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ENCUENTRO SOBRE EL "FUTURO DE LOS CRISTIANOS EN TIERRA SANTA" INTERVENCIÓN DEL CARDENAL ANGELO SODANO
Venerados hermanos:
Bienvenidos al Vaticano. En nombre del Santo Padre Juan Pablo II saludo cordialmente a todos los presentes. La solicitud común con respecto a los habitantes de Tierra Santa y, en particular, nuestro compromiso de solidaridad con los cristianos que sufren en esa región nos han reunido en torno al Sucesor de Pedro para reflexionar en nuestros deberes actuales.
Al bajar de Jerusalén a Jericó, el buen samaritano encontró en su camino sólo a un hombre herido. Nosotros, hoy, en esos caminos encontramos a muchos hermanos que sufren a causa de un conflicto que no da signos de terminar, sino que, al contrario, parece agudizarse cada vez más. Tenemos el deber de cuidar de estos hermanos nuestros y ayudarles a reemprender el camino.
Ciertamente, nuestro primer deber es contribuir a restablecer un clima de paz entre israelíes y palestinos, recordando a las partes implicadas que es posible, más aún, necesario vivir en la misma región, con iguales derechos y deberes.
Y esta obra de paz siempre ha sido sostenida, en todos estos años dolorosos, por la Iglesia entera y, en particular, por la Sede apostólica, que nunca se ha cansado de repetir: "La paz es posible; la paz es un deber; el progreso y la paz caminan juntos". Asimismo, el tema de la próxima Jornada mundial de la paz es más elocuente que nunca: "No hay paz sin justicia. No hay justicia sin perdón".
Durante su visita a Tierra Santa, en el gran jubileo del año 2000, el Papa no cesó de proclamar el evangelio de la reconciliación a todas las partes implicadas, recordándoles su responsabilidad. Lo reafirmó en los contactos con las autoridades de Israel y con las palestinas, recordando a todos que la única alternativa para los dos pueblos es vivir juntos, como hijos del mismo Padre que está en los cielos.
Es verdad que las heridas son profundas, fruto de más de cincuenta años de una dolorosa tensión, que se remonta al famoso plan lanzado por la ONU en 1947 para la repartición de Palestina. Es una historia de lágrimas y sangre, que siempre ha impulsado a los Sumos Pontífices, desde Pío XII hasta el actual Papa Juan Pablo II, a una actividad intensa para ayudar a esas poblaciones a encontrar una solución pacífica a sus graves problemas.
Esa actividad se ha intensificado en estos últimos tiempos, después del histórico encuentro entre el primer ministro Rabin y el presidente Arafat, celebrado en Washington el 13 de septiembre de 1993. Desde entonces la Santa Sede sostuvo el nuevo curso que parecía abrirse con tantas promesas, y siguió haciéndolo en este último año, en el que lamentablemente se han derrumbado muchas esperanzas.
Así, como complemento del autorizado magisterio pontificio, se ha reforzado la acción diplomática de esta Secretaría de Estado y de las Representaciones pontificias afectadas para proponer soluciones concretas al conflicto actual, insistiendo sobre todo en la necesidad de una tregua y en la reanudación de las negociaciones entre las partes implicadas, por desgracia bruscamente interrumpidas hace un año.
En nombre del Santo Padre y de todos sus colaboradores, puedo asegurar a todos los venerables pastores de las Iglesias que están en Tierra Santa que esta Sede apostólica no cesará de trabajar en favor de la paz en una tierra tan amada por la Iglesia y por la humanidad entera.
Sin embargo, la finalidad de nuestro encuentro es concentrarnos en un aspecto particular, menos conocido por la opinión pública internacional: la suerte de los cristianos en Tierra Santa. Desde luego, las estadísticas nos dicen que no son muchos, a causa de las continuas emigraciones a que se ven forzados por las duras condiciones de vida. Según los datos publicados por la Oficina central de estadísticas de nuestra Secretaría de Estado, el 1 de enero de 2000 había en Israel, y en los territorios palestinos, 117.000 católicos en una población de 6.100.000 habitantes. Además de ellos, sabemos que es notable la presencia de otros cristianos, sobre todo del patriarcado greco-ortodoxo. Es verdad que todos los cristianos juntos tal vez no superan el 3% de la población. Sin embargo, obviamente, tienen los mismos derechos que los demás ciudadanos y piden que se les ayude a cumplir su misión dentro de la sociedad civil.
Como es sabido, en su mayoría, los cristianos son de origen palestino, y un pequeño número también es de origen judío.
Es justo que en este momento pensemos en ellos indistintamente: este quiere ser el aspecto específico del problema. Ciertamente, es inseparable del problema, más amplio, de la paz en Tierra Santa. Pero hoy quisiéramos concentrar nuestra atención en este punto, particularmente de nuestra competencia, porque es menos tratado en los encuentros internacionales.
Desde luego, los cristianos viven en un contexto religioso característico y deberíamos estudiar la forma de ayudarles en su diálogo con el mundo judío y con el islámico. Muchos sufren y, por consiguiente, deberíamos buscar el modo de ayudarles concretamente a tener una vivienda, a conseguir un trabajo o una escuela adecuada para sus hijos.
Por su parte, la Santa Sede ha tenido muy presente su situación en los dos conocidos Acuerdos que se han firmado, respectivamente, con el Estado de Israel en 1993 y con la Autoridad palestina en el año 2000. Son dos documentos solemnes, a los que podríamos y deberíamos con frecuencia referirnos para defender y promover la presencia de los cristianos en Tierra Santa.
Sobre ese punto todos los presentes podrán ofrecer elementos importantes de juicio. En particular, nos introducirá en esta reflexión Su Beatitud Michel Sabbah, patriarca de Jerusalén de los latinos. Juntos trataremos de dar nuestra contribución de solidaridad a nuestros hermanos de Tierra Santa y, en particular, a los de Jerusalén, tan probados. Es preciso que sepan que no están solos. |