 (1963) 979-995; Ioannes Paulus II, Audiencia General (22.5.1985): L’Osservatore Romano edición española (26.5.1985), p. 2; Discurso sobre la interpretación de la Biblia en la Iglesia (23.4.1993): L’Osservatore Romano edición española (30.4.1993), pp. 5-6; Benedictus XVI, Angelus (6.11.2005): L’Osservatore Romano edición española (11.11.2005), p. 6. [9] Cf. Catechismus Catholicae Ecclesiae, 825. [10] Benedictus XVI, Ad Conventum Internationalem La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia (16.09.2005): AAS 97 (2005) 956. [11] S. Hieronimus, Com. In Is., Prol.: PL 24, 17 [12] Cf. Catechismus Catholicae Ecclesiae, 120. [13]Cf. Pontificia Commissio Biblica, L’interprétation de la Bible dans l’Église(15.4.1993), IV, C 3: Enchiridion Vaticanum 13, EDB, Bologna 1995, p. 1724. [14]Cf. Pontificia Commissio Biblica, Le peuple juif et ses Saintes Écritures dans la Bible Chrétienne (24.5.2001), 19: Enchiridion Vaticanum 20, EDB, Bologna 2004, pp. 570-574. [15]S. Augustinus, Quaestiones in Heptateucum, 2, 73: PL 34, 623; cf. DV 16. [16]S. Gregorius Magnus, In Ezechielem, I, 6, 15: CCL 142, 76. [17]Cf. Catechismus Catholicae Ecclesiae, 83; Ratzinger J., Comentario a la Dei Verbum, L Th K, 2, pp. 519-523. [18]Cf. S. Bonaventura, Itinerarium mentis in Deum, II, 12: ed. Quaracchi, 1891, vol. V, p. 302s. Cf. Ratzinger J., Un tentativo circa il problema del concetto di tradizione: Rahner K. - Ratzinger J., Revelación y Tradición, Morcelliana, Brescia 2006, pp. 27-73. [19]Cf. Pontificia Commissio Biblica, L’interprétation de la Bible dans l’Église (15.4.1993), IV, A-B: Enchiridion Vaticanum 13, EDB, Bologna 1995, pp. 1702-1714. [20] Cf. ibidem, I, A-F: pp. 1568-1634. [21] Cf. Catechismus Catholicae Ecclesiae, 115-119; Pontificia Commissio Biblica, L’interprétation de la Bible dans l’Église (15.4.1993), I, F: Enchiridion Vaticanum 13, EDB, Bologna 1995, pp. 1628-1634. [22] Cf. Catechismus Catholicae Ecclesiae, 117 [23] Pontificia Commissio Biblica, L’interprétation de la Bible dans l’Église (15.4.1993), II, B 2: Enchiridion Vaticanum 13, EDB, Bologna 1995, pp. 1648-1650. [24] Ibidem, I, pp. 1568-1628. [25] Cf. Catechismus Catholicae Ecclesiae, 109-114. [26] Benedictus XVI, Discurso a los Obispos de Suiza (7.11.2006): L’Osservatore Romano edición española (17.11.2006), p. 4; cf. Ratzinger J., Jesús de Nazaret, La Esfera de los libros, Madrid 2007, pp. 7-21. [27] Missale Romanum, Ordo Lectionum Missae: Editio typica altera, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 1981: Praenotanda, 8. [28] Pontificia Commissio Biblica, L’interprétation de la Bible dans l’Église (15.4.1993), II, B 2: Enchiridion Vaticanum 13, EDB, Bologna 1995, p. 1650. [29] Cf. ibidem, III, B 2, pp. 1672-1676. [30] Cf. Benedictus XVI, Ad sacrorum alumnos Seminarii Romani Maioris (19.2.2007): AAS 99 (2007) 254. [31] S. Ambrosius, De officiis ministrorum, I, 20, 88: PL 16, 50. [32] Benedictus XVI, Litt. Enc. Deus caritas est (25.12.2005), 41: AAS 98 (2006) 251. [33] Isaac De Stella, Serm. 51: PL 194, 1862-1863.1865. [34] Cf. S. Ambrosius, Evang. secundum Lucam 2, 19: CCL 14, 39. [35] Ioannes Paulus II, Epist. Apost. Rosarium Virginis Mariae (16.10.2002), 1; 3; 18; 30: AAS 95 (2003) 5; 7; 17; 27. [36] S. Gregorius Magnus, Registrum Epistolarum V, 46, ed. Ewald-Hartmann, 345-346. [37] Pontificia Commissio Biblica, L’interprétation de la Bible dans l’Église (15.4.1993), IV, C 3: Enchiridion Vaticanum 13, EDB, Bologna 1995, p. 1724. [38] Cf. Catechismus Catholicae Ecclesiae, 115-119. [39] Pontificia Commissio Biblica, L’interprétation de la Bible dans l’Église (15.4.1993), I, F: Enchiridion Vaticanum 13, EDB, Bologna 1995, p. 1630. [40] Cf. Ioannes Paulus II, Discurso sobre la interpretación de la Biblia en la Iglesia (23.4.1993): L’Osservatore Romano edición española (30.4.1993), pp. 5-6. [41] Missale Romanum, Ordo Lectionum Missae: Editio typica altera, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 1981: Praenotanda, 9. [42] Petrus Damascenus, Liber II, vol. III, 159: La Filocalia, 3, Torino 1985, p. 253. [43] Cf. Congregatio pro Clericis, Directorium generale pro catechesi (15.8.1997), 47-49: Enchiridion Vaticanum 16, EDB, Bologna 1999, pp. 662-664. [44] Cf. Euchologion Serapionis, 19-20, ed. Johnson M.E., The Prayers of Serapion of Thmuis (Orientalia Christiana Analecta 249), Roma 1995, pp. 70.71. [45] Ioannes Paulus II, Epist. Apost. Dies Domini (31.5.1998), 41: AAS 90 (1998) 738-739. [46] Waltramus, De unitate Ecclesiae conservanda: 13, ed. W. Schwenkenbecher, Hannoverae 1883, p. 33: «Dominus enim Iesus Christus ipse est, quod praedicat Verbum Dei, ideoque Corpus Christi intelligitur etiam Evangelium Dei, doctrina Dei, Scriptura Dei». [47] Origenes, In Ps. 147: CCL 78, 337. [48] Cf. Benedictus XVI, Adhort. Apost. post-syn. Sacramentum caritatis (22.2.2007), 44-46: AAS 99 (2007) 139-141. [49] S. Hieronymus, Commentarius in Ecclesiasten, 313: CCL 72, 278. [50] Ioannes Paulus II, Litt. Apost. Novo millennio ineunte (6.1.2001), 36: AAS 93 (2001) 291. [51] Cf. Benedictus XVI, Adhort. Apost. post-syn. Sacramentum caritatis (22.2.2007), 44-48: AAS 99 (2007) 139-142. [52] Cf. ibidem, 46: AAS 99 (2007) 141. [53] Pontificia Commissio Biblica, L’interprétation de la Bible dans l’Église (15.4.1993), IV, C 2: Enchiridion Vaticanum 13, EDB, Bologna 1995, p. 1718. [54] Cf. Ioannes Paulus II, Adhort. Apost. post-syn. Pastores dabo vobis (25.3.1992), 47: AAS 84 (1992) 740-742; Benedictus XVI, Encuentro con los jóvenes romanos, (6.4.2006): L’Osservatore Romano edición española (14.4.2006), p. 3; Mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud (22.2.2006): L’Osservatore Romano edición española (3.3.2006), p. 3. [55] Ioannes Paulus II, Litt. Apost. Novo millennio ineunte (6.1.2001), 39: AAS 93 (2001) 294. [56] Benedictus XVI, Ad Conventum Internationalem La Sacra Scrittura nella vita della Chiesa (16.9.2005): AAS 97 (2005) 957. [57] Benedictus XVI, Encuentro con los jóvenes romanos (6.4.2006): L’Osservatore Romano edición española (14.4.2006), p. 3. [58] Benedictus XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud (22.2.2006): L’Osservatore Romano edición española (3.3.2006), p. 3. [59] Benedictus XVI, Ad Conventum Internationalem La Sacra Scrittura nella vita della Chiesa (16.9.2005): AAS 97 (2005) 957. Cf. DV 21.25; PO 18-19; Catechismus Catholicae Ecclesiae, 1177; Ioannes Paulus II, Adhort. Apost. post-syn. Pastores dabo vobis (25.3.1992), 47: AAS 84 (1992) 740-742; Adhort. Apost. post-syn. Vita consecrata (25.3.1996), 94: AAS 88 (1996) 469-470; Litt. Apost. Novo millennio ineunte (6.1.2001), 39-40: AAS 93 (2001) 293-295; Adhort. Apost. post-syn. Ecclesia in Oceania (22.11.2001), 38: AAS 94 (2002) 411; Adhort. Apost. post-syn. Pastores gregis (16.10.2003), 15: AAS 96 (2004) 846-847. [60] Cf. Ioannes Paulus II, Adhort. Apost. post-syn. Vita consecrata (25.3.1996), 94: AAS 88 (1996) 469-470. [61] Pontificia Commissio Biblica, L’interprétation de la Bible dans l’Église (15.4.1993), I, E 1: Enchiridion Vaticanum 13, EDB, Bologna 1995, p. 1622. [62] Benedictus XVI, Litt. Enc. Deus caritas est (25.12.2005), 22: AAS 98 (2006) 234-235. [63] Benedictus XVI, Litt. Enc. Spe salvi (30.11.2007), 2: AAS 99 (2007) 986. [64] Cf. Ratzinger J., Jesús de Nazaret, La Esfera de los libros, Madrid 2007, p. 20. [65] Cf. ibidem, p. 279. [66] S. Ambrosius, De officiis ministrorum, I, 20, 88: PL 16, 50. [67] S. Augustinus, Enarrat. in Ps. 85, 7: CCL 39, 1177. [68] Cf. Origenes, In Genesim homiliae, 2.6: SChr 7 bis, 108. [69] Cf. Ioannes Paulus II, Litt. Enc. Redemptoris missio (7.12.1990), 33: AAS 83 (1991) 277-278. [70] Cf. Ioannes Paulus II, Litt. Apost. Novo millennio ineunte (6.1.2001), 40: AAS 93 (2001) 294. [71] S. Augustinus, De doctrina Christiana, I, 35, 39 - 36, 40: PL 34, 34. [72] Cf. Benedictus XVI, Litt. Enc. Deus caritas est (25.12.2005): AAS 98 (2006) 217-252. [73] Ioannes Paulus II, Litt. Apost. Novo millennio ineunte (6.1.2001), 39: AAS 93 (2001) 293. [74] Congregatio pro Clericis, Directorium generale pro catechesi (15.8.1997), 94: Enchiridion Vaticanum 16, EDB, Bologna 1999, pp. 738-740; cf. Ioannes Paulus II, Adhort. Apost. Catechesi tradendae (16.10.1979), 27: AAS 71 (1979) 1298. [75] Cf. Congregatio de Cultu Divino et Disciplina Sacramentorum, Direttorio su pietà popolare e liturgia (9.4.2002), 87-89, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 2002, pp. 81-82. [76] Cf. Congregatio pro Clericis, Directorium generale pro catechesi (15.8.1997), I, 2: Enchiridion Vaticanum 16, EDB, Bologna 1999, pp. 684-708 [77] Ibidem, 127, p. 794; cf. Ioannes Paulus II, Adhort. Apost. Catechesi tradendae (16.10.1979), 27: AAS 71 (1979) 1298. [78] Ioannes Paulus II, Const. Apost. Fidei depositum (11.10.1992), IV: AAS 86 (1994) 117. [79] Cf. Ioannes Paulus II, Adhort. Apost. post-syn. Pastores gregis (16.10.2003), III: AAS 96 (2004) 859-867. [80] Benedictus XVI, Allocutio In inauguratione operum V Coetus Generalis Episcoporum Americae Latinae et Regionis Caraibicae (13.5.2007), 3: AAS 99 (2007) 450. [81] Cf. CIC can. 757; CCEO can. 608; 614. [82] Cf. Missale Romanum, Institutio generalis, 66, editio typica III, Typis Vaticanis 2002, p. 34. [83] Cf. CIC can. 766, CCEO can. 614, § 3; 4. [84] Cf. Ioannes Paulus II, Adhort. Apost. post-syn. Christifideles laici (30.12.1988), 8.14: AAS 81 (1989) 404-405; 409-411; CIC can. 204; CCEO can. 7, 1. [85] Ioannes Paulus II, Adhort. Apost. post-syn. Christifideles laici (30.12.1988), 14: AAS 81 (1989) 411. [86] Paulus VI, IV Congreso de Enseñanza Religiosa en Francia. Normas y votos del Santo Padre (1-3.4.1964): L’Osservatore Romano edición española (21.4.1964), p. 6. [87] Ioannes Paulus II, Adhort. Apost. post-syn. Vita consecrata (25.3.1996), 94: AAS 88 (1996) 469. [88] Cf. S. Ambrosius, Epist. 49, 3: PL 16, 1154 B. [89] Cf. Benedictus XVI, Allocutio En ocasión de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada (2.2.2008): L’Osservatore Romano edición española (6-8.2.2008), p. 5. [90] Cf. Ioannes Paulus II, Adhort. Apost. post-syn. Vita consecrata (25.3.1996), 94: AAS 88 (1996) 469. [91] Ibidem. [92] Cf. CIC can. 825; CCEO can. 662 §1; 654. [93] Cf. Congregatio pro Doctrina Fidei, Nota doctrinal sobre algunos aspectos de la evangelización (3.12.2007): L’Osservatore Romano edición española (21.12.2007), pp. 11-13. [94] Cf. Benedictus XVI, Mensaje del Santo Padre para la XXI Jornada Mundial de la Juventud (22.2.2006): L’Osservatoro Romano edición española (3.3.2006), p. 3. [95] Congregatio pro Clericis, Directorium generale pro catechesi (15.8.1997), 160: Enchiridion Vaticanum 16, EDB, Bologna 1999, p. 844; Cf. Paulus VI, Adhort. Apost. Evangelii nuntiandi (8.12.1975), 45: AAS 68 (1976) 35; Ioannes Paulus II, Litt. Enc. Redemptoris missio (7.12.1990), 37: AAS 83 (1991) 284-286; CIC can. 761; CCEO can. 651 § 1. [96] Cf. Congregatio pro Clericis, Directorium generale pro catechesi (15.8.1997), 161: Enchiridion Vaticanum 16, EDB, Bologna 1999, p. 846. [97] Cf. Benedictus XVI, Pontificatus exordia: Sermo ad S.R.E. Cardinales ad universumque orbem catholicum (20.4.2005), 5: AAS 97 (2005) 697-698. [98] Benedictus XVI, Allocutio Dar al mundo un testimonio común (25.1.2007): L’Osservatore Romano edición española (2.2.2007), p. 3. [99] Cf. Ioannes Paulus II, Allocutio Mogontiaci ad Iudaeos habita Veteris Testamenti Haereditas ad pacem et iustitiam fovendas trahit (Mainz, 17.11.1980): AAS 73 (1981) 78-82 [100] Ioannes Paulus II, Allocutio A los participantes al Simposio intereclesial sobre Raíces del antijudaísmo en ambiente cristiano (31.10.1997), 3: L’Osservatore Romano edición española (7.11.1997), p. 5. [101] Cf. Pontificia Commissio Biblica, Le peuple juif et ses Saintes Écritures dans la Bible chrétienne (24.5.2001): Enchiridion Vaticanum 20, EDB, Bologna 2004, pp. 506-834. [102] Ibidem, 2, p. 524; cf. Ratzinger J., Jesús de Nazaret, La Esfera de los libros, Madrid 2007, pp. 131ss. [103] Cf. Pontificia Commissio Biblica, Le peuple juif et ses Saintes Écritures dans la Bible chrétienne (24.5.2001): Enchiridion Vaticanum 22, EDB, Bologna 2004, pp. 584-586. [104] Cf. Ioannes Paulus II, Messaggio agli Ebrei polacchi in occasione del 50º Anniversario dell’insurrezione (6.4.1993): Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 16/1, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 1993, p. 830: «Come cristiani ed ebrei, seguendo l’esempio della fede di Abramo, siamo chiamati ad essere una benedizione per il mondo. Questo è il compito comune che ci attende. È dunque necessario per noi, cristiani ed ebrei, essere prima una benedizione l’uno per l’altro». [105] Cf. Congregatio pro Doctrina Fidei, Declaratio Dominus Jesus (6.8.2000), 20-22: AAS 92 (2000) 764-766. [106] Cf. Congregatio pro Clericis, Directorium generale pro catechesi (15.8.1997), 109: Enchiridion Vaticanum 16, EDB, Bologna 1999, pp. 764-766. [107] Cf. Benedictus XVI, Nuntii ob diem ad Pacem fovendam Nella verità, la pace (8.12.2005): AAS 98 (2006) 56-64; La persona humana, corazón de la paz (8.12.2006): L’Osservatore Romano edición española (15.12.2006), pp. 5-6. [108] Benedictus XVI, Allocutio A los representantes de algunas comunidades musulmanas (20.8.2005): L’Osservatore Romano edición española (26.8.2005), p. 9. [109] Ratzinger J., Allocutio Fe y Razón en ocasión del encuentro sobre "La Fe y la búsqueda de Dios" (Roma 17.11.1998): L’Osservatore Romano (19.11.1998), p. 8. [110] Ioannes Paulus II, Adhort. Apost. Catechesi tradendae (16.10.1979), 53: AAS 71 (1979) 1320. [111] Benedictus XVI, Allocutio Al Pontificio Consejo de la Cultura (15.6.2007): L’Osservatore Romano edición española (22.6.2007), p. 14. [112] Paulus VI, Homilia Ad Patres conciliares (7.12.1965): AAS 68 (1966) 57. [113] S. Maximus Confessor, Capitum theologicorum et oeconomicorum duae centuriae IV, 39: MG 90, 1084.
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